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Algunas referencias hermosas e inspiradoras
a la vida de oración de Santa Luisa,
tomadas de sus escritos
De un artículo de Corpus Juan Delgado, CM
En las cartas de Santa
Luisa encontramos
algunas referencias a su
vida de oración; algunos
pensamientos sobre la
oración que Luisa ponía
por escrito para
compartirlos con su
director espiritual o con
las Hijas de la Caridad.
Así escribía a una señora, a la que probablemente
había acompañado como directora de Ejercicios
Espirituales:
“Aquí tiene el ejercicio de que le he hablado y que
me parece muy adecuado para usted, según el
conocimiento que su bondad ha querido darme de
su alma. […]
Tenga siempre, querida señora, en gran aprecio la
humildad y la mansedumbre cordial, y trate con
toda sencillez y familiaridad inocente, con Nuestro
Señor, en sus oraciones, y cuando durante el día
eleve su espíritu hacia Él, que es la divina dulzura,
no tenga en cuenta si siente o no gusto en ello o
consuelo; Dios lo único que quiere de nosotros es
nuestro corazón; no ha puesto en nuestro poder
más que el puro acto de la voluntad y es lo que
mira, junto con la acción que de el procede. Haga
las menos reflexiones que le sea posible y viva con
una santa alegría al servicio de nuestro soberano
Dueño y Señor. Aquí tiene, pues, señora,
sencillamente como Nuestro Señor me lo inspira.“
(SANTA LUISA DE MARILLAC. Correspondencia y
escritos. CEME, Salamanca, 1985. Carta 723)
En una relación detallada enviada a san Vicente, describe Luisa de
Marillac su trabajo durante las visitas a las Cofradías de la Caridad.
“Tomamos, pues, todas la diligencia de Orleans y nos mantuvimos
muy alegres sin que, por gracia de Dios, faltáramos a las
observancias, excepto que en las horas de oración y de silencio nos
dejábamos vencer por el sueño, de lo que a veces echábamos la
culpa al calor. A la vista de las aldeas y ciudades, alguna se
encargaba de recordarnos que saludáramos a los Ángeles
custodios, con el deseo de que redoblaran sus cuidados por las
almas de aquellos lugares para ayudarlas a glorificar a Dios
eternamente; y cuando pasábamos delante de las iglesias, hacíamos
un acto de adoración al Santísimo Sacramento y saludábamos
también a los santos patronos. Cuando llegábamos a los lugares en
que teníamos que comer o pernoctar, algunas de las hermanas iban
a la iglesia a dar gracias a Dios por su asistencia y pedirle nos la
continuara, así como su santa bendición para que cumpliéramos su
santísima voluntad. Si había en el lugar un hospital, las mismas
Hermanas iban a visitarlo, o si no, a algún enfermo del mismo lugar,
y lo hacían en nombre de la Compañía, para no interrumpir el
ofrecimiento de nuestros servicios y deberes hacia Dios en la
persona de los pobres … con quien estuvimos hablando después de
haber adorado a Dios y saludando a la Santísima Virgen… después
de haber hecho nuestras devociones en la iglesia de Nuestra
Señora, continuarnos el viaje con toda felicidad, a Dios gracias… Allí,
después de haber adorado al Santísimo Sacramento, fuimos a
saludar a nuestros queridos Amos y después a todas nuestras
Hermanas que tuvieron un gran consuelo de ver a toda nuestra
Compañía. … para poder ir a la iglesia de las Ursulinas, que era la
más próxima, para adorar a Dios y darnos de nuevo a Él para
cumplir su santa voluntad”. Carta 171.
En tomo a 1633 escribe: “El
día de Pascua, mi meditación
fue el deseo de resucitar con
Nuestro Señor, y como sin
muerte no hay resurrección, vi
que eran mis malas
inclinaciones las que debían
morir y que debía quedar
completamente destruida
amortiguando toda mi
vivacidad interior, lo que bien
veía no podría yo conseguir
por mí misma, pero me
pareció que nuestro buen Dios
me pedía mi consentimiento
que yo le di por entero, para
operar Él mismo lo que quería
ver en mí”.
Escritos 84.
Como si se tratara de algo habitual, santa
Luisa relata con sencillez la acción de
Dios en ella, a la que se adhiere gustosa.
