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Tomo drogas ilegales para inspiración
                        Daily Telegraph, 21 de Mayo de 2005, páginas 17-18
                                         Susan Blackmore
                                    Traducción: Ebermhi García

Cada año, como bebedora social que quiere demostrarse a sí misma que no es una alcohólica,
dejo de consumir cannabis durante un mes. Esos pueden ser momentos difíciles o pesados – por
mucho que disfrute un vaso de vino en la cena, el alcohol no puede reemplazarlo.
Algunos pueden fumar hierba sólo para relajarse o divertirse, pero para mí la razón es más
profunda. De hecho, puedo decir honestamente que sin el cannabis, la mayoría de mis
investigaciones científicas jamás habrían sido hechas y la mayoría de mis libros sobre la
psicología y la evolución no habrían sido escritos.

Algunas tardes, después de un largo día en mi escritorio, me deslizo al baño, enciendo una vela y
un porro y dejo fuir las ideas –aquella lectura que tengo que dar a 500 personas la semana
próxima, aquél artículo que estoy escribiendo para la revista New Scientist, aquellas intrincadas
últimas palabras para un libro que he estado escribiendo durante meses. Este es el momento
cuando las frases parecen escribirse por sí mismas. O tal vez me siento en mi invernadero en una
tarde de verano entre mis tomateras y mis árboles de durazno, luchando sobre cuestiones tales
como el libre albedrío o la naturaleza del universo, y encontrando que el fumar me da nuevas
formas de pensar en ellas.

Sí, sé que hay riesgos para mi salud y sé que puedo ser descubierta, multada o encarcelada, pero
a pesar de todo eso sigo fumando hierba. Para los individuos y la sociedad, todas las drogas
representan un dilema: ¿valen ellas el riesgo a la salud, la riqueza y la cordura?, para mí, la
ganancia es la inspiración científica, la riqueza en la variedad de nuevas ideas y el estímulo para
explorarme internamente. Pero si termino en una ruina mental y física, les doy mi permiso para
que se regodeen y me digan: “Te lo dije”.

Mi primer encuentro con las drogas fue con un cigarro de marihuana que fumé con un
compañero en mi primer periodo en Oxford. Esto fue en los últimos días de la era de la
psicodelia y del “flower power” .y el cannabis era fácil de conseguir. Luego de largos días de
lecturas y redactar ensayos, disfrutábamos de las risas y de las carcajadas, de las sensaciones
elevadas y de las ideas locas a las que las drogas parecían dar rienda suelta.

Entonces, una noche, ocurrió algo fuera de lo ordinario – causado no se si por la droga, la falta
de sueño o algo más-. Estaba escuchando música con dos amigos, sentada cruzada de piernas en
el suelo; había fumado lo suficiente para inducir una leve sinestesia1. El sonido de la música de
alguna manera había inducido la sensación de recorrer un túnel largo y oscuro de hojas crujientes
que llevaba hacia una luz brillante.

Adoro los túneles. Vienen en el borde del sueño o la muerte y son bien conocidos en todas las
culturas que usan drogas en rituales, magia o curaciones. La razón de ellos descansa en la corteza

1
 Fenómeno neurológico comúnmente causado por drogas psicodélicas en el que se mezclan sensaciones de
diferentes sentidos; por ejemplo, la capacidad de “ver la música” en una forma no metafórica (N de T)
visual ubicada detrás del cerebro, donde ciertas drogas interfieren en los sistemas inhibitorios,
liberando patrones de círculos y espirales que forman túneles y luces.

En ese entonces no conocía la ciencia. Sólo disfrutaba el viaje, y, de pronto, uno de mis amigos
me hizo una pregunta peculiar: “¿Dónde estás, Sue?”. ¿Dónde estaba? ¿Estaba en el túnel? No,
estaba en el cuarto de mi amigo. Luchaba por responder, luego se aclaró la confusión, y estaba
viendo hacia abajo la familiar escena desde arriba. “Estoy en el techo”, Dije yo, mientras miraba
mi boca abriendo y cerrándose, diciendo esas palabras. Fue una sensación peculiar. Mi amigo
persistió: “¿Te puedes mover?”. Sí. “¿Puedes traspasar las paredes?”. Sí. Y ya estaba afuera
explorando lo que, en ese entonces, pensaba que era el mundo real. Fue un sentimiento
maravilloso –como un sueño en el que vuelas, sólo que más intenso y realista.

