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ENCONTRÉ
UNA PAZ
PERFECTA
Claudio de Castro
TESTIMONIOS DE FE
Copyright © 2015 Claudio de Castro
Email :edicionesanab@gmail.com
Primera edición: agosto 2015
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Para Vida, mi esposa
Y mis hijos:
Claudio Guillermo,
Ana Belén,
José Miguel
y Luis Felipe
A mi pequeña nieta
Ana Sofía
A mis hermanos Henry y Frank
A mis Padres
Y a todos los que con su apoyo han hecho posible
que este libro llegue a tus manos.
Dios les bendiga.
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Índice
INTRODUCCIÓN
BUSCANDO A DIOS
LO QUE DEBES HACER
MI EXPERIENCIA CON DIOS
TODO OCURRE A LA VEZ
EL ROSTRO DE DIOS
¿POR QUÉ LOS PROBLEMAS?
SU DULCE VOZ
QUÉ GRANDE ES DIOS
ME ACABA DE OCURRIR
DIOS ES BUENO
UNA PAZ PERFECTA
EL CAMINO PERFECTO
EN SU PRESENCIA
ME BASTA LA MISA
MI BÚSQUEDA
TE LLAMARÉ TERNURA
EL LLAMADO DE DIOS
LA FOTO
LOS PRIMEROS PASSOS
¿A DÓNDE IR?
LA GRACIA
ERES MI HERMANO
CONSOLAR
AMIGO DE DIOS
CAMBIANDO MI VIDA
LA MISA DIARIA
¿POR QUÉ ESCRIBO?
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A todos aquellos, que buscan a Dios.
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INTRODUCCIÓN
“Quédate con nosotros Señor, porque atardece”. Esta es mi oración favorita para
ocasiones especiales. Me da serenidad, la certeza que Jesús está conmigo y me
acompaña.
También hago esa oración cuando estoy por enfrentar un problema del que no encuentro
la solución. Yo solo soy un inútil. Conozco mis debilidades. Pero con Jesús a mi lado,
todo me parece sencillo. Todo lo veo claro.
Su amor es una fuerza arrolladora, imparable, estupenda. Me encanta saberlo cerca. Es
mi mejor amigo.
No comprendo muchas cosas, no soy teólogo, soy un simple padre de familia con 4
hijos, casado desde hace 25 años, que procura vivir su fe. Tal vez no debiera ni escribir,
pero algo en mi interior me mueve a hacerlo. Es como si escuchara una voz en lo más
hondo de mi alma que me urge: “Escribe Claudio, deben saber que los amo”.
Siempre he pensado que mis libros calan en las personas y les sirven de apoyo porque
narro las cosas sencillas, cotidianas, que a todos les son familiares.
En este momento, mientras escribo, me encuentro sentado en una de las bancas de la
Biblioteca Nacional. Me encanta venir. Aquí puedo pensar, reflexionar y escribir con
absoluta tranquilidad. A veces me coloco unos audífonos y escucho música mientras
observo la naturaleza a mi alrededor.
Disfruto mucho estos momentos con Dios. Lo contemplo en su creación. Y le digo que
lo amo.
¿Y su plan en mi vida? Hace mucho dejé de preocuparme por ello. Ya no lo cuestiono,
ni me enfado, ni lo pregunto por qué. Sencillamente confío. Procuro abandonarme en sus
santas manos, como el pequeño que se arremolina en las manos de su papá. Es un
refugio contra todo. Cuando eres niño, la cercanía de tu padre te da una seguridad
extraordinaria.
Es el santo abandono. Dejarme llevar por Dios me ha costado un poco. Como muchos
tengo este carácter que ni yo lo deseo. Pero lo he amoldado a la voluntad del Padre
después de recibir muchos golpes en la vida, por mi terquedad.
Cuando experimentas a Dios y lo conoces un poquito más, comprendes que no hay nada
por qué temer. Al final, todo será para tu bien, como Él lo planeó desde el principio.
Cada gesto, cada acción de Dios, cada caricia es como si desde el cielo se asomara y nos
dijera: “Yo soy, y te amo. No tengas miedo”.
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Él ve tu dolor y quiere consolarte, mostrarte un mejor camino. Desea que lo conozcas y
lo ames por voluntad propia. Quiere llenarte de gracias, abrazarte, estar contigo.
Cuando experimentes Su amor entenderás. Todo será claro, transparente y ante ti se
desplegará como un pergamino en el que leerás tres palabras:
“Yo estoy contigo”.
* * *
Si parece que estás vencido,
levanta tu mirada. No te rindas.
Algo bueno está por llegar.
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BUSCANDO A DIOS
Cuando era joven leí un libro que me impresionó mucho. Se titulaba “Buscando a
Dios”. El autor era Guy de Laurigaudie.
Transcurrieron los años y todavía hoy recuerdo algunos de sus pasajes y reflexiones. Me
han servido para acercarme más a Dios.
Hoy mientras conducía el auto hacia mi trabajo pensaba en esto. Pasaron muchos años
para entender a cabalidad esta reflexión. Me habría gustado ser santo, agradar a Dios,
vivir sumergido en su amor.
Soy de los que han vivido buscando a Dios, pero sin ir más allá, sin dar ese paso que nos
acerca a su Amor. Sin la confianza plena, sin el abandono. Comprendí lo que me falta:
“Tener el corazón totalmente lleno de Dios”. Esa ha sido la diferencia entre un hombre
bueno y uno santo... Un poco más de amor, un poquito más. Es como una frontera que
no nos atrevemos a cruzar por la comodidad y el miedo, la incertidumbre, la
desconfianza. Yo quisiera dar ese paso, ir más allá, confiar plenamente, vivir en las
manos de Dios. Todo sería diferente para mí. No me agobiarían la falta de dinero, ni los
problemas cotidianos, porque tendría la certeza de un Padre bueno que vela por mí.
He visto algunas personas que se han atrevido. En sus miradas brilla la ilusión, derraman
por doquier paz, esperanza, felicidad. Siempre están alegres. Y experimentas en su
cercanía la presencia de Dios. Sabes que Dios está en ellos.
Ojalá te animaras también a cruzar esta frontera y te decidas por Dios. Hagámoslo
juntos. Crucemos en grupo, vivamos para Dios, en su Amor. Imagina el rostro de Dios
cuando una multitud se anime. ¡Vale la pena hacerlo! Todo lo que se hace por Dios vale
la pena.
El autor
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LO QUE DEBES HACER
Siempre he pensado que hay que gastar la vida en algo grande, que valga la pena, algo
más grande que uno mismo.
He conocido jóvenes que un buen día optaron por Dios. Son sacerdotes, religiosas,
laicos comprometidos y hasta un fraile franciscano. Cuando me los encuentro les
pregunto: “¿Valió la pena?” La respuesta siempre es invariable: “De volver a nacer,
volvería a gastar mi vida por Dios”.
Me he pasado la vida buscando a Dios, anhelando el conocimiento pleno de Dios, el
Amor eterno, la sabiduría. Siempre he querido verle cara a cara, conocerlo a fondo,
preguntarle tantas cosas. Saber el porqué de muchas cosas, expandir mi mente y
entender. Somos tan limitados y Dios, eterno e ilimitado.
Hoy por la tarde, en la misa de 5 pm volví a insistir. “Señor, ilumíname, quiero saber,
conocerte”. Súbitamente luego de 58 años de silencio, ocurrió algo que conservo
guardado en mi corazón. Sentí como una voz, en lo más hondo de mi alma, una voz
paternal que me decía: “No necesitas saber más, necesitas amar más”.
Dios que es amor le da sentido a todo con su Amor. El gran conocimiento por descubrir,
el horizonte que debo buscar, ya no son las montañas más altas ni el océano más
profundo. El mayor tesoro por descubrir es el corazón de Dios.
Quedé envuelto en un momento que no avanzaba, era como si el tiempo a mi alrededor
continuara su rumbo y yo me quedé en un espacio sin tiempo, envuelto en estos
pensamientos.
Fui a comulgar con un gran gozo en el corazón, mientras cantaba: “Tan cerca de ti, que
casi te puedo tocar”. No imaginas cuanto de verdad había en ese canto. Es un momento
en el que no puedes descifrar si estás en el cielo o en la tierra, o si ambos se fusionaron
en ese breve instante.
“¿Qué me haces Señor?” le preguntaba confundido. “Has trastocado mi vida y ahora
sólo te quiero a ti.” Regresé a mi banca con estas palabras en los labios: “Necesitas
amar más”.
Comprendí que no necesitaba tantos conocimientos para ser amado por Dios, ni ara
amar. El amor es algo natural, Dios es amor. Basta que le pida un poquito de su amor,
porque el mío nunca será suficiente.
Estar cerca de Dios es la mayor de todas las aventuras. Me encanta pensar en ello, saber
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que es nuestro Padre y nos espera ilusionado en el cielo.
“Gracias Señor, por amarnos tanto”.
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MI EXPERIENCIA CON DIOS
“Parece mentira tanta ternura y tanto amor de Dios”, me repetía una y otra vez,
sorprendido.
Estaba en la fila esperando para confesarme y de pronto, súbitamente, sentí que Dios
pasaba, me tocaba y me inundaba con su amor.
Nada de lo que escriba podrá jamás describir este momento que estoy viviendo. Un gozo
inexplicable que te inunda, un amor que no se termina, un fuego en el alma, que no se
apaga. Sabes de pronto que santa Teresa tenía razón, Dios es y basta. No necesitas más.
Todo pasó a la vez, en una fracción de segundo. Mientras experimentaba este gozo
inexplicable comprendía cosas que siempre quise saber.
¿Cómo se dio? No sabría explicarlo. No sé cómo, pero sí por qué. Es algo que pude
entender.
Qué maravillosa experiencia. De alguna forma he comprendido tantas cosas que siempre
quise entender. Es como si se hubiese abierto una pequeña rendija del cielo y me
permitieron asomarme unos segundos. Ver las maravillas que nos esperan, la Gloria del
Padre. Su Amor eterno, su luz bellísima, admirable.
No sé si alguna vez has tenido esta sensación de cercanía. Te recuerda que Dios está
vivo y es nuestro padre. No es lo mismo que te hablen de Dios, que experimentar a Dios.
Es tanta su ternura. Sientes Su presencia, quisieras irte a un lugar solitario, no dejar que
se te escape este misterio.
¿Cómo recibir esta gracia? Somos vasijas limitadas, y él eterno, sin limitaciones. Por
eso, cuando te llena con su amor, se desborda y lo debes compartir. Sientes la necesidad
de amarlos y abrazarlos a todos, a tu amigo, a tu enemigo. Un simple mortal no es capaz
de contener la gracia de Dios.
Esto fue lo que me pasó: “me sentí inundado por su amor eterno”.
De pronto lo intuí. He visto que cada problema que enfrentas te muestra un rostro
diferente de Dios. No son desgracias sino dones, como el abrazo paternal de Dios. Él
quiere mostrase a la humanidad, y para que lo descubras a menudo te hace pasar por la
adversidad. Casi siempre en medio de las grandes dificultades de la vida, cuando se te
acaban las opciones, recuerdas las oraciones de la infancia, cuando tu madre te
acompañaba cada noche y te enseñaba a rezar. Recitas esas bellas oraciones y miras al
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cielo: “Aquí estoy Señor, Ayúdame, te lo pido”, le imploras.
Él tiene la libertad de guiarte como mejor prefiera. Y siempre será lo mejor. Puedes
confiar en el amor. Por eso puedes confiar el Dios que es amor. Es la pedagogía de
Dios. Te lleva al límite ara probar tu fe y acercarte al amor de los amores.
Me ha ocurrido infinidad de veces, en medio de la adversidad he redescubierto el rosto
paternal de Dios.
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TODO OCURRE A LA VEZ
Esto es increíble. Siguen pasando cosas a la vez. Qué día tan estupendo. Salí un minuto
para escribir esta experiencia y el sacerdote en su homilía empieza a decir: "Deben
experimentar a Dios. Él no está en un libro que puedas comprar, sino en el corazón de las
personas.
Cuando llegué este momento comprenderás y sabrás muchas cosas".
"Dios santo", pensé, es lo que estoy viviendo en este momento. Es lo que toda la vida le
pedí, "poder entender, saber más de Él, acercarme a la plenitud del saber". Y aquí, en el
Santuario Nacional del Corazón de María, de pronto ocurrió.
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EL ROSTRO DE DIOS
Dios no está lejos “pues en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17,28)
Me encanta saber que Dios está con nosotros, que sueña con nuestro amor. Se hace
conocer a lo largo de la Escritura como un Dios Misericordioso, Justo, Omnipresente,
Todopoderoso… Y aun así nos pide buscarlo, conocerlo y amarlo. Ya lo dijo Isaías: “Tú
eres un Dios al que le gusta esconderse”.
Para que lo busquemos nos da pistas, parecidas a las señales de tráfico. Nos permite
experimentar su amor para que sepamos que Él es amor. Permite las dificultades para
enseñarnos que es nuestro padre y podemos acudir a Él. Sé de muchos que sin los
problemas, estarían alejados de Dios.
Hoy sentí su ternura infinita. Y me di cuenta que su pedagogía es impresionante. Con
cada problema puedes hundirte o puedes descubrir uno de sus rostros. Es como si se
escondiera detrás del problema esperando que lo descubramos allí.
Me recuerda un accidente de tránsito que ocurrió hace algunos años. Iban unas jóvenes
del movimiento de los focolares. Quedaron tiradas en el fondo de un barranco, muy mal
heridas. En lugar de gritar, pedir auxilio y desesperarse, descubrieron en esa situación
uno de los rostros de Dios. Cuánto amor habrán experimentado, Fue sorprendente. No
podían moverse. Una, en una esquina dijo en voz alta para que todas la escucharan:
“DIOS ES AMOR”. Tal vez recordando a las otras que no estaban solas, y que sus vidas
las estregaban en las manos de Dios. De pronto, otra, mientras exhalaba su último
aliento dijo: “Dios es amor”. Y así, cada una, fue recordando esta delicadeza y ternura
de Dios, que las acompañaba en sus últimos momentos. “Dios es amor”, repitió
otra. “Dios es amor”.
Y san Alberto Hurtado, este santo chileno que al enterarse que su enfermedad no tenía
cura pidió que permitieran a todos sus amigos que pasaran a despedirse de él. “¡Cómo
no voy a estar contento! ¡Cómo no estar agradecido con Dios! En lugar de una muerte
violenta me manda una larga enfermedad para que pueda prepararme; no me da dolores;
me da el gusto de ver a tantos amigos, de verlos a todos. Verdaderamente, Dios ha sido
para mí un Padre cariñoso, el mejor de los padres”. Descubrió en esta enfermedad el
rostro de un padre cariñoso.
Me di cuenta que Dios permite algunas de estas cosas para que podamos encontrarlo,
descubrirlo, ver una faceta suya.
Como muchos enfrente algunos problemas. Escribir estos libros no me exime de ello, al
contrario, el buen Dios me sumerge en las dificultades y me dice: “Claudio, ¿cómo
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piensas salir de esto?” Me concentro en hallar una solución y cuando logro salir, escribo
el libro y te cuento cómo lo hice.
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¿POR QUÉ LOS PROBLEMAS?
Estando en aquella fila del confesionario de pronto lo comprendí. Era algo que siempre
quise saber y nunca le vi una explicación con sentido. ¿Por qué los problemas?
La respuesta era sencilla, porque nos mueven a buscar a Dios.
Es como si se escondiera detrás del problema y nos dice: “No te rindas, confía, reza, sal
adelante
Ahora te hablaré de mis problemas.
El primero me impulsa a amar.
El segundo a perdonar
El tercero a confiar
Y el cuarto al abandono.
En un problema encontré el perdón.
En otro el amor a mi prójimo
En otro Su misericordia
En otro la confianza en Su amor.
Cada problema me muestra un rostro diferente de Dios.
Me di cuenta que debía pasar por esto. No imaginas cuánto me quejé por ello. Y es que a
nadie le gusta sufrir. No es agradable que quieran hacerte daño, o te amenacen. Pero
todo lo que he pasado, todo lo que estoy pasando tiene un motivo, uno muy sencillo y
maravilloso, descubrir una faceta del amor de Dios.
Si me hubiesen preservado de estos problemas jamás habría descubierto estas
maravillas.
¡Ahora lo entiendo!
¡Qué bueno eres Señor!
Eres increíble, inagotable.
No puedo más que cantar como el salmista: “Señor, oye la voz con que a ti clamo,
escucha, por piedad. Mi corazón de ti me habla diciendo: "Procura ver su faz". (Salmo
27, 7-8)
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Tu rostro quiero ver Señor, aunque sea en medio de la dificultad.
Hay tanto por descubrir y aprender de ti.
Quiero saberlo todo, quiero que vivas en mí y yo en ti.
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SU DULCE VOZ
Qué dulce es la voz de Dios que nos muestra el Paraíso. Con suavidad nos impulsa a
seguirlo, a buscar su presencia.
Te pide ser santo, pero no te obliga.
Soñamos despiertos con Su amor.
Lo vemos en cada hoja, cada árbol, cada pajarillo que le canta a su creador.
Su presencia es evidente.
Allí está. También allá.
¿Ves ese hombre de anteojos y barba que camina encorvado? También lleva a Dios.
El que se le ha cruzado en el camino y lleva de la mano a su esposa. Dios también está
en ellos.
Su voz está en el viento, en las nubes, en tu interior. Basta mirar atentamente y escuchar.
Seguramente te dirá: "Aquí estoy"
…………………..
Ayer un señor se me acercó.
"Leí un libro suyo. Me acercó a Dios. Tenía años alejado de Dios. Y me arrodillé a rezar.
Le pedí que me amara que me diera una fe como la suya, y aunque no me crea sentí que
respondió. "Te amo mucho, nunca lo dudes". Fue un instante que me conmovió. Y he
venido a contarle mi experiencia."
Le pedí como le pido a todos que fuera al Sagrario y le agradeciera a Jesús.
Después de eso, sentí que caminaba en las nubes con una gran alegría, al ver cómo Dios
tocaba las vidas de tantas personas con estos libritos. Era estupendo, porque te da cuenta
que vale la pena, que Dios siempre cumple sus promesas.
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QUÉ GRANDE ES DIOS
Perdona amable lector mi emoción.
Es que Dios es sencillamente MARAVILLOSO. Te sientes amado por toda una
eternidad.
A veces recuerdo a esta muchacha en un grupo juvenil que se me acercó: “Soy una
basura”, me dijo, “No valgo nada”.
Me dejó atónito. Era una joven muy guapa y apenas empezaba su vida.
“Me parece”, le respondí, “que todos somos hijos de Dios. Y Dios no hace basura, todo
en Él es perfecto. Por tanto, como hija de Dios sólo tienes que volver tu mirada al padre.
Una buena confesión sacramental ayudaría mucho”.
Días después la volví a ver. Era otra persona. Estaba alegre, se le notaba una gran ilusión
por la vida.
“Me confesé”, me dijo, “después de muchos años. Me siento liberada de un gran peso.
Como si hubiese dejado todas esas cargas en el confesionario”.
Yo sólo atiné a pensar: “Qué grande eres Señor”.
Hay algo más que quiero contarte. En la lectura del Evangelio el sacerdote dijo unas
palabras sorprendentes. Fue como si de pronto cobraran vida. No eran unas simples
palabras.
Las escuché como si fuese la primera vez que las oía. Y me impresionaron. Todo era
nuevo e inesperado, pero estas palabras respondieron muchas preguntas que solía
hacerme tiempos atrás.
"Como mi Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis
mandamientos, permanecen en mi amor, lo mismo que yo cumplo los mandamientos de
mi Padre y permanezco en mi amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en
ustedes y su alegría sea plena".
Me dejaron un sabor como a eternidad. Trato de explicar con términos humanos lo que
he visto con los ojos del alma. Sólo podré rozar la superficie. No es algo para describir,
sino para vivir. Es como mirar un océano interminable, sin poder ver lo que habita en sus
profundidades.
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Dios es paciente y te espera y se ilusiona por ti. Si lo conocieras mejor.
“Mas tú, Señor, Dios tierno y compasivo, lento para enojarte, lleno de amor y lealtad…”
(Salmo 86,15)
"...aparentas no ver los pecados de los hombres, para darles ocasión de
arrepentirse". (Sabiduría 11, 23)
Nuestro Dios es un Dios diferente a todo cuanto podamos pensar o imaginar. Es amable
y bueno, misericordioso, paciente. "El Señor es ternura compasión, lento a la cólera y
lleno de amor"...
"Él perdona todas tus ofensas y te cura de todas tus dolencias". Le gusta con nosotros ir
despacio, en la medida de nuestros pasos. Deja crecer el trigo con la cizaña para no
dañar el trigo. Paciencia. Ya vendrá el día en que separará lo bueno de lo malo.
Hace poco conducía mi auto y recordé que en el Santuario Nacional del Corazón de
María tenían expuesto al Santísimo. Así que me desvié del camino para pasar a
saludarlo.
— Eres Dios —le decía —. Creaste todas las cosas. Pero te muestras en un pedacito de
pan. ¿Por qué no podemos verte y reconocerte en toda tu majestad?
Entonces, por respuesta, vino a mi mente un pasaje de la Biblia:
"Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y los llevó a ellos
solos a un monte alto. A la vista de ellos su aspecto cambió completamente, incluso sus
ropas se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo sería capaz de
blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Pedro
tomó la palabra y dijo a Jesús: ´Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Levantemos
tres chozas: una para Ti, otra para Moisés, otra para Elías´.
En realidad no sabía lo que decía, porque estaban aterrados". (Marcos 9, 2-6)
Jesús mío, ¿qué pasaría si te viésemos como realmente eres? Seguramente también
quedaríamos aterrados, sin saber qué decir o hacer. Tu divinidad es demasiado para un
simple mortal.
Qué bueno eres, que te muestras tan sencillo y humilde, en algo que nos es familiar, a lo
que no tememos; y que podemos, confiados, acercarnos a Ti. "Tú eres un Dios al que le
gusta esconderse..." (Is 45,15)
Me ocurre a mí, que siento tu presencia; sé que estás allí, pero me acerco tranquilo,
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como si estuviera en medio de mi familia. Me siento cómodo cuando estoy contigo. No
te veo como el Juez implacable que vendrá para juzgar a las naciones, sino como el
Amigo Bueno, que se ha quedado con nosotros para darnos la salvación eterna.
Quiere que experimentes su presencia y comprendas cuanto te ama. Cuando lo hagas, tu
vida nunca será igual, créeme. Lo he visto infinidad de veces, personas que de un día
para otro se deciden por Dios y cambian.
Todo cambiará para ti. Vas a ver el mundo con nuevos ojos, tendrás una mirada de
amor y compasión. Las cosas que valen hay que ganarlas, debes poner de tu parte,
hacer propósitos de una vida nueva, perdonar, amar, y volver a vivir en Su presencia.
