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CONTRA QUIÉN LUCHAMOS ...... 1 

LA LEYENDA DEL ARCOIRIS ...... 2 

EL VENDEDOR DE GLOBOS ......... 6 

GANEMOS JUNTOS .......................... 8 

LA PIEDRA DE SOPA ...................... 9 

BUSCANDO LA PAZ ....................... 10 

 
CONTRA QUIÉN LUCHAMOS

Se cuenta lo siguiente de un viejo anacoreta o ermitaño, es decir, una
persona que se refugia en la soledad del desierto, del bosque o de las
montañas para solamente dedicarse a la oración y a la penitencia.

Se quejaba muchas veces que tenía demasiado que hacer.
La gente preguntó cómo era eso de que en la soledad estuviera con tanto
trabajo.

Les contestó:
"Tengo que domar a dos halcones, entrenar a dos águilas, mantener quietos
a dos conejos, vigilar una serpiente, cargar un asno y someter a un león".
No vemos ningún animal cerca de la cueva donde vives.
¿Dónde están todos estos animales?
Entonces el ermitaño dio una explicación que todos comprendieron.

Porque estos animales los tienen todas las personas, ustedes también.
Los dos halcones, se lanzan sobre todo lo que se les presenta, bueno y
malo.
Tengo que domarlos para que sólo se lancen sobre una presa buena, son
mis ojos.
Las dos águilas con sus garras hieren y destrozan.
Tengo que entrenarlas para que sólo se pongan al servicio y ayuden sin
herir, son mis dos manos.
Y los conejos quieren ir adonde les plazca, huir de los demás y esquivar las
cosas difíciles.
Tengo que enseñarles a estar quietos aunque haya un sufrimiento, un
problema o cualquier cosa que no me gusta, son mis dos pies.
Lo más difícil es vigilar la serpiente aunque se encuentra encerrada en una
jaula de 32 varillas.
Siempre está lista por morder y envenenar a los que la rodean apenas se
abre la jaula, si no la vigilo de cerca, hace daño, es mi lengua.
El burro es muy obstinado, no quiere cumplir con su deber.
Pretende estar cansado y no quiere llevar su carga de cada día, es mi
cuerpo.
Finalmente necesito domar al león, quiere ser el rey, quiere ser siempre el
primero, es vanidoso y orgulloso, es mi corazón.
 
LA LEYENDA DEL ARCOIRIS

Cuentan que hace mucho tiempo los colores empezaron a pelearse. Cada
uno proclamaba que él era el más importante, el más útil, el favorito.

El verde dijo: “Sin duda, yo soy el más importante. Soy el signo de la vida y
la esperanza. Me han escogido para la hierba, los árboles, las hojas. Sin mí
todos los animales morirían. Mirad alrededor y veréis que estoy en la
mayoría de las cosas”.

El azul interrumpió: “Tú sólo piensas en la tierra, pero considera el cielo y el
mar. El agua es la base de la Vida y son las nubes las que la absorben del
mar azul. El cielo da espacio, y paz y serenidad. Sin mi paz no seríais más
que aficionados.

El amarillo soltó una risita: “¡Vosotros sois tan serios! Yo traigo al mundo
risas, alegría y calor. El sol es amarillo, la luna es amarilla, las estrellas son
amarillas. Cada vez que miráis a un girasol, el mundo entero comienza a
sonreír. Sin mí no habría alegría”.

A continuación tornó la palabra el naranja: “Yo soy el color de la salud y de
la fuerza. Puedo ser poco frecuente pero soy precioso para las necesidades
internas de la vida humana. Yo transporto las vitaminas más importantes.
Pensad en las zanahorias, las calabazas, las naranjas, los mangos y
papayas. No estoy, todo el tiempo dando vueltas, pero cuando coloreo el
cielo en el amanecer o en el crepúsculo mi belleza es tan impresionante que
nadie piensa en vosotros”.

El rojo no podía contenerse por más tiempo y saltó: “yo soy el color del
valor y del peligro. Estoy dispuesto a luchar por una causa. Traigo fuego a
la sangre. Sin mí la tierra estaría vacía como la luna. Soy el color de la
pasión y del amor; de la rosa roja, la flor de pascua y la amapola”.

El púrpura enrojeció con toda su fuerza. Era muy alto y habló con gran
pompa: “Soy el color de la realiza y del poder. Reyes, jefes de Estado,
obispos, me han escogido siempre, porque el signo de la autoridad y de la
sabiduría. La gente no me cuestiona; me escucha y me obedece”.

El añil habló mucho más tranquilamente que los otros, pero con igual
determinación: “Pensad en mí. Soy el color del silencio. Raramente
repararéis en mí, pero sin mí todos seríais superficiales. Represento el
pensamiento y la reflexión, el crepúsculo y las aguas profundas. Me
necesitáis para el equilibrio y el contraste, la oración y la paz interior.