La experiencia duró más de dos horas, y la recuerdo vívidamente aún ahora. Eventualmente me
pareció que era más como una experiencia mística en el que el tiempo y el espacio habían
perdido su significado y yo sentía que me “fusionaba con el universo”. Años después, empecé a
investigar sobre experiencias extracorporales y cercanas a la muerte, y me di cuenta que yo había
tenido aquellas sensaciones que la gente reporta después de roces con la muerte. Y quería saber
más.

Sin embargo, nada en la fisiología y psicología que estaba estudiando podían acercarse
remotamente a algo como esto. Estábamos aprendiendo sobre cerebros de ratas y los mecanismos
de la memoria, no sobre la mente y la conciencia –por no decir una mente que podría,
aparentemente, salir del cuerpo y viajar sin él-. Entonces decidí convertirme en parapsicóloga y
dedicar mi vida a demostrar que esos científicos de mente cerrada estaban mal.

Pero yo era la que estaba mal. Me convertí en parapsicóloga pero décadas de ardua investigación
me enseñaron que lo más seguro es que las “percepciones extra sensoriales” no existan y que
nada abandona el cuerpo en una “experiencia extracorporal”, por más reales que se sientan.

Aunque la parapsicología no me dio respuestas, seguía obsesionada con un misterio científico:
¿Cómo podemos explicar la mente y la conciencia desde lo que sabemos a cerca del cerebro?
Como cualquier científico convencional, llevé a cabo experimentos y sondeos y estudié los
últimos avances en psicología y neurociencia. Pero desde que el objeto de mi inquietud era la
conciencia en sí, eso no fue suficiente. Yo quería investigar, también, mi propia conciencia.
Entonces, intenté todo, desde extrañas máquinas y artefactos a largos entrenamientos de
meditación –pero tengo que admitir que las drogas jugaron un rol más importante-.

En esos días de estudiante, eran los alucinógenos, o los psicodélicos “reveladores mentales”, que
nos excitaban –y el alucinógeno por excelencia debe ser el LSD-. Efectivamente, en dosis
minúsculas, y sin ser físicamente adictivo, el LSD te lleva a un viaje que dura de 8 a 10 horas
pero que parece eterno. Todo movimiento es amplificado o distorsionado, los objetos cambian de
forma, horrores pueden inundar tu mente o puedes encontrar alegría en las cosas más simples.
Ya que comienza el trayecto, no hay salida –ni antídoto- no hay forma de detener el viaje a las
profundidades de tu mente. Cuando tenía veinte años, tomaba ácido dos o tres veces al año. Y
eso era suficiente, un viaje de ácido no es una aventura que debamos tomar a la ligera.
Conocí los horrores con varios alucinógenos, entre ellos, hongos mágicos que cultivé yo misma.
Me recuerdo una vez mirando un cojín alegremente coloreado, solo para ver cada raya de color
convertirse en escenas de violación, mutilación y tortura, las víctimas se retorcían y gritaban, y
cuando cerré mis ojos, no desaparecían. Es fácil entender cómo tales visiones pueden llevar a un
clásico “mal viaje”, aunque eso nunca me ocurrió.

En vez de eso, la embestida de imágenes eventualmente me enseñó a ver y aceptar los miedos
profundos de mi propia mente, encarar el hecho de que, bajo cualquier otra circunstancia, yo
podría torturar o ser torturada. En una forma curiosa, esto me hizo enfrentar la culpa, el miedo o
la ansiedad de mi vida ordinaria. Ciertamente, la aceptación es una habilidad que vale la pena
tener, aunque, creo yo, pueda haber formas más fáciles de adquirirla.

Entonces está la diversión y solo la clara extrañeza del LSD. En un soleado viaje en Oxford, mi
amigo y yo nos detuvimos bajo un gran roble, donde el camino había sido pisoteado por el
ganado y luego secado por el clima caluroso. Estuvimos ahí como una hora, mirando
maravillados la textura del barro; las colinas y los valles en miniatura; los hoyos en forma de
cascos y los pequeños acantilados afilados; en los patrones cambiantes de las sombras. Sentí que
conocía cada pulgada de este lugar especial; que tenía una conexión especial con el lodo.
De pronto, noté a un hombre muy viejo con un bastón, caminando lentamente hacia nosotros.
“Cálmate”, me dije, “Actúa normal, sólo te saludará y se irá de largo”. “Disculpe, joven”, me
dijo con una voz quebrantada. “Mis ojos son débiles y, con esta luz, no puedo ver el camino,
¿Me ayudaría a pasar?”, entonces me encontré a mí misma, como en un sueño, guiando al viejo
lentamente a través de mi lugar especial –un trozo de barro que conocía tanto como a mis
propios detalles. Dos días después, mi amigo regresó de unas lecturas, muy excitado, “¡Lo he
visto! ¡El hombre del bastón! ¡Es real!”. Ambos temíamos que lo habíamos alucinado.

