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Recorrido histórico
del Rito Hispano-Mozárabe
Francisco María Fernández Jiménez
Dentro de la jornada de este año1
, se ha creído conveniente ofrecer un
breve recorrido histórico de nuestro venerable rito hispano-mozárabe, no
tanto para aportar algo novedoso, sino para ofrecer a los presentes una vi-
sión global de cómo se originó este rito, cuándo se formó y cómo ha lle-
gado hasta nuestros días2
. Eso es lo que intento hacer en esta comunica-
ción sin pretender ser exhaustivo, pues no es el objeto de este estudio.
Antes de empezar con el desarrollo histórico, permítanme que dedique
unas líneas para tratar el nombre con el que se puede denominar nuestra
liturgia. El más popular, al menos hasta hace unos años, es el de “liturgia
mozárabe” por ser esta comunidad la que la ha conservado. Según Pinel3
1
Esta comunicación fue leída en el marco de las VIII Jornada del Aula de Estudios
Hispano-Mozárabes el 18 de diciembre de 2018.
2
Para ello me he servido de esta bibliografía básica: J. Bohajar, «Hispania, Litur-
gia», en D. Sartore, A. M. Triacca, J. M. Canals (dirs.) Nuevo diccionario de Litur-
gia (San Pablo, Madrid 3
1996) 943-962. M. Righetti, Historia de la Liturgia, vol. I
(BAC, Madrid 2
2013) 302-315. J. M. Pinell, «Liturgia hispánica», en Q.Aldea Vaque-
ro et alii (dir.) Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol, II (CSIC, Madrid
1972) 1303-1320. J. M. Ferrer Grenesche, «La Liturgia Hispano-Mozárabe», en His-
pania Gothorum. San Ildefonso y el Reino Visigodo de Toledo (Toledo 2007) 255-268.
J. M. Ferrer Grenesche (dir.) Curso de liturgia Hispano-Mozárabe (Estudio Teológi-
co San Ildefonso, Toledo 1995). R. Gonzálvez Ruiz, «La obra de unificación litúrgica
del Concilio IV de Toledo», en Hispania Gothorum. San Ildefonso y el Reino Visigodo
de Toledo (Toledo 2007) 269-284. F. M. Fernández Jiménez, «Influencias y contactos
entre la liturgia hispana y la liturgia alejandrina y bizantina», en I. Pérez Martín- P. Bá-
denas de la Peña, Bizancio y la Península Ibérica. De la antigüedad tardía a la edad
moderna (CSIC, Madrid 2004) 165-176.
3
Cf. J. M. Pinell, «Liturgia hispánica», 1303.
Francisco María Fernández Jiménez
2
esta denominación viene de la época de Cisneros, y olvida sus orígenes y
su formación que son anteriores a la época mozárabe. También se ha lla-
mado “visigótica” pero tampoco parece adecuada en cuanto que esta la li-
turgia comienza en una época anterior a la llegada de los visigodos y fue-
ron los hispanos romanos sus autores y no los visigodos que poco inter-
vinieron en ella aún después del III Concilio de Toledo si exceptuamos a
san Ildefonso. La denominación más correcta sería la de “liturgia hispa-
na”, aunque también se la podría llamar “hispano-mozárabe”, por ser es-
tos últimos los que la han conservado. Por tanto, si tuviéramos que dar
una definición podríamos decir que la liturgia hispana «es el conjunto de
celebraciones litúrgicas del rito hispano, que se formó en la Península
Ibérica entre los siglos III al VII, siendo la última liturgia occidental en
configurarse»4
y una de las pocas en perdurar hasta hoy.
1. Orígenes de la liturgia hispana
El origen de nuestra venerable liturgia hay que buscarlo en la evange-
lización de nuestra patria que se produjo ya en el primer siglo del cristia-
nismo. Según eran catequizados los pueblos, iban incorporando los ritos
que traían los misioneros. Teniendo esto en cuenta, se han apuntado va-
rias teorías sobre el origen de nuestra liturgia que no son excluyentes las
unas de las otras. Unos afirman su origen romano, otros se inclinan por su
procedencia norteafricana, y finalmente, hay quiénes se decantan por un
origen asiático y alejandrino5
. Lo más verosímil es que la evangelización
de la Península Ibérica se realizase desde dos puntos distintos: Desde la
provincia Tarraconense, donde se observa una fuerte influencia romana
que explicaría la relación de nuestra liturgia con la romana y la antioque-
na, y desde la provincia Bética cuya influencia del norte de África es pa-
tente sin olvidar que también en esta zona el influjo romano se dejó sen-
tir. Lo que debemos afirmar es que, a pesar de la procedencia de la evan-
gelización, estos datos no son de excesiva importancia pues en esta épo-
4
F. M. Fernández Jiménez, «Influencias y contactos entre la liturgia hispana y la
liturgia alejandrina y bizantina», 166.
5
Para más información sobre este problema véase el artículo de M. Sotomayor,
«La Iglesia en la España Romana», en R. García-Villoslada, Historia de la Iglesia en
España, vol. I, (BAC, Madrid 1979) 120-165; y las obras de J. Orlandis, Historia de la
Iglesia, vol. I: La Iglesia Antigua y Medieval (Madrid 4
1982) 23-25, y, La conversión de
Europa al cristianismo (Madrid 1988) 24-30.
Recorrido histórico del Rito Hispano-Mozárabe 3
ca los distintos ritos litúrgicos apenas estaban desarrollados. Será a partir
del siglo IV cuando estos empiecen a diferenciarse6
.
Teniendo todo esto en cuenta, podemos presentar estas teorías sobre
su origen. La primera es la de Pinel quien sostiene que la estructura de la
misa hispana se puede explicar por una relación con un grupo de anáforas
de tipo alejandrino, especialmente la de Serapión (siglo IV), la de san Ci-
rilo y la liturgia etiópica. De estas, la liturgia hispana habría tomado, por
ejemplo, el lugar de los dípticos entre el ofertorio y la plegaria consagra-
toria, la proclamación del credimus después de la consagración y el fre-
cuente uso del amén como respuesta de los fieles7
. Del África latina ven-
drían las traducciones al latín de la Biblia. De la liturgia de Milán, la or-
denación de las lecturas en profecía, apóstol y evangelio. Y, además, se
pueden observar influencias de los libros eucológicos romanos y de cier-
tas formas rituales bizantinas que aparecen en época más avanzada8
.
Para Ferrer Grenesche, tanto en el arte hispano religioso como en el
Ordo Missae nos encontramos una raíz romano-antioquena9
, por tanto,
nuestra liturgia se asentaría en elementos de estos dos ritos sin olvidar las
relaciones de la Iglesia hispana con el norte de África cuya influencia se
dejará sentir en gran medida en nuestro culto.
Para Bohajar, la liturgia hispana se va gestando desde el siglo III a
principios del siglo VI en sus contactos principalmente con la iglesia de
Roma y la del norte de África. Todo ello va disponiendo que nuestra litur-
gia tenga una estructura bastante afín a las otras liturgias, especialmente
las occidentales. Señala también que, como la Península estaba dividida
en varias zonas cristianas, en la liturgia hispana se verá también la varie-
dad de tradiciones litúrgicas10
.
6
Cf. F. Cabrol, «Mozarabe (la liturgie)», en F. Carbol, H. Leclercq (dirs), Dic-
tionnaire d’Archéologie Chrétienne et de Liturgie, vol. XII (París 1935) 391-92.
7
Sobre las influencias orientales en la liturgia es interesante el siguiente artículo: S.
Aguilera López, «Elementos orientales en el “Ordo Missae” Hispano-Mozárabe», en
AAVV, Los Códices Visigóticos Litúrgicos de la Biblioteca Capitular de Toledo (Cate-
dral Primada-Instituto Teológico San Ildefonso, Toledo 2018) 85-115.
8
Cf. J. M. Pinell, «Liturgia hispánica», 1303-04.
9
Cf. J. M. Ferrer Grenesche, «Liturgia y arte hispano-mozárabe», en J. M. Fe-
rrer Grenesche (dir.), Curso de liturgia hispano-mozárabe, 16.
