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El Inmaculado Corazón de María
Primera parte
DIAkONi.co
Por que no son mis pensamientos sus pensamientos, ni los caminos de ustedes
son mis caminos -oráculo de Yahvé-.
Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los
suyos y mis pensamientos a los de ustedes.
Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos
y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar,
para que dé semiente al sembrador y pan para comer,
así será mi palabra, la que salga de mi boca,
que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo
y haya cumplido aquello a que la envié Is 55, 8-11.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer
de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo
a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo:
Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera
la Escritura, dice:
Tengo sed.
Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja
empapada de vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo:
Todo está cumplido. E inclinado la cabeza entregó el espíritu Jn 19, 25-28.
El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso
el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios Lc 1, 35.
Aquella Gloria de Dios, es manifiesta en la transfiguración: cuando se formó una
nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una
voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchenlo Lc 9, 34-35, misma
que cubrió el Sinaí Ex 19, 9ss y acompaño al Pueblo de Dios por el desierto Ex 13,
21-22.
Esta Gloria de la presencia de Dios, ciertamente aparece como un lugar, como
tal es el encuentro entre Dios y Moises en suelo sagrado Ex 3, 5, luego presente en
el Arca de la Alianza Ex 25, 10-22; 1S 4–7; 2S 6; 1R 8, 1-13.
Este lugar Santo, aparece en María como el Lugar Vivo y Santo en donde Dios
se hará Hombre. Esta pureza responde a la misma Gracia Plena que ella ha reci-
bido Cf. Lc 1, 28, en virtud de ser la Morada de Dios.
La Ley de la pureza tal como aparece en el Levítico 11-16, es como lo enseña San
Pablo Cf. Gl 3, 23-28, la que precede como pedagoga a la Fe en Cristo, nuevo y
definitivo Templo Cf. Jn 2, 19; Ef 2, 19-22; 1 Co 3, 16; 6, 19-20, del que manara confor-
me a la Visión de Ezequiel 40-48, el Agua Vivificante Cf. Jn 4, 1-25; 19, 31-37. Jesús
nos llama a la santidad incorporándonos a Él Cf. Lc 22, 19, y par esto, insiste tam-
bién en la purificación, pero esta vez dándole su cumplimiento Mt 5, 17 -como
aquella del corazón- Cf. Mt 15, 10-20; 23.
De esta pureza, nos habla el Corazón que escucha a Dios, y guardando su Palabra
la cumple Cf. St 1, 16-27. Jesús mismo alude a su Madre como modelo: Quien cum-
pla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre Mc 3, 35; siendo en
efecto, muchos los hermanos y hermanas que en Cristo, como miembros de su
Cuerpo, conformamos en torno a tan gran nube de testigos Hb 12, 1, la Familia Santa
de Dios Cf. Ap 7, 9-12; 15, 2-4; 19, 1-10, una sola es la Madre, que formando en su
vientre este único Cuerpo, responde: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí
según tu Palabra Lc 1, 38. Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros
Jn 1, 14.
Este único y verdadero Cuerpo de Cristo, es la Iglesia Cf. 1Co 12, 12ss; Ef; Col 1, 15ss,
que engendra por el Bautismo a sus hijos Cf. Col 2, 9-15.
¿Puede uno acaso entrar en el seno de su madre y nacer? Jn 3, 4.
El Hijo de Dios, al proponernos su misma Carne: si no comen la carne del Hijo del
hombre, y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes Jn 6, 53, nos esta participando
de su misma naturaleza tomada de María y del Espíritu que la fecundó, lográn-
do así para nosotros, la imagen y semejanza divina Cf. Gn 1, 26-27. Esta nueva
naturaleza tomada de Cristo, realizada y sustentada por el coloquio con su
mismo Padre y su misma Madre, ha de ser iniciada a semejanza de su propio
nacimiento, en alcance de la Imagen filial del Hijo al Padre; adopción que cobra
vida, por la nueva condición bautismal renaciénte del agua y del Espíritu
Cf. Jn 3, 1-21.
Esta Novedad es engendrada también por una Nueva Madre, ya no en el orden
natural del hombre viejo dejado atrás Cf. Ef 4, 17- 5, 20, sino por la ordenación de
la Gracia en la cual reconocemos nuestra Vida, en la nueva naturaleza y condi-
ción de hijos. Ahí tienes a tu madre Jn 19, 27.
