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Hoy no fío, mañana sí
                                          Texto: Jorge Zúñiga



Una frase olvidada y siempre recordada es aquella que rezaba: “HOY NO SE FÍA”. Un

letrero con el dicho torpemente escrito con letra de molde —después serían carteles

impresos—, siempre estaba sujeto a un muro encalado de los modestos negocios de las

colonias populares de la lejana ciudad de México de mis años mozos: la tienda de abarrotes, la
miscelánea, la botica, la carnicería.

Había otros comerciantes que eran más explícitos con su clientela, por lo que el rótulo

—insisto, muy a la vista de los compradores—, sentenciaba: “HOY NO SE FÍA… MAÑANA SÍ” […] El
letrerito, pues, permitía al dueño del negocio estar a la expectativa para

otorgar crédito, aunque lo cierto es que siempre fiaban. Ellos sabían a quiénes sí… y a

quiénes no.

Adquirir mercancía diversa de fiado se acostumbraba sobre todo en los días en que “el

gasto” no le era entregado con oportunidad al ama de casa o conforme se acercaba el fin de

semana o de la quincena. En esos momentos, la apesadumbrada señora iba a solicitar

de fiado lo que le urgía en el hogar, siempre con la promesa de que: “cuando venga mi

esposo se lo pago”.

FIAR, cuya raíz etimológica viene de FE, siempre fue un crédito a la

palabra de bienes en especie que se pagaba “No más me rayen el

sábado”, “Cuando llegue el giro que nos manda mi papá”, “En

cuanto me entreguen la tanda” o “Cuando me regrese la señora

del 7 un dinerito que le empresté”.

Los amables comerciantes del barrio siempre le fiaban a sus

clientes. A las señoras de las vecindades, productos básicos;

botellas de refino a los burócratas, a los oficinistas y a ciertos
respetables señores de la barriada; melindres a los chamacos; extractos y lociones a las criaditas
de muy buen ver, y cigarros Belmont y Montecarlo a los incipientes fumadores… Fiaban a la
palabra.

Fiar a sus clientes habituales permitía al comerciante tener una mejor relación

comercial de mutuo beneficio, que reforzaba su confianza en el deudor cada vez que

éste cubría su saldo. FIAR en otros años fue un verbo que se conjugó con un sano entendimiento
de buena fe; se pedía fiado pero había que pagar, aunque, claro, como en

todo, había excepciones.

Hoy la práctica de pedir fiado sigue existiendo; pero en la actualidad los que fían ya

no son los prudentes puesteros del mercado público, ni el dueño del tendajón, ni el albo

boticario, ni el locatario que vende quesos y crema. Hoy los que fían son los Sear, los

Palacio, los Liverpool. Fían, pero son fríos y deshumanizados. No aceptan disculpas. No

aceptan retrasos. No esperan a que el marido vaya a pagar; no entienden que el giro que

manda el papá que se fue de “mojado” está por llegar; no les importa que el deudor esté

a punto de recibir su esperada tanda y menos saben esperar a que la señora del 7 le pague un
dinerito al tarjetahabiente que sin querer se atrasó tres meses. Su moderno lema

comercial es: “O pagas lo que te fiamos… o te embargamos”.

…¡Y es que son otros tiempos! ¡Las costumbres del tiempo que se fue son irrecuperables! ¡Hay
cosas que recordar, hay historias que contar!

Ritos y Retos del Centro Histórico, año VII, núm. 34, julio-agosto de 2006.

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  • 1. Hoy no fío, mañana sí Texto: Jorge Zúñiga Una frase olvidada y siempre recordada es aquella que rezaba: “HOY NO SE FÍA”. Un letrero con el dicho torpemente escrito con letra de molde —después serían carteles impresos—, siempre estaba sujeto a un muro encalado de los modestos negocios de las colonias populares de la lejana ciudad de México de mis años mozos: la tienda de abarrotes, la miscelánea, la botica, la carnicería. Había otros comerciantes que eran más explícitos con su clientela, por lo que el rótulo —insisto, muy a la vista de los compradores—, sentenciaba: “HOY NO SE FÍA… MAÑANA SÍ” […] El letrerito, pues, permitía al dueño del negocio estar a la expectativa para otorgar crédito, aunque lo cierto es que siempre fiaban. Ellos sabían a quiénes sí… y a quiénes no. Adquirir mercancía diversa de fiado se acostumbraba sobre todo en los días en que “el gasto” no le era entregado con oportunidad al ama de casa o conforme se acercaba el fin de semana o de la quincena. En esos momentos, la apesadumbrada señora iba a solicitar de fiado lo que le urgía en el hogar, siempre con la promesa de que: “cuando venga mi esposo se lo pago”. FIAR, cuya raíz etimológica viene de FE, siempre fue un crédito a la palabra de bienes en especie que se pagaba “No más me rayen el sábado”, “Cuando llegue el giro que nos manda mi papá”, “En cuanto me entreguen la tanda” o “Cuando me regrese la señora del 7 un dinerito que le empresté”. Los amables comerciantes del barrio siempre le fiaban a sus clientes. A las señoras de las vecindades, productos básicos; botellas de refino a los burócratas, a los oficinistas y a ciertos
  • 2. respetables señores de la barriada; melindres a los chamacos; extractos y lociones a las criaditas de muy buen ver, y cigarros Belmont y Montecarlo a los incipientes fumadores… Fiaban a la palabra. Fiar a sus clientes habituales permitía al comerciante tener una mejor relación comercial de mutuo beneficio, que reforzaba su confianza en el deudor cada vez que éste cubría su saldo. FIAR en otros años fue un verbo que se conjugó con un sano entendimiento de buena fe; se pedía fiado pero había que pagar, aunque, claro, como en todo, había excepciones. Hoy la práctica de pedir fiado sigue existiendo; pero en la actualidad los que fían ya no son los prudentes puesteros del mercado público, ni el dueño del tendajón, ni el albo boticario, ni el locatario que vende quesos y crema. Hoy los que fían son los Sear, los Palacio, los Liverpool. Fían, pero son fríos y deshumanizados. No aceptan disculpas. No aceptan retrasos. No esperan a que el marido vaya a pagar; no entienden que el giro que manda el papá que se fue de “mojado” está por llegar; no les importa que el deudor esté a punto de recibir su esperada tanda y menos saben esperar a que la señora del 7 le pague un dinerito al tarjetahabiente que sin querer se atrasó tres meses. Su moderno lema comercial es: “O pagas lo que te fiamos… o te embargamos”. …¡Y es que son otros tiempos! ¡Las costumbres del tiempo que se fue son irrecuperables! ¡Hay cosas que recordar, hay historias que contar! Ritos y Retos del Centro Histórico, año VII, núm. 34, julio-agosto de 2006.