3. Plaza del Limón A las cuatro de la tarde, la chiquillería de la escuela pública de la plazuela del Limón salió atropelladamente de clase, con algazara de mil demonios. Ningún himno a la libertad, entre los muchos que se han compuesto en las diferentes naciones, es tan hermoso como el que entonan los oprimidos de la enseñanza elemental al soltar el grillete de la disciplina escolar y echarse a la calle piando y saltando. La furia insana con que se lanzan a los más arriesgados ejercicios de volatinería, los estropicios que suelen causar a algún pacífico transeúnte, el delirio de la autonomía individual que a veces acaba en porrazos, lágrimas y cardenales, parecen bosquejo de los triunfos revolucionarios que en edad menos dichosa han de celebrar los hombres.
4. El Congreso El Congreso (bien lo sabía él) era un sitio donde se hablaba. ¡Cuántas veces había oído a su abuelo y a su padre: «Hoy habló Fulano o Mengano , y dijeron esto, lo otro y lo de más allá.» ¿Y cómo sería la casa por dentro? Gran curiosidad. ¿Cómo sería? ¿Dónde hablaban? Ello debía de ser una casa grandona como la iglesia, con la mar de bancos, donde se sentaban para charlar todos a un tiempo. ¿Ya qué era tanta habladuría? Pues también entraban allí los ministros. ¿Y quiénes eran los ministros? Los qué gobernaban y daban los destinos. Igualmente recordó haber oído a su abuelo, en frecuentes ratos de mal humor, que las Cortes eran una farsa y que allí no se hacía más que perder el tiempo. Pero otras veces se entusiasmaba el buen viejo, elogiando un discurso de alboroto. Total, que Luisín no podía formar un juicio exacto, y su mente era toda confusión.
5. Campo del Moro Era ya cerca de mediodía y Villaamil, que no se había desayunado, sintió hambre. Tiró hacia la plaza de San Marcial, y al llegar a los vertederos de la antigua huerta del Príncipe Pío, se detuvo a contemplar la hondonada del Campo del Moro y los términos distantes de la Casa de Campo. El día era espléndido, raso y bruñido; el cielo de azul, con un sol picón y alegre; de estos días precozmente veraniegos en que el calor importuna más por hallarse aún los árboles despojados de hoja. Empezaban a echarla los castaños de Indias y los chopos; apenas verdegueaban los plátanos; y las sóforas, gleditchas y demás leguminosas estaban completamente desnudas. En algunos ejemplares de] árbol del amor se veían las rosadas florecillas, y los setos de aligustre ostentaban ya sus lozanos renuevos rivalizando con los evonymus de perenne hoja.
6. El Café Estas ideas y otras semejantes las vertía Pantoja en el círculo del café adonde concurría, siendo objeto de punzantes burlas por su estrechez de miras; pero él no se daba a partido. ¿Hablábase de Hacienda? Pues en el acto tremolaba Pantoja su banderín con este sencillo y convincente lema: «Mucha administración y poca o ninguna política.»
7. Convento de Don Juan de Alarcón Al entrar en la calle de la Puebla, iba ya Cadalsito tan fatigado que, para recobrar las fuerzas, se sentó en el escalón de una de las tres puertas con rejas que tiene en dicha calle el convento de Don Juan de Alarcón.
8. Puerta del Sol Fuese el pollancón por la calle de Alcalá abajo, y Villaamil, después de cerciorarse de que nadie le seguía, tomó en dirección de la Puerta del Sol, y antes de llegar a ella entró en la que llamaba botica; es a saber, en la tienda de armas de fuego que hay en el número 3.
9. Calle Quiñones Al doblar la esquina de las Comendadoras de Santiago para ir a su casa, que estaba en la calle de Quiñones, frente a la Cárcel de Mujeres, uniósele uno de sus condiscípulos, muy cargado de libros, la pizarra a la espalda, el pantalón hecho una pura rodillera, el calzado con tragaluces, boina azul en la pelona, y el hocico muy parecido al de un ratón.
10. Calle del Amor de dios Ya eran cerca de las seis cuando Luis salió con el encargo, no sin volver a hacer escala breve en el escritorio de los memorialistas. «Adiós, rico mío -le dijo Paca besándole-. Ve prontito para que vuelvas a la hora de comer. (Leyendo el sobre). Pues digo... no es floja caminata, de aquí a la calle del Amor de Dios. ¿Sabes bien el camino? ¿No te perderás?».
11. Calle Ancha Entretanto, Luisito y Canelo recorrían parte de la calle Ancha y entraban por la del Pez siguiendo su itinerario.
12. Calle del Pez Entretanto, Luisito y Canelo recorrían parte de la calle Ancha y entraban por la del Pez siguiendo su itinerario.
13. Calle de las Huertas Canelo, que ya estaba impaciente, se le unió en la puerta. Se pusieron ambos en camino, y en una pastelería de la calle de las Huertas, compró Luis dos bollos de a diez céntimos.
14. Calle de la Puebla Canelo, que ya estaba impaciente, se le unió en la puerta. Se pusieron ambos en camino, y en una pastelería de la calle de las Huertas, compró Luis dos bollos de a diez céntimos.
15. Calle del Acuerdo En esto entró otra visita. Era un amigo de Villaamil, que vivía en la calle del Acuerdo, un tal Guillén, cojo por más señas, empleado en la Dirección de Contribuciones.
16. Calle del Fùcar En esto entró otra visita. Era un amigo de Villaamil, que vivía en la calle del Acuerdo, un tal Guillén, cojo por más señas, empleado en la Dirección de Contribuciones.
17. Calle de los Reyes Eran sus costumbres absolutamente distintas de las de sus víctimas. No frecuentaba el teatro, vivía con orden admirable, y su casa de la calle de los Reyes era lo que se dice una tacita de plata.
18. Calle de Segovia Abelarda creyó volverse loca en aquel mismo instante, soñando como único alivio a su desatada pena salir de casa, correr hacia el viaducto de la calle de Segovia y tirarse por él.
19. Calle de Floridablanca La calle de Floridablanca estaba invadida de coches, que después de soltar en la puerta a sus dueños se iban situando en fila.
20. Calle del Sordo Junto a las puertas del edificio, por la calle del Sordo, había filas de personas formando cola, que los del Orden Público vigilaban, cuidando de que no se enroscase mucho.
21. Calle de Alcalá Fuese el pollancón por la calle de Alcalá abajo, y Villaamil, después de cerciorarse de que nadie le seguía, tomó en dirección de la Puerta del Sol, y antes de llegar a ella entró en la que llamaba botica; es a saber, en la tienda de armas de fuego que hay en el número 3.
22. Calle de San Hermenegildo Después de meterse por la solitaria calle de San Hermenegildo, volvió hacia la plazuela del Limón, rondó la manzana de las Comendadoras, aventurándose por fin a atravesar la calle de Quiñones y a observar los balcones de su casa, no sin cerciorarse antes de que no estaban en el portal Mendizábal y su mujer.
23. Calle de Amaniel Al doblar la esquina del callejón del Cristo para entrar en la calle de Amaniel, ¡pataplum!, cátate a Mendizábal hablando con unas mujeres.