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EL LIBRO VERDE
(1841)
Luis Corsini
Edición:
Julio Pollino Tamayo
cinelacion@yahoo.es
2
3
Honni soit qui mal y pense.
[Que el mal caiga sobre aquel que piense mal.]
1
Toda constitución política es un ente de razón mientras no existan las leyes
orgánicas que aseguren las consecuencias, el efecto y la aplicación de los
principios consignados en ella; porque estas leyes son el cumplimiento
de lo que aquella solo es la promesa y el programa.
2
Muchas cosas andan en esta época al revés de lo que solían en otras. Cuando
menos trabajados por las vicisitudes políticas, nos hallábamos también menos
picardeados, teníamos en nuestras legaciones hombres más penetrantes y
sagaces, más sutiles y astutos que el mismo príncipe de Metternich. Ahora que
maldito lo que nos ha quedado de bonachón ni de sencillo, nos encontramos
con que nuestros diplomáticos sueltan a borbotones unas candideces y unas
bondades que da lástima.
3
Tres plagas se han generalizado extraordinariamente en España en estos
últimos años; la langosta, los traductores y las reputaciones.
4
4
Dichoso quien sabe impeler a su contrario a proferir necedades; más dichoso
aún quien consigue hacérselas imprimir.
5
Sin duda es por arte del demonio que, por más que tratemos de remediarlo,
siempre encontramos algo de ameno en el mal del prójimo.
6
Entre profesar una opinión y pertenecer a un partido, hay la misma diferencia
que entre el discurso y el acción, entre el pensamiento y la ejecución, entre la
inteligencia y la fuerza brutal.
7
Mientras marcha la revolución, el partido que ofrece más seguridad es el de la
opinión más avanzada.
8
En las crisis revolucionarias, los partidos extremos, si bien pueden sufrir una
suerte adversa, también corren la del triunfo; mientras que en todos casos las
opiniones moderadas solo tienen la del sacrificio.
5
9
En las revoluciones no existe de hecho el partido moderado; porque lo que
caracteriza un partido y forma la condición sine qua non de su existencia, es una
doctrina, un sistema, un objeto y un poder de acción, cosas todas fuera de la
esfera del verdadero moderantismo. Los moderados que se constituyen en partido
abjuran su divisa, y a los pocos pasos emprendidos en esta vidriosa carrera, se
trasforman, quizá contra su propósito, en ultras; porque el espíritu de partido
irremisiblemente lleva a la exageración y al exclusivismo. Pero si la
denominación de partido moderado es un sarcasmo o un mero apodo que solo
sirve para clasificarse y distinguirse, no por esto deja de existir la compacta e
innoble falange moderada, que no compone partido ni bandera alguna
determinada, sino una masa inerte y fría, atestada de opiniones pasivas,
pusilánimes, indecisas, fluctuantes y pálidas; de voluntades flojas y sin energía;
de miras políticas cortas, pueriles y dislocadas, y de egoísta e insulsa
indiferencia; elementos todos incipientes, heterogéneos e improductivos,
incapaces de amalgama ni de acción, y de cuyo monstruoso hacinamiento no
puede resultar ni esfuerzo para la lucha ni concierto después de conseguida la
victoria. El yerro político garrafal que ha cometido, y que cometerá cuantas veces
se ofrezcan, el partido nada descolorido que se apellida modestamente
moderado, es el haber valuado el esfuerzo de esta masa por el número de los
individuos que la componen; sin considerar que nada es la cantidad desprovista
de acción, que la revolución no es una mera teoría, que ella necesita no solo de
cabeza sino también de pies y manos, y que todos los conciliábulos y previsiones
del mundo jamas contrabalancearán el poder de una voluntad fuerte, vehemente y
obstinada.
10
E1 agradecimiento es el más efímero de todos los sentimientos; así es que los
servicios que no se premian inmediatamente después de prestados, quedan casi
siempre sin recompensa.
6
11
El hombre orgulloso se desembaraza del agradecimiento premiando los
servicios o persiguiendo a su autor.
12
La máxima que dice: para ser amado, ama, es enteramente falsa en el mundo
social; mejor aprovecha la práctica de esta otra: hazte temer si quieres
experimentar los efectos de la benevolencia.
13
Más obtiene un carácter cáustico armado de una lengua de víbora, que los más
eminentes servicios del hombre modesto. En casi todos los pueblos de la
antigüedad las divinidades maléficas tenían más altares que las benéficas.
14
En la adolescencia casi es una hombrada la pedantería, en el hombre hecho
seguramente es una puerilidad.
7
15
Creemos que, sin pasar plaza de escatimado, podría fijarse por término
improrrogable del permiso de ser pedante la edad de 24 años para los hombres
que viven en la capital, y la de 30 para los que vegetan en las provincias. En
cuanto a las mujeres, ellas disfrutan el privilegio de serlo impunemente toda la
vida; por fortuna son pocas las de tal cual calidad que tienen la rareza de
embeberse en nomenclaturas.
16
Sin embargo, más vale permanecer pedante aún a los 50 años, que querer ser
original sin originalidad.
17
Una pretensión bastante ridícula es la de querer sostener el papel de original
con una imaginación pobre y desmayada, con una de esas imaginaciones flojas e
inertes que no se enderezan sino a fuerza de andamios y maniobras, y que no
entran en calor sino a beneficio de fricciones y sudoríficos. Con un magín de tan
miserable calaña, no hay que hacerse el Víctor Hugo ni el Talleyrand, sino
dejarse de lindezas y de ocurrencias y avenirse buenamente con ser, como dicen
las señoritas de lugar, reloj de repetición.
18
La verdadera originalidad, la que sin exageración surge naturalmente y sin
ostentación de la propia cosecha, es el indicio casi infalible de un genio
prepotente; así como lo bravío de las plantas silvestres lo es de la fuerza vivaz y
de la fertilidad inicial del terreno virgen que las sustenta.
8
19
El hombre de genio, o de ingenio como decíamos pícaramente antes, es original
hasta en las trivialidades. Las frases más comunes adquieren una expresión
particular en su boca y suenan de otro modo al oído; su mirar aún indiferente
vibra siempre algún concepto; su manera de saludar, de entrar, de salir, de
sentarse tiene sentido, y hasta en sus ademanes más vulgares se vislumbra el
signo mágico de la inteligencia. No lo dudemos, aún en la acción de ponerse
el corbatín, de quitarse las botas, y, si ustedes me apuran, de atacarse los
pantalones y de ajustarse los tirantes, hay en el hombre superior más talento que
en las discreciones habladas de los tontos.
20
La originalidad estudiada no deja de tener alguna semejanza con la caricia del
asno de la fábula; es una concepción esforzada de la necedad, una aberración del
sentido común; es sobre todo una mina inagotable de risa, que el virtuoso e
indulgente prójimo explota a las mil maravillas.
21
¿Quién sería el apreciable conciudadano que compuso el lema de la Academia
Española? Allá encima de un bacín humeante un rótulo en que se lee: limpia, fija
y da esplendor. No comprendemos el bacín ni el humo, porque uno y otro le
dicen a la operación de formar un diccionario, una gramática o un capítulo de
prosodia, como una papalina a la efigie de Marco Aurelio. ¿De qué ebullición de
sesos se ha menester para sentar sencillamente el significado liso y morondo que,
no la academia, sino la generalidad del uso ha dado a un vocablo? ¿Hay en esto
algo que, ni por los cerros de Úbeda, tenga analogía con hacer hervir un puchero?
Un alambique hubiera sido cosa algo más decente, podría decirse que la
Academia alambicaba... Pero, aún así se cometía un contrasentido, la Academia,
en cuanto a sus funciones para con la lengua castellana, no tiene por misión sacar
espíritu ni quinta esencia alguna intelectual, física ni moral; sino decir, sin
hipérbole, elipsis ni género alguno de metáfora, que la jeringa, por ejemplo, es
jeringa, y atenerse a describir de cabo a rabo la catadura y propiedades de este
precioso instrumento, sin permitirse la más mínima alteración en la relación
de sus hechiceras formas y de su traidora propensión, so pena de destruir
enteramente la ilusión que nos formamos de este apreciable mueble, y de atacar
hasta cierto punto su anodino efecto. En esto se ve que no hay espíritu ni
calabaza, meditación, combinación, intuición ni esfuerzo alguno de imaginativa.
9
Pero, dejemos el alambique, el bacín y el humo, y vamos a la divisa
macarrónica y de mal gusto hasta más no poder, que con admirable frescura se ha
colocado en la frente la Academia Española: tres absurdos en cinco palabras.
Prescindiendo de lo chabacano, de la ordinariez e impropiedad del estilo (que
es bastante prescindir) la Academia, como arca sagrada del idioma, ni limpia, ni
fija ni da esplendor.
No limpia, porque, tomando esta voz poco limpiamente colocada aquí, en el
sentido de purificar, es inhábil para ello la Academia, en virtud de la misma
atribución especial a que debe su existencia; y además de inhábil es impotente,
pues ¿qué conseguiría en efecto esta corporación con asignar a una palabra o
dicción un valor, un significado, una acepción diferente de la que le hubiese
dado el uso, el asenso inmenso e incontrastable de la nación entera? Delante de
este grande jurado, como decimos muy bonitamente hoy, quien se equivoca es
quien le contradice. De nada serviría el querer expurgar y mejorar su dialecto,
quien no habla como él habla en gringo, no en castellano. El diccionario de la
lengua no es por consiguiente un tratado razonado de dicción, es lisa y
llanamente un apunte de términos a los que el uso solo se ha reservado el derecho
imperioso e indeclinable de dar vida, boga y sentido; es un registro de entrada y
salida en que con tinta indeleble escribe o tacha aquel, según su capricho
soberano, lo que se le antoja, sin andarse en silogismos ni filosofías.
En cuanto a fijar ¿quien demonio habrá introducido en el meollo de académico
alguno posible, aunque haya sido traductor de oficio toda su vida, la extravagante
idea de que el dialecto de un pueblo culto podía permanecer estacionario? ¿Acaso
se ignoraba una verdad tan vulgar cuando se encaramó sobre el pórtico de la
Academia esa elegante y sabionda elucubración? ¿No se desmiente además
paladinamente esta con la calificación oficial de anticuada, adoptada por la
misma Academia para señalar los vocablos o acepciones caducadas y caídas en
desuso?... ¡Extraña pretensión! ¡fijar un idioma! ¡¡¡fijar lo que por su naturaleza
es esencialmente móvil y transitorio!!!
Por lo que hace a dar esplendor, mal podría conseguirse cuando ni siquiera se
alcanza, según hemos visto, a limpiar. Lo que sí deseamos es que la Academia
(más que caiga su santa cólera sobre nuestra pobre cabeza) empiece a darse
esplendor con borrar su mal sonante divisa, y retirar su bacín, su fogón y su
humareda.
10
22
El termómetro infalible del favor que se disfruta con un personaje, se halla en
la expresión con que nos acogen las personas que le rodean.
23
La contemplación de los monumentos cubiertos del barniz de la antigüedad,
hace nacer pensamientos poéticos, al paso que la vista de las construcciones
nuevas nada dice a la imaginación. ¡Lástima es que suceda precisamente lo
contrario con las mujeres!
24
La literatura periodística, si no es la peor, es en realidad la más cara.
Demostración.
Cuatro páginas de a cuatro columnas, verbigracia de diez y ocho pulgadas y
media de largo cada una, verdadera columna de camino, como dicen los tácticos,
con 114 líneas de breviario o glosilla, menos los espacios y el artículo de fondo
que, como es de magín, tiene que ir más gordo. Tenemos pues 296 pulgadas de
leyenda, de las que, rebajado el medio término de membretes y separación de
materias, esto es de sesenta blancos, poco más o menos, de a pulgada (otro medio
término), quedan para el voraz lector 236 pulgadas cabales de... delicias, que
deben sin embargo sufrir todavía las siguientes.
Bajas.
1.ª Las noticias extranjeras, poco más o menos idénticas a las que leímos el
año pasado y que por lo tanto pasamos por alto, recogiendo solo al vuelo de la
ojeada dos renglones sobre las crecidas del Nilo; tres y medio sobre senectud
extraordinaria, cosa que nos gusta a todos muchísimo; siete menos cuarta
relativos al casamiento del Príncipe*** con la Duquesa*** , noticia cuyo interés
se defrauda completamente si el redactor ha tenido la malhadada inadvertencia de
dejar en el tintero la fecha exacta del día en que se verificó la ceremonia; un solo
renglón de los regalos del Bajá de Egipto al Papa, por la singularidad del asunto;
en fin cuatro renglones y siete décimas, lo más, de un glorioso parto de cinco
niños de arroba y media cada uno.
11
2.ª Las candideces o marrullerías de los corresponsales, susurro monótono
capaz por lo común de dar náuseas a un etíope y de aletargar a un condenado a
muerte; y sabido por demás con conocer el color político de la redacción del
periódico.
3.ª Las alocuciones, ofrecimientos y felicitaciones de las corporaciones, de los
jefes políticos, jueces de primera instancia y fieles de hechos, o sean noticias de
España; relleno soporífero que ustedes y yo pasamos con enfado, aunque
tengamos algún tío o primo entre los firmantes, pues que si de algo estamos
hartos, ciertamente es de este empalagosísimo género, abundante, abundantísimo
por nuestra desgracia.