Así fue cómo los colores estuvieron presumiendo, cada uno convencido de
que él era el mejor. Su querella se hizo más y más ruidosa. De repente,
apareció un resplandor de luz blanca y brillante. Había relámpagos que
retumbaban con estrépito. La lluvia empezó a caer a cántaros,
implacablemente. Los colores comenzaron a acurrucarse con miedo,
acercándose unos a otros buscando protección.

La lluvia habló: “Estáis locos, colores, luchando contra vosotros mismos,
intentando cada uno dominar al resto. Cada uno tenéis un objetivo especial,
único, diferente. Juntad vuestras manos y venid conmigo”.

Seréis extendidos a través del mundo en un gran arco de color, como
recuerdo de que todos sois amados, de que podéis vivir juntos en paz,
como señal de esperanza para el mañana”. Y así fue como la lluvia sirve
para lavar el mundo. Y el arco iris en el cielo para que, cuando lo veáis, os
acordéis de que tenéis que teneros en cuenta unos a otros.
 
PAPÁ OLVIDA

Era una mañana como cualquier otra. Yo, como siempre, me hallaba de
mal humor. Te regañé porque te estabas tardando demasiado en
desayunar; te grité porque no parabas de jugar con los cubiertos y te
reprendí porque masticabas con la boca abierta. Comenzaste a refunfuñar
y entonces derramaste la leche sobre tu ropa. Furioso, te levante de los
cabellos y te empujé violentamente para que fueses a cambiarte de
inmediato.
Camino a la escuela no hablaste. Sentado en el asiento del coche llevabas
la mirada perdida. Te despediste de mí tímidamente y yo sólo te advertí
que no hicieras travesuras.

Por la tarde, cuando regresé a casa después de un día de mucho trabajo, te
encontré jugando en el jardín. Llevabas puesto unos pantalones nuevos y
estabas sucio y mojado. Frente a tus amiguitos te dije que debías cuidar la
ropa y los zapatos, que parecía no interesarte mucho el sacrificio de tus
padres para vestirte, te hice entrar a la casa para que te cambiaras de ropa
y mientras marchabas delante de mí te indiqué que caminaras erguido.
Mas tarde continuaste haciendo ruido y corriendo por toda la casa. A la
hora de cenar arrojé la servilleta sobre la mesa y me puse de pie furioso
porque tú no parabas de jugar. Dije que no soportaba más ese escándalo y
subí a mi estudio.

Al poco rato mi ira comenzó a apagarse. Me di cuenta de que había
exagerado mi postura y tuve el deseo de bajar para darte una caricia, pero
no pude.

¿Cómo podía un padre, después de hacer su teatro de indignación,
mostrarse tan sumiso y arrepentido? Luego escuché unos golpecitos en la
puerta.

"Adelante" - dije, adivinando que eras tú.

Abriste muy despacio y te detuviste indeciso en el umbral de la
habitación.
Me volví con seriedad hacia ti.

"¿Ya te vas a dormir? ¿Vienes a despedirte?

 No contestaste. Caminaste lentamente, con tus pequeños pasitos y sin que
me lo esperara, aceleraste tu andar para echarte en mis brazos
cariñosamente.
Te abracé y con un nudo en la garganta percibí la ligereza de tu delgado
cuerpecito. Tus manitas rodearon fuertemente mi cuello y me diste un beso
suave en la mejilla. Sentí que mi alma se quebrantaba. "Hasta mañana,
papito" - me dijiste.

Me quedé helado en mi silla.
¿Qué es lo que estaba haciendo? ¿Por qué me desesperaba tan fácilmente?
 Me había acostumbrado a tratarte como a una persona adulta, a exigirte
como si fueses igual a mí y ciertamente no eras igual. Tú tenías una calidad
humana de la que yo carecía; eras legítimo, puro, bueno y sobre todo,
sabías demostrar amor... ¿Porqué me costaba a mí tanto trabajo? ¿Por qué
tenía el hábito de estar siempre enojado? ¿Qué es lo que me estaba
ocurriendo? Yo también fui niño.

¿Cuándo fue que comencé a contaminarme?

