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¡Cristo viviendo en mí!
Por Andrew Murray
¿En qué manera nos ayuda Cristo a vivir como Dios quiere que vivamos?
Muy a menudo pensamos en Cristo como una persona separada de nosotros,
alguien que nos oye y nos ayuda. Sin embargo, Cristo mismo habla en la
parábola de la vid y los pámpanos, acerca de la vida que Él vive en
nosotros: "Yo soy la vid, vosotros los pámpanos" (Juan 15:5).
¿Qué puede haber más cercano o íntimo que la unión entre la vid y el
pámpano? Hay muchas especies de uvas; pero en cada una, la savia que está en
la vid, es la misma que está en el pámpano. E igualmente, la misma vida y
Espíritu que están en Cristo, han de estar en nosotros.
Muchos consideran a Cristo como un Salvador separado y externo. Tales
personas nunca pueden gozar plenamente de su salvación. Debo creer en el
Salvador interior. Debo saber que así como Cristo está en los cielos,
también está aquí en mí, su pámpano. Él entra a mi vida interior y vive
allí; y viviendo allí, me prepara para vivir como un hijo de Dios.
Algunos piensan que cuando Cristo vive dentro de nosotros, está en el
área del corazón. Piensan en una persona independiente en su interior,
obrando de vez en cuando.
Pero no es así. ¡Cristo entra en mi ser y se convierte en mi misma vida!
Él entra a la mera raíz de mi corazón y de mi ser. Él entra en mi voluntad,
en mis pensamientos, en mis sentimientos y en mi vida, y vive en mí en el
poder que sólo el Dios omnipresente puede ejercer.
Cuando entiendo esto, mi alma se inclina en adoración y confianza hacia
Dios. Vivo en la carne la vida de carne y sangre, pero Cristo viviendo en mí
es la Vida verdadera de mi vida.
Las Escrituras lo dicen hermosamente: "Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí" (Gálatas 2:20).
Ahora el punto especial es esto: si Cristo va a vivir en mí, no va a
hacerlo a la fuerza, ni sin que yo me dé cuenta. Me llama a venir y ver lo
que es su vida. Si deseo su vida, debo renunciar a la mía.
También debo abandonar todas las ideas erróneas acerca de lo que
realmente es la vida de Cristo. No puedo tener la vida de Cristo en mí con
poder, a menos que busque conocer lo que era la vida que Él vivió.
¡Oh, ven y deja vivir en ti al Cristo vivo! Para este propósito, busca
informarte sobre la vida que Él demostró con su propio ejemplo. Por
supuesto, no podremos imitar a Cristo, porque Él vivió su vida para
nosotros, y nos la comunica, por lo tanto podemos compartir en su vida.
¡Qué locura sería que un niño de tres años dijera: "Todo lo que mi padre
hace, yo lo puedo hacer". ¿Cómo, entonces, puedo decir: "Yo puedo vivir como
lo hizo el Cristo todopoderoso"?
Pero a pesar de todo, la Biblia me dice que debo hacerlo. La Biblia
también me dice que puedo hacerlo, no con mis propios esfuerzos, sino porque
"vive Cristo en mí". Si yo permito que el Cristo vivo tome posesión de mi
voluntad y deseos, puedo andar como Él anduvo.
Por lo tanto, examinemos la vida que Él vivió en la tierra con su Padre.
No hay dos Cristos, sólo uno: el Cristo que vivió en la tierra. Es el mismo
Cristo que vive en el corazón, según Juan 15 y Gálatas 2:20.
Escudriña atentamente la vida de Cristo en las Escrituras, y verás que
el sello destacado de esa vida es el de la humildad más profunda y de la
dependencia del Padre celestial. Él dijo: "No puede el Hijo hacer nada por
sí mismo" (Juan 5:19). En todo, Él recibía la vida de su Padre.
Notemos cinco puntos en su vida: su nacimiento, su vida y su andar en la
tierra, su muerte, su resurrección y su ascensión. En cada aspecto, su vida
era una vida en común con el Dios santo de los cielos.
Desde el principio hasta el final del ministerio de Cristo en la tierra,
Dios el Padre fue todo. Si entiendo que el Cristo que va a vivir en mí es el
mismo Cristo que honraba a Dios en todo, Él efectuará esa misma disposición
en mí.
Éso será lo hermoso, lo bendito y la fuerza de mi vida, cuando aprenda,
como Cristo, a saber que en todo, Dios es el todo. El lema de su vida se
convertirá en el mío: "Para Dios, en Dios, y por medio de Dios son todas las
cosas".
Su nacimiento
Consideremos el nacimiento de Cristo. El Espíritu Santo vino sobre
María, cubriéndola con su poder, así que fue por el poder del Altísimo que
nació Cristo como niño en Belén (Lucas 1:35). Era la hechura de Dios.
Cristo siempre lo recordaba, siempre dijo al pueblo que su Padre lo
envió. Siempre reconocía públicamente que su vida venía de Dios. Dijo: "El
Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano" (Juan 3: 35).