Aldous Huxley una vez dijo que la mescalina abría las “puertas de la percepción”; y ciertamente
lo hizo para mí. La tomé un día con mis amigos, en el campo, donde caminamos en praderas
primaverales, identificamos flores salvajes, maravillados con las centelleantes redes de las
arañas, excitados con los colores del cielo que ondulaban sobre nuestras cabezas. Al volver a la
casa de campo, me senté jugando con un gatito, mientras que el gatito y las flores me parecían
enmarañados. Tomé una pluma y comencé a dibujar. Aún hoy tengo el dibujo del pequeño flor-
gato en mi pared. En otra pared está un campo de narcisos en aceite. Un día, años más tarde, fui a
mi clase de arte un día después de un viaje de LSD. El maestro nos llevó un puño de narcisos y
nos dio uno a cada uno, en una botella de leche. El mío era hermoso; pero no podía dibujar sólo
uno. Mi visión estaba llena de narcisos, y comencé a pintar, en colores fuertes, enormes flores
que rellenaran todo el lienzo. Yo nunca seré una gran pintora, pero, al igual que muchos artistas
en todas las épocas, encontré nuevas formas de mirar inducidas por la química en el cerebro.
Entonces, ¿pueden las drogas ser creativas?, creo que puedo decir eso, aunque los peligros son
grandes, no solo los peligros inherentes a su abuso, sino el peligro de confiar en ellas demasiado
y descuidar el trabajo duro que tanto el arte como la ciencia demandan. Hay muchas razones para
descartar la creatividad inducida por las drogas.

Si, en mi propio caso, las drogas tienen un rol interesante: estoy intentando comprender la
conciencia, estoy tomando sustancias que afectan el cerebro que trato de comprender. En otras
palabras, ellas alteran la mente, que es tanto el investigador como el investigado.
Interesantemente, alucinógenos como el LSD y la psilocibina son de las drogas menos populares
que se toman en las calles, quizás porque ellas demandan mucho de la persona que las toma, y no
prometen ni placer ni barata felicidad. En cambio, la heroína, la cocaína y otras drogas de
adicción son una fuente de dinero.

No he disfrutado mis pocas experiencias con cocaína. No me gusta el ímpetu de falsa confianza y
energía que provee. En parte porque eso no es lo que busco, y porque he visto personas
arruinando sus vidas. Pero muchas personas la aman, y los traficantes se vuelven ricos
enganchando a las personas.

Esto es trágico. Sin embargo en toda sociedad humana que ha existido, hay personas que usaron
drogas peligrosas, aunque la mayoría ha desarrollado rituales que proveen un elemento de
control o seguridad en la experiencia. En la mayoría de las sociedades primitivas, hay chamanes
y curanderos que controlan el uso de drogas peligrosas, escogen apropiadamente escenarios en
los que tomarlas y enseñan cómo apreciar las visiones e iluminaciones que pueden traer.
En nuestra propia sociedad, los criminales controlan la venta de drogas. Esto significa que los
usuarios no tienen forma de conocer exactamente qué es lo que están comprando y no hay quién
les enseñe cómo usar estas herramientas peligrosas.

Yo he tenido suerte con mis propios “maestros”. La primera vez que tomé éxtasis, por ejemplo,
estaba con tres personas. Las conocí en una conferencia noruega sobre la muerte y el morir. Era
mediados de verano y me invitaron a unirme en su viaje por los fiordos. Una tarde, nos sentamos
juntos y tomamos cristales puros de MDMA –nada parecido a la espantosa mezcla que se vende
en las calles hoy en día.