Jesús, la Palabra eterna del Padre, haciéndose Hombre en el seno de María, vino
a ser el primogénito entre muchos hermanos Rm 8, 29, los que, al comer su Carne y
beber su Sangre permanecen en Él, y vivirán por Él Cf. Jn 6, 56-57. Y así, lograda la
Encarnación del Verbo en cada uno como miembro, la Palabra tomará carne en
todo el Cuerpo mediante la Eucaristía: Tomó luego pan, dio gracias, lo partió y se lo
dio diciendo: Éste es mi cuerpo que se entrega por ustedes Lc 22, 19. El que come mi carne
y bebe mi sangre, permanece mí y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha envia-
do y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí Jn 6, 56-57.
María pasa al ser la Madre de Jesus, el Dios hecho Hombre, a ser la Madre de to-
dos los que participan de la condición filial del Padre, por la incorporación en el
Cuerpo del Hijo, gracias a la acción santificadora del Espíritu.
La Cabeza y el Cuerpo, y esto es Cristo y su Iglesia Cf. 1Co 12, 12ss; Ef; Col 1, 15ss,
tienen Madre, al haber recibido por la Encarnación de todo el Cuerpo, a través
de la Carne y la Sangre comunicada por el Primogénito a todos sus miembros,
la condición de hijos del Padre Cf. Ga 4, 4-7.
En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este
ser mortal se revista de inmortalidad 1Co 15, 53, remplazando nuestra carne y nues-
tra sangre por la de Aquel que resucitó Cf. 1Co 15, 50; Ef 4, 17-23. Con Cristo estoy
crucificado; y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi. Esta vida en la carne, la vivo en
la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí Ga 2, 19-20. Y del mismo
modo que hemos llevado la imagen del hombre terrestre, llevaremos también la imagen
del celeste 1Co 15, 49: Jesús, el que mostrándose y comiendo después de resucitar
entre los muertos Jn 21, 14, le participa al hombre deformado por el pecado, de su
Glorioso Cuerpo Cf Jn 20-21, reinante en la tierra como en el cielo, y en el abismo
Cf. Fl 2, 5-11; Col 1, 15-20, el cual nos fue dado para la Salvación Cf. Jn 6. Porque él
debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser
destruido será la Muerte. Porque ha sometido todas las cosas bajo sus pies. Mas cuando
dice que “todo esta sometido”, es evidente que se excluye a Aquel que ha sometido a él
todas las cosas. Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el
Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en
todos 1Co 15, 25-28.
Cristo Vence, Cristo Reina, Cristo Impera
Todo en Él, que es uno con el Padre por el Espíritu: Dios es espíritu Jn 4, 24a; y uno
con nosotros por su Carne y Sangre, y el Espíritu del Padre que de suyo nos ha
dado.
En la Eucaristía se obra la Encarnación del Verbo en la Iglesia, por la Fe al sacra-
mento, Signo vivo del Cristo total Cf. 1Co 10, 16-18, unidos a miradas de ángeles, reu-
nión solemne, a la asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos, y a Dios, juez uni-
versal, y a los espíritus de los justos llagados ya a su perfección, y a Jesús, mediador de
una nueva alianza, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla más fuerte que
la de Abel Hb 12, 22-24.
Así la Iglesia como Cristo, nacen de este nuevo nacimiento, del que María es
Madre, por la figura sacramental del Bautismo. En verdad, en verdad te digo: El que
no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios Jn 3, 5. El que crea y
sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará Mc 16, 16.
La Fe, que responde con docilidad al Espíritu de Dios Cf. Rm 8, 14, nos llama a
imitar a quienes nos han precedido en la Fe Cf. Hb 11.
Abraham es el padre de la Fe, al creer que Dios lo haría padre pese a su ansiani-
dad y la de su esposa Sara, cosa difícil mas no imposible para Dios Lc 1,37; ahora
bien, la Fe de María esta por encima de aquella del Santo Patriarca Cf. Gn 12-25, 18;
Ella creyó en ser Madre sin concurso de varón, en su virginidad Cf. Lc 1, 34.
Abraham concedió por la Fe, ofrecer a su hijo Isaac en sacrificio; María por su
parte, vio morir su Hijo, el Unigénito del Padre, asumiendo la espada de la Cruz
junto a ella, en donde es proclamada Mujer y Madre.