Después de un rato entré a tu habitación y encendí la luz con sigilo.
Dormías profundamente. Tu hermoso rostro estaba ruborizado, tu boca
entreabierta, tu frente húmeda, tu aspecto indefenso como el de un bebé...
Me incliné para rozar con mis labios tus mejillas, respiré tu aroma limpio y
dulce. No pude contener la congoja y cerré los ojos. Una de mis lágrimas
cayó en tu piel. No te inmutaste. Me puse de rodillas y te pedí perdón en
silencio. Es tan difícil aprende a dominarse, a comprender la pureza de
nuestros                                                               hijos.
Somos los adultos quienes los hacemos temerosos, rencorosos, violentos...
Te cubrí cuidadosamente con las cobijas y salí de la habitación.
 Si Dios me da otra oportunidad y te permite vivir, algún día, cuando leas
esta carta, sabrás que a veces nuestros padres no son perfectos. Pero
sobre todo, ojalá que siempre te des cuenta que, pese a todos sus errores,
ellos te aman más que a su propia vida.
EL VENDEDOR DE GLOBOS

Una     vez había una gran fiesta en un pueblo. Toda la gente
había   dejado sus trabajos y ocupaciones de cada día para reunirse en la
plaza    principal, en donde estaban los juegos y los puestitos de
venta   de cuanta cosa linda una pudiera imaginarse.

Los niños eran quienes gozaban con aquellos festejos populares. Había
venido de lejos todo un circo, con payasos y equilibristas, con animales
amaestrados y domadores que les hacían hacer pruebas y cabriolas.
También se habían acercado hasta el pueblo toda clase de vendedores, que
ofrecían golosinas, alimentos y juguetes para que los chicos gastaran allí
 los pesos que sus padres o padrinos les habían regalado con objeto de sus
cumpleaños, o pagándoles trabajitos extras.

Entre todas estas personas había un vendedor de globos. Los tenía de todos
los colores y formas. Había algunos que se distinguían por su tamaño. Otros
eran bonitos porque imitaban a algún animal conocido, o extraño. Grandes,
chicos, vistosos o raros, todos los globos eran originales y ninguno se
parecía al otro. Sin embargo, eran pocas las personas que se acercaban a
mirarlos, y menos aún los que pedían para comprar algunos.

Pero se trataba de un gran vendedor. Por eso, en un momento en que toda
la gente estaba ocupada en curiosear y detenerse, hizo algo extraño. Tomó
uno de sus mejores globos y lo soltó. Como estaba lleno de aire muy
liviano, el globo comenzó a elevarse rápidamente y pronto estuvo por
encima de todo lo que había en la plaza. El cielo estaba clarito, y el sol
radiante de la mañana iluminaba aquel globo que trepaba y trepaba, rumbo
hacia el cielo, empujado lentamente hacia el oeste por el viento quieto de
aquella hora. El primer niño gritó:

-¡Mira mamá un globo!
Inmediatamente fueron varios más que lo vieron y lo señalaron a sus chicos
o a sus más cercanos. Para entonces, el vendedor ya había soltado un
nuevo globo de otro color y tamaño mucho más grande. Esto hizo que
prácticamente todo el mundo dejara de mirar lo que estaba haciendo, y se
pusiera a contemplar aquel sencillo y magnífico espectáculo de ver como un
globo perseguía al otro en su subida al cielo.

Para completar la cosa, el vendedor soltó dos globos con los mejores
colores que tenía, pero atados juntos. Con esto consiguió que una
tropilla de niños pequeños lo rodeara, y pidiera a gritos que su papá o su
mamá le comprara un globo como aquellos que estaban subiendo y
subiendo. Al gastar gratuitamente algunos de sus mejores globos, consiguió
que la gente le valorara todos los que aún le quedaban, y que eran muchos.
Porque realmente tenía globos de todas formas, tamaños y colores. En poco
tiempo ya eran muchísimos los niños que se paseaban con ellos, y hasta
había alguno que imitando lo que viera, había dejado que el suyo trepara en
libertad por el aire.

Había allí cerca un niño negro, que con dos lagrimones en los ojos,
miraba con tristeza todo aquello. Parecía como si una honda angustia
se hubiera apoderado de él. El vendedor, que era un buen hombre, se dio
cuenta de ello y llamándole le ofreció un globo. El pequeño movió la cabeza
negativamente, y se rehusó a tomarlo.
-Te lo regalo, pequeño-le dijo el hombre con cariño, insistiéndole
para que lo tomara.

Pero el niño negro, de pelo corto y ensortijado, con dos grandes ojos tristes,
hizo nuevamente un ademán negativo rehusando aceptar lo que se le
estaba ofreciendo. Extrañado el buen hombre le preguntó al pequeño que
era    entonces     lo   que     lo    entristecía.   Y    el   negrito     le
contestó, en forma de pregunta:

-Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene ahí ¿Será que sube
tan alto como los otros globos de colores?
Entonces el vendedor entendió. Tomó un hermoso globo negro, que nadie
había comprado, y desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le
decía:-Hace vos mismo la prueba. Soltalo y verás como también tu globo
sube igual que todos los demás.

