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EL RETRATO
Madre, no sé muy bien cómo buscar a los muertos,
Me extravío en mi alma, en sus rostros escarpados,
En las zarzas y en sus miradas.
Ayúdame a regresar
De mis horizontes aspirados por unos labios vertiginosos.
Ayúdame a permanecer inmóvil,
¡Tantos gestos nos separan, tantos galgos crueles!
Que me inclino sobre el manantial en el que se forja tu silencio
En un reflejo de hojarasca que tu alma hace temblar.
¡Ah!, en tu fotografía
Apenas puedo ver de qué lado sopla tu mirada.
Y sin embargo nos vamos, tu retrato conmigo,
Tan condenados el uno al otro
Que nuestros pasos se parecen
En ese país clandestino
Por el que sólo pasamos nosotros.
Subimos extrañamente cotas y montañas
Y jugamos en la bajada como heridos sin manos.
Un cirio se derrite cada noche, salpica a la cara de la aurora,
La aurora que cada día sale de las sábanas cargadas de muerte,
Y medio asfixiada
Tarda en reconocerse.
Te hablo con dureza, mamá;
Hablo con dureza a los muertos porque es preciso hablarles así,
De pie en tejados resbalosos,
Con las dos manos ahuecadas y con un tono enfurecido,
Para dominar el silencio ensordecedor
Que quisiera separarnos, a nosotros los muertos y a nosotros los vivos.
De ti poseo unas cuantas joyas como fragmentos del invierno
Que descienden río abajo,
Esa pulsera fue tuya y brilla en la noche de un cofre
En esa noche aplastada en la que la luna creciente
Intenta en vano elevarse
Y vuelve a empezar una y otra vez, prisionera de lo imposible.
Fui tú con tanta fuerza, yo que lo soy tan débilmente,
Y tan unidos ambos que hubiésemos debido morir juntos
Como dos marinos medio ahogados, que se impiden nadar el uno al otro,
Dándose puntapiés en las profundidades del Atlántico
En donde comienzan los peces ciegos
Y los horizontes verticales.
Porque tú has sido yo
Puedo mirar un jardín sin pensar en otra cosa,
Elegir entre mis miradas,
Ir a mi encuentro.
Acaso quede aún
Una uña de tus manos entre las uñas de mis manos,
Una de tus pestañas mezclada con las mías;
Uno de tus latidos se pierde entre los latidos de mi corazón,
Yo lo reconozco entre todos ellos
Y sé retenerlo.
Pero ¿todavía late tu corazón? No lo necesitas,
Vives separada de ti como si fueras tu propia hermana,
Mi muerta de veintiocho años
Que me mira de tres cuartos,
Con el alma en equilibrio y llena de mesura.
Llevas el mismo vestido que ya nada desgastará,
Ha entrado en la eternidad con mucha dulzura
Y a veces cambia de color, pero yo soy el único que lo sabe.
Cigarras de cobre, leones de bronce, víboras de arcilla,
¡Aquí es donde nada respira!
El aliento de mi mentira
La única vida que me rodea.
Y he ahí en mi muñeca
El pulso mineral de los muertos,
Aquel que se oye si acercamos el cuerpo
A los estratos del cementerio.
UN POETA
Yo no voy siempre solo al fondo de mi mismo
Sino que a veces llevo a otros seres conmigo.
Los que hayan entrado en mis frías cavernas,
¿Están seguros de salir aunque sólo un momento?
Yo acumulo en mi noche, como un barco que se hunde,
Sin distingo, el pasaje y la tripulación,
Y dejo a los ojos sin luz, y en los camarotes
Hago amistad con quienes gustan de lo profundo.
***
Todavía tembloroso
Bajo la piel de las tinieblas
Todas las mañanas debo
Recomponer a un hombre
Con toda esa mezcla
De mis días anteriores
Y lo poco que me queda
De mis días por venir.
Heme aquí todo entero,
Voy hacia la ventana.
Luz de este día,
Vengo del fondo de los tiempos,
Respeta con delicadeza
Mis minutos oscuros,
Déjame un poco todavía
De lo que tengo de nocturno,
De estrellado por adentro
Y de listo para morir
Bajo el sol ascendente
Que no para de crecer.
ASIR
Asir, asir la tarde, la manzana y la estatua.
Asir la sombra, el muro y el final de la calle.
Asir el cuello, el pie de la mujer tendida.
Y luego abrir las manos. ¡Cuántos pájaros sueltos!
Cuántos perdidos pájaros convertidos en calle.
En sombra, muro, tarde, en manzana y estatua.
PLEGARIA AL DESCONOCIDO
He aquí que me sorprendo hablándote, Dios mío,
yo, que no sé todavía si existes
ni comprendo la lengua de tus iglesias susurrantes.
Miro los altares, la bóveda de tu casa
como quien dice simplemente: “Esto es madera, esto es piedra,
aquéllas son columnas románicas, le falta la nariz a ese santo,
y adentro como afuera hay un mismo desamparo entre los hombres”.
Bajo los ojos sin poder arrodillarme durante la misa
como si dejara pasar una tormenta sobre mi cabeza
y no puedo evitar el pensar siempre en otra cosa.
Me pasaré la vida pensando en otra cosa,
y esa otra cosa soy yo, tal vez mi yo verdadero:
es allí donde me refugio, y tal vez sea allí donde tú estás,
creo que nunca podré vivir sino en esas lejanías que me seducen.
El momento presente es un regalo que no he sabido aprovechar,
no sé bien cómo se usa, lo volteo para un lado y para el otro
y no logro que funcione su difícil mecanismo.
No creo en ti, Dios mío, pero quisiera hablarte a pesar de todo;
he hablado con las estrellas aunque las sepa sin vida,
con los más humildes de los animales aunque los sepa sin respuesta,
con los árboles que, sin el viento, serían mudos como la tumba.
Y me he hablado a mí mismo aunque no estoy seguro del todo de que existo.