María se unió, se esposo fecundamente con el Espíritu Santo, para ser la Madre
del Hijo, por la predilección del Padre.
Es la única Criatura que contiene en su contemplación, el Misterio Divino del
Dios que envía su Palabra, del Enviado que no vuelve al Padre sin hacer la Volun-
tad del que le envió, y del Amor unitivo del Espíritu Santo en su Corazón, que
desde entonces, medita aquel insondable designio Cf. Lc 2, 51.
-¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las
intenciones de muchos corazones Lc 2, 35.
María revelará el corazón de muchos, que participarán o rechazarán el camino
de la Cruz, que conjuntamente la une al Corazón sin reservas de su Hijo.
Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a sus Hijo, nacido de mujer,
nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que
recibiéramos la condición de hijos Ga 4, 4-5.
La Ley da el conocimiento del pecado, pero no otorga en sí misma la liberación
del pecado. Son prescripciones de juicio a fuerza de su mismo cumplimento, de
quien obra por su capacidad, desconociendo la Gracia como la fuerza que viene
de creer, en quien va remplazando nuestra condición de esclavos a nosotros,
por la de hijos herederos de una Esperanza Viva Cf. Ga 4, 4-7; 5; Ef 4, 17-23; 1P 1, 3-5.
La condición de hijos es la que María nos revela por su vida en Dios, al ser doble-
mente dichosa, reflejando en sí al Dios uno y trino.
El Corazón de Dios, revelado en las bienaventuranzas, es el rostro de la santidad
impresa en quienes buscan su Voluntad. Jesus que vino no para hacer su voluntad,
sino la voluntad del que lo envió Jn 6, 38, nos enseña a orar con la misma búsqueda,
venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo Mt 6, 10.
María abriéndose a esta venida del Reino, inaugura toda la obra de la redención:
hágase en mi según tu palabra Lc 1, 38, pues bienaventurados los limpios de corazón,
por que ellos verán a Dios Mt 5, 8, ¡SI! María lo proclama como primicia: todas las
generaciones me llamarán bienaventurada Lc 1, 48.
La invitación de orar constantemente para no caer en tentación Cf. Mc 14, 38;
Lc 18, 1; Rm 12, 12, responde a la pregunta: Señor, enséñanos a orar Lc 11, 1.
El principio de toda oración es acoger en la Fe el llamado de Dios, al encuentro
con su Gracia. Esta es la ofrenda y alabanza legítima Cf. Sal 40, 7-9; 50; 51, 18-19;
Is 1, 10-20; 29, 13-14; Os 6, 6; Mi 6, 5-8, tal será el culto espiritual Rm 12, 1.
Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, renueva en mi interior un espíritu firme Sal 51, 12.
Ese Corazón puro, sin mancha, es decir: Inmaculado, es el Corazón de María, que
responde a Dios: hágase Lc 1, 38.
María nos enseña el Santo Rosario: una cuenta de oración como la circulación,
meditando el Insondable Plan de Dios, por la misma primera aceptación con la
que María sin mancha de pecado, respondió al Angel aquel saludo, al llegar la
plenitud de los tiempos Ga 4, 4, para la Salvación del genero humano: Dios te saluda
María, llena eres de gracia Lc 1, 28. El tiempo se ha cumplido Mc 1, 15.
Es el saludo del Señor del cielo y de la tierra, el que siendo eterno, entra en el
tiempo para culminar el sentido de la historia, dándonos a conocer el misterio de su
voluntad, según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, cuando llegase el
momento culminante: hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, las del cielo
y las de la tierra Ef 1, 9-10.
La Iglesia salmodiando en Espíritu y verdad Jn 4, 24b, por la realidad de su Salva-
ción, exclama: ¡Den gracias al Señor por su amor, por sus prodigios en favor de los
hombres! Pues calmó la garganta sedienta, y a los hambrientos los colmó de bienes
Sal 107, 8-9.
María la esclava del Señor Lc 1, 38. cf. 48 es la Señal, de que en Cristo ha llegado la
Salvación. Pues bien, el Señor mismo va a darles una señal: He aquí que una doncella
está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel Is 7,14, que tra-
ducido significa “Dios con nosotros” Mt 1, 23.
Este es el clamor de toda la Iglesia, en su Camino hacia el Padre Cf. Jn 14, 6.