10
Cf. J. Bohajar, «Hispania, Liturgia», 949.
Francisco María Fernández Jiménez
4
Finalmente, Righetti afirma11
que la liturgia hispana no depende exclu-
sivamente de otra liturgia, sino que tiene elementos de varias. Señala ade-
más su semejanza con la galicana en cuanto a su estructura. Para expli-
car este parecido nos ofrece distintas hipótesis que resume en dos tenden-
cias: la que sostiene que la liturgia galicana procede de la liturgia del Asia
Menor que traería san Ireneo a Lyon y que de aquí pasaría a Hispania y la
que ambas liturgias se habrían formado de un patrimonio litúrgico común
procedente del norte de África. Este última es la hipótesis más extendida.
En resumen, lo más probable es que nuestra venerable liturgia tenga
su origen en la liturgia romana y la del norte de África, con influencias de
ciertas liturgias orientales tanto alejandrinas, como antioquenas.
2. Época de formación del rito
Con la llegada de los visigodos a la Península Ibérica y la consolida-
ción de su reino con la capital en Toledo se abre lo que podríamos deno-
minar la época de formación del rito. La visigodos eran arrianos y tenían
su propia liturgia y jerarquía. Los católicos volvieron sus ojos a hacia Bi-
zancio que desde el año 551 se habían asentado en Cartagena y una zona
del sur de la Península12
.. Esto produce un influjo de la liturgia bizantina
sobre la hispana difícil de precisar, como afirma Ferrer con estas palabras:
«Resulta difícil medir el influjo bizantino en los hispano-romanos católi-
cos, pero al menos hay que reconocer la atracción que ejercería sobre sus es-
píritus una liturgia ya consolidada y grandiosa como la bizantina. Estos bi-
zantinos permanecieron en la Península hasta el 625, enfriándose mucho las
relaciones con ellos desde que en el 589 la monarquía visigoda se convier-
te al catolicismo13
».
En esta etapa de formación Pinel constata la existencia de al menos
dos tradiciones14
a juzgar por las divergencias existentes entre ciertos ma-
nuscritos y los libros impresos por orden de Cisneros. Las llama tradición
11
Cf. M. Righetti, Historia de la Liturgia, vol. I, 304-306.
12
F. M. Fernández Jiménez, «Influencias y contactos entre la liturgia hispana y la
liturgia alejandrina y bizantina», 167-68.
13
J. M. Ferrer Grenesche, «Liturgia y arte hispano-mozárabe», 18.
14
J. M. Pinell, «Liturgia hispánica», 1304-05.
Recorrido histórico del Rito Hispano-Mozárabe 5
A y B. Algunas de las diferencias entre ambas tradiciones son las siguien-
tes: mientras en la tradición A hay cinco domingos de Adviento, en la B
hay seis. Se observan gran variedad en ambas tradiciones en las lecturas
de la Vigilia Pascual y, en general, en la perícopa de la misa. Se advier-
ten diferencias notables en las misas de Cuaresma y además difieren en
los dípticos. Según el estudio de Pinel la tradición A se habría difundido
en el norte de la Península, en Tarragona y Carcasona, mientras que la B
procedería de Sevilla y la encontramos en Toledo, aunque también en esta
última ciudad se pueden encontrar algunos manuscritos de la tradición A.
Pinel termina afirmando que estas dos tradiciones «representan dos ritos
hermanos, pero distintos, relacionados entre sí, como lo son algunos de
los ritos orientales pertenecientes a una misma familia»15
.
3. Etapa de unificación y codificación
En el III Concilio de Toledo se produce la unidad político-religiosa
del reino visigodo y se dan los primeros pasos hacia una unificación del
rito hispano, dado que existían discrepancias en la forma de celebrar en-
tre las diversas sedes metropolitanas, como acabo de apuntar más arriba.
Pero estos pasos fueron muy tímidos. Lo más sobresaliente es la obliga-
ción de recitar el credo constantinopolitano en la celebración de la misa,
como podemos leer en el canon segundo:
«En todas las iglesias de España, Galia y Galicia, siguiendo las
costumbres de las iglesias orientales, se recite el símbolo de la fe del concilio
de Constantinopla, esto es, el de los 150 obispos, para que, antes de que se
recite la oración dominical, se proclame por el pueblo en voz clara aque-
llo con lo que la fe verdadera tenga un manifiesto testimonio y los corazo-
nes del pueblo se acerquen purificados por la fe a recibir el cuerpo y sangre
de Jesucristo»16
.
También proporciona unos criterios comunes sobre las siguientes cues-
tiones: la reconciliación de los penitentes (c. 11-12), la procesión fúne-
bre de personas religiosas, en las que se exige que se canten salmos y no
15
J. M. Pinell, «Liturgia hispánica», 1306.
16
III Concilio de Toledo, c. 2. Ed. J. Vives (ed.); Concilio Visigóticos e Hispano-Ro-
manos (CSIC, Barcelona-Madrid 1963) 125.
Francisco María Fernández Jiménez
6
otro tipo de cantos fúnebres populares (c. 22), y la prohibición de danzar
en las fiestas de los santos cuando se acude a los oficios divinos» (c. 23).
La gran tarea de unificación la emprendió el IV Concilio de Toledo
(633) presidido por san Isidoro de Sevilla. Así recoge el canon segundo
de este concilio los motivos que la recomendaba:
«Que se celebren de una misma manera los servicios y oficios en todas
las iglesias. Después de la confesión de la verdadera fe que se proclama en
la santa Iglesia de Dios, tenemos por bien que todos los obispos estamos
enlazados por la unidad de la fe católica, en adelante no procedamos en la
administración de los sacramentos de la Iglesia de manera distinta o chocante,
para evitar que nuestra diversidad en el proceder pueda parecer, delante de
los ignorantes o de los carnales, como error cismático, y la variedad de las
iglesias se convierta en escándalo para muchos. Guárdese, pues, el mismo
modo en la celebración de la misa y la misma forma de los oficios vesperti-
nos y matutinos. Y en adelante los usos eclesiásticos entre nosotros que es-
tamos unidos por una fe y en un mismo reino no discreparán, pues esto es lo
que los antiguos cánones decretaron: que cada provincia guarden unas mis-
mas costumbres en los cánticos y misterios sagrados»17
.
Este concilio, además, legisla sobre la abolición de diversas divergen-
cias a la hora de celebrar la liturgia en los diversos lugares hispanos. La
primera es sobre la unidad en todo el reino de la celebración de la Pascua
que, por culpa de distintos calendarios usados para determinar el día, no
se celebraba por todas las iglesias en la misma fecha, por eso decreta que
los metropolitanos se reúnan tres meses antes de la epifanía para determi-
nar la fecha (c. 5). También obliga a la hora de administrar el sacramen-
to del bautismo a que se haga una sola inmersión en vez de tres para evi-
tar apariencia de cisma aun cuando las dos formas de bautizar son legíti-
mas según el concilio (c. 6). Asimismo, establece que se celebren oficios
litúrgicos el Viernes Santo para que se predique la pasión del Señor para el
perdón de los pecados, pues hay iglesias que permanecían cerradas en este
día (c. 7). Igualmente, reprueba la costumbre de algunas iglesias de rom-
per el ayuno el viernes santo después de nona (c.8). También legisla so-
bre la bendición de la lámpara y el cirio en la Vigilia Pascual, pues había
iglesias que no lo hacían (c.9). En este mismo tono, reprueba la costumbre
17
IV Concilio de Toledo, c. 2. Ed. J. Vives (ed.); Concilio Visigóticos e Hispano-
Romanos, 188.