¿Sabes lo que he pensado?
"Qué bien lo pasa uno con Dios".
Si permaneces en su amor, todo estará bien. No te preocupes, Él cuidará de ti. Y
créeme, lo hará muy bien. Cuando permaneces es su amor, Él cuida de ti como la gallina
que protege a sus polluelos, los coloca amorosamente bajo sus alas, y está pendiente de
sus necesidades.
En su dulce amor, NUNCA ESTARÁS SOLO (A).
¡Ánimo!
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ME ACABA DE OCURRIR
No vas a creer lo que me acaba de pasar. He dejado de escribir para asimilarlo. ¡Fue
increíble! ¡Qué experiencia!
¿Recuerdas que te comenté hace unos minutos que me fui a confesar? Te contaba mi
experiencia con Dios. Su dulce y tierno amor.
Hay algo que no te dije. En la fila de enfrente también para confesarse había una joven
del grupo juvenil. Me vio y nos saludamos. Al terminar la misa se me acerca. "Señor
Claudio debo contarle esto, no sé por qué, pero usted lo debe saber... Estaba en la fila
para confesarme, lo vi a usted en la fila del confesionario de enfrente. De la nada sentí
como un fuego abrazador en mi interior, me quemaba dulcemente, como si el Espíritu
Santo me tocara. Un gozo, una alegría suprema, inexplicable. Sabía que era Dios que
pasaba. ¡Era Dios! ¡Qué experiencia! Sentí su Amor inmenso, una llama dentro de mí
que no se apagaba".
"Eres increíble Señor", pensé. Entonces le dije:
"Te contaré algo todavía mejor. Lee esto que acabo de escribir. Es una vivencia que tuve
hace unos minutos". Le di mi celular donde la había escrito y leyó:
"Parece mentira tanta ternura y tanto amor de Dios. Estaba en la fila para confesarme y
de pronto, súbitamente, sentí que Dios pasaba a mi lado y me hablaba y me inundaba
con su amor.
Es tanta su ternura que no la puedes retener. Sientes su presencia y quisieras irte a un
lugar solitario, no dejar que se te escape este misterio, este momento.
Nada de lo que escriba podrá jamás describir este momento que estoy viviendo. Un gozo
inexplicable que te inunda, un amor que no se termina, un fuego en el alma, que no se
apaga".
Con lágrimas de gozo, me dijo: ¡No puede ser! Estoy de una pieza. Le pasó lo mismo
que a mí. En el mismo momento. ¡Qué impresión! No se imagina la felicidad que tengo,
es como si flotara en una nube."
"Son las cosas de Dios", le respondí. "Él es así. Siempre nos sorprende con su AMOR".
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DIOS ES BUENO
Esto está ocurriendo en este momento...
Hablar de Dios es mi anhelo. Que todos lo amen y lo conozcan.
Normalmente saludo con un simple "hola" o "buenos días". Pero hoy quise hacer algo
diferente.
Me propuse saludar a todo el que vea con efusivo Dios te Bendiga.
El primero pasó de largo. A lo lejos se detuvo, miró hacia atrás, se devolvió y me dijo:
“Dios te bendiga también”. La mayoría de las personas sonrieron felices, y quedaron
sorprendidas.
A uno que otro le costó pero al final, cambiaron ese gesto de tristeza, sonrieron
amablemente y respondieron: “Dios le bendiga”,
Creo que mañana cuando salga al banco y la farmacia haré lo mismo. Seguiré saludan
con un “Dios te bendiga”. Una persona que alegre su día bastará para que valga la pena.
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UNA PAZ PERFECTA
Ahora que lo sabes, puedo compartirte otras vivencias.
Tendría unos 20 años. Recuerdo que conducía el auto un poco distraído, pensando en las
cosas que había dejado sin hacer ese día. De pronto, súbitamente, sentí a Dios.
En un principio no supe que era Él ni entendí lo que me pasaba. Tampoco hice nada
especial para que ocurriera, al contrario, ni siquiera pensaba en las cosas celestiales.
Fue como ser golpeado de frente por una marea inesperada, una ola amor. Me dejó
desconcertado, inquieto. Experimenté una paz, que desconocía, un gozo interior tan
hondo y profundo que se desbordaba. Todos esos sentimientos provenían de una ternura
tan grande que sobrecogía.
No se me ocurrió otra cosa que seguir conduciendo el auto. No quería que “aquello” se
marchara. Y en mi lógica me dije: “No haré nada diferente a lo que estoy haciendo”. Me
sentía tan a gusto. Tuve deseos de irme a un lugar solitario, sentarme en una roca,
aislado del mundo, cerrar los ojos y sencillamente gozar del momento. Era una paz
perfecta.
Seguí manejando sin saber lo que ocurría, qué era eso, de dónde había llegado, por qué a
mí.
Fueron unos pocos minutos que me parecieron una eternidad. Cuando todo terminó,
quedé atontado y me senté a pensar en lo que había pasado. No tenía idea de que había
ocurrido. Fue un momento hermoso. Me sobrecogió y ansiaba más. Necesitaba sentir
nuevamente ese amor puro, eterno, ese tierno abrazo, pero no sabía dónde buscar.
Así como llegó, de igual forma se marchó. Al final quedé con los ojos llorosos. Lloraba
como un niño que ha perdido algo valioso.
Al tiempo me absorbió mi vida rutinaria y lo olvidé. Todo quedó en el pasado.
Unos diez años después, volvió.
Al instante vinieron a mí los recuerdos de aquella ocasión. Igual que la primera vez, me
tomó desprevenido. No lo esperaba. Pero en esta ocasión lo supe. De alguna forma lo
intuí. Era Dios que pasaba y me tocaba. Me llenaba con su gracia. Me susurraba al oído
palabras tiernas de amor. Un amor eterno, interminable.
Me permitía experimentar pedacitos del cielo. Era un Dios, que me inundaba con Su
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propio Amor. Quería atraparlo, no dejar que se marchara.
Pero yo, infeliz, tenía tantos pecados que apenas pude soportar un poco aquella gracia
que se me concedía.
Era como un vaso espiritual lleno de basura, en el que apenas cabían unas gotas de su
gracia y su pureza.
“No te vayas”, le decía, “quédate conmigo”.
En ese entonces no lo sabía. Él siempre estuvo conmigo. Nunca me había dejado.
Iba a mi lado, en mí, en ti, en todos, porque “En Él vivimos, nos movemos y
existimos…” (Hech 17, 28). Lo natural habría sido experimentar siempre su presencia.
Pero el pecado, me alejaba de su presencia. Y sólo por tanto amor, venía hacia mí, como
el papá del hijo pródigo que corrió a abrazar a su hijo.
A los minutos todo terminó.
Me quedé casi una hora pensativo, disfrutando aquél momento, en silencio absoluto. No
quería ni moverme.
Es una maravilla. Sientes a Dios que pasa a tu lado, comprendes que es Él y te sabes
amado desde una eternidad. Esta certeza de saberte hijo suyo, no tienes forma de
agradecerla. “SOY SU HIJO”, me repetía. “Tú eres mi padre”.
Sólo recientemente he podido comprender algo que siempre estuvo frente a mí. Él nos ve
con tanta ternura y afecto que le pedí que me viera como el Claudio niño que iba a
visitarlo en aquella Iglesia de Colón. Me veo de pantalones cortos, emocionado,
sabiendo que allí está Dios. Y le digo: “Papito Dios””. Estas simples palabras de afecto
le llegan directo al corazón.
Lo enternecen más de lo que puedas imaginar. Y se desborda en gracias. No sabe cómo
contener su amor por ti. Quiere abrazarte, amarte, consentirte. Decirte que te ama.
Recuerdo que en aquella ocasión pensé: “Señor, que tonto soy. Me lo has dicho y no te
presté atención: “Somos templos del Espíritu Santo”. Debemos ser dignos de tan grande
gracia. Conservar el alma pura. Así podremos contenerte en nosotros. Recibirte
dignamente.
Esa vez quise aprender, saber lo que me estaba pasando. Deseaba revivir esta bella
experiencia y busqué libros de espiritualidad, necesitaba entender. Y le decía a Jesús:
“¡Quiero más! ¡Quiero comprender!”
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Le conté a un sacerdote amigo: “Es como si el buen Dios te colocara detrás de una
puerta, sabes que del otro lado hay maravillas y quieres abrir esa puerta, cruzar, verlo
todo”.
Me respondió: “Lo que tú buscas es una experiencia mística Claudio, pero Él se la da a
quien desea y conviene”.
Han transcurrido casi 30 años, desde aquella ocasión, y hoy, de pronto, en la fila del
confesionario ocurrió. Pero de una forma tan abrupta que casi caigo de espaldas. Tuve
que recostarme en la pared.
Hacía un acto de contrición, repasaba los pecados que confesaría y ocurrió. Fue como
una luz interior, una explosión de amor que impactaba mi alma. Luego quedó un fuego
que no me quemaba sino que me transmitía cientos de miles de afectos. Tuve la certeza
de saberme amado.
Esta vez sentí, supe y comprendí.
Sientes su amor infinito y puro que se desborda por ti y la humanidad entera.
Sabes que es Dios. Ves cuánto le duelen nuestros pecados. Y comprendes tantas cosas
que siempre quisiste.
Ahora lo sabía. Él ha estado presente en mi vida. Somos sus hijos consentidos. Toda la
humanidad. Él busca ser conocido y amado. Quiere que lo descubras en el dolor, las
aflicciones, las alegrías.
Las tres cosas ocurrieron a la vez en un mismo instante. Fue un tiempo muy corto, pero
lo sentí una eternidad. Es como si te sumergieras en un mar donde el tiempo no existe, y
descubrieras grandes maravillas en sus profundidades. Lo ves admirado, pero no
comprendes todo.
En ese instante recibes mucha información y no sabes cómo ordenarla, ni ponerla en el
papel.
Con hoy son 4 días que llevo escribiendo sin detenerme, tratando de descifrar lo que
experimenté. Ordenando las ideas que van de un lado a otro.
Somos simples mortales, con un alma inmortal.
Me cuesta describirlo todo. Es como vivir en dos mundos. Tu cuerpo mortal es limitado,
finito, sensible a las cosas de Dios. Tu alma inmortal, espera encerrada en tu cuerpo,
llegar al conocimiento pleno, a la verdad pura, y ver a Dios.
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Nada de lo que diga es nuevo. Todo está dicho. Por eso sólo cuento mi experiencia.
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EL CAMINO PERFECTO
En las Bienaventuranzas encontré el camino que buscaba. Y me regocijo por la herencia
que me dará mi padre si cumplo sus mandatos.
En las bienaventuranzas hay una que me ilusiona mucho. Los limpios de corazón…
porque desde que recuerdo he soñado con ver a Dios.
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de
los cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de
mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos. (Mt 5,3-12)
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EN SU PRESENCIA
Mientras escribo estas líneas he recordado un incidente que ocurrió hace algunos
años. Cuando empecé a publicar mis primeros libros, recibí una llamada telefónica de
unos recién casados que deseaban conocerme.
En esos días le dije a Dios: "Yo escribo, tú toca los corazones". Me sentí a gusto
sabiendo que sólo tenía que escribir, contar mis experiencias con el buen Dios y Él haría
el resto.
Me parece que fue un sábado por la tarde. Llegaron a mi casa. La esposa fue la primera
en hablar:
"Le compré su libro PARA RECUPERAR LA FE. Al principio no quería leerlo, pero yo
insistí y lo tomó".
Luego siguió él: "Lo leí para complacer a mi esposa. Me pareció un libro medio
enredado, sin sentido. La verdad, me interesaba muy poco su lectura. Dejé el libro unos
días sobre mi mesita de noche. Mi esposa insistió y volví a tomarlo.
Cada noche leía un capítulo. Seguía con poco interés sus palabras. El último día pasó
algo. Aún me cuesta comprenderlo. Mientras leía las últimas palabras de su libro
súbitamente sentí como un golpe en el alma, un fuego interior que brotaba en mí, algo
que me quemaba por dentro. Todo era confuso. Sentí un amor profundo.
Yo no comprendía nada y de pronto, me puse a llorar. Lloraba como un bebé que no
sabe lo que siente. Lloraba sin poder contenerme. Me asusté. "
¿Qué me ocurre?" me decía. “Esto no es normal”.
Le pedí a mi esposa que me llevara a un hospital para que me revisara un médico, pero
ella me llevó a donde tenía años sin ir, a una Iglesia. El sacerdote, luego de escuchar la
historia sonrió gozoso y con un entusiasmo desbordante me abrazó y consoló:
"Muchacho, tú no tienes ninguna enfermedad. Estás perfectamente sano. Has recibido
una gracia que no entiendes, eso es todo. Recibiste al Espíritu Santo y se está
manifestando en ti. Es Dios, que te quiere de vuelta. Desea que experimentes cuánto te
ama. Verdaderamente, hoy recibiste un gran regalo".
"Vine a contárselo, señor Claudio", terminó el joven, "quería que lo supiera. Ahora que
me he reconciliado con Dios, no imagina cuán feliz me siento".
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Me dejó de una pieza, era una historia sorprendente. Le conté el trato que tenía con
Dios. "Yo sólo escribo” le respondí. “Debemosdarle las gracias a Dios".
¡Qué maravillosa experiencia!
Por algún motivo que aun no comprendo terminamos llorando en la presencia de Dios.
Nos sobrecoge la pureza. La santidad nos conmueve.
Recuerdo imágenes del Papa Juan Pablo II, iba en medio de una multitud y se detenía a
saludar. Tocaba a las personas en la frente y las bendecía. Al instante rompían a
llorar. Era la presencia de Dios en este gran Papa. Un Dios que Él reflejaba con sus
gestos y bondad.
En 1979 viajó a México. Tengo presente a un periodista que narraba el paso del Papa.
“Acá todos lloran ante el paso del Papa Juan Pablo II, no lo entiendo, hasta yo estoy
llorando de la emoción”.
Cuando Dios pasa y te toca, se desbordan las emociones más bellas y hondas. Lloras al
sentirte consolado, al saberte indigno de este privilegio, sobre todo, al comprender que
eres amado desde una eternidad.
………….
Lo tuyo No es hacer cosas, ni emprender grandes obras. Lo tuyo es un trabajo
silencioso, callado. Lo tuyo es la oración y el ofrecimiento. No necesitas hacer más.
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ME BASTA LA MISA
Me basta ir a misa para que Dios encienda una hoguera en mi alma y se disipen las dudas
y la oscuridad que me rodea.
Es como si de pronto el buen Dios te dijera: “No te preocupes por nada. Confía. Yo me
encargaré de todo”.
Y yo, pues confío y me abandono en su Misericordia.
Me basta ir a Misa para recuperar la paz. Llego inquieto y de pronto me voy llenando
de una paz y sosiego que me permite pensar con claridad.
Me basta ir a Misa para encontrar la serenidad y la esperanza que había perdido.
Me basta ir a Misa para llenarme de alegría, sabiendo que soy un hijo de Dios, que Él es
mi Padre, el padre de todo.
……………
Ante la gran cantidad de problemas que enfrento y mis inquietudes, le pregunté al buen
Señor qué hacer. A veces no sabemos qué camino tomar. Entonces recordé estas
palabras consoladoras de Jesús: "Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de la
historia".
En ese momento comprendí. Me llené de esperanza mientras me repetía estas palabras
una y otra vez: "No estamos solos. No estamos solos. Dios camina con nosotros, sus
hijos amados".
Reflexioné en ello. Es una maravilla. Y le dije: "Te tengo a ti. Y mientras te tenga a ti,
todo estará bien."
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MI BÚSQUEDA
En estos años de búsqueda he aprendido pocas cosas. Dios es insondable. ¿Quién puede
comprenderlo? Yo no, aunque trato. Mis libros sólo reflejan el largo camino que he
recorrido en su búsqueda y lo lejos que aún estoy de Él.
Esta noche me senté a reflexionar y pensé en ello. Me dije: “¿Cómo puedo reconocer a
un verdadero Cristiano?” la respuesta era simple: “Por el amor”.
Dios que es Amor nos pide amar, a todos. Entonces busqué signos, señales que te
ayudan a comprender y reconocer la presencia del Padre. Y empecé a escribir:
Un signo claro de la presencia de Dios en tu vida
LA ALEGRÍA
Lo notas al leer las vidas de los grandes santos de nuestra Iglesia. Todos sonreían, era
alegres, a pesar de la adversidad. Pasaban muchas dificultades y aún así sonreía. ¿No te
parece que la alegría es un signo de la presencia de Dios? Lo notas de pronto en una
persona que ha experimentado su dulce presencia. Se llena de un gozo sobrenatural.
Todo es nuevo para él. Todo lo ama. La presencia del Amor lo mueve al amor.
Recuerdo a una muchacha a la que le pasó esto, no comprendía bien lo que era y me
comentaba: “No entiendo, siento como unas ganas de abrazarlos a todos, al pobre, al
rico, al que me ama, al que me ha hecho daño, es como si el amor se desbordara de mi
alma”. Se la veía con una felicidad tan grande que podía repartirla y sobraba.
Dios te mueve al amor, y el amor a la felicidad. Por eso Dios nos pide constantemente
que seamos santos. Sabe que los santos son felices. Y Él quiere que seas feliz.
Un signo claro de la fe que profesas
TU ABANDONO
La fe te mueve a la confianza y la confianza al abandono. Es como un pequeño que
camina de la mano de su padre. No se preocupa por nada. No pregunta a dónde van, ni
cuánto han de caminar, sencillamente se deja llevar.
Con la fe nos ocurre igual. Confías y te abandonas en los brazos amorosos de tu Padre
celestial.
A veces me da por hablar con Dios. Supongo que tenemos el encuentro de un Padre con
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su hijo. Me encantan esas experiencias, porque me acercan a su corazón misericordioso
y tierno.
Una vez le pregunté: “¿Qué te duele más de nosotros?”. Encontré la respuesta en
el Diario de sor Faustina:
"¡Cuán dolorosamente me hiere aquel que no cree en mi bondad! Son los pecados de
desconfianza los que más me afligen".
A Dios le duele tu desconfianza. Se entristece cuando te fías más de las cosas materiales
que de Él. Por eso le dijo a sor Faustina:
“Las almas que confían ilimitadamente son de gran consuelo para Mí y en estas almas
vierto todos los tesoros de mis gracias. Estoy contento cuando me piden mucho, ya que
mi deseo es dar mucho, muchísimo”.
En la Biblia se tomó la molestia de recordarte infinidad de veces tres cosas:
1) Es nuestro Padre y nos ama
2) No debes temer, Él va contigo
3)…no hay nada imposible para Dios” (Lc 1, 7)
Me he dado cuenta de que vale la pena confiar en Dios, que es verdad todo lo que nos
han dicho, el Evangelio se cumple. Cada promesa, cada palabra, todo es real. El amor de
Dios está presente a lo largo de nuestras vidas. Te lo aseguro, Él cuida de ti.
Un signo claro de tu confianza en Dios:
La paz interior.
Cuánta paz sientes en medio de la seguridad, sabiendo que todo está bien. Cuando
confías en Dios, ten por seguro que todo estará bien. Él te llena de una paz interior
inimaginable. Son como pedacitos del cielo que te da a probar.
Dios que es amor, anhela que lo amemos y hace lo que no imaginas para atraerte y
decirte que te ama, que eres especial para Él. Si tan sólo lo supieras... No estás solo(a).
Dios va contigo. Está en ti, a tu lado, a tu alrededor: porque “En Él vivimos, nos
movemos y existimos” (Hech 17, 28).
Cuántas veces faltamos a la caridad, en el Amor, porque no tenemos conciencia de que
somos hijos de Dios, y más que eso, que para Él lo somos todo.
Cada uno de nosotros existe en su corazón de padre, como si fuese su único hijo, lo
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único importante en todo el universo.
Tú lo eres todo para Dios. Sólo que aún no lo has descubierto. No has podido
encontrarlo, experimentar su cercanía y su Amor. Vives a diario con tantos problemas, a
veces más de lo que puedes soportar. Y no sabes qué hacer, dónde está la salida.
A esto lo llaman “el ruido del mundo”. Son las voces que no te permiten escuchar la
suya. Por eso nos hablan tanto del silencio. Ir a un lugar alejado, llevando una Biblia, el
corazón que anhela escuchar a Dios, y unos bocadillos para el camino. No necesitas
más.
No imaginas cuánto disfruto esos paseos espirituales.
Como estoy casado, los hago en familia. Nos vamos a un parque, o a un lugar
montañoso, juntos. Mientras mi hijo, Luis Felipe, juega futbol con otros niños y mi
esposa está pendiente de él, yo me siento en una banca y le digo al Padre: “Aquí estoy,
Señor”. Eso le basta. Un simple y pequeño gesto de amor, es suficiente. Al segundo
siento que responde:
“Aquí estoy Claudio”.
Me ocurre igual cada vez que rezo. Le digo: “Padre nuestro” y Él con infinito amor y
ternura responde: “Hijo mío”.
No estamos solos. Dios camina a tu lado, en ti. Esto lo comprendí el domingo durante la
misa. Como tú, no estoy exento de dificultades. Debo enfrentarlas a diario. Son parte de
la vida. Después de dedicar un año a escribir mis libros y usar todos los ahorros para
editarlos, empecé a preocuparme. Son los famosos: “Y si…”.
Me preguntaba: “¿Y si no llegan a las personas?”. Entonces algo me detuvo. Fue como
una certeza. “No estás solo Claudio. No están solos. Yo estoy con ustedes”. Fue un gran
consuelo para mí. Me sentí mucho mejor, aliviado, sereno.
He pasado desde entonces pensando en ello.
“No estás solo”. Busqué en mi Biblia la voz paternal de Dios que nos decía: “No temas,
pues yo estoy contigo” (Is. 41, 10). Y al buen Jesús que lo afirmaba: “…yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt, 28, 20). Entonces comprendí que no
tenía motivos para preocuparme.
Nada malo puede pasar, si Dios va contigo.
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No te preocupes.
Todo estará bien.
Sólo debes confiar.
Dios hará lo demás.
Un signo claro que lo amas
TUS BUENAS OBRAS
Esta mañana Fue especial. Me levanté temprano, mi primer pensamiento fue para Dios.
Últimamente me da por decirle “Papito Dios”, Me parece que le agrada que lo llame así
porque se ha desbordado en gracias. Siento su presencia como nunca antes, experimento
su amor y me lleno de una ternura que desconocía. Me dan ganas de ayudar a todo el
que vea. Dar una palabra de aliento, una sonrisa, un abrazo.
A veces soy medio despistado, pero hay algo que tengo muy claro. Dios espera de
nosotros que amemos y hagamos buenas obras. Dar con amor.