Y más tarde añadió: "El Padre …ha dado al Hijo de tener vida en sí mismo"
(Juan 5:26).
Eso fue el punto de partida de Cristo: "Mi vida viene de Dios; vengo de
Dios; no tengo nada de mí mismo, así que debo recibir todo de Dios".
Si Cristo adoptó esa actitud, nos conviene hacerlo también. Vale la pena
decir con profunda convicción: "Esta nueva vida es una vida que tengo de
Dios. Él me la dio. Tengo una obra de Dios en el centro de mi corazón, por
medio del Espíritu Santo, regenerándome. Tengo una nueva vida de Dios".
Y esa vida que Dios ha dado, ¿quién va a mantenerla? Sólo Dios puede
sustentar lo que Él ha comenzado. Le toca a Él cumplir y perfeccionarla.
Es el colmo de la locura, pensar que yo mismo puedo sustentarla. El Dios
vivo ha puesto dentro de mí al Cristo vivo, y no me toca a mí vivir su vida.
He de tomarla de Dios y decir: "Dios mío, tú la has plantado en mí, y sólo
tú tienes el poder y la sabiduría para guardarla".
Haz esto, si quieres conocer cómo Cristo vive toda su vida en
dependencia de la voluntad, la fuerza y el poder de Dios. Hablando de la
fuerza, Él dijo: "No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve
hacer al Padre" (Juan 5:19).
¿Fue esa la verdad? Sí. Él dijo: "Las palabras que yo os hablo, no las
hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, Él hace las
obras" (Juan 14:10).
En cuanto a lo que hizo, Él dijo: "No vengo para cumplir mi voluntad,
sino que espero completamente en mi Padre, que Él pueda obrar lo que es
recto".
Si Cristo el santo necesitaba decir eso, ¿no piensas que tú y yo
necesitamos diez mil veces más decir lo mismo? Eso es por el cual queremos
que Cristo entre a nosotros, para infundirnos esa misma disposición.
La suma virtud de cualquier vida cristiana, es la de permitirle a Dios
hacer únicamente lo que Él quiera. Necesitamos darle la oportunidad de hacer
en nosotros su obra. Día tras día, hora tras hora, necesitamos llegar al
punto donde dependamos absolutamente de Dios. Necesitamos aprender una
lección: "¡Oh, Dios, no tengo nada! No sé nada. No soy nada, y sólo puedo
hacer aquello para lo cual me has preparado".
¿Y cómo es que Cristo me va a llevar cerca de Dios? Sólo en la misma
manera en que Él vino a Dios. ¿Y cómo fue? Por el camino de la más profunda
abnegación, el camino de la entrega absoluta a Dios.
Siempre esperaba que el Padre obrara en Él. Contaba con Él para la
fuerza. Oraba para su guianza. Le llamaba cuando estaba en lugares
difíciles. Dios era el todo, el todo para Cristo, y Cristo estaba contento
con ser nada.
No puedo hablar muy claro. La razón por la cual nuestra vida cristiana
no sigue más adelante, es que nosotros mismos tratamos de hacer demasiado.
Actuamos con mucha confianza en nosotros mismos. No hemos aprendido la
lección elementaria de que lo único que podemos ser delante de Dios, es ser
nada. Cuando lo aprendamos, entonces Dios obrará en nosotros.
Piensa en los ángeles de los cielos, los serafines y los querubines.
¿Por qué están como llamas tan brillantes delante del trono de Dios? Porque
no son nada; no hay nada en ellos que pueda estorbar a Dios, y Él puede
permitir que la gloria de su presencia brille a través de ellos.
¿Por qué Cristo fue tan perfecto, y por qué ganó tantas victorias, y por
qué agradó a Dios Padre? Por una razón: le permitió a Dios obrar en Él desde
la mañana e inclusivo hasta la noche. Cada paso que dio, lo hizo dependiendo
de Dios el Padre.
–Padre, guíame –dijo–. Padre, te espero y, Padre, obra en mí.
Cuando Cristo viene para vivir en nosotros, lo primero y más grande que
quiere obrar en nosotros es una absoluta dependencia de Él. Cristiano, ¿no
es necesario confesar: "Nunca me di cuenta de eso. No lo he practicado.
Nunca entendí que desde en la mañana hasta en la noche, tuve que permitirle
a Dios obrar en mí, y que yo no debo hacer nada"?
–¿Cómo podemos hacer nuestro trabajo? –me preguntas. ¿También estaba
Cristo inactivo? ¿Estaba el gran apóstol inactivo? Él viajaba a muchos
lugares, pero todo ese tiempo dijo: "Nada soy". El esperar en Dios no nos
hace inactivos. Al contrario, nos dará mucha actividad.
Pidamos que Dios nos enseñe que si hemos de conocer el poder de Cristo
en nosotros, necesitamos una vida con una dependencia absoluta y total de
Dios.
La muerte de Cristo
¿Qué nos enseña la muerte de Cristo en cuanto a nuestra dependencia de
Dios? Nos muestra que la vida que Dios había dado a su Hijo, Él la había
entregado completamente a Dios.