Recorrido histórico del Rito Hispano-Mozárabe 7
de algunos obispos de cantar el aleluya en Cuaresma y ordena que no se
haga y además pone como ejemplo las otras liturgias que omiten este cán-
tico durante este tiempo litúrgico (c. 11). Junto a esto, ordena bajo pena
de excomunión que la oración de laudes (que corresponde a nuestro alelu-
ya antes del evangelio) en la misa, que se recitaba en algunas iglesias des-
pués de la epístola, se haga después del evangelio a causa de la gloria de
Cristo que es anunciada en el mismo evangelio (c. 12). Se obliga también
a entonar el Cántico de Daniel en todas las misas de los domingos y fies-
tas de los mártires (c. 14). También señala que debe decirse “Gloria y ho-
nor al Padre” al finalizar los salmos y no solo “Gloria al Padre” como ha-
cen algunas iglesias (c.15). Así mismo, el Concilio acepta como canónico
el libro del Apocalipsis y obliga su lectura bajo pena de excomunión des-
de Pascua a Pentecostés (c. 17). También unifica el orden de la comunión
pues hay sacerdotes que comulgan después del padrenuestro y luego dan
la bendición al pueblo. Se manda que se comulgue después de bendecir al
pueblo y no antes, imponiendo este orden: padrenuestro, la mezcla del pan
y el cáliz (coniunctio panis et calicis), la bendición y la comunión (c. 18).
Esta legislación en favor de la unidad del rito no fue obstáculo para
que se siguiera componiendo oraciones nuevas.
4. Época mozárabe
Con la invasión de los musulmanes, se produce en España la desapa-
rición del reino visigodo, aunque no de su liturgia. Muy pronto surge el
reino astur en las montañas de Covadonga y luego en Asturias. Debido
a esto, el rito hispano se celebrará en Hispania en dos zonas distintas: la
cristiana (hay que decir que el rey Alfonso II el Casto restauró el rito his-
pano en el año 790) y la musulmana en la que los cristianos siguen ce-
lebrando su liturgia en el rito hispano. A estos últimos se los denomina
mozárabes. Esta comunidad no deja de sufrir en algunos momentos pe-
riodos de persecuciones, como la del siglo IX en Córdoba donde murió
entre otros, san Eulogio. Pero, también existen lugares donde se siguen
componiendo eucologías, aunque la producción litúrgica se reduce drás-
ticamente18
.
18
J. Bohajar, «Hispania, Liturgia», 958.
Francisco María Fernández Jiménez
8
5. Supresión del rito
Durante la época mozárabe, más en concreto en el siglo VIII se originó
la cuestión adopcionista promovida por el arzobispo de Toledo, Elipando,
y en la que estuvo implicado el obispo Félix de Urgel. Ambos utilizaron
textos de la liturgia hispana para, de forma abusiva, justificar su adopcio-
nismo. Esta doctrina fue condenada por el sínodo de Fráncfort del 794.
Este hecho provocó en los papas posteriores una prevención frente al rito
mozárabe que no se desvanecerá en adelante. Así los romanos pontífices
Juan X y Alejandro II intentaron suprimirlo. En efecto, cuando se logró la
liberación de Cataluña de los sarracenos, se empezó a utilizar el rito ro-
mano auspiciado por los monasterios benedictinos. En esta misma épo-
ca, los obispos españoles visitaron al papa Juan X porque les había lle-
gado un rumor de que deseaba suprimir el rito por errores cristológicos.
Estos le llevaron los libros litúrgicos que fueron examinados por el papa
y aprobados en el año 918. Posteriormente en el 924 este pontífice envió
a un presbítero como legado a España para pedir a los obispos que usa-
ran para la consagración las palabras del rito romano pues se dio cuenta
de que las fórmulas de la consagración de ambos ritos eran distintas. En
1064 el papa Alejandro II envió otra legación encabezada por Hugo Cán-
dido para pedir la supresión de este rito19
.
Pero, fue el papa san Gregorio VII (1073-85) quien, al emprender la
labor unificadora tanto en el nombramiento de obispos como en el uso del
rito romano para toda la cristiandad occidental, conseguirá abolir el rito
hispano casi del todo. Para ello en 1073 escribió una bula a los reyes Al-
fonso de León y de Castilla y Sancho de Aragón para conminarles a que
usasen en sus territorios el rito romano y no el toledano. El papa Grego-
rio obtuvo, después del envío de varias legaciones, del concilio de Bur-
gos del 1080 la abolición del rito gótico y la sustitución por el romano20
.
Esto ocurría en la zona cristiana, en la dominada por los árabes se-
guía vigente el rito hispano. Con la conquista de Toledo el 25 de mayo de
1085, Alfonso VI permitió a los mozárabes seguir celebrando en este rito
en las seis parroquias existentes en la ciudad, a saber, Santa Justa y Rufi-
19
J. M. Pinell, «Liturgia hispánica», 1306.
20
J. Bohajar, «Hispania, Liturgia», 959. Sobre este aspecto puede consultarse el si-
guiente artículo: J. P. Rubio Sadia, «Apud Hispanos lex Toletana obliterata est. De su-
presiones, olvidos y pervivencias en torno al rito hispano», Toletana 33 (2015/2) 25-42.
Recorrido histórico del Rito Hispano-Mozárabe 9
na, San Lucas, San Sebastián, San Marcos, Santa Eulalia y San Torcuato.
En las de nueva creación se celebraría siguiendo el rito romano21
. Dio la
casualidad de que el papa san Gregorio VII firme defensor de la supresión
del rito hispano murió el mismo día de la entrada de Alfonso VI en Tole-
do y, como es natural, no pudo oponerse a la decisión real.
Pero el hecho de que las nuevas parroquias y la misma Catedral cele-
braran en rito romano frente a las seis parroquias mozárabes, junto con la
dificultad que tenían dichos párrocos en oficiar en este rito, pues algunos
de los clérigos asignados a estas parroquias lo desconocían y no permane-
cían indefinidamente en ellas y, además, les era difícil leer en letras visi-
godas, puso en grave peligro la pervivencia del rito. A esto hay que añadir
la dificultad de copiar los libros litúrgicos por la penuria económica de las
citadas parroquias22
. Es cierto que en algunos periodos se intentó poner
freno a esta penuria. Uno de los arzobispos que intentó mejorar este pro-
blema fue el cardenal Mendoza quien firmó un decreto el 26 de abril de
1484 mediante el cual se permitía a las parroquias mozárabes acoger fe-
ligreses de las otras parroquias latinas. Ante la queja de los párrocos lati-
nos que veían disminuir sus ingresos que procedían de los diezmos anua-
les de sus feligreses, solo se permitió que un máximo de diez feligreses de
cada parroquia latina pudiera pasar a las mozárabes (decreto del 20 de oc-
tubre de 1484). Al año siguiente, buscando una solución más eficaz, con-
cedió a estas parroquias poder recuperar los diezmos que debían abonar
al arzobispo anualmente23
.
6. Reforma cisneriana
En el año 1499 Cisneros fue nombrado arzobispo de Toledo. Antes de
esta fecha, en una visita que hizo a esta ciudad, quedó impresionado por
el estado lamentable en el que se encontraban los antiguos códices litúr-
gicos. Por eso, cuando llegó a la sede primada, impulsó la reforma del
21
J. Bohajar, «Hispania, Liturgia», 959.
22
E. Vadillo Romero – A. Fernández Collado, «El breviario mozárabe de Lo-
renzana», en A. Fernández Collado (coord..), El Cardenal Lorenzana, arzobispo de
Toledo. Ciclo de Conferencias en el II Centenario de su muerte (1804-2004) (Instituto
Superior de Estudios Teológicos San Ildefonso, Toledo 2004) 142.
23
A. Fernández Collado, «Mendoza y Cisneros: dos cardenales de Toledo revi-
talizadores del Rito Hispano-Mozárabe y sus sucesores», Toletana 34 (2016/1) 131-2.
Francisco María Fernández Jiménez
10
rito24
. Para ello fundó en la catedral la capilla mozárabe y la dotó con
ocho capellanes cuya misión sería la celebración en este rito25
. Además,
aprovechando la invención de la imprenta, encargó al canónigo Alonso
de Ortiz con la ayuda de un grupo de párrocos mozárabes la edición del
misal y del breviario mozárabes. El primero se imprimió en 1500 y el se-
gundo en 1502. En 1508 consiguió, además, que el papa Julio II emitiera
una bula por la que los capellanes mozárabes pudieran mantener viva la
celebración de la liturgia hispana26
.
