La gran obra de los cuentistas árabes permanecía ignorada, pues sólo se conocían tímidas é incompletas adaptaciones, hasta que ahora la ha traducido y recopilado en las propias fuentes el doctor Mardrus, dedicando años á esta labor inmensa. … Entonces, aunque muy aterrada, la vieja se arrojó á los pies de su ama, y le cogió la orla de su traje, cubriéndose con ella la cabeza, y le dijo: «¡Oh gran reina! ¡por mis títulos de nodriza que te ha criado, no te apresures á castigarle, máxime sabiendo ya que es un pobre extranjero que afrontó muchos peligros y experimentó muchas tribulaciones! Y sólo merced á la larga vida que le tiene decretada el Destino pudo resistir los tormentos que saliéronle al paso. ¡Y lo más grande y más digno de tu nobleza ¡oh reina! es que le perdones y no violes á costa suya los derechos de la hospitalidad! Además, considera que únicamente el amor le impulsó á esta empresa fatal; y que se debe perdonar mucho á los enamorados. Por último, ¡oh reina mía y corona de nuestra cabeza! has de saber que si me atreví á venir á hablarte de este joven tan hermoso, es porque ninguno entre los hijos de los hombres sabe como él construir versos é improvisar odas. ¡Y para comprobar mi aserto, no tendrás mas que mostrarle al descubierto tu rostro, y verás cómo sabe celebrar tu belleza!» Al oír estas palabras de la anciana, la reina sonrió, y dijo: «¡En verdad que no faltaba ya mas que eso para colmar la medida!» Pero, no obstante la severidad de su actitud, la princesa Nur había quedado conmovida hasta el fondo de sus entrañas por la belleza de Hassán, y nada más de su gusto que experimentar las dotes del joven, lo mismo con versos que con lo que siempre es consecuencia de los versos. Así, pues, fingió dejarse convencer por las palabras de su nodriza, y levantándose el velo, mostró al descubierto su rostro. Al ver aquello, Hassán lanzó un grito tan estridente, que se estremeció el palacio; y cayó sin conocimiento. Y la vieja le prodigó los cuidados oportunos y le hizo volver en sí; luego le preguntó: «¿Pero qué tienes, hijo mío? ¿Y qué viste para turbarte de ese modo?» Y Hassán contestó: «¡Ah, lo que he visto, ya Alah! ¡La reina es mi propia esposa, ó por lo menos, se parece á mi esposa como la mitad de un haba partida se parece á su hermana!» Y al oír estas palabras, la reina se echó á reír de tal manera, que se cayó de lado, y dijo: «¡Este joven está, loco! ¡Pues no dice que soy su esposa! ¡Por Alah! ¿Y desde cuándo son fecundadas las vírgenes sin auxilio del varón y tienen hijos del aire del tiempo?» Luego encaróse con Hassán, y le dijo riendo: «¡Oh querido mío! ¿Quieres decirme, al menos, para que me entere, en qué me parezco á tu esposa y en qué no me parezco á ella? ¡Porque noto que, á pesar de todo, sientes una perplejidad grande con respecto á mí!» El joven contestó: «¡Oh soberana de reyes, asilo de grandes y pequeños! ¡Fué tu belleza quien me volvió loco! ¡Porque te pareces á mi esposa en los ojos más luminosos que estrellas, a las