Pensaba en ello y recordé una carta que le escribí a Dios algunos años atrás. En esos días
me daba por escribirle cartas a Dios. Un amigo al que le conté sonrió. “¿Cómo se las
mandas?”, preguntó. “No es necesario”, le respondí, “Él las lee mientras las escribo”.
Como te contaba, busqué la carta. Me gustaría compartirla contigo.
Querido Dios:
Hoy salí temprano a caminar. A cada paso pensaba: “A veces andamos al borde del
precipicio por ti, Señor y a menudo no sabemos qué hacer. Sólo caminamos y
caminamos, pensando en tu Amor, tu presencia. ¿Qué quieres de nosotros?
De pronto nos sumerges en un mundo en el que no deseamos estar. Es un lugar oscuro,
lleno de dificultades. Parece que no hay amor, ni esperanza a nuestro alrededor. Son
situaciones a las que no hayamos salidas. Cada vez que te lo digo, siento que me
respondes: “Sigue caminando”.
No imaginas la cantidad de personas que me cuentan sus problemas. Acuden a mí tal vez
por haber leído uno de mis libros. Viven rodeados de oscuridad. Suelo impresionarme. Y
me pregunto: “¿Por qué lo permites? ¿Por qué ese sufrimiento?”
Hace muchos años decidí dejar de cuestionarte y dedicarme a confiar. ¿Cómo podríamos
comprenderte nosotros que somos simples mortales? Pero la verdad es que no siempre
he podido quedarme tranquilo y confiar.
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Hoy es uno de esos días en que me llené de inquietudes. Curiosamente mientras
caminaba me pareció encontrar las respuestas.
Todas estas personas, por estar sumergidas en sus problemas olvidaron algo
fundamental, lo que realmente son: “Hijos tuyos. Portadores de tu Amor. Mensajeros de
la Esperanza”. Es un sello que nunca perdernos.
Somos pequeñas luces que colocas en estos terribles lugares, para iluminarlos. No nos
damos cuenta, acongojados por las dificultades.
Deseas que te llevemos a los demás, que seamos tus brazos, tus pies, tu voz. Si
tuviésemos conciencia de lo que esperas de nosotros, todo sería más sencillo. Podríamos
perdonar y amar. Abrazar al necesitado.
Tal vez necesitamos la certeza de un propósito para acoger la esperanza y esparcirla por
el mundo.
No sé para qué te cuento estas cosas. De pronto hallé en mi Biblia la respuesta y terminé
de comprender:
“Ustedes son la luz del mundo: ¿cómo se puede esconder una ciudad asentada sobre un
monte?
Nadie enciende una lámpara para taparla con un cajón; la ponen más bien sobre un
candelero, y alumbra a todos los que están en la casa.
Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello
den gloria al Padre de ustedes que está en los Cielos” (Mt 5. 13-16).
Siempre recuerdo aquella joven que una mañana se presentó a mi oficina para
entregarme su renuncia. “¿Alguien te ha tratado mal?”, le pregunté sorprendido. “Al
contrario”, respondió, “todos han sido muy buenos conmigo”. “Entonces, ¿por qué te
marchas?”, le pregunté sin entender.
Sonrió con entusiasmo y dijo: “Es que voy tras un ideal. Quiero gastar mi vida en algo
grande, que realmente valga la pena”.
Años después la encontré a la salida de Misa y le pregunté: “¿Valió la pena?” Estaba
radiante y respondió emocionada: “Lo haría mil veces más si volviese a nacer. Siempre
vale la pena vivir para Dios”.
La respuesta ahora es evidente. Debemos ser la luz que ilumine a los demás. Mostrarles
el camino para llevarlos a ti.
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Pero, somos una vela débil, tenue, ¿cómo lograr que vuelva a brillar?
“Es muy fácil: recupera la gracia.
Ten vida de oración. Haz buenas obras.
Vive en Mí... y Yo seré tu luz".
Un signo claro que eres discípulo del Amor
TU CRUZ
Hace unos meses tenía una mesita con mis libros en uno de los pasillos del Santuario
nacional del Corazón de María. Se me acercó una señora y al ver mis libros me comentó
afligida: “Si supiera cuánto sufro”. Le sonreí con amabilidad. “La vida es así”, le
respondí. “Súbase a este bote y empiece a remar, porque el sufrimiento es colectivo”.
El mismo Jesús te advirtió:
"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.
Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la
encontrará. Pues, ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su
vida?” (Mt 16, 24)
No puedo evitar elevar esta breve oración al cielo: “Señor, dame valor para tomar mi
cruz y encontrar mi vida. La quiero contigo en la eternidad”.
Me parece que fue santa Teresa de Jesús quien dijo que la mejor manera de llevar la cruz
y hacerla liviana, era abrazándola.
Ella escribió este bello poema:
En la cruz está la vida
y el consuelo,
y ella sola es el camino
para el cielo.
En la cruz está "el Señor
de cielo y tierra",
y el gozar de mucha paz,
aunque haya guerra.
Todos los males destierra
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en este suelo,
y ella sola es el camino
para el cielo.
Vine a ver a Jesús por un problema muy serio. Y no sabía cómo resolverlo. Cuando
atraviesas una dificultad muy grande, sueles mirar al cielo y buscar a Dios.
Aproveché que la misa aún no comenzaba y entré a charlar con Él en este bello oratorio,
donde todo es paz y serenidad.
En este silencio me di cuenta que vine a pedirle favores, no para decirle que lo amaba.
No estaba bien. Quería verlo porque lo extraño, porque me encanta sentir su presencia
amorosa y recé con todo el corazón:
"Que me acerque a Ti, Señor, por amor.
No porque sufro.
O por un problema.
O por esta angustia que me come el alma.
O por una necesidad.
O un favor.
O una enfermedad.
Que te busque porque te amo.
Porque eres mi amigo.
Enséñame a confiar,
para dejar en tus manos mis problemas.
Que pueda amar, para amarte en verdad,
como Tú mereces,
con un amor puro y desinteresado.
Es la gracia que te pido".
Entonces ocurrió algo inesperado, sorprendente. Sentí una dulce voz interior que me
consolaba: "No temas", me decía, "Yo estoy contigo".
La misa empezó. En medio de la homilía me acordé de esas palabras y las escribí en la
palma de mi mano, para tenerlas presentes todo el día.
"No temas. Yo estoy contigo".
Al terminar de escribirlas, levanté la mirada y el sacerdote dijo:
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"No temas”, te dice Dios. “Él está contigo".
Lo miré sorprendido y continuó:
"No puede haber cristiano sin cruz. Pero esa cruz tan pesada, solos no podemos llevarla.
Pídele a Jesús que te ayude y tu cruz será liviana y llevadera".
Fue asombroso. Cuánta paz experimenté en ese momento.
Recuperé la serenidad. La certeza de saber que Jesús estaba conmigo. Entonces tomé
una importante resolución: “Entre la incertidumbre y la confianza, elijo confiar. Confiaré
a pesar de todo. Que se haga en mí Tu santa voluntad. Señor”.
Ese gesto de abandono hizo la gran diferencia. Salí de misa tranquila, feliz. Los
problemas se solucionaron. Y lo mejor de todo, ocurrió hoy: He venido a ver a Jesús, por
amor.
Un signo claro de la santidad
LA HUMILDAD
Este es un tema que me encanta, la humildad. ¿Eres humilde? Yo no, me cuesta tanto.
Me esfuerzo sobre todo cuando alguien me enfrenta o veo una injusticia. Brota de mí
como un fiero león que ruge.
Quisiera ser humilde. Y se lo pido a Dios: “Hazme humilde Señor”.
A veces pienso esto: ¿Qué agrada a Dios de los que estamos llamados a la santidad? La
humildad.
San Agustín decía: «Si quieres ser santo, sé humilde. Si quieres ser más santo, sé más
humilde. Si quieres ser muy santo, sé muy humilde».
Ésta es una gracia especial difícil de cultivar. Sé, por experiencia, que cuando queremos y
no podemos, el buen Dios provee losmedios.
Un signo claro de la Ternura de Dios:
SU GRACIA
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Cuando amas a otra persona siempre quieres regalarle lo mejor. Te esmeras en cada
aniversario, cada cumpleaños. A Dios, que es amor, le ocurre igual. ´Desea darnos los
mejores regalos, aquellos que son más valiosos. Le encanta consentirnos. Y nos da la
gracia.
Debemos pedirla.
Cuando la santísima Virgen se le apareció a santa Catalina Labouré, ésta vio que de sus
dedos salían unos rayos y le preguntó su significado. La virgen le dijo:
Estos rayos luminosos son las gracias y bendiciones que yo expando sobre todos
aquellos que me invocan como Madre. Me siento tan contenta al poder ayudar a los hijos
que me imploran protección. ¡Pero hay tantos que no me invocan jamás! Y muchos de
estos rayos preciosos quedan perdidos, porque pocas veces me rezan".
Dios, en su ternura infinita busca una Madre, a la que podemos confiar nuestras penas,
una madre que nos acoge a todos y dispensa las gracias celestiales a todo el que las pide.
Un signo claro del amor de Dios
JESÚS
Esta es la parte a la que deseaba llegar. Me ilusionaba mucho. ¿De dónde saqué esta
idea? Es que leí estas palabras en la santa Biblia:
“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su único hijo, para que todo el que crea en
él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).
Desde que era niño, Jesús ha sido mi mejor amigo. Me encantaba tener largas charlas
con él. Durante el recreo en mi escuela, el Colegio Paulino san José, de Colón subía a la
capilla del segundo alto y me quedaba acompañándolo. Lo hacía con la naturalidad del
que visita a su amigo.
He tenido la gracia de su cercanía. A donde me mudo lo tengo cerca. En Colón estaba en
una capilla cruzando la calle. Cuando me casé, Vida y yo alquilamos un apartamento.
Enfrente quedaba una residencia estudiantil y allí tenían un oratorio con el Santísimo.
Ahora de grande, a la vuelta de mi casa hay una Iglesia a la que me gusta ir. Voy a la
capillita y allí le hago compañía.
Desde que tengo memoria mi vida empieza en el Sagrario. Y gira a su alrededor.
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Jesús en mi gran amigo. Para mí es un signo claro del amor de Dios.
Mientras escribo estas palabras hago un alto y me traslado con mi mente a un sagrario y
le saludo, le digo que lo quiero. Me llena de alegría saberlo cercano. Suelo pedirle que no
me vea como el adulto que soy sino como el niño aquél que solía visitarlo en la capilla de
Colón.
¿Qué te pediría? Ten contento a Jesús con pequeños actos de amor.
Él es como un niño, ilusionado por nosotros. Y muy sensible. Somos sus pequeños, sus
amigos, sus hermanos, por eso nuestras faltas le hieren tanto.
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TE LLAMARÉ TERNURA
A veces, no sé por qué, me nace del alma una infinita ternura, es como si Dios se hiciera
presente y me envolviera en su Amor. No siempre he comprendido del todo estos
acontecimientos, sólo sé que me ocurren y me da por hacer cosas curiosas.
El otro día me paré frente a la ventana y mirando una capilla lejana, le canté villancicos
al buen Jesús. Lo imaginaba escondido en aquél sagrario, sin nadie que lo visitara. Quería
tenerlo contento, hacerlo sonreír.
—Debo estar loco-, pensé, pero sentía que a Él le agradaba esto. Que lo recordaran, que
pensaran en Su Amor.
—Tal vez los villancicos son una forma de oración—, me dije. Y continué cantando,
diciéndole que lo quería.
Otro día recordé que estando tan cerca, poco lo visitaba. Por eso a ratos, cerraba los ojos
y con mi mente me trasladaba al oratorio y le hacía compañía.
Es tan grato estar en Su presencia...
Cuando pienso en Jesús, me da por hacer cosas. Hoy por ejemplo, me he quedado
despierto hasta media noche, para escribirte. Y contarte mis vivencias. A esta hora todos
duermen en casa y puedo pensar, rezar, reflexionar... Hasta me da por cambiarle el
nombre, lo llamo “Ternura” −vaya ocurrencia la mía−.
Lo que más me agrada es cuando experimentas Su cercanía… sabes que es Él y está
cerca. Te inunda un amor inexplicable… Le queremos más que nunca y se lo decimos.
Entonces me parece verlo sonreír de tanta alegría en aquel sagrario, y con tanto amor,
que todo es luz, serenidad y paz.
Y es cuando escuchas en el alma sus dulces palabras:
—Yo también te quiero.
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EL LLAMADO DE DIOS
Me ilusiona compartir contigo una historia. Los planes de Dios son insondables, y cuesta
comprenderlos, pero si eres paciente y confías, todo tendrá sentido. Esta es su historia:
Solíamos ver a un hombre enfermo que asistía a misa todos los días y como un niño se
maravillaba por las cosas del Señor. Con un esfuerzo sobrehumano se levantaba de su
banca para ir a comulgar. Casi arrastraba los pies. Todos esperaban sabiendo que le
movía un amor inmenso por Jesús Sacramentado.
Cuando ya no pudo levantarse, el sacerdote le llevaba la comunión a su banca y al final,
cuando era imposible bajarse del auto, el padre caminaba hasta él y le daba la hostia
santa. Su rostro, afligido por el dolor, se transformaba cuando recibía a Jesús
Sacramentado y una leve sonrisa le iluminaba el rostro.
El dolor, las molestias, la incertidumbre, parecían quedar atrás.
Sin que él lo supiera, muchos lo observaban. Yo era uno de ellos. A veces me sentaba a
distancia para verlo, pero sobre todo, para recordarlo.
Le conocí bien, era mi papá.
No sé si te conté, pero fue hebreo. Se convirtió algunos años antes de morir.
Muchas veces me detengo a reflexionar sobre este hecho. Y en la forma que transformó
nuestras vidas.
Dios lo llevó de la mano, desde niño, sin que él lo supiera, hasta el día en que murió. Y
nos envolvió a todos en ese maravilloso misterio que a muchos les tiene reservado: la
conversión.
Se llamó Claudio. Su padre tuvo el nombre de Moisés Frank, y sus abuelos: Abraham y
Samuel. Todos provenían de una familia con raíces hebreas, y eran profundamente
religiosos, respetuosos de la Torá. Me cuentan que Abraham fue Rabino. Curiosamente
mi papá nunca celebró su Bar Mitz-Vah. Tampoco le recuerdo en la Sinagoga. En
cambio, nos acompañaba a misa.
En algún lado escuché que estabas predestinado a la conversión.
A través de los años recibimos señales de este cambio sobrenatural.
En Costa Rica ocurrió un hecho significativo. Visitaba con mi mamá a Sor María Romero
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Meneses, en la Casa de María Auxiliadora. Una multitud de personas se preparaba para
la procesión. Mi papá se mezcló entre el gentío.
De repente un descubrimiento asombroso…
— ¡Sor María! —exclamó mi mamá. Y señaló hacia la procesión--¡Mire donde va
Claudio!
Era quien cubría al Santísimo con el palio, al frente de la procesión.
— ¿Puede creerlo?
—Sí Felicia—respondió sor María—Y también le veremos comulgar.
Esta profecía se cumplió al pie de la letra.
A los años nos enteramos de lo ocurrido. La iglesia estaba abarrotada de gente. Una
monjita atraviesa la iglesia con dificultad, llega donde está mi papá y le pregunta:
— ¿Nos haría el favor de llevar el palio?
Sin meditarlo mucho, acepta. ¿Sabía acaso lo que era un palio?
Mientras escribo pienso en él y en ese momento. Ya no puede echar para atrás. Debió
ser impresionante.
Siendo hebreo, lleva el palio en la Casa de la Virgen.
— ¿Qué habrá sentido?
— ¿Cómo es que Dios me busca a mí, habiendo tantos a mi alrededor?
Nunca sabré con exactitud lo que sintió o lo que pensó. Seguramente esta experiencia lo
estremeció hasta los huesos. La cercanía de Dios siempre estremece a las almas. Y las
llama a vivir para él y por él.
¿Qué lo hizo cambiar? Esto ha sido un secreto celosamente guardado.
Supo ser reservado. Y esperó.
La cercanía de la muerte derribó las últimas murallas y le hizo dar el salto definitivo. Dios
lo llamó y él respondió sin reservas.
Ambos parecemos escuchar:
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— ¿Claudio, me amas?
Y ambos respondemos:
—Señor, Tú sabes que Te amo.
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LA FOTO
Dios no escatima medios para salvarnos. El ejemplo que nos brindan los santos es uno de
ellos... Viendo su pequeñez, casi gritaron al unísono: "Tú eres Dios y nosotros simples
mortales, ¿qué puedes esperar de nosotros? Y el buen Dios, sin hacerse esperar, les hizo
entender. "Lo que busco es tu amor y tu confianza. No pido más".
Te contaré una anécdota sobre la forma como Dios nos mueve a la santidad de las
maneras más insospechadas:
En mi oficina tengo una foto. Todo el que llega tiene que ver con ella.
— ¿Es usted? —me preguntan.
—No—respondo—Es mi papá.
Aparece feliz, sorprendido y algo ilusionado, al lado de la Madre Teresa.
Es como una foto imposible.
Entonces les cuento la historia:
"Mi papá trabajaba en una aerolínea. Cierta tarde lo llamaron desde el aeropuerto. El
empleado, con voz angustiosa le consultaba. Tenían a una ancianita que había perdido su
vuelo a Guatemala.
—No sabemos qué hacer con ella. ¡Es increíble!... no trae maletas, ni dinero, ni nada.
Mi papá confundido le preguntó:
— ¿Al menos saben el nombre de esta señora?
—Oh sí... es la Madre Teresa de Calcuta.
Ya puedes imaginar lo que sintió mi papá. Abordó el primer taxi que encontró y se dirigió
al aeropuerto. Atendió a la madre Teresa, le consiguió un vuelo a Guatemala y se fue con
ella... Durante el viaje hablaron. Nunca supimos de qué, pero lo podemos suponer. Mi
papá le pidió algo para recordar su encuentro y ella le escribió esta frase en un librito de
oraciones:
"Sé santo, porque Jesús que te ama es santo".
En Guatemala trabajaba el jefe de mi papá. ¿Sabes cuál era la mayor ilusión de su vida?
71
Pues conocer a la Madre Teresa. Y mi papá se la presentó. Fue el día de la foto. El jefe
de mi papá dejó todo lo que hacía, y acompañó a la Madre Teresa hasta su destino final.
Me han contado la alegría inmensa con que este hombre iba, junto a la Madre Teresa, en
ese viaje de horas interminables.
Esa es la historia de la foto.
Hay algo más que debes saber sobre ella. Fue uno de los tesoros que conservaba mi papá
al momento de morir. Por eso la guardo como tal: un tesoro.
Es increíble, un encuentro casual y ha tocado tantas vidas. La mía, la de mis hermanos,
la de mi mamá, la de mi papá y ahora la tuya.
La santidad de una sola persona nos mueve a todos a la santidad. Esta era una virtud de
la Madre Teresa. Su santidad nos envolvía. Esparcía por doquier el dulce aroma de
Jesús. Y no dejaba de recordarnos que Jesús, el Amado, vive en los pobres. En ellos nos
espera.
Tengo la foto aún en mi oficina. Allí la podrás ver. Sin embargo no olvides que lo
verdaderamente importante no se puede ver. Y es el amor que pones en las cosas
pequeñas. En lo sencillo. Esto es lo que nos hace santos. No la multitud de cosas que
hacemos, sino el amor que ponemos en cada una.
¿Te has dado cuenta? Eres un santo que inicia su camino. La Madre Teresa lo sabía, por
eso su mensaje, el que escribió en una pequeña página, también era para ti: "Sé santo,
porque Jesús que te ama es santo".
Ser morada de Dios
"El que me ama, guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos
morada en él" (Juan 14, 21)
Nos falta ser morada de Dios. Si Dios habitara en nosotros haríamos las cosas que le
agradan. Tendríamos valor y caridad. Iríamos por el mundo con el corazón puro.
Miraríamos con la mirada del Amor, mirada de caridad, mirada de hermano. Sin saberlo,
mi papá se preparó para esto: "ser morada de Dios".
Recuerdo la tarde que me telefonearon al trabajo.
—Su papá está grave—me dijeron. Y fui al hospital a verlo.
72
El cáncer se le había propagado en el cuerpo y no había esperanzas.
Cuando llegué hablé con mi mamá.
—No hay mucho tiempo—le advertí—Pregúntale si desea un rabino o un sacerdote.
Al rato salió mi madre de la habitación y me dijo:
—Quiere un sacerdote.
Como pude conseguí uno y le expliqué lo que ocurría. Es una situación delicada. Un
hebreo que desea convertirse. El sacerdote necesitaba estar completamente seguro. Entró
a conversar con mi papá y al rato nos llamó para que pasáramos.
—Se va a bautizar—dijo, mientras se colocaba la estola y sacaba el agua bendita y el
aceite crismal.
Yo fui el padrino. Mi mamá, la madrina.
Ocurrió entonces un hecho sobrenatural. Y a la vez tan humano. Se quedó dormido,
plácidamente, en paz.
El médico telefoneó en ese momento para preguntar cómo seguía mi papá. La enfermera
le reportó que dormía y me pasó el teléfono.
—Algo está mal—me dijo el doctor preocupado—. Mejor voy para allá.
—Lo que ocurre—le expliqué—, es que se bautizó.
—Ah—replicó aliviado—Esos son campos en los que no tengo injerencia.
Entonces me comentó asombrado:
—Es increíble. Durante tres días le he dado sedantes como para dormir a un elefante, sin
resultados y ahora sencillamente... ¡se ha dormido!
Ya todos hablaban de esto en el hospital cuando otro hecho dio que hablar. Al día
siguiente trasladaron al recién bautizado, por su gravedad, a la sala de cuidados
intensivos. De pronto, desde el pasillo, empezamos a escuchar los cantos religiosos que
entonaba feliz, acompañado por el coro de las enfermeras, que durante largo rato se le
unían y cantaban con él.
Desde aquella maravillosa ocasión, comulgó cada día de su vida y nos dio ejemplo de
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fortaleza, confianza y abandono, en la voluntad de Dios.
Mi vida la signaron los últimos años de mi padre. Su conversión al Catolicismo. Un
proceso lento, con el tiempo de Dios, que llegó a madurar y dar frutos.
Ya lo decía un santo sacerdote: "La conversión es cosa de un momento, la santidad, de
toda la vida".
Recuerdo que cierto día encontré sobre su mesita de noche una biografía de San Martín
de Porres.
—La habrá comprado en uno de sus viajes--pensé.
El libro tenía sus páginas gastadas por el uso.
Sin que él lo supiera, cuando marchaba al trabajo, tomaba prestado su libro y me
sumergía en el pasado. Así conocí al simpático Fray escoba, su humildad incomparable,
el amor inmenso que le profesaba a Dios y los muchos milagros que realizó a lo largo de
su vida.