La edición del misal y del breviario mozárabe supuso una novedad
pues los manuscritos contenían diversos elementos de la misa y del ofi-
cio, pero no existían unos libros donde se hallaran todos estos elementos
unificados. Esta forma de editar los libros litúrgicos se generalizó en el
rito romano a partir del siglo XIII y por ello era necesario hacer lo mismo
en el rito mozárabe. El canónigo Ortiz y la comisión de clérigos encarga-
dos de llevar a cabo la impresión del misal y el breviario mozárabes tu-
vieron la difícil tarea de reorganizar los diversos manuscritos no siempre
uniformes, debido entre otros motivos a la existencia de diversas tradicio-
nes, a la diferencia entre el oficio catedral y el oficio monacal, entre otros,
para que los sacerdotes pudiesen celebrar en este rito sin muchos proble-
mas. También tuvo que sistematizar el breviario de modo que los clérigos
pudieran rezarlo sin complicaciones y en esta redacción influyó bastante
la manera de celebrar la liturgia de las horas del rito romano27
.
En concreto para el misal utiliza los libros litúrgicos de la llamada tra-
dición B e introduce ciertas adaptaciones de la época. Se puede decir que
el misal se confeccionó mezclando algunas cosas antiguas y omitiendo
otras antiguas28
.
24
Para conocer mejor en qué consistió esta reforma se pueden consultar los siguien-
tes artículos: J. M. Sierra López, «El Cardenal Cisneros y la liturgia», Toletana 34
(2016/1) 79-104; R. Gonzálvez Ruiz, «Alonso Ortiz y el rito hispano-mozárabe», To-
letana 34 (2016/1) 127-174
25
Un trabajo de lo que supuso esta capilla lo encontramos en: J. M. Ferrer Grenes-
che, «El nacimiento de la Capilla mozárabe (del Corpus Christi) toledana. Prolongación
del espíritu cisneriano», Toletana 34 (2016/1) 105-118.
26
J. Bohajar, «Hispania, Liturgia», 959.
27
E. Vadillo Romero – A. Fernández Collado, «El breviario mozárabe de Lo-
renzana», 143.
28
J. M. Pinell, «Liturgia hispánica», 1306.
Recorrido histórico del Rito Hispano-Mozárabe 11
Termino este apartado dedicado a Cisneros con este resumen que nos
ofrece Colomina acerca de lo que supuso la reforma cisneriana:
«Una vez abolido por el concilio de Burgos de 1080 el antiguo rito
mozárabe, es comprensible que aquella comunidad de familias, conservada
solo como una excepción y casi rareza en la Iglesia occidental, se viera
nuevamente en peligro de extinción, aunque por diversos motivos: la pobreza
de sus cultos y vida frente al esplendor de los otros, y dada su jurisdicción
parroquial familiar, no local, la pérdida de los vínculos familiares y parro-
quialidad por nuevos matrimonios, etc.; ya que en el siglo XV estuvo casi
desaparecida. La actuación de Cisneros la renovó litúrgica y pastoralmente»29
7. De Cisneros al Concilio Vaticano II
Cisneros asentó las bases para la permanencia del rito hispano. Pero
como toda obra en la que interviene el hombre, es necesario ocuparse de
ella con el transcurrir de los siglos. Esto es lo que hace en el siglo XVIII
el cardenal Lorenzana quien, observando la pobreza de medios en la que
se encontraba el rito, patrocinó una nueva edición de los libros cisneria-
nos. El interés de este cardenal por este rito comenzó ya en su etapa de
canónigo y deán de la catedral de Toledo. Posteriormente, siendo arzobis-
po de México publicó un extracto del misal y el breviario mozárabes, en
el que añadió al texto litúrgico una explicación de los ritos para facilitar
su seguimiento y comprensión. Esto nos muestra que había sus dificulta-
des en manejar el libro cisneriano. Cuando llegó a Toledo como arzobis-
po de la sede primada, emprendió la tarea de la edición del misal y del
breviario mozárabes30
. Este último fue editado en Madrid en 1775 bajo
el título de Breviarium gothicorum, secc. Regl. B. Isidori31
. Su elabora-
ción no consistió en una simple reedición del breviario de Cisneros, pues,
29
J. Colomina Torner, «El Cardenal Lorenzana y las circunstancias históricas
que rodearon la renovación del Rito Hispano-Mozárabe», en A. Fernández Collado
(coord..), El Cardenal Lorenzana, arzobispo de Toledo. Ciclo de Conferencias en el II
Centenario de su muerte (1804-2004) (Instituto Superior de Estudios Teológicos San Il-
defonso, Toledo 2004) 126.
30
E. Vadillo Romero – A. Fernández Collado, «El breviario mozárabe de Lo-
renzana», 144.
31
J. Colomina Torner, «El Cardenal Lorenzana y las circunstancias históricas que
rodearon la renovación del Rito Hispano-Mozárabe», 959.
Francisco María Fernández Jiménez
12
para su confección, se usaron diversos manuscritos que Lorenzana había
conseguido encontrar y que no se habían empleados en la versión cisne-
riana. Los profesores Vadillo Romero y Fernández Collado nos muestran
las diferencias más sobresalientes de estos dos libros, el de Cisneros y el
de Lorenzana, en estas líneas:
«a) Corrección de lecturas equivocadas en la edición de Cisneros y de fa-
llos de imprenta.
b) Sustitución del salterio (que contiene salmos, cánticos e himnos) pu-
blicado por Cisneros, por otro distinto, tomado directamente del códice de la
Catedral de Toledo 35. 1 (que hoy está en la Biblioteca Nacional de Madrid,
Ms. 10001). Con esto Lorenzana pretendía que apareciera más claramente el
origen gótico del Breviario.
c) Cambio del lugar del liber horarum (compilación de horas menores),
situado por Cisneros en mitad del salterio y reubicado por Lorenzana des-
pués de los himnos.
d) Cambios en el santoral, supresión de los oficios que Lorenzana esti-
mó tardíos y posteriores a la época visigótica. Conservó dichos oficios en un
apéndice final»32
.
El misal tardó más en ver la luz y hasta el año 1804 en el pontificado
de su sucesor el cardenal Luis María de Borbón no fue editado.
Al cardenal Lorenzana debemos una amplia difusión del rito hispano
incluso fuera de nuestras fronteras entre los liturgistas, pues su obra fue
incorporada a la Patrología Latina de Migne en el tomo 86.
En el siglo XX, estuvo a punto de desaparecer este venerable rito,
pues en la persecución religiosa del año 1936 todos los capellanes mozá-
rabes fueron ejecutados, quedando cerrada la capilla mozárabe. Pero en
1941 volvía a instaurarse de nuevo la celebración de rito con la creación
de nuevos capellanes, pues se vio la conveniencia de seguir mantenien-
do la liturgia que durante tantos siglos se ha venido celebrando en nues-
tra ciudad.
La reforma litúrgica propiciada por el Concilio Vaticano II llegó tam-
bién al rito hispano mozárabe bajo el patrocinio del cardenal González
Martín. De esta reforma versa la conferencia anterior de esta jornada, a
ella me remito.
32
E. Vadillo Romero – A. Fernández Collado, «El breviario mozárabe de Lo-
renzana» 145.
Recorrido histórico del Rito Hispano-Mozárabe 13
8. Conclusión
Al llegar al final de este recorrido histórico, uno tiene la sensación de
la existencia de una especial providencia divina sobre este rito que debe-
ría haber desaparecido hace casi un milenio, en 1080. Pues, cuando entra
Alfonso VI en Toledo, puede mantener el rito en las parroquias mozára-
bes de Toledo, pues el papa san Gregorio muere el mismo día del ingreso
del rey en la ciudad y en Roma nadie le impide ejecutar la decisión toma-
da. Más tarde, cuando la penuria era grande y estuvo a punto de desapa-
recer el rito, el cardenal Cisneros funda la capilla mozárabe que sigue es-
tando operante hasta hoy. Otros cardenales también se han ocupado de su
vitalidad, como Lorenzana o González Martín. No quisiera olvidar a los
sucesores de este último que con su empeño han seguido la reforma ini-
ciada por don Marcelo y que están haciendo una mayor difusión del rito
a personas que antes no lo conocían.