El MDMA tiene el curioso efecto de hacerte sentir cálido y amado por todos y todo a tu
alrededor: tras unas pocas horas, estábamos convencidos que todos nos conocíamos de una
manera muy íntima. Luego cada uno partió en solitario a caminar en las montañas, donde el
mismo sentimiento de amor parecía acompañar al paisaje entero.
Se me dijo entonces que debería tener pocas experiencias con MDMA porque, luego de cinco o
seis dosis, jamás volvería a tener el mismo efecto otra vez. En mi experiencia, esto fue verdad,
aunque la prohibición hace que sea casi imposible encontrar tales cosas. De hecho, sabemos
terriblemente poco sobre los efectos psicológicos de las drogas que las personas toman cada
diariamente en Gran Bretaña porque se les prohíbe a los científicos realizar las investigaciones
pertinentes.

Por esto yo tengo que hacerlo por mí misma. Una vez un amigo experto me inyectó una alta
dosis de ketamina porque había oído que puede inducir “experiencias extracorporales”. Se le
conoce como K, o “Especial K” en las calles, es un anestésico usado más por veterinarios que
por anestesistas por su indeseada tendencia a producir pesadillas.

Toma la dosis adecuada, y así lo hice yo, y estarás totalmente paralizado, solo podrás mover tus
ojos. Eso no es placentero. Pero, al imaginar que estaba abandonando mi cuerpo, sentí que podía
volar y salir de casa para ver lo que mis niños hacían. Estaba segura que los miré jugando en la
cocina, pero cuando revisé el día siguiente, me dijeron que habían estado dormidos.
De vuelta en la habitación, mi guía comenzó poniendo sus dedos fuera de mi vista y tan pronto
como mi boca empezó a trabajar de nuevo, me hizo adivinar cuántos eran. Creí haber visto los
dedos, pero me equivoqué completamente. No repetí el experimento. No era ni cercanamente tan
interesante como esas drogas, como el LSD, psilocibina, DMT o la mescalina, que socavan todo
lo que dabas por sentado hasta entonces. Esos son psicodélicos que desafían nuestra ordinaria
noción del “yo”2, y es por ello que tocan profundamente mi interés científico.

¿Qué es un “yo”? ¿Cómo el cerebro crea esta noción de “ser yo”3, dentro de esta cabeza, mirando
hacia fuera al mundo, cuando sé que detrás de mis ojos sólo hay millones de células cerebrales –
y no hay lugar para que un “yo interior”4 se esconda? ¿Cómo pueden estas millones de células
cerebrales darnos pié para un libre albedrío cuando ellas no son más que máquinas físicas y
químicas?. En amenaza a nuestra noción de “yo”, ¿podría ser que estas drogas revelen la verdad
incómoda de que no hay tal cosa?

Los místicos dirían eso. Y, aquí, topamos con una vieja y conocida pregunta: ¿Las drogas y las
experiencias místicas dan lugar a las mismas perspectivas? ¿Y serán ellas reales?
Desde aquellos primeros viajes, he tomado otras drogas, tales como óxido nitroso, o “gas de la
risa”. Por unos momentos, lo he entendido todo –“Sí, sí, esto está muy bien, esto es como debería
de ser” – Y luego la certeza se desvanece y no puedes decir lo que has entendido.
Cuando se descubrió el óxido nitroso Sir Humphrey Davy lo tomó en 1799, y exclamó: “Nada
existe sino el pensamiento”. Otros, también, han descubierto que sus perspectivas cambiaron
completamente. Me parece un hecho muy extraordinario que una simple molécula pueda cambiar
completamente la filosofía propia, aunque sea unos momentos, sin embargo ocurre. ¿Y por qué
el gas te hace reír?, quizás es una reacción al breve reconocimiento de esa aterradora broma
cósmica - que somos sólo patrones cambiantes en un universo sin sentido-.

¿Son las drogas la rápida y sucia ruta al aprendizaje? Quiero intentar la ruta lenta también. Así
que he gastado más de 20 años en entrenamientos de meditación –sin entrar a ningún culto o
religión sino aprendiendo la disciplina de ver constantemente dentro de mi mente-.
Gradualmente, la mente se calma, el espacio se abre, el yo y lo otro5 se vuelven indistinguibles, y
desaparecen los deseos. Es una vieja metáfora, pero las personas la comparan con escalar una
montaña. Las drogas pueden llevarte en helicóptero para mirar lo que hay arriba pero no te
puedes quedar. Al final, tienes que escalar la montaña tú mismo, por el camino difícil. De
cualquier forma, al haber tenido esa primera vista, las drogas te pueden proveer la inspiración
para seguir escalando.