Dentro del libro descubrí varias estampitas de la Virgen y de San Martín.
En ese momento no supe valorar y comprender lo que eso significaba.
Creo que mi papá tampoco estaba muy seguro de ello, o aún no tenía fuerzas para
reconocerlo. Pero sabía ya que el buen Jesús lo llamaba. Por eso su alma andaba inquieta
y lo acercaba a la oración.
Cuando murió, mi madre me entregó algunos de sus objetos más preciados: un rosario, la
Biblia, un pequeño devocionario con oraciones, y uno de sus libros preferidos: "Imitación
de Cristo". Cuántas veces lo habrá leído y releído. Cuántas veces lo habrá consolado en
los momentos dolorosos de su enfermedad. De él extraigo estos pensamientos marcados
por la entrega y el abandono.
"El Señor—Hijo, déjame hacer contigo mi voluntad, porque yo sé lo que te conviene. Tú
piensas como hombre y sientes en muchas cosas según te persuade el afecto humano.
El Siervo—Señor, es verdad lo que decís: mayor es vuestra solicitud por mí, que todo el
cuidado que yo puedo tener conmigo mismo. Haced de mí todo lo que os agradare, con
tal que mi voluntad sea recta y permanezca firme en vos, porque no puede ser sino
bueno todo lo que dispongáis de mí.
Si queréis que esté en tinieblas, bendito seáis; y si queréis que esté en luz, seáis también
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bendito. Si os dignáis consolarme, bendito seáis, y si queréis atribularme, seáis
igualmente bendito para siempre". Amén.
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LOS PRIMEROS PASSOS
Cuando empecé a escribir me preguntaba si esto era lo que Dios quería para mí. No es
sencillo descubrir el plan de Dios, debes tener abiertos los ojos del alma y esto es algo
que sólo la gracia te da.
Un amigo que es fraile franciscano me cuenta que lo enviaron a un retiro solo en una
montaña, durante una semana, para que allí escuchara en su interior la voluntad de Dios.
Mientras esto ocurría, abajo, en el monasterio, otro fraile rezaba por él. En realidad no
estaba solo, lo abrazaba una comunidad con sus oraciones.
Hace poco lo visité. Emocionado me comentó: “Nunca he sido tan feliz”.
Me encontraba yo pensado en esto. Y a menudo le preguntaba a Dios: “¿Quieres que
escriba para ti?” Parecía que recibí un profundo silencio como respuesta. Cuando
empecé le dije a Dios: “Yo escribo, tú toca los corazones”. Y me senté a escribir.
El tiempo pasó y mis dudas crecían. “¿Es éste el camino que debo recorrer?”
Entonces ocurrió. Empecé a recibir señales y respuestas de todas partes. Y todavía
ocurre.
Dios va mostrándote el camino poco a poco, de acuerdo a tu capacidad para
comprender.
Siempre quiero saberlo todo de Dios, comprender sus misterios. Es mi padre y tengo sed
de Dios.
Dios es muy especial. En estos días lo noto más que de costumbre. Abre puertas
inesperadas y me sorprende con su amor.
Una vez le dije:
— ¿Por qué no me das todas las gracias de una vez? Parece que nos das todo a cuenta
gotas, como si fuésemos niños pequeños.
Y me pareció ver que de pronto me arrojaban cien naranjas. Fue algo súbito. Hice lo
imposible para atrapar la mayor cantidad en el aire. Y se inició este diálogo con Dios.
— ¿Cuántas pudiste atrapar?
— Si acaso unas ocho.
— ¿Y el resto?
—Se perdieron. Rodaron por el piso.
Entonces me excusé:
— Sólo tengo dos brazos, Señor. Es imposible que las atrape todas.
—Con mi gracia es igual. La doy poco a poco, para que no se pierda y la puedan
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aprovechar.
Hace algún tiempo dejé de cuestionarlo, de hacer tantas preguntas, me dedicaría a
confiar, ciegamente, me abandonaría en sus manos amorosas.
Ahora suelo decirle: “Cuando Tú lo quieras, como Tú lo quieras”.
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¿A DÓNDE IR?
Estoy frente a un cruce de caminos, espiritual.
Me he detenido para ver el horizonte y preguntarme: ¿Cuál es mi sendero? ¿Por dónde
debo seguir?
¿Te ha ocurrido alguna vez?
Hacemos un alto, sabiendo que debemos comenzar de nuevo. Es una certeza que te llega
al corazón.
Le he pedido a Jesús que me ayude a ver más allá de lo que mis ojos pueden ver. A ir
más lejos de lo que mi imaginación me permite.
Como siempre me lo ha dado todo a cuenta gotas, porque si me da lo que necesito de
golpe, no podría comprenderlo ni contenerlo.
Somos tan limitados, como un vaso pequeño en el que pretendes vaciar un tanque de
agua.
Se me ocurrió de pronto una buena solución. Necesito un envase mayor. Que no esté
limitado como yo.
He participado de misa y durante la comunión le dije a Jesús:
—Ahora somos dos. Tú y yo trabajaremos juntos. Y lo que no comprenda, basta que tú
lo sepas y lo haremos a tu manera.
De inmediato las ideas empezaron a fluir, como un río caudaloso, imposible de contener.
Vida estaba a mi lado. Le pedí un lapicero y empecé a escribir, a retener, lo que pude.
Eran tantos pensamientos a la vez, que se desbordaban.
Lo imagine como un rompecabezas. Te dan las piezas, cada una diferente, pero que
unidas muestran un cuadro uniforme.
Dios me había dado un rompecabezas para armar.
Me he levantado temprano hoy y aquí estoy, frente a mi computador, amando las piezas,
empezando a descubrir el cuadro que debo ver, el que Él ha dejado frente a mí.
Como ahora somos dos, es más fácil hacerlo.
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Jesús siempre me lleva la delantera. Avanza y me espera sobre una montaña, como
diciendo:
—Vamos Claudio, acá estoy... Ven.
Y yo acelero el paso y corro hacia Él.
Emocionado me espera y me abraza, como un amigo, cuando llego.
— ¡Bravo!, me alienta... Y luego de un breve descanso me dice:
—Hay mucho camino por recorrer.
Yo, más repuesto, me levanto y le sigo el paso, buscando sus huellas, mientras Él me
espera a lo lejos y me llama a la distancia.
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LA GRACIA
En la gracia ocurren los milagros.
Por ello, los santos de la Iglesia eran tan bendecidos.
En la gracia, el cielo y la tierra parecen unirse, ser uno. Y no sabes diferenciar lo eterno
de lo temporal, porque se vive en la presencia de Dios. En esos momentos Dios se
complace sobremanera con sus hijos amados y les da en abundancia pidan o no pidan,
necesiten o no necesiten. Él se complace en consentir a los suyos.
A veces Dios nos pide cosas, de formas tan sutiles que apenas nos damos cuenta, otras,
nos habla al corazón. Hay que aprender a reconocer esta voz, entre los ruidos del
mundo.
Cuando Dios determina algo, no encontrarás donde esconderte. Su amor que todo lo
abarca te alcanzará. Y dirás como san Agustín “tarde te amé”.
Hoy me ocurrió algo curioso en misa. Recién me había confesado y me senté en una de
las bancas centrales.
Estaba a mi lado un muchacho. Miré la fila de confesión, en la que habían pocas
personas y pensé: “le conviene confesarse”. Pero no hice nada.
Al rato sentí esa voz interior que me urgía:
—Dile que se confiese.
— ¿Quién soy yo?, me dije, ¿para entrometerme en la vida de este muchacho?
Y otra vez aquella dulce voz:
—Habla con él, que se confiese.
Y yo, terco, “¿cómo voy a decirle que se vaya a confesar? No puedo inmiscuirme en su
vida. No lo haré”.
Al segundo, el muchacho se puso en pie, me miró, y caminó hacia el confesionario,
donde se confesó.
Reflexioné en lo ocurrido. Es como si el buen Dios me hubiera dicho: “No dejaré que se
pierda. Si no lo haces tú, lo haré yo”.
Conocía al muchacho. Terminada la misa me acerqué y le conté lo que me había pasado.
83
Me miró sorprendido y dijo:
—Tenía que confesarme.
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ERES MI HERMANO
Jesús es tan real para mí, como tú que lees estas líneas. Es una presencia que no se
puede explicar con palabras. Debes vivirla. Es alguien maravilloso, único, Él es.
Una vez lo visité en un sagrario cercano a mi casa y ocurrió algo especial. No imaginas la
ilusión que me daba ir a verlo. Es mi mejor amigo desde que era niño. Nunca he tenido
otro amigo como Él. Fui a verlo para acompañarlo un rato. Tenía mucho que contarle.
Es curioso, aunque tengo la certeza que sabe lo que le diré, que conoce mis pasos y mi
vida, igual me ilusiona contarle todo, compartir con Él mi vida.
Me agrada sencillamente sentarme frente al Sagrario y decirle:
—Te quiero Jesús, lo eres todo para mí.
Me encanta pensar como un amigo al que escuché decir:
—En mi corazón hay un sello y ese sello dice JESÚS.
Aquella ocasión lo miré de frente y le dije desde la banca:
— ¿Por qué no sales de ese Sagrario y te sientas aquí, conmigo?
No había pasado ni un segundo cuando sentí su presencia, a mi lado. Un gozo
inexplicable me inundó el alma. En aquella capilla cerrada una leve brisa me envolvió.
Era como si Jesús me abrazara.
Cerré los ojos para verlo con los ojos del alma y allí estaba, sentado a mi lado, con su
túnica blanca, brillante como el más puro sol, con un brillo espectacular, hermoso. Me
abrazó con fuerza y sonrió a gusto. Recuerdo que le dije:
—Gracias Jesús, por ser mi amigo.
Y respondió:
—Gracias Claudio por ser mi amigo”.
Él es lo más grande que le ha pasado a mi vida. Me encanta que sea mi amigo. Es un
gran amigo. Lo da todo por ti. Se emociona cuando te confiesas, cuando piensas en Él,
cuando le dices que lo amas. Sonríe a gusto ilusionado cuando lo visitas en el Sagrario.
Lo disfruta y le das alegrías.
Lo imagino como un niño que espera los invitados a su fiesta de cumpleaños. Pasan las
horas, ninguno llega, se inquieta y entristece: “¿Vendrán a verme?”, se pregunta sin dejar
de asomarse por la ventana. Y de pronto la puerta se abre y eres tú. Él salta feliz.
Empieza a llamarte por tu nombre con el corazón que le salta en el pecho. “Llegaste a
86
verme, ¡gracias! Estaba tan solo aquí, esperándote”.
Hace una semana me confesé. El buen sacerdote me dio de penitencia rezar un Padre
Nuestro. Quise acompañar a Jesús y rezar frente al Sagrario. Lo que ocurrió entonces
fue increíble.
Sentí que Jesús se sentaba a mi lado, más que contento, emocionado y me abrazaba
feliz. “Cómo me cuestas Claudio, pero, ¡lo hiciste!”. Y ambos nos sonreímos. Tiene cada
ocurrencia.
Empecé a rezar el Padre Nuestro y me dice:
—Espera, lo haremos juntos.
Y juntos empezamos a rezar:
—Padre Nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre.
Fue un momento especial, que nunca imaginé. Éramos Jesús y yo, los grandes amigos,
juntos en aquella capilla, rezando una oración milenaria, la que Él nos enseñó.
Sólo pude decir al terminar:
—Qué bueno eres Jesús.
¿Lo imaginé? No lo sé, pero fue hermoso. Y cuento los minutos para volver a verlo y
estar junto a Él, en aquél Oratorio, ese pedacito de cielo, donde soy feliz.
Hoy volvió a ocurrir. Sentí de pronto la necesidad de hacer un alto y rezar. ¿Te ha
pasado? Andas distraído y súbitamente sientes como algo que te mueve a la oración. No
lo comprendes pero es más fuerte que tú. Es una voz interior que te llama por tu nombre
y te dice:
—Ven es hora de rezar. Hay tanta necesidad de oración en el mundo.
Estaba listo para ir a desayunar. Dejé todo por algo más importante. Y me senté a rezar.
−Dios mío, qué bueno eres.
En ese momento sentí Su abrazo, tierno y bello. Me llené de un gozo, una paz
sobrenatural que sobrepasaba mi entendimiento. ¿Quién puede comprender estos
misterios? Sabía que era Él, que estaba conmigo.
Le encanta sorprendernos, llenarnos de gracias.
Él está presente cuando rezamos, cuando enfrentamos los problemas, cuando nos
confesamos, cuando caminamos por el mundo, cuando nos acercamos a otros y rezamos
juntos.
87
“Porque donde dos o tres están congregados en mi nombre, allí estoy, en medio de ellos”
(Mt 18, 20).
Yo creo que también está presente cuando rezas, aparentemente solo, porque no estás
solo. Tu Ángel de la guarda reza contigo, a tu lado, mirándote complacido; feliz que has
acogido el llamado de Dios. Además, si has comulgado, llevas contigo a Jesús, a donde
vayas. Eres un sagrario vivo. Iluminas el mundo con Jesús en ti.
Qué gran misterio, ser portadores de Dios, Templos del Espíritu Santo.
Hoy he pensado:
—Si pudiese elegir un lugar en este momento, un sitio para estar: ¿cuál elegiría?
Escogería estar contigo Jesús. Tantas personas buscan paz y aquí, contigo, abunda la
paz.
Qué feliz soy, en la presencia de Dios.
Me encanta saber que soy su Hijo amado, como tú que eres mi hermano.
88
89
CONSOLAR
Recientemente vi una película sobre la vida extraordinaria del Papa Pablo VI. Una
mañana caminaba por los jardines del Vaticano acompañado por un sacerdote anciano.
Se dio este diálogo:
"La Madre Teresa tiene razón, nuestra civilización necesita reencontrar la fe en Dios.
Sólo así podrá sobrevivir y convertirse realmente en una civilización del amor. Ahora, yo
quisiera explicarlo con dos encíclicas, la primera hablará del amor entre los pueblos, la
segunda hablará del amor entre el hombre y la mujer. ¿Qué le parece?”, pregunto el
Papa.
El sacerdote lo miró, deteniéndose un minuto y respondió:
— ¿Sabes por qué la Madre Teresa es así de convincente? Porque ella no habla del
amor. Ama.
A partir de ese momento el Papa salió de los muros del Vaticano y empezó a visitar
cárceles, hospitales… Para que todos sintieran la cercanía y el amor del Papa.
El sentido de nuestras vidas está en amar. Hay que detener las peleas, no sólo entre las
naciones, sino entre nuestras familias. Hay que volver a amar y reunir las familias, a los
hombres, la humanidad.
A mis 58 años he pasado tribulaciones, he tenido alegrías y he aprendido algo importante:
La grandeza del hombre está en amar.
¿A quiénes? A todos.
Al que te ama
Al que te hace daño
Al que te mira con desprecio
Al que sufre
Al que se siente solo
Porque todos somos hijos de un mismo Dios: hebreos, católicos, musulmanes, bautistas,
cristianos. Todos somos hermanos.
La grandeza del hombre está en perdonar, ser misericordiosos y consolar, porque en ese
momento se acerca a Dios, como hijo suyo, hijo del Amor.
Siempre recuerdo a este buen sacerdote que conocí por Internet. Fue hace algunos años.
90
Solía entrar a un sitio católico, allí nos encontramos noche tras noche.
Conversamos de nuestra fe, nuestras inquietudes. De cuando en cuando desaparecía.
Eran temporadas que pasaba en un hospital, me contó. Estaba muy enfermo. Una noche,
luego de saludarlo sentí curiosidad y le pregunté:
— ¿Qué es lo que más te ha gustado de tu sacerdocio?
Luego de un silencio, apareció en el monitor de mi computador una palabra:
—Consolar.
Nunca más supe de él, pero esta palabra se quedó grabada, muy hondo, en mi alma y
ojalá en la tuya también:
“Consolar”.
91
92
AMIGO DE DIOS
Dios tiene muchos caminos. Y todos llevan a Él.
Por lo general nos presenta diferentes opciones y nosotros decidimos cuál transitar.
Todavía recuerdo cuando dejé de trabajar para dedicarme a escribir estos libros y fundar
nuestra editorial, Ediciones Anab.
Fue una decisión difícil, sobre todo cuando tienes familia. Pero yo quería confiar en Dios
y en aquella promesa del salmo 126:
"Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros
sudores: ¡Dios lo da a su amigos mientras duermen!".
Quería ser de esos que conocen lo que es la Providencia, que viven tranquilos bajo el
amparo de Dios. Queríamos dar esperanza con nuestros libros.
Pero no ha sido fácil. No es algo que llega de la noche a la mañana.
93
94
CAMBIANDO MI VIDA
Como sabes he pasado los últimos años escribiendo. Compartiendo mis aventuras con el
buen Dios. Hace mucho descubrí ese Tesoro inmenso que es Su amistad.
Había cometido demasiados errores en mi vida y decidí que era tiempo de cambiar, de
tomar otro camino. Le ofrecí todo lo que tengo, lo que soy y lo que seré.
Recuerdo aún aquella mañana camino al trabajo en que detuve mi auto. Me estacioné
frente a un parque, me bajé y me senté en una banca.
—Debe haber algo más, me dije.
Y tomé la resolución que cambiaría mi vida para siempre. A partir de ese día viviría para
Dios, sin preocuparme lo que otros pensaran, sin inquietarme por lo pasajero.
¿De qué me arrepiento? De muchas cosas, de las palabras que hirieron a otros, de lo que
hice sin pensar en los demás. Como todos, he cometido demasiados errores.
A veces tratar de cambiar no basta. Necesitamos otra fuerza que nos impulse. Si no,
seguiremos siendo los mismos. Estoy por cumplir 55 años y he llegado a la conclusión
que sólo Dios nos puede cambiar. Su amistad es la clave de todo.
¿Logré lo que buscaba? La verdad es que he fallado muchas de las pruebas que Dios me
ha enviado. Me quejo, reniego y me molesto. Al final lo acepto y se lo ofrezco.
Cuando era niño recuerdo que anhelaba ser un santo. Santo para Jesús. Es una semilla
que ha quedado en mi alma y no he logrado que germine y de frutos.
Sigo en esa búsqueda, y al transcurrir los años se me dificulta más. Los problemas y las
dificultades me llegan uno tras otro.
¿Vale la pena? Todo lo que hagas por Dios valdrá la pena. Desde perdonar al que te hirió.
Abrazar a tu enemigo. Dar de comer al hambriento. Visitar al enfermo. Llevar una
palabra de aliento al que la necesita.
Para mí, han sido los mejores años. Los más difíciles y los más hermosos.
¿Y los libros? Todos provienen de una experiencia personal. En ocasiones el buen Dios
me hace transitar caminos que no me agradan y me dice:
“Escribe”.
En esos momentos sólo sé que debo soportarlo, seguir adelante, mirar a mi alrededor y
95
escribir; con la certeza que los libros ayudarán a otros.
¿Crees que no he tenido dificultades? Buscar a Dios no es garantía de una vida tranquila,
serena. Sólo es un camino, una elección de vida, que te hará ver el mundo con otros
ojos, los del Amor, el Suyo.
Ante las dificultades ¿qué actitud tomar? Te recomiendo la actitud de Sir Winston
Churchill. En medio de los bombardeos de los Nazis a Inglaterra, solía decirles a los
ingleses:
—Nunca, nunca, nunca te rindas.
Es lo que debes hacer. La vida es una lucha permanente. Nunca te rindas.
96
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LA MISA DIARIA
A menudo medito en las cosas que me ocurren.
He notado que cuando dejo la comunión diaria, la vida se me hace más inquietante. Dejo
de ver las cosas con claridad, me expongo a mayores peligros, para mi alma.
Últimamente he abandonado esa hermosa costumbre, habituarme a ser un sagrario vivo y
llevar a Jesús a los demás.
Dejar que Dios habite en mí y yo en él.
Nos llenamos de pereza y de pronto un día dejamos de ir, luego otro y otro y cuando
acordamos nos hemos convertido en personas dominicales.
Venía pensando en esto. Cuando dejo la comunión diaria, las tentaciones son más
frecuentes, más intensas. Y caigo con mayor facilidad. Soy otro Claudio, el que no
quiero ser.
Ya lo decía el buen Padre Ángel:
—Quien no ora no necesita diablo que lo tiente.
La Eucaristía es la más perfecta de las oraciones, la más enriquecedora, la que más llena
el alma de gracias y consuelos.
Me propuse retornar a la misa diaria.
Hoy fue mi primer nuevo día. Un nuevo acercamiento con Jesús Sacramentado.
Me pasaron dos cosas curiosas. Fui a una capilla pequeña, familiar. Llegué unos minutos
tarde. La capilla estaba llenísima. El padre al verme entrar y mirar a todos lados,
buscando donde sentarme, me dijo desde el altar:
—Ven Claudio, siéntate a mi izquierda.
Y yo pensaba:
—Señor, ¿por qué me tienes tan cerca de ti?
Y sentía en el corazón esta respuesta:
— Porque te amo.
Al terminar la misa una señora se me acercó y me dijo:
—He sentido en el corazón que debo decirte estas palabras: Toda persona que
98
Evangelice y se dedique a seguir mi camino debe acercarse a la Eucaristía diaria.
Así es Señor, volveré a verte todos los días.
Y estar contigo.
Y vivir en ti, por ti y para ti.
99
100
¿POR QUÉ ESCRIBO?
Algo muy dentro de mí me impulsa a hacerlo. Trataré de explicarte. Hace algunos años
había decidido no escribir más. Hice el esfuerzo y me dedique a otras actividades. Pero
me pasó como a Jeremías. ¿Lo has leído?
Cansado de las burlas que era objeto decidió no hablar más de Dios. Y ocurrió lo más
hermoso que puedas imaginar. Le declaró a Dios, enternecido, su amor:
“Me has seducido, Yahvé, y me dejé seducir por ti. Me tomaste a la fuerza y saliste
ganando.
Todo el día soy blanco de sus burlas, toda la gente se ríe de mí.
Pues me pongo a hablar, y son amenazas, no les anuncio más que violencias y saqueos.
La palabra de Yahvé me acarrea cada día humillaciones e insultos.
Por eso decidí no recordar más a Yahvé, ni hablar más en su nombre, pero sentía en mí
algo así como un fuego ardiente aprisionado en mis huesos, y aunque yo trataba de
apagarlo no podía”. (Jeremías 20, 7-9)
……………………….
Como Jeremías, me deje seducir por el Amor de Dios.
Hay una estrofa del salmo 14 que sorprende: “Se inclina Dios desde el cielo, mira a los
hijos de Adán, ¿habrá alguno que valga, siquiera uno que busque al Señor?”.
Ojalá seas tú aquél que lo busca, que desea encontrarlo.