Sería conveniente en esta difusión mejorar las traducciones y editar
folletos informativos para poder comprender la estructura de esta liturgia
que difiere de la romana pero que no deja de poseer una gran riqueza teo-
lógica y espiritual.
13166

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  • 1. Toletana 40 (2019/1) 1-13 Recorrido histórico del Rito Hispano-Mozárabe Francisco María Fernández Jiménez Dentro de la jornada de este año1 , se ha creído conveniente ofrecer un breve recorrido histórico de nuestro venerable rito hispano-mozárabe, no tanto para aportar algo novedoso, sino para ofrecer a los presentes una vi- sión global de cómo se originó este rito, cuándo se formó y cómo ha lle- gado hasta nuestros días2 . Eso es lo que intento hacer en esta comunica- ción sin pretender ser exhaustivo, pues no es el objeto de este estudio. Antes de empezar con el desarrollo histórico, permítanme que dedique unas líneas para tratar el nombre con el que se puede denominar nuestra liturgia. El más popular, al menos hasta hace unos años, es el de “liturgia mozárabe” por ser esta comunidad la que la ha conservado. Según Pinel3 1 Esta comunicación fue leída en el marco de las VIII Jornada del Aula de Estudios Hispano-Mozárabes el 18 de diciembre de 2018. 2 Para ello me he servido de esta bibliografía básica: J. Bohajar, «Hispania, Litur- gia», en D. Sartore, A. M. Triacca, J. M. Canals (dirs.) Nuevo diccionario de Litur- gia (San Pablo, Madrid 3 1996) 943-962. M. Righetti, Historia de la Liturgia, vol. I (BAC, Madrid 2 2013) 302-315. J. M. Pinell, «Liturgia hispánica», en Q.Aldea Vaque- ro et alii (dir.) Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol, II (CSIC, Madrid 1972) 1303-1320. J. M. Ferrer Grenesche, «La Liturgia Hispano-Mozárabe», en His- pania Gothorum. San Ildefonso y el Reino Visigodo de Toledo (Toledo 2007) 255-268. J. M. Ferrer Grenesche (dir.) Curso de liturgia Hispano-Mozárabe (Estudio Teológi- co San Ildefonso, Toledo 1995). R. Gonzálvez Ruiz, «La obra de unificación litúrgica del Concilio IV de Toledo», en Hispania Gothorum. San Ildefonso y el Reino Visigodo de Toledo (Toledo 2007) 269-284. F. M. Fernández Jiménez, «Influencias y contactos entre la liturgia hispana y la liturgia alejandrina y bizantina», en I. Pérez Martín- P. Bá- denas de la Peña, Bizancio y la Península Ibérica. De la antigüedad tardía a la edad moderna (CSIC, Madrid 2004) 165-176. 3 Cf. J. M. Pinell, «Liturgia hispánica», 1303.
  • 2. Francisco María Fernández Jiménez 2 esta denominación viene de la época de Cisneros, y olvida sus orígenes y su formación que son anteriores a la época mozárabe. También se ha lla- mado “visigótica” pero tampoco parece adecuada en cuanto que esta la li- turgia comienza en una época anterior a la llegada de los visigodos y fue- ron los hispanos romanos sus autores y no los visigodos que poco inter- vinieron en ella aún después del III Concilio de Toledo si exceptuamos a san Ildefonso. La denominación más correcta sería la de “liturgia hispa- na”, aunque también se la podría llamar “hispano-mozárabe”, por ser es- tos últimos los que la han conservado. Por tanto, si tuviéramos que dar una definición podríamos decir que la liturgia hispana «es el conjunto de celebraciones litúrgicas del rito hispano, que se formó en la Península Ibérica entre los siglos III al VII, siendo la última liturgia occidental en configurarse»4 y una de las pocas en perdurar hasta hoy. 1. Orígenes de la liturgia hispana El origen de nuestra venerable liturgia hay que buscarlo en la evange- lización de nuestra patria que se produjo ya en el primer siglo del cristia- nismo. Según eran catequizados los pueblos, iban incorporando los ritos que traían los misioneros. Teniendo esto en cuenta, se han apuntado va- rias teorías sobre el origen de nuestra liturgia que no son excluyentes las unas de las otras. Unos afirman su origen romano, otros se inclinan por su procedencia norteafricana, y finalmente, hay quiénes se decantan por un origen asiático y alejandrino5 . Lo más verosímil es que la evangelización de la Península Ibérica se realizase desde dos puntos distintos: Desde la provincia Tarraconense, donde se observa una fuerte influencia romana que explicaría la relación de nuestra liturgia con la romana y la antioque- na, y desde la provincia Bética cuya influencia del norte de África es pa- tente sin olvidar que también en esta zona el influjo romano se dejó sen- tir. Lo que debemos afirmar es que, a pesar de la procedencia de la evan- gelización, estos datos no son de excesiva importancia pues en esta épo- 4 F. M. Fernández Jiménez, «Influencias y contactos entre la liturgia hispana y la liturgia alejandrina y bizantina», 166. 5 Para más información sobre este problema véase el artículo de M. Sotomayor, «La Iglesia en la España Romana», en R. García-Villoslada, Historia de la Iglesia en España, vol. I, (BAC, Madrid 1979) 120-165; y las obras de J. Orlandis, Historia de la Iglesia, vol. I: La Iglesia Antigua y Medieval (Madrid 4 1982) 23-25, y, La conversión de Europa al cristianismo (Madrid 1988) 24-30.
  • 3. Recorrido histórico del Rito Hispano-Mozárabe 3 ca los distintos ritos litúrgicos apenas estaban desarrollados. Será a partir del siglo IV cuando estos empiecen a diferenciarse6 . Teniendo todo esto en cuenta, podemos presentar estas teorías sobre su origen. La primera es la de Pinel quien sostiene que la estructura de la misa hispana se puede explicar por una relación con un grupo de anáforas de tipo alejandrino, especialmente la de Serapión (siglo IV), la de san Ci- rilo y la liturgia etiópica. De estas, la liturgia hispana habría tomado, por ejemplo, el lugar de los dípticos entre el ofertorio y la plegaria consagra- toria, la proclamación del credimus después de la consagración y el fre- cuente uso del amén como respuesta de los fieles7 . Del África latina ven- drían las traducciones al latín de la Biblia. De la liturgia de Milán, la or- denación de las lecturas en profecía, apóstol y evangelio. Y, además, se pueden observar influencias de los libros eucológicos romanos y de cier- tas formas rituales bizantinas que aparecen en época más avanzada8 . Para Ferrer Grenesche, tanto en el arte hispano religioso como en el Ordo Missae nos encontramos una raíz romano-antioquena9 , por tanto, nuestra liturgia se asentaría en elementos de estos dos ritos sin olvidar las relaciones de la Iglesia hispana con el norte de África cuya influencia se dejará sentir en gran medida en nuestro culto. Para Bohajar, la liturgia hispana se va gestando desde el siglo III a principios del siglo VI en sus contactos principalmente con la iglesia de Roma y la del norte de África. Todo ello va disponiendo que nuestra litur- gia tenga una estructura bastante afín a las otras liturgias, especialmente las occidentales. Señala también que, como la Península estaba dividida en varias zonas cristianas, en la liturgia hispana se verá también la varie- dad de tradiciones litúrgicas10 . 6 Cf. F. Cabrol, «Mozarabe (la liturgie)», en F. Carbol, H. Leclercq (dirs), Dic- tionnaire d’Archéologie Chrétienne et de Liturgie, vol. XII (París 1935) 391-92. 7 Sobre las influencias orientales en la liturgia es interesante el siguiente artículo: S. Aguilera López, «Elementos orientales en el “Ordo Missae” Hispano-Mozárabe», en AAVV, Los Códices Visigóticos Litúrgicos de la Biblioteca Capitular de Toledo (Cate- dral Primada-Instituto Teológico San Ildefonso, Toledo 2018) 85-115. 8 Cf. J. M. Pinell, «Liturgia hispánica», 1303-04. 9 Cf. J. M. Ferrer Grenesche, «Liturgia y arte hispano-mozárabe», en J. M. Fe- rrer Grenesche (dir.), Curso de liturgia hispano-mozárabe, 16. 10 Cf. J. Bohajar, «Hispania, Liturgia», 949.