“De tiempo en tiempo, especialmente en
las grandes solemnidades, la vista de mi
abyección con el recuerdo de mis faltas e
infidelidades a Dios... me hace temer el
acercarme a la Sagrada Comunión...
Hallándome el día de Todos los Santos
sumida en la verdadera consideración de
mi vileza, me pareció que a mi alma se le
daba a entender que su Dios quería venir
a mí no como a un lugar de recreo o
alquilado, sino como a su propia heredad
o lugar que le pertenece enteramente; y
que por lo tanto, no podía yo negarle la
entrada, sino que siendo tierra viva, debía
recibirle con gozo como a su soberano
dueño, por simple aquiescencia y con el
deseo de que mi corazón fuese el trono
de su majestad”.
Escritos 38.
Ya al final de su vida, el 16 de agosto de
1658, escribe: “El lunes, en la Sagrada
Comunión, en el momento de recibirla, sentí
de pronto la advertencia o deseo de que
Nuestro Señor viniera a mí acompañado de
sus virtudes para comunicármelas...
Y como el tema de nuestra oración de la
mañana era de las señales que aparecieron
en el momento de su muerte, le pedí para mí
dos de ellas: que el velo del templo, que me
figuraba ser mi entendimiento, se rasgase
para no detenerse ya en mi propio juicio y
que la roca de mi corazón se quebrase por
medio de la tolerancia y mansedumbre
hacia mi prójimo. Y como medio, me vino al
pensamiento que debía mirar a Nuestro
Señor en los últimos instantes de su vida; lo
que más me sirvió de lección fue su ultima
palabra: Padre, en tus manos entrego mi
espíritu, dándoseme a entender que no
debía hacer ninguna cosa importante sin
esta relación; y su ultima acción, que fue
inclinar la cabeza, debía servirme de
advertencia para no fijarme en mirar tantas
cosas y para condescender humildemente”.
Escritos 272.
Las Hermanas que vivieron
con Luisa de Marillac dan
también testimonio de esta
actitud a lo largo de su vida:
“…Tenía una confianza
admirable en la Providencia
de Dios para todas las cosas y
especialmente en lo que se
refería a la Compañía,
recomendándonos que nos
pusiéramos en manos de Dios
en todas las conferencias que
nos daba.
... Era muy grande su
sumisión a la voluntad de
Dios, como se demostró en
su ultima enfermedad.
... todo lo refería a Dios, sin
cuya gracia, nos decía, no se
habría hecho absolutamente
nada”.
(IX:1229).
Las Hermanas que la conocieron y el propio
Vicente de Paúl recuerdan su vida de oración en
las conferencias celebradas para hablar de sus
virtudes después de su muerte:
“Las virtudes que he observado en ella es que
siempre tenía su espíritu elevado a Dios”.
“La señorita Le Gras tenía el don de bendecir a
Dios en todas las cosas”.
“Bien, tenéis que pensar que vuestra madre
tenía una vida interior muy intensa para regular
su memoria, de forma que sólo se servía de ella
para acordarse de Dios, y de su voluntad para
amarlo”.
“... era una mujer de mucha vida interior. Quiero
superarme para seguir su ejemplo”.
”…la señorita Le Gras tenía mucha presencia de
Dios en todas sus acciones y elevaba siempre su
espíritu a Dios antes de hacer alguna
advertencia a una hermana”.
“Siempre tenía el espíritu ocupado en Dios,
como ya se ha dicho”.
“Apenas se encontraba sola, se ponía siempre
en oración. Cuando se acercaba una a ella,
ponía un rostro tan alegre que nunca daba la
sensación de que se la molestase, aunque
tuviera que dejar sus oraciones”.
En las cosas de Dios lo más importante no
son los métodos sino la actitud interior
que nos dispone a abrirnos a su irrupción
imprevisible. “La revelación no es
primariamente una doctrina sino un
acontecimiento y, por tanto, no se le
puede responder con un ‘saber’, sino con
una vida”.
Toda la existencia de santa Luisa de
Marillac se entiende en esta perspectiva.