2
  En el inglés original: “self”
3
  En el inglés original: “being me”
4
  En el inglés original: “inner self”
5
    self and other

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Blackmore tomo drogas ilegales para inspiración

  • 1. Tomo drogas ilegales para inspiración Daily Telegraph, 21 de Mayo de 2005, páginas 17-18 Susan Blackmore Traducción: Ebermhi García Cada año, como bebedora social que quiere demostrarse a sí misma que no es una alcohólica, dejo de consumir cannabis durante un mes. Esos pueden ser momentos difíciles o pesados – por mucho que disfrute un vaso de vino en la cena, el alcohol no puede reemplazarlo. Algunos pueden fumar hierba sólo para relajarse o divertirse, pero para mí la razón es más profunda. De hecho, puedo decir honestamente que sin el cannabis, la mayoría de mis investigaciones científicas jamás habrían sido hechas y la mayoría de mis libros sobre la psicología y la evolución no habrían sido escritos. Algunas tardes, después de un largo día en mi escritorio, me deslizo al baño, enciendo una vela y un porro y dejo fuir las ideas –aquella lectura que tengo que dar a 500 personas la semana próxima, aquél artículo que estoy escribiendo para la revista New Scientist, aquellas intrincadas últimas palabras para un libro que he estado escribiendo durante meses. Este es el momento cuando las frases parecen escribirse por sí mismas. O tal vez me siento en mi invernadero en una tarde de verano entre mis tomateras y mis árboles de durazno, luchando sobre cuestiones tales como el libre albedrío o la naturaleza del universo, y encontrando que el fumar me da nuevas formas de pensar en ellas. Sí, sé que hay riesgos para mi salud y sé que puedo ser descubierta, multada o encarcelada, pero a pesar de todo eso sigo fumando hierba. Para los individuos y la sociedad, todas las drogas representan un dilema: ¿valen ellas el riesgo a la salud, la riqueza y la cordura?, para mí, la ganancia es la inspiración científica, la riqueza en la variedad de nuevas ideas y el estímulo para explorarme internamente. Pero si termino en una ruina mental y física, les doy mi permiso para que se regodeen y me digan: “Te lo dije”. Mi primer encuentro con las drogas fue con un cigarro de marihuana que fumé con un compañero en mi primer periodo en Oxford. Esto fue en los últimos días de la era de la psicodelia y del “flower power” .y el cannabis era fácil de conseguir. Luego de largos días de lecturas y redactar ensayos, disfrutábamos de las risas y de las carcajadas, de las sensaciones elevadas y de las ideas locas a las que las drogas parecían dar rienda suelta. Entonces, una noche, ocurrió algo fuera de lo ordinario – causado no se si por la droga, la falta de sueño o algo más-. Estaba escuchando música con dos amigos, sentada cruzada de piernas en el suelo; había fumado lo suficiente para inducir una leve sinestesia1. El sonido de la música de alguna manera había inducido la sensación de recorrer un túnel largo y oscuro de hojas crujientes que llevaba hacia una luz brillante. Adoro los túneles. Vienen en el borde del sueño o la muerte y son bien conocidos en todas las culturas que usan drogas en rituales, magia o curaciones. La razón de ellos descansa en la corteza 1 Fenómeno neurológico comúnmente causado por drogas psicodélicas en el que se mezclan sensaciones de diferentes sentidos; por ejemplo, la capacidad de “ver la música” en una forma no metafórica (N de T)
  • 2. visual ubicada detrás del cerebro, donde ciertas drogas interfieren en los sistemas inhibitorios, liberando patrones de círculos y espirales que forman túneles y luces. En ese entonces no conocía la ciencia. Sólo disfrutaba el viaje, y, de pronto, uno de mis amigos me hizo una pregunta peculiar: “¿Dónde estás, Sue?”. ¿Dónde estaba? ¿Estaba en el túnel? No, estaba en el cuarto de mi amigo. Luchaba por responder, luego se aclaró la confusión, y estaba viendo hacia abajo la familiar escena desde arriba. “Estoy en el techo”, Dije yo, mientras miraba mi boca abriendo y cerrándose, diciendo esas palabras. Fue una sensación peculiar. Mi amigo persistió: “¿Te puedes mover?”. Sí. “¿Puedes traspasar las paredes?”