–No considero que mi vida sea la mía –dijo en efecto–. Si el Padre la
quiere, por mucho que sea el sufrimiento o la deshonra, o por muy angustioso
que sea el sufrimiento de la muerte, se la doy a Él.
Eso es justo. Es correcto. Si todo lo que tengo es de Dios, entonces
todo debe revertirse a Él.
Así era con Cristo. Cuando tenía sólo doce años, recuerda, les dijo a
María y a José: "¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario
estar?" (Lucas 2:49). Más tarde Él diría: "Mi comida es que haga la voluntad
del que me envió, y que acabe su obra" (Juan 4:34).
De nuevo Él dijo: "Porque he descendido del cielo, no para hacer mi
voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Juan 6:38). En Getsemaní, en
aquellas últimas horas de angustia ante su muerte, dijo al Padre: "No se
haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22:42).
Nosotros los creyentes nunca hemos admitido los derechos que tiene Dios.
Nunca hemos entendido que todas las fuerzas que tenemos, vienen de Él.
Toda mi vida viene de Él, y cada momento debiera entregárselo. Toda la
fuerza que recibo en mi vida espiritual viene de Dios, así como la luz solar
viene del sol, y todo debiera revertirse a Dios para que cada acción sea
para su gloria.
Un cristiano en el cual Cristo mora, será un verdadero cristiano
consagrado, rendido completamente a Dios. Eso no es fácil. ¿Por qué? Porque
"el viejo hombre" en nosotros está fuerte (Efesios 4:22). El pecado nos ha
traído a esa condición terrible. En lugar de considerar un honor y un
privilegio el ser nada y hacer la voluntad de Dios, hemos llegado a mirarlo
como una tarea muy dura.
Hemos decidido que la entrega de nosotros mismos es algo difícil de
lograr, algo fuera del alcance. Sin embargo, si una persona se entrega,
rindiéndose a Dios, puede experimentar la vida de Cristo dentro de sí misma.
Cuando Epafras, compañero de Pablo, oraba por los creyentes colosenses,
pidió que estuvieran "firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios
quiere" (Colosenses 4:12). ¡Piensa en eso! Pablo esperaba que esa fuera la
verdad en la vida de cada cristiano.
Cristo vivía sólo por la voluntad de Dios. ¿Quieres ese Cristo en tu
corazón? ¿O quieres vivir un poco por tu propia voluntad? ¿Quieres el Cristo
vivo, el Cristo que revela a Dios, que le entregó todo?
Si hubo alguien que tuvo el derecho de decir: "Viviré por mí mismo", fue
Cristo. Pero no lo hizo. Este es el Cristo que quiero en mi corazón: el que
me ponga en condiciones para vivir en dependencia absoluta de Dios.
Dios te dará este Cristo si, desde el corazón, le cedes tu vida, tiempo
y voluntad para que Él haga esta obra en ti.
Piensa en esa bella vida perfecta de Cristo, ¡una vida sin ningún
pecado! ¿Fue necesario entregar su vida? ¡Sí!
Ahora Cristo dice: "Si tú quieres que viva en ti, debes hacer lo que yo
hice. Debes ceder tu propia vida hasta la muerte, la muerte de la cruz,
siendo crucificado". Debemos participar hoy en la muerte de Cristo.
Así que la Palabra de Dios dice: "Porque si fuimos plantados juntamente
con Él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su
resurrección" (Romanos 6:5).
Por lo tanto, como cristiano debo decir a Dios:
–Quiero perder mi vida. Quiero morir a mí mismo. Quiero que Cristo venga
a mí con su muerte, y me baje hasta allá para que Él pueda vivir en mí.
La resurrección de Cristo
El próximo paso es la resurrección. Cuando Cristo puso su vida, Dios se
la devolvió con mucho más gloria. Después de que Cristo descendió al
sepulcro, Dios le resucitó, dándole una nueva vida, mucho más allá y mejor
de la que puso.
La resurrección de Cristo me enseña esto: Si estoy dispuesto a poner mi
vida mala, mi voluntad mala, mi corazón y sus afectos, todo mi poder en este
mundo, dándole todo a Dios, Dios me dará la nueva vida resucitada de Cristo
en mi corazón aquí en la tierra. El Cristo vivo, el que fue resucitado de la
muerte, vendrá a vivir en mi corazón.
Estudia el sepulcro de Cristo. ¿Cuál es su significado? Cristo se
entregó a la muerte, al desamparo total, para ser nada delante de Dios. Allí
fue derribado, permitiendo a Dios tomar todo el tiempo necesario para
cumplir su obra.
¿Qué hizo Dios? Él cumplió su promesa, dándole una vida mil veces más
gloriosa que su vida antes del Calvario. Si realmente deseas que Cristo viva
en tu corazón, querrás ese Cristo que descendió al sepulcro. Querrás que el
Cristo resucitado entre a ti, uniéndose contigo — el Cristo que estuvo
muerto, y que vive por los siglos de los siglos (Apocalipsis 1: 18).