Con ansiedad y esperanza, el negrito soltó lo que había recibido, y
su alegría fue inmensa al ver que también el suyo trepaba velozmente lo
mismo que habían hecho los demás globos. Se puso a bailar, a palmotear, a
reírse de puro contento y felicidad.
Entonces el vendedor, mirándolo a los ojos y acariciando su cabecita
enrulada, le dijo con cariño:

-Mira pequeño, lo que hace subir a los globos no es la forma ni el
color, sino lo que tiene adentro.
GANEMOS JUNTOS

Hace algunos años, en los paraolímpicos infantiles de Seattle, nueve
concursantes, todos con alguna discapacidad física o mental, se reunieron
en la línea de salida para correr los 100 metros planos.

Al sonido del disparo todos salieron, no exactamente como bólidos, pero
con gran entusiasmo de participar en la carrera, llegar a la meta y ganar.

Todos, es decir, menos uno, que tropezó en el asfalto, dio dos maromas y
empezó a llorar.

Los otros ocho oyeron al niño llorar, disminuyeron la velocidad y voltearon
hacia atrás. Todos dieron la vuelta y regresaron, todos.

Una niña con síndrome de Down se agachó, le dio un beso en la herida y le
dijo "Eso te lo va a curar". Entonces, los nueve se agarraron de las manos y
juntos caminaron hasta la meta.

Todos en el estadio se pusieron de pie, las porras y aplausos duraron varios
minutos. La gente que estuvo presente aun cuenta la historia.
¿Por qué? Porque dentro de nosotros sabemos una cosa: Lo importante en
esta vida va más allá de ganar nosotros mismos.

Lo importante en esta vida es ayudar a ganar a otros, aun cuando esto
signifique tener que disminuir la velocidad o cambiar el rumbo.
LA PIEDRA DE SOPA

En un pequeño pueblo, una mujer se llevó una gran sorpresa al ver que
había llamado a su puerta un extraño, correctamente vestido, que le pedía
algo de comer.” Lo siento”, dijo ella, “pero ahora mismo no tengo nada en
casa”.

“No se preocupe”, dijo amablemente el extraño.”Tengo una piedra de sopa
en mi cartera; si usted me permitiera echarla en un puchero de agua
hirviendo, yo haría la más exquisita sopa del mundo. Un puchero muy
grande, por favor.

A la mujer le picó la curiosidad, puso el puchero al fuego y fue a contar el
secreto de la piedra de sopa a sus vecinas. Cuando el agua rompió a hervir,
todo el vecindario se había reunido allí para ver a aquel extraño y su piedra
de sopa. El extraño dejó caer la piedra en el agua, luego probó una
cucharada con verdadera delectación y exclamó: “¡Deliciosa! Lo único que
necesita es unas cuantas patatas.”

“¡Yo tengo patatas en mi cocina!”, gritó una mujer. Y en pocos minutos
estaba de regreso con una gran fuente de patatas peladas que fueron
derechas al puchero. El extraño volvió a probar el brebaje.”!Excelente! dijo;
y añadió pensativamente: “Si tuviéramos un poco de carne , haríamos un
cocido de lo más apetitoso....!”

Otra ama de casa salió zumbando y regresó con un pedazo de carne que el
extraño, tras aceptarlo cortésmente, introdujo en el puchero. Cuando volvió
a probar el caldo, puso los ojos en blanco y dijo: ”¡Ah, que sabroso! Si
tuviéramos unas cuantas verduras, sería perfecto, absolutamente
perfecto...”

Una de las vecinas fue corriendo hasta su casa y volvió con una cesta llena
de cebollas y zanahorias. Después de introducir las verduras en el puchero,
el extraño probó nuevamente el guiso y, con tono autoritario, dijo: “La sal”.
”Aquí la tiene”, le dijo la dueña de la casa. A continuación dio orden: “Platos
para todo el mundo”. La gente se apresuró a ir a sus casas en busca de
platos. Algunos regresaron trayendo incluso pan y frutas.

Luego se sentaron a disfrutar de la espléndida comida, mientras el extraño
repartía abundantes raciones de su increíble sopa. Todos se sentían
extrañamente felices y mientras reían, charlaban y compartían por primera
vez su comida. En medio del alborozo, el extraño se escabulló
silenciosamente, dejando tras de sí la milagrosa piedra de sopa, que ellos
podrían usar siempre que quisieran hacer la más deliciosa sopa del mundo.
BUSCANDO LA PAZ

Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que
pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos artistas lo intentaron.
El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubo dos que a
él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.

La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto
donde se reflejaban unas placidas montañas que lo rodeaban. Sobre estas
se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos quienes
miraron esta pintura pensaron que esta reflejaba la paz perfecta.

La segunda pintura también tenía montañas. Pero estas eran escabrosas y
descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso
aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un
espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada pacífico.