La oración de santa Luisa no es, en primer
lugar, un método, ni un conjunto de
prácticas, sino la totalidad de su vida
vivida en relación con Dios. Luisa hace
entrega de su voluntad a Dios y renueva su
propósito en repetidas ocasiones. Atenta a
la presencia de Dios como Samuel (“Habla,
Señor, que tu siervo escucha”), lo único
que deseó fue ser totalmente de Dios y
Hemos destacado algunos de los
textos de santa Luisa de Marillac…
las referencias a las experiencias
místicas causan un cierto temor:
“Al amar a Dios con todo el
corazón, el místico, ¿no correrá el
peligro de que no le quede corazón
para amarse a sí mismo y para
amar a los hermanos?… Si Dios es
para el místico ‘todas las cosas’, el
todo, sin más, ¿no será la mística
‘huida del solitario al solitario’ que
le recluya en una soledad en la que
no significarán nada el mundo,
obra de Dios, y los hermanos a los
que Dios ha amado hasta el punto
de entregarles a su Hijo?”.
Para despejar estas inquietudes,
será bueno recordar que las más
altas experiencias de Dios en los
místicos cristianos se han
caracterizado, sobre todo, por la
referencia a la humanidad de
Cristo y la conformidad con la
voluntad de Dios, que ha dado sus
frutos en el servicio al prójimo.
La verdadera contemplación
descubre a Cristo, en quien Dios nos
lo ha dicho todo, y a los pobres,
como sacramento de Cristo. En un
momento de contemplación más que
de razonamiento, santa Luisa percibe
que es en la persona de los pobres
donde podemos tributar a Cristo
todos nuestros honores.
“Mi oración ha sido más de
contemplación que de razonamiento,
con gran atractivo por la Humanidad
santa de Nuestro Señor y el deseo de
honrarla e imitarle lo más que pudiera
en la persona de los pobres y de
todos mis prójimos, ya que en alguna
lectura he aprendido que nos había
enseñado la caridad para suplir la
impotencia en que estamos de rendir
ningún servicio a su persona, y esto
ha penetrado en mi corazón de
manera especial y muy íntima”.
La oración de santa Luisa de Marillac
por el P. Corpus Juan Delgado, CM
[Este artículo apareció por primera vez en el libro «San Vicente de Paúl y la Oración»,
XXV semana de estudios Vicencianos, Editorial CEME, Santa Marta de Tormes,
Salamanca, 2000, p. 179-236].

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La oración de santa Luisa de Marillac por el P. Corpus Juan Delgado CM

  • 1. Algunas referencias hermosas e inspiradoras a la vida de oración de Santa Luisa, tomadas de sus escritos De un artículo de Corpus Juan Delgado, CM
  • 2. En las cartas de Santa Luisa encontramos algunas referencias a su vida de oración; algunos pensamientos sobre la oración que Luisa ponía por escrito para compartirlos con su director espiritual o con las Hijas de la Caridad.
  • 3. Así escribía a una señora, a la que probablemente había acompañado como directora de Ejercicios Espirituales: “Aquí tiene el ejercicio de que le he hablado y que me parece muy adecuado para usted, según el conocimiento que su bondad ha querido darme de su alma. […] Tenga siempre, querida señora, en gran aprecio la humildad y la mansedumbre cordial, y trate con toda sencillez y familiaridad inocente, con Nuestro Señor, en sus oraciones, y cuando durante el día eleve su espíritu hacia Él, que es la divina dulzura, no tenga en cuenta si siente o no gusto en ello o consuelo; Dios lo único que quiere de nosotros es nuestro corazón; no ha puesto en nuestro poder más que el puro acto de la voluntad y es lo que mira, junto con la acción que de el procede. Haga las menos reflexiones que le sea posible y viva con una santa alegría al servicio de nuestro soberano Dueño y Señor. Aquí tiene, pues, señora, sencillamente como Nuestro Señor me lo inspira.“ (SANTA LUISA DE MARILLAC. Correspondencia y escritos. CEME, Salamanca, 1985. Carta 723)
