Guía de actividades y rúbrica de evaluación - Unidad 3 - Escenario 4 - Rol de...
Lectio divina
1. «Lectio Divina» lectura divina en Latín.
1. Preparación previa. Búsqueda de la lectura
Antes de empezar la Lectio es importante hacer un pequeño trabajo previo. Se trata de buscar el
Evangelio del día correspondiente o otro que quieras meditar
2. Señal de la Cruz
Comenzamos buscando un lugar y una posición adecuados para la oración. Lo siguiente (que puede
resultar obvio, pero que es importante recordar) es que un católico empieza siempre sus oraciones
con la Señal de la Cruz.
3. Oración Inicial
Existen muchas oraciones con las que podemos dar apertura a la Lectio Divina. Una sugerencia es
invocar al Espíritu Santo para que nos ilumine y permita escuchar el mensaje que Dios nos quiere dar
a través de su Palabra. Aquí te dejamos un ejemplo, pero en realidad la oración inicial la puedes
construir con tus propias palabras.
«Señor mío, puesto en tu presencia quiero disponer mi corazón para este momento de oración. Envía
tu Espíritu Santo para me ilumine y abra mi mente y corazón a todo lo que Tú me quieras decir hoy.
Gracias, Señor, por alimentarme con tu Palabra».
4. Lectura bíblica
Es en este punto que se lee la lectura bíblica del Evangelio que previamente
seleccionaste. Puede ser el Evangelio del día o el que tú has elegido para meditar. Es bonito hacer
la lectura directamente de la Biblia y hacerlo pausadamente para comprender lo que está escrito.
5. Lectura breve
Es en este punto en el que volvemos a dar lectura al comentario o reflexión sobre el
Evangelio que hayamos encontrado y seleccionado en la preparación previa. Esta lectura breve tiene
como objetivo ayudarte a profundizar su sentido y predisponerte a escuchar la voz de Dios.
6. Breve meditación personal
En este punto se hace silencio interior y propiamente empieza la meditación. La idea es que
puedas profundizar en lo que este Evangelio tiene que ver con tu vida y acogerlo en el corazón. Aquí
te dejamos algunas preguntas que pueden ayudarte en este paso:
1. ¿Qué me dice el Evangelio que he leído?
2. ¿Cómo ilumina mi vida?
3. ¿Qué rasgos de Jesús encuentro en él?
4. ¿Qué mensaje particular Dios me quiere hacer llegar?
7. Acción de gracias y peticiones personales
Para ir finalizando, y luego de haber meditado en la lectura bíblica, damos gracias a Dios por el
momento vivido y le pedimos por nuestras intenciones. Es un momento libre, en el que elevas
una oración a Dios desde la experiencia de encuentro que acabas de tener con Él, lo contemplas y
permites que tu corazón entre en sintonía con su Palabra.
8. Oración final y consagración a María
Hemos llegado al final de nuestra Lectio. Como lo indicamos al principio del post, esta estructura no
es rígida. Podemos terminar la Lectio con la oración de acción de gracias. Pero una forma muy linda
de cerrarla, es consagrándonos a María y pidiendo su intercesión. Te sugerimos rezar un Padre
Nuestro, un Ave María y un Gloria.
9. Señal de la Cruz
Habiendo terminado nuestra meditación, y luego de consagrarnos a María, terminamos de la misma
manera en como empezamos, con la señal de la Cruz.
3. Lectura Bíblica según el Evangelio del día: “Tú eres el Mesías de Dios” Lc. 9,18-22.
Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Ellos le
respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado”. “Pero
ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro, tomando la palabra, respondió: “Tú eres el Mesías de Dios”. Y él les ordenó
terminantemente que no lo dijeran a nadie. “El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos
sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”.
Lectura espiritual breve
Meditemos:
¿Quién dicen los hombres que soy? Es una pregunta que aún hoy nos hace Cristo a cada uno de los que profesamos el nombre de
cristianos. Esa vez fue dirigida a los apóstoles y causó el mismo impacto que si nos la dijera hoy Jesús a nosotros. Ellos, que habían
escuchado sus palabras, habían dejado todo por seguirlo, nunca se habían cuestionado sobre quién era “realmente” aquel Hombre
que podía dominar la naturaleza y que curaba a los enfermos y perdonaba los pecados. Ante la primera pregunta muchos
respondieron de inmediato: que Juan el Bautista, que alguno de los profetas… Y vosotros, ¿quién decís que soy? Sólo ahora se
quedaron estupefactos. No se lo habían planteado jamás. ¿Cómo era posible que no supieran quién era? Ocurre que muchos
católicos tras años de bautizados, y después de haber visto la acción de la gracia tan patente por los sacerdotes, tampoco saben
“realmente” quién es Él. Porque es una pregunta que se responde de corazón a corazón, no de un frío libro a una también fría mente.