4.ª Las noticias oficiales, de que no se nos da un bledo, 1.º por el runrún que
suele precederlas, 2.° por nuestra magnánima y heroica indiferencia, 3.º por lo
fuertes que somos en la palinodia.
5.ª El espíritu de la prensa periódica, quinta esencia escasísima de sentido,
controversia tildada de exclusivismo y de parcialidad, en que mezquinas
personalidades aspiran en vano al honor de ser tenidas por debates políticos.
6.ª La parte episódica, reducida a un par de suicidios insulsos y sin poesía, que,
como cosa muy repetida, no es ya suficiente para excitar el fluido nervioso de un
filantrópico habitante de las floridas márgenes del Manzanares (1).
7.ª Los movimientos muy pausados de la bolsa, del comercio marítimo, de la
caja de ahorros, y algún otro de poco interés, que deja usted pasar desapercibido,
como todo lo que es microscópico.
8.ª En fin el folletín, ¡el folletín! esa producción sin padre titular, que se
alimenta de rapsodias y destrozos exóticos trasformados bárbaramente en
solecismos castellanos por el manualismo anti-social, anti-humano, anti-liberal,
inicuo y atroz de la traducción. El folletín es la decepción por antonomasia del
perioditismo; es el engaño torpe y desaliñado del embaucador de callejuela. Allí
en donde, bueno o malo, se figura usted encontrar alguna composición nueva,
inédita a lo menos o poco conocida, le chafarrinan a plumada de avestruz un
pasaje flamante de las terceras ediciones de Balzac o de Federico Soulié. Para
desgracia del folletín, está destinado, según parece, a ser presa eterna de los
traductores, especie voraz, perseverante, invariable, incansable, pues la manía de
traducir es como la de rascarse, una vez dada, ninguna cosa la detiene, su divisa
es: Se continuará. No hace arriba de un año que en un periódico ya difunto, se
continuó en su folletín la traducción de una novelita de cuatro tomos, de aquellos
aturronados que adornan los estantes de las librerías de suscripción de esta corte;
hubo 242 Se continuará.
(1) Disimúlenos el lector lo esforzado de la metáfora, sabemos como él que estas
deliciosas orillas no suelen hallarse efectivamente floridas o adornadas sino en los dos o
tres días que siguen al de San Isidro, o al de cualquiera grande reunión verificada en
ellas; tal es la singularidad de esta tierra romántica.
12
Hechas todas estas rebajas, sin omitir la autorización del Editor responsable y
el membrete de la imprenta, nos queda solo el artículo de fondo, nuestra tierra de
promisión; cuyo Edén unas veces es largo, otras veces es corto, florido en
ocasiones y en otras no; pero de todos modos demasiado sucinto su contenido
para que (con proporción a la literatura encuadernada se entiende) no esté
excesivamente pagado con cuatro, seis u ocho cuartos que cuesta cualquier
periódico diario.
Sin embargo de todo lo dicho, confesamos con toda espontaneidad que es
imposible tener goces intelectuales, instruirse ni tener opinión, sin amodorrarse
cotidianamente sobre un grande y ancho periódico, sea o no de la oposición.
25
Antes de que se nos marche del todo la especie de los traductores y de las
traducciones, diremos que, según se cuenta, ha habido en otro tiempo un
verdadero traductor en España; pero una golondrina no hace verano. Era este
traductor, para todos los demás traductores, un traductor heterodoxo que salía de
regla, un paria, un profano indigno de pertenecer al gremio, un haragán, un mal
trabajador que necesitaba de seis semanas para traducir un folleto. Este
menguado traductor fue Moratín; pero tan ímprobo le pareció este oficio, que
para él era un arte, que pronto se aburrió de él. más que la composición de una de
sus excelentes piezas, le costaba la traducción de una comedia de Molière.
Estábamos muy atrasados en aquel tiempo, hoy se traduce de corrido y sin
enmienda, a pliego por hora y a seis reales el cuadernillo.
26
El día en que el hombre se formula decididamente una opinión política,
se compromete a admitir de una en una hasta sus más imprevistas y
extrañas consecuencias.
13
27
En política el hombre piensa en masa, o, por mejor decir, no piensa, se adhiere
a ciegas, según la impulsión que le imprime su posición social, su temperamento,
sus pasiones, su educación o las vicisitudes de su carrera, a tal o cual religión
política. Indiferente muchas veces durante largos años a todas ellas, suele ceder
repentinamente a la seducción de un orador energúmeno, o a las influencias
secretas del más insignificante accidente. Adepto ya de lo que se llama una
opinión y no es más que un partido, todo paso retrógrado le parece no solo una
inconsecuencia, sino una defección, una infamia.
28
A veces está uno tentado de creer que los sistemas políticos inventados de Adán
acá para gobernar a los hombres, podrían muy bien no haber sido, más que
sofismas puestos en acción. ¡Si estaremos buscando la piedra filosofal!
29
La erudición es una señal casi infalible de aridez en la imaginación.
30
Para el hombre erudito, los trabajos de Hércules son nada comparados con una
creación cualquiera... excepto sin embargo la que ustedes saben... Grandes
fisiólogos pretenden al contrario que son eminentes para esta última clase de
obras aquellas organizaciones en que las reminiscencias suplen por la
imaginación.
14
31
Sin una censura esclarecida, pero rígida y aun mordaz, no hay instituto
dramático posible. A la falta de este estimulante creador, más bien que a la
infame localidad y al endiablado acomodo de nuestros teatros, debe atribuirse la
marcha verdaderamente retrógrada de la escena española. Los aplausos tributados
con inteligencia y parsimonia son sin duda muy propios para desarrollar la
capacidad del artista; pero los elogios irrazonados y con harta frecuencia
irrazonables con que de continuo arrullan a nuestros actores, alabando en ellos
sin detención ni examen lo bueno y lo malo, solo pueden producir el efecto de
adormecer sus talentos y de malograr sus disposiciones. ¿A qué no habría llegado
el arte de la declamación en nuestros jóvenes alumnos del conservatorio, si un
público menos fácil, si censores más severos, si algunas páginas de concienzuda
crítica, escritas con el estilo punzante del epigrama, hubiesen motejado a tiempo
mil defectos y descuidos, que han crecido tranquilamente al son de aplausos
rutineros y de hiperbólicas necedades?
32
El mejor actor gracioso acaba siempre por ser un caricato, la perfección de este
papel es inseparable de su abuso y le conduce inevitablemente a su degeneración.
33
El sainete es una farsa grosera y de mal gusto que desacredita al teatro español.
34
Desde que la literatura dramática se ha hecho popular, hay infinitas personas
que creen con admirable aplomo que es muy fácil escribir una buena comedia,
solo porque han sabido componer un largo sainete.
15
35
Nunca se blasona más de una cosa que cuando se carece de ella. Esta es una
verdad de Perogrullo, pero tan obstinadamente olvidada que puede pasar por un
descubrimiento.
36
En cualquiera carrera, la capacidad y la asiduidad al trabajo solo sirven de
medida para mayores exigencias. Es hacer alarde de fuerzas para obtener un
aumento de carga; es un acto de vigor y de buena voluntad que tiene el mismo
resultado que la pujanza del ganapán o los corcovos de las caballerías.
37
Aplicada a la prensa periódica, la libertad de imprenta es a un tiempo el garante
más positivo de las instituciones liberales y el mayor estorbo para la marcha del
gobierno.
38
No hay poder ni fuerza moral posible sin acatamiento hacia quien le ejerza. En
teoría podrá muy bien no excluir el menosprecio a la sumisión; pero no se
gobierna con un sofisma, y la experiencia sobradas veces ha demostrado que en
la práctica de este contra-sentido tan violento como inconciliable, no resiste un
instante la obediencia a la desconsideración personal. De aquí la debilidad de
todo gobierno que no pueda sustraerse a esa censura sañuda que se ataca no solo
a sus actos consumados, no solo a sus principios reconocidos, que en este caso
llegan unos y otros a ser pasibles y sujetos al examen de los administrados, si que
se pega ademas tiránicamente al individuo, persiguiéndole de muerte en sus
afecciones, calidades y defectos, y hasta en su figura, perfiles y dimensiones; que
le desnuda, le diseca, le analiza, le viste de máscara si se le antoja, y hace de él
un molde de caricaturas. Creemos que un ministro que no pueda tener
impunemente la nariz chata o acaballada, la estatura grande o pequeña, y que
se ve obligado a justificarse diariamente de tener el habla gangosa, de tomar
tabaco, de haberse casado con su cocinera, o de llevar un lente o un frac de cierta
hechura, jamás llegará a obtener ese prestigio decantado, esa aureola imponente,
sin la que el depósito sagrado del mando y de la autoridad no es otra cosa que
una burla chabacana y una chanza de mala crianza.
16
39
La libertad de imprenta es sobre todo preciosa en que es la concesión de un
derecho positivo, verdadero y cabal, que no se presta a ser desmoronado por
interpretaciones torticeras o argucias sofísticas, y que no es susceptible de
viciarse, desnaturalizarse, o reducirse a una pura ficción, como puede acontecer,
por ejemplo, con la representación nacional, con la libertad personal, etc. etc. De
condición tan intratable es la libertad de imprenta, que no subsiste a medias,
existe íntegra o no existe, como la verdad, como la pureza virginal, como el
honor, como la probidad, intransigente por naturaleza, no admite término medio;
una restricción la más insignificante, una traba, un solo tropiezo la aniquila.
40
No se puede llegar a disfrutar tranquila y completamente de la libertad
compatible con el orden social, sino cuando las clases influyentes de una nación
conocen los principios en que se funda aquella, los justos límites de los derechos
del ciudadano, y las obligaciones que de estos dimanan necesariamente.
41
Lo primero que apetece el hombre subyugado luego que recobra su
independencia, es practicar represalias, conoce que ha sido engañado, que se han
burlado cruelmente de su destino, y calcula que, habiendo llevado durante la
mitad de su vida todas las cargas de la sociedad, es justo que los que fueron sus
señores las lleven también y sean ahora sus siervos. En el estado de libertad no
concibe una restauración, sino un desquite, una reacción, ha sido oprimido, y
nada le parece mas equitativo que oprimir él también a su vez. Este raciocinio
puede no ser muy filantrópico, ni muy conveniente su aplicación para la
reorganización de una sociedad; pero es preciso convenir en que es
rigurosamente lógico.
17
42
La generación que se ha armado contra la tiranía y ha pulverizado su cetro, se
muestra poco flexible en todas ocasiones, y conserva siempre, al mismo tiempo
que ciertos hábitos maquinales de servidumbre de que no le es posible
desprenderse, una adustez que no le sienta del todo mal, y que le sirve de reparo
contra las reminiscencias del despotismo, cuyos resabios se conservan también
por largo tiempo sin poderlo remediar. Pero la generación siguiente se eleva ya
con facilidad a la altura de su posición, la libertad social, con su inmenso séquito
de atribuciones, se constituye elemento permanente de las individualidades, y
entonces queda asegurada por siempre la independencia nacional.
43
El prodigar a las mujeres un grande respeto hace nacer en ellas el deseo de
merecerle.
44
No hay amor sin entusiasmo, ni sectario sin fanatismo.
45
Reconocemos sin un grande esfuerzo el mérito de las personas que no
tememos; no le negamos, siempre que no llegue a rivalizar con el nuestro, en las
que nos sirven; pero en cuanto a concederle a las que nos disgustan o pueden
hacernos sombra, Dios guarde a usted muchos años.
18
46
El no confesar la mayor parte de los vicios o torpezas de que adolece la
humanidad, no prueba que somos inaccesibles a ellos, sino que las más veces
somos tan hipócritas como malvados.
47
Tanto más nos alabamos de haber hecho una cosa, cuanto menos aptos nos
consideramos para ella.
48
Lo que más nos impresiona en un gran suceso son las circunstancias accesorias
que le han acompañado; la pregunta que hizo a su verdugo don Álvaro de Luna
acerca del garfio en que había de fijarse su cabeza, conmueve más que su mismo
suplicio.
49
Las mayores tribulaciones son:
Para un panzista el que le saquen el chocolate claro.
Para un diputado votante, el que se prorrogue una sesión.
Para un diputado parlante, el que se le vaya el santo al cielo en el calor de la
improvisación.
Para un periodista, las declinaciones barométricas de las suscripciones.
Para un editor responsable, el que trascurra una semana sin denuncia.
Para todo ministro, una interpelación imprevista.
Para un lechuguino, el aborto prematuro o la prolongación desmedida de un
pliegue artístico.
Para toda mujer, el momento en que descubre en su cabellera la primera cana.
Para un oficinista, el retraso de un minuto en la recepción de su periódico
favorito.
19
50
Los hombres son tan tontos que atribuyen casi siempre a profundidad el
silencio magistral de los que les son superiores en categoría ¡pero Dios sabe lo
que vale las más veces esa circunspección hueca, ese aire meditabundo, distraído
y de grande hombre, bajo el cual con tanta frecuencia suelen ocultarse la
incapacidad y la estupidez! Las reputaciones que en este tiempo llamamos
usurpadas, se fundaron casi todas sobre el arte de callar.
51
LAS CUATRO ARISTOCRACIAS.
La aristocracia más insolente y más insoportable es la del dinero, es
groseramente altanera.