Pero cuando el Rey observó cuidadosamente, vio tras la cascada un
delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se
encontraba un nido. Allí, en medio del rugir del la violenta caída de agua,
estaba sentado plácidamente un pajarito en su nido...

¿Paz perfecta...?
¿Cuál crees que fue la pintura ganadora?
El Rey escogió la segunda.
¿Sabes por qué?
"Porque," explicaba el Rey, "Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin
problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que a pesar de estar
en medio de todas estas cosas permanezcamos calmados dentro de nuestro
corazón. Este es el verdadero significado de la paz."

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  • 2. CONTRA QUIÉN LUCHAMOS Se cuenta lo siguiente de un viejo anacoreta o ermitaño, es decir, una persona que se refugia en la soledad del desierto, del bosque o de las montañas para solamente dedicarse a la oración y a la penitencia. Se quejaba muchas veces que tenía demasiado que hacer. La gente preguntó cómo era eso de que en la soledad estuviera con tanto trabajo. Les contestó: "Tengo que domar a dos halcones, entrenar a dos águilas, mantener quietos a dos conejos, vigilar una serpiente, cargar un asno y someter a un león". No vemos ningún animal cerca de la cueva donde vives. ¿Dónde están todos estos animales? Entonces el ermitaño dio una explicación que todos comprendieron. Porque estos animales los tienen todas las personas, ustedes también. Los dos halcones, se lanzan sobre todo lo que se les presenta, bueno y malo. Tengo que domarlos para que sólo se lancen sobre una presa buena, son mis ojos. Las dos águilas con sus garras hieren y destrozan. Tengo que entrenarlas para que sólo se pongan al servicio y ayuden sin herir, son mis dos manos. Y los conejos quieren ir adonde les plazca, huir de los demás y esquivar las cosas difíciles. Tengo que enseñarles a estar quietos aunque haya un sufrimiento, un problema o cualquier cosa que no me gusta, son mis dos pies. Lo más difícil es vigilar la serpiente aunque se encuentra encerrada en una jaula de 32 varillas. Siempre está lista por morder y envenenar a los que la rodean apenas se abre la jaula, si no la vigilo de cerca, hace daño, es mi lengua. El burro es muy obstinado, no quiere cumplir con su deber. Pretende estar cansado y no quiere llevar su carga de cada día, es mi cuerpo. Finalmente necesito domar al león, quiere ser el rey, quiere ser siempre el primero, es vanidoso y orgulloso, es mi corazón.  
  • 3. LA LEYENDA DEL ARCOIRIS Cuentan que hace mucho tiempo los colores empezaron a pelearse. Cada uno proclamaba que él era el más importante, el más útil, el favorito. El verde dijo: “Sin duda, yo soy el más importante. Soy el signo de la vida y la esperanza. Me han escogido para la hierba, los árboles, las hojas. Sin mí todos los animales morirían. Mirad alrededor y veréis que estoy en la mayoría de las cosas”. El azul interrumpió: “Tú sólo piensas en la tierra, pero considera el cielo y el mar. El agua es la base de la Vida y son las nubes las que la absorben del mar azul. El cielo da espacio, y paz y serenidad. Sin mi paz no seríais más que aficionados. El amarillo soltó una risita: “¡Vosotros sois tan serios! Yo traigo al mundo risas, alegría y calor. El sol es amarillo, la luna es amarilla, las estrellas son amarillas. Cada vez que miráis a un girasol, el mundo entero comienza a sonreír. Sin mí no habría alegría”. A continuación tornó la palabra el naranja: “Yo soy el color de la salud y de la fuerza. Puedo ser poco frecuente pero soy precioso para las necesidades internas de la vida humana. Yo transporto las vitaminas más importantes. Pensad en las zanahorias, las calabazas, las naranjas, los mangos y papayas. No estoy, todo el tiempo dando vueltas, pero cuando coloreo el cielo en el amanecer o en el crepúsculo mi belleza es tan impresionante que nadie piensa en vosotros”. El rojo no podía contenerse por más tiempo y saltó: “yo soy el color del valor y del peligro. Estoy dispuesto a luchar por una causa. Traigo fuego a la sangre. Sin mí la tierra estaría vacía como la luna. Soy el color de la pasión y del amor; de la rosa roja, la flor de pascua y la amapola”. El púrpura enrojeció con toda su fuerza. Era muy alto y habló con gran pompa: “Soy el color de la realiza y del poder. Reyes, jefes de Estado, obispos, me han escogido siempre, porque el signo de la autoridad y de la sabiduría. La gente no me cuestiona; me escucha y me obedece”. El añil habló mucho más tranquilamente que los otros, pero con igual determinación: “Pensad en mí. Soy el color del silencio. Raramente repararéis en mí, pero sin mí todos seríais superficiales. Represento el pensamiento y la reflexión, el crepúsculo y las aguas profundas. Me necesitáis para el equilibrio y el contraste, la oración y la paz interior. Así fue cómo los colores estuvieron presumiendo, cada uno convencido de que él era el mejor. Su querella se hizo más y más ruidosa. De repente, apareció un resplandor de luz blanca y brillante. Había relámpagos que retumbaban con estrépito. La lluvia empezó a caer a cántaros, implacablemente. Los colores comenzaron a acurrucarse con miedo, acercándose unos a otros buscando protección. La lluvia habló: “Estáis locos, colores, luchando contra vosotros mismos,