Dice Santa Teresita que cuando Jesús estaba en la cruz sufriendo y exclamó: “Tengo
sed”, se refería a nosotros. Jesús tenía sed de amor, de nuestro amor; tan humano, tan
lleno de sufrimientos, anhelaba el amor de sus hermanos.
Te he contado lo más significativo de mi vida. Espero que estas palabras te sean de
bienestar, te devuelvan la esperanza, y te ayuden a retomar el camino que lleva al
Paraíso.
No temas.
“Confía en el Señor y haz el bien, habita en tu tierra y come tranquilo.
Pon tu alegría en el Señor, él te dará lo que ansió tu corazón.
Encomienda al Señor tus empresas, confía en él, que lo hará bien.
Hará brillar tus méritos como la luz y tus derechos como el sol del mediodía”. (Salmo
37,3-6).
Sí, confía en el Señor.
101
El buen Dios te bendiga y te guarde.
102
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  • 1.
  • 2. ENCONTRÉ UNA PAZ PERFECTA Claudio de Castro TESTIMONIOS DE FE Copyright © 2015 Claudio de Castro Email :edicionesanab@gmail.com Primera edición: agosto 2015 2
  • 3. Para Vida, mi esposa Y mis hijos: Claudio Guillermo, Ana Belén, José Miguel y Luis Felipe A mi pequeña nieta Ana Sofía A mis hermanos Henry y Frank A mis Padres Y a todos los que con su apoyo han hecho posible que este libro llegue a tus manos. Dios les bendiga. 3
  • 4. Índice INTRODUCCIÓN BUSCANDO A DIOS LO QUE DEBES HACER MI EXPERIENCIA CON DIOS TODO OCURRE A LA VEZ EL ROSTRO DE DIOS ¿POR QUÉ LOS PROBLEMAS? SU DULCE VOZ QUÉ GRANDE ES DIOS ME ACABA DE OCURRIR DIOS ES BUENO UNA PAZ PERFECTA EL CAMINO PERFECTO EN SU PRESENCIA ME BASTA LA MISA MI BÚSQUEDA TE LLAMARÉ TERNURA EL LLAMADO DE DIOS LA FOTO LOS PRIMEROS PASSOS ¿A DÓNDE IR? LA GRACIA ERES MI HERMANO CONSOLAR AMIGO DE DIOS CAMBIANDO MI VIDA LA MISA DIARIA ¿POR QUÉ ESCRIBO? 4
  • 5. 5
  • 6. A todos aquellos, que buscan a Dios. 6
  • 7. 7
  • 8. INTRODUCCIÓN “Quédate con nosotros Señor, porque atardece”. Esta es mi oración favorita para ocasiones especiales. Me da serenidad, la certeza que Jesús está conmigo y me acompaña. También hago esa oración cuando estoy por enfrentar un problema del que no encuentro la solución. Yo solo soy un inútil. Conozco mis debilidades. Pero con Jesús a mi lado, todo me parece sencillo. Todo lo veo claro. Su amor es una fuerza arrolladora, imparable, estupenda. Me encanta saberlo cerca. Es mi mejor amigo. No comprendo muchas cosas, no soy teólogo, soy un simple padre de familia con 4 hijos, casado desde hace 25 años, que procura vivir su fe. Tal vez no debiera ni escribir, pero algo en mi interior me mueve a hacerlo. Es como si escuchara una voz en lo más hondo de mi alma que me urge: “Escribe Claudio, deben saber que los amo”. Siempre he pensado que mis libros calan en las personas y les sirven de apoyo porque narro las cosas sencillas, cotidianas, que a todos les son familiares. En este momento, mientras escribo, me encuentro sentado en una de las bancas de la Biblioteca Nacional. Me encanta venir. Aquí puedo pensar, reflexionar y escribir con absoluta tranquilidad. A veces me coloco unos audífonos y escucho música mientras observo la naturaleza a mi alrededor. Disfruto mucho estos momentos con Dios. Lo contemplo en su creación. Y le digo que lo amo. ¿Y su plan en mi vida? Hace mucho dejé de preocuparme por ello. Ya no lo cuestiono, ni me enfado, ni lo pregunto por qué. Sencillamente confío. Procuro abandonarme en sus santas manos, como el pequeño que se arremolina en las manos de su papá. Es un refugio contra todo. Cuando eres niño, la cercanía de tu padre te da una seguridad extraordinaria. Es el santo abandono. Dejarme llevar por Dios me ha costado un poco. Como muchos tengo este carácter que ni yo lo deseo. Pero lo he amoldado a la voluntad del Padre después de recibir muchos golpes en la vida, por mi terquedad. Cuando experimentas a Dios y lo conoces un poquito más, comprendes que no hay nada por qué temer. Al final, todo será para tu bien, como Él lo planeó desde el principio. Cada gesto, cada acción de Dios, cada caricia es como si desde el cielo se asomara y nos dijera: “Yo soy, y te amo. No tengas miedo”. 8
  • 9. Él ve tu dolor y quiere consolarte, mostrarte un mejor camino. Desea que lo conozcas y lo ames por voluntad propia. Quiere llenarte de gracias, abrazarte, estar contigo. Cuando experimentes Su amor entenderás. Todo será claro, transparente y ante ti se desplegará como un pergamino en el que leerás tres palabras: “Yo estoy contigo”. * * * Si parece que estás vencido, levanta tu mirada. No te rindas. Algo bueno está por llegar. 9
  • 10. 10
  • 11. BUSCANDO A DIOS Cuando era joven leí un libro que me impresionó mucho. Se titulaba “Buscando a Dios”. El autor era Guy de Laurigaudie. Transcurrieron los años y todavía hoy recuerdo algunos de sus pasajes y reflexiones. Me han servido para acercarme más a Dios. Hoy mientras conducía el auto hacia mi trabajo pensaba en esto. Pasaron muchos años para entender a cabalidad esta reflexión. Me habría gustado ser santo, agradar a Dios, vivir sumergido en su amor. Soy de los que han vivido buscando a Dios, pero sin ir más allá, sin dar ese paso que nos acerca a su Amor. Sin la confianza plena, sin el abandono. Comprendí lo que me falta: “Tener el corazón totalmente lleno de Dios”. Esa ha sido la diferencia entre un hombre bueno y uno santo... Un poco más de amor, un poquito más. Es como una frontera que no nos atrevemos a cruzar por la comodidad y el miedo, la incertidumbre, la desconfianza. Yo quisiera dar ese paso, ir más allá, confiar plenamente, vivir en las manos de Dios. Todo sería diferente para mí. No me agobiarían la falta de dinero, ni los problemas cotidianos, porque tendría la certeza de un Padre bueno que vela por mí. He visto algunas personas que se han atrevido. En sus miradas brilla la ilusión, derraman por doquier paz, esperanza, felicidad. Siempre están alegres. Y experimentas en su cercanía la presencia de Dios. Sabes que Dios está en ellos. Ojalá te animaras también a cruzar esta frontera y te decidas por Dios. Hagámoslo juntos. Crucemos en grupo, vivamos para Dios, en su Amor. Imagina el rostro de Dios cuando una multitud se anime. ¡Vale la pena hacerlo! Todo lo que se hace por Dios vale la pena. El autor 11
  • 12. 12
  • 13. 13
  • 14. LO QUE DEBES HACER Siempre he pensado que hay que gastar la vida en algo grande, que valga la pena, algo más grande que uno mismo. He conocido jóvenes que un buen día optaron por Dios. Son sacerdotes, religiosas, laicos comprometidos y hasta un fraile franciscano. Cuando me los encuentro les pregunto: “¿Valió la pena?” La respuesta siempre es invariable: “De volver a nacer, volvería a gastar mi vida por Dios”. Me he pasado la vida buscando a Dios, anhelando el conocimiento pleno de Dios, el Amor eterno, la sabiduría. Siempre he querido verle cara a cara, conocerlo a fondo, preguntarle tantas cosas. Saber el porqué de muchas cosas, expandir mi mente y entender. Somos tan limitados y Dios, eterno e ilimitado. Hoy por la tarde, en la misa de 5 pm volví a insistir. “Señor, ilumíname, quiero saber, conocerte”. Súbitamente luego de 58 años de silencio, ocurrió algo que conservo guardado en mi corazón. Sentí como una voz, en lo más hondo de mi alma, una voz paternal que me decía: “No necesitas saber más, necesitas amar más”. Dios que es amor le da sentido a todo con su Amor. El gran conocimiento por descubrir, el horizonte que debo buscar, ya no son las montañas más altas ni el océano más profundo. El mayor tesoro por descubrir es el corazón de Dios. Quedé envuelto en un momento que no avanzaba, era como si el tiempo a mi alrededor continuara su rumbo y yo me quedé en un espacio sin tiempo, envuelto en estos pensamientos. Fui a comulgar con un gran gozo en el corazón, mientras cantaba: “Tan cerca de ti, que casi te puedo tocar”. No imaginas cuanto de verdad había en ese canto. Es un momento en el que no puedes descifrar si estás en el cielo o en la tierra, o si ambos se fusionaron en ese breve instante. “¿Qué me haces Señor?” le preguntaba confundido. “Has trastocado mi vida y ahora sólo te quiero a ti.” Regresé a mi banca con estas palabras en los labios: “Necesitas amar más”. Comprendí que no necesitaba tantos conocimientos para ser amado por Dios, ni ara amar. El amor es algo natural, Dios es amor. Basta que le pida un poquito de su amor, porque el mío nunca será suficiente. Estar cerca de Dios es la mayor de todas las aventuras. Me encanta pensar en ello, saber 14
  • 15. que es nuestro Padre y nos espera ilusionado en el cielo. “Gracias Señor, por amarnos tanto”. 15
  • 16. 16
  • 17. MI EXPERIENCIA CON DIOS “Parece mentira tanta ternura y tanto amor de Dios”, me repetía una y otra vez, sorprendido. Estaba en la fila esperando para confesarme y de pronto, súbitamente, sentí que Dios pasaba, me tocaba y me inundaba con su amor. Nada de lo que escriba podrá jamás describir este momento que estoy viviendo. Un gozo inexplicable que te inunda, un amor que no se termina, un fuego en el alma, que no se apaga. Sabes de pronto que santa Teresa tenía razón, Dios es y basta. No necesitas más. Todo pasó a la vez, en una fracción de segundo. Mientras experimentaba este gozo inexplicable comprendía cosas que siempre quise saber. ¿Cómo se dio? No sabría explicarlo. No sé cómo, pero sí por qué. Es algo que pude entender. Qué maravillosa experiencia. De alguna forma he comprendido tantas cosas que siempre quise entender. Es como si se hubiese abierto una pequeña rendija del cielo y me permitieron asomarme unos segundos. Ver las maravillas que nos esperan, la Gloria del Padre. Su Amor eterno, su luz bellísima, admirable. No sé si alguna vez has tenido esta sensación de cercanía. Te recuerda que Dios está vivo y es nuestro padre. No es lo mismo que te hablen de Dios, que experimentar a Dios. Es tanta su ternura. Sientes Su presencia, quisieras irte a un lugar solitario, no dejar que se te escape este misterio. ¿Cómo recibir esta gracia? Somos vasijas limitadas, y él eterno, sin limitaciones. Por eso, cuando te llena con su amor, se desborda y lo debes compartir. Sientes la necesidad de amarlos y abrazarlos a todos, a tu amigo, a tu enemigo. Un simple mortal no es capaz de contener la gracia de Dios. Esto fue lo que me pasó: “me sentí inundado por su amor eterno”. De pronto lo intuí. He visto que cada problema que enfrentas te muestra un rostro diferente de Dios. No son desgracias sino dones, como el abrazo paternal de Dios. Él quiere mostrase a la humanidad, y para que lo descubras a menudo te hace pasar por la adversidad. Casi siempre en medio de las grandes dificultades de la vida, cuando se te acaban las opciones, recuerdas las oraciones de la infancia, cuando tu madre te acompañaba cada noche y te enseñaba a rezar. Recitas esas bellas oraciones y miras al 17
  • 18. cielo: “Aquí estoy Señor, Ayúdame, te lo pido”, le imploras. Él tiene la libertad de guiarte como mejor prefiera. Y siempre será lo mejor. Puedes confiar en el amor. Por eso puedes confiar el Dios que es amor. Es la pedagogía de Dios. Te lleva al límite ara probar tu fe y acercarte al amor de los amores. Me ha ocurrido infinidad de veces, en medio de la adversidad he redescubierto el rosto paternal de Dios. 18
  • 19. 19
  • 20. TODO OCURRE A LA VEZ Esto es increíble. Siguen pasando cosas a la vez. Qué día tan estupendo. Salí un minuto para escribir esta experiencia y el sacerdote en su homilía empieza a decir: "Deben experimentar a Dios. Él no está en un libro que puedas comprar, sino en el corazón de las personas. Cuando llegué este momento comprenderás y sabrás muchas cosas". "Dios santo", pensé, es lo que estoy viviendo en este momento. Es lo que toda la vida le pedí, "poder entender, saber más de Él, acercarme a la plenitud del saber". Y aquí, en el Santuario Nacional del Corazón de María, de pronto ocurrió. 20
  • 21. 21
  • 22. EL ROSTRO DE DIOS Dios no está lejos “pues en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17,28) Me encanta saber que Dios está con nosotros, que sueña con nuestro amor. Se hace conocer a lo largo de la Escritura como un Dios Misericordioso, Justo, Omnipresente, Todopoderoso… Y aun así nos pide buscarlo, conocerlo y amarlo. Ya lo dijo Isaías: “Tú eres un Dios al que le gusta esconderse”. Para que lo busquemos nos da pistas, parecidas a las señales de tráfico. Nos permite experimentar su amor para que sepamos que Él es amor. Permite las dificultades para enseñarnos que es nuestro padre y podemos acudir a Él. Sé de muchos que sin los problemas, estarían alejados de Dios. Hoy sentí su ternura infinita. Y me di cuenta que su pedagogía es impresionante. Con cada problema puedes hundirte o puedes descubrir uno de sus rostros. Es como si se escondiera detrás del problema esperando que lo descubramos allí. Me recuerda un accidente de tránsito que ocurrió hace algunos años. Iban unas jóvenes del movimiento de los focolares. Quedaron tiradas en el fondo de un barranco, muy mal heridas. En lugar de gritar, pedir auxilio y desesperarse, descubrieron en esa situación uno de los rostros de Dios. Cuánto amor habrán experimentado, Fue sorprendente. No podían moverse. Una, en una esquina dijo en voz alta para que todas la escucharan: “DIOS ES AMOR”. Tal vez recordando a las otras que no estaban solas, y que sus vidas las estregaban en las manos de Dios. De pronto, otra, mientras exhalaba su último aliento dijo: “Dios es amor”. Y así, cada una, fue recordando esta delicadeza y ternura de Dios, que las acompañaba en sus últimos momentos. “Dios es amor”, repitió otra. “Dios es amor”. Y san Alberto Hurtado, este santo chileno que al enterarse que su enfermedad no tenía cura pidió que permitieran a todos sus amigos que pasaran a despedirse de él. “¡Cómo no voy a estar contento! ¡Cómo no estar agradecido con Dios! En lugar de una muerte violenta me manda una larga enfermedad para que pueda prepararme; no me da dolores; me da el gusto de ver a tantos amigos, de verlos a todos. Verdaderamente, Dios ha sido para mí un Padre cariñoso, el mejor de los padres”. Descubrió en esta enfermedad el rostro de un padre cariñoso. Me di cuenta que Dios permite algunas de estas cosas para que podamos encontrarlo, descubrirlo, ver una faceta suya. Como muchos enfrente algunos problemas. Escribir estos libros no me exime de ello, al contrario, el buen Dios me sumerge en las dificultades y me dice: “Claudio, ¿cómo 22
  • 23. piensas salir de esto?” Me concentro en hallar una solución y cuando logro salir, escribo el libro y te cuento cómo lo hice. 23
  • 24. 24
  • 25. ¿POR QUÉ LOS PROBLEMAS? Estando en aquella fila del confesionario de pronto lo comprendí. Era algo que siempre quise saber y nunca le vi una explicación con sentido. ¿Por qué los problemas? La respuesta era sencilla, porque nos mueven a buscar a Dios. Es como si se escondiera detrás del problema y nos dice: “No te rindas, confía, reza, sal adelante Ahora te hablaré de mis problemas. El primero me impulsa a amar. El segundo a perdonar El tercero a confiar Y el cuarto al abandono. En un problema encontré el perdón. En otro el amor a mi prójimo En otro Su misericordia En otro la confianza en Su amor. Cada problema me muestra un rostro diferente de Dios. Me di cuenta que debía pasar por esto. No imaginas cuánto me quejé por ello. Y es que a nadie le gusta sufrir. No es agradable que quieran hacerte daño, o te amenacen. Pero todo lo que he pasado, todo lo que estoy pasando tiene un motivo, uno muy sencillo y maravilloso, descubrir una faceta del amor de Dios. Si me hubiesen preservado de estos problemas jamás habría descubierto estas maravillas. ¡Ahora lo entiendo! ¡Qué bueno eres Señor! Eres increíble, inagotable. No puedo más que cantar como el salmista: “Señor, oye la voz con que a ti clamo, escucha, por piedad. Mi corazón de ti me habla diciendo: "Procura ver su faz". (Salmo 27, 7-8) 25
  • 26. Tu rostro quiero ver Señor, aunque sea en medio de la dificultad. Hay tanto por descubrir y aprender de ti. Quiero saberlo todo, quiero que vivas en mí y yo en ti. 26
  • 27. 27
  • 28. SU DULCE VOZ Qué dulce es la voz de Dios que nos muestra el Paraíso. Con suavidad nos impulsa a seguirlo, a buscar su presencia. Te pide ser santo, pero no te obliga. Soñamos despiertos con Su amor. Lo vemos en cada hoja, cada árbol, cada pajarillo que le canta a su creador. Su presencia es evidente. Allí está. También allá. ¿Ves ese hombre de anteojos y barba que camina encorvado? También lleva a Dios. El que se le ha cruzado en el camino y lleva de la mano a su esposa. Dios también está en ellos. Su voz está en el viento, en las nubes, en tu interior. Basta mirar atentamente y escuchar. Seguramente te dirá: "Aquí estoy" ………………….. Ayer un señor se me acercó. "Leí un libro suyo. Me acercó a Dios. Tenía años alejado de Dios. Y me arrodillé a rezar. Le pedí que me amara que me diera una fe como la suya, y aunque no me crea sentí que respondió. "Te amo mucho, nunca lo dudes". Fue un instante que me conmovió. Y he venido a contarle mi experiencia." Le pedí como le pido a todos que fuera al Sagrario y le agradeciera a Jesús. Después de eso, sentí que caminaba en las nubes con una gran alegría, al ver cómo Dios tocaba las vidas de tantas personas con estos libritos. Era estupendo, porque te da cuenta que vale la pena, que Dios siempre cumple sus promesas. 28
  • 29. 29
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  • 31. QUÉ GRANDE ES DIOS Perdona amable lector mi emoción. Es que Dios es sencillamente MARAVILLOSO. Te sientes amado por toda una eternidad. A veces recuerdo a esta muchacha en un grupo juvenil que se me acercó: “Soy una basura”, me dijo, “No valgo nada”. Me dejó atónito. Era una joven muy guapa y apenas empezaba su vida. “Me parece”, le respondí, “que todos somos hijos de Dios. Y Dios no hace basura, todo en Él es perfecto. Por tanto, como hija de Dios sólo tienes que volver tu mirada al padre. Una buena confesión sacramental ayudaría mucho”. Días después la volví a ver. Era otra persona. Estaba alegre, se le notaba una gran ilusión por la vida. “Me confesé”, me dijo, “después de muchos años. Me siento liberada de un gran peso. Como si hubiese dejado todas esas cargas en el confesionario”. Yo sólo atiné a pensar: “Qué grande eres Señor”. Hay algo más que quiero contarte. En la lectura del Evangelio el sacerdote dijo unas palabras sorprendentes. Fue como si de pronto cobraran vida. No eran unas simples palabras. Las escuché como si fuese la primera vez que las oía. Y me impresionaron. Todo era nuevo e inesperado, pero estas palabras respondieron muchas preguntas que solía hacerme tiempos atrás. "Como mi Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor, lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en mi amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena". Me dejaron un sabor como a eternidad. Trato de explicar con términos humanos lo que he visto con los ojos del alma. Sólo podré rozar la superficie. No es algo para describir, sino para vivir. Es como mirar un océano interminable, sin poder ver lo que habita en sus profundidades. 31
  • 32. Dios es paciente y te espera y se ilusiona por ti. Si lo conocieras mejor. “Mas tú, Señor, Dios tierno y compasivo, lento para enojarte, lleno de amor y lealtad…” (Salmo 86,15) "...aparentas no ver los pecados de los hombres, para darles ocasión de arrepentirse". (Sabiduría 11, 23) Nuestro Dios es un Dios diferente a todo cuanto podamos pensar o imaginar. Es amable y bueno, misericordioso, paciente. "El Señor es ternura compasión, lento a la cólera y lleno de amor"... "Él perdona todas tus ofensas y te cura de todas tus dolencias". Le gusta con nosotros ir despacio, en la medida de nuestros pasos. Deja crecer el trigo con la cizaña para no dañar el trigo. Paciencia. Ya vendrá el día en que separará lo bueno de lo malo. Hace poco conducía mi auto y recordé que en el Santuario Nacional del Corazón de María tenían expuesto al Santísimo. Así que me desvié del camino para pasar a saludarlo. — Eres Dios —le decía —. Creaste todas las cosas. Pero te muestras en un pedacito de pan. ¿Por qué no podemos verte y reconocerte en toda tu majestad? Entonces, por respuesta, vino a mi mente un pasaje de la Biblia: "Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y los llevó a ellos solos a un monte alto. A la vista de ellos su aspecto cambió completamente, incluso sus ropas se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo sería capaz de blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: ´Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Levantemos tres chozas: una para Ti, otra para Moisés, otra para Elías´. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban aterrados". (Marcos 9, 2-6) Jesús mío, ¿qué pasaría si te viésemos como realmente eres? Seguramente también quedaríamos aterrados, sin saber qué decir o hacer. Tu divinidad es demasiado para un simple mortal. Qué bueno eres, que te muestras tan sencillo y humilde, en algo que nos es familiar, a lo que no tememos; y que podemos, confiados, acercarnos a Ti. "Tú eres un Dios al que le gusta esconderse..." (Is 45,15) Me ocurre a mí, que siento tu presencia; sé que estás allí, pero me acerco tranquilo, 32
