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• En la Biblia (escritura sagrada de judíos y cristianos),
el profeta Moisés (aprox. 1250 a. C.) recibió directamente de manos
de Yahveh, «escritas con su dedo», una lista de órdenes o mandamientos
que los israelitas debían respetar, los Diez Mandamientos. El
nombre decálogo, con que suelen designarse, procede de la fórmula
griega δεκάλογος (dekalogos: ‘diez palabras’) con que se citan en
la Septuaginta, la versión griega tradicional, tanto en el Éxodo 20:1, como
en el Deuteronomio 5:1-21.
• De acuerdo con las escrituras, Moisés subió al Monte Sinaí y permaneció
en su cima cuarenta días y cuarenta noches, al cabo de los cuales Dios le
entregó escritos en dos tablas de piedra los Diez Mandamientos. Cuando
bajaba del monte, vio al pueblo que estaba adorando un becerro de oro y
enfurecido las rompió. Posteriormente, pidió a Dios que perdonase al
pueblo y sellase con él un «convenio» (pacto o alianza). Entonces, el Señor
ordenó a Moisés que tomara dos lajas de piedra, y en ellas quedaron
escritos los Diez Mandamientos del pacto, reconviniéndole que «no deben
tolerar la desobediencia».
• Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en
estas palabras: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu mente’ (Mt 22,
37; cf Lc 10, 27: '...y con todas tus fuerzas'). Estas
palabras siguen inmediatamente a la llamada solemne:
‘Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único
Señor’ (Dt 6, 4).
Dios nos amó primero. El amor del Dios Unico es
recordado en la primera de las ‘diez palabras’. Los
mandamientos explicitan a continuación la respuesta
de amor que el hombre está llamado a dar a su Dios.
• El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del
Señor. Pertenece, como el primer mandamiento, a la
virtud de la religión y regula más particularmente el uso
de nuestra palabra en las cosas santas.
• Entre todas las palabras de la revelación hay una,
singular, que es la revelación de su Nombre. Dios confía su
Nombre a los que creen en El; se revela a ellos en su
misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden
de la confidencia y la intimidad. ‘El nombre del Señor es
santo’. Por eso el hombre no puede usar mal de él. Lo
debe guardar en la memoria en un silencio de adoración
amorosa (cf Za 2, 17). No lo empleará en sus propias
palabras, sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf
Sal 29, 2; 96, 2; 113, 1-2).
•

El tercer mandamiento del Decálogo proclama la santidad del
sábado: ‘El día séptimo será día de descanso completo,
consagrado al Señor’ (Ex 31, 15).
La Escritura hace a este propósito memoria de la creación: ‘Pues
en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto
contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo el Señor el día
del sábado y lo hizo sagrado’ (Ex 20, 11).
La Escritura ve también en el día del Señor un memorial de la
liberación de Israel de la esclavitud de Egipto: ‘Acuérdate de que
fuiste esclavo en el país de Egipto y de que el Señor tu Dios te sacó
de allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso el Señor tu Dios te
ha mandado guardar el día del sábado’ (Dt 5, 15).
El cuarto mandamiento se dirige expresamente a los hijos en sus relaciones
con sus padres, porque esta relación es la más universal. Se refiere también a
las relaciones de parentesco con los miembros del grupo familiar. Exige que se
dé honor, afecto y reconocimiento a los abuelos y antepasados. Finalmente se
extiende a los deberes de los alumnos respecto a los maestros, de los
empleados respecto a los patronos, de los subordinados respecto a sus jefes,
de los ciudadanos respecto a su patria, a los que la administran o la
gobiernan.
Este mandamiento implica y sobrentiende los deberes de los padres, tutores,
maestros, jefes, magistrados, gobernantes, de todos los que ejercen una
autoridad sobre otros o sobre una comunidad de personas.
Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás’; y aquel que mate
será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice
contra su hermano, será reo ante el tribunal (Mt 5, 21-22).
‘La vida humana es sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción
creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el
Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo
hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el
derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente’
9 El quinto mandamiento prohíbe hacer algo con intención de provocar
indirectamente la muerte de una persona. La ley moral prohíbe exponer a
alguien sin razón grave a un riesgo mortal, así como negar la asistencia a
una persona en peligro.
La aceptación por parte de la sociedad de hambres que provocan muertes
sin esforzarse por remediarlas es una escandalosa injusticia y una falta
grave. Los traficantes cuyas prácticas usurarias y mercantiles provocan el
hambre y la muerte de sus hermanos los hombres, cometen
indirectamente un homicidio
La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el
momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser
humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el
derecho inviolable de todo ser inocente a la vida
Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto
provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El
Aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente
contrario a la ley moral.