  • 4. En una relación detallada enviada a san Vicente, describe Luisa de Marillac su trabajo durante las visitas a las Cofradías de la Caridad. “Tomamos, pues, todas la diligencia de Orleans y nos mantuvimos muy alegres sin que, por gracia de Dios, faltáramos a las observancias, excepto que en las horas de oración y de silencio nos dejábamos vencer por el sueño, de lo que a veces echábamos la culpa al calor. A la vista de las aldeas y ciudades, alguna se encargaba de recordarnos que saludáramos a los Ángeles custodios, con el deseo de que redoblaran sus cuidados por las almas de aquellos lugares para ayudarlas a glorificar a Dios eternamente; y cuando pasábamos delante de las iglesias, hacíamos un acto de adoración al Santísimo Sacramento y saludábamos también a los santos patronos. Cuando llegábamos a los lugares en que teníamos que comer o pernoctar, algunas de las hermanas iban a la iglesia a dar gracias a Dios por su asistencia y pedirle nos la continuara, así como su santa bendición para que cumpliéramos su santísima voluntad. Si había en el lugar un hospital, las mismas Hermanas iban a visitarlo, o si no, a algún enfermo del mismo lugar, y lo hacían en nombre de la Compañía, para no interrumpir el ofrecimiento de nuestros servicios y deberes hacia Dios en la persona de los pobres … con quien estuvimos hablando después de haber adorado a Dios y saludando a la Santísima Virgen… después de haber hecho nuestras devociones en la iglesia de Nuestra Señora, continuarnos el viaje con toda felicidad, a Dios gracias… Allí, después de haber adorado al Santísimo Sacramento, fuimos a saludar a nuestros queridos Amos y después a todas nuestras Hermanas que tuvieron un gran consuelo de ver a toda nuestra Compañía. … para poder ir a la iglesia de las Ursulinas, que era la más próxima, para adorar a Dios y darnos de nuevo a Él para cumplir su santa voluntad”. Carta 171.
  • 5.
  • 6.
  • 7. En tomo a 1633 escribe: “El día de Pascua, mi meditación fue el deseo de resucitar con Nuestro Señor, y como sin muerte no hay resurrección, vi que eran mis malas inclinaciones las que debían morir y que debía quedar completamente destruida amortiguando toda mi vivacidad interior, lo que bien veía no podría yo conseguir por mí misma, pero me pareció que nuestro buen Dios me pedía mi consentimiento que yo le di por entero, para operar Él mismo lo que quería ver en mí”. Escritos 84.
  • 8. Como si se tratara de algo habitual, santa Luisa relata con sencillez la acción de Dios en ella, a la que se adhiere gustosa. “De tiempo en tiempo, especialmente en las grandes solemnidades, la vista de mi abyección con el recuerdo de mis faltas e infidelidades a Dios... me hace temer el acercarme a la Sagrada Comunión... Hallándome el día de Todos los Santos sumida en la verdadera consideración de mi vileza, me pareció que a mi alma se le daba a entender que su Dios quería venir a mí no como a un lugar de recreo o alquilado, sino como a su propia heredad o lugar que le pertenece enteramente; y que por lo tanto, no podía yo negarle la entrada, sino que siendo tierra viva, debía recibirle con gozo como a su soberano dueño, por simple aquiescencia y con el deseo de que mi corazón fuese el trono de su majestad”. Escritos 38.
  • 9. Ya al final de su vida, el 16 de agosto de 1658, escribe: “El lunes, en la Sagrada Comunión, en el momento de recibirla, sentí de pronto la advertencia o deseo de que Nuestro Señor viniera a mí acompañado de sus virtudes para comunicármelas... Y como el tema de nuestra oración de la mañana era de las señales que aparecieron en el momento de su muerte, le pedí para mí dos de ellas: que el velo del templo, que me figuraba ser mi entendimiento, se rasgase para no detenerse ya en mi propio juicio y que la roca de mi corazón se quebrase por medio de la tolerancia y mansedumbre hacia mi prójimo. Y como medio, me vino al pensamiento que debía mirar a Nuestro Señor en los últimos instantes de su vida; lo que más me sirvió de lección fue su ultima palabra: Padre, en tus manos entrego mi espíritu, dándoseme a entender que no debía hacer ninguna cosa importante sin esta relación; y su ultima acción, que fue inclinar la cabeza, debía servirme de advertencia para no fijarme en mirar tantas cosas y para condescender humildemente”. Escritos 272.