  • 33. como si estuviera en medio de mi familia. Me siento cómodo cuando estoy contigo. No te veo como el Juez implacable que vendrá para juzgar a las naciones, sino como el Amigo Bueno, que se ha quedado con nosotros para darnos la salvación eterna. Quiere que experimentes su presencia y comprendas cuanto te ama. Cuando lo hagas, tu vida nunca será igual, créeme. Lo he visto infinidad de veces, personas que de un día para otro se deciden por Dios y cambian. Todo cambiará para ti. Vas a ver el mundo con nuevos ojos, tendrás una mirada de amor y compasión. Las cosas que valen hay que ganarlas, debes poner de tu parte, hacer propósitos de una vida nueva, perdonar, amar, y volver a vivir en Su presencia. ¿Sabes lo que he pensado? "Qué bien lo pasa uno con Dios". Si permaneces en su amor, todo estará bien. No te preocupes, Él cuidará de ti. Y créeme, lo hará muy bien. Cuando permaneces es su amor, Él cuida de ti como la gallina que protege a sus polluelos, los coloca amorosamente bajo sus alas, y está pendiente de sus necesidades. En su dulce amor, NUNCA ESTARÁS SOLO (A). ¡Ánimo! 33
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  • 35. ME ACABA DE OCURRIR No vas a creer lo que me acaba de pasar. He dejado de escribir para asimilarlo. ¡Fue increíble! ¡Qué experiencia! ¿Recuerdas que te comenté hace unos minutos que me fui a confesar? Te contaba mi experiencia con Dios. Su dulce y tierno amor. Hay algo que no te dije. En la fila de enfrente también para confesarse había una joven del grupo juvenil. Me vio y nos saludamos. Al terminar la misa se me acerca. "Señor Claudio debo contarle esto, no sé por qué, pero usted lo debe saber... Estaba en la fila para confesarme, lo vi a usted en la fila del confesionario de enfrente. De la nada sentí como un fuego abrazador en mi interior, me quemaba dulcemente, como si el Espíritu Santo me tocara. Un gozo, una alegría suprema, inexplicable. Sabía que era Dios que pasaba. ¡Era Dios! ¡Qué experiencia! Sentí su Amor inmenso, una llama dentro de mí que no se apagaba". "Eres increíble Señor", pensé. Entonces le dije: "Te contaré algo todavía mejor. Lee esto que acabo de escribir. Es una vivencia que tuve hace unos minutos". Le di mi celular donde la había escrito y leyó: "Parece mentira tanta ternura y tanto amor de Dios. Estaba en la fila para confesarme y de pronto, súbitamente, sentí que Dios pasaba a mi lado y me hablaba y me inundaba con su amor. Es tanta su ternura que no la puedes retener. Sientes su presencia y quisieras irte a un lugar solitario, no dejar que se te escape este misterio, este momento. Nada de lo que escriba podrá jamás describir este momento que estoy viviendo. Un gozo inexplicable que te inunda, un amor que no se termina, un fuego en el alma, que no se apaga". Con lágrimas de gozo, me dijo: ¡No puede ser! Estoy de una pieza. Le pasó lo mismo que a mí. En el mismo momento. ¡Qué impresión! No se imagina la felicidad que tengo, es como si flotara en una nube." "Son las cosas de Dios", le respondí. "Él es así. Siempre nos sorprende con su AMOR". 35
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  • 38. DIOS ES BUENO Esto está ocurriendo en este momento... Hablar de Dios es mi anhelo. Que todos lo amen y lo conozcan. Normalmente saludo con un simple "hola" o "buenos días". Pero hoy quise hacer algo diferente. Me propuse saludar a todo el que vea con efusivo Dios te Bendiga. El primero pasó de largo. A lo lejos se detuvo, miró hacia atrás, se devolvió y me dijo: “Dios te bendiga también”. La mayoría de las personas sonrieron felices, y quedaron sorprendidas. A uno que otro le costó pero al final, cambiaron ese gesto de tristeza, sonrieron amablemente y respondieron: “Dios le bendiga”, Creo que mañana cuando salga al banco y la farmacia haré lo mismo. Seguiré saludan con un “Dios te bendiga”. Una persona que alegre su día bastará para que valga la pena. 38
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  • 40. UNA PAZ PERFECTA Ahora que lo sabes, puedo compartirte otras vivencias. Tendría unos 20 años. Recuerdo que conducía el auto un poco distraído, pensando en las cosas que había dejado sin hacer ese día. De pronto, súbitamente, sentí a Dios. En un principio no supe que era Él ni entendí lo que me pasaba. Tampoco hice nada especial para que ocurriera, al contrario, ni siquiera pensaba en las cosas celestiales. Fue como ser golpeado de frente por una marea inesperada, una ola amor. Me dejó desconcertado, inquieto. Experimenté una paz, que desconocía, un gozo interior tan hondo y profundo que se desbordaba. Todos esos sentimientos provenían de una ternura tan grande que sobrecogía. No se me ocurrió otra cosa que seguir conduciendo el auto. No quería que “aquello” se marchara. Y en mi lógica me dije: “No haré nada diferente a lo que estoy haciendo”. Me sentía tan a gusto. Tuve deseos de irme a un lugar solitario, sentarme en una roca, aislado del mundo, cerrar los ojos y sencillamente gozar del momento. Era una paz perfecta. Seguí manejando sin saber lo que ocurría, qué era eso, de dónde había llegado, por qué a mí. Fueron unos pocos minutos que me parecieron una eternidad. Cuando todo terminó, quedé atontado y me senté a pensar en lo que había pasado. No tenía idea de que había ocurrido. Fue un momento hermoso. Me sobrecogió y ansiaba más. Necesitaba sentir nuevamente ese amor puro, eterno, ese tierno abrazo, pero no sabía dónde buscar. Así como llegó, de igual forma se marchó. Al final quedé con los ojos llorosos. Lloraba como un niño que ha perdido algo valioso. Al tiempo me absorbió mi vida rutinaria y lo olvidé. Todo quedó en el pasado. Unos diez años después, volvió. Al instante vinieron a mí los recuerdos de aquella ocasión. Igual que la primera vez, me tomó desprevenido. No lo esperaba. Pero en esta ocasión lo supe. De alguna forma lo intuí. Era Dios que pasaba y me tocaba. Me llenaba con su gracia. Me susurraba al oído palabras tiernas de amor. Un amor eterno, interminable. Me permitía experimentar pedacitos del cielo. Era un Dios, que me inundaba con Su 40
  • 41. propio Amor. Quería atraparlo, no dejar que se marchara. Pero yo, infeliz, tenía tantos pecados que apenas pude soportar un poco aquella gracia que se me concedía. Era como un vaso espiritual lleno de basura, en el que apenas cabían unas gotas de su gracia y su pureza. “No te vayas”, le decía, “quédate conmigo”. En ese entonces no lo sabía. Él siempre estuvo conmigo. Nunca me había dejado. Iba a mi lado, en mí, en ti, en todos, porque “En Él vivimos, nos movemos y existimos…” (Hech 17, 28). Lo natural habría sido experimentar siempre su presencia. Pero el pecado, me alejaba de su presencia. Y sólo por tanto amor, venía hacia mí, como el papá del hijo pródigo que corrió a abrazar a su hijo. A los minutos todo terminó. Me quedé casi una hora pensativo, disfrutando aquél momento, en silencio absoluto. No quería ni moverme. Es una maravilla. Sientes a Dios que pasa a tu lado, comprendes que es Él y te sabes amado desde una eternidad. Esta certeza de saberte hijo suyo, no tienes forma de agradecerla. “SOY SU HIJO”, me repetía. “Tú eres mi padre”. Sólo recientemente he podido comprender algo que siempre estuvo frente a mí. Él nos ve con tanta ternura y afecto que le pedí que me viera como el Claudio niño que iba a visitarlo en aquella Iglesia de Colón. Me veo de pantalones cortos, emocionado, sabiendo que allí está Dios. Y le digo: “Papito Dios””. Estas simples palabras de afecto le llegan directo al corazón. Lo enternecen más de lo que puedas imaginar. Y se desborda en gracias. No sabe cómo contener su amor por ti. Quiere abrazarte, amarte, consentirte. Decirte que te ama. Recuerdo que en aquella ocasión pensé: “Señor, que tonto soy. Me lo has dicho y no te presté atención: “Somos templos del Espíritu Santo”. Debemos ser dignos de tan grande gracia. Conservar el alma pura. Así podremos contenerte en nosotros. Recibirte dignamente. Esa vez quise aprender, saber lo que me estaba pasando. Deseaba revivir esta bella experiencia y busqué libros de espiritualidad, necesitaba entender. Y le decía a Jesús: “¡Quiero más! ¡Quiero comprender!” 41
  • 42. Le conté a un sacerdote amigo: “Es como si el buen Dios te colocara detrás de una puerta, sabes que del otro lado hay maravillas y quieres abrir esa puerta, cruzar, verlo todo”. Me respondió: “Lo que tú buscas es una experiencia mística Claudio, pero Él se la da a quien desea y conviene”. Han transcurrido casi 30 años, desde aquella ocasión, y hoy, de pronto, en la fila del confesionario ocurrió. Pero de una forma tan abrupta que casi caigo de espaldas. Tuve que recostarme en la pared. Hacía un acto de contrición, repasaba los pecados que confesaría y ocurrió. Fue como una luz interior, una explosión de amor que impactaba mi alma. Luego quedó un fuego que no me quemaba sino que me transmitía cientos de miles de afectos. Tuve la certeza de saberme amado. Esta vez sentí, supe y comprendí. Sientes su amor infinito y puro que se desborda por ti y la humanidad entera. Sabes que es Dios. Ves cuánto le duelen nuestros pecados. Y comprendes tantas cosas que siempre quisiste. Ahora lo sabía. Él ha estado presente en mi vida. Somos sus hijos consentidos. Toda la humanidad. Él busca ser conocido y amado. Quiere que lo descubras en el dolor, las aflicciones, las alegrías. Las tres cosas ocurrieron a la vez en un mismo instante. Fue un tiempo muy corto, pero lo sentí una eternidad. Es como si te sumergieras en un mar donde el tiempo no existe, y descubrieras grandes maravillas en sus profundidades. Lo ves admirado, pero no comprendes todo. En ese instante recibes mucha información y no sabes cómo ordenarla, ni ponerla en el papel. Con hoy son 4 días que llevo escribiendo sin detenerme, tratando de descifrar lo que experimenté. Ordenando las ideas que van de un lado a otro. Somos simples mortales, con un alma inmortal. Me cuesta describirlo todo. Es como vivir en dos mundos. Tu cuerpo mortal es limitado, finito, sensible a las cosas de Dios. Tu alma inmortal, espera encerrada en tu cuerpo, llegar al conocimiento pleno, a la verdad pura, y ver a Dios. 42
  • 43. Nada de lo que diga es nuevo. Todo está dicho. Por eso sólo cuento mi experiencia. 43
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  • 45. EL CAMINO PERFECTO En las Bienaventuranzas encontré el camino que buscaba. Y me regocijo por la herencia que me dará mi padre si cumplo sus mandatos. En las bienaventuranzas hay una que me ilusiona mucho. Los limpios de corazón… porque desde que recuerdo he soñado con ver a Dios. «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos. (Mt 5,3-12) 45
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  • 47. EN SU PRESENCIA Mientras escribo estas líneas he recordado un incidente que ocurrió hace algunos años. Cuando empecé a publicar mis primeros libros, recibí una llamada telefónica de unos recién casados que deseaban conocerme. En esos días le dije a Dios: "Yo escribo, tú toca los corazones". Me sentí a gusto sabiendo que sólo tenía que escribir, contar mis experiencias con el buen Dios y Él haría el resto. Me parece que fue un sábado por la tarde. Llegaron a mi casa. La esposa fue la primera en hablar: "Le compré su libro PARA RECUPERAR LA FE. Al principio no quería leerlo, pero yo insistí y lo tomó". Luego siguió él: "Lo leí para complacer a mi esposa. Me pareció un libro medio enredado, sin sentido. La verdad, me interesaba muy poco su lectura. Dejé el libro unos días sobre mi mesita de noche. Mi esposa insistió y volví a tomarlo. Cada noche leía un capítulo. Seguía con poco interés sus palabras. El último día pasó algo. Aún me cuesta comprenderlo. Mientras leía las últimas palabras de su libro súbitamente sentí como un golpe en el alma, un fuego interior que brotaba en mí, algo que me quemaba por dentro. Todo era confuso. Sentí un amor profundo. Yo no comprendía nada y de pronto, me puse a llorar. Lloraba como un bebé que no sabe lo que siente. Lloraba sin poder contenerme. Me asusté. " ¿Qué me ocurre?" me decía. “Esto no es normal”. Le pedí a mi esposa que me llevara a un hospital para que me revisara un médico, pero ella me llevó a donde tenía años sin ir, a una Iglesia. El sacerdote, luego de escuchar la historia sonrió gozoso y con un entusiasmo desbordante me abrazó y consoló: "Muchacho, tú no tienes ninguna enfermedad. Estás perfectamente sano. Has recibido una gracia que no entiendes, eso es todo. Recibiste al Espíritu Santo y se está manifestando en ti. Es Dios, que te quiere de vuelta. Desea que experimentes cuánto te ama. Verdaderamente, hoy recibiste un gran regalo". "Vine a contárselo, señor Claudio", terminó el joven, "quería que lo supiera. Ahora que me he reconciliado con Dios, no imagina cuán feliz me siento". 47
  • 48. Me dejó de una pieza, era una historia sorprendente. Le conté el trato que tenía con Dios. "Yo sólo escribo” le respondí. “Debemosdarle las gracias a Dios". ¡Qué maravillosa experiencia! Por algún motivo que aun no comprendo terminamos llorando en la presencia de Dios. Nos sobrecoge la pureza. La santidad nos conmueve. Recuerdo imágenes del Papa Juan Pablo II, iba en medio de una multitud y se detenía a saludar. Tocaba a las personas en la frente y las bendecía. Al instante rompían a llorar. Era la presencia de Dios en este gran Papa. Un Dios que Él reflejaba con sus gestos y bondad. En 1979 viajó a México. Tengo presente a un periodista que narraba el paso del Papa. “Acá todos lloran ante el paso del Papa Juan Pablo II, no lo entiendo, hasta yo estoy llorando de la emoción”. Cuando Dios pasa y te toca, se desbordan las emociones más bellas y hondas. Lloras al sentirte consolado, al saberte indigno de este privilegio, sobre todo, al comprender que eres amado desde una eternidad. …………. Lo tuyo No es hacer cosas, ni emprender grandes obras. Lo tuyo es un trabajo silencioso, callado. Lo tuyo es la oración y el ofrecimiento. No necesitas hacer más. 48
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  • 50. ME BASTA LA MISA Me basta ir a misa para que Dios encienda una hoguera en mi alma y se disipen las dudas y la oscuridad que me rodea. Es como si de pronto el buen Dios te dijera: “No te preocupes por nada. Confía. Yo me encargaré de todo”. Y yo, pues confío y me abandono en su Misericordia. Me basta ir a Misa para recuperar la paz. Llego inquieto y de pronto me voy llenando de una paz y sosiego que me permite pensar con claridad. Me basta ir a Misa para encontrar la serenidad y la esperanza que había perdido. Me basta ir a Misa para llenarme de alegría, sabiendo que soy un hijo de Dios, que Él es mi Padre, el padre de todo. …………… Ante la gran cantidad de problemas que enfrento y mis inquietudes, le pregunté al buen Señor qué hacer. A veces no sabemos qué camino tomar. Entonces recordé estas palabras consoladoras de Jesús: "Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de la historia". En ese momento comprendí. Me llené de esperanza mientras me repetía estas palabras una y otra vez: "No estamos solos. No estamos solos. Dios camina con nosotros, sus hijos amados". Reflexioné en ello. Es una maravilla. Y le dije: "Te tengo a ti. Y mientras te tenga a ti, todo estará bien." 50
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  • 53. MI BÚSQUEDA En estos años de búsqueda he aprendido pocas cosas. Dios es insondable. ¿Quién puede comprenderlo? Yo no, aunque trato. Mis libros sólo reflejan el largo camino que he recorrido en su búsqueda y lo lejos que aún estoy de Él. Esta noche me senté a reflexionar y pensé en ello. Me dije: “¿Cómo puedo reconocer a un verdadero Cristiano?” la respuesta era simple: “Por el amor”. Dios que es Amor nos pide amar, a todos. Entonces busqué signos, señales que te ayudan a comprender y reconocer la presencia del Padre. Y empecé a escribir: Un signo claro de la presencia de Dios en tu vida LA ALEGRÍA Lo notas al leer las vidas de los grandes santos de nuestra Iglesia. Todos sonreían, era alegres, a pesar de la adversidad. Pasaban muchas dificultades y aún así sonreía. ¿No te parece que la alegría es un signo de la presencia de Dios? Lo notas de pronto en una persona que ha experimentado su dulce presencia. Se llena de un gozo sobrenatural. Todo es nuevo para él. Todo lo ama. La presencia del Amor lo mueve al amor. Recuerdo a una muchacha a la que le pasó esto, no comprendía bien lo que era y me comentaba: “No entiendo, siento como unas ganas de abrazarlos a todos, al pobre, al rico, al que me ama, al que me ha hecho daño, es como si el amor se desbordara de mi alma”. Se la veía con una felicidad tan grande que podía repartirla y sobraba. Dios te mueve al amor, y el amor a la felicidad. Por eso Dios nos pide constantemente que seamos santos. Sabe que los santos son felices. Y Él quiere que seas feliz. Un signo claro de la fe que profesas TU ABANDONO La fe te mueve a la confianza y la confianza al abandono. Es como un pequeño que camina de la mano de su padre. No se preocupa por nada. No pregunta a dónde van, ni cuánto han de caminar, sencillamente se deja llevar. Con la fe nos ocurre igual. Confías y te abandonas en los brazos amorosos de tu Padre celestial. A veces me da por hablar con Dios. Supongo que tenemos el encuentro de un Padre con 53
  • 54. su hijo. Me encantan esas experiencias, porque me acercan a su corazón misericordioso y tierno. Una vez le pregunté: “¿Qué te duele más de nosotros?”. Encontré la respuesta en el Diario de sor Faustina: "¡Cuán dolorosamente me hiere aquel que no cree en mi bondad! Son los pecados de desconfianza los que más me afligen". A Dios le duele tu desconfianza. Se entristece cuando te fías más de las cosas materiales que de Él. Por eso le dijo a sor Faustina: “Las almas que confían ilimitadamente son de gran consuelo para Mí y en estas almas vierto todos los tesoros de mis gracias. Estoy contento cuando me piden mucho, ya que mi deseo es dar mucho, muchísimo”. En la Biblia se tomó la molestia de recordarte infinidad de veces tres cosas: 1) Es nuestro Padre y nos ama 2) No debes temer, Él va contigo 3)…no hay nada imposible para Dios” (Lc 1, 7) Me he dado cuenta de que vale la pena confiar en Dios, que es verdad todo lo que nos han dicho, el Evangelio se cumple. Cada promesa, cada palabra, todo es real. El amor de Dios está presente a lo largo de nuestras vidas. Te lo aseguro, Él cuida de ti. Un signo claro de tu confianza en Dios: La paz interior. Cuánta paz sientes en medio de la seguridad, sabiendo que todo está bien. Cuando confías en Dios, ten por seguro que todo estará bien. Él te llena de una paz interior inimaginable. Son como pedacitos del cielo que te da a probar. Dios que es amor, anhela que lo amemos y hace lo que no imaginas para atraerte y decirte que te ama, que eres especial para Él. Si tan sólo lo supieras... No estás solo(a). Dios va contigo. Está en ti, a tu lado, a tu alrededor: porque “En Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17, 28). Cuántas veces faltamos a la caridad, en el Amor, porque no tenemos conciencia de que somos hijos de Dios, y más que eso, que para Él lo somos todo. Cada uno de nosotros existe en su corazón de padre, como si fuese su único hijo, lo 54
  • 55. único importante en todo el universo. Tú lo eres todo para Dios. Sólo que aún no lo has descubierto. No has podido encontrarlo, experimentar su cercanía y su Amor. Vives a diario con tantos problemas, a veces más de lo que puedes soportar. Y no sabes qué hacer, dónde está la salida. A esto lo llaman “el ruido del mundo”. Son las voces que no te permiten escuchar la suya. Por eso nos hablan tanto del silencio. Ir a un lugar alejado, llevando una Biblia, el corazón que anhela escuchar a Dios, y unos bocadillos para el camino. No necesitas más. No imaginas cuánto disfruto esos paseos espirituales. Como estoy casado, los hago en familia. Nos vamos a un parque, o a un lugar montañoso, juntos. Mientras mi hijo, Luis Felipe, juega futbol con otros niños y mi esposa está pendiente de él, yo me siento en una banca y le digo al Padre: “Aquí estoy, Señor”. Eso le basta. Un simple y pequeño gesto de amor, es suficiente. Al segundo siento que responde: “Aquí estoy Claudio”. Me ocurre igual cada vez que rezo. Le digo: “Padre nuestro” y Él con infinito amor y ternura responde: “Hijo mío”. No estamos solos. Dios camina a tu lado, en ti. Esto lo comprendí el domingo durante la misa. Como tú, no estoy exento de dificultades. Debo enfrentarlas a diario. Son parte de la vida. Después de dedicar un año a escribir mis libros y usar todos los ahorros para editarlos, empecé a preocuparme. Son los famosos: “Y si…”. Me preguntaba: “¿Y si no llegan a las personas?”. Entonces algo me detuvo. Fue como una certeza. “No estás solo Claudio. No están solos. Yo estoy con ustedes”. Fue un gran consuelo para mí. Me sentí mucho mejor, aliviado, sereno. He pasado desde entonces pensando en ello. “No estás solo”. Busqué en mi Biblia la voz paternal de Dios que nos decía: “No temas, pues yo estoy contigo” (Is. 41, 10). Y al buen Jesús que lo afirmaba: “…yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt, 28, 20). Entonces comprendí que no tenía motivos para preocuparme. Nada malo puede pasar, si Dios va contigo. 55
