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Encomio de Helena. Gorgias de Leontinos
11. (1) Decoro para una ciudad es la hombría, para un cuerpo la belleza, para un
alma la sabiduría, para una acción la virtud, para una palabra la verdad. Lo contrario de
esto es indecoroso. Para un hombre y una mujer, para una palabra y una obra, para una
ciudad y una acción, es preciso que lo digno de elogio se honre con elogio y que lo
indigno se cubra de vituperio, pues tan erróneo y necio es vituperar lo elogiable como
elogiar lo reprobable. (2) Es propio del mismo hombre decir correctamente lo
conveniente y refutar [...] a los que vituperan a Helena, mujer sobre la que unísona y
unánime ha sido tanto la opinión de los que han escuchado a los poetas como la fama
del nombre, por lo que se ha convertido en memoria de las desgracias. Mas yo quiero,
aportando una argumentación con mi discurso, suprimir la acusación contra esta mujer
de mala fama y, demostrando que mienten los que la vituperan y mostrando la verdad,
suprimir la ignorancia.
(3) Ciertamente que por naturaleza y linaje fue de lo primero de los primeros
hombres y mujeres la mujer sobre la que trata este discurso, ni tan siquiera unos pocos
lo ignoran. Porque se sabe que su madre fue Leda, su padre un ser divino, aunque
considerado mortal, Tíndaro y Zeus, de los que éste, por serlo, lo parecía, y aquel, por
manifestarlo, no fue aceptado; el primero era el mejor de los hombres y el segundo,
señor de todos.
(4) Nacida de tales padres tuvo la belleza de una diosa, que supo coger sin
esconder. Muchísimos deseos de amor despertó en muchísimos y en un sólo cuerpo
reunió muchos cuerpos de hombres de altos pensamientos en altas empresas; de ellos,
unos poseían gran riqueza, otros reputación de antigua nobleza, otros vigor de poder
personal, otros capacidad de sabiduría adquirida; todos llegaban movidos por amor de
victoria y por invencible deseo de honores. (5) Quién, por qué y cómo satisfizo su amor
con Helena, no lo diré, pues el decir a los que saben cosas que saben otorga crédito,
pero no produce deleite. Pasando por alto ahora en mi discurso aquel tiempo, comenzaré
el argumento que voy a exponer y presentaré las causas que explican como cosa natural
la marcha de Helena a Troya.
(6) Pues o por designios de Fortuna, por decisiones de dioses y por decretos de
Necesidad hizo lo que hizo, o raptada por fuerza o persuadida por palabras o cautivada
por amor. Ahora bien, si fue por lo primero, el acusador es digno de ser acusado, pues
un deseo de un dios no puede ser obstaculizado por una previsión humana. Es
efectivamente un hecho natural que lo más fuerte no sea obstaculizado por lo más débil,
sino que lo débil sea dominado y dirigido por lo más fuerte, y que lo fuerte dirija y lo
débil le siga. Y un dios es más fuerte que un hombre, tanto en fuerza y sabiduría como
en lo demás. Así pues, si hay que atribuir la causa a la Fortuna o al dios, a Helena hay
que absolverla de la infamia.
(7) Si por fuerza fue raptada, ilegalmente forzada e injustamente maltratada, es
claro que el raptor como ofensor cometió injusticia, mientras la raptada como
maltratada sufrió la desdicha. Es justo, pues, que el bárbaro que emprendió una bárbara
empresa de palabra, por ley y de obra obtenga su merecido: de palabra su culpa, por ley
su deshonor y de obra su castigo. Mas la que fue forzada, privada de su patria y
despojada de sus amigos, ¿cómo no habría de ser con razón compadecida más bien que
difamada? El hizo cosas terribles, ella las sufrió. Es justo, por tanto, que ella sea
compadecida y él detestado.