No sé si oyes nuestras plegarias, las plegarias de los hombres,
no sé si tienes ganas de escucharlas,
no sé si tienes como nosotros un corazón en alerta continua
y oídos siempre abiertos a las noticias más diversas.
No sé si te gusta mirar por aquí.
Pero querría recordarte a tu planeta la Tierra,
con sus flores, sus guijarros, sus jardines y sus casas.
Con todos sus seres; con nosotros que sufrimos y lo sabemos.
Querría dirigirte cuanto antes estas humildes palabras humanas
porque cada cual debe tentar ahora lo imposible
aun si no eres más que un soplo de hace millares de años,
una gran velocidad adquirida, una melancolía durable
que hace aún girar a las esferas en su melodía.
Querría, Dios sin rostro y tal vez sin esperanza,
que prestaras toda tu atención, entre tantos cielos vagabunda,
a los hombres que nunca pueden darse un respiro en el planeta.
Escúchame, corre prisa: todos van a desalentarse
y ya no podremos distinguir a los jóvenes de los viejos.
Cada mañana se preguntan si la matanza va a comenzar.
Por todas partes se preparan extraños distribuidores
de sangre, de quejidos y de lágrimas.
Se preguntan si los trigos no esconden ya fusiles.
¿Se acabó el tiempo en que podías ocuparte de los hombres?
¿Te llaman de otros mundos, médico de consulta
que sin saber por dónde empezar deja morir a su clientela?
Escúchame, no soy más que un hombre entre tantos otros:
el alma está a gusto en el cuerpo, el alma no quiere escaparen un estallido de
bomba;
el alma es para nosotros una caricia, un secreto halago.
Déjanos respirar sin pensar en nuevos venenos,
déjanos mirar a nuestros niños sin pensar todo el tiempo en la muerte.
No estamos para batallas, para generales.
Déjanos nuestro ir y venir de rebaño entre cencerros
y olor a leche que se mezcla al olor de la hierba espesa.
Ah, si existes, mi Dios, mira de nuestro lado,
ven y descansa un rato entre nosotros, la Tierra es hermosa con sus árboles,
sus ríos y sus estanques, tan hermosa que uno diría
que la añoras un poco.
No te vayas a hacer el sordo una vez más
ni a sentirte conmigo, Dios, si te tuteo,
si te hablo con tan abrupta simplicidad:
creería menos que en cualquier otro en un Dios que aterrorizara;
y tú, más que por el rayo, sabes expresarte por las briznas de hierba
y los ojos del agua y los juegos de los niños,
lo cual no impide que haya océanos y cadenas de montañas.
No puedes ofenderte porque te digo lo que pienso,
porque reflexiono como puedo sobre el hombre y su existencia
con la franqueza de la tierra y de las diversas estaciones
y tal vez con tu franqueza cuyas lecciones ignoro.
No me faltan disculpas, consiente en aceptar mis pobres sutilezas,
tantas cosas se preparan solapadamente contra nosotros
que, por mucho que hagamos, tememos siempre que nos sorprendan
desprevenidos,
tememos ser como el toro que no comprende qué sucede:
lo llevan al matadero, no sabe adónde va,
y justo antes de recibir el golpe mortal sobre la frente
se repite que tiene hambre, y pastaría de buena gana,
¿pero qué pasa con esa gente de delantales llenos de sangre
para que así se empeñen todos en atenderlo esta mañana?
Un poeta
No siempre voy solo a lo más profundo de mi ser
Sino que a veces llevo a otros seres conmigo.
Los que hayan entrado en mis frías cavernas,
¿Están seguros de salir aunque sea sólo un momento?
Yo acumulo pasajeros y marineros en mi noche,
Como un barco que se hunde indiscriminadamente,
Apago la luz de sus ojos, y en las cabinas
Me hago amigos de grandes profundidades.
El Retrato
Me inclino sobre la fuente donde nace tu silencio
en un reflejo de hojas que tu alma hace temblar.
Sobre tu fotografía.
Puede ser que quede aún
una uña de tus manos entre las uñas de mis manos,
una de tus pestañas mezcladas con las mías,
uno de tus latidos extraviados entre los latidos de mi corazón.
Asir
Asir, asir la tarde, la manzana y la estatua.
Asir la sombra, el muro y el final de la calle.
Asir el cuello, el pie de la mujer tendida.
Y luego abrir las manos. ¡Cuántos pájaros sueltos!
Cuántos perdidos pájaros convertidos en calle.
En sombra, muro, tarde, en manzana y estatua.
Plegaria al desconocido
He aquí que me sorprendo hablándote, Dios mío,
yo, que no sé todavía si existes
ni comprendo la lengua de tus iglesias susurrantes.
Miro los altares, la bóveda de tu casa
como quien dice simplemente: “Esto es madera, esto es
piedra,
aquéllas son columnas románicas, le falta la nariz a ese
santo,
y adentro como afuera hay un mismo desamparo entre los
hombres”.
Bajo los ojos sin poder arrodillarme durante la misa
como si dejara pasar una tormenta sobre mi cabeza
y no puedo evitar el pensar siempre en otra cosa.
Me pasaré la vida pensando en otra cosa,
y esa otra cosa soy yo, tal vez mi yo verdadero:
es allí donde me refugio, y tal vez sea allí donde tú estás,
creo que nunca podré vivir sino en esas lejanías que me
seducen.
El momento presente es un regalo que no he sabido
aprovechar,
no sé bien cómo se usa, lo volteo para un lado y para el otro
y no logro que funcione su difícil mecanismo.
No creo en ti, Dios mío, pero quisiera hablarte a pesar de
todo;
he hablado con las estrellas aunque las sepa sin vida,
con los más humildes de los animales aunque los sepa sin
respuesta,
con los árboles que, sin el viento, serían mudos como la
tumba.
Y me he hablado a mí mismo aunque no estoy seguro del
todo de que existo.