  • 56. No te preocupes. Todo estará bien. Sólo debes confiar. Dios hará lo demás. Un signo claro que lo amas TUS BUENAS OBRAS Esta mañana Fue especial. Me levanté temprano, mi primer pensamiento fue para Dios. Últimamente me da por decirle “Papito Dios”, Me parece que le agrada que lo llame así porque se ha desbordado en gracias. Siento su presencia como nunca antes, experimento su amor y me lleno de una ternura que desconocía. Me dan ganas de ayudar a todo el que vea. Dar una palabra de aliento, una sonrisa, un abrazo. A veces soy medio despistado, pero hay algo que tengo muy claro. Dios espera de nosotros que amemos y hagamos buenas obras. Dar con amor. Pensaba en ello y recordé una carta que le escribí a Dios algunos años atrás. En esos días me daba por escribirle cartas a Dios. Un amigo al que le conté sonrió. “¿Cómo se las mandas?”, preguntó. “No es necesario”, le respondí, “Él las lee mientras las escribo”. Como te contaba, busqué la carta. Me gustaría compartirla contigo. Querido Dios: Hoy salí temprano a caminar. A cada paso pensaba: “A veces andamos al borde del precipicio por ti, Señor y a menudo no sabemos qué hacer. Sólo caminamos y caminamos, pensando en tu Amor, tu presencia. ¿Qué quieres de nosotros? De pronto nos sumerges en un mundo en el que no deseamos estar. Es un lugar oscuro, lleno de dificultades. Parece que no hay amor, ni esperanza a nuestro alrededor. Son situaciones a las que no hayamos salidas. Cada vez que te lo digo, siento que me respondes: “Sigue caminando”. No imaginas la cantidad de personas que me cuentan sus problemas. Acuden a mí tal vez por haber leído uno de mis libros. Viven rodeados de oscuridad. Suelo impresionarme. Y me pregunto: “¿Por qué lo permites? ¿Por qué ese sufrimiento?” Hace muchos años decidí dejar de cuestionarte y dedicarme a confiar. ¿Cómo podríamos comprenderte nosotros que somos simples mortales? Pero la verdad es que no siempre he podido quedarme tranquilo y confiar. 56
  • 57. Hoy es uno de esos días en que me llené de inquietudes. Curiosamente mientras caminaba me pareció encontrar las respuestas. Todas estas personas, por estar sumergidas en sus problemas olvidaron algo fundamental, lo que realmente son: “Hijos tuyos. Portadores de tu Amor. Mensajeros de la Esperanza”. Es un sello que nunca perdernos. Somos pequeñas luces que colocas en estos terribles lugares, para iluminarlos. No nos damos cuenta, acongojados por las dificultades. Deseas que te llevemos a los demás, que seamos tus brazos, tus pies, tu voz. Si tuviésemos conciencia de lo que esperas de nosotros, todo sería más sencillo. Podríamos perdonar y amar. Abrazar al necesitado. Tal vez necesitamos la certeza de un propósito para acoger la esperanza y esparcirla por el mundo. No sé para qué te cuento estas cosas. De pronto hallé en mi Biblia la respuesta y terminé de comprender: “Ustedes son la luz del mundo: ¿cómo se puede esconder una ciudad asentada sobre un monte? Nadie enciende una lámpara para taparla con un cajón; la ponen más bien sobre un candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los Cielos” (Mt 5. 13-16). Siempre recuerdo aquella joven que una mañana se presentó a mi oficina para entregarme su renuncia. “¿Alguien te ha tratado mal?”, le pregunté sorprendido. “Al contrario”, respondió, “todos han sido muy buenos conmigo”. “Entonces, ¿por qué te marchas?”, le pregunté sin entender. Sonrió con entusiasmo y dijo: “Es que voy tras un ideal. Quiero gastar mi vida en algo grande, que realmente valga la pena”. Años después la encontré a la salida de Misa y le pregunté: “¿Valió la pena?” Estaba radiante y respondió emocionada: “Lo haría mil veces más si volviese a nacer. Siempre vale la pena vivir para Dios”. La respuesta ahora es evidente. Debemos ser la luz que ilumine a los demás. Mostrarles el camino para llevarlos a ti. 57
  • 58. Pero, somos una vela débil, tenue, ¿cómo lograr que vuelva a brillar? “Es muy fácil: recupera la gracia. Ten vida de oración. Haz buenas obras. Vive en Mí... y Yo seré tu luz". Un signo claro que eres discípulo del Amor TU CRUZ Hace unos meses tenía una mesita con mis libros en uno de los pasillos del Santuario nacional del Corazón de María. Se me acercó una señora y al ver mis libros me comentó afligida: “Si supiera cuánto sufro”. Le sonreí con amabilidad. “La vida es así”, le respondí. “Súbase a este bote y empiece a remar, porque el sufrimiento es colectivo”. El mismo Jesús te advirtió: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues, ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?” (Mt 16, 24) No puedo evitar elevar esta breve oración al cielo: “Señor, dame valor para tomar mi cruz y encontrar mi vida. La quiero contigo en la eternidad”. Me parece que fue santa Teresa de Jesús quien dijo que la mejor manera de llevar la cruz y hacerla liviana, era abrazándola. Ella escribió este bello poema: En la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo. En la cruz está "el Señor de cielo y tierra", y el gozar de mucha paz, aunque haya guerra. Todos los males destierra 58
  • 59. en este suelo, y ella sola es el camino para el cielo. Vine a ver a Jesús por un problema muy serio. Y no sabía cómo resolverlo. Cuando atraviesas una dificultad muy grande, sueles mirar al cielo y buscar a Dios. Aproveché que la misa aún no comenzaba y entré a charlar con Él en este bello oratorio, donde todo es paz y serenidad. En este silencio me di cuenta que vine a pedirle favores, no para decirle que lo amaba. No estaba bien. Quería verlo porque lo extraño, porque me encanta sentir su presencia amorosa y recé con todo el corazón: "Que me acerque a Ti, Señor, por amor. No porque sufro. O por un problema. O por esta angustia que me come el alma. O por una necesidad. O un favor. O una enfermedad. Que te busque porque te amo. Porque eres mi amigo. Enséñame a confiar, para dejar en tus manos mis problemas. Que pueda amar, para amarte en verdad, como Tú mereces, con un amor puro y desinteresado. Es la gracia que te pido". Entonces ocurrió algo inesperado, sorprendente. Sentí una dulce voz interior que me consolaba: "No temas", me decía, "Yo estoy contigo". La misa empezó. En medio de la homilía me acordé de esas palabras y las escribí en la palma de mi mano, para tenerlas presentes todo el día. "No temas. Yo estoy contigo". Al terminar de escribirlas, levanté la mirada y el sacerdote dijo: 59
  • 60. "No temas”, te dice Dios. “Él está contigo". Lo miré sorprendido y continuó: "No puede haber cristiano sin cruz. Pero esa cruz tan pesada, solos no podemos llevarla. Pídele a Jesús que te ayude y tu cruz será liviana y llevadera". Fue asombroso. Cuánta paz experimenté en ese momento. Recuperé la serenidad. La certeza de saber que Jesús estaba conmigo. Entonces tomé una importante resolución: “Entre la incertidumbre y la confianza, elijo confiar. Confiaré a pesar de todo. Que se haga en mí Tu santa voluntad. Señor”. Ese gesto de abandono hizo la gran diferencia. Salí de misa tranquila, feliz. Los problemas se solucionaron. Y lo mejor de todo, ocurrió hoy: He venido a ver a Jesús, por amor. Un signo claro de la santidad LA HUMILDAD Este es un tema que me encanta, la humildad. ¿Eres humilde? Yo no, me cuesta tanto. Me esfuerzo sobre todo cuando alguien me enfrenta o veo una injusticia. Brota de mí como un fiero león que ruge. Quisiera ser humilde. Y se lo pido a Dios: “Hazme humilde Señor”. A veces pienso esto: ¿Qué agrada a Dios de los que estamos llamados a la santidad? La humildad. San Agustín decía: «Si quieres ser santo, sé humilde. Si quieres ser más santo, sé más humilde. Si quieres ser muy santo, sé muy humilde». Ésta es una gracia especial difícil de cultivar. Sé, por experiencia, que cuando queremos y no podemos, el buen Dios provee losmedios. Un signo claro de la Ternura de Dios: SU GRACIA 60
  • 61. Cuando amas a otra persona siempre quieres regalarle lo mejor. Te esmeras en cada aniversario, cada cumpleaños. A Dios, que es amor, le ocurre igual. ´Desea darnos los mejores regalos, aquellos que son más valiosos. Le encanta consentirnos. Y nos da la gracia. Debemos pedirla. Cuando la santísima Virgen se le apareció a santa Catalina Labouré, ésta vio que de sus dedos salían unos rayos y le preguntó su significado. La virgen le dijo: Estos rayos luminosos son las gracias y bendiciones que yo expando sobre todos aquellos que me invocan como Madre. Me siento tan contenta al poder ayudar a los hijos que me imploran protección. ¡Pero hay tantos que no me invocan jamás! Y muchos de estos rayos preciosos quedan perdidos, porque pocas veces me rezan". Dios, en su ternura infinita busca una Madre, a la que podemos confiar nuestras penas, una madre que nos acoge a todos y dispensa las gracias celestiales a todo el que las pide. Un signo claro del amor de Dios JESÚS Esta es la parte a la que deseaba llegar. Me ilusionaba mucho. ¿De dónde saqué esta idea? Es que leí estas palabras en la santa Biblia: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su único hijo, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Desde que era niño, Jesús ha sido mi mejor amigo. Me encantaba tener largas charlas con él. Durante el recreo en mi escuela, el Colegio Paulino san José, de Colón subía a la capilla del segundo alto y me quedaba acompañándolo. Lo hacía con la naturalidad del que visita a su amigo. He tenido la gracia de su cercanía. A donde me mudo lo tengo cerca. En Colón estaba en una capilla cruzando la calle. Cuando me casé, Vida y yo alquilamos un apartamento. Enfrente quedaba una residencia estudiantil y allí tenían un oratorio con el Santísimo. Ahora de grande, a la vuelta de mi casa hay una Iglesia a la que me gusta ir. Voy a la capillita y allí le hago compañía. Desde que tengo memoria mi vida empieza en el Sagrario. Y gira a su alrededor. 61
  • 62. Jesús en mi gran amigo. Para mí es un signo claro del amor de Dios. Mientras escribo estas palabras hago un alto y me traslado con mi mente a un sagrario y le saludo, le digo que lo quiero. Me llena de alegría saberlo cercano. Suelo pedirle que no me vea como el adulto que soy sino como el niño aquél que solía visitarlo en la capilla de Colón. ¿Qué te pediría? Ten contento a Jesús con pequeños actos de amor. Él es como un niño, ilusionado por nosotros. Y muy sensible. Somos sus pequeños, sus amigos, sus hermanos, por eso nuestras faltas le hieren tanto. 62
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  • 64. TE LLAMARÉ TERNURA A veces, no sé por qué, me nace del alma una infinita ternura, es como si Dios se hiciera presente y me envolviera en su Amor. No siempre he comprendido del todo estos acontecimientos, sólo sé que me ocurren y me da por hacer cosas curiosas. El otro día me paré frente a la ventana y mirando una capilla lejana, le canté villancicos al buen Jesús. Lo imaginaba escondido en aquél sagrario, sin nadie que lo visitara. Quería tenerlo contento, hacerlo sonreír. —Debo estar loco-, pensé, pero sentía que a Él le agradaba esto. Que lo recordaran, que pensaran en Su Amor. —Tal vez los villancicos son una forma de oración—, me dije. Y continué cantando, diciéndole que lo quería. Otro día recordé que estando tan cerca, poco lo visitaba. Por eso a ratos, cerraba los ojos y con mi mente me trasladaba al oratorio y le hacía compañía. Es tan grato estar en Su presencia... Cuando pienso en Jesús, me da por hacer cosas. Hoy por ejemplo, me he quedado despierto hasta media noche, para escribirte. Y contarte mis vivencias. A esta hora todos duermen en casa y puedo pensar, rezar, reflexionar... Hasta me da por cambiarle el nombre, lo llamo “Ternura” −vaya ocurrencia la mía−. Lo que más me agrada es cuando experimentas Su cercanía… sabes que es Él y está cerca. Te inunda un amor inexplicable… Le queremos más que nunca y se lo decimos. Entonces me parece verlo sonreír de tanta alegría en aquel sagrario, y con tanto amor, que todo es luz, serenidad y paz. Y es cuando escuchas en el alma sus dulces palabras: —Yo también te quiero. 64
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  • 67. EL LLAMADO DE DIOS Me ilusiona compartir contigo una historia. Los planes de Dios son insondables, y cuesta comprenderlos, pero si eres paciente y confías, todo tendrá sentido. Esta es su historia: Solíamos ver a un hombre enfermo que asistía a misa todos los días y como un niño se maravillaba por las cosas del Señor. Con un esfuerzo sobrehumano se levantaba de su banca para ir a comulgar. Casi arrastraba los pies. Todos esperaban sabiendo que le movía un amor inmenso por Jesús Sacramentado. Cuando ya no pudo levantarse, el sacerdote le llevaba la comunión a su banca y al final, cuando era imposible bajarse del auto, el padre caminaba hasta él y le daba la hostia santa. Su rostro, afligido por el dolor, se transformaba cuando recibía a Jesús Sacramentado y una leve sonrisa le iluminaba el rostro. El dolor, las molestias, la incertidumbre, parecían quedar atrás. Sin que él lo supiera, muchos lo observaban. Yo era uno de ellos. A veces me sentaba a distancia para verlo, pero sobre todo, para recordarlo. Le conocí bien, era mi papá. No sé si te conté, pero fue hebreo. Se convirtió algunos años antes de morir. Muchas veces me detengo a reflexionar sobre este hecho. Y en la forma que transformó nuestras vidas. Dios lo llevó de la mano, desde niño, sin que él lo supiera, hasta el día en que murió. Y nos envolvió a todos en ese maravilloso misterio que a muchos les tiene reservado: la conversión. Se llamó Claudio. Su padre tuvo el nombre de Moisés Frank, y sus abuelos: Abraham y Samuel. Todos provenían de una familia con raíces hebreas, y eran profundamente religiosos, respetuosos de la Torá. Me cuentan que Abraham fue Rabino. Curiosamente mi papá nunca celebró su Bar Mitz-Vah. Tampoco le recuerdo en la Sinagoga. En cambio, nos acompañaba a misa. En algún lado escuché que estabas predestinado a la conversión. A través de los años recibimos señales de este cambio sobrenatural. En Costa Rica ocurrió un hecho significativo. Visitaba con mi mamá a Sor María Romero 67
  • 68. Meneses, en la Casa de María Auxiliadora. Una multitud de personas se preparaba para la procesión. Mi papá se mezcló entre el gentío. De repente un descubrimiento asombroso… — ¡Sor María! —exclamó mi mamá. Y señaló hacia la procesión--¡Mire donde va Claudio! Era quien cubría al Santísimo con el palio, al frente de la procesión. — ¿Puede creerlo? —Sí Felicia—respondió sor María—Y también le veremos comulgar. Esta profecía se cumplió al pie de la letra. A los años nos enteramos de lo ocurrido. La iglesia estaba abarrotada de gente. Una monjita atraviesa la iglesia con dificultad, llega donde está mi papá y le pregunta: — ¿Nos haría el favor de llevar el palio? Sin meditarlo mucho, acepta. ¿Sabía acaso lo que era un palio? Mientras escribo pienso en él y en ese momento. Ya no puede echar para atrás. Debió ser impresionante. Siendo hebreo, lleva el palio en la Casa de la Virgen. — ¿Qué habrá sentido? — ¿Cómo es que Dios me busca a mí, habiendo tantos a mi alrededor? Nunca sabré con exactitud lo que sintió o lo que pensó. Seguramente esta experiencia lo estremeció hasta los huesos. La cercanía de Dios siempre estremece a las almas. Y las llama a vivir para él y por él. ¿Qué lo hizo cambiar? Esto ha sido un secreto celosamente guardado. Supo ser reservado. Y esperó. La cercanía de la muerte derribó las últimas murallas y le hizo dar el salto definitivo. Dios lo llamó y él respondió sin reservas. Ambos parecemos escuchar: 68
  • 69. — ¿Claudio, me amas? Y ambos respondemos: —Señor, Tú sabes que Te amo. 69
  • 70. 70
  • 71. LA FOTO Dios no escatima medios para salvarnos. El ejemplo que nos brindan los santos es uno de ellos... Viendo su pequeñez, casi gritaron al unísono: "Tú eres Dios y nosotros simples mortales, ¿qué puedes esperar de nosotros? Y el buen Dios, sin hacerse esperar, les hizo entender. "Lo que busco es tu amor y tu confianza. No pido más". Te contaré una anécdota sobre la forma como Dios nos mueve a la santidad de las maneras más insospechadas: En mi oficina tengo una foto. Todo el que llega tiene que ver con ella. — ¿Es usted? —me preguntan. —No—respondo—Es mi papá. Aparece feliz, sorprendido y algo ilusionado, al lado de la Madre Teresa. Es como una foto imposible. Entonces les cuento la historia: "Mi papá trabajaba en una aerolínea. Cierta tarde lo llamaron desde el aeropuerto. El empleado, con voz angustiosa le consultaba. Tenían a una ancianita que había perdido su vuelo a Guatemala. —No sabemos qué hacer con ella. ¡Es increíble!... no trae maletas, ni dinero, ni nada. Mi papá confundido le preguntó: — ¿Al menos saben el nombre de esta señora? —Oh sí... es la Madre Teresa de Calcuta. Ya puedes imaginar lo que sintió mi papá. Abordó el primer taxi que encontró y se dirigió al aeropuerto. Atendió a la madre Teresa, le consiguió un vuelo a Guatemala y se fue con ella... Durante el viaje hablaron. Nunca supimos de qué, pero lo podemos suponer. Mi papá le pidió algo para recordar su encuentro y ella le escribió esta frase en un librito de oraciones: "Sé santo, porque Jesús que te ama es santo". En Guatemala trabajaba el jefe de mi papá. ¿Sabes cuál era la mayor ilusión de su vida? 71
  • 72. Pues conocer a la Madre Teresa. Y mi papá se la presentó. Fue el día de la foto. El jefe de mi papá dejó todo lo que hacía, y acompañó a la Madre Teresa hasta su destino final. Me han contado la alegría inmensa con que este hombre iba, junto a la Madre Teresa, en ese viaje de horas interminables. Esa es la historia de la foto. Hay algo más que debes saber sobre ella. Fue uno de los tesoros que conservaba mi papá al momento de morir. Por eso la guardo como tal: un tesoro. Es increíble, un encuentro casual y ha tocado tantas vidas. La mía, la de mis hermanos, la de mi mamá, la de mi papá y ahora la tuya. La santidad de una sola persona nos mueve a todos a la santidad. Esta era una virtud de la Madre Teresa. Su santidad nos envolvía. Esparcía por doquier el dulce aroma de Jesús. Y no dejaba de recordarnos que Jesús, el Amado, vive en los pobres. En ellos nos espera. Tengo la foto aún en mi oficina. Allí la podrás ver. Sin embargo no olvides que lo verdaderamente importante no se puede ver. Y es el amor que pones en las cosas pequeñas. En lo sencillo. Esto es lo que nos hace santos. No la multitud de cosas que hacemos, sino el amor que ponemos en cada una. ¿Te has dado cuenta? Eres un santo que inicia su camino. La Madre Teresa lo sabía, por eso su mensaje, el que escribió en una pequeña página, también era para ti: "Sé santo, porque Jesús que te ama es santo". Ser morada de Dios "El que me ama, guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él" (Juan 14, 21) Nos falta ser morada de Dios. Si Dios habitara en nosotros haríamos las cosas que le agradan. Tendríamos valor y caridad. Iríamos por el mundo con el corazón puro. Miraríamos con la mirada del Amor, mirada de caridad, mirada de hermano. Sin saberlo, mi papá se preparó para esto: "ser morada de Dios". Recuerdo la tarde que me telefonearon al trabajo. —Su papá está grave—me dijeron. Y fui al hospital a verlo. 72
  • 73. El cáncer se le había propagado en el cuerpo y no había esperanzas. Cuando llegué hablé con mi mamá. —No hay mucho tiempo—le advertí—Pregúntale si desea un rabino o un sacerdote. Al rato salió mi madre de la habitación y me dijo: —Quiere un sacerdote. Como pude conseguí uno y le expliqué lo que ocurría. Es una situación delicada. Un hebreo que desea convertirse. El sacerdote necesitaba estar completamente seguro. Entró a conversar con mi papá y al rato nos llamó para que pasáramos. —Se va a bautizar—dijo, mientras se colocaba la estola y sacaba el agua bendita y el aceite crismal. Yo fui el padrino. Mi mamá, la madrina. Ocurrió entonces un hecho sobrenatural. Y a la vez tan humano. Se quedó dormido, plácidamente, en paz. El médico telefoneó en ese momento para preguntar cómo seguía mi papá. La enfermera le reportó que dormía y me pasó el teléfono. —Algo está mal—me dijo el doctor preocupado—. Mejor voy para allá. —Lo que ocurre—le expliqué—, es que se bautizó. —Ah—replicó aliviado—Esos son campos en los que no tengo injerencia. Entonces me comentó asombrado: —Es increíble. Durante tres días le he dado sedantes como para dormir a un elefante, sin resultados y ahora sencillamente... ¡se ha dormido! Ya todos hablaban de esto en el hospital cuando otro hecho dio que hablar. Al día siguiente trasladaron al recién bautizado, por su gravedad, a la sala de cuidados intensivos. De pronto, desde el pasillo, empezamos a escuchar los cantos religiosos que entonaba feliz, acompañado por el coro de las enfermeras, que durante largo rato se le unían y cantaban con él. Desde aquella maravillosa ocasión, comulgó cada día de su vida y nos dio ejemplo de 73
  • 74. fortaleza, confianza y abandono, en la voluntad de Dios. Mi vida la signaron los últimos años de mi padre. Su conversión al Catolicismo. Un proceso lento, con el tiempo de Dios, que llegó a madurar y dar frutos. Ya lo decía un santo sacerdote: "La conversión es cosa de un momento, la santidad, de toda la vida". Recuerdo que cierto día encontré sobre su mesita de noche una biografía de San Martín de Porres. —La habrá comprado en uno de sus viajes--pensé. El libro tenía sus páginas gastadas por el uso. Sin que él lo supiera, cuando marchaba al trabajo, tomaba prestado su libro y me sumergía en el pasado. Así conocí al simpático Fray escoba, su humildad incomparable, el amor inmenso que le profesaba a Dios y los muchos milagros que realizó a lo largo de su vida. Dentro del libro descubrí varias estampitas de la Virgen y de San Martín. En ese momento no supe valorar y comprender lo que eso significaba. Creo que mi papá tampoco estaba muy seguro de ello, o aún no tenía fuerzas para reconocerlo. Pero sabía ya que el buen Jesús lo llamaba. Por eso su alma andaba inquieta y lo acercaba a la oración. Cuando murió, mi madre me entregó algunos de sus objetos más preciados: un rosario, la Biblia, un pequeño devocionario con oraciones, y uno de sus libros preferidos: "Imitación de Cristo". Cuántas veces lo habrá leído y releído. Cuántas veces lo habrá consolado en los momentos dolorosos de su enfermedad. De él extraigo estos pensamientos marcados por la entrega y el abandono. "El Señor—Hijo, déjame hacer contigo mi voluntad, porque yo sé lo que te conviene. Tú piensas como hombre y sientes en muchas cosas según te persuade el afecto humano. El Siervo—Señor, es verdad lo que decís: mayor es vuestra solicitud por mí, que todo el cuidado que yo puedo tener conmigo mismo. Haced de mí todo lo que os agradare, con tal que mi voluntad sea recta y permanezca firme en vos, porque no puede ser sino bueno todo lo que dispongáis de mí. Si queréis que esté en tinieblas, bendito seáis; y si queréis que esté en luz, seáis también 74