Este Cristo viene y trae consigo el poder de su muerte, para que todo en
mí muera a mí mismo y al pecado, trayendo el poder de su vida, para que todo
en mi vida pueda vivir con una nueva vida de Dios.
No te contentes con meros pensamientos acerca de la presencia de Cristo,
sino permite que su llegada sea una realidad. Permítele ser una presencia
viva.
¿Quién es este Cristo que vive en mí? Es un Hombre que recibió su vida
de Dios, que vivía esa vida en una dependencia íntima de Dios, un Hombre que
entregó toda su vida y su voluntad a Dios, el Hombre resucitado de la muerte
por la fuerza poderosa de Dios. Este es el Cristo que quiere vivir en ti.
Es el Dios-Hombre que fue concebido por el poder del Espíritu Santo, que
vivió en la tierra en dependencia íntima con el Padre celestial, el Dios en
carne humana que entregó toda su vida y voluntad al Padre, el Hijo que fue
resucitado de la muerte por la energía todopoderosa del Eterno. Este es el
Cristo que quiere vivir en ti.
La ascensión de Cristo
Después de la resurrección de Cristo, Él subió a los cielos. Dios le
subió al lugar de poder, para compartir con Él su trono de gloria,
haciéndole participante del poder divino, de donde Él envió al Espíritu
Santo.
Muchos preguntan: ¿Cómo puedo ser una bendición para mi prójimo? ¿Cómo
fue que Cristo se hizo una bendición para el mundo? Se rindió a Dios,
muriendo a sí mismo y a su vida natural, y esperó hasta que Dios le
resucitó.
Por esta causa, Dios le subió al lugar de bendición. Debido a su muerte
y resurrección, Él podía enviarnos al Espíritu Santo.
Quieres a Cristo, pero no lo puedes tener hasta que aprendas la lección
de la dependencia de Dios. Debes morir, y luego aprender a reclamar a Cristo
en la resurrección y en la ascención.
De esta manera, mientras Cristo vive en tu vida terrenal, vendrás a ser
uno que reparte la gloria de su amor celestial. La vida entera de Cristo en
ti: el Cristo dependiendo de Dios, el Cristo rendido a Dios, el Cristo
resucitado por Dios, y el Cristo elevado a los cielos con Dios — este Cristo
quiere vivir en ti.
Si Cristo me va a llevar cerca de Dios, no lo puede hacer estando fuera
de mí. Debe vivir en mí, unido conmigo en armonía y obediencia en el
servicio de Dios. Este es un misterio espiritual, pero Dios es un ser santo
y espiritual, y yo no puedo acercármele con mis pensamientos, o pensando en
cierto lugar en el cielo.
El ser traído a Dios, significa que Cristo entra y vive su vida en mí.
Esto me conduce a entablar un compañerismo personal con el Dios vivo.
El gran problema que inquieta a la iglesia, es este: "¿Por qué están tan
débiles los cristianos?" Y muchos preguntan: "¿Qué podemos hacer para entrar
en la plena vida cristiana, viviendo según las promesas de Dios? ¿Qué
podemos hacer para que el Padre nos transforme en la clase de hijos de Dios
que Él puede producir: pámpanos de la Vid viva?"
¿Qué tenemos que hacer? Primero, debemos mirar a este Cristo, y
preguntarnos: "¿Estoy dispuesto a dejar todo para que este Cristo viva en
mí?" Puedes ver y conocer cómo Cristo vivía en Pablo. Fue como si Cristo se
hubiera encarnado en su apóstol: tenía el mismo celo por Dios, el mismo amor
para las almas, la misma prontitud para sacrificar todo. Todo lo destacado
en Pablo, era la completa vida de Cristo en él.
¿Estás dispuesto a tener este Cristo en ti?
Supongamos que fuéramos tan pobres como Cristo, tan perseguidos como Él,
y supongamos que Dios nos dijera: –Hijos míos, le estoy dando al hombre la
gloria más alta, permitiendo que Cristo venga y viva en él, viviendo la vida
de sufrimiento que Él vivió–. ¿Cuántos dirían: –Sí, Señor, daría todo para
que Cristo se posesionara de mí.
Y ¿cuántos dirían: –Aquí donde vivo, sería demasiado costoso recibirlo
de esta manera.
Amigo, Dios se nos acerca con la misma pregunta: –¿Estás dispuesto a
someterte a mi Hijo, Jesús, tal como le encuentras en la Palabra, en su
humildad, en su dependencia, en su sumisión y obediencia, en su entrega a la
muerte y al sepulcro, en su paciencia para esperar hasta que yo lo
resucitara? ¿Estás dispuesto a tener a ese Cristo viviendo en tu corazón?
¿Estás dispuesto? Si no es así, ¿lo estás para prepararte? Si la
respuesta es afirmativa, dile: "Quiero que ese Cristo viva su vida en mí,
haciéndome exactamente como Él". Él está listo para hacerlo.
Ya no te contentes con una cristiandad mediocre, diciendo: "Soy salvo y
perdonado. Tengo un poco de Cristo y estoy haciendo lo mejor que puedo".