No sé si oyes nuestras plegarias, las plegarias de los
hombres,
no sé si tienes ganas de escucharlas,
no sé si tienes como nosotros un corazón en alerta continua
y oídos siempre abiertos a las noticias más diversas.
No sé si te gusta mirar por aquí.
Pero querría recordarte a tu planeta la Tierra,
con sus flores, sus guijarros, sus jardines y sus casas.
Con todos sus seres; con nosotros que sufrimos y lo sabemos.
Querría dirigirte cuanto antes estas humildes palabras
humanas
porque cada cual debe tentar ahora lo imposible
aun si no eres más que un soplo de hace millares de años,
una gran velocidad adquirida, una melancolía durable
que hace aún girar a las esferas en su melodía.
Querría, Dios sin rostro y tal vez sin esperanza,
que prestaras toda tu atención, entre tantos cielos
vagabunda,
a los hombres que nunca pueden darse un respiro en el
planeta.
Escúchame, corre prisa: todos van a desalentarse
y ya no podremos distinguir a los jóvenes de los viejos.
Cada mañana se preguntan si la matanza va a comenzar.
Por todas partes se preparan extraños distribuidores
de sangre, de quejidos y de lágrimas.
Se preguntan si los trigos no esconden ya fusiles.
¿Se acabó el tiempo en que podías ocuparte de los hombres?
¿Te llaman de otros mundos, médico de consulta
que sin saber por dónde empezar deja morir a su clientela?
Escúchame, no soy más que un hombre entre tantos otros:
el alma está a gusto en el cuerpo, el alma no quiere
escaparen un estallido de bomba;
el alma es para nosotros una caricia, un secreto halago.
Déjanos respirar sin pensar en nuevos venenos,
déjanos mirar a nuestros niños sin pensar todo el tiempo en
la muerte.
No estamos para batallas, para generales.
Déjanos nuestro ir y venir de rebaño entre cencerros
y olor a leche que se mezcla al olor de la hierba espesa.
Ah, si existes, mi Dios, mira de nuestro lado,
ven y descansa un rato entre nosotros, la Tierra es hermosa
con sus árboles,
sus ríos y sus estanques, tan hermosa que uno diría
que la añoras un poco.
No te vayas a hacer el sordo una vez más
ni a sentirte conmigo, Dios, si te tuteo,
si te hablo con tan abrupta simplicidad:
creería menos que en cualquier otro en un Dios que
aterrorizara;
y tú, más que por el rayo, sabes expresarte por las briznas de
hierba
y los ojos del agua y los juegos de los niños,
lo cual no impide que haya océanos y cadenas de montañas.
No puedes ofenderte porque te digo lo que pienso,
porque reflexiono como puedo sobre el hombre y su
existencia
con la franqueza de la tierra y de las diversas estaciones
y tal vez con tu franqueza cuyas lecciones ignoro.
No me faltan disculpas, consiente en aceptar mis pobres
sutilezas,
tantas cosas se preparan solapadamente contra nosotros
que, por mucho que hagamos, tememos siempre que nos
sorprendan desprevenidos,
tememos ser como el toro que no comprende qué sucede:
lo llevan al matadero, no sabe adónde va,
y justo antes de recibir el golpe mortal sobre la frente
se repite que tiene hambre, y pastaría de buena gana,
¿pero qué pasa con esa gente de delantales llenos de sangre
para que así se empeñen todos en atenderlo esta mañana?
Tomado de:
http://cuentosmagicosblog.blogspot.com/2014/05/algunas-
poesias-de-jules-supervielle.html
Homenaje a la vida
Es bueno haber elegido
un hogar vivo
y un tiempo alojado
en un corazón incesante
y visto mis manos
en el mundo,
como en una manzana
en un pequeño jardín,
haber amado la tierra,
la luna y el sol
como viejos amigos
que no tienen igual,
y haber comprometido
el mundo a la memoria
como un jinete brillante
a su corcel negro,
haber dado una cara
a estas palabras - mujer, niños,
y haber sido una orilla
para los continentes errantes
y haber venido al alma
con pequeños golpes de los remos,
porque se asusta
Por un enfoque brusco.
Es hermoso haber conocido
la sombra debajo de las hojas,
y haber sentido la edad
arrastrarse sobre el cuerpo desnudo,
y haber acompañado el dolor
de la sangre negra en nuestras venas,
y dorar su silencio
con la estrella, la paciencia,
y tener todas estas palabras.
Moviéndose en la cabeza,
para elegir la menos bella de ellas
y dejarlas tener una pelota,
haber sentido la vida,
apresurada y mal amada,
y encerrada
en esta poesía.
Traducido por: Kenneth Rexroth © por el propietario.
proporcionado sin cargo con fines educativos
Cifras
Mezclo caras como cartas
a pesar de mí mismo, y todos me
son queridos. A veces
uno cae al suelo
y lo busco en vano.
La tarjeta ha desaparecido.
No se nada mas.
Aún así, era una cara bonita que
me había encariñado.
Yo barajo otras cartas.
Hay inquietud en esta sala,
quiero decir que mi corazón
sigue ardiendo,
pero no por esa tarjeta
reemplazada por otra.
La cara es nueva.
Completa la mano,
pero permanece desfigurada.
Eso es todo lo que sé.
Nadie sabe más.
Traducciones de IAN SEED.
© por el propietario. proporcionado sin cargo con fines
educativos
Pez
Pesque con sus lentos recuerdos en arroyos profundos,
¿qué puedo hacer aquí con estos? No sé nada
de ti, excepto un poco de espuma y sombra
y que un día, como yo, morirás.
Entonces, ¿por qué vienes a cuestionar mis sueños
como si de alguna manera pudiera ser de utilidad para ti?
Regresa al mar, déjame en mi tierra seca.
No fuimos hechos para mezclar nuestros días.
Traducciones de IAN SEED.
© por el propietario. proporcionado sin cargo con fines
educativos
Detrás de tres paredes y dos puertas
nunca piensas en mí.