  • 4. intentando cada uno dominar al resto. Cada uno tenéis un objetivo especial, único, diferente. Juntad vuestras manos y venid conmigo”. Seréis extendidos a través del mundo en un gran arco de color, como recuerdo de que todos sois amados, de que podéis vivir juntos en paz, como señal de esperanza para el mañana”. Y así fue como la lluvia sirve para lavar el mundo. Y el arco iris en el cielo para que, cuando lo veáis, os acordéis de que tenéis que teneros en cuenta unos a otros.  
  • 5. PAPÁ OLVIDA Era una mañana como cualquier otra. Yo, como siempre, me hallaba de mal humor. Te regañé porque te estabas tardando demasiado en desayunar; te grité porque no parabas de jugar con los cubiertos y te reprendí porque masticabas con la boca abierta. Comenzaste a refunfuñar y entonces derramaste la leche sobre tu ropa. Furioso, te levante de los cabellos y te empujé violentamente para que fueses a cambiarte de inmediato. Camino a la escuela no hablaste. Sentado en el asiento del coche llevabas la mirada perdida. Te despediste de mí tímidamente y yo sólo te advertí que no hicieras travesuras. Por la tarde, cuando regresé a casa después de un día de mucho trabajo, te encontré jugando en el jardín. Llevabas puesto unos pantalones nuevos y estabas sucio y mojado. Frente a tus amiguitos te dije que debías cuidar la ropa y los zapatos, que parecía no interesarte mucho el sacrificio de tus padres para vestirte, te hice entrar a la casa para que te cambiaras de ropa y mientras marchabas delante de mí te indiqué que caminaras erguido. Mas tarde continuaste haciendo ruido y corriendo por toda la casa. A la hora de cenar arrojé la servilleta sobre la mesa y me puse de pie furioso porque tú no parabas de jugar. Dije que no soportaba más ese escándalo y subí a mi estudio. Al poco rato mi ira comenzó a apagarse. Me di cuenta de que había exagerado mi postura y tuve el deseo de bajar para darte una caricia, pero no pude. ¿Cómo podía un padre, después de hacer su teatro de indignación, mostrarse tan sumiso y arrepentido? Luego escuché unos golpecitos en la puerta. "Adelante" - dije, adivinando que eras tú. Abriste muy despacio y te detuviste indeciso en el umbral de la habitación. Me volví con seriedad hacia ti. "¿Ya te vas a dormir? ¿Vienes a despedirte? No contestaste. Caminaste lentamente, con tus pequeños pasitos y sin que me lo esperara, aceleraste tu andar para echarte en mis brazos cariñosamente. Te abracé y con un nudo en la garganta percibí la ligereza de tu delgado cuerpecito. Tus manitas rodearon fuertemente mi cuello y me diste un beso suave en la mejilla. Sentí que mi alma se quebrantaba. "Hasta mañana, papito" - me dijiste. Me quedé helado en mi silla.
  • 6. ¿Qué es lo que estaba haciendo? ¿Por qué me desesperaba tan fácilmente? Me había acostumbrado a tratarte como a una persona adulta, a exigirte como si fueses igual a mí y ciertamente no eras igual. Tú tenías una calidad humana de la que yo carecía; eras legítimo, puro, bueno y sobre todo, sabías demostrar amor... ¿Porqué me costaba a mí tanto trabajo? ¿Por qué tenía el hábito de estar siempre enojado? ¿Qué es lo que me estaba ocurriendo? Yo también fui niño. ¿Cuándo fue que comencé a contaminarme? Después de un rato entré a tu habitación y encendí la luz con sigilo. Dormías profundamente. Tu hermoso rostro estaba ruborizado, tu boca entreabierta, tu frente húmeda, tu aspecto indefenso como el de un bebé... Me incliné para rozar con mis labios tus mejillas, respiré tu aroma limpio y dulce. No pude contener la congoja y cerré los ojos. Una de mis lágrimas cayó en tu piel. No te inmutaste. Me puse de rodillas y te pedí perdón en silencio. Es tan difícil aprende a dominarse, a comprender la pureza de nuestros hijos. Somos los adultos quienes los hacemos temerosos, rencorosos, violentos... Te cubrí cuidadosamente con las cobijas y salí de la habitación. Si Dios me da otra oportunidad y te permite vivir, algún día, cuando leas esta carta, sabrás que a veces nuestros padres no son perfectos. Pero sobre todo, ojalá que siempre te des cuenta que, pese a todos sus errores, ellos te aman más que a su propia vida.