No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido.
(Didajé, 2, 2; Bernabé, ep. 19, 5; Epístola a Diogneto 5, 5; Tertuliano, apol. 9).
Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la
vida, misión que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha
de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto
como el infanticidio son crímenes abominables
Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. El
sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla
con gratitud y a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras
almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos
ha confiado. No disponemos de ella.

El Suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y
perpetuar su vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo.
Ofende también al amor del prójimo porque rompe injustamente los lazos de
solidaridad con las sociedades familiar, nacional y humana con las cuales
estamos obligados. El suicidio es contrario al amor del Dios vivo.
Habéis oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pues yo os digo: Todo el que
mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt
5, 27-28).
‘Dios creó el hombre a imagen suya... hombre y mujer los creó’ (Gn 1, 27).
‘Creced y multiplicaos’ (Gn 1, 28); ‘el día en que Dios creó al hombre, le hizo a
imagen de Dios. Los creó varón y hembra, los bendijo, y los llamó ‘Hombre’ en el
día de su creación’ (Gn 5, 1-2).

La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad
de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la
capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para
establecer vínculos de comunión con otro
El séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo
injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes.
Prescribe la justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y de los
frutos del trabajo de los hombres. Con miras al bien común exige el respeto
del destino universal de los bienes y del derecho de propiedad privada. La
vida cristiana se esfuerza por ordenar a Dios y a la caridad fraterna los
bienes de este mundo.
Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de
la humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominara mediante su
trabajo y se beneficiara de sus frutos (cf Gn 1, 26-29). Los bienes de la
creación están destinados a todo el género humano. Sin embargo, la tierra
está repartida entre los hombres para dar seguridad a su vida, expuesta a la
penuria y amenazada por la violencia. La apropiación de bienes es legítima
para garantizar la libertad y la dignidad de las personas, para ayudar a cada
uno a atender sus necesidades fundamentales y las necesidades de los que
están a su cargo. Debe hacer posible que se viva una solidaridad natural
entre los hombre
8º NO LEVANTARAS FALSOS
TESTIMONIOS NI MENTIRAS
El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en
las relaciones con el prójimo. Este precepto moral
deriva de la vocación del pueblo santo a ser testigo
de su Dios, que es y que quiere la verdad. Las
ofensas a la verdad expresan, mediante palabras o
acciones, un rechazo a comprometerse con la
rectitud moral: son infidelidades básicas frente a Dios
y, en este sentido, socavan las bases de la Alianza.
9º NO CONSENTIRAS PENSAMIENTOS
NI DESEOS IMPUROS
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Los 10 mandamientos

  • 1.
  • 2. • En la Biblia (escritura sagrada de judíos y cristianos), el profeta Moisés (aprox. 1250 a. C.) recibió directamente de manos de Yahveh, «escritas con su dedo», una lista de órdenes o mandamientos que los israelitas debían respetar, los Diez Mandamientos. El nombre decálogo, con que suelen designarse, procede de la fórmula griega δεκάλογος (dekalogos: ‘diez palabras’) con que se citan en la Septuaginta, la versión griega tradicional, tanto en el Éxodo 20:1, como en el Deuteronomio 5:1-21. • De acuerdo con las escrituras, Moisés subió al Monte Sinaí y permaneció en su cima cuarenta días y cuarenta noches, al cabo de los cuales Dios le entregó escritos en dos tablas de piedra los Diez Mandamientos. Cuando bajaba del monte, vio al pueblo que estaba adorando un becerro de oro y enfurecido las rompió. Posteriormente, pidió a Dios que perdonase al pueblo y sellase con él un «convenio» (pacto o alianza). Entonces, el Señor ordenó a Moisés que tomara dos lajas de piedra, y en ellas quedaron escritos los Diez Mandamientos del pacto, reconviniéndole que «no deben tolerar la desobediencia».
  • 3.
  • 4. • Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente’ (Mt 22, 37; cf Lc 10, 27: '...y con todas tus fuerzas'). Estas palabras siguen inmediatamente a la llamada solemne: ‘Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor’ (Dt 6, 4). Dios nos amó primero. El amor del Dios Unico es recordado en la primera de las ‘diez palabras’. Los mandamientos explicitan a continuación la respuesta de amor que el hombre está llamado a dar a su Dios.
  • 5.