Mas ni la piedra ni el calor ni el frío,
ni siquiera tú puedes impedir
que te cree y recree
a mi antojo, en mi interior
igual que las estaciones crean bosques
sobre la superficie de la tierra.
Un Poeta
Yo no voy siempre solo al fondo de mi mismo
Sino que a veces llevo a otros seres conmigo.
Los que hayan entrado en mis frías cavernas,
¿Están seguros de salir aunque sólo un momento?
Yo acumulo en mi noche, como un barco que se hunde,
Sin distingo, el pasaje y la tripulación,
Y dejo a los ojos sin luz, y en los camarotes
Hago amistad con quienes gustan de lo profundo.
Todavía tembloroso
Bajo la piel de las tinieblas
Todas las mañanas debo
Recomponer a un hombre
Con toda esa mezcla
De mis días anteriores
Y lo poco que me queda
De mis días por venir.
Heme aquí todo entero,
Voy hacia la ventana.
Luz de este día,
Vengo del fondo de los tiempos,
Respeta con delicadeza
Mis minutos oscuros,
Déjame un poco todavía
De lo que tengo de nocturno,
De estrellado por adentro
Y de listo para morir
Bajo el sol ascendente
Que no para de crecer.
El Retrato
Me inclino sobre la fuente donde nace tu silencio
en un reflejo de hojas que tu alma hace temblar.
Sobre tu fotografía.
Puede ser que quede aún
una uña de tus manos entre las uñas de mis manos,
una de tus pestañas mezcladas con las mías,
uno de tus latidos extraviados entre los latidos de mi corazón.
Asir
Asir, asir la tarde, la manzana y la estatua.
Asir la sombra, el muro y el final de la calle.
Asir el cuello, el pie de la mujer tendida.
Y luego abrir las manos. ¡Cuántos pájaros sueltos!
Cuántos perdidos pájaros convertidos en calle.
En sombra, muro, tarde, en manzana y estatua.
Plegaria al desconocido
He aquí que me sorprendo hablándote, Dios mío,
yo, que no sé todavía si existes
ni comprendo la lengua de tus iglesias susurrantes.
Miro los altares, la bóveda de tu casa
como quien dice simplemente: “Esto es madera, esto es piedra,
aquéllas son columnas románicas, le falta la nariz a ese santo,
y adentro como afuera hay un mismo desamparo entre los hombres”.
Bajo los ojos sin poder arrodillarme durante la misa
como si dejara pasar una tormenta sobre mi cabeza
y no puedo evitar el pensar siempre en otra cosa.
Me pasaré la vida pensando en otra cosa,
y esa otra cosa soy yo, tal vez mi yo verdadero:
es allí donde me refugio, y tal vez sea allí donde tú estás,
creo que nunca podré vivir sino en esas lejanías que me seducen.
El momento presente es un regalo que no he sabido aprovechar,
no sé bien cómo se usa, lo volteo para un lado y para el otro
y no logro que funcione su difícil mecanismo.
No creo en ti, Dios mío, pero quisiera hablarte a pesar de todo;
he hablado con las estrellas aunque las sepa sin vida,
con los más humildes de los animales aunque los sepa sin respuesta,
con los árboles que, sin el viento, serían mudos como la tumba.
Y me he hablado a mí mismo aunque no estoy seguro del todo de que existo.
No sé si oyes nuestras plegarias, las plegarias de los hombres,
no sé si tienes ganas de escucharlas,
no sé si tienes como nosotros un corazón en alerta continua
y oídos siempre abiertos a las noticias más diversas.
No sé si te gusta mirar por aquí.
Pero querría recordarte a tu planeta la Tierra,
con sus flores, sus guijarros, sus jardines y sus casas.
Con todos sus seres; con nosotros que sufrimos y lo sabemos.
Querría dirigirte cuanto antes estas humildes palabras humanas
porque cada cual debe tentar ahora lo imposible
aun si no eres más que un soplo de hace millares de años,
una gran velocidad adquirida, una melancolía durable
que hace aún girar a las esferas en su melodía.
Querría, Dios sin rostro y tal vez sin esperanza,
que prestaras toda tu atención, entre tantos cielos vagabunda,
a los hombres que nunca pueden darse un respiro en el planeta.
Escúchame, corre prisa: todos van a desalentarse
y ya no podremos distinguir a los jóvenes de los viejos.
Cada mañana se preguntan si la matanza va a comenzar.
Por todas partes se preparan extraños distribuidores
de sangre, de quejidos y de lágrimas.
Se preguntan si los trigos no esconden ya fusiles.
¿Se acabó el tiempo en que podías ocuparte de los hombres?
¿Te llaman de otros mundos, médico de consulta
que sin saber por dónde empezar deja morir a su clientela?
Escúchame, no soy más que un hombre entre tantos otros:
el alma está a gusto en el cuerpo, el alma no quiere escaparen un estallido de bomba;
el alma es para nosotros una caricia, un secreto halago.
Déjanos respirar sin pensar en nuevos venenos,
déjanos mirar a nuestros niños sin pensar todo el tiempo en la muerte.
No estamos para batallas, para generales.
Déjanos nuestro ir y venir de rebaño entre cencerros
y olor a leche que se mezcla al olor de la hierba espesa.
Ah, si existes, mi Dios, mira de nuestro lado,
ven y descansa un rato entre nosotros, la Tierra es hermosa con sus árboles,
sus ríos y sus estanques, tan hermosa que uno diría
que la añoras un poco.
No te vayas a hacer el sordo una vez más
ni a sentirte conmigo, Dios, si te tuteo,
si te hablo con tan abrupta simplicidad:
creería menos que en cualquier otro en un Dios que aterrorizara;
y tú, más que por el rayo, sabes expresarte por las briznas de hierba
y los ojos del agua y los juegos de los niños,
lo cual no impide que haya océanos y cadenas de montañas.
No puedes ofenderte porque te digo lo que pienso,
porque reflexiono como puedo sobre el hombre y su existencia
con la franqueza de la tierra y de las diversas estaciones
y tal vez con tu franqueza cuyas lecciones ignoro.