  • 7. EL VENDEDOR DE GLOBOS Una vez había una gran fiesta en un pueblo. Toda la gente había dejado sus trabajos y ocupaciones de cada día para reunirse en la plaza principal, en donde estaban los juegos y los puestitos de venta de cuanta cosa linda una pudiera imaginarse. Los niños eran quienes gozaban con aquellos festejos populares. Había venido de lejos todo un circo, con payasos y equilibristas, con animales amaestrados y domadores que les hacían hacer pruebas y cabriolas. También se habían acercado hasta el pueblo toda clase de vendedores, que ofrecían golosinas, alimentos y juguetes para que los chicos gastaran allí los pesos que sus padres o padrinos les habían regalado con objeto de sus cumpleaños, o pagándoles trabajitos extras. Entre todas estas personas había un vendedor de globos. Los tenía de todos los colores y formas. Había algunos que se distinguían por su tamaño. Otros eran bonitos porque imitaban a algún animal conocido, o extraño. Grandes, chicos, vistosos o raros, todos los globos eran originales y ninguno se parecía al otro. Sin embargo, eran pocas las personas que se acercaban a mirarlos, y menos aún los que pedían para comprar algunos. Pero se trataba de un gran vendedor. Por eso, en un momento en que toda la gente estaba ocupada en curiosear y detenerse, hizo algo extraño. Tomó uno de sus mejores globos y lo soltó. Como estaba lleno de aire muy liviano, el globo comenzó a elevarse rápidamente y pronto estuvo por encima de todo lo que había en la plaza. El cielo estaba clarito, y el sol radiante de la mañana iluminaba aquel globo que trepaba y trepaba, rumbo hacia el cielo, empujado lentamente hacia el oeste por el viento quieto de aquella hora. El primer niño gritó: -¡Mira mamá un globo! Inmediatamente fueron varios más que lo vieron y lo señalaron a sus chicos o a sus más cercanos. Para entonces, el vendedor ya había soltado un nuevo globo de otro color y tamaño mucho más grande. Esto hizo que prácticamente todo el mundo dejara de mirar lo que estaba haciendo, y se pusiera a contemplar aquel sencillo y magnífico espectáculo de ver como un globo perseguía al otro en su subida al cielo. Para completar la cosa, el vendedor soltó dos globos con los mejores colores que tenía, pero atados juntos. Con esto consiguió que una tropilla de niños pequeños lo rodeara, y pidiera a gritos que su papá o su mamá le comprara un globo como aquellos que estaban subiendo y subiendo. Al gastar gratuitamente algunos de sus mejores globos, consiguió que la gente le valorara todos los que aún le quedaban, y que eran muchos. Porque realmente tenía globos de todas formas, tamaños y colores. En poco tiempo ya eran muchísimos los niños que se paseaban con ellos, y hasta había alguno que imitando lo que viera, había dejado que el suyo trepara en libertad por el aire. Había allí cerca un niño negro, que con dos lagrimones en los ojos, miraba con tristeza todo aquello. Parecía como si una honda angustia
  • 8. se hubiera apoderado de él. El vendedor, que era un buen hombre, se dio cuenta de ello y llamándole le ofreció un globo. El pequeño movió la cabeza negativamente, y se rehusó a tomarlo. -Te lo regalo, pequeño-le dijo el hombre con cariño, insistiéndole para que lo tomara. Pero el niño negro, de pelo corto y ensortijado, con dos grandes ojos tristes, hizo nuevamente un ademán negativo rehusando aceptar lo que se le estaba ofreciendo. Extrañado el buen hombre le preguntó al pequeño que era entonces lo que lo entristecía. Y el negrito le contestó, en forma de pregunta: -Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene ahí ¿Será que sube tan alto como los otros globos de colores? Entonces el vendedor entendió. Tomó un hermoso globo negro, que nadie había comprado, y desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le decía:-Hace vos mismo la prueba. Soltalo y verás como también tu globo sube igual que todos los demás. Con ansiedad y esperanza, el negrito soltó lo que había recibido, y su alegría fue inmensa al ver que también el suyo trepaba velozmente lo mismo que habían hecho los demás globos. Se puso a bailar, a palmotear, a reírse de puro contento y felicidad. Entonces el vendedor, mirándolo a los ojos y acariciando su cabecita enrulada, le dijo con cariño: -Mira pequeño, lo que hace subir a los globos no es la forma ni el color, sino lo que tiene adentro.
