María se levantó apresuradamente para visitar a su prima Isabel y compartir la noticia de que había sido elegida para ser la madre de Jesús. Al llegar, Isabel se llenó del Espíritu Santo y reconoció a María como la madre de su Señor. María alabó a Dios por haberla elegido a ella, una humilde sierva, para este importante papel. Se quedó con Isabel durante tres meses antes de regresar a su casa.