No me faltan disculpas, consiente en aceptar mis pobres sutilezas,
tantas cosas se preparan solapadamente contra nosotros
que, por mucho que hagamos, tememos siempre que nos sorprendan desprevenidos,
tememos ser como el toro que no comprende qué sucede:
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Jules supervielle - poemas

  • 1. EL RETRATO Madre, no sé muy bien cómo buscar a los muertos, Me extravío en mi alma, en sus rostros escarpados, En las zarzas y en sus miradas. Ayúdame a regresar De mis horizontes aspirados por unos labios vertiginosos. Ayúdame a permanecer inmóvil, ¡Tantos gestos nos separan, tantos galgos crueles! Que me inclino sobre el manantial en el que se forja tu silencio En un reflejo de hojarasca que tu alma hace temblar. ¡Ah!, en tu fotografía Apenas puedo ver de qué lado sopla tu mirada. Y sin embargo nos vamos, tu retrato conmigo, Tan condenados el uno al otro Que nuestros pasos se parecen En ese país clandestino Por el que sólo pasamos nosotros. Subimos extrañamente cotas y montañas Y jugamos en la bajada como heridos sin manos. Un cirio se derrite cada noche, salpica a la cara de la aurora, La aurora que cada día sale de las sábanas cargadas de muerte, Y medio asfixiada Tarda en reconocerse. Te hablo con dureza, mamá; Hablo con dureza a los muertos porque es preciso hablarles así, De pie en tejados resbalosos, Con las dos manos ahuecadas y con un tono enfurecido, Para dominar el silencio ensordecedor Que quisiera separarnos, a nosotros los muertos y a nosotros los vivos. De ti poseo unas cuantas joyas como fragmentos del invierno Que descienden río abajo, Esa pulsera fue tuya y brilla en la noche de un cofre En esa noche aplastada en la que la luna creciente Intenta en vano elevarse Y vuelve a empezar una y otra vez, prisionera de lo imposible. Fui tú con tanta fuerza, yo que lo soy tan débilmente, Y tan unidos ambos que hubiésemos debido morir juntos Como dos marinos medio ahogados, que se impiden nadar el uno al otro, Dándose puntapiés en las profundidades del Atlántico
  • 2. En donde comienzan los peces ciegos Y los horizontes verticales. Porque tú has sido yo Puedo mirar un jardín sin pensar en otra cosa, Elegir entre mis miradas, Ir a mi encuentro. Acaso quede aún Una uña de tus manos entre las uñas de mis manos, Una de tus pestañas mezclada con las mías; Uno de tus latidos se pierde entre los latidos de mi corazón, Yo lo reconozco entre todos ellos Y sé retenerlo. Pero ¿todavía late tu corazón? No lo necesitas, Vives separada de ti como si fueras tu propia hermana, Mi muerta de veintiocho años Que me mira de tres cuartos, Con el alma en equilibrio y llena de mesura. Llevas el mismo vestido que ya nada desgastará, Ha entrado en la eternidad con mucha dulzura Y a veces cambia de color, pero yo soy el único que lo sabe. Cigarras de cobre, leones de bronce, víboras de arcilla, ¡Aquí es donde nada respira! El aliento de mi mentira La única vida que me rodea. Y he ahí en mi muñeca El pulso mineral de los muertos, Aquel que se oye si acercamos el cuerpo A los estratos del cementerio. UN POETA Yo no voy siempre solo al fondo de mi mismo Sino que a veces llevo a otros seres conmigo.
  • 3. Los que hayan entrado en mis frías cavernas, ¿Están seguros de salir aunque sólo un momento? Yo acumulo en mi noche, como un barco que se hunde, Sin distingo, el pasaje y la tripulación, Y dejo a los ojos sin luz, y en los camarotes Hago amistad con quienes gustan de lo profundo. *** Todavía tembloroso Bajo la piel de las tinieblas Todas las mañanas debo Recomponer a un hombre Con toda esa mezcla De mis días anteriores Y lo poco que me queda De mis días por venir. Heme aquí todo entero, Voy hacia la ventana. Luz de este día, Vengo del fondo de los tiempos, Respeta con delicadeza Mis minutos oscuros, Déjame un poco todavía De lo que tengo de nocturno, De estrellado por adentro Y de listo para morir
  • 4. Bajo el sol ascendente Que no para de crecer. ASIR Asir, asir la tarde, la manzana y la estatua. Asir la sombra, el muro y el final de la calle. Asir el cuello, el pie de la mujer tendida. Y luego abrir las manos. ¡Cuántos pájaros sueltos! Cuántos perdidos pájaros convertidos en calle. En sombra, muro, tarde, en manzana y estatua. PLEGARIA AL DESCONOCIDO He aquí que me sorprendo hablándote, Dios mío, yo, que no sé todavía si existes ni comprendo la lengua de tus iglesias susurrantes. Miro los altares, la bóveda de tu casa como quien dice simplemente: “Esto es madera, esto es piedra, aquéllas son columnas románicas, le falta la nariz a ese santo, y adentro como afuera hay un mismo desamparo entre los hombres”. Bajo los ojos sin poder arrodillarme durante la misa como si dejara pasar una tormenta sobre mi cabeza y no puedo evitar el pensar siempre en otra cosa.