La aristocracia de casta es altiva e intransigente, pero tiene a su favor el
prestigio de una larga duración, la tradición de las buenas maneras, la elegancia
de las formas sociales, y el tacto de las conveniencias y del buen gusto. Pasado
ya el tiempo del vasallaje y desvanecido basta el simulacro del poder señorial,
hoy mismo se miran sin ojeriza las pretensiones caducadas y pueriles que
conserva esta elevada clase de la sociedad, y se considera con piadosa
indulgencia esa preocupación verdaderamente hidalga, tan fecunda en grandes
recuerdos y en doradas ilusiones. Al contemplar esta estimación de linaje
mantenerse intacta y llena de fe en medio de una decadencia rápida e irreparable,
nos parece ver al alquimista consumir con firme creencia su último doblón en su
postrer experimento.
La aristocracia de destinos es naturalmente dura y poco tratable; su estilo es
imperativo, breve, frío y oficial, se le conoce a la legua que goza de una
autoridad prestada y en depósito. Antiguamente tenía la dignidad clásica que al
que ha seguido por largo tiempo una carrera, le da la seguridad de haber
fondeado en ella; hoy la caracterizan un desasosiego huraño y una negra
inquietud, parece trabajada continuamente por acedías y malas digestiones.
La aristocracia del saber, la más orgullosa de todas, mira con desdén a las otras,
es soberbia como el ángel caído. La idea de una superioridad cualquiera la
ofende, la trastorna, la irrita, la horripila. El éxtasis de los necios, la admiración
de los hombres de talento, la deferencia del poder, la estimación de los sabios,
nada la contenta; y tal es la demencia de la vanidad que la corroe, que con
frecuencia se la ve preferir ser nada a no ocupar el primer rango. Pero sea en el
fango de la oscuridad, o en el brillo de la más encumbrada posición social,
necesita siempre de un coro que cante sus alabanzas, y que a sus barbas haga su
apoteosis. El decir que el verdadero saber es modesto, es la más insigne mentira
que han proferido los hombres, ahí está la vida entera de Voltaire, de d'Alembert,
de Rousseau, Diderot, lord Byron, Jovellanos y mil otros para probarlo. La
abnegación aparente del sabio no es más que un orgullo concentrado.
20
52
Por más ardor que se sienta en la sangre, por más fervorosamente que lata
todavía el corazón, es preciso dejar de ser amante cuando llega uno a no ser ya
amable. Luego que los cuarenta bien cumplidos se han desplomado; que la fatal
pata de gallo se ha articulado; que la expresión mímica habitual de la fisonomía,
a fuerza de repetirse, ha grabado en el rostro un sistema pronunciado de
sinuosidades; que la llamarada etérea de la mirada se apaga; que el cabello se
aclara, o, lo que aún es peor, que se alzan en él escandalosas y delatoras canas, es
forzoso batir tiendas sin perder instante, recoger sus deplorables restos antes de
que sirvan de bagaje al enemigo, tocar fajina a toda prisa, y abrigarse, si ha lugar,
en la ciudadela a veces poco segura del amor conyugal. Mantener el campo por
más tiempo, seria exponerse a la vergüenza de sufrir descalabro sobre descalabro,
y al disgusto de perder, con una serie de derrotas irreparables, el honor del
pabellón, si es que algún día le tuvo... Mirad, para escarmiento, a Safo
haciéndose la niña a los cincuenta años; vedla gemir, llorar, hacerse una jalea,
componer odas eróticas, como un poeta adolescente, y moneando, culebreando,
ardiendo y desesperada, tener para refrescarse que dar el desaforado y poco
honesto salto de Leucades.
53
El momento mas favorable para hablar a un ministro, es el que sigue
inmediatamente al instante en que ha podido cerciorarse ocularmente de haber
hecho una buena digestión. He conocido un solicitante de profesión que jamás se
presentaba a audiencia alguna, sin consultar previamente al ayuda de cámara
de la excelencia a quien se proponía atacar; era el tal sujeto tan prolijo en esta
clase de indagaciones, que no se contentaba solo con adquirir nociones exactas
relativamente al color, figura, consistencia, olor y cantidad de la obra postrimera
del patrón; sino que se enteraba además del tiempo que había tardado en
perfeccionarla, y de la hora crítica en que había salido de cuidado. Pequeñísimas
causas producen a veces grandiosos efectos. La muerte de Séneca, quizás no tuvo
otro origen que una constipación o excesivo estreñimiento de vientre de Nerón...
Abogados que os presentáis a una vista, amantes que vais a pedir una blanca
mano, rogad de todo corazón a la de Atocha o de Loreto, que tan importante,
negocio se haya concluido rotundamente, en regla y sin solución de continuidad,
antes de que se ocupen del vuestro.
21
54
En lo pasado está el porvenir. Esto quiere decir que aunque progresemos a la
carrera, aunque llamemos al gabán paltó, y aunque reventemos de sabiondez
política y de ciencia in tutti quanti, nos distinguiremos en adelante con las
mismas sandeces y sublimidades, chocheces y originalidades, candideces,
discreciones, necedades, insulseces, atrocidades y porquerías que hasta ahora lo
hemos hecho; por la sencillísima razón de que las mismas causas producen
eternamente los mismos efectos, de que al olmo no se le debe pedir peras, y de
que el hombre está organizado justamente de manera a recorrer sin cesar el
círculo vicioso en que desde la creación ha dado ya tantas vueltas.
55
Nada cuesta tanto al hombre superior, como resignarse a vivir en la obscuridad.
56
El acierto en la política, en la guerra, en la administración, en el arte de
gobernar, no es un don de inspiración; sino el resultado de la justa valuación de
los sucesos acaecidos y la atinada aplicación de la experiencia adquirida.
57
No importa, decían, cuando se les noticiaba algún acontecimiento infausto, a
los generosos españoles que, sin excepción, lucharon en 1808 por su
independencia. Esta expresión sublime entonces, y que la posteridad ha recogido
como divisa de un pueblo abrasado de patriotismo y fijo todo en un pensamiento
heroico, se pronuncia aun hoy con imperturbabilidad; pero no anuncia ya la
firmeza, la energía de corazones indomables. El egoísmo y la insensibilidad han
parodiado con amargo desdén la profesión de fe nacional de aquellas voluntades
de acero templadas para la libertad.
22
58
Cuando un trabajo legislativo o reglamentario, un plan de reforma o de
creación, la formación o revisión de una ley, o cualquier otra grande obra de
organización se ha confiado a hombres cortos de miras, y dominados de un
espíritu angosto y perezoso, incapaz de abrazar vastas combinaciones, de elegir
bases proporcionadas a la magnitud del objeto propuesto, y de descubrir, meditar
y enlazar las ramificaciones y relaciones de este con las instituciones políticas del
país y con las demás leyes y estatutos que le rigen; se ha hecho cuanto es
humanamente posible para producir una concepción viciada y monstruosa, que
esté en colisión y pugna permanente con los elementos constitutivos y sociales
existentes y admitidos.
59
El ofrecer amparo y protección a los perpetradores de los crímenes más
repugnantes a la humanidad y más universalmente reprobados; el prodigar la
salvaguardia de la inmunidad a los autores de las rapiñas, violencias, tala y
destrucción de un país amigo; el prestar apoyo y seguridad a millares de
culpables fugitivos, para que conspiren a su placer la ruina de una dinastía o de
un pueblo entero; el prohijar y justificar de una manera tan inmoral como
impolítica todas estas grandes iniquidades, se llama… ¡derecho de gentes!... A no
ser el espíritu humano tan fecundo en desvaríos, no podría creerse que una
tolerancia tan criminal, tan vergonzosa como opuesta al orden y conservación
de las sociedades, se decorase con una calificación de esta especie. El derecho
de gentes así entendido debe inducir a creer que el principio internacional no es
otra cosa que una disposición hostil permanente entre los gobiernos.
23
60
Cuando un pueblo o una sociedad ha llegado a un alto grado de corrupción,
sucede con frecuencia que una inmoralidad corrige a otra. En estos últimos
tiempos, por ejemplo, hemos visto la codicia y la mala fe oponer a veces un
obstáculo insuperable a la realización del soborno, acto que aunque infame,
requiere sin embargo cierta dosis de probidad tanto en el sobornador como en el
sobornado; sin lo cual ni cumple este con su compromiso, ni expende aquel sino
la más pequeña parte posible de la cantidad que le entregaron para operar la
seducción, circunstancias que reunidas o separadas producen casi el mismo
resultado. De aquí y sobre todo de la bajeza y venalidad demasiado comunes
en los conspiradores subalternos, proviene el frustrarse con tanta frecuencia las
conjuraciones, bien que urdidas con tino y auxiliadas con grandes sumas; pues
como los numerosos agentes que se necesitan para semejante intento se embolsan
casi siempre el dinero destinado a sobornar la masa más o menos considerable de
hombres de acción sin la cual no es posible abalanzarse a derrocar un poder
establecido, suele suceder que el movimiento calculado por ejemplo a doblón,
habiéndose ajustado por último a peseta, se cumple la regla infalible de salir lo
barato caro, y abortan, para bien de los pueblos las más veces, estos grandes
trastornos políticos, que si bien son necesarios en ciertas épocas para la
regeneración de las naciones abatidas bajo la coyunda del despotismo, fueron
siempre fatales a la felicidad de las generaciones que los presenciaron.
61
Nada prueba mejor la impotencia de los periódicos para dirigir la opinión de las
masas, que lo que sucedió en Francia cuando estalló la revolución de 1830. Tan
desprovista, tan mal preparada, tan escasa de previsiones se encontraba esta en
aquella época memorable, acechada sin embargo desde tanto tiempo, que la
astucia del viejo Talleyrand y el paraguas de Luis Felipe fueron bastante para
imponer a treinta millones de individuos un hombre y un gobierno. Transición
más original no se ha visto, nada se había acordado, y el gobierno de Carlos
X estaba derrocado, que no se sabia aun qué sustituirle, si república o monarquía
de tal o cual especie. En esta fluctuación causada por falta de la decantada
dirección de la opinión pública, un hombre sagaz recogió el cetro, que desde tres
días andaba rodando por las calles, sin que nadie se ocupase de él ni se le
disputase; y el pueblo que no tenia ni santo y seña ni lección aprendida, aclamó a
Luis Felipe, del mismo modo que lo hubiese hecho con cualquiera otra persona
que no repugnara a sus simpatías, y le proclamó rey, como le hubiera nombrado
dictador, cónsul o presidente.
24
62
Algunas palabras sobre el paraguas de Luis Felipe.
A este paladión, a esta nueva égida emblemática de la Francia, debe Luis Felipe
la corona y el dulce nombre de rey ciudadano. El marrullero príncipe de
Benavente conoció desde luego la virtud de este talismán, y al arrancar al duque
de Orleans de la deliciosa morada de Neuylli en la noche del 31 de julio, tuvo
buen cuidado de que no olvidara tan precioso mueble. A pie y con el paraguas
popular debajo del brazo, se presentó el futuro rey de los franceses al piquete
de la guardia nacional que ocupaba por aquella parte la entrada de París; y allí
fue donde por primera vez, señalando Talleyrand a los parisienses esta efigie
característica del rey ciudadano, les dijo a su modo: Ecce homo. Esta
presentación oportuna y elocuente se divulgó en un momento por toda la grande
ciudad; y el paraguas conducido en volandas hasta la casa de villa, ya revoloteaba
en ella cuando Luis Felipe, en medio de un gentío inmenso que le llevaba en
triunfo, se presentó a recogerle transformado en cetro. Humíllate si quieres ser
ensalzado, dice el evangelio. La Fayette en aquel momento decisivo olvidó este
precepto, y por andar a caballo llegó tarde. Desde entonces el paraguas mereció
bien de la patria, y marcha sobre la alineación de la coleta de Federico II, del
capote gris de Napoleón, de la bota senatorial de Carlos XII, y de la tizona del
Cid.
63
Los periodistas están dominados de una manía parecida a la de aquellos
apreciabilísimos sujetos que se pirran por anunciar el buen o mal tiempo, la
lluvia, el viento o la escarcha; así como estos, si se les ha de creer, aciertan
siempre en sus pronósticos, del mismo modo pretenden los primeros que el
gobierno no dicta una medida que ellos hayan dejado de indicar de antemano, es
un continuo darse el parabién de la docilidad del ministerio tal o cual en
adoptar la medida que se le sugería en el número tantos del periódico A o B; de
haber sido el primero (siempre el primero) en consignar en una pobre o humilde
opinión (¡cuerno con la humildad!) lo que debía hacerse o no hacerse, etc. etc.
Al leer estas sandeces pretenciosas, se nos figura oír aquello de: aramos, dijo la
mosca.
25
64
Las cosas ridículas son la parodia de las cosas sublimes; o, lo que viene a ser lo
mismo, lo sublime se vuelve ridículo cuando las grandes causas o efectos se
aplican a sujetos o a objetos pequeños. El veni, vidi, vici de César sería cosa muy
jocosa en boca del partidario Palillos, o del Rojo (alias Patito.)
Os entrego mi hijo y mi esposa, dicho por Napoleón a los parisienses al
despedirse de ellos para ir a combatir a los aliados, tiene algo de grande y de
solemne que conmueve al corazón; estas mismas palabras pronunciadas por un
jefe político, aunque en circunstancias igualmente graves, harían reír a un duelo
entero.
La relación pomposa de una grande batalla nos electriza; el parte hiperbólico de
una escaramuza nos estomaga.