  • 10. Las Hermanas que vivieron con Luisa de Marillac dan también testimonio de esta actitud a lo largo de su vida: “…Tenía una confianza admirable en la Providencia de Dios para todas las cosas y especialmente en lo que se refería a la Compañía, recomendándonos que nos pusiéramos en manos de Dios en todas las conferencias que nos daba. ... Era muy grande su sumisión a la voluntad de Dios, como se demostró en su ultima enfermedad. ... todo lo refería a Dios, sin cuya gracia, nos decía, no se habría hecho absolutamente nada”. (IX:1229).
  • 11. Las Hermanas que la conocieron y el propio Vicente de Paúl recuerdan su vida de oración en las conferencias celebradas para hablar de sus virtudes después de su muerte: “Las virtudes que he observado en ella es que siempre tenía su espíritu elevado a Dios”. “La señorita Le Gras tenía el don de bendecir a Dios en todas las cosas”. “Bien, tenéis que pensar que vuestra madre tenía una vida interior muy intensa para regular su memoria, de forma que sólo se servía de ella para acordarse de Dios, y de su voluntad para amarlo”. “... era una mujer de mucha vida interior. Quiero superarme para seguir su ejemplo”. ”…la señorita Le Gras tenía mucha presencia de Dios en todas sus acciones y elevaba siempre su espíritu a Dios antes de hacer alguna advertencia a una hermana”. “Siempre tenía el espíritu ocupado en Dios, como ya se ha dicho”. “Apenas se encontraba sola, se ponía siempre en oración. Cuando se acercaba una a ella, ponía un rostro tan alegre que nunca daba la sensación de que se la molestase, aunque tuviera que dejar sus oraciones”.
  • 12. En las cosas de Dios lo más importante no son los métodos sino la actitud interior que nos dispone a abrirnos a su irrupción imprevisible. “La revelación no es primariamente una doctrina sino un acontecimiento y, por tanto, no se le puede responder con un ‘saber’, sino con una vida”. Toda la existencia de santa Luisa de Marillac se entiende en esta perspectiva. La oración de santa Luisa no es, en primer lugar, un método, ni un conjunto de prácticas, sino la totalidad de su vida vivida en relación con Dios. Luisa hace entrega de su voluntad a Dios y renueva su propósito en repetidas ocasiones. Atenta a la presencia de Dios como Samuel (“Habla, Señor, que tu siervo escucha”), lo único que deseó fue ser totalmente de Dios y
  • 13.
  • 14.
  • 15. Hemos destacado algunos de los textos de santa Luisa de Marillac… las referencias a las experiencias místicas causan un cierto temor: “Al amar a Dios con todo el corazón, el místico, ¿no correrá el peligro de que no le quede corazón para amarse a sí mismo y para amar a los hermanos?… Si Dios es para el místico ‘todas las cosas’, el todo, sin más, ¿no será la mística ‘huida del solitario al solitario’ que le recluya en una soledad en la que no significarán nada el mundo, obra de Dios, y los hermanos a los que Dios ha amado hasta el punto de entregarles a su Hijo?”. Para despejar estas inquietudes, será bueno recordar que las más altas experiencias de Dios en los místicos cristianos se han caracterizado, sobre todo, por la referencia a la humanidad de Cristo y la conformidad con la voluntad de Dios, que ha dado sus frutos en el servicio al prójimo.
  • 16. La verdadera contemplación descubre a Cristo, en quien Dios nos lo ha dicho todo, y a los pobres, como sacramento de Cristo. En un momento de contemplación más que de razonamiento, santa Luisa percibe que es en la persona de los pobres donde podemos tributar a Cristo todos nuestros honores. “Mi oración ha sido más de contemplación que de razonamiento, con gran atractivo por la Humanidad santa de Nuestro Señor y el deseo de honrarla e imitarle lo más que pudiera en la persona de los pobres y de todos mis prójimos, ya que en alguna lectura he aprendido que nos había enseñado la caridad para suplir la impotencia en que estamos de rendir ningún servicio a su persona, y esto ha penetrado en mi corazón de manera especial y muy íntima”.
  • 17. La oración de santa Luisa de Marillac por el P. Corpus Juan Delgado, CM [Este artículo apareció por primera vez en el libro «San Vicente de Paúl y la Oración», XXV semana de estudios Vicencianos, Editorial CEME, Santa Marta de Tormes, Salamanca, 2000, p. 179-236].