  • 9. GANEMOS JUNTOS Hace algunos años, en los paraolímpicos infantiles de Seattle, nueve concursantes, todos con alguna discapacidad física o mental, se reunieron en la línea de salida para correr los 100 metros planos. Al sonido del disparo todos salieron, no exactamente como bólidos, pero con gran entusiasmo de participar en la carrera, llegar a la meta y ganar. Todos, es decir, menos uno, que tropezó en el asfalto, dio dos maromas y empezó a llorar. Los otros ocho oyeron al niño llorar, disminuyeron la velocidad y voltearon hacia atrás. Todos dieron la vuelta y regresaron, todos. Una niña con síndrome de Down se agachó, le dio un beso en la herida y le dijo "Eso te lo va a curar". Entonces, los nueve se agarraron de las manos y juntos caminaron hasta la meta. Todos en el estadio se pusieron de pie, las porras y aplausos duraron varios minutos. La gente que estuvo presente aun cuenta la historia. ¿Por qué? Porque dentro de nosotros sabemos una cosa: Lo importante en esta vida va más allá de ganar nosotros mismos. Lo importante en esta vida es ayudar a ganar a otros, aun cuando esto signifique tener que disminuir la velocidad o cambiar el rumbo.
  • 10. LA PIEDRA DE SOPA En un pequeño pueblo, una mujer se llevó una gran sorpresa al ver que había llamado a su puerta un extraño, correctamente vestido, que le pedía algo de comer.” Lo siento”, dijo ella, “pero ahora mismo no tengo nada en casa”. “No se preocupe”, dijo amablemente el extraño.”Tengo una piedra de sopa en mi cartera; si usted me permitiera echarla en un puchero de agua hirviendo, yo haría la más exquisita sopa del mundo. Un puchero muy grande, por favor. A la mujer le picó la curiosidad, puso el puchero al fuego y fue a contar el secreto de la piedra de sopa a sus vecinas. Cuando el agua rompió a hervir, todo el vecindario se había reunido allí para ver a aquel extraño y su piedra de sopa. El extraño dejó caer la piedra en el agua, luego probó una cucharada con verdadera delectación y exclamó: “¡Deliciosa! Lo único que necesita es unas cuantas patatas.” “¡Yo tengo patatas en mi cocina!”, gritó una mujer. Y en pocos minutos estaba de regreso con una gran fuente de patatas peladas que fueron derechas al puchero. El extraño volvió a probar el brebaje.”!Excelente! dijo; y añadió pensativamente: “Si tuviéramos un poco de carne , haríamos un cocido de lo más apetitoso....!” Otra ama de casa salió zumbando y regresó con un pedazo de carne que el extraño, tras aceptarlo cortésmente, introdujo en el puchero. Cuando volvió a probar el caldo, puso los ojos en blanco y dijo: ”¡Ah, que sabroso! Si tuviéramos unas cuantas verduras, sería perfecto, absolutamente perfecto...” Una de las vecinas fue corriendo hasta su casa y volvió con una cesta llena de cebollas y zanahorias. Después de introducir las verduras en el puchero, el extraño probó nuevamente el guiso y, con tono autoritario, dijo: “La sal”. ”Aquí la tiene”, le dijo la dueña de la casa. A continuación dio orden: “Platos para todo el mundo”. La gente se apresuró a ir a sus casas en busca de platos. Algunos regresaron trayendo incluso pan y frutas. Luego se sentaron a disfrutar de la espléndida comida, mientras el extraño repartía abundantes raciones de su increíble sopa. Todos se sentían extrañamente felices y mientras reían, charlaban y compartían por primera vez su comida. En medio del alborozo, el extraño se escabulló silenciosamente, dejando tras de sí la milagrosa piedra de sopa, que ellos podrían usar siempre que quisieran hacer la más deliciosa sopa del mundo.
  • 11. BUSCANDO LA PAZ Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos artistas lo intentaron. El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubo dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas. La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas placidas montañas que lo rodeaban. Sobre estas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos quienes miraron esta pintura pensaron que esta reflejaba la paz perfecta. La segunda pintura también tenía montañas. Pero estas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada pacífico. Pero cuando el Rey observó cuidadosamente, vio tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir del la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en su nido... ¿Paz perfecta...? ¿Cuál crees que fue la pintura ganadora? El Rey escogió la segunda. ¿Sabes por qué? "Porque," explicaba el Rey, "Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que a pesar de estar en medio de todas estas cosas permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón. Este es el verdadero significado de la paz."