La proclama de un general a un ejército de cien mil hombres, nos parece
siempre un escrito clásico y elocuente, difícil es que, por buena que sea, la
alocución de un juez de primera instancia a sus administrados no nos parezca
macarrónica o extravagante en grado heroico y eminente. Así va el mundo,
lo grande obtiene casi siempre nuestra admiración, raras veces sucede que lo
pequeño no nos parezca fútil y despreciable.
65
La decadencia de la prensa periódica camina en España a pasos agigantados.
Tres causas a nuestro entender la precipitan a su ruina: 1.ª ese furor de polémica
árida y personal, que, desprovista de interés, abruma con su insulsez, fastidia sin
término, y retrae cada vez mas a los suscriptores; 2.ª la escasez de verdaderas
ideas políticas, y el poco fuste y universalidad de las cuestiones y debates
promovidos sobre esta interesante materia; 3.ª en fin, la negligencia y desaliño
con que se trabaja la parte amena de estos escritos, y que solo pueden compararse
con el hastío y cansancio que causa su lectura. Pero los periódicos cumplen su
destino, nacen y mueren sin haber apenas vivido; suerte común a todas las
empresas intentadas en este país, en donde desde principios del siglo no pasan las
creaciones de ser meras eflorescencias, ni la importación de los conocimientos
extranjeros es otra cosa que unos ensayos imperfectos, planteados sin convicción,
y conducidos sin la fe robusta y perseverante de que se necesita para el arraigo de
las innovaciones.
26
66
A medida que se avanza en la vida se van destruyendo sucesivamente todas sus
ilusiones, es ella un panorama cuyos bastidores se desarman uno después de otro;
una decoración fantástica cuyo prestigio desaparece luego que se contempla de
cerca. Sin embargo, dos cosas conservan tal vez, para la mayor parte de los
hombres, el encanto de los primeros años; estas dos cosas son: el aspecto del
campo, y las formas de la mujer.
67
Los sentimientos pierden mucho en ser analizados, examinados
concienzudamente los propios, se encuentra casi siempre que provienen de un
motivo o de un origen innoble; escudriñados los ajenos, se halla con sobrada
frecuencia que no tienen más causa determinante que un interés más o menos
inmediato o material.
68
Hay pocas pasiones nobles, no hay ninguna completamente desinteresada.
Puede asegurarse que todas ellas son modificaciones mas o menos especiales del
egoísmo.
El amor de la gloria no es otra cosa que el deseo de obtener superioridad,
honores, distinciones, mando, o cuando menos influencia sobre sus semejantes.
La ambición es una pasión sórdida e insaciable, es un delirio funesto que toma
incremento mientras existe en el mundo algo que codiciar; así como el incendio,
que crece mientras halla combustible que devorar, es el apoteosis del egoísmo.
El amor es el egoísmo a dúo, el egoísmo profesado entre dos personas, como
dijo no me acuerdo quien; es un afecto orgánico que, con el permiso de mis más
sentimentales lectoras, viene, en resumidas cuentas, a tener la misma metafísica y
el mismo espiritualismo que la sed y la gana de comer.
La decantada filantropía no es sino el temor de la propia desgracia,
representada vivamente a nuestra consideración por el espectáculo de la ajena.
No es por puro amor a la humanidad que compadecemos los males de nuestros
semejantes; es por que tememos llegar algún día a experimentarlos iguales; la
imagen de una calamidad venidera estimula nuestra previsión entonces más bien
que ablanda nuestro corazón, y la limosna que damos se escapa de nuestra
sórdida mano en forma de anticipación; nos figuramos que hacemos un préstamo,
que no sé cual providencia nos devolverá con usura en el momento del
infortunio.
27
69
Cuando un discípulo de Víctor Hugo ve la brisa destemplada del otoño empujar
delante de sí los despojos de la vegetación, y arrollar en largos y tortuosos
cilindros miriadas de hojas marchitas, ¡¡¡¡se le figura ver al ángel de las ruinas
barriendo una generación!!!!… ¡qué hermosura!
70
El romanticismo, este género churrigueresco de la literatura moderna, habría
eclipsado la clásica y la de buen gusto, la más clásica de todas, si este triunfo
hubiese podido alcanzarse con imaginaciones menos extraordinarias que la de
Víctor Hugo. Felizmente que los imitadores de este no supieron encaramarse a su
altura, ni escribir otra cosa que ridiculeces. Luego que anegado en melenas, en
habla férreo, en miradas metálicas, en amores extenuados y transidos, echó el
romanticismo una ojeada en derredor de sí, y se vio chabacano cuando se creía
sublime, y estantigua y grotesco cuando se figuraba ser interesante y sentimental,
le dio un violento acceso de risa y murió de una carcajada.
71
¿Cómo es que el hombre, que seguramente ha sido inspirado en todas sus
poesías por la mujer, no ha elegido las formas suaves de este ser, origen o apoyo
de todas las ilusiones, para personificar a los ángeles?
28
72
La mejor ocasión para hablar a las mujeres de ciertos asuntos sería aquella en
que… pero ¿cómo averiguar una circunstancia tan íntima? Una oportunidad…
¿tan… oportuna?... Algunos indicios fisiológicos podrían quizá servir de guía en
el inextricable laberinto de las voluntariedades y de los caprichos femeninos;
también podrían inducir en graves errores. A falta de estas nociones, puede estar
uno seguro de que hay mayores probabilidades de éxito inmediatamente después
de que alguna ocurrencia o accidente haya excitado poderosamente el fluido
nervioso de ese sexo superabundante en elementos de irritabilidad; una ópera, un
drama lamentable y llorón, una emoción fuerte o un ejercicio violento es un
excelente prolegómeno, una predisposición feliz, una especie de madurativo del
que deben esperarse grandes resultados. Es sin duda por esto que las mamás
aguerridas y amaestradas en los peligros, temen tanto para sus hijas los efectos
verdaderamente diabólicos del baile.
73
Lo más propio para infundir la creencia a la inmortalidad del alma, es el
descontento de nuestra suerte en este mundo. Cada uno gusta de persuadirse que,
sea antes, sea después, ha de tocarle alguna vez su San Martín.
29
74
La necedad es un don del cielo; es una ilusión deliciosa y duradera que reviste,
que decora, que embellece todos los objetos; y que, a Dios gracias, es tan sólida,
tan fuerte e impermeable que nada es capaz de destruirla ni penetrarla, es una
especie de intuición divina que resiste heroicamente, y a macha martillo, a todos
los desengaños, a todos los experimentos.
Hay dos grandes categorías de necedades, y por consiguiente dos clases
capitales de tontos, los de profesión y los de pura afición; entre los primeros
pueden comprenderse (por ejemplo y para dar una idea del género) los sabios de
diez y ocho a veinte años; la mayor parte de los constructores de frases; los
traductores que no poseen más que un idioma, incluso el suyo natal; los
escritores remolcados; los oradores sin fuste; los poetas sin imaginación; los
fabricantes de melodramas, o sean piezas de magia, mientras se ejerciten en este
abominable
y peligroso artefacto; los compiladores que se figuren ser literatos; los
embadurnadores de todas especies que se creen artistas; los autores dramáticos
propensos a sudores, etc., etc., etc.
Estos tontos sabiondos se diferencian notablemente de los de la segunda
categoría, estos tienen por elemento soberano la tontería natural, sin arte, ciencia,
ni enseñanza alguna; una tontería genuina, inspirada, inocente, celestial; una
tontería tratable, bonachona y campechana, sin pretensión ni deseo de lucirse.
Esta necedad incipiente y de puro instinto, se distingue sobre todo de la otra en
que es incapaz de progreso y en que es estacionaria por naturaleza. La primera al
contrario, marcha, corre, vuela, y se extiende como la peste, es la tontería
sublime, adornada, preciosa, relamida, artística, melindrosa; el asno en una
palabra cubierto de reliquias: es una tontería colectiva en fin y fuertemente
constituida, que se abalanza en falange cerrada e impávida, a derrocar al paso de
ataque el saber y el buen gusto.
30
75
Las asociaciones literarias, científicas o artísticas perjudican tanto al progreso
del saber, como en otros tiempos dañaba la institución de gremios al adelanto de
los artefactos. La convención tácita, pero guardada con toda fidelidad, de
aplaudirse recíprocamente; los dulces arrullos para las obras de los consocios, el
ceño adusto y reprobador para las de los profanos, la censura pedantesca, el fallo
magistral y clásico de tales corporaciones, son otros tantos elementos que
necesariamente avasallan o corrompen el gusto, extremos igualmente fatales
para el genio. Creemos que el juicio que conviene a las producciones del literato
y del artista es de intuición, no de pandilla, y que todo jurado que no sea el de los
talentos eminentes, es incompetente para calificarlas.
76
Lo que en los ateneos, liceos, academias y reuniones de artistas o aficionados
es verdaderamente insoportable, es el compromiso que sin efugio se contrae al
entrar en ellas, de asombrarse de cuanto se vea y oiga. No conozco cosa más
cansada ni más propia para atacar los nervios, que esa repetición interminable de
aspavientos y de boberías hiperbólicas con que tiene uno que contribuir, sacando
fuerzas de flaqueza, trayendo la admiración de los talones o de más allá si ha
lugar, y sudando como un cavador para abortar algún elogio lánguido o alguna
insulsez relamida, capaz de petrificar a un maestro de escuela.
77
A los artistas, a los literatos no los satisfacen alabanzas razonables y vulgares,
necesitan de frases sublimes, de alusiones originales y de conceptos extraños, es
preciso lavarlos con ambrosía y ahumarlos con incienso olímpico. Menos
habilidad y menos gasto de talento se requiere para componer un poema épico,
que para elogiar de una manera conveniente a un poeta, a un autor dramático, a
un pintor o a un músico.
31
78
Se busca la invención de un instrumento de primera necesidad, a que se dará el
nombre de literariómetro o traductoriámetro, según la aplicación inmediata que
de él se haga, deberá tener las propiedades siguientes:
1.ª Ofrecer la valuación instantánea de las letras en los renglones y de estos en
cada página, por ancha o desfigurada que sea la composición del manuscrito. De
este modo, en cuánto a cantidad a lo menos, que es lo importante en este género,
no se hallarán expuestos los empresarios a comprar gato por liebre.
2.ª Dar a conocer con toda seguridad, por la comparación lineal con tipos
determinados, el género de composición, calidades del estilo, mayor o menor
originalidad del escrito, grado de concepción, fuerza de lógica o de imaginación,
etc., etc.; con lo que, aunque sea uno más negado que el más rudo hotentote,
podrá desde luego juzgar de los defectos y bellezas de una producción literaria,
infinitamente mejor que todos los folletinistas y traductores del mundo.
79
Nada es más capaz de apagar del todo la imaginación, que el trabajo del
oficinista, parece imposible que quien lo haya sido muchos años pueda formar
una frase que no sea trivial, ni estampar un concepto que deje de ser adocenado.
La retórica burocrática repugna en efecto todo lo que no es ramplón, y desecha
toda idea que no sea común, y toda expresión que no sea roma y bien desgastada,
la sublimidad de su fraseología consiste en una monotonía insulsa e impasible,
su vocabulario corto y estacionario, y su estilo embotado, compasado y
abundante en circunlocuciones, componen un habla descolorida y mecánica, sin
movimiento, sin accidente, ni transición, que hace sudar y da frío, que convence
sin persuasión, concede sin obligar, y niega sin lenitivo ni esperanza.
32
80
El modismo oficial es tan pegajoso que, una vez hecho a él, le aplica usted, sin
poderlo remediar, a todos los casos y ocurrencias. Saturado ya del humor
burocrático, no formará usted una oración que no gire sobre un participio, ni
dejará de partir de un antecedente, aunque sea para pedir los chanclos a
su criado o despedir al casero. Tal es la tiranía de este dialecto consagrado, que
todo lo invade y que se sustituirá muy frescamente, si llega el caso, al lenguaje
sentimental de la pasión. Así es que no será extraño que, si algún día se encuentra
el veterano oficial de secretaría herido por el mirar extraño de una linda mujer, le
lance una tierna declaración formulada poco más o menos en estos términos:
"Haciéndome muy al caso el que a la mayor brevedad tenga usted a bien pasar
íntegra a mis manos, se servirá noticiarme, sin pérdida de tiempo, su
conformidad sobre este interesante punto, o lo que respecto a todo lo referido
tuviese por más conveniente."
81
Raras veces se detienen los legisladores en considerar los efectos indirectos de
las leyes que ellos forman, y en meditar la filosofía que encierra el adagio que
dice: hecha la ley, hecha la trampa. Esta trampa asoma la cabeza de continuo por
entre las numerosas imprevisiones, olvidos, inadvertencias e inconsideraciones
que como otros tantos intersticios acribillan los textos legales, y transforma a
menudo un decreto o una disposición reglamentaria, al parecer equitativa y
saludable, en un mandato inicuo y estúpido. Así como en lo físico no hay acción
que deje de producir una reacción, ni en lo moral obra buena de que no resulte
una inmoralidad, del mismo modo puede asegurarse que apenas se encontrará
una disposición legislativa que no engendre alguna consecuencia adversa o
alguna contradicción trascendental, no solo a la equidad y a la justicia en general,
sino también a la mera aplicación del sentido directo y del fin primordial que
aquella tuvo por objeto. En tan difícil materia, se afanaría en vano el talento más
eminente en suplir por la experiencia, solo a la exquisita sagacidad del interés
personal le es dado descubrir y desentrañar esos defectos impalpables, esas
tendencias ignoradas, esa vaguedad irremediable hija las más veces de la falta de
fijeza en el lenguaje, esos vacíos y simas, ocultas siempre en mayor o menor
número debajo del primor de la más esmerada redacción. El instinto sórdido que
sabe hacer esta complicada análisis puede compararse a la vara del saludador,
que al trepidar sobre la superficie de un terreno, indica lo que hay que explotar en
su seno.