. Sí. Y ya estaba afuera explorando lo que, en ese entonces, pensaba que era el mundo real. Fue un sentimiento maravilloso –como un sueño en el que vuelas, sólo que más intenso y realista. La experiencia duró más de dos horas, y la recuerdo vívidamente aún ahora. Eventualmente me pareció que era más como una experiencia mística en el que el tiempo y el espacio habían perdido su significado y yo sentía que me “fusionaba con el universo”. Años después, empecé a investigar sobre experiencias extracorporales y cercanas a la muerte, y me di cuenta que yo había tenido aquellas sensaciones que la gente reporta después de roces con la muerte. Y quería saber más. Sin embargo, nada en la fisiología y psicología que estaba estudiando podían acercarse remotamente a algo como esto. Estábamos aprendiendo sobre cerebros de ratas y los mecanismos de la memoria, no sobre la mente y la conciencia –por no decir una mente que podría, aparentemente, salir del cuerpo y viajar sin él-. Entonces decidí convertirme en parapsicóloga y dedicar mi vida a demostrar que esos científicos de mente cerrada estaban mal. Pero yo era la que estaba mal. Me convertí en parapsicóloga pero décadas de ardua investigación me enseñaron que lo más seguro es que las “percepciones extra sensoriales” no existan y que nada abandona el cuerpo en una “experiencia extracorporal”, por más reales que se sientan. Aunque la parapsicología no me dio respuestas, seguía obsesionada con un misterio científico: ¿Cómo podemos explicar la mente y la conciencia desde lo que sabemos a cerca del cerebro? Como cualquier científico convencional, llevé a cabo experimentos y sondeos y estudié los últimos avances en psicología y neurociencia. Pero desde que el objeto de mi inquietud era la conciencia en sí, eso no fue suficiente. Yo quería investigar, también, mi propia conciencia. Entonces, intenté todo, desde extrañas máquinas y artefactos a largos entrenamientos de meditación –pero tengo que admitir que las drogas jugaron un rol más importante-. En esos días de estudiante, eran los alucinógenos, o los psicodélicos “reveladores mentales”, que nos excitaban –y el alucinógeno por excelencia debe ser el LSD-. Efectivamente, en dosis minúsculas, y sin ser físicamente adictivo, el LSD te lleva a un viaje que dura de 8 a 10 horas pero que parece eterno. Todo movimiento es amplificado o distorsionado, los objetos cambian de forma, horrores pueden inundar tu mente o puedes encontrar alegría en las cosas más simples. Ya que comienza el trayecto, no hay salida –ni antídoto- no hay forma de detener el viaje a las profundidades de tu mente. Cuando tenía veinte años, tomaba ácido dos o tres veces al año. Y eso era suficiente, un viaje de ácido no es una aventura que debamos tomar a la ligera. Conocí los horrores con varios alucinógenos, entre ellos, hongos mágicos que cultivé yo misma.
  • 3. Me recuerdo una vez mirando un cojín alegremente coloreado, solo para ver cada raya de color convertirse en escenas de violación, mutilación y tortura, las víctimas se retorcían y gritaban, y cuando cerré mis ojos, no desaparecían. Es fácil entender cómo tales visiones pueden llevar a un clásico “mal viaje”, aunque eso nunca me ocurrió. En vez de eso, la embestida de imágenes eventualmente me enseñó a ver y aceptar los miedos profundos de mi propia mente, encarar el hecho de que, bajo cualquier otra circunstancia, yo podría torturar o ser torturada. En una forma curiosa, esto me hizo enfrentar la culpa, el miedo o la ansiedad de mi vida ordinaria. Ciertamente, la aceptación es una habilidad que vale la pena tener, aunque, creo yo, pueda haber formas más fáciles de adquirirla. Entonces está la diversión y solo la clara extrañeza del LSD. En un soleado viaje en Oxford, mi amigo y yo nos detuvimos bajo un gran roble, donde el camino había sido pisoteado por el ganado y luego secado por el clima caluroso. Estuvimos ahí como una hora, mirando maravillados la textura del barro; las colinas y los valles en miniatura; los hoyos en forma de cascos y los pequeños acantilados afilados; en los patrones cambiantes de las sombras. Sentí que conocía cada pulgada de este lugar especial; que tenía una conexión especial con el lodo. De pronto, noté a un hombre muy viejo con un bastón, caminando lentamente hacia nosotros. “Cálmate”, me dije, “Actúa normal, sólo te saludará y se irá de largo”. “Disculpe, joven”, me dijo con una voz quebrantada. “Mis ojos son débiles y, con esta luz, no puedo ver el camino, ¿Me ayudaría a pasar?”, entonces me encontré a mí misma, como en un sueño, guiando al viejo lentamente a través de mi lugar especial –un trozo de barro que conocía tanto como a mis propios detalles. Dos días después, mi amigo regresó de unas lecturas, muy excitado, “¡Lo he visto! ¡El hombre del bastón! ¡Es real!”