  • 5. Me pasaré la vida pensando en otra cosa, y esa otra cosa soy yo, tal vez mi yo verdadero: es allí donde me refugio, y tal vez sea allí donde tú estás, creo que nunca podré vivir sino en esas lejanías que me seducen. El momento presente es un regalo que no he sabido aprovechar, no sé bien cómo se usa, lo volteo para un lado y para el otro y no logro que funcione su difícil mecanismo. No creo en ti, Dios mío, pero quisiera hablarte a pesar de todo; he hablado con las estrellas aunque las sepa sin vida, con los más humildes de los animales aunque los sepa sin respuesta, con los árboles que, sin el viento, serían mudos como la tumba. Y me he hablado a mí mismo aunque no estoy seguro del todo de que existo. No sé si oyes nuestras plegarias, las plegarias de los hombres, no sé si tienes ganas de escucharlas, no sé si tienes como nosotros un corazón en alerta continua y oídos siempre abiertos a las noticias más diversas. No sé si te gusta mirar por aquí. Pero querría recordarte a tu planeta la Tierra, con sus flores, sus guijarros, sus jardines y sus casas. Con todos sus seres; con nosotros que sufrimos y lo sabemos. Querría dirigirte cuanto antes estas humildes palabras humanas porque cada cual debe tentar ahora lo imposible aun si no eres más que un soplo de hace millares de años, una gran velocidad adquirida, una melancolía durable que hace aún girar a las esferas en su melodía. Querría, Dios sin rostro y tal vez sin esperanza, que prestaras toda tu atención, entre tantos cielos vagabunda, a los hombres que nunca pueden darse un respiro en el planeta. Escúchame, corre prisa: todos van a desalentarse
  • 6. y ya no podremos distinguir a los jóvenes de los viejos. Cada mañana se preguntan si la matanza va a comenzar. Por todas partes se preparan extraños distribuidores de sangre, de quejidos y de lágrimas. Se preguntan si los trigos no esconden ya fusiles. ¿Se acabó el tiempo en que podías ocuparte de los hombres? ¿Te llaman de otros mundos, médico de consulta que sin saber por dónde empezar deja morir a su clientela? Escúchame, no soy más que un hombre entre tantos otros: el alma está a gusto en el cuerpo, el alma no quiere escaparen un estallido de bomba; el alma es para nosotros una caricia, un secreto halago. Déjanos respirar sin pensar en nuevos venenos, déjanos mirar a nuestros niños sin pensar todo el tiempo en la muerte. No estamos para batallas, para generales. Déjanos nuestro ir y venir de rebaño entre cencerros y olor a leche que se mezcla al olor de la hierba espesa. Ah, si existes, mi Dios, mira de nuestro lado, ven y descansa un rato entre nosotros, la Tierra es hermosa con sus árboles, sus ríos y sus estanques, tan hermosa que uno diría que la añoras un poco. No te vayas a hacer el sordo una vez más ni a sentirte conmigo, Dios, si te tuteo, si te hablo con tan abrupta simplicidad: creería menos que en cualquier otro en un Dios que aterrorizara; y tú, más que por el rayo, sabes expresarte por las briznas de hierba y los ojos del agua y los juegos de los niños, lo cual no impide que haya océanos y cadenas de montañas. No puedes ofenderte porque te digo lo que pienso,
  • 7. porque reflexiono como puedo sobre el hombre y su existencia con la franqueza de la tierra y de las diversas estaciones y tal vez con tu franqueza cuyas lecciones ignoro. No me faltan disculpas, consiente en aceptar mis pobres sutilezas, tantas cosas se preparan solapadamente contra nosotros que, por mucho que hagamos, tememos siempre que nos sorprendan desprevenidos, tememos ser como el toro que no comprende qué sucede: lo llevan al matadero, no sabe adónde va, y justo antes de recibir el golpe mortal sobre la frente se repite que tiene hambre, y pastaría de buena gana, ¿pero qué pasa con esa gente de delantales llenos de sangre para que así se empeñen todos en atenderlo esta mañana? Un poeta No siempre voy solo a lo más profundo de mi ser Sino que a veces llevo a otros seres conmigo. Los que hayan entrado en mis frías cavernas, ¿Están seguros de salir aunque sea sólo un momento? Yo acumulo pasajeros y marineros en mi noche, Como un barco que se hunde indiscriminadamente, Apago la luz de sus ojos, y en las cabinas Me hago amigos de grandes profundidades. El Retrato Me inclino sobre la fuente donde nace tu silencio en un reflejo de hojas que tu alma hace temblar. Sobre tu fotografía. Puede ser que quede aún una uña de tus manos entre las uñas de mis manos, una de tus pestañas mezcladas con las mías,
  • 8. uno de tus latidos extraviados entre los latidos de mi corazón. Asir Asir, asir la tarde, la manzana y la estatua. Asir la sombra, el muro y el final de la calle. Asir el cuello, el pie de la mujer tendida. Y luego abrir las manos. ¡Cuántos pájaros sueltos! Cuántos perdidos pájaros convertidos en calle. En sombra, muro, tarde, en manzana y estatua. Plegaria al desconocido He aquí que me sorprendo hablándote, Dios mío, yo, que no sé todavía si existes ni comprendo la lengua de tus iglesias susurrantes. Miro los altares, la bóveda de tu casa como quien dice simplemente: “Esto es madera, esto es piedra, aquéllas son columnas románicas, le falta la nariz a ese santo, y adentro como afuera hay un mismo desamparo entre los hombres”. Bajo los ojos sin poder arrodillarme durante la misa como si dejara pasar una tormenta sobre mi cabeza y no puedo evitar el pensar siempre en otra cosa. Me pasaré la vida pensando en otra cosa, y esa otra cosa soy yo, tal vez mi yo verdadero: es allí donde me refugio, y tal vez sea allí donde tú estás, creo que nunca podré vivir sino en esas lejanías que me seducen. El momento presente es un regalo que no he sabido aprovechar, no sé bien cómo se usa, lo volteo para un lado y para el otro y no logro que funcione su difícil mecanismo. No creo en ti, Dios mío, pero quisiera hablarte a pesar de todo; he hablado con las estrellas aunque las sepa sin vida, con los más humildes de los animales aunque los sepa sin respuesta,