FIN
33

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EL LIBRO VERDE (Aforismos) (1841) Luis Corsini

  • 1. EL LIBRO VERDE (1841) Luis Corsini Edición: Julio Pollino Tamayo cinelacion@yahoo.es
  • 2. 2
  • 3. 3 Honni soit qui mal y pense. [Que el mal caiga sobre aquel que piense mal.] 1 Toda constitución política es un ente de razón mientras no existan las leyes orgánicas que aseguren las consecuencias, el efecto y la aplicación de los principios consignados en ella; porque estas leyes son el cumplimiento de lo que aquella solo es la promesa y el programa. 2 Muchas cosas andan en esta época al revés de lo que solían en otras. Cuando menos trabajados por las vicisitudes políticas, nos hallábamos también menos picardeados, teníamos en nuestras legaciones hombres más penetrantes y sagaces, más sutiles y astutos que el mismo príncipe de Metternich. Ahora que maldito lo que nos ha quedado de bonachón ni de sencillo, nos encontramos con que nuestros diplomáticos sueltan a borbotones unas candideces y unas bondades que da lástima. 3 Tres plagas se han generalizado extraordinariamente en España en estos últimos años; la langosta, los traductores y las reputaciones.
  • 4. 4 4 Dichoso quien sabe impeler a su contrario a proferir necedades; más dichoso aún quien consigue hacérselas imprimir. 5 Sin duda es por arte del demonio que, por más que tratemos de remediarlo, siempre encontramos algo de ameno en el mal del prójimo. 6 Entre profesar una opinión y pertenecer a un partido, hay la misma diferencia que entre el discurso y el acción, entre el pensamiento y la ejecución, entre la inteligencia y la fuerza brutal. 7 Mientras marcha la revolución, el partido que ofrece más seguridad es el de la opinión más avanzada. 8 En las crisis revolucionarias, los partidos extremos, si bien pueden sufrir una suerte adversa, también corren la del triunfo; mientras que en todos casos las opiniones moderadas solo tienen la del sacrificio.
  • 5. 5 9 En las revoluciones no existe de hecho el partido moderado; porque lo que caracteriza un partido y forma la condición sine qua non de su existencia, es una doctrina, un sistema, un objeto y un poder de acción, cosas todas fuera de la esfera del verdadero moderantismo. Los moderados que se constituyen en partido abjuran su divisa, y a los pocos pasos emprendidos en esta vidriosa carrera, se trasforman, quizá contra su propósito, en ultras; porque el espíritu de partido irremisiblemente lleva a la exageración y al exclusivismo. Pero si la denominación de partido moderado es un sarcasmo o un mero apodo que solo sirve para clasificarse y distinguirse, no por esto deja de existir la compacta e innoble falange moderada, que no compone partido ni bandera alguna determinada, sino una masa inerte y fría, atestada de opiniones pasivas, pusilánimes, indecisas, fluctuantes y pálidas; de voluntades flojas y sin energía; de miras políticas cortas, pueriles y dislocadas, y de egoísta e insulsa indiferencia; elementos todos incipientes, heterogéneos e improductivos, incapaces de amalgama ni de acción, y de cuyo monstruoso hacinamiento no puede resultar ni esfuerzo para la lucha ni concierto después de conseguida la victoria. El yerro político garrafal que ha cometido, y que cometerá cuantas veces se ofrezcan, el partido nada descolorido que se apellida modestamente moderado, es el haber valuado el esfuerzo de esta masa por el número de los individuos que la componen; sin considerar que nada es la cantidad desprovista de acción, que la revolución no es una mera teoría, que ella necesita no solo de cabeza sino también de pies y manos, y que todos los conciliábulos y previsiones del mundo jamas contrabalancearán el poder de una voluntad fuerte, vehemente y obstinada. 10 E1 agradecimiento es el más efímero de todos los sentimientos; así es que los servicios que no se premian inmediatamente después de prestados, quedan casi siempre sin recompensa.
  • 6. 6 11 El hombre orgulloso se desembaraza del agradecimiento premiando los servicios o persiguiendo a su autor. 12 La máxima que dice: para ser amado, ama, es enteramente falsa en el mundo social; mejor aprovecha la práctica de esta otra: hazte temer si quieres experimentar los efectos de la benevolencia. 13 Más obtiene un carácter cáustico armado de una lengua de víbora, que los más eminentes servicios del hombre modesto. En casi todos los pueblos de la antigüedad las divinidades maléficas tenían más altares que las benéficas. 14 En la adolescencia casi es una hombrada la pedantería, en el hombre hecho seguramente es una puerilidad.
  • 7. 7 15 Creemos que, sin pasar plaza de escatimado, podría fijarse por término improrrogable del permiso de ser pedante la edad de 24 años para los hombres que viven en la capital, y la de 30 para los que vegetan en las provincias. En cuanto a las mujeres, ellas disfrutan el privilegio de serlo impunemente toda la vida; por fortuna son pocas las de tal cual calidad que tienen la rareza de embeberse en nomenclaturas. 16 Sin embargo, más vale permanecer pedante aún a los 50 años, que querer ser original sin originalidad. 17 Una pretensión bastante ridícula es la de querer sostener el papel de original con una imaginación pobre y desmayada, con una de esas imaginaciones flojas e inertes que no se enderezan sino a fuerza de andamios y maniobras, y que no entran en calor sino a beneficio de fricciones y sudoríficos. Con un magín de tan miserable calaña, no hay que hacerse el Víctor Hugo ni el Talleyrand, sino dejarse de lindezas y de ocurrencias y avenirse buenamente con ser, como dicen las señoritas de lugar, reloj de repetición. 18 La verdadera originalidad, la que sin exageración surge naturalmente y sin ostentación de la propia cosecha, es el indicio casi infalible de un genio prepotente; así como lo bravío de las plantas silvestres lo es de la fuerza vivaz y de la fertilidad inicial del terreno virgen que las sustenta.
  • 8. 8 19 El hombre de genio, o de ingenio como decíamos pícaramente antes, es original hasta en las trivialidades. Las frases más comunes adquieren una expresión particular en su boca y suenan de otro modo al oído; su mirar aún indiferente vibra siempre algún concepto; su manera de saludar, de entrar, de salir, de sentarse tiene sentido, y hasta en sus ademanes más vulgares se vislumbra el signo mágico de la inteligencia. No lo dudemos, aún en la acción de ponerse el corbatín, de quitarse las botas, y, si ustedes me apuran, de atacarse los pantalones y de ajustarse los tirantes, hay en el hombre superior más talento que en las discreciones habladas de los tontos. 20 La originalidad estudiada no deja de tener alguna semejanza con la caricia del asno de la fábula; es una concepción esforzada de la necedad, una aberración del sentido común; es sobre todo una mina inagotable de risa, que el virtuoso e indulgente prójimo explota a las mil maravillas. 21 ¿Quién sería el apreciable conciudadano que compuso el lema de la Academia Española? Allá encima de un bacín humeante un rótulo en que se lee: limpia, fija y da esplendor. No comprendemos el bacín ni el humo, porque uno y otro le dicen a la operación de formar un diccionario, una gramática o un capítulo de prosodia, como una papalina a la efigie de Marco Aurelio. ¿De qué ebullición de sesos se ha menester para sentar sencillamente el significado liso y morondo que, no la academia, sino la generalidad del uso ha dado a un vocablo? ¿Hay en esto algo que, ni por los cerros de Úbeda, tenga analogía con hacer hervir un puchero? Un alambique hubiera sido cosa algo más decente, podría decirse que la Academia alambicaba... Pero, aún así se cometía un contrasentido, la Academia, en cuanto a sus funciones para con la lengua castellana, no tiene por misión sacar espíritu ni quinta esencia alguna intelectual, física ni moral; sino decir, sin hipérbole, elipsis ni género alguno de metáfora, que la jeringa, por ejemplo, es jeringa, y atenerse a describir de cabo a rabo la catadura y propiedades de este precioso instrumento, sin permitirse la más mínima alteración en la relación de sus hechiceras formas y de su traidora propensión, so pena de destruir enteramente la ilusión que nos formamos de este apreciable mueble, y de atacar hasta cierto punto su anodino efecto. En esto se ve que no hay espíritu ni calabaza, meditación, combinación, intuición ni esfuerzo alguno de imaginativa.
  • 9. 9 Pero, dejemos el alambique, el bacín y el humo, y vamos a la divisa macarrónica y de mal gusto hasta más no poder, que con admirable frescura se ha colocado en la frente la Academia Española: tres absurdos en cinco palabras. Prescindiendo de lo chabacano, de la ordinariez e impropiedad del estilo (que es bastante prescindir) la Academia, como arca sagrada del idioma, ni limpia, ni fija ni da esplendor. No limpia, porque, tomando esta voz poco limpiamente colocada aquí, en el sentido de purificar, es inhábil para ello la Academia, en virtud de la misma atribución especial a que debe su existencia; y además de inhábil es impotente, pues ¿qué conseguiría en efecto esta corporación con asignar a una palabra o dicción un valor, un significado, una acepción diferente de la que le hubiese dado el uso, el asenso inmenso e incontrastable de la nación entera? Delante de este grande jurado, como decimos muy bonitamente hoy, quien se equivoca es quien le contradice. De nada serviría el querer expurgar y mejorar su dialecto, quien no habla como él habla en gringo, no en castellano. El diccionario de la lengua no es por consiguiente un tratado razonado de dicción, es lisa y llanamente un apunte de términos a los que el uso solo se ha reservado el derecho imperioso e indeclinable de dar vida, boga y sentido; es un registro de entrada y salida en que con tinta indeleble escribe o tacha aquel, según su capricho soberano, lo que se le antoja, sin andarse en silogismos ni filosofías. En cuanto a fijar ¿quien demonio habrá introducido en el meollo de académico alguno posible, aunque haya sido traductor de oficio toda su vida, la extravagante idea de que el dialecto de un pueblo culto podía permanecer estacionario? ¿Acaso se ignoraba una verdad tan vulgar cuando se encaramó sobre el pórtico de la Academia esa elegante y sabionda elucubración? ¿No se desmiente además paladinamente esta con la calificación oficial de anticuada, adoptada por la misma Academia para señalar los vocablos o acepciones caducadas y caídas en desuso?... ¡Extraña pretensión! ¡fijar un idioma! ¡¡¡fijar lo que por su naturaleza es esencialmente móvil y transitorio!!! Por lo que hace a dar esplendor, mal podría conseguirse cuando ni siquiera se alcanza, según hemos visto, a limpiar. Lo que sí deseamos es que la Academia (más que caiga su santa cólera sobre nuestra pobre cabeza) empiece a darse esplendor con borrar su mal sonante divisa, y retirar su bacín, su fogón y su humareda.
  • 10. 10 22 El termómetro infalible del favor que se disfruta con un personaje, se halla en la expresión con que nos acogen las personas que le rodean. 23 La contemplación de los monumentos cubiertos del barniz de la antigüedad, hace nacer pensamientos poéticos, al paso que la vista de las construcciones nuevas nada dice a la imaginación. ¡Lástima es que suceda precisamente lo contrario con las mujeres! 24 La literatura periodística, si no es la peor, es en realidad la más cara. Demostración. Cuatro páginas de a cuatro columnas, verbigracia de diez y ocho pulgadas y media de largo cada una, verdadera columna de camino, como dicen los tácticos, con 114 líneas de breviario o glosilla, menos los espacios y el artículo de fondo que, como es de magín, tiene que ir más gordo. Tenemos pues 296 pulgadas de leyenda, de las que, rebajado el medio término de membretes y separación de materias, esto es de sesenta blancos, poco más o menos, de a pulgada (otro medio término), quedan para el voraz lector 236 pulgadas cabales de... delicias, que deben sin embargo sufrir todavía las siguientes. Bajas. 1.ª Las noticias extranjeras, poco más o menos idénticas a las que leímos el año pasado y que por lo tanto pasamos por alto, recogiendo solo al vuelo de la ojeada dos renglones sobre las crecidas del Nilo; tres y medio sobre senectud extraordinaria, cosa que nos gusta a todos muchísimo; siete menos cuarta relativos al casamiento del Príncipe*** con la Duquesa*** , noticia cuyo interés se defrauda completamente si el redactor ha tenido la malhadada inadvertencia de dejar en el tintero la fecha exacta del día en que se verificó la ceremonia; un solo renglón de los regalos del Bajá de Egipto al Papa, por la singularidad del asunto; en fin cuatro renglones y siete décimas, lo más, de un glorioso parto de cinco niños de arroba y media cada uno.