(8) Si fue la palabra la que la persuadió y engañó a su alma, tampoco en este caso
es difícil defenderla y rechazar la culpabilidad de esta manera: la palabra es un gran
soberano que, con un cuerpo pequeñísimo y sumamente invisible, consigue efectos
2
realmente divinos; puede ya eliminar el miedo, ya suprimir el dolor, ya infundir alegría,
ya aumentar la compasión. Que esto es así voy a mostrarlo. (9) Es necesario mostrarlo
a los oyentes también mediante un ejemplo por todos admitido; toda poesía la
considero y califico como discurso con medida; a quien la escucha le invade un
estremecimiento lleno de temor, una compasión bañada en lágrimas y un anhelo
nostálgico, y frente a venturas y desgracias de acciones y personas ajenas el alma sufre
un sufrimiento peculiar por mediación de las palabras. Y ahora debo pasar de éste a otro
argumento. (10) En efecto, los encantamientos inspirados mediante palabras son
inductores de placer y reductores de dolor. Pues, mezclado con la opinión del alma, la
potencia del encantamiento la hechiza, persuade y transforma con su magia. De magia
y seducción dos artes se inventaron, que son errores del alma y engaños de la opinión.
(11) ¡Cuántos a cuántos y en cuántas cosas han persuadido y persuaden componiendo
un falso discurso! Pues si todos en todos los eventos tuvieran memoria de los pasados,
<percepción> de los presentes y previsión de los futuros, no tendría el discurso la
misma fuerza ni actuaría de igual modo; lo cierto es que en la presente situación no es
posible ni recordar el pasado ni observar el presente ni predecir el futuro; de modo que
en la mayor parte de cuestiones la inmensa mayoría dispone de la opinión como
consejera de su alma, pero la opinión, siendo vacilante e insegura, empuja a vacilantes e
inseguros infortunios a los que se sirven de ella. (12) Así pues, ¿qué impide pensar que
el relato también hechizase de igual modo a Helena en contra de su voluntad como si
hubiese sido raptada por violencia de unos violentos? Porque la fuerza de la
persuasión en modo alguno se parece por su modo de ser a la necesidad, pero tiene su
misma potencia. Por tanto, el discurso que persuadió al alma que persuadió, la forzó a
obedecer las órdenes y a estar de acuerdo con los actos. En consecuencia, el que ha
persuadido, por haber forzado, comete injusticia, mientras que la persuadida, por haber
sido forzada por la palabra, en vano es difamada. (13) Puesto que la persuasión propia
de la palabra modeló el alma a su voluntad, es preciso aprender, en primer lugar, los
discursos de los meteorólogos, quienes, enfrentando opinión contra opinión, rechazando
una e introduciendo otra, han hecho que doctrinas increíbles y oscuras parezcan
evidentes a los ojos de la opinión. En segundo lugar, los concursos reglados de oratoria,
en los que un solo discurso deleita y persuade a gran multitud si es redactado con arte,
aunque no haya sido pronunciado según la verdad; y, finalmente, debates de discursos
filosóficos, en los que se muestra que también la rapidez de ingenio hace que resulte
inconstante el crédito de la opinión. (14) Guardan la misma relación la potencia de la
palabra respecto de la situación del alma y la prescripción de las medicinas respecto de
la naturaleza del cuerpo. Porque así como unas medicinas expulsan del cuerpo unos
humores y otras otros, y unas hacen cesar la enfermedad y otras la vida, así también,
de las palabras, unas producen dolor, otras deleite, unas asustan, otras infunden ánimo a
los oyentes, otras, con cierta persuasión perversa, envenenan el alma y la hechizan.