¡Oh, reclama la plena vida que Dios te ofrece! Permite que Cristo se
posesione de ti completamente. Deja que este Cristo entre a tu vida: el
Humilde, el Obediente, el Sufrido, el que murió, el que vivió dependiendo de
Dios; y declara: "Ésa será mi vida, si Cristo la vive en mí".

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Cristo viviendo en mí

  • 1. ¡Cristo viviendo en mí! Por Andrew Murray ¿En qué manera nos ayuda Cristo a vivir como Dios quiere que vivamos? Muy a menudo pensamos en Cristo como una persona separada de nosotros, alguien que nos oye y nos ayuda. Sin embargo, Cristo mismo habla en la parábola de la vid y los pámpanos, acerca de la vida que Él vive en nosotros: "Yo soy la vid, vosotros los pámpanos" (Juan 15:5). ¿Qué puede haber más cercano o íntimo que la unión entre la vid y el pámpano? Hay muchas especies de uvas; pero en cada una, la savia que está en la vid, es la misma que está en el pámpano. E igualmente, la misma vida y Espíritu que están en Cristo, han de estar en nosotros. Muchos consideran a Cristo como un Salvador separado y externo. Tales personas nunca pueden gozar plenamente de su salvación. Debo creer en el Salvador interior. Debo saber que así como Cristo está en los cielos, también está aquí en mí, su pámpano. Él entra a mi vida interior y vive allí; y viviendo allí, me prepara para vivir como un hijo de Dios. Algunos piensan que cuando Cristo vive dentro de nosotros, está en el área del corazón. Piensan en una persona independiente en su interior, obrando de vez en cuando. Pero no es así. ¡Cristo entra en mi ser y se convierte en mi misma vida! Él entra a la mera raíz de mi corazón y de mi ser. Él entra en mi voluntad, en mis pensamientos, en mis sentimientos y en mi vida, y vive en mí en el poder que sólo el Dios omnipresente puede ejercer. Cuando entiendo esto, mi alma se inclina en adoración y confianza hacia Dios. Vivo en la carne la vida de carne y sangre, pero Cristo viviendo en mí es la Vida verdadera de mi vida. Las Escrituras lo dicen hermosamente: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí" (Gálatas 2:20). Ahora el punto especial es esto: si Cristo va a vivir en mí, no va a hacerlo a la fuerza, ni sin que yo me dé cuenta. Me llama a venir y ver lo que es su vida. Si deseo su vida, debo renunciar a la mía. También debo abandonar todas las ideas erróneas acerca de lo que realmente es la vida de Cristo. No puedo tener la vida de Cristo en mí con poder, a menos que busque conocer lo que era la vida que Él vivió. ¡Oh, ven y deja vivir en ti al Cristo vivo! Para este propósito, busca informarte sobre la vida que Él demostró con su propio ejemplo. Por supuesto, no podremos imitar a Cristo, porque Él vivió su vida para nosotros, y nos la comunica, por lo tanto podemos compartir en su vida. ¡Qué locura sería que un niño de tres años dijera: "Todo lo que mi padre hace, yo lo puedo hacer". ¿Cómo, entonces, puedo decir: "Yo puedo vivir como lo hizo el Cristo todopoderoso"? Pero a pesar de todo, la Biblia me dice que debo hacerlo. La Biblia también me dice que puedo hacerlo, no con mis propios esfuerzos, sino porque
  • 2. "vive Cristo en mí". Si yo permito que el Cristo vivo tome posesión de mi voluntad y deseos, puedo andar como Él anduvo. Por lo tanto, examinemos la vida que Él vivió en la tierra con su Padre. No hay dos Cristos, sólo uno: el Cristo que vivió en la tierra. Es el mismo Cristo que vive en el corazón, según Juan 15 y Gálatas 2:20. Escudriña atentamente la vida de Cristo en las Escrituras, y verás que el sello destacado de esa vida es el de la humildad más profunda y de la dependencia del Padre celestial. Él dijo: "No puede el Hijo hacer nada por sí mismo" (Juan 5:19). En todo, Él recibía la vida de su Padre. Notemos cinco puntos en su vida: su nacimiento, su vida y su andar en la tierra, su muerte, su resurrección y su ascensión. En cada aspecto, su vida era una vida en común con el Dios santo de los cielos. Desde el principio hasta el final del ministerio de Cristo en la tierra, Dios el Padre fue todo. Si entiendo que el Cristo que va a vivir en mí es el mismo Cristo que honraba a Dios en todo, Él efectuará esa misma disposición en mí. Éso será lo hermoso, lo bendito y la fuerza de mi vida, cuando aprenda, como Cristo, a saber que en todo, Dios es el todo. El lema de su vida se convertirá en el mío: "Para Dios, en Dios, y por medio de Dios son todas las cosas". Su nacimiento Consideremos el