  • 11. 11 2.ª Las candideces o marrullerías de los corresponsales, susurro monótono capaz por lo común de dar náuseas a un etíope y de aletargar a un condenado a muerte; y sabido por demás con conocer el color político de la redacción del periódico. 3.ª Las alocuciones, ofrecimientos y felicitaciones de las corporaciones, de los jefes políticos, jueces de primera instancia y fieles de hechos, o sean noticias de España; relleno soporífero que ustedes y yo pasamos con enfado, aunque tengamos algún tío o primo entre los firmantes, pues que si de algo estamos hartos, ciertamente es de este empalagosísimo género, abundante, abundantísimo por nuestra desgracia. 4.ª Las noticias oficiales, de que no se nos da un bledo, 1.º por el runrún que suele precederlas, 2.° por nuestra magnánima y heroica indiferencia, 3.º por lo fuertes que somos en la palinodia. 5.ª El espíritu de la prensa periódica, quinta esencia escasísima de sentido, controversia tildada de exclusivismo y de parcialidad, en que mezquinas personalidades aspiran en vano al honor de ser tenidas por debates políticos. 6.ª La parte episódica, reducida a un par de suicidios insulsos y sin poesía, que, como cosa muy repetida, no es ya suficiente para excitar el fluido nervioso de un filantrópico habitante de las floridas márgenes del Manzanares (1). 7.ª Los movimientos muy pausados de la bolsa, del comercio marítimo, de la caja de ahorros, y algún otro de poco interés, que deja usted pasar desapercibido, como todo lo que es microscópico. 8.ª En fin el folletín, ¡el folletín! esa producción sin padre titular, que se alimenta de rapsodias y destrozos exóticos trasformados bárbaramente en solecismos castellanos por el manualismo anti-social, anti-humano, anti-liberal, inicuo y atroz de la traducción. El folletín es la decepción por antonomasia del perioditismo; es el engaño torpe y desaliñado del embaucador de callejuela. Allí en donde, bueno o malo, se figura usted encontrar alguna composición nueva, inédita a lo menos o poco conocida, le chafarrinan a plumada de avestruz un pasaje flamante de las terceras ediciones de Balzac o de Federico Soulié. Para desgracia del folletín, está destinado, según parece, a ser presa eterna de los traductores, especie voraz, perseverante, invariable, incansable, pues la manía de traducir es como la de rascarse, una vez dada, ninguna cosa la detiene, su divisa es: Se continuará. No hace arriba de un año que en un periódico ya difunto, se continuó en su folletín la traducción de una novelita de cuatro tomos, de aquellos aturronados que adornan los estantes de las librerías de suscripción de esta corte; hubo 242 Se continuará. (1) Disimúlenos el lector lo esforzado de la metáfora, sabemos como él que estas deliciosas orillas no suelen hallarse efectivamente floridas o adornadas sino en los dos o tres días que siguen al de San Isidro, o al de cualquiera grande reunión verificada en ellas; tal es la singularidad de esta tierra romántica.
  • 12. 12 Hechas todas estas rebajas, sin omitir la autorización del Editor responsable y el membrete de la imprenta, nos queda solo el artículo de fondo, nuestra tierra de promisión; cuyo Edén unas veces es largo, otras veces es corto, florido en ocasiones y en otras no; pero de todos modos demasiado sucinto su contenido para que (con proporción a la literatura encuadernada se entiende) no esté excesivamente pagado con cuatro, seis u ocho cuartos que cuesta cualquier periódico diario. Sin embargo de todo lo dicho, confesamos con toda espontaneidad que es imposible tener goces intelectuales, instruirse ni tener opinión, sin amodorrarse cotidianamente sobre un grande y ancho periódico, sea o no de la oposición. 25 Antes de que se nos marche del todo la especie de los traductores y de las traducciones, diremos que, según se cuenta, ha habido en otro tiempo un verdadero traductor en España; pero una golondrina no hace verano. Era este traductor, para todos los demás traductores, un traductor heterodoxo que salía de regla, un paria, un profano indigno de pertenecer al gremio, un haragán, un mal trabajador que necesitaba de seis semanas para traducir un folleto. Este menguado traductor fue Moratín; pero tan ímprobo le pareció este oficio, que para él era un arte, que pronto se aburrió de él. más que la composición de una de sus excelentes piezas, le costaba la traducción de una comedia de Molière. Estábamos muy atrasados en aquel tiempo, hoy se traduce de corrido y sin enmienda, a pliego por hora y a seis reales el cuadernillo. 26 El día en que el hombre se formula decididamente una opinión política, se compromete a admitir de una en una hasta sus más imprevistas y extrañas consecuencias.
  • 13. 13 27 En política el hombre piensa en masa, o, por mejor decir, no piensa, se adhiere a ciegas, según la impulsión que le imprime su posición social, su temperamento, sus pasiones, su educación o las vicisitudes de su carrera, a tal o cual religión política. Indiferente muchas veces durante largos años a todas ellas, suele ceder repentinamente a la seducción de un orador energúmeno, o a las influencias secretas del más insignificante accidente. Adepto ya de lo que se llama una opinión y no es más que un partido, todo paso retrógrado le parece no solo una inconsecuencia, sino una defección, una infamia. 28 A veces está uno tentado de creer que los sistemas políticos inventados de Adán acá para gobernar a los hombres, podrían muy bien no haber sido, más que sofismas puestos en acción. ¡Si estaremos buscando la piedra filosofal! 29 La erudición es una señal casi infalible de aridez en la imaginación. 30 Para el hombre erudito, los trabajos de Hércules son nada comparados con una creación cualquiera... excepto sin embargo la que ustedes saben... Grandes fisiólogos pretenden al contrario que son eminentes para esta última clase de obras aquellas organizaciones en que las reminiscencias suplen por la imaginación.
  • 14. 14 31 Sin una censura esclarecida, pero rígida y aun mordaz, no hay instituto dramático posible. A la falta de este estimulante creador, más bien que a la infame localidad y al endiablado acomodo de nuestros teatros, debe atribuirse la marcha verdaderamente retrógrada de la escena española. Los aplausos tributados con inteligencia y parsimonia son sin duda muy propios para desarrollar la capacidad del artista; pero los elogios irrazonados y con harta frecuencia irrazonables con que de continuo arrullan a nuestros actores, alabando en ellos sin detención ni examen lo bueno y lo malo, solo pueden producir el efecto de adormecer sus talentos y de malograr sus disposiciones. ¿A qué no habría llegado el arte de la declamación en nuestros jóvenes alumnos del conservatorio, si un público menos fácil, si censores más severos, si algunas páginas de concienzuda crítica, escritas con el estilo punzante del epigrama, hubiesen motejado a tiempo mil defectos y descuidos, que han crecido tranquilamente al son de aplausos rutineros y de hiperbólicas necedades? 32 El mejor actor gracioso acaba siempre por ser un caricato, la perfección de este papel es inseparable de su abuso y le conduce inevitablemente a su degeneración. 33 El sainete es una farsa grosera y de mal gusto que desacredita al teatro español. 34 Desde que la literatura dramática se ha hecho popular, hay infinitas personas que creen con admirable aplomo que es muy fácil escribir una buena comedia, solo porque han sabido componer un largo sainete.
  • 15. 15 35 Nunca se blasona más de una cosa que cuando se carece de ella. Esta es una verdad de Perogrullo, pero tan obstinadamente olvidada que puede pasar por un descubrimiento. 36 En cualquiera carrera, la capacidad y la asiduidad al trabajo solo sirven de medida para mayores exigencias. Es hacer alarde de fuerzas para obtener un aumento de carga; es un acto de vigor y de buena voluntad que tiene el mismo resultado que la pujanza del ganapán o los corcovos de las caballerías. 37 Aplicada a la prensa periódica, la libertad de imprenta es a un tiempo el garante más positivo de las instituciones liberales y el mayor estorbo para la marcha del gobierno. 38 No hay poder ni fuerza moral posible sin acatamiento hacia quien le ejerza. En teoría podrá muy bien no excluir el menosprecio a la sumisión; pero no se gobierna con un sofisma, y la experiencia sobradas veces ha demostrado que en la práctica de este contra-sentido tan violento como inconciliable, no resiste un instante la obediencia a la desconsideración personal. De aquí la debilidad de todo gobierno que no pueda sustraerse a esa censura sañuda que se ataca no solo a sus actos consumados, no solo a sus principios reconocidos, que en este caso llegan unos y otros a ser pasibles y sujetos al examen de los administrados, si que se pega ademas tiránicamente al individuo, persiguiéndole de muerte en sus afecciones, calidades y defectos, y hasta en su figura, perfiles y dimensiones; que le desnuda, le diseca, le analiza, le viste de máscara si se le antoja, y hace de él un molde de caricaturas. Creemos que un ministro que no pueda tener impunemente la nariz chata o acaballada, la estatura grande o pequeña, y que se ve obligado a justificarse diariamente de tener el habla gangosa, de tomar tabaco, de haberse casado con su cocinera, o de llevar un lente o un frac de cierta hechura, jamás llegará a obtener ese prestigio decantado, esa aureola imponente, sin la que el depósito sagrado del mando y de la autoridad no es otra cosa que una burla chabacana y una chanza de mala crianza.
  • 16. 16 39 La libertad de imprenta es sobre todo preciosa en que es la concesión de un derecho positivo, verdadero y cabal, que no se presta a ser desmoronado por interpretaciones torticeras o argucias sofísticas, y que no es susceptible de viciarse, desnaturalizarse, o reducirse a una pura ficción, como puede acontecer, por ejemplo, con la representación nacional, con la libertad personal, etc. etc. De condición tan intratable es la libertad de imprenta, que no subsiste a medias, existe íntegra o no existe, como la verdad, como la pureza virginal, como el honor, como la probidad, intransigente por naturaleza, no admite término medio; una restricción la más insignificante, una traba, un solo tropiezo la aniquila. 40 No se puede llegar a disfrutar tranquila y completamente de la libertad compatible con el orden social, sino cuando las clases influyentes de una nación conocen los principios en que se funda aquella, los justos límites de los derechos del ciudadano, y las obligaciones que de estos dimanan necesariamente. 41 Lo primero que apetece el hombre subyugado luego que recobra su independencia, es practicar represalias, conoce que ha sido engañado, que se han burlado cruelmente de su destino, y calcula que, habiendo llevado durante la mitad de su vida todas las cargas de la sociedad, es justo que los que fueron sus señores las lleven también y sean ahora sus siervos. En el estado de libertad no concibe una restauración, sino un desquite, una reacción, ha sido oprimido, y nada le parece mas equitativo que oprimir él también a su vez. Este raciocinio puede no ser muy filantrópico, ni muy conveniente su aplicación para la reorganización de una sociedad; pero es preciso convenir en que es rigurosamente lógico.
  • 17. 17 42 La generación que se ha armado contra la tiranía y ha pulverizado su cetro, se muestra poco flexible en todas ocasiones, y conserva siempre, al mismo tiempo que ciertos hábitos maquinales de servidumbre de que no le es posible desprenderse, una adustez que no le sienta del todo mal, y que le sirve de reparo contra las reminiscencias del despotismo, cuyos resabios se conservan también por largo tiempo sin poderlo remediar. Pero la generación siguiente se eleva ya con facilidad a la altura de su posición, la libertad social, con su inmenso séquito de atribuciones, se constituye elemento permanente de las individualidades, y entonces queda asegurada por siempre la independencia nacional. 43 El prodigar a las mujeres un grande respeto hace nacer en ellas el deseo de merecerle. 44 No hay amor sin entusiasmo, ni sectario sin fanatismo. 45 Reconocemos sin un grande esfuerzo el mérito de las personas que no tememos; no le negamos, siempre que no llegue a rivalizar con el nuestro, en las que nos sirven; pero en cuanto a concederle a las que nos disgustan o pueden hacernos sombra, Dios guarde a usted muchos años.
  • 18. 18 46 El no confesar la mayor parte de los vicios o torpezas de que adolece la humanidad, no prueba que somos inaccesibles a ellos, sino que las más veces somos tan hipócritas como malvados. 47 Tanto más nos alabamos de haber hecho una cosa, cuanto menos aptos nos consideramos para ella. 48 Lo que más nos impresiona en un gran suceso son las circunstancias accesorias que le han acompañado; la pregunta que hizo a su verdugo don Álvaro de Luna acerca del garfio en que había de fijarse su cabeza, conmueve más que su mismo suplicio. 49 Las mayores tribulaciones son: Para un panzista el que le saquen el chocolate claro. Para un diputado votante, el que se prorrogue una sesión. Para un diputado parlante, el que se le vaya el santo al cielo en el calor de la improvisación. Para un periodista, las declinaciones barométricas de las suscripciones. Para un editor responsable, el que trascurra una semana sin denuncia. Para todo ministro, una interpelación imprevista. Para un lechuguino, el aborto prematuro o la prolongación desmedida de un pliegue artístico. Para toda mujer, el momento en que descubre en su cabellera la primera cana. Para un oficinista, el retraso de un minuto en la recepción de su periódico favorito.