(15) Así pues, se ha demostrado que, si Helena fue convencida por la palabra, no
cometió una injusticia, sino que sufrió una desgracia. Ahora voy a exponer la cuarta
causa en mi cuarto argumento. Si, efectivamente, fue amor quien provocó todo esto,
sin dificultad rehuirá la culpa de la falta que se dice ha cometido. Pues las cosas que
vemos tienen una naturaleza que no es la que nosotros queremos, sino la que a cada una
le ha correspondido, si bien, mediante la vista, el alma es modelada incluso en sus
sentimientos. (16) Por ejemplo, cuando un ejército enemigo prepara contra enemigos
un orden de batalla de bronce y hierro, éste como medio de ataque y aquél como
protección, si la vista lo contempla, queda perturbada y perturba al alma, de modo que
muchas veces huyen aterrados pese a que el peligro sea futuro. Pues la firme verdad
de la ley queda desterrada por el miedo que procede de la vista, la cual, una vez que
3
llega, hace que se desatienda tanto la belleza definida por la ley como el bien que nace
de la justicia. (17) Además, algunos, al ver escenas de terror, han perdido incluso la
razón que poseen en ese preciso momento; así es como el miedo ha sido capaz de
ahogar y suprimir el pensamiento. Muchos han caído en vanas preocupaciones, terribles
enfermedades e incurables manías. Así es como la vista ha grabado en la mente
imágenes de las escenas vistas. Omito muchas de las espantosas, si bien son semejantes
las omitidas a las citadas.
(18) Por otra parte, los pintores, cuando han logrado con perfección representar
una sola persona y figura a partir de muchos colores y modelos, deleitan la vista, y la
fabricación de estatuas humanas y la elaboración de esculturas proporcionan dulce
espectáculo a los ojos. Así hay cosas que por su naturaleza causan dolor a la vista, otras
despiertan su deseo, y hay muchas que en muchos producen deseo y anhelo de muchas
metas y personas. (19) Así pues, si la mirada de Helena, disfrutando del cuerpo de
Alejandro, transmitió a su alma deseo y porfía de amor, ¿por qué asombrarse? Si el
amor es un dios, con la fuerza divina de los dioses, ¿cómo el más débil iba a ser capaz
de repelerlo y rechazarlo? Y si es una enfermedad humana e ignorancia del alma, no
hay que censurarlo como falta, sino juzgarlo como desgracia, pues llega como llega, por
trampas que tiende Fortuna, no por decisiones de la mente, por imperativos de amor, no
por cálculos premeditados de un arte.
(20) Así pues, ¿por qué se ha de considerar justa la infamia de Helena, quien, si
hizo lo que hizo ya estando enamorada ya persuadida por un discurso bien raptada con
violencia bien forzada por una divina fuerza, en los cuatro casos escapa a la acusación?
(21) He borrado con mi discurso el deshonor de una mujer, he observado el
acuerdo que establecí al principio de mi discurso; he intentado abolir la injusticia de una
infamia y la ignorancia de una opinión, he querido escribir este discurso como encomio
de Helena y como ejercicio lúdico para mí.
(Trad. de J. Solana Dueso, Sofistas. Testimonios y fragmentos. Barcelona, 1996.
Círculo de Lectores), pp. 155–160).
(1) KÒsmoj pÒlei mn eÙandr…a, sèmati d k£lloj, yucÁi d sof…a, pr£gmati d
¢ret», lÒgwi d ¢l»qeia· t¦ d ™nant…a toÚtwn ¢kosm…a. ¥ndra d kaˆ guna‹ka
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(8) e„ d lÒgoj Ð pe…saj kaˆ t¾n yuc¾n ¢pat»saj, oÙd prÕj toàto calepÕn
¢polog»sasqai kaˆ t¾n a„t…an ¢polÚsasqai ïde. lÒgoj dun£sthj mšgaj ™st…n,
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(21) ¢fe‹lon tîi lÒgwi dÚskleian gunaikÒj, ™nšmeina tîi nÒmwi Ön ™qšmhn ™n
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Defensa de Helena: 4 causas para absolverla