  • 4. Francisco María Fernández Jiménez 4 Finalmente, Righetti afirma11 que la liturgia hispana no depende exclu- sivamente de otra liturgia, sino que tiene elementos de varias. Señala ade- más su semejanza con la galicana en cuanto a su estructura. Para expli- car este parecido nos ofrece distintas hipótesis que resume en dos tenden- cias: la que sostiene que la liturgia galicana procede de la liturgia del Asia Menor que traería san Ireneo a Lyon y que de aquí pasaría a Hispania y la que ambas liturgias se habrían formado de un patrimonio litúrgico común procedente del norte de África. Este última es la hipótesis más extendida. En resumen, lo más probable es que nuestra venerable liturgia tenga su origen en la liturgia romana y la del norte de África, con influencias de ciertas liturgias orientales tanto alejandrinas, como antioquenas. 2. Época de formación del rito Con la llegada de los visigodos a la Península Ibérica y la consolida- ción de su reino con la capital en Toledo se abre lo que podríamos deno- minar la época de formación del rito. La visigodos eran arrianos y tenían su propia liturgia y jerarquía. Los católicos volvieron sus ojos a hacia Bi- zancio que desde el año 551 se habían asentado en Cartagena y una zona del sur de la Península12 .. Esto produce un influjo de la liturgia bizantina sobre la hispana difícil de precisar, como afirma Ferrer con estas palabras: «Resulta difícil medir el influjo bizantino en los hispano-romanos católi- cos, pero al menos hay que reconocer la atracción que ejercería sobre sus es- píritus una liturgia ya consolidada y grandiosa como la bizantina. Estos bi- zantinos permanecieron en la Península hasta el 625, enfriándose mucho las relaciones con ellos desde que en el 589 la monarquía visigoda se convier- te al catolicismo13 ». En esta etapa de formación Pinel constata la existencia de al menos dos tradiciones14 a juzgar por las divergencias existentes entre ciertos ma- nuscritos y los libros impresos por orden de Cisneros. Las llama tradición 11 Cf. M. Righetti, Historia de la Liturgia, vol. I, 304-306. 12 F. M. Fernández Jiménez, «Influencias y contactos entre la liturgia hispana y la liturgia alejandrina y bizantina», 167-68. 13 J. M. Ferrer Grenesche, «Liturgia y arte hispano-mozárabe», 18. 14 J. M. Pinell, «Liturgia hispánica», 1304-05.
  • 5. Recorrido histórico del Rito Hispano-Mozárabe 5 A y B. Algunas de las diferencias entre ambas tradiciones son las siguien- tes: mientras en la tradición A hay cinco domingos de Adviento, en la B hay seis. Se observan gran variedad en ambas tradiciones en las lecturas de la Vigilia Pascual y, en general, en la perícopa de la misa. Se advier- ten diferencias notables en las misas de Cuaresma y además difieren en los dípticos. Según el estudio de Pinel la tradición A se habría difundido en el norte de la Península, en Tarragona y Carcasona, mientras que la B procedería de Sevilla y la encontramos en Toledo, aunque también en esta última ciudad se pueden encontrar algunos manuscritos de la tradición A. Pinel termina afirmando que estas dos tradiciones «representan dos ritos hermanos, pero distintos, relacionados entre sí, como lo son algunos de los ritos orientales pertenecientes a una misma familia»15 . 3. Etapa de unificación y codificación En el III Concilio de Toledo se produce la unidad político-religiosa del reino visigodo y se dan los primeros pasos hacia una unificación del rito hispano, dado que existían discrepancias en la forma de celebrar en- tre las diversas sedes metropolitanas, como acabo de apuntar más arriba. Pero estos pasos fueron muy tímidos. Lo más sobresaliente es la obliga- ción de recitar el credo constantinopolitano en la celebración de la misa, como podemos leer en el canon segundo: «En todas las iglesias de España, Galia y Galicia, siguiendo las costumbres de las iglesias orientales, se recite el símbolo de la fe del concilio de Constantinopla, esto es, el de los 150 obispos, para que, antes de que se recite la oración dominical, se proclame por el pueblo en voz clara aque- llo con lo que la fe verdadera tenga un manifiesto testimonio y los corazo- nes del pueblo se acerquen purificados por la fe a recibir el cuerpo y sangre de Jesucristo»16 . También proporciona unos criterios comunes sobre las siguientes cues- tiones: la reconciliación de los penitentes (c. 11-12), la procesión fúne- bre de personas religiosas, en las que se exige que se canten salmos y no 15 J. M. Pinell, «Liturgia hispánica», 1306. 16 III Concilio de Toledo, c. 2. Ed. J. Vives (ed.); Concilio Visigóticos e Hispano-Ro- manos (CSIC, Barcelona-Madrid 1963) 125.
  • 6. Francisco María Fernández Jiménez 6 otro tipo de cantos fúnebres populares (c. 22), y la prohibición de danzar en las fiestas de los santos cuando se acude a los oficios divinos» (c. 23). La gran tarea de unificación la emprendió el IV Concilio de Toledo (633) presidido por san Isidoro de Sevilla. Así recoge el canon segundo de este concilio los motivos que la recomendaba: «Que se celebren de una misma manera los servicios y oficios en todas las iglesias. Después de la confesión de la verdadera fe que se proclama en la santa Iglesia de Dios, tenemos por bien que todos los obispos estamos enlazados por la unidad de la fe católica, en adelante no procedamos en la administración de los sacramentos de la Iglesia de manera distinta o chocante, para evitar que nuestra diversidad en el proceder pueda parecer, delante de los ignorantes o de los carnales, como error cismático, y la variedad de las iglesias se convierta en escándalo para muchos. Guárdese, pues, el mismo modo en la celebración de la misa y la misma forma de los oficios vesperti- nos y matutinos. Y en adelante los usos eclesiásticos entre nosotros que es- tamos unidos por una fe y en un mismo reino no discreparán, pues esto es lo que los antiguos cánones decretaron: que cada provincia guarden unas mis- mas costumbres en los cánticos y misterios sagrados»17 . Este concilio, además, legisla sobre la abolición de diversas divergen- cias a la hora de celebrar la liturgia en los diversos lugares hispanos. La primera es sobre la unidad en todo el reino de la celebración de la Pascua que, por culpa de distintos calendarios usados para determinar el día, no se celebraba por todas las iglesias en la misma fecha, por eso decreta que los metropolitanos se reúnan tres meses antes de la epifanía para determi- nar la fecha (c. 5). También obliga a la hora de administrar el sacramen- to del bautismo a que se haga una sola inmersión en vez de tres para evi- tar apariencia de cisma aun cuando las dos formas de bautizar son legíti- mas según el concilio (c. 6). Asimismo, establece que se celebren oficios litúrgicos el Viernes Santo para que se predique la pasión del Señor para el perdón de los pecados, pues hay iglesias que permanecían cerradas en este día (c. 7). Igualmente, reprueba la costumbre de algunas iglesias de rom- per el ayuno el viernes santo después de nona (c.8). También legisla so- bre la bendición de la lámpara y el cirio en la Vigilia Pascual, pues había iglesias que no lo hacían (c.9). En este mismo tono, reprueba la costumbre 17 IV Concilio de Toledo, c. 2. Ed. J. Vives (ed.); Concilio Visigóticos e Hispano- Romanos, 188.
