1. El poeta colombiano Julio Florez nació en Chiquinquirá, el 22 de mayo de 1867. Hijo del
médico y político Policarpo María Flórez, y de la señora Dolores Roa. Desde muy joven se
trasladó a Bogotá, donde estudió en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario,
aunque hubo de interrumpir sus estudios por motivos socio-económicos. Se mezcló con las
corrientes literarias que dominaban la época: el romanticismo de Gustavo Adolfo Bécquer y
de Víctor Hugo, quien fue el modelo de Flórez.
De humilde cuna y víctima de una pobreza que solamente lo abandonaría en cortos plazos
de su vida, Julio Flórez vivió en un entorno caótico. Hechos como las guerras civiles de los
liberales y conservadores, la guerra de los mil días y la desmembración de Panamá,
influenciaron su poesía hasta convertirla en un reflejo del pensamiento popular de
Colombia a principios de siglo XX. Es por esto que su poesía está impregnada de
desesperanza, tristeza y desilusión.
Perteneció a una sociedad denominada La gruta simbólica y fue muy reconocido en todas
las partes que visitó. Sus versos fascinaban a la gente al punto de que muchos de ellos
pertenecían a la sabiduría popular y todavía en algunos lugares de Colombia, subsisten
como tal. Sin embargo, Flórez no fue un poeta premiado, como sí lo fueron muchos de sus
contemporáneos. El único título que ostentaba era el de poeta.
Tras abandonar el país en 1904 por causas políticas, se dirige a México, donde es recibido
con alborozo. Más tarde viaja a Cuba y después a España, donde sus versos también son
elogiados. A su regreso a Colombia, Flórez se instala en Usacurí, donde se dedica al
cuidado de sus cinco hijos. Cerca al día de su muerte, fue sacado de su casa moribundo y
transportado a una tarima para que escuchara los ecos de la gloria y recibiera, entre otras
cosas, una araña de oro, un crucifijo y un haz de laurel. Aplaudido por la gente y en
condiciones de gran humildad, pero por primera vez tranquilo, fallece el 7 de febrero de
1923.
2. Algunas de sus obras:
Manojo de zarzas
1. Desolación
¡Cuántas vivas antorchas apagadas
en cuatro lustros de dolor apenas!
¡Cuántas flores fragantes deshojadas
del cauce de mi vida en las arenas!
Casi todos: mis padres, mis hermanos
y mis amigos, duermen so la tierra;
ya no siento el contacto de tus manos:
la sima de la tumba... los encierra.
De tus queridas y vibrantes bocas,
no escucho ya los íntimos consejos;
impasibles están como las rocas.
Mudos están, como los troncos viejos.
Ya no me miran sus brillantes ojos,
ni conocen mis últimos quebrantos;
amontonados yacen sus despojos,
en pobres y distintos camposantos.
Hoy no veo sus plácidas sonrisas,
ni sus semblantes cariñosos veo;
hoy tan sólo, en sus túmulos, las brisas
les repiten mi adiós... con su aleteo.
Hoy, de la tarde a las postreras luces,
cantan a solas funerarios dúos,
posados en los brazos de las cruces
que los resguardan los huraños búhos.
¿Pero, qué importa, si a pesar de todo,
esos muertos helados y cautivos
del terrenal y deleznable lodo,
por siempre están en mi memoria vivos?
3. Vivos están... Pues cuando al fin me siento
desfallecer en las contiendas rudas,
-¡Aquí estamos nosotros...! ¡Toma aliento!-
oigo que claman con sus voces mudas.
Y yo prosigo mi azarosa marcha;
la tempestad eriza mis cabellos;
no me importan ni el cierzo ni la escarcha:
mi triunfo sí porque es de ellos.
Y cuando baje hasta la cripta hueca,
hasta esa cripta a donde todos vamos,
ellos, al verme, exclamarán: ¡Eureka!
Ninguno queda allá: todos estamos.
2. El gran crimen
Su pupila brilló como una brasa
en la tiniebla de su rostro.
Ella,
como tras de una nube nívea estrella,
parecía irradiar bajo la gasa
de su túnica grácil:
Era una
melancólica anémona
entre una malla de fulgor de luna:
un lánguido asfodelo
que empezaba a dormir... era.. ¡Desdémona...!