nacimiento de Cristo. El Espíritu Santo vino sobre María, cubriéndola con su poder, así que fue por el poder del Altísimo que nació Cristo como niño en Belén (Lucas 1:35). Era la hechura de Dios. Cristo siempre lo recordaba, siempre dijo al pueblo que su Padre lo envió. Siempre reconocía públicamente que su vida venía de Dios. Dijo: "El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano" (Juan 3: 35). Y más tarde añadió: "El Padre …ha dado al Hijo de tener vida en sí mismo" (Juan 5:26). Eso fue el punto de partida de Cristo: "Mi vida viene de Dios; vengo de Dios; no tengo nada de mí mismo, así que debo recibir todo de Dios". Si Cristo adoptó esa actitud, nos conviene hacerlo también. Vale la pena decir con profunda convicción: "Esta nueva vida es una vida que tengo de Dios. Él me la dio. Tengo una obra de Dios en el centro de mi corazón, por medio del Espíritu Santo, regenerándome. Tengo una nueva vida de Dios". Y esa vida que Dios ha dado, ¿quién va a mantenerla? Sólo Dios puede sustentar lo que Él ha comenzado. Le toca a Él cumplir y perfeccionarla. Es el colmo de la locura, pensar que yo mismo puedo sustentarla. El Dios vivo ha puesto dentro de mí al Cristo vivo, y no me toca a mí vivir su vida. He de tomarla de Dios y decir: "Dios mío, tú la has plantado en mí, y sólo tú tienes el poder y la sabiduría para guardarla". Haz esto, si quieres conocer cómo Cristo vive toda su vida en dependencia de la voluntad, la fuerza y el poder de Dios. Hablando de la fuerza, Él dijo: "No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre" (Juan 5:19).
  • 3. ¿Fue esa la verdad? Sí. Él dijo: "Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, Él hace las obras" (Juan 14:10). En cuanto a lo que hizo, Él dijo: "No vengo para cumplir mi voluntad, sino que espero completamente en mi Padre, que Él pueda obrar lo que es recto". Si Cristo el santo necesitaba decir eso, ¿no piensas que tú y yo necesitamos diez mil veces más decir lo mismo? Eso es por el cual queremos que Cristo entre a nosotros, para infundirnos esa misma disposición. La suma virtud de cualquier vida cristiana, es la de permitirle a Dios hacer únicamente lo que Él quiera. Necesitamos darle la oportunidad de hacer en nosotros su obra. Día tras día, hora tras hora, necesitamos llegar al punto donde dependamos absolutamente de Dios. Necesitamos aprender una lección: "¡Oh, Dios, no tengo nada! No sé nada. No soy nada, y sólo puedo hacer aquello para lo cual me has preparado". ¿Y cómo es que Cristo me va a llevar cerca de Dios? Sólo en la misma manera en que Él vino a Dios. ¿Y cómo fue? Por el camino de la más profunda abnegación, el camino de la entrega absoluta a Dios. Siempre esperaba que el Padre obrara en Él. Contaba con Él para la fuerza. Oraba para su guianza. Le llamaba cuando estaba en lugares difíciles. Dios era el todo, el todo para Cristo, y Cristo estaba contento con ser nada. No puedo hablar muy claro. La razón por la cual nuestra vida cristiana no sigue más adelante, es que nosotros mismos tratamos de hacer demasiado. Actuamos con mucha confianza en nosotros mismos. No hemos aprendido la lección elementaria de que lo único que podemos ser delante de Dios, es ser nada. Cuando lo aprendamos, entonces Dios obrará en nosotros. Piensa en los ángeles de los cielos, los serafines y los querubines. ¿Por qué están como llamas tan brillantes delante del trono de Dios? Porque no son nada; no hay nada en ellos que pueda estorbar a Dios, y Él puede permitir que la gloria de su presencia brille a través de ellos. ¿Por qué Cristo fue tan perfecto, y por qué ganó tantas victorias, y por qué agradó a Dios Padre? Por una razón: le permitió a Dios obrar en Él desde la mañana e inclusivo hasta la noche. Cada paso que dio, lo hizo dependiendo de Dios el Padre. –Padre, guíame –dijo–. Padre, te espero y, Padre, obra en mí. Cuando Cristo viene para vivir en nosotros, lo primero y más grande que quiere obrar en nosotros es una absoluta dependencia de Él. Cristiano, ¿no es necesario confesar: "Nunca me di cuenta de eso. No lo he practicado. Nunca entendí que desde en la mañana hasta en la noche, tuve que permitirle a Dios obrar en mí, y que yo no debo hacer nada"? –¿Cómo podemos hacer nuestro trabajo? –me preguntas. ¿También estaba Cristo inactivo? ¿Estaba el gran apóstol inactivo? Él viajaba a muchos lugares, pero todo ese tiempo dijo: "Nada soy". El esperar en Dios no nos hace inactivos. Al contrario, nos dará mucha actividad.