  • 1. 1 Encomio de Helena. Gorgias de Leontinos 11. (1) Decoro para una ciudad es la hombría, para un cuerpo la belleza, para un alma la sabiduría, para una acción la virtud, para una palabra la verdad. Lo contrario de esto es indecoroso. Para un hombre y una mujer, para una palabra y una obra, para una ciudad y una acción, es preciso que lo digno de elogio se honre con elogio y que lo indigno se cubra de vituperio, pues tan erróneo y necio es vituperar lo elogiable como elogiar lo reprobable. (2) Es propio del mismo hombre decir correctamente lo conveniente y refutar [...] a los que vituperan a Helena, mujer sobre la que unísona y unánime ha sido tanto la opinión de los que han escuchado a los poetas como la fama del nombre, por lo que se ha convertido en memoria de las desgracias. Mas yo quiero, aportando una argumentación con mi discurso, suprimir la acusación contra esta mujer de mala fama y, demostrando que mienten los que la vituperan y mostrando la verdad, suprimir la ignorancia. (3) Ciertamente que por naturaleza y linaje fue de lo primero de los primeros hombres y mujeres la mujer sobre la que trata este discurso, ni tan siquiera unos pocos lo ignoran. Porque se sabe que su madre fue Leda, su padre un ser divino, aunque considerado mortal, Tíndaro y Zeus, de los que éste, por serlo, lo parecía, y aquel, por manifestarlo, no fue aceptado; el primero era el mejor de los hombres y el segundo, señor de todos. (4) Nacida de tales padres tuvo la belleza de una diosa, que supo coger sin esconder. Muchísimos deseos de amor despertó en muchísimos y en un sólo cuerpo reunió muchos cuerpos de hombres de altos pensamientos en altas empresas; de ellos, unos poseían gran riqueza, otros reputación de antigua nobleza, otros vigor de poder personal, otros capacidad de sabiduría adquirida; todos llegaban movidos por amor de victoria y por invencible deseo de honores. (5) Quién, por qué y cómo satisfizo su amor con Helena, no lo diré, pues el decir a los que saben cosas que saben otorga crédito, pero no produce deleite. Pasando por alto ahora en mi discurso aquel tiempo, comenzaré el argumento que voy a exponer y presentaré las causas que explican como cosa natural la marcha de Helena a Troya. (6) Pues o por designios de Fortuna, por decisiones de dioses y por decretos de Necesidad hizo lo que hizo, o raptada por fuerza o persuadida por palabras o cautivada por amor. Ahora bien, si fue por lo primero, el acusador es digno de ser acusado, pues un deseo de un dios no puede ser obstaculizado por una previsión humana. Es efectivamente un hecho natural que lo más fuerte no sea obstaculizado por lo más débil, sino que lo débil sea dominado y dirigido por lo más fuerte, y que lo fuerte dirija y lo débil le siga. Y un dios es más fuerte que un hombre, tanto en fuerza y sabiduría como en lo demás. Así pues, si hay que atribuir la causa a la Fortuna o al dios, a Helena hay que absolverla de la infamia. (7) Si por fuerza fue raptada, ilegalmente forzada e injustamente maltratada, es claro que el raptor como ofensor cometió injusticia, mientras la raptada como maltratada sufrió la desdicha. Es justo, pues, que el bárbaro que emprendió una bárbara empresa de palabra, por ley y de obra obtenga su merecido: de palabra su culpa, por ley su deshonor y de obra su castigo. Mas la que fue forzada, privada de su patria y despojada de sus amigos, ¿cómo no habría de ser con razón compadecida más bien que difamada? El hizo cosas terribles, ella las sufrió. Es justo, por tanto, que ella sea compadecida y él detestado. (8) Si fue la palabra la que la persuadió y engañó a su alma, tampoco en este caso es difícil defenderla y rechazar la culpabilidad de esta manera: la palabra es un gran soberano que, con un cuerpo pequeñísimo y sumamente invisible, consigue efectos