  • 6. • El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor. Pertenece, como el primer mandamiento, a la virtud de la religión y regula más particularmente el uso de nuestra palabra en las cosas santas. • Entre todas las palabras de la revelación hay una, singular, que es la revelación de su Nombre. Dios confía su Nombre a los que creen en El; se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad. ‘El nombre del Señor es santo’. Por eso el hombre no puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de adoración amorosa (cf Za 2, 17). No lo empleará en sus propias palabras, sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf Sal 29, 2; 96, 2; 113, 1-2).
  • 7.
  • 8. • El tercer mandamiento del Decálogo proclama la santidad del sábado: ‘El día séptimo será día de descanso completo, consagrado al Señor’ (Ex 31, 15). La Escritura hace a este propósito memoria de la creación: ‘Pues en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo el Señor el día del sábado y lo hizo sagrado’ (Ex 20, 11). La Escritura ve también en el día del Señor un memorial de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto: ‘Acuérdate de que fuiste esclavo en el país de Egipto y de que el Señor tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso el Señor tu Dios te ha mandado guardar el día del sábado’ (Dt 5, 15).
  • 9.
  • 10. El cuarto mandamiento se dirige expresamente a los hijos en sus relaciones con sus padres, porque esta relación es la más universal. Se refiere también a las relaciones de parentesco con los miembros del grupo familiar. Exige que se dé honor, afecto y reconocimiento a los abuelos y antepasados. Finalmente se extiende a los deberes de los alumnos respecto a los maestros, de los empleados respecto a los patronos, de los subordinados respecto a sus jefes, de los ciudadanos respecto a su patria, a los que la administran o la gobiernan. Este mandamiento implica y sobrentiende los deberes de los padres, tutores, maestros, jefes, magistrados, gobernantes, de todos los que ejercen una autoridad sobre otros o sobre una comunidad de personas.
  • 11.
  • 12. Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás’; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal (Mt 5, 21-22). ‘La vida humana es sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente’
  • 13. 9 El quinto mandamiento prohíbe hacer algo con intención de provocar indirectamente la muerte de una persona. La ley moral prohíbe exponer a alguien sin razón grave a un riesgo mortal, así como negar la asistencia a una persona en peligro. La aceptación por parte de la sociedad de hambres que provocan muertes sin esforzarse por remediarlas es una escandalosa injusticia y una falta grave. Los traficantes cuyas prácticas usurarias y mercantiles provocan el hambre y la muerte de sus hermanos los hombres, cometen indirectamente un homicidio
  • 14. La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El Aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral. No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido. (Didajé, 2, 2; Bernabé, ep. 19, 5; Epístola a Diogneto 5, 5; Tertuliano, apol. 9). Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes abominables
  • 15. Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. El sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella. El Suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y perpetuar su vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo. Ofende también al amor del prójimo porque rompe injustamente los lazos de solidaridad con las sociedades familiar, nacional y humana con las cuales estamos obligados. El suicidio es contrario al amor del Dios vivo.
  • 16.
  • 17. Habéis oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5, 27-28). ‘Dios creó el hombre a imagen suya... hombre y mujer los creó’ (Gn 1, 27). ‘Creced y multiplicaos’ (Gn 1, 28); ‘el día en que Dios creó al hombre, le hizo a imagen de Dios. Los creó varón y hembra, los bendijo, y los llamó ‘Hombre’ en el día de su creación’ (Gn 5, 1-2). La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro
  • 18.
  • 19. El séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes. Prescribe la justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres. Con miras al bien común exige el respeto del destino universal de los bienes y del derecho de propiedad privada. La vida cristiana se esfuerza por ordenar a Dios y a la caridad fraterna los bienes de este mundo. Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominara mediante su trabajo y se beneficiara de sus frutos (cf Gn 1, 26-29). Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano. Sin embargo, la tierra está repartida entre los hombres para dar seguridad a su vida, expuesta a la penuria y amenazada por la violencia. La apropiación de bienes es legítima para garantizar la libertad y la dignidad de las personas, para ayudar a cada uno a atender sus necesidades fundamentales y las necesidades de los que están a su cargo. Debe hacer posible que se viva una solidaridad natural entre los hombre
  • 20. 8º NO LEVANTARAS FALSOS TESTIMONIOS NI MENTIRAS
  • 21. El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. Este precepto moral deriva de la vocación del pueblo santo a ser testigo de su Dios, que es y que quiere la verdad. Las ofensas a la verdad expresan, mediante palabras o acciones, un rechazo a comprometerse con la rectitud moral: son infidelidades básicas frente a Dios y, en este sentido, socavan las bases de la Alianza.
  • 22. 9º NO CONSENTIRAS PENSAMIENTOS NI DESEOS IMPUROS