  • 4. Pidamos que Dios nos enseñe que si hemos de conocer el poder de Cristo en nosotros, necesitamos una vida con una dependencia absoluta y total de Dios. La muerte de Cristo ¿Qué nos enseña la muerte de Cristo en cuanto a nuestra dependencia de Dios? Nos muestra que la vida que Dios había dado a su Hijo, Él la había entregado completamente a Dios. –No considero que mi vida sea la mía –dijo en efecto–. Si el Padre la quiere, por mucho que sea el sufrimiento o la deshonra, o por muy angustioso que sea el sufrimiento de la muerte, se la doy a Él. Eso es justo. Es correcto. Si todo lo que tengo es de Dios, entonces todo debe revertirse a Él. Así era con Cristo. Cuando tenía sólo doce años, recuerda, les dijo a María y a José: "¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?" (Lucas 2:49). Más tarde Él diría: "Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra" (Juan 4:34). De nuevo Él dijo: "Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Juan 6:38). En Getsemaní, en aquellas últimas horas de angustia ante su muerte, dijo al Padre: "No se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22:42). Nosotros los creyentes nunca hemos admitido los derechos que tiene Dios. Nunca hemos entendido que todas las fuerzas que tenemos, vienen de Él. Toda mi vida viene de Él, y cada momento debiera entregárselo. Toda la fuerza que recibo en mi vida espiritual viene de Dios, así como la luz solar viene del sol, y todo debiera revertirse a Dios para que cada acción sea para su gloria. Un cristiano en el cual Cristo mora, será un verdadero cristiano consagrado, rendido completamente a Dios. Eso no es fácil. ¿Por qué? Porque "el viejo hombre" en nosotros está fuerte (Efesios 4:22). El pecado nos ha traído a esa condición terrible. En lugar de considerar un honor y un privilegio el ser nada y hacer la voluntad de Dios, hemos llegado a mirarlo como una tarea muy dura. Hemos decidido que la entrega de nosotros mismos es algo difícil de lograr, algo fuera del alcance. Sin embargo, si una persona se entrega, rindiéndose a Dios, puede experimentar la vida de Cristo dentro de sí misma. Cuando Epafras, compañero de Pablo, oraba por los creyentes colosenses, pidió que estuvieran "firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere" (Colosenses 4:12). ¡Piensa en eso! Pablo esperaba que esa fuera la verdad en la vida de cada cristiano. Cristo vivía sólo por la voluntad de Dios. ¿Quieres ese Cristo en tu corazón? ¿O quieres vivir un poco por tu propia voluntad? ¿Quieres el Cristo vivo, el Cristo que revela a Dios, que le entregó todo? Si hubo alguien que tuvo el derecho de decir: "Viviré por mí mismo", fue Cristo. Pero no lo hizo. Este es el Cristo que quiero en mi corazón: el que me ponga en condiciones para vivir en dependencia absoluta de Dios.
  • 5. Dios te dará este Cristo si, desde el corazón, le cedes tu vida, tiempo y voluntad para que Él haga esta obra en ti. Piensa en esa bella vida perfecta de Cristo, ¡una vida sin ningún pecado! ¿Fue necesario entregar su vida? ¡Sí! Ahora Cristo dice: "Si tú quieres que viva en ti, debes hacer lo que yo hice. Debes ceder tu propia vida hasta la muerte, la muerte de la cruz, siendo crucificado". Debemos participar hoy en la muerte de Cristo. Así que la Palabra de Dios dice: "Porque si fuimos plantados juntamente con Él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección" (Romanos 6:5). Por lo tanto, como cristiano debo decir a Dios: –Quiero perder mi vida. Quiero morir a mí mismo. Quiero que Cristo venga a mí con su muerte, y me baje hasta allá para que Él pueda vivir en mí. La resurrección de Cristo El próximo paso es la resurrección. Cuando Cristo puso su vida, Dios se la devolvió con mucho más gloria. Después de que Cristo descendió al sepulcro, Dios le resucitó, dándole una nueva vida, mucho más allá y mejor de la que puso. La resurrección de Cristo me enseña esto: Si estoy dispuesto a poner mi vida mala, mi voluntad mala, mi corazón y sus afectos, todo mi poder en este mundo, dándole todo a Dios, Dios me dará la nueva vida resucitada de Cristo en mi corazón aquí en la tierra. El Cristo vivo, el que fue resucitado de la muerte, vendrá a vivir en mi corazón. Estudia el sepulcro de Cristo. ¿Cuál es su significado? Cristo se entregó a la muerte, al desamparo total, para ser nada delante de Dios. Allí fue derribado, permitiendo a Dios tomar todo el tiempo necesario para cumplir su obra. ¿Qué hizo Dios? Él cumplió su promesa, dándole una vida mil veces más gloriosa que su vida antes del Calvario. Si realmente deseas que Cristo viva en tu corazón, querrás ese Cristo que descendió al sepulcro. Querrás que el Cristo resucitado entre a ti, uniéndose contigo — el Cristo que estuvo muerto, y que vive por los siglos de los siglos (Apocalipsis 1: 18). Este Cristo viene y trae consigo el poder de su muerte, para que todo en mí muera a mí mismo y al pecado, trayendo el poder de su vida, para que todo en mi vida pueda vivir con una nueva vida de Dios. No te contentes con meros pensamientos acerca de la presencia de Cristo, sino permite que su llegada sea una realidad. Permítele ser una presencia viva. ¿Quién es este Cristo que vive en mí? Es un Hombre que recibió su vida de Dios, que vivía esa vida en una dependencia íntima de Dios, un Hombre que entregó toda su vida y su voluntad a Dios, el Hombre resucitado de la muerte por la fuerza poderosa de Dios. Este es el Cristo que quiere vivir en ti. Es el Dios-Hombre que fue concebido por el poder del Espíritu Santo, que vivió en la tierra en dependencia íntima con el Padre celestial, el Dios en carne humana que entregó toda su vida y voluntad al Padre, el Hijo que fue
  • 6. resucitado de la muerte por la energía todopoderosa del Eterno. Este es el Cristo que quiere vivir en ti. La ascensión de Cristo Después de la resurrección de Cristo, Él subió a los cielos. Dios le subió al lugar de poder, para compartir con Él su trono de gloria, haciéndole participante del poder divino, de donde Él envió al Espíritu Santo. Muchos preguntan: ¿Cómo puedo ser una bendición para mi prójimo? ¿Cómo fue que Cristo se hizo una bendición para el mundo? Se rindió a Dios, muriendo a sí mismo y a su vida natural, y esperó hasta que Dios le resucitó. Por esta causa, Dios le subió al lugar de bendición. Debido a su muerte y resurrección, Él podía enviarnos al Espíritu Santo. Quieres a Cristo, pero no lo puedes tener hasta que aprendas la lección de la dependencia de Dios. Debes morir, y luego aprender a reclamar a Cristo en la resurrección y en la ascención. De esta manera, mientras Cristo vive en tu vida terrenal, vendrás a ser uno que reparte la gloria de su amor celestial. La vida entera de Cristo en ti: el Cristo dependiendo de Dios, el Cristo rendido a Dios, el Cristo resucitado por Dios, y el Cristo elevado a los cielos con Dios — este Cristo quiere vivir en ti. Si Cristo me va a llevar cerca de Dios, no lo puede hacer estando fuera de mí. Debe vivir en mí, unido conmigo en armonía y obediencia en el servicio de Dios. Este es un misterio espiritual, pero Dios es un ser santo y espiritual, y yo no puedo acercármele con mis pensamientos, o pensando en cierto lugar en el cielo. El ser traído a Dios, significa que Cristo entra y vive su vida en mí. Esto me conduce a entablar un compañerismo personal con el Dios vivo. El gran problema que inquieta a la iglesia, es este: "¿Por qué están tan débiles los cristianos?" Y muchos preguntan: "¿Qué podemos hacer para entrar en la plena vida cristiana, viviendo según las promesas de Dios? ¿Qué podemos hacer para que el Padre nos transforme en la clase de hijos de Dios que Él puede producir: pámpanos de la Vid viva?" ¿Qué tenemos que hacer? Primero, debemos mirar a este Cristo, y preguntarnos: "¿Estoy dispuesto a dejar todo para que este Cristo viva en mí?" Puedes ver y conocer cómo Cristo vivía en Pablo. Fue como si Cristo se hubiera encarnado en su apóstol: tenía el mismo celo por Dios, el mismo amor para las almas, la misma prontitud para sacrificar todo. Todo lo destacado en Pablo, era la completa vida de Cristo en él. ¿Estás dispuesto a tener este Cristo en ti? Supongamos que fuéramos tan pobres como Cristo, tan perseguidos como Él, y supongamos que Dios nos dijera: –Hijos míos, le estoy dando al hombre la gloria más alta, permitiendo que Cristo venga y viva en él, viviendo la vida de sufrimiento que Él vivió–. ¿Cuántos dirían: –Sí, Señor, daría todo para que Cristo se posesionara de mí.
  • 7. Y ¿cuántos dirían: –Aquí donde vivo, sería demasiado costoso recibirlo de esta manera. Amigo, Dios se nos acerca con la misma pregunta: –¿Estás dispuesto a someterte a mi Hijo, Jesús, tal como le encuentras en la Palabra, en su humildad, en su dependencia, en su sumisión y obediencia, en su entrega a la muerte y al sepulcro, en su paciencia para esperar hasta que yo lo resucitara? ¿Estás dispuesto a tener a ese Cristo viviendo en tu corazón? ¿Estás dispuesto? Si no es así, ¿lo estás para prepararte? Si la respuesta es afirmativa, dile: "Quiero que ese Cristo viva su vida en mí, haciéndome exactamente como Él". Él está listo para hacerlo. Ya no te contentes con una cristiandad mediocre, diciendo: "Soy salvo y perdonado. Tengo un poco de Cristo y estoy haciendo lo mejor que puedo". ¡Oh, reclama la plena vida que Dios te ofrece! Permite que Cristo se posesione de ti completamente. Deja que este Cristo entre a tu vida: el Humilde, el Obediente, el Sufrido, el que murió, el que vivió dependiendo de Dios; y declara: "Ésa será mi vida, si Cristo la vive en mí".