  • 19. 19 50 Los hombres son tan tontos que atribuyen casi siempre a profundidad el silencio magistral de los que les son superiores en categoría ¡pero Dios sabe lo que vale las más veces esa circunspección hueca, ese aire meditabundo, distraído y de grande hombre, bajo el cual con tanta frecuencia suelen ocultarse la incapacidad y la estupidez! Las reputaciones que en este tiempo llamamos usurpadas, se fundaron casi todas sobre el arte de callar. 51 LAS CUATRO ARISTOCRACIAS. La aristocracia más insolente y más insoportable es la del dinero, es groseramente altanera. La aristocracia de casta es altiva e intransigente, pero tiene a su favor el prestigio de una larga duración, la tradición de las buenas maneras, la elegancia de las formas sociales, y el tacto de las conveniencias y del buen gusto. Pasado ya el tiempo del vasallaje y desvanecido basta el simulacro del poder señorial, hoy mismo se miran sin ojeriza las pretensiones caducadas y pueriles que conserva esta elevada clase de la sociedad, y se considera con piadosa indulgencia esa preocupación verdaderamente hidalga, tan fecunda en grandes recuerdos y en doradas ilusiones. Al contemplar esta estimación de linaje mantenerse intacta y llena de fe en medio de una decadencia rápida e irreparable, nos parece ver al alquimista consumir con firme creencia su último doblón en su postrer experimento. La aristocracia de destinos es naturalmente dura y poco tratable; su estilo es imperativo, breve, frío y oficial, se le conoce a la legua que goza de una autoridad prestada y en depósito. Antiguamente tenía la dignidad clásica que al que ha seguido por largo tiempo una carrera, le da la seguridad de haber fondeado en ella; hoy la caracterizan un desasosiego huraño y una negra inquietud, parece trabajada continuamente por acedías y malas digestiones. La aristocracia del saber, la más orgullosa de todas, mira con desdén a las otras, es soberbia como el ángel caído. La idea de una superioridad cualquiera la ofende, la trastorna, la irrita, la horripila. El éxtasis de los necios, la admiración de los hombres de talento, la deferencia del poder, la estimación de los sabios, nada la contenta; y tal es la demencia de la vanidad que la corroe, que con frecuencia se la ve preferir ser nada a no ocupar el primer rango. Pero sea en el fango de la oscuridad, o en el brillo de la más encumbrada posición social, necesita siempre de un coro que cante sus alabanzas, y que a sus barbas haga su apoteosis. El decir que el verdadero saber es modesto, es la más insigne mentira que han proferido los hombres, ahí está la vida entera de Voltaire, de d'Alembert, de Rousseau, Diderot, lord Byron, Jovellanos y mil otros para probarlo. La abnegación aparente del sabio no es más que un orgullo concentrado.
  • 20. 20 52 Por más ardor que se sienta en la sangre, por más fervorosamente que lata todavía el corazón, es preciso dejar de ser amante cuando llega uno a no ser ya amable. Luego que los cuarenta bien cumplidos se han desplomado; que la fatal pata de gallo se ha articulado; que la expresión mímica habitual de la fisonomía, a fuerza de repetirse, ha grabado en el rostro un sistema pronunciado de sinuosidades; que la llamarada etérea de la mirada se apaga; que el cabello se aclara, o, lo que aún es peor, que se alzan en él escandalosas y delatoras canas, es forzoso batir tiendas sin perder instante, recoger sus deplorables restos antes de que sirvan de bagaje al enemigo, tocar fajina a toda prisa, y abrigarse, si ha lugar, en la ciudadela a veces poco segura del amor conyugal. Mantener el campo por más tiempo, seria exponerse a la vergüenza de sufrir descalabro sobre descalabro, y al disgusto de perder, con una serie de derrotas irreparables, el honor del pabellón, si es que algún día le tuvo... Mirad, para escarmiento, a Safo haciéndose la niña a los cincuenta años; vedla gemir, llorar, hacerse una jalea, componer odas eróticas, como un poeta adolescente, y moneando, culebreando, ardiendo y desesperada, tener para refrescarse que dar el desaforado y poco honesto salto de Leucades. 53 El momento mas favorable para hablar a un ministro, es el que sigue inmediatamente al instante en que ha podido cerciorarse ocularmente de haber hecho una buena digestión. He conocido un solicitante de profesión que jamás se presentaba a audiencia alguna, sin consultar previamente al ayuda de cámara de la excelencia a quien se proponía atacar; era el tal sujeto tan prolijo en esta clase de indagaciones, que no se contentaba solo con adquirir nociones exactas relativamente al color, figura, consistencia, olor y cantidad de la obra postrimera del patrón; sino que se enteraba además del tiempo que había tardado en perfeccionarla, y de la hora crítica en que había salido de cuidado. Pequeñísimas causas producen a veces grandiosos efectos. La muerte de Séneca, quizás no tuvo otro origen que una constipación o excesivo estreñimiento de vientre de Nerón... Abogados que os presentáis a una vista, amantes que vais a pedir una blanca mano, rogad de todo corazón a la de Atocha o de Loreto, que tan importante, negocio se haya concluido rotundamente, en regla y sin solución de continuidad, antes de que se ocupen del vuestro.
  • 21. 21 54 En lo pasado está el porvenir. Esto quiere decir que aunque progresemos a la carrera, aunque llamemos al gabán paltó, y aunque reventemos de sabiondez política y de ciencia in tutti quanti, nos distinguiremos en adelante con las mismas sandeces y sublimidades, chocheces y originalidades, candideces, discreciones, necedades, insulseces, atrocidades y porquerías que hasta ahora lo hemos hecho; por la sencillísima razón de que las mismas causas producen eternamente los mismos efectos, de que al olmo no se le debe pedir peras, y de que el hombre está organizado justamente de manera a recorrer sin cesar el círculo vicioso en que desde la creación ha dado ya tantas vueltas. 55 Nada cuesta tanto al hombre superior, como resignarse a vivir en la obscuridad. 56 El acierto en la política, en la guerra, en la administración, en el arte de gobernar, no es un don de inspiración; sino el resultado de la justa valuación de los sucesos acaecidos y la atinada aplicación de la experiencia adquirida. 57 No importa, decían, cuando se les noticiaba algún acontecimiento infausto, a los generosos españoles que, sin excepción, lucharon en 1808 por su independencia. Esta expresión sublime entonces, y que la posteridad ha recogido como divisa de un pueblo abrasado de patriotismo y fijo todo en un pensamiento heroico, se pronuncia aun hoy con imperturbabilidad; pero no anuncia ya la firmeza, la energía de corazones indomables. El egoísmo y la insensibilidad han parodiado con amargo desdén la profesión de fe nacional de aquellas voluntades de acero templadas para la libertad.
  • 22. 22 58 Cuando un trabajo legislativo o reglamentario, un plan de reforma o de creación, la formación o revisión de una ley, o cualquier otra grande obra de organización se ha confiado a hombres cortos de miras, y dominados de un espíritu angosto y perezoso, incapaz de abrazar vastas combinaciones, de elegir bases proporcionadas a la magnitud del objeto propuesto, y de descubrir, meditar y enlazar las ramificaciones y relaciones de este con las instituciones políticas del país y con las demás leyes y estatutos que le rigen; se ha hecho cuanto es humanamente posible para producir una concepción viciada y monstruosa, que esté en colisión y pugna permanente con los elementos constitutivos y sociales existentes y admitidos. 59 El ofrecer amparo y protección a los perpetradores de los crímenes más repugnantes a la humanidad y más universalmente reprobados; el prodigar la salvaguardia de la inmunidad a los autores de las rapiñas, violencias, tala y destrucción de un país amigo; el prestar apoyo y seguridad a millares de culpables fugitivos, para que conspiren a su placer la ruina de una dinastía o de un pueblo entero; el prohijar y justificar de una manera tan inmoral como impolítica todas estas grandes iniquidades, se llama… ¡derecho de gentes!... A no ser el espíritu humano tan fecundo en desvaríos, no podría creerse que una tolerancia tan criminal, tan vergonzosa como opuesta al orden y conservación de las sociedades, se decorase con una calificación de esta especie. El derecho de gentes así entendido debe inducir a creer que el principio internacional no es otra cosa que una disposición hostil permanente entre los gobiernos.
  • 23. 23 60 Cuando un pueblo o una sociedad ha llegado a un alto grado de corrupción, sucede con frecuencia que una inmoralidad corrige a otra. En estos últimos tiempos, por ejemplo, hemos visto la codicia y la mala fe oponer a veces un obstáculo insuperable a la realización del soborno, acto que aunque infame, requiere sin embargo cierta dosis de probidad tanto en el sobornador como en el sobornado; sin lo cual ni cumple este con su compromiso, ni expende aquel sino la más pequeña parte posible de la cantidad que le entregaron para operar la seducción, circunstancias que reunidas o separadas producen casi el mismo resultado. De aquí y sobre todo de la bajeza y venalidad demasiado comunes en los conspiradores subalternos, proviene el frustrarse con tanta frecuencia las conjuraciones, bien que urdidas con tino y auxiliadas con grandes sumas; pues como los numerosos agentes que se necesitan para semejante intento se embolsan casi siempre el dinero destinado a sobornar la masa más o menos considerable de hombres de acción sin la cual no es posible abalanzarse a derrocar un poder establecido, suele suceder que el movimiento calculado por ejemplo a doblón, habiéndose ajustado por último a peseta, se cumple la regla infalible de salir lo barato caro, y abortan, para bien de los pueblos las más veces, estos grandes trastornos políticos, que si bien son necesarios en ciertas épocas para la regeneración de las naciones abatidas bajo la coyunda del despotismo, fueron siempre fatales a la felicidad de las generaciones que los presenciaron. 61 Nada prueba mejor la impotencia de los periódicos para dirigir la opinión de las masas, que lo que sucedió en Francia cuando estalló la revolución de 1830. Tan desprovista, tan mal preparada, tan escasa de previsiones se encontraba esta en aquella época memorable, acechada sin embargo desde tanto tiempo, que la astucia del viejo Talleyrand y el paraguas de Luis Felipe fueron bastante para imponer a treinta millones de individuos un hombre y un gobierno. Transición más original no se ha visto, nada se había acordado, y el gobierno de Carlos X estaba derrocado, que no se sabia aun qué sustituirle, si república o monarquía de tal o cual especie. En esta fluctuación causada por falta de la decantada dirección de la opinión pública, un hombre sagaz recogió el cetro, que desde tres días andaba rodando por las calles, sin que nadie se ocupase de él ni se le disputase; y el pueblo que no tenia ni santo y seña ni lección aprendida, aclamó a Luis Felipe, del mismo modo que lo hubiese hecho con cualquiera otra persona que no repugnara a sus simpatías, y le proclamó rey, como le hubiera nombrado dictador, cónsul o presidente.
  • 24. 24 62 Algunas palabras sobre el paraguas de Luis Felipe. A este paladión, a esta nueva égida emblemática de la Francia, debe Luis Felipe la corona y el dulce nombre de rey ciudadano. El marrullero príncipe de Benavente conoció desde luego la virtud de este talismán, y al arrancar al duque de Orleans de la deliciosa morada de Neuylli en la noche del 31 de julio, tuvo buen cuidado de que no olvidara tan precioso mueble. A pie y con el paraguas popular debajo del brazo, se presentó el futuro rey de los franceses al piquete de la guardia nacional que ocupaba por aquella parte la entrada de París; y allí fue donde por primera vez, señalando Talleyrand a los parisienses esta efigie característica del rey ciudadano, les dijo a su modo: Ecce homo. Esta presentación oportuna y elocuente se divulgó en un momento por toda la grande ciudad; y el paraguas conducido en volandas hasta la casa de villa, ya revoloteaba en ella cuando Luis Felipe, en medio de un gentío inmenso que le llevaba en triunfo, se presentó a recogerle transformado en cetro. Humíllate si quieres ser ensalzado, dice el evangelio. La Fayette en aquel momento decisivo olvidó este precepto, y por andar a caballo llegó tarde. Desde entonces el paraguas mereció bien de la patria, y marcha sobre la alineación de la coleta de Federico II, del capote gris de Napoleón, de la bota senatorial de Carlos XII, y de la tizona del Cid. 63 Los periodistas están dominados de una manía parecida a la de aquellos apreciabilísimos sujetos que se pirran por anunciar el buen o mal tiempo, la lluvia, el viento o la escarcha; así como estos, si se les ha de creer, aciertan siempre en sus pronósticos, del mismo modo pretenden los primeros que el gobierno no dicta una medida que ellos hayan dejado de indicar de antemano, es un continuo darse el parabién de la docilidad del ministerio tal o cual en adoptar la medida que se le sugería en el número tantos del periódico A o B; de haber sido el primero (siempre el primero) en consignar en una pobre o humilde opinión (¡cuerno con la humildad!) lo que debía hacerse o no hacerse, etc. etc. Al leer estas sandeces pretenciosas, se nos figura oír aquello de: aramos, dijo la mosca.