  • 9. con los árboles que, sin el viento, serían mudos como la tumba. Y me he hablado a mí mismo aunque no estoy seguro del todo de que existo. No sé si oyes nuestras plegarias, las plegarias de los hombres, no sé si tienes ganas de escucharlas, no sé si tienes como nosotros un corazón en alerta continua y oídos siempre abiertos a las noticias más diversas. No sé si te gusta mirar por aquí. Pero querría recordarte a tu planeta la Tierra, con sus flores, sus guijarros, sus jardines y sus casas. Con todos sus seres; con nosotros que sufrimos y lo sabemos. Querría dirigirte cuanto antes estas humildes palabras humanas porque cada cual debe tentar ahora lo imposible aun si no eres más que un soplo de hace millares de años, una gran velocidad adquirida, una melancolía durable que hace aún girar a las esferas en su melodía. Querría, Dios sin rostro y tal vez sin esperanza, que prestaras toda tu atención, entre tantos cielos vagabunda, a los hombres que nunca pueden darse un respiro en el planeta. Escúchame, corre prisa: todos van a desalentarse y ya no podremos distinguir a los jóvenes de los viejos. Cada mañana se preguntan si la matanza va a comenzar. Por todas partes se preparan extraños distribuidores de sangre, de quejidos y de lágrimas. Se preguntan si los trigos no esconden ya fusiles. ¿Se acabó el tiempo en que podías ocuparte de los hombres? ¿Te llaman de otros mundos, médico de consulta que sin saber por dónde empezar deja morir a su clientela? Escúchame, no soy más que un hombre entre tantos otros: el alma está a gusto en el cuerpo, el alma no quiere escaparen un estallido de bomba; el alma es para nosotros una caricia, un secreto halago. Déjanos respirar sin pensar en nuevos venenos, déjanos mirar a nuestros niños sin pensar todo el tiempo en la muerte. No estamos para batallas, para generales. Déjanos nuestro ir y venir de rebaño entre cencerros
  • 10. y olor a leche que se mezcla al olor de la hierba espesa. Ah, si existes, mi Dios, mira de nuestro lado, ven y descansa un rato entre nosotros, la Tierra es hermosa con sus árboles, sus ríos y sus estanques, tan hermosa que uno diría que la añoras un poco. No te vayas a hacer el sordo una vez más ni a sentirte conmigo, Dios, si te tuteo, si te hablo con tan abrupta simplicidad: creería menos que en cualquier otro en un Dios que aterrorizara; y tú, más que por el rayo, sabes expresarte por las briznas de hierba y los ojos del agua y los juegos de los niños, lo cual no impide que haya océanos y cadenas de montañas. No puedes ofenderte porque te digo lo que pienso, porque reflexiono como puedo sobre el hombre y su existencia con la franqueza de la tierra y de las diversas estaciones y tal vez con tu franqueza cuyas lecciones ignoro. No me faltan disculpas, consiente en aceptar mis pobres sutilezas, tantas cosas se preparan solapadamente contra nosotros que, por mucho que hagamos, tememos siempre que nos sorprendan desprevenidos, tememos ser como el toro que no comprende qué sucede: lo llevan al matadero, no sabe adónde va, y justo antes de recibir el golpe mortal sobre la frente se repite que tiene hambre, y pastaría de buena gana, ¿pero qué pasa con esa gente de delantales llenos de sangre para que así se empeñen todos en atenderlo esta mañana? Tomado de: http://cuentosmagicosblog.blogspot.com/2014/05/algunas- poesias-de-jules-supervielle.html Homenaje a la vida Es bueno haber elegido un hogar vivo y un tiempo alojado en un corazón incesante y visto mis manos en el mundo,
  • 11. como en una manzana en un pequeño jardín, haber amado la tierra, la luna y el sol como viejos amigos que no tienen igual, y haber comprometido el mundo a la memoria como un jinete brillante a su corcel negro, haber dado una cara a estas palabras - mujer, niños, y haber sido una orilla para los continentes errantes y haber venido al alma con pequeños golpes de los remos, porque se asusta Por un enfoque brusco. Es hermoso haber conocido la sombra debajo de las hojas, y haber sentido la edad arrastrarse sobre el cuerpo desnudo, y haber acompañado el dolor de la sangre negra en nuestras venas, y dorar su silencio con la estrella, la paciencia, y tener todas estas palabras. Moviéndose en la cabeza, para elegir la menos bella de ellas y dejarlas tener una pelota, haber sentido la vida, apresurada y mal amada, y encerrada en esta poesía. Traducido por: Kenneth Rexroth © por el propietario. proporcionado sin cargo con fines educativos Cifras Mezclo caras como cartas a pesar de mí mismo, y todos me son queridos. A veces uno cae al suelo
  • 12. y lo busco en vano. La tarjeta ha desaparecido. No se nada mas. Aún así, era una cara bonita que me había encariñado. Yo barajo otras cartas. Hay inquietud en esta sala, quiero decir que mi corazón sigue ardiendo, pero no por esa tarjeta reemplazada por otra. La cara es nueva. Completa la mano, pero permanece desfigurada. Eso es todo lo que sé. Nadie sabe más. Traducciones de IAN SEED. © por el propietario. proporcionado sin cargo con fines educativos Pez Pesque con sus lentos recuerdos en arroyos profundos, ¿qué puedo hacer aquí con estos? No sé nada de ti, excepto un poco de espuma y sombra y que un día, como yo, morirás. Entonces, ¿por qué vienes a cuestionar mis sueños como si de alguna manera pudiera ser de utilidad para ti? Regresa al mar, déjame en mi tierra seca. No fuimos hechos para mezclar nuestros días. Traducciones de IAN SEED. © por el propietario. proporcionado sin cargo con fines educativos Detrás de tres paredes y dos puertas nunca piensas en mí. Mas ni la piedra ni el calor ni el frío, ni siquiera tú puedes impedir que te cree y recree a mi antojo, en mi interior
  • 13. igual que las estaciones crean bosques sobre la superficie de la tierra. Un Poeta Yo no voy siempre solo al fondo de mi mismo Sino que a veces llevo a otros seres conmigo. Los que hayan entrado en mis frías cavernas, ¿Están seguros de salir aunque sólo un momento? Yo acumulo en mi noche, como un barco que se hunde, Sin distingo, el pasaje y la tripulación, Y dejo a los ojos sin luz, y en los camarotes Hago amistad con quienes gustan de lo profundo. Todavía tembloroso Bajo la piel de las tinieblas Todas las mañanas debo Recomponer a un hombre Con toda esa mezcla De mis días anteriores Y lo poco que me queda De mis días por venir. Heme aquí todo entero, Voy hacia la ventana. Luz de este día, Vengo del fondo de los tiempos, Respeta con delicadeza Mis minutos oscuros, Déjame un poco todavía De lo que tengo de nocturno, De estrellado por adentro Y de listo para morir Bajo el sol ascendente Que no para de crecer. El Retrato Me inclino sobre la fuente donde nace tu silencio en un reflejo de hojas que tu alma hace temblar. Sobre tu fotografía. Puede ser que quede aún una uña de tus manos entre las uñas de mis manos, una de tus pestañas mezcladas con las mías, uno de tus latidos extraviados entre los latidos de mi corazón. Asir Asir, asir la tarde, la manzana y la estatua. Asir la sombra, el muro y el final de la calle. Asir el cuello, el pie de la mujer tendida. Y luego abrir las manos. ¡Cuántos pájaros sueltos!