Cristo pregunta y lo hace porque desea que lo conozcamos de veras. Sólo el bueno e intrépido de Pedro responderá justamente: Tú
eres el Cristo. Porque se ha dejado llevar de la inspiración del Espíritu, él que será la Piedra de la Iglesia. ¿Sabemos quié n es Cristo?
Respondámosle sin miedo en la intimidad de la oración de corazón a Corazón.
Breve meditación personal
Haz silencio en tu interior y pregúntate:
1.- ¿Quién es Jesús para mí? ¿Lo conozco realmente?
2.- ¿Qué puedo hacer para conocerlo más?
3.- ¿Mi oración tiene como uno de sus objetivos encontrarme (y así conocer) más a Jesús?
4.-¿De qué otras formas puedo acercarme más al Señor para reconocerlo como el Mesías de Dios para mí?
Acción de gracias y peticiones personales
Gracias Jesús por tu presencia en mi vida, gracias porque estás a mi lado cada vez que te busco en la oración. Ayúdame a descubrir
el Plan que has preparado para mí para que, desde mi libertad, te pueda decir un sí generoso y lo mantenga constante por toda mi
vida.
4. ¿Y vosotros, ¿quién decís que soy yo…?
Estamos ante la pregunta clave de Jesús a sus discípulos y, por tanto, a nosotros: ¿Quién decís que soy yo? Fue una pregunta bien
formulada. No existen preguntas sin respuesta, salvo cuando se formulan mal. Por eso es tan importante aquilatar bien las preguntas,
máxime si en ellas nos jugamos el todo o nada. En H. Murakami leí: “Preguntar es vergüenza de un instante; no preguntar es
vergüenza de una vida”.
Jesús no pasó vergüenza al preguntar; sabía muy bien quién era, pero eso no era lo importante. En Él no había problemas de
identidad personal. Quería poner a prueba a los suyos/nosotros. Posiblemente se miraron entre sí desconcertados al escuchar tal
pregunta comprometedora. ¿Qué responder, en qué apuro quería meterlos? ¿Soportaron su mirada de frente?
Había que definirse. No cabían las medias tintas, las salidas airosas, el mirar para otro lado, el silbar para no darse por a ludidos, el
remover el polvo con las sandalias, el… La pregunta comprometía más de lo que parecía.
Porque además no se trataba de dar respuestas genéricas, aprendidas en la sinagoga en textos veterotestamentarios. Había que
responder sin tapujos, sin alambres y sin miedos interiores.
Muchos le dieron la espalda y se marcharon sin decir palabra. Y no volvieron más con Él. Otros, los más cercanos, salieron de la
pregunta trampa lo mejor que pudieron y siguieron a su lado no sin titubeos.
No se trataba solo de decir quién era, sino cómo decirlo, con qué actitudes, con qué compromisos reales, con qué acciones que
mostrasen su convencimiento y decisión de seguimiento.
La pregunta sigue ahí para cada uno de nosotros. Dos mil años después no caben respuesta para salir airosos, no cabe el: Bueno,
pues Tú eres… Para ello ya están los tratados teológicos o antropológicos.
Y una vez que se responde, qué sucede, cómo cambiamos de actitudes, qué compromisos adquirimos, qué remueve nuestro interior,
qué o cómo estamos dispuestos a transformar el entorno en que vivimos, vamos a seguir igual, como si tal cosa… Por eso, ante Jesús
no importa tanto el qué respondemos como el cómo lo mostramos. ¿Verdad que queda claro? Del cómo, una vez manifestado el qué,
depende el futuro de nuestra fe, de la fe de la Iglesia y de la credibilidad de ambos.
Lo sabemos bien los educadores: “Hacer preguntas es prueba de que se piensa” (R. Tagore). Jesús pensaba y lo que es mejor: quería
hacer pensar. La pregunta no ha perdido vigencia. ¿Las respuestas y sus consecuencias…?