  • 2. 2 realmente divinos; puede ya eliminar el miedo, ya suprimir el dolor, ya infundir alegría, ya aumentar la compasión. Que esto es así voy a mostrarlo. (9) Es necesario mostrarlo a los oyentes también mediante un ejemplo por todos admitido; toda poesía la considero y califico como discurso con medida; a quien la escucha le invade un estremecimiento lleno de temor, una compasión bañada en lágrimas y un anhelo nostálgico, y frente a venturas y desgracias de acciones y personas ajenas el alma sufre un sufrimiento peculiar por mediación de las palabras. Y ahora debo pasar de éste a otro argumento. (10) En efecto, los encantamientos inspirados mediante palabras son inductores de placer y reductores de dolor. Pues, mezclado con la opinión del alma, la potencia del encantamiento la hechiza, persuade y transforma con su magia. De magia y seducción dos artes se inventaron, que son errores del alma y engaños de la opinión. (11) ¡Cuántos a cuántos y en cuántas cosas han persuadido y persuaden componiendo un falso discurso! Pues si todos en todos los eventos tuvieran memoria de los pasados, <percepción> de los presentes y previsión de los futuros, no tendría el discurso la misma fuerza ni actuaría de igual modo; lo cierto es que en la presente situación no es posible ni recordar el pasado ni observar el presente ni predecir el futuro; de modo que en la mayor parte de cuestiones la inmensa mayoría dispone de la opinión como consejera de su alma, pero la opinión, siendo vacilante e insegura, empuja a vacilantes e inseguros infortunios a los que se sirven de ella. (12) Así pues, ¿qué impide pensar que el relato también hechizase de igual modo a Helena en contra de su voluntad como si hubiese sido raptada por violencia de unos violentos? Porque la fuerza de la persuasión en modo alguno se parece por su modo de ser a la necesidad, pero tiene su misma potencia. Por tanto, el discurso que persuadió al alma que persuadió, la forzó a obedecer las órdenes y a estar de acuerdo con los actos. En consecuencia, el que ha persuadido, por haber forzado, comete injusticia, mientras que la persuadida, por haber sido forzada por la palabra, en vano es difamada. (13) Puesto que la persuasión propia de la palabra modeló el alma a su voluntad, es preciso aprender, en primer lugar, los discursos de los meteorólogos, quienes, enfrentando opinión contra opinión, rechazando una e introduciendo otra, han hecho que doctrinas increíbles y oscuras parezcan evidentes a los ojos de la opinión. En segundo lugar, los concursos reglados de oratoria, en los que un solo discurso deleita y persuade a gran multitud si es redactado con arte, aunque no haya sido pronunciado según la verdad; y, finalmente, debates de discursos filosóficos, en los que se muestra que también la rapidez de ingenio hace que resulte inconstante el crédito de la opinión. (14) Guardan la misma relación la potencia de la palabra respecto de la situación del alma y la prescripción de las medicinas respecto de la naturaleza del cuerpo. Porque así como unas medicinas expulsan del cuerpo unos humores y otras otros, y unas hacen cesar la enfermedad y otras la vida, así también, de las palabras, unas producen dolor, otras deleite, unas asustan, otras infunden ánimo a los oyentes, otras, con cierta persuasión perversa, envenenan el alma y la hechizan. (15) Así pues, se ha demostrado que, si Helena fue convencida por la palabra, no cometió una injusticia, sino que sufrió una desgracia. Ahora voy a exponer la cuarta causa en mi cuarto argumento. Si, efectivamente, fue amor quien provocó todo esto, sin dificultad rehuirá la culpa de