  • 14. Cuántos perdidos pájaros convertidos en calle. En sombra, muro, tarde, en manzana y estatua. Plegaria al desconocido He aquí que me sorprendo hablándote, Dios mío, yo, que no sé todavía si existes ni comprendo la lengua de tus iglesias susurrantes. Miro los altares, la bóveda de tu casa como quien dice simplemente: “Esto es madera, esto es piedra, aquéllas son columnas románicas, le falta la nariz a ese santo, y adentro como afuera hay un mismo desamparo entre los hombres”. Bajo los ojos sin poder arrodillarme durante la misa como si dejara pasar una tormenta sobre mi cabeza y no puedo evitar el pensar siempre en otra cosa. Me pasaré la vida pensando en otra cosa, y esa otra cosa soy yo, tal vez mi yo verdadero: es allí donde me refugio, y tal vez sea allí donde tú estás, creo que nunca podré vivir sino en esas lejanías que me seducen. El momento presente es un regalo que no he sabido aprovechar, no sé bien cómo se usa, lo volteo para un lado y para el otro y no logro que funcione su difícil mecanismo. No creo en ti, Dios mío, pero quisiera hablarte a pesar de todo; he hablado con las estrellas aunque las sepa sin vida, con los más humildes de los animales aunque los sepa sin respuesta, con los árboles que, sin el viento, serían mudos como la tumba. Y me he hablado a mí mismo aunque no estoy seguro del todo de que existo. No sé si oyes nuestras plegarias, las plegarias de los hombres, no sé si tienes ganas de escucharlas, no sé si tienes como nosotros un corazón en alerta continua y oídos siempre abiertos a las noticias más diversas. No sé si te gusta mirar por aquí. Pero querría recordarte a tu planeta la Tierra, con sus flores, sus guijarros, sus jardines y sus casas. Con todos sus seres; con nosotros que sufrimos y lo sabemos. Querría dirigirte cuanto antes estas humildes palabras humanas porque cada cual debe tentar ahora lo imposible aun si no eres más que un soplo de hace millares de años, una gran velocidad adquirida, una melancolía durable que hace aún girar a las esferas en su melodía. Querría, Dios sin rostro y tal vez sin esperanza, que prestaras toda tu atención, entre tantos cielos vagabunda, a los hombres que nunca pueden darse un respiro en el planeta. Escúchame, corre prisa: todos van a desalentarse y ya no podremos distinguir a los jóvenes de los viejos. Cada mañana se preguntan si la matanza va a comenzar. Por todas partes se preparan extraños distribuidores de sangre, de quejidos y de lágrimas. Se preguntan si los trigos no esconden ya fusiles. ¿Se acabó el tiempo en que podías ocuparte de los hombres? ¿Te llaman de otros mundos, médico de consulta que sin saber por dónde empezar deja morir a su clientela? Escúchame, no soy más que un hombre entre tantos otros: el alma está a gusto en el cuerpo, el alma no quiere escaparen un estallido de bomba; el alma es para nosotros una caricia, un secreto halago. Déjanos respirar sin pensar en nuevos venenos, déjanos mirar a nuestros niños sin pensar todo el tiempo en la muerte. No estamos para batallas, para generales.
  • 15. Déjanos nuestro ir y venir de rebaño entre cencerros y olor a leche que se mezcla al olor de la hierba espesa. Ah, si existes, mi Dios, mira de nuestro lado, ven y descansa un rato entre nosotros, la Tierra es hermosa con sus árboles, sus ríos y sus estanques, tan hermosa que uno diría que la añoras un poco. No te vayas a hacer el sordo una vez más ni a sentirte conmigo, Dios, si te tuteo, si te hablo con tan abrupta simplicidad: creería menos que en cualquier otro en un Dios que aterrorizara; y tú, más que por el rayo, sabes expresarte por las briznas de hierba y los ojos del agua y los juegos de los niños, lo cual no impide que haya océanos y cadenas de montañas. No puedes ofenderte porque te digo lo que pienso, porque reflexiono como puedo sobre el hombre y su existencia con la franqueza de la tierra y de las diversas estaciones y tal vez con tu franqueza cuyas lecciones ignoro. No me faltan disculpas, consiente en aceptar mis pobres sutilezas, tantas cosas se preparan solapadamente contra nosotros que, por mucho que hagamos, tememos siempre que nos sorprendan desprevenidos, tememos ser como el toro que no comprende qué sucede: lo llevan al matadero, no sabe adónde va, y justo antes de recibir el golpe mortal sobre la frente se repite que tiene hambre, y pastaría de buena gana, ¿pero qué pasa con esa gente de delantales llenos de sangre para que así se empeñen todos en atenderlo esta mañana?