  • 75. bendito. Si os dignáis consolarme, bendito seáis, y si queréis atribularme, seáis igualmente bendito para siempre". Amén. 75
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  • 77. LOS PRIMEROS PASSOS Cuando empecé a escribir me preguntaba si esto era lo que Dios quería para mí. No es sencillo descubrir el plan de Dios, debes tener abiertos los ojos del alma y esto es algo que sólo la gracia te da. Un amigo que es fraile franciscano me cuenta que lo enviaron a un retiro solo en una montaña, durante una semana, para que allí escuchara en su interior la voluntad de Dios. Mientras esto ocurría, abajo, en el monasterio, otro fraile rezaba por él. En realidad no estaba solo, lo abrazaba una comunidad con sus oraciones. Hace poco lo visité. Emocionado me comentó: “Nunca he sido tan feliz”. Me encontraba yo pensado en esto. Y a menudo le preguntaba a Dios: “¿Quieres que escriba para ti?” Parecía que recibí un profundo silencio como respuesta. Cuando empecé le dije a Dios: “Yo escribo, tú toca los corazones”. Y me senté a escribir. El tiempo pasó y mis dudas crecían. “¿Es éste el camino que debo recorrer?” Entonces ocurrió. Empecé a recibir señales y respuestas de todas partes. Y todavía ocurre. Dios va mostrándote el camino poco a poco, de acuerdo a tu capacidad para comprender. Siempre quiero saberlo todo de Dios, comprender sus misterios. Es mi padre y tengo sed de Dios. Dios es muy especial. En estos días lo noto más que de costumbre. Abre puertas inesperadas y me sorprende con su amor. Una vez le dije: — ¿Por qué no me das todas las gracias de una vez? Parece que nos das todo a cuenta gotas, como si fuésemos niños pequeños. Y me pareció ver que de pronto me arrojaban cien naranjas. Fue algo súbito. Hice lo imposible para atrapar la mayor cantidad en el aire. Y se inició este diálogo con Dios. — ¿Cuántas pudiste atrapar? — Si acaso unas ocho. — ¿Y el resto? —Se perdieron. Rodaron por el piso. Entonces me excusé: — Sólo tengo dos brazos, Señor. Es imposible que las atrape todas. —Con mi gracia es igual. La doy poco a poco, para que no se pierda y la puedan 77
  • 78. aprovechar. Hace algún tiempo dejé de cuestionarlo, de hacer tantas preguntas, me dedicaría a confiar, ciegamente, me abandonaría en sus manos amorosas. Ahora suelo decirle: “Cuando Tú lo quieras, como Tú lo quieras”. 78
  • 79. 79
  • 80. ¿A DÓNDE IR? Estoy frente a un cruce de caminos, espiritual. Me he detenido para ver el horizonte y preguntarme: ¿Cuál es mi sendero? ¿Por dónde debo seguir? ¿Te ha ocurrido alguna vez? Hacemos un alto, sabiendo que debemos comenzar de nuevo. Es una certeza que te llega al corazón. Le he pedido a Jesús que me ayude a ver más allá de lo que mis ojos pueden ver. A ir más lejos de lo que mi imaginación me permite. Como siempre me lo ha dado todo a cuenta gotas, porque si me da lo que necesito de golpe, no podría comprenderlo ni contenerlo. Somos tan limitados, como un vaso pequeño en el que pretendes vaciar un tanque de agua. Se me ocurrió de pronto una buena solución. Necesito un envase mayor. Que no esté limitado como yo. He participado de misa y durante la comunión le dije a Jesús: —Ahora somos dos. Tú y yo trabajaremos juntos. Y lo que no comprenda, basta que tú lo sepas y lo haremos a tu manera. De inmediato las ideas empezaron a fluir, como un río caudaloso, imposible de contener. Vida estaba a mi lado. Le pedí un lapicero y empecé a escribir, a retener, lo que pude. Eran tantos pensamientos a la vez, que se desbordaban. Lo imagine como un rompecabezas. Te dan las piezas, cada una diferente, pero que unidas muestran un cuadro uniforme. Dios me había dado un rompecabezas para armar. Me he levantado temprano hoy y aquí estoy, frente a mi computador, amando las piezas, empezando a descubrir el cuadro que debo ver, el que Él ha dejado frente a mí. Como ahora somos dos, es más fácil hacerlo. 80
  • 81. Jesús siempre me lleva la delantera. Avanza y me espera sobre una montaña, como diciendo: —Vamos Claudio, acá estoy... Ven. Y yo acelero el paso y corro hacia Él. Emocionado me espera y me abraza, como un amigo, cuando llego. — ¡Bravo!, me alienta... Y luego de un breve descanso me dice: —Hay mucho camino por recorrer. Yo, más repuesto, me levanto y le sigo el paso, buscando sus huellas, mientras Él me espera a lo lejos y me llama a la distancia. 81
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  • 83. LA GRACIA En la gracia ocurren los milagros. Por ello, los santos de la Iglesia eran tan bendecidos. En la gracia, el cielo y la tierra parecen unirse, ser uno. Y no sabes diferenciar lo eterno de lo temporal, porque se vive en la presencia de Dios. En esos momentos Dios se complace sobremanera con sus hijos amados y les da en abundancia pidan o no pidan, necesiten o no necesiten. Él se complace en consentir a los suyos. A veces Dios nos pide cosas, de formas tan sutiles que apenas nos damos cuenta, otras, nos habla al corazón. Hay que aprender a reconocer esta voz, entre los ruidos del mundo. Cuando Dios determina algo, no encontrarás donde esconderte. Su amor que todo lo abarca te alcanzará. Y dirás como san Agustín “tarde te amé”. Hoy me ocurrió algo curioso en misa. Recién me había confesado y me senté en una de las bancas centrales. Estaba a mi lado un muchacho. Miré la fila de confesión, en la que habían pocas personas y pensé: “le conviene confesarse”. Pero no hice nada. Al rato sentí esa voz interior que me urgía: —Dile que se confiese. — ¿Quién soy yo?, me dije, ¿para entrometerme en la vida de este muchacho? Y otra vez aquella dulce voz: —Habla con él, que se confiese. Y yo, terco, “¿cómo voy a decirle que se vaya a confesar? No puedo inmiscuirme en su vida. No lo haré”. Al segundo, el muchacho se puso en pie, me miró, y caminó hacia el confesionario, donde se confesó. Reflexioné en lo ocurrido. Es como si el buen Dios me hubiera dicho: “No dejaré que se pierda. Si no lo haces tú, lo haré yo”. Conocía al muchacho. Terminada la misa me acerqué y le conté lo que me había pasado. 83
  • 84. Me miró sorprendido y dijo: —Tenía que confesarme. 84
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  • 86. ERES MI HERMANO Jesús es tan real para mí, como tú que lees estas líneas. Es una presencia que no se puede explicar con palabras. Debes vivirla. Es alguien maravilloso, único, Él es. Una vez lo visité en un sagrario cercano a mi casa y ocurrió algo especial. No imaginas la ilusión que me daba ir a verlo. Es mi mejor amigo desde que era niño. Nunca he tenido otro amigo como Él. Fui a verlo para acompañarlo un rato. Tenía mucho que contarle. Es curioso, aunque tengo la certeza que sabe lo que le diré, que conoce mis pasos y mi vida, igual me ilusiona contarle todo, compartir con Él mi vida. Me agrada sencillamente sentarme frente al Sagrario y decirle: —Te quiero Jesús, lo eres todo para mí. Me encanta pensar como un amigo al que escuché decir: —En mi corazón hay un sello y ese sello dice JESÚS. Aquella ocasión lo miré de frente y le dije desde la banca: — ¿Por qué no sales de ese Sagrario y te sientas aquí, conmigo? No había pasado ni un segundo cuando sentí su presencia, a mi lado. Un gozo inexplicable me inundó el alma. En aquella capilla cerrada una leve brisa me envolvió. Era como si Jesús me abrazara. Cerré los ojos para verlo con los ojos del alma y allí estaba, sentado a mi lado, con su túnica blanca, brillante como el más puro sol, con un brillo espectacular, hermoso. Me abrazó con fuerza y sonrió a gusto. Recuerdo que le dije: —Gracias Jesús, por ser mi amigo. Y respondió: —Gracias Claudio por ser mi amigo”. Él es lo más grande que le ha pasado a mi vida. Me encanta que sea mi amigo. Es un gran amigo. Lo da todo por ti. Se emociona cuando te confiesas, cuando piensas en Él, cuando le dices que lo amas. Sonríe a gusto ilusionado cuando lo visitas en el Sagrario. Lo disfruta y le das alegrías. Lo imagino como un niño que espera los invitados a su fiesta de cumpleaños. Pasan las horas, ninguno llega, se inquieta y entristece: “¿Vendrán a verme?”, se pregunta sin dejar de asomarse por la ventana. Y de pronto la puerta se abre y eres tú. Él salta feliz. Empieza a llamarte por tu nombre con el corazón que le salta en el pecho. “Llegaste a 86
  • 87. verme, ¡gracias! Estaba tan solo aquí, esperándote”. Hace una semana me confesé. El buen sacerdote me dio de penitencia rezar un Padre Nuestro. Quise acompañar a Jesús y rezar frente al Sagrario. Lo que ocurrió entonces fue increíble. Sentí que Jesús se sentaba a mi lado, más que contento, emocionado y me abrazaba feliz. “Cómo me cuestas Claudio, pero, ¡lo hiciste!”. Y ambos nos sonreímos. Tiene cada ocurrencia. Empecé a rezar el Padre Nuestro y me dice: —Espera, lo haremos juntos. Y juntos empezamos a rezar: —Padre Nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre. Fue un momento especial, que nunca imaginé. Éramos Jesús y yo, los grandes amigos, juntos en aquella capilla, rezando una oración milenaria, la que Él nos enseñó. Sólo pude decir al terminar: —Qué bueno eres Jesús. ¿Lo imaginé? No lo sé, pero fue hermoso. Y cuento los minutos para volver a verlo y estar junto a Él, en aquél Oratorio, ese pedacito de cielo, donde soy feliz. Hoy volvió a ocurrir. Sentí de pronto la necesidad de hacer un alto y rezar. ¿Te ha pasado? Andas distraído y súbitamente sientes como algo que te mueve a la oración. No lo comprendes pero es más fuerte que tú. Es una voz interior que te llama por tu nombre y te dice: —Ven es hora de rezar. Hay tanta necesidad de oración en el mundo. Estaba listo para ir a desayunar. Dejé todo por algo más importante. Y me senté a rezar. −Dios mío, qué bueno eres. En ese momento sentí Su abrazo, tierno y bello. Me llené de un gozo, una paz sobrenatural que sobrepasaba mi entendimiento. ¿Quién puede comprender estos misterios? Sabía que era Él, que estaba conmigo. Le encanta sorprendernos, llenarnos de gracias. Él está presente cuando rezamos, cuando enfrentamos los problemas, cuando nos confesamos, cuando caminamos por el mundo, cuando nos acercamos a otros y rezamos juntos. 87
  • 88. “Porque donde dos o tres están congregados en mi nombre, allí estoy, en medio de ellos” (Mt 18, 20). Yo creo que también está presente cuando rezas, aparentemente solo, porque no estás solo. Tu Ángel de la guarda reza contigo, a tu lado, mirándote complacido; feliz que has acogido el llamado de Dios. Además, si has comulgado, llevas contigo a Jesús, a donde vayas. Eres un sagrario vivo. Iluminas el mundo con Jesús en ti. Qué gran misterio, ser portadores de Dios, Templos del Espíritu Santo. Hoy he pensado: —Si pudiese elegir un lugar en este momento, un sitio para estar: ¿cuál elegiría? Escogería estar contigo Jesús. Tantas personas buscan paz y aquí, contigo, abunda la paz. Qué feliz soy, en la presencia de Dios. Me encanta saber que soy su Hijo amado, como tú que eres mi hermano. 88
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  • 90. CONSOLAR Recientemente vi una película sobre la vida extraordinaria del Papa Pablo VI. Una mañana caminaba por los jardines del Vaticano acompañado por un sacerdote anciano. Se dio este diálogo: "La Madre Teresa tiene razón, nuestra civilización necesita reencontrar la fe en Dios. Sólo así podrá sobrevivir y convertirse realmente en una civilización del amor. Ahora, yo quisiera explicarlo con dos encíclicas, la primera hablará del amor entre los pueblos, la segunda hablará del amor entre el hombre y la mujer. ¿Qué le parece?”, pregunto el Papa. El sacerdote lo miró, deteniéndose un minuto y respondió: — ¿Sabes por qué la Madre Teresa es así de convincente? Porque ella no habla del amor. Ama. A partir de ese momento el Papa salió de los muros del Vaticano y empezó a visitar cárceles, hospitales… Para que todos sintieran la cercanía y el amor del Papa. El sentido de nuestras vidas está en amar. Hay que detener las peleas, no sólo entre las naciones, sino entre nuestras familias. Hay que volver a amar y reunir las familias, a los hombres, la humanidad. A mis 58 años he pasado tribulaciones, he tenido alegrías y he aprendido algo importante: La grandeza del hombre está en amar. ¿A quiénes? A todos. Al que te ama Al que te hace daño Al que te mira con desprecio Al que sufre Al que se siente solo Porque todos somos hijos de un mismo Dios: hebreos, católicos, musulmanes, bautistas, cristianos. Todos somos hermanos. La grandeza del hombre está en perdonar, ser misericordiosos y consolar, porque en ese momento se acerca a Dios, como hijo suyo, hijo del Amor. Siempre recuerdo a este buen sacerdote que conocí por Internet. Fue hace algunos años. 90
  • 91. Solía entrar a un sitio católico, allí nos encontramos noche tras noche. Conversamos de nuestra fe, nuestras inquietudes. De cuando en cuando desaparecía. Eran temporadas que pasaba en un hospital, me contó. Estaba muy enfermo. Una noche, luego de saludarlo sentí curiosidad y le pregunté: — ¿Qué es lo que más te ha gustado de tu sacerdocio? Luego de un silencio, apareció en el monitor de mi computador una palabra: —Consolar. Nunca más supe de él, pero esta palabra se quedó grabada, muy hondo, en mi alma y ojalá en la tuya también: “Consolar”. 91
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  • 93. AMIGO DE DIOS Dios tiene muchos caminos. Y todos llevan a Él. Por lo general nos presenta diferentes opciones y nosotros decidimos cuál transitar. Todavía recuerdo cuando dejé de trabajar para dedicarme a escribir estos libros y fundar nuestra editorial, Ediciones Anab. Fue una decisión difícil, sobre todo cuando tienes familia. Pero yo quería confiar en Dios y en aquella promesa del salmo 126: "Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores: ¡Dios lo da a su amigos mientras duermen!". Quería ser de esos que conocen lo que es la Providencia, que viven tranquilos bajo el amparo de Dios. Queríamos dar esperanza con nuestros libros. Pero no ha sido fácil. No es algo que llega de la noche a la mañana. 93
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  • 95. CAMBIANDO MI VIDA Como sabes he pasado los últimos años escribiendo. Compartiendo mis aventuras con el buen Dios. Hace mucho descubrí ese Tesoro inmenso que es Su amistad. Había cometido demasiados errores en mi vida y decidí que era tiempo de cambiar, de tomar otro camino. Le ofrecí todo lo que tengo, lo que soy y lo que seré. Recuerdo aún aquella mañana camino al trabajo en que detuve mi auto. Me estacioné frente a un parque, me bajé y me senté en una banca. —Debe haber algo más, me dije. Y tomé la resolución que cambiaría mi vida para siempre. A partir de ese día viviría para Dios, sin preocuparme lo que otros pensaran, sin inquietarme por lo pasajero. ¿De qué me arrepiento? De muchas cosas, de las palabras que hirieron a otros, de lo que hice sin pensar en los demás. Como todos, he cometido demasiados errores. A veces tratar de cambiar no basta. Necesitamos otra fuerza que nos impulse. Si no, seguiremos siendo los mismos. Estoy por cumplir 55 años y he llegado a la conclusión que sólo Dios nos puede cambiar. Su amistad es la clave de todo. ¿Logré lo que buscaba? La verdad es que he fallado muchas de las pruebas que Dios me ha enviado. Me quejo, reniego y me molesto. Al final lo acepto y se lo ofrezco. Cuando era niño recuerdo que anhelaba ser un santo. Santo para Jesús. Es una semilla que ha quedado en mi alma y no he logrado que germine y de frutos. Sigo en esa búsqueda, y al transcurrir los años se me dificulta más. Los problemas y las dificultades me llegan uno tras otro. ¿Vale la pena? Todo lo que hagas por Dios valdrá la pena. Desde perdonar al que te hirió. Abrazar a tu enemigo. Dar de comer al hambriento. Visitar al enfermo. Llevar una palabra de aliento al que la necesita. Para mí, han sido los mejores años. Los más difíciles y los más hermosos. ¿Y los libros? Todos provienen de una experiencia personal. En ocasiones el buen Dios me hace transitar caminos que no me agradan y me dice: “Escribe”. En esos momentos sólo sé que debo soportarlo, seguir adelante, mirar a mi alrededor y 95
  • 96. escribir; con la certeza que los libros ayudarán a otros. ¿Crees que no he tenido dificultades? Buscar a Dios no es garantía de una vida tranquila, serena. Sólo es un camino, una elección de vida, que te hará ver el mundo con otros ojos, los del Amor, el Suyo. Ante las dificultades ¿qué actitud tomar? Te recomiendo la actitud de Sir Winston Churchill. En medio de los bombardeos de los Nazis a Inglaterra, solía decirles a los ingleses: —Nunca, nunca, nunca te rindas. Es lo que debes hacer. La vida es una lucha permanente. Nunca te rindas. 96
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  • 98. LA MISA DIARIA A menudo medito en las cosas que me ocurren. He notado que cuando dejo la comunión diaria, la vida se me hace más inquietante. Dejo de ver las cosas con claridad, me expongo a mayores peligros, para mi alma. Últimamente he abandonado esa hermosa costumbre, habituarme a ser un sagrario vivo y llevar a Jesús a los demás. Dejar que Dios habite en mí y yo en él. Nos llenamos de pereza y de pronto un día dejamos de ir, luego otro y otro y cuando acordamos nos hemos convertido en personas dominicales. Venía pensando en esto. Cuando dejo la comunión diaria, las tentaciones son más frecuentes, más intensas. Y caigo con mayor facilidad. Soy otro Claudio, el que no quiero ser. Ya lo decía el buen Padre Ángel: —Quien no ora no necesita diablo que lo tiente. La Eucaristía es la más perfecta de las oraciones, la más enriquecedora, la que más llena el alma de gracias y consuelos. Me propuse retornar a la misa diaria. Hoy fue mi primer nuevo día. Un nuevo acercamiento con Jesús Sacramentado. Me pasaron dos cosas curiosas. Fui a una capilla pequeña, familiar. Llegué unos minutos tarde. La capilla estaba llenísima. El padre al verme entrar y mirar a todos lados, buscando donde sentarme, me dijo desde el altar: —Ven Claudio, siéntate a mi izquierda. Y yo pensaba: —Señor, ¿por qué me tienes tan cerca de ti? Y sentía en el corazón esta respuesta: — Porque te amo. Al terminar la misa una señora se me acercó y me dijo: —He sentido en el corazón que debo decirte estas palabras: Toda persona que 98
  • 99. Evangelice y se dedique a seguir mi camino debe acercarse a la Eucaristía diaria. Así es Señor, volveré a verte todos los días. Y estar contigo. Y vivir en ti, por ti y para ti. 99
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  • 101. ¿POR QUÉ ESCRIBO? Algo muy dentro de mí me impulsa a hacerlo. Trataré de explicarte. Hace algunos años había decidido no escribir más. Hice el esfuerzo y me dedique a otras actividades. Pero me pasó como a Jeremías. ¿Lo has leído? Cansado de las burlas que era objeto decidió no hablar más de Dios. Y ocurrió lo más hermoso que puedas imaginar. Le declaró a Dios, enternecido, su amor: “Me has seducido, Yahvé, y me dejé seducir por ti. Me tomaste a la fuerza y saliste ganando. Todo el día soy blanco de sus burlas, toda la gente se ríe de mí. Pues me pongo a hablar, y son amenazas, no les anuncio más que violencias y saqueos. La palabra de Yahvé me acarrea cada día humillaciones e insultos. Por eso decidí no recordar más a Yahvé, ni hablar más en su nombre, pero sentía en mí algo así como un fuego ardiente aprisionado en mis huesos, y aunque yo trataba de apagarlo no podía”. (Jeremías 20, 7-9) ………………………. Como Jeremías, me deje seducir por el Amor de Dios. Hay una estrofa del salmo 14 que sorprende: “Se inclina Dios desde el cielo, mira a los hijos de Adán, ¿habrá alguno que valga, siquiera uno que busque al Señor?”. Ojalá seas tú aquél que lo busca, que desea encontrarlo. Dice Santa Teresita que cuando Jesús estaba en la cruz sufriendo y exclamó: “Tengo sed”, se refería a nosotros. Jesús tenía sed de amor, de nuestro amor; tan humano, tan lleno de sufrimientos, anhelaba el amor de sus hermanos. Te he contado lo más significativo de mi vida. Espero que estas palabras te sean de bienestar, te devuelvan la esperanza, y te ayuden a retomar el camino que lleva al Paraíso. No temas. “Confía en el Señor y haz el bien, habita en tu tierra y come tranquilo. Pon tu alegría en el Señor, él te dará lo que ansió tu corazón. Encomienda al Señor tus empresas, confía en él, que lo hará bien. Hará brillar tus méritos como la luz y tus derechos como el sol del mediodía”. (Salmo 37,3-6). Sí, confía en el Señor. 101
  • 102. El buen Dios te bendiga y te guarde. 102
  • 103. ESCRIBE UNA RESEÑA Amable lector: Si te ha gustado nuestro libro, me gustaría pedirte que escribieras una breve reseña en la librería online donde la hayas adquirido (Smashwords, iBooks, Amazon, etc.). No te llevará más de dos minutos y así ayudarás a otros lectores potenciales a saber qué pueden esperar de él, la forma como puede ayudarlos a mejorar sus vidas. ¡Muchas gracias! 103
  • 104. Querido lector: Gracias por leer mi libro. Espero que te haya ayudado. Tenemos otros libros que te van a interesar. Debes leerlos. NUNCA TE RINDAS EL CAMINO DEL PERDÓN EL GRAN SECRETO Esta es mi página de autor: https://www.amazon.com/author/claudiodecastro 104