  • 7. Recorrido histórico del Rito Hispano-Mozárabe 7 de algunos obispos de cantar el aleluya en Cuaresma y ordena que no se haga y además pone como ejemplo las otras liturgias que omiten este cán- tico durante este tiempo litúrgico (c. 11). Junto a esto, ordena bajo pena de excomunión que la oración de laudes (que corresponde a nuestro alelu- ya antes del evangelio) en la misa, que se recitaba en algunas iglesias des- pués de la epístola, se haga después del evangelio a causa de la gloria de Cristo que es anunciada en el mismo evangelio (c. 12). Se obliga también a entonar el Cántico de Daniel en todas las misas de los domingos y fies- tas de los mártires (c. 14). También señala que debe decirse “Gloria y ho- nor al Padre” al finalizar los salmos y no solo “Gloria al Padre” como ha- cen algunas iglesias (c.15). Así mismo, el Concilio acepta como canónico el libro del Apocalipsis y obliga su lectura bajo pena de excomunión des- de Pascua a Pentecostés (c. 17). También unifica el orden de la comunión pues hay sacerdotes que comulgan después del padrenuestro y luego dan la bendición al pueblo. Se manda que se comulgue después de bendecir al pueblo y no antes, imponiendo este orden: padrenuestro, la mezcla del pan y el cáliz (coniunctio panis et calicis), la bendición y la comunión (c. 18). Esta legislación en favor de la unidad del rito no fue obstáculo para que se siguiera componiendo oraciones nuevas. 4. Época mozárabe Con la invasión de los musulmanes, se produce en España la desapa- rición del reino visigodo, aunque no de su liturgia. Muy pronto surge el reino astur en las montañas de Covadonga y luego en Asturias. Debido a esto, el rito hispano se celebrará en Hispania en dos zonas distintas: la cristiana (hay que decir que el rey Alfonso II el Casto restauró el rito his- pano en el año 790) y la musulmana en la que los cristianos siguen ce- lebrando su liturgia en el rito hispano. A estos últimos se los denomina mozárabes. Esta comunidad no deja de sufrir en algunos momentos pe- riodos de persecuciones, como la del siglo IX en Córdoba donde murió entre otros, san Eulogio. Pero, también existen lugares donde se siguen componiendo eucologías, aunque la producción litúrgica se reduce drás- ticamente18 . 18 J. Bohajar, «Hispania, Liturgia», 958.
  • 8. Francisco María Fernández Jiménez 8 5. Supresión del rito Durante la época mozárabe, más en concreto en el siglo VIII se originó la cuestión adopcionista promovida por el arzobispo de Toledo, Elipando, y en la que estuvo implicado el obispo Félix de Urgel. Ambos utilizaron textos de la liturgia hispana para, de forma abusiva, justificar su adopcio- nismo. Esta doctrina fue condenada por el sínodo de Fráncfort del 794. Este hecho provocó en los papas posteriores una prevención frente al rito mozárabe que no se desvanecerá en adelante. Así los romanos pontífices Juan X y Alejandro II intentaron suprimirlo. En efecto, cuando se logró la liberación de Cataluña de los sarracenos, se empezó a utilizar el rito ro- mano auspiciado por los monasterios benedictinos. En esta misma épo- ca, los obispos españoles visitaron al papa Juan X porque les había lle- gado un rumor de que deseaba suprimir el rito por errores cristológicos. Estos le llevaron los libros litúrgicos que fueron examinados por el papa y aprobados en el año 918. Posteriormente en el 924 este pontífice envió a un presbítero como legado a España para pedir a los obispos que usa- ran para la consagración las palabras del rito romano pues se dio cuenta de que las fórmulas de la consagración de ambos ritos eran distintas. En 1064 el papa Alejandro II envió otra legación encabezada por Hugo Cán- dido para pedir la supresión de este rito19 . Pero, fue el papa san Gregorio VII (1073-85) quien, al emprender la labor unificadora tanto en el nombramiento de obispos como en el uso del rito romano para toda la cristiandad occidental, conseguirá abolir el rito hispano casi del todo. Para ello en 1073 escribió una bula a los reyes Al- fonso de León y de Castilla y Sancho de Aragón para conminarles a que usasen en sus territorios el rito romano y no el toledano. El papa Grego- rio obtuvo, después del envío de varias legaciones, del concilio de Bur- gos del 1080 la abolición del rito gótico y la sustitución por el romano20 . Esto ocurría en la zona cristiana, en la dominada por los árabes se- guía vigente el rito hispano. Con la conquista de Toledo el 25 de mayo de 1085, Alfonso VI permitió a los mozárabes seguir celebrando en este rito en las seis parroquias existentes en la ciudad, a saber, Santa Justa y Rufi- 19 J. M. Pinell, «Liturgia hispánica», 1306. 20 J. Bohajar, «Hispania, Liturgia», 959. Sobre este aspecto puede consultarse el si- guiente artículo: J. P. Rubio Sadia, «Apud Hispanos lex Toletana obliterata est. De su- presiones, olvidos y pervivencias en torno al rito hispano», Toletana 33 (2015/2) 25-42.
  • 9. Recorrido histórico del Rito Hispano-Mozárabe 9 na, San Lucas, San Sebastián, San Marcos, Santa Eulalia y San Torcuato. En las de nueva creación se celebraría siguiendo el rito romano21 . Dio la casualidad de que el papa san Gregorio VII firme defensor de la supresión del rito hispano murió el mismo día de la entrada de Alfonso VI en Tole- do y, como es natural, no pudo oponerse a la decisión real. Pero el hecho de que las nuevas parroquias y la misma Catedral cele- braran en rito romano frente a las seis parroquias mozárabes, junto con la dificultad que tenían dichos párrocos en oficiar en este rito, pues algunos de los clérigos asignados a estas parroquias lo desconocían y no permane- cían indefinidamente en ellas y, además, les era difícil leer en letras visi- godas, puso en grave peligro la pervivencia del rito. A esto hay que añadir la dificultad de copiar los libros litúrgicos por la penuria económica de las citadas parroquias22 . Es cierto que en algunos periodos se intentó poner freno a esta penuria. Uno de los arzobispos que intentó mejorar este pro- blema fue el cardenal Mendoza quien firmó un decreto el 26 de abril de 1484 mediante el cual se permitía a las parroquias mozárabes acoger fe- ligreses de las otras parroquias latinas. Ante la queja de los párrocos lati- nos que veían disminuir sus ingresos que procedían de los diezmos anua- les de sus feligreses, solo se permitió que un máximo de diez feligreses de cada parroquia latina pudiera pasar a las mozárabes (decreto del 20 de oc- tubre de 1484). Al año siguiente, buscando una solución más eficaz, con- cedió a estas parroquias poder recuperar los diezmos que debían abonar al arzobispo anualmente23 . 6. Reforma cisneriana En el año 1499 Cisneros fue nombrado arzobispo de Toledo. Antes de esta fecha, en una visita que hizo a esta ciudad, quedó impresionado por el estado lamentable en el que se encontraban los antiguos códices litúr- gicos. Por eso, cuando llegó a la sede primada, impulsó la reforma del 21 J. Bohajar, «Hispania, Liturgia», 959. 22 E. Vadillo Romero – A. Fernández Collado, «El breviario mozárabe de Lo- renzana», en A. Fernández Collado (coord..), El Cardenal Lorenzana, arzobispo de Toledo. Ciclo de Conferencias en el II Centenario de su muerte (1804-2004) (Instituto Superior de Estudios Teológicos San Ildefonso, Toledo 2004) 142. 23 A. Fernández Collado, «Mendoza y Cisneros: dos cardenales de Toledo revi- talizadores del Rito Hispano-Mozárabe y sus sucesores», Toletana 34 (2016/1) 131-2.