  • 25. 25 64 Las cosas ridículas son la parodia de las cosas sublimes; o, lo que viene a ser lo mismo, lo sublime se vuelve ridículo cuando las grandes causas o efectos se aplican a sujetos o a objetos pequeños. El veni, vidi, vici de César sería cosa muy jocosa en boca del partidario Palillos, o del Rojo (alias Patito.) Os entrego mi hijo y mi esposa, dicho por Napoleón a los parisienses al despedirse de ellos para ir a combatir a los aliados, tiene algo de grande y de solemne que conmueve al corazón; estas mismas palabras pronunciadas por un jefe político, aunque en circunstancias igualmente graves, harían reír a un duelo entero. La relación pomposa de una grande batalla nos electriza; el parte hiperbólico de una escaramuza nos estomaga. La proclama de un general a un ejército de cien mil hombres, nos parece siempre un escrito clásico y elocuente, difícil es que, por buena que sea, la alocución de un juez de primera instancia a sus administrados no nos parezca macarrónica o extravagante en grado heroico y eminente. Así va el mundo, lo grande obtiene casi siempre nuestra admiración, raras veces sucede que lo pequeño no nos parezca fútil y despreciable. 65 La decadencia de la prensa periódica camina en España a pasos agigantados. Tres causas a nuestro entender la precipitan a su ruina: 1.ª ese furor de polémica árida y personal, que, desprovista de interés, abruma con su insulsez, fastidia sin término, y retrae cada vez mas a los suscriptores; 2.ª la escasez de verdaderas ideas políticas, y el poco fuste y universalidad de las cuestiones y debates promovidos sobre esta interesante materia; 3.ª en fin, la negligencia y desaliño con que se trabaja la parte amena de estos escritos, y que solo pueden compararse con el hastío y cansancio que causa su lectura. Pero los periódicos cumplen su destino, nacen y mueren sin haber apenas vivido; suerte común a todas las empresas intentadas en este país, en donde desde principios del siglo no pasan las creaciones de ser meras eflorescencias, ni la importación de los conocimientos extranjeros es otra cosa que unos ensayos imperfectos, planteados sin convicción, y conducidos sin la fe robusta y perseverante de que se necesita para el arraigo de las innovaciones.
  • 26. 26 66 A medida que se avanza en la vida se van destruyendo sucesivamente todas sus ilusiones, es ella un panorama cuyos bastidores se desarman uno después de otro; una decoración fantástica cuyo prestigio desaparece luego que se contempla de cerca. Sin embargo, dos cosas conservan tal vez, para la mayor parte de los hombres, el encanto de los primeros años; estas dos cosas son: el aspecto del campo, y las formas de la mujer. 67 Los sentimientos pierden mucho en ser analizados, examinados concienzudamente los propios, se encuentra casi siempre que provienen de un motivo o de un origen innoble; escudriñados los ajenos, se halla con sobrada frecuencia que no tienen más causa determinante que un interés más o menos inmediato o material. 68 Hay pocas pasiones nobles, no hay ninguna completamente desinteresada. Puede asegurarse que todas ellas son modificaciones mas o menos especiales del egoísmo. El amor de la gloria no es otra cosa que el deseo de obtener superioridad, honores, distinciones, mando, o cuando menos influencia sobre sus semejantes. La ambición es una pasión sórdida e insaciable, es un delirio funesto que toma incremento mientras existe en el mundo algo que codiciar; así como el incendio, que crece mientras halla combustible que devorar, es el apoteosis del egoísmo. El amor es el egoísmo a dúo, el egoísmo profesado entre dos personas, como dijo no me acuerdo quien; es un afecto orgánico que, con el permiso de mis más sentimentales lectoras, viene, en resumidas cuentas, a tener la misma metafísica y el mismo espiritualismo que la sed y la gana de comer. La decantada filantropía no es sino el temor de la propia desgracia, representada vivamente a nuestra consideración por el espectáculo de la ajena. No es por puro amor a la humanidad que compadecemos los males de nuestros semejantes; es por que tememos llegar algún día a experimentarlos iguales; la imagen de una calamidad venidera estimula nuestra previsión entonces más bien que ablanda nuestro corazón, y la limosna que damos se escapa de nuestra sórdida mano en forma de anticipación; nos figuramos que hacemos un préstamo, que no sé cual providencia nos devolverá con usura en el momento del infortunio.
  • 27. 27 69 Cuando un discípulo de Víctor Hugo ve la brisa destemplada del otoño empujar delante de sí los despojos de la vegetación, y arrollar en largos y tortuosos cilindros miriadas de hojas marchitas, ¡¡¡¡se le figura ver al ángel de las ruinas barriendo una generación!!!!… ¡qué hermosura! 70 El romanticismo, este género churrigueresco de la literatura moderna, habría eclipsado la clásica y la de buen gusto, la más clásica de todas, si este triunfo hubiese podido alcanzarse con imaginaciones menos extraordinarias que la de Víctor Hugo. Felizmente que los imitadores de este no supieron encaramarse a su altura, ni escribir otra cosa que ridiculeces. Luego que anegado en melenas, en habla férreo, en miradas metálicas, en amores extenuados y transidos, echó el romanticismo una ojeada en derredor de sí, y se vio chabacano cuando se creía sublime, y estantigua y grotesco cuando se figuraba ser interesante y sentimental, le dio un violento acceso de risa y murió de una carcajada. 71 ¿Cómo es que el hombre, que seguramente ha sido inspirado en todas sus poesías por la mujer, no ha elegido las formas suaves de este ser, origen o apoyo de todas las ilusiones, para personificar a los ángeles?
  • 28. 28 72 La mejor ocasión para hablar a las mujeres de ciertos asuntos sería aquella en que… pero ¿cómo averiguar una circunstancia tan íntima? Una oportunidad… ¿tan… oportuna?... Algunos indicios fisiológicos podrían quizá servir de guía en el inextricable laberinto de las voluntariedades y de los caprichos femeninos; también podrían inducir en graves errores. A falta de estas nociones, puede estar uno seguro de que hay mayores probabilidades de éxito inmediatamente después de que alguna ocurrencia o accidente haya excitado poderosamente el fluido nervioso de ese sexo superabundante en elementos de irritabilidad; una ópera, un drama lamentable y llorón, una emoción fuerte o un ejercicio violento es un excelente prolegómeno, una predisposición feliz, una especie de madurativo del que deben esperarse grandes resultados. Es sin duda por esto que las mamás aguerridas y amaestradas en los peligros, temen tanto para sus hijas los efectos verdaderamente diabólicos del baile. 73 Lo más propio para infundir la creencia a la inmortalidad del alma, es el descontento de nuestra suerte en este mundo. Cada uno gusta de persuadirse que, sea antes, sea después, ha de tocarle alguna vez su San Martín.
  • 29. 29 74 La necedad es un don del cielo; es una ilusión deliciosa y duradera que reviste, que decora, que embellece todos los objetos; y que, a Dios gracias, es tan sólida, tan fuerte e impermeable que nada es capaz de destruirla ni penetrarla, es una especie de intuición divina que resiste heroicamente, y a macha martillo, a todos los desengaños, a todos los experimentos. Hay dos grandes categorías de necedades, y por consiguiente dos clases capitales de tontos, los de profesión y los de pura afición; entre los primeros pueden comprenderse (por ejemplo y para dar una idea del género) los sabios de diez y ocho a veinte años; la mayor parte de los constructores de frases; los traductores que no poseen más que un idioma, incluso el suyo natal; los escritores remolcados; los oradores sin fuste; los poetas sin imaginación; los fabricantes de melodramas, o sean piezas de magia, mientras se ejerciten en este abominable y peligroso artefacto; los compiladores que se figuren ser literatos; los embadurnadores de todas especies que se creen artistas; los autores dramáticos propensos a sudores, etc., etc., etc. Estos tontos sabiondos se diferencian notablemente de los de la segunda categoría, estos tienen por elemento soberano la tontería natural, sin arte, ciencia, ni enseñanza alguna; una tontería genuina, inspirada, inocente, celestial; una tontería tratable, bonachona y campechana, sin pretensión ni deseo de lucirse. Esta necedad incipiente y de puro instinto, se distingue sobre todo de la otra en que es incapaz de progreso y en que es estacionaria por naturaleza. La primera al contrario, marcha, corre, vuela, y se extiende como la peste, es la tontería sublime, adornada, preciosa, relamida, artística, melindrosa; el asno en una palabra cubierto de reliquias: es una tontería colectiva en fin y fuertemente constituida, que se abalanza en falange cerrada e impávida, a derrocar al paso de ataque el saber y el buen gusto.
  • 30. 30 75 Las asociaciones literarias, científicas o artísticas perjudican tanto al progreso del saber, como en otros tiempos dañaba la institución de gremios al adelanto de los artefactos. La convención tácita, pero guardada con toda fidelidad, de aplaudirse recíprocamente; los dulces arrullos para las obras de los consocios, el ceño adusto y reprobador para las de los profanos, la censura pedantesca, el fallo magistral y clásico de tales corporaciones, son otros tantos elementos que necesariamente avasallan o corrompen el gusto, extremos igualmente fatales para el genio. Creemos que el juicio que conviene a las producciones del literato y del artista es de intuición, no de pandilla, y que todo jurado que no sea el de los talentos eminentes, es incompetente para calificarlas. 76 Lo que en los ateneos, liceos, academias y reuniones de artistas o aficionados es verdaderamente insoportable, es el compromiso que sin efugio se contrae al entrar en ellas, de asombrarse de cuanto se vea y oiga. No conozco cosa más cansada ni más propia para atacar los nervios, que esa repetición interminable de aspavientos y de boberías hiperbólicas con que tiene uno que contribuir, sacando fuerzas de flaqueza, trayendo la admiración de los talones o de más allá si ha lugar, y sudando como un cavador para abortar algún elogio lánguido o alguna insulsez relamida, capaz de petrificar a un maestro de escuela. 77 A los artistas, a los literatos no los satisfacen alabanzas razonables y vulgares, necesitan de frases sublimes, de alusiones originales y de conceptos extraños, es preciso lavarlos con ambrosía y ahumarlos con incienso olímpico. Menos habilidad y menos gasto de talento se requiere para componer un poema épico, que para elogiar de una manera conveniente a un poeta, a un autor dramático, a un pintor o a un músico.
  • 31. 31 78 Se busca la invención de un instrumento de primera necesidad, a que se dará el nombre de literariómetro o traductoriámetro, según la aplicación inmediata que de él se haga, deberá tener las propiedades siguientes: 1.ª Ofrecer la valuación instantánea de las letras en los renglones y de estos en cada página, por ancha o desfigurada que sea la composición del manuscrito. De este modo, en cuánto a cantidad a lo menos, que es lo importante en este género, no se hallarán expuestos los empresarios a comprar gato por liebre. 2.ª Dar a conocer con toda seguridad, por la comparación lineal con tipos determinados, el género de composición, calidades del estilo, mayor o menor originalidad del escrito, grado de concepción, fuerza de lógica o de imaginación, etc., etc.; con lo que, aunque sea uno más negado que el más rudo hotentote, podrá desde luego juzgar de los defectos y bellezas de una producción literaria, infinitamente mejor que todos los folletinistas y traductores del mundo. 79 Nada es más capaz de apagar del todo la imaginación, que el trabajo del oficinista, parece imposible que quien lo haya sido muchos años pueda formar una frase que no sea trivial, ni estampar un concepto que deje de ser adocenado. La retórica burocrática repugna en efecto todo lo que no es ramplón, y desecha toda idea que no sea común, y toda expresión que no sea roma y bien desgastada, la sublimidad de su fraseología consiste en una monotonía insulsa e impasible, su vocabulario corto y estacionario, y su estilo embotado, compasado y abundante en circunlocuciones, componen un habla descolorida y mecánica, sin movimiento, sin accidente, ni transición, que hace sudar y da frío, que convence sin persuasión, concede sin obligar, y niega sin lenitivo ni esperanza.
  • 32. 32 80 El modismo oficial es tan pegajoso que, una vez hecho a él, le aplica usted, sin poderlo remediar, a todos los casos y ocurrencias. Saturado ya del humor burocrático, no formará usted una oración que no gire sobre un participio, ni dejará de partir de un antecedente, aunque sea para pedir los chanclos a su criado o despedir al casero. Tal es la tiranía de este dialecto consagrado, que todo lo invade y que se sustituirá muy frescamente, si llega el caso, al lenguaje sentimental de la pasión. Así es que no será extraño que, si algún día se encuentra el veterano oficial de secretaría herido por el mirar extraño de una linda mujer, le lance una tierna declaración formulada poco más o menos en estos términos: "Haciéndome muy al caso el que a la mayor brevedad tenga usted a bien pasar íntegra a mis manos, se servirá noticiarme, sin pérdida de tiempo, su conformidad sobre este interesante punto, o lo que respecto a todo lo referido tuviese por más conveniente." 81 Raras veces se detienen los legisladores en considerar los efectos indirectos de las leyes que ellos forman, y en meditar la filosofía que encierra el adagio que dice: hecha la ley, hecha la trampa. Esta trampa asoma la cabeza de continuo por entre las numerosas imprevisiones, olvidos, inadvertencias e inconsideraciones que como otros tantos intersticios acribillan los textos legales, y transforma a menudo un decreto o una disposición reglamentaria, al parecer equitativa y saludable, en un mandato inicuo y estúpido. Así como en lo físico no hay acción que deje de producir una reacción, ni en lo moral obra buena de que no resulte una inmoralidad, del mismo modo puede asegurarse que apenas se encontrará una disposición legislativa que no engendre alguna consecuencia adversa o alguna contradicción trascendental, no solo a la equidad y a la justicia en general, sino también a la mera aplicación del sentido directo y del fin primordial que aquella tuvo por objeto. En tan difícil materia, se afanaría en vano el talento más eminente en suplir por la experiencia, solo a la exquisita sagacidad del interés personal le es dado descubrir y desentrañar esos defectos impalpables, esas tendencias ignoradas, esa vaguedad irremediable hija las más veces de la falta de fijeza en el lenguaje, esos vacíos y simas, ocultas siempre en mayor o menor número debajo del primor de la más esmerada redacción. El instinto sórdido que sabe hacer esta complicada análisis puede compararse a la vara del saludador, que al trepidar sobre la superficie de un terreno, indica lo que hay que explotar en su seno. FIN
  • 33. 33