. Ambos temíamos que lo habíamos alucinado. Aldous Huxley una vez dijo que la mescalina abría las “puertas de la percepción”; y ciertamente lo hizo para mí. La tomé un día con mis amigos, en el campo, donde caminamos en praderas primaverales, identificamos flores salvajes, maravillados con las centelleantes redes de las arañas, excitados con los colores del cielo que ondulaban sobre nuestras cabezas. Al volver a la casa de campo, me senté jugando con un gatito, mientras que el gatito y las flores me parecían enmarañados. Tomé una pluma y comencé a dibujar. Aún hoy tengo el dibujo del pequeño flor- gato en mi pared. En otra pared está un campo de narcisos en aceite. Un día, años más tarde, fui a mi clase de arte un día después de un viaje de LSD. El maestro nos llevó un puño de narcisos y nos dio uno a cada uno, en una botella de leche. El mío era hermoso; pero no podía dibujar sólo uno. Mi visión estaba llena de narcisos, y comencé a pintar, en colores fuertes, enormes flores que rellenaran todo el lienzo. Yo nunca seré una gran pintora, pero, al igual que muchos artistas en todas las épocas, encontré nuevas formas de mirar inducidas por la química en el cerebro. Entonces, ¿pueden las drogas ser creativas?, creo que puedo decir eso, aunque los peligros son grandes, no solo los peligros inherentes a su abuso, sino el peligro de confiar en ellas demasiado y descuidar el trabajo duro que tanto el arte como la ciencia demandan. Hay muchas razones para descartar la creatividad inducida por las drogas. Si, en mi propio caso, las drogas tienen un rol interesante: estoy intentando comprender la conciencia, estoy tomando sustancias que afectan el cerebro que trato de comprender. En otras palabras, ellas alteran la mente, que es tanto el investigador como el investigado.
  • 4. Interesantemente, alucinógenos como el LSD y la psilocibina son de las drogas menos populares que se toman en las calles, quizás porque ellas demandan mucho de la persona que las toma, y no prometen ni placer ni barata felicidad. En cambio, la heroína, la cocaína y otras drogas de adicción son una fuente de dinero. No he disfrutado mis pocas experiencias con cocaína. No me gusta el ímpetu de falsa confianza y energía que provee. En parte porque eso no es lo que busco, y porque he visto personas arruinando sus vidas. Pero muchas personas la aman, y los traficantes se vuelven ricos enganchando a las personas. Esto es trágico. Sin embargo en toda sociedad humana que ha existido, hay personas que usaron drogas peligrosas, aunque la mayoría ha desarrollado rituales que proveen un elemento de control o seguridad en la experiencia. En la mayoría de las sociedades primitivas, hay chamanes y curanderos que controlan el uso de drogas peligrosas, escogen apropiadamente escenarios en los que tomarlas y enseñan cómo apreciar las visiones e iluminaciones que pueden traer. En nuestra propia sociedad, los criminales controlan la venta de drogas. Esto significa que los usuarios no tienen forma de conocer exactamente qué es lo que están comprando y no hay quién les enseñe cómo usar estas herramientas peligrosas. Yo he tenido suerte con mis propios “maestros”. La primera vez que tomé éxtasis, por ejemplo, estaba con tres personas. Las conocí en una conferencia noruega sobre la muerte y el morir. Era mediados de verano y me invitaron a unirme en su viaje por los fiordos. Una tarde, nos sentamos juntos y tomamos cristales puros de MDMA –nada parecido a la espantosa mezcla que se vende en las calles hoy en día. El MDMA tiene el curioso efecto de hacerte sentir cálido y amado por todos y todo a tu alrededor: tras unas pocas horas, estábamos convencidos que todos nos conocíamos de una manera muy íntima. Luego cada uno partió en solitario