Frágil y blanca, ante la noche: ¡Otelo!
El Sultán de los cielos implacables,
el demonio divino
del odio y del amor, sus formidables
ojos negros pasea
por el inmóvil cuerpo venusino
de su amada...
¡Su faz relampaguea
como un carbonizado torbellino,
como una tempestad sorda y obscura!
4. -¡Ah, yo soy como Dios, que siempre hiere
donde más ama! -con dolor murmura-
y acerca su puñal a la blancura
de aquella carne casta, y grita ¡Muere!
¡Y hunde, hasta la dorada empuñadura,
la fina hoja que a su mano adhiere!
¡Ni un ay! La sangre corre. Otelo llora:
y parece ante Otelo
aquella muerta, un témpano de hielo
que nada en los carmines de una aurora.
¿Mayor crimen concibes?
¡Oh, qué execrable hora!
Era inocente. ¿Y tú?... Ya ves: ¡tú vives!
3. En el café
Y aquel amigo me contó tu historia:
negra historia de horribles liviandades,
que hoy viven azotando mi memoria
como azotan al mar las tempestades.
Me habló de tus sonrisas y miradas,
de tus abrazos mudos y tus besos,
y de todas las vivas llamaradas
de tu amor... y también de sus excesos.
¡Pobre amigo inocente, no sabía
que cuando estaba de su amor hablando,
las puertas del infierno me entreabría;
me estaba el corazón despedazando!
-¿No la conoces tú? – Me dijo al cabo-
-¡tan hermosa! ¡tan dulce! ¡Tan ardiente!-
Y yo, que he sido de tu amor esclavo,
-No – respondí con voz desfalleciente,
Y en tanto que llegaban, como tropa
5. de aves enfermas, los recuerdos gratos
de tus caricias en la noche aquella,
-¡Por ella! – Dijo- y levantó su copa-
-¡Salud... por ella! ¡Por ella!
Yo alcé mi copa y murmuré: “! Por ella...!”
Más, como viese en esta
vez, mi amigo bizarro,
humedecerse mis pestañas, fijo
en mi faz - ¿Lloras? – Dijo-
y yo exclamé: “¿No ves que me molesta
el humo que despide tu cigarro?"
4. En marcha
Me miran los hombres y exclaman: ¿qué tienes?
¿Por qué taciturno refrenas el paso?
espectro o vampiro, ¿do vas? ¿De donde vienes
así... ensangrentado como el sol de ocaso?
¿Qué daño te han hecho? respóndenos, dinos,
¿por qué tu pie deja purpurinos rastros?
¿qué el ave te dice cuando alza sus trinos?
¿y tú qué les cuentas de noche a los astros?
¿Por qué vas sin rumbo como hoja que vuela?
¿Como hoja marchita que vuela al acaso?
¿Qué tedio te mata? ¿Qué frío te hiela?
¿Qué buscas? ¿Las sombras como el sol de ocaso?
¿Tal vez una ingrata mujer te ha vendido?
¿o ha muerto... y la pena corona tus sienes?
¿tal vez te ha olvidado? ¡Qué infame ese olvido!
Responde: ¿qué tienes? ¿Qué tienes? ¿Qué tienes?
Yo miro a los hombres, los oigo, y sonrío
así... ensangrentado como el sol de ocaso;
muriendo de angustia, muriendo de hastío...
y no les contesto, los saludo... y paso.
6. 5. ¡ Oh muerte ¡
Amad la muerte, amadla... Ella procura
el supremo descanso, ella nos guía
en el camino del silencio, es fría
pero buena;...ella mata la amargura.
Ella es la maga de la sombra... es pura
y eterna... y todos la llamáis impía.
¿Por qué? ¿Porque nos besa en la agonía,
y un tálamo nos da en la sepultura?
La Muerte es la ceniza de la llama ;
es el "no ser" de lo que vibra; muda
ante el placer o el infortunio, ama:
El sueño, matador de los dolores;
la calma, que del daño nos escuda,
y la tierra que es madre de las flores.
7. COLEGIO AMERICANO
LENGUA CASTELLANA
Docente: DINA LUZ IMITOLA
NICOLAS ANDRES GUTIERREZ
Curso: 7º 5
2011