la falta que se dice ha cometido. Pues las cosas que vemos tienen una naturaleza que no es la que nosotros queremos, sino la que a cada una le ha correspondido, si bien, mediante la vista, el alma es modelada incluso en sus sentimientos. (16) Por ejemplo, cuando un ejército enemigo prepara contra enemigos un orden de batalla de bronce y hierro, éste como medio de ataque y aquél como protección, si la vista lo contempla, queda perturbada y perturba al alma, de modo que muchas veces huyen aterrados pese a que el peligro sea futuro. Pues la firme verdad de la ley queda desterrada por el miedo que procede de la vista, la cual, una vez que
  • 3. 3 llega, hace que se desatienda tanto la belleza definida por la ley como el bien que nace de la justicia. (17) Además, algunos, al ver escenas de terror, han perdido incluso la razón que poseen en ese preciso momento; así es como el miedo ha sido capaz de ahogar y suprimir el pensamiento. Muchos han caído en vanas preocupaciones, terribles enfermedades e incurables manías. Así es como la vista ha grabado en la mente imágenes de las escenas vistas. Omito muchas de las espantosas, si bien son semejantes las omitidas a las citadas. (18) Por otra parte, los pintores, cuando han logrado con perfección representar una sola persona y figura a partir de muchos colores y modelos, deleitan la vista, y la fabricación de estatuas humanas y la elaboración de esculturas proporcionan dulce espectáculo a los ojos. Así hay cosas que por su naturaleza causan dolor a la vista, otras despiertan su deseo, y hay muchas que en muchos producen deseo y anhelo de muchas metas y personas. (19) Así pues, si la mirada de Helena, disfrutando del cuerpo de Alejandro, transmitió a su alma deseo y porfía de amor, ¿por qué asombrarse? Si el amor es un dios, con la fuerza divina de los dioses, ¿cómo el más débil iba a ser capaz de repelerlo y rechazarlo? Y si es una enfermedad humana e ignorancia del alma, no hay que censurarlo como falta, sino juzgarlo como desgracia, pues llega como llega, por trampas que tiende Fortuna, no por decisiones de la mente, por imperativos de amor, no por cálculos premeditados de un arte. (20) Así pues, ¿por qué se ha de considerar justa la infamia de Helena, quien, si hizo lo que hizo ya estando enamorada ya persuadida por un discurso bien raptada con violencia bien forzada por una divina fuerza, en los cuatro casos escapa a la acusación? (21) He borrado con mi discurso el deshonor de una mujer, he observado el acuerdo que establecí al principio de mi discurso; he intentado abolir la injusticia de una infamia y la ignorancia de una opinión, he querido escribir este discurso como encomio de Helena y como ejercicio lúdico para mí. (Trad. de J. Solana Dueso, Sofistas. Testimonios y fragmentos. Barcelona, 1996. Círculo de Lectores), pp. 155–160). (1) KÒsmoj pÒlei mn eÙandr…a, sèmati d k£lloj, yucÁi d sof…a, pr£gmati d ¢ret», lÒgwi d ¢l»qeia· t¦ d ™nant…a toÚtwn ¢kosm…a. ¥ndra d kaˆ guna‹ka kaˆ lÒgon kaˆ œrgon kaˆ pÒlin kaˆ pr©gma cr¾ tÕ mn ¥xion ™pa…nou ™pa…nwi tim©n, tîi d ¢nax…wi mîmon ™pitiqšnai· ‡sh g¦r ¡mart…a kaˆ ¢maq…a mšmfesqa… te t¦ ™painet¦ kaˆ ™paine‹n t¦ mwmht£. (8) e„ d lÒgoj Ð pe…saj kaˆ t¾n yuc¾n ¢pat»saj, oÙd prÕj toàto calepÕn ¢polog»sasqai kaˆ t¾n a„t…an ¢polÚsasqai ïde. lÒgoj dun£sthj mšgaj ™st…n, Öj smikrot£twi sèmati kaˆ ¢fanest£twi qeiÒtata œrga ¢potele‹· dÚnatai g¦r kaˆ fÒbon paàsai kaˆ lÚphn ¢fele‹n kaˆ car¦n ™nerg£sasqai kaˆ œleon ™pauxÁsai. taàta d æj oÛtwj œcei de…xw· (21) ¢fe‹lon tîi lÒgwi dÚskleian gunaikÒj, ™nšmeina tîi nÒmwi Ön ™qšmhn ™n ¢rcÁi toà lÒgou· ™peir£qhn katalàsai mèmou ¢dik…an kaˆ dÒxhj ¢maq…an, ™boul»qhn gr£yai tÕn lÒgon `Elšnhj mn ™gkèmion, ™mÕn d pa…gnion.