a caminar en las montañas, donde el mismo sentimiento de amor parecía acompañar al paisaje entero. Se me dijo entonces que debería tener pocas experiencias con MDMA porque, luego de cinco o seis dosis, jamás volvería a tener el mismo efecto otra vez. En mi experiencia, esto fue verdad, aunque la prohibición hace que sea casi imposible encontrar tales cosas. De hecho, sabemos terriblemente poco sobre los efectos psicológicos de las drogas que las personas toman cada diariamente en Gran Bretaña porque se les prohíbe a los científicos realizar las investigaciones pertinentes. Por esto yo tengo que hacerlo por mí misma. Una vez un amigo experto me inyectó una alta dosis de ketamina porque había oído que puede inducir “experiencias extracorporales”. Se le conoce como K, o “Especial K” en las calles, es un anestésico usado más por veterinarios que por anestesistas por su indeseada tendencia a producir pesadillas. Toma la dosis adecuada, y así lo hice yo, y estarás totalmente paralizado, solo podrás mover tus ojos. Eso no es placentero. Pero, al imaginar que estaba abandonando mi cuerpo, sentí que podía volar y salir de casa para ver lo que mis niños hacían. Estaba segura que los miré jugando en la cocina, pero cuando revisé el día siguiente, me dijeron que habían estado dormidos.
  • 5. De vuelta en la habitación, mi guía comenzó poniendo sus dedos fuera de mi vista y tan pronto como mi boca empezó a trabajar de nuevo, me hizo adivinar cuántos eran. Creí haber visto los dedos, pero me equivoqué completamente. No repetí el experimento. No era ni cercanamente tan interesante como esas drogas, como el LSD, psilocibina, DMT o la mescalina, que socavan todo lo que dabas por sentado hasta entonces. Esos son psicodélicos que desafían nuestra ordinaria noción del “yo”2, y es por ello que tocan profundamente mi interés científico. ¿Qué es un “yo”? ¿Cómo el cerebro crea esta noción de “ser yo”3, dentro de esta cabeza, mirando hacia fuera al mundo, cuando sé que detrás de mis ojos sólo hay millones de células cerebrales – y no hay lugar para que un “yo interior”4 se esconda? ¿Cómo pueden estas millones de células cerebrales darnos pié para un libre albedrío cuando ellas no son más que máquinas físicas y químicas?. En amenaza a nuestra noción de “yo”, ¿podría ser que estas drogas revelen la verdad incómoda de que no hay tal cosa? Los místicos dirían eso. Y, aquí, topamos con una vieja y conocida pregunta: ¿Las drogas y las experiencias místicas dan lugar a las mismas perspectivas? ¿Y serán ellas reales? Desde aquellos primeros viajes, he tomado otras drogas, tales como óxido nitroso, o “gas de la risa”. Por unos momentos, lo he entendido todo –“Sí, sí, esto está muy bien, esto es como debería de ser” – Y luego la certeza se desvanece y no puedes decir lo que has entendido. Cuando se descubrió el óxido nitroso Sir Humphrey Davy lo tomó en 1799, y exclamó: “Nada existe sino el pensamiento”. Otros, también, han descubierto que sus perspectivas cambiaron completamente. Me parece un hecho muy extraordinario que una simple molécula pueda cambiar completamente la filosofía propia, aunque sea unos momentos, sin embargo ocurre. ¿Y por qué el gas te hace reír?, quizás es una reacción al breve reconocimiento de esa aterradora broma cósmica - que somos sólo patrones cambiantes en un universo sin sentido-. ¿Son las drogas la rápida y sucia ruta al aprendizaje? Quiero intentar la ruta lenta también. Así que he gastado más de 20 años en entrenamientos de meditación –sin entrar a ningún culto o religión sino aprendiendo la disciplina de ver constantemente dentro de mi mente-. Gradualmente, la mente se calma, el espacio se abre, el yo y lo otro5 se vuelven indistinguibles, y desaparecen los deseos. Es una vieja metáfora, pero las personas la comparan con escalar una montaña. Las drogas pueden llevarte en helicóptero para mirar lo que hay arriba pero no te puedes quedar. Al final, tienes que escalar la montaña tú mismo, por el camino difícil. De cualquier forma, al haber tenido esa primera vista, las drogas te pueden proveer la inspiración para seguir escalando. 2 En el inglés original: “self” 3 En el inglés original: “being me” 4 En el inglés original: “inner self” 5 self and other