  • 10. Francisco María Fernández Jiménez 10 rito24 . Para ello fundó en la catedral la capilla mozárabe y la dotó con ocho capellanes cuya misión sería la celebración en este rito25 . Además, aprovechando la invención de la imprenta, encargó al canónigo Alonso de Ortiz con la ayuda de un grupo de párrocos mozárabes la edición del misal y del breviario mozárabes. El primero se imprimió en 1500 y el se- gundo en 1502. En 1508 consiguió, además, que el papa Julio II emitiera una bula por la que los capellanes mozárabes pudieran mantener viva la celebración de la liturgia hispana26 . La edición del misal y del breviario mozárabe supuso una novedad pues los manuscritos contenían diversos elementos de la misa y del ofi- cio, pero no existían unos libros donde se hallaran todos estos elementos unificados. Esta forma de editar los libros litúrgicos se generalizó en el rito romano a partir del siglo XIII y por ello era necesario hacer lo mismo en el rito mozárabe. El canónigo Ortiz y la comisión de clérigos encarga- dos de llevar a cabo la impresión del misal y el breviario mozárabes tu- vieron la difícil tarea de reorganizar los diversos manuscritos no siempre uniformes, debido entre otros motivos a la existencia de diversas tradicio- nes, a la diferencia entre el oficio catedral y el oficio monacal, entre otros, para que los sacerdotes pudiesen celebrar en este rito sin muchos proble- mas. También tuvo que sistematizar el breviario de modo que los clérigos pudieran rezarlo sin complicaciones y en esta redacción influyó bastante la manera de celebrar la liturgia de las horas del rito romano27 . En concreto para el misal utiliza los libros litúrgicos de la llamada tra- dición B e introduce ciertas adaptaciones de la época. Se puede decir que el misal se confeccionó mezclando algunas cosas antiguas y omitiendo otras antiguas28 . 24 Para conocer mejor en qué consistió esta reforma se pueden consultar los siguien- tes artículos: J. M. Sierra López, «El Cardenal Cisneros y la liturgia», Toletana 34 (2016/1) 79-104; R. Gonzálvez Ruiz, «Alonso Ortiz y el rito hispano-mozárabe», To- letana 34 (2016/1) 127-174 25 Un trabajo de lo que supuso esta capilla lo encontramos en: J. M. Ferrer Grenes- che, «El nacimiento de la Capilla mozárabe (del Corpus Christi) toledana. Prolongación del espíritu cisneriano», Toletana 34 (2016/1) 105-118. 26 J. Bohajar, «Hispania, Liturgia», 959. 27 E. Vadillo Romero – A. Fernández Collado, «El breviario mozárabe de Lo- renzana», 143. 28 J. M. Pinell, «Liturgia hispánica», 1306.
  • 11. Recorrido histórico del Rito Hispano-Mozárabe 11 Termino este apartado dedicado a Cisneros con este resumen que nos ofrece Colomina acerca de lo que supuso la reforma cisneriana: «Una vez abolido por el concilio de Burgos de 1080 el antiguo rito mozárabe, es comprensible que aquella comunidad de familias, conservada solo como una excepción y casi rareza en la Iglesia occidental, se viera nuevamente en peligro de extinción, aunque por diversos motivos: la pobreza de sus cultos y vida frente al esplendor de los otros, y dada su jurisdicción parroquial familiar, no local, la pérdida de los vínculos familiares y parro- quialidad por nuevos matrimonios, etc.; ya que en el siglo XV estuvo casi desaparecida. La actuación de Cisneros la renovó litúrgica y pastoralmente»29 7. De Cisneros al Concilio Vaticano II Cisneros asentó las bases para la permanencia del rito hispano. Pero como toda obra en la que interviene el hombre, es necesario ocuparse de ella con el transcurrir de los siglos. Esto es lo que hace en el siglo XVIII el cardenal Lorenzana quien, observando la pobreza de medios en la que se encontraba el rito, patrocinó una nueva edición de los libros cisneria- nos. El interés de este cardenal por este rito comenzó ya en su etapa de canónigo y deán de la catedral de Toledo. Posteriormente, siendo arzobis- po de México publicó un extracto del misal y el breviario mozárabes, en el que añadió al texto litúrgico una explicación de los ritos para facilitar su seguimiento y comprensión. Esto nos muestra que había sus dificulta- des en manejar el libro cisneriano. Cuando llegó a Toledo como arzobis- po de la sede primada, emprendió la tarea de la edición del misal y del breviario mozárabes30 . Este último fue editado en Madrid en 1775 bajo el título de Breviarium gothicorum, secc. Regl. B. Isidori31 . Su elabora- ción no consistió en una simple reedición del breviario de Cisneros, pues, 29 J. Colomina Torner, «El Cardenal Lorenzana y las circunstancias históricas que rodearon la renovación del Rito Hispano-Mozárabe», en A. Fernández Collado (coord..), El Cardenal Lorenzana, arzobispo de Toledo. Ciclo de Conferencias en el II Centenario de su muerte (1804-2004) (Instituto Superior de Estudios Teológicos San Il- defonso, Toledo 2004) 126. 30 E. Vadillo Romero – A. Fernández Collado, «El breviario mozárabe de Lo- renzana», 144. 31 J. Colomina Torner, «El Cardenal Lorenzana y las circunstancias históricas que rodearon la renovación del Rito Hispano-Mozárabe», 959.
  • 12. Francisco María Fernández Jiménez 12 para su confección, se usaron diversos manuscritos que Lorenzana había conseguido encontrar y que no se habían empleados en la versión cisne- riana. Los profesores Vadillo Romero y Fernández Collado nos muestran las diferencias más sobresalientes de estos dos libros, el de Cisneros y el de Lorenzana, en estas líneas: «a) Corrección de lecturas equivocadas en la edición de Cisneros y de fa- llos de imprenta. b) Sustitución del salterio (que contiene salmos, cánticos e himnos) pu- blicado por Cisneros, por otro distinto, tomado directamente del códice de la Catedral de Toledo 35. 1 (que hoy está en la Biblioteca Nacional de Madrid, Ms. 10001). Con esto Lorenzana pretendía que apareciera más claramente el origen gótico del Breviario. c) Cambio del lugar del liber horarum (compilación de horas menores), situado por Cisneros en mitad del salterio y reubicado por Lorenzana des- pués de los himnos. d) Cambios en el santoral, supresión de los oficios que Lorenzana esti- mó tardíos y posteriores a la época visigótica. Conservó dichos oficios en un apéndice final»32 . El misal tardó más en ver la luz y hasta el año 1804 en el pontificado de su sucesor el cardenal Luis María de Borbón no fue editado. Al cardenal Lorenzana debemos una amplia difusión del rito hispano incluso fuera de nuestras fronteras entre los liturgistas, pues su obra fue incorporada a la Patrología Latina de Migne en el tomo 86. En el siglo XX, estuvo a punto de desaparecer este venerable rito, pues en la persecución religiosa del año 1936 todos los capellanes mozá- rabes fueron ejecutados, quedando cerrada la capilla mozárabe. Pero en 1941 volvía a instaurarse de nuevo la celebración de rito con la creación de nuevos capellanes, pues se vio la conveniencia de seguir mantenien- do la liturgia que durante tantos siglos se ha venido celebrando en nues- tra ciudad. La reforma litúrgica propiciada por el Concilio Vaticano II llegó tam- bién al rito hispano mozárabe bajo el patrocinio del cardenal González Martín. De esta reforma versa la conferencia anterior de esta jornada, a ella me remito. 32 E. Vadillo Romero – A. Fernández Collado, «El breviario mozárabe de Lo- renzana» 145.
  • 13. Recorrido histórico del Rito Hispano-Mozárabe 13 8. Conclusión Al llegar al final de este recorrido histórico, uno tiene la sensación de la existencia de una especial providencia divina sobre este rito que debe- ría haber desaparecido hace casi un milenio, en 1080. Pues, cuando entra Alfonso VI en Toledo, puede mantener el rito en las parroquias mozára- bes de Toledo, pues el papa san Gregorio muere el mismo día del ingreso del rey en la ciudad y en Roma nadie le impide ejecutar la decisión toma- da. Más tarde, cuando la penuria era grande y estuvo a punto de desapa- recer el rito, el cardenal Cisneros funda la capilla mozárabe que sigue es- tando operante hasta hoy. Otros cardenales también se han ocupado de su vitalidad, como Lorenzana o González Martín. No quisiera olvidar a los sucesores de este último que con su empeño han seguido la reforma ini- ciada por don Marcelo y que están haciendo una mayor difusión del rito a personas que antes no lo conocían. Sería conveniente en esta difusión mejorar las traducciones y editar folletos informativos para poder comprender la estructura de esta liturgia que difiere de la romana pero que no deja de poseer una gran riqueza teo- lógica y espiritual. 13166