¡Vuélvete a mí, tenme compasión! Da fuerza a tu siervo, salva al hijo de tu esclava.
Concédeme una señal propicia, que mis adversarios vean confundidos, porque tú Señor,
me ayudas y consuelas Sal 86, 16-17.
Por eso unidos a la exultación de Isabel, madre del último de los profetas, espe-
rando la Plena Redención del Pueblo de Dios, y llenos del Espíritu de Dios que
María le comunicó, la bendecimos y le pedimos su Gloriosa Intercesión, que la
oración ferviente del justo tiene mucho poder St 5, 16, diciendo: bendita tu entre las
mujeres y bendito el fruto de tu vientre: Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora
de nuestra muerte. Amén.
Con María, la Virgen orante nos unimos al “si” de apertura, al “paso” de la Gra-
cia de Dios para nuestra Salvación. En María nuestro corazón alcanza su Pureza,
como Aquel Inmaculado que recibe al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, dándole
entrada en nuestra historia, a su maravilloso Designio Salvífico de Comunión y
Comunidad, en Cristo, por la Iglesia.
Sólo por María acontece, el que las criaturas contemplen el Reino del Padre,
camino a Él, en el Hijo, por la fuerza vivificante del Espíritu que acogió, obró y
obra en ella como en todos sus hijos, las maravillas de su Amor.
No se llega a la plenitud de Hijos de Dios, por el Espíritu de filiación adoptiva del
Padre, sin acoger a la Santísima Virgen María como Madre, quien llena del mis-
mo Espíritu que se nos ha dado, forma en nosotros la Familia Santa en Cristo,
Señor nuestro, para la Gloria de Dios Padre.
Todas las madres del mundo, a lo largo de los siglos, son un signo en la primera
Iglesia de la familia, de la Maternidad de María, en la única y definitiva Familia
de Dios.
No los dejare huérfanos: volveré a ustedes Jn 14, 18.
Esta referencia a la venida del Espíritu Santo, alude por tanto, la naturaleza
familiar del anuncio de un Padre y una Madre. Padre por el Espíritu de filiación
adoptiva, y Madre por el mismo Espíritu que morando en ella por la filiación
electiva del Padre, reproduce la Imagen de su Hijo Cf. Rm 8, 29, en todos los que
insertándonos en Él por la Eucaristía Cf. Rm 6, 5-11, nos ofrecemos Cf. Rm 12 muer-
tos al pecado, como miembros de su Cuerpo crucificado por nuestros pecados,
y a la vez glorioso por la Nueva Vida en Cristo según el Espíritu. Vida Nueva y
Eterna alcanzada por su resurrección, de la que participamos, gracias la mem-
bresía que corporalmente alcanzamos por la Carne y la Sangre del Señor, para
regeneración de la nuestra, sometida al pecado. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de
este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro
Señor! Rm 7, 24-25.
Ahora, ya miembros de su Cuerpo vencedor de la muerte, como instrumentos de
justicia al servicio de Dios Rm 6, 13 viviremos injertos a la Vid Verdadera Cf. Jn 15,
por su Sangre y su Carne.
Así, esta precisa alusión de no dejarnos huérfanos, la entenderíamos cursando
el tiempo, en donde la edificación de todo el Cuerpo asumiera al Padre en Cristo.
Pues solo se es huérfano a falta de padre y madre, mas, por la participación de
su Cuerpo Eucarístico nacido de mujer Ga 4, 4, hemos recibido la Salvación al for-
mar parte de la Familia Santa de Dios, cuyo sacramento es el padre, la madre y
los hijos, en cualquiera de las familias que han multiplicado la tierra.
De manera que, tomando de ella la Imagen Col 1, 15, cual Templo Vivo ofrecido
para la Salvación, se obra en el hombre toda la dinámica redentora, al recibir
por la Fe, el Vinculo Familiar de la condición filial.
El Señor, suscitando este alcance profético, nos dice: Aquel día comprenderán que
yo estoy en mi Padre y ustedes en mí y yo en ustedes Jn 14, 20.
Este es el Vinculo que el Espíritu, ligándolo al Sacrificio y a la Sangre de Cristo,
anuncia ante la purificación de María en el Templo, la cual comparte la misma
espada de forma incruenta Cf. Lc 2, 35, y la misma Sangre, que une a Cristo con la
que es su Esposa y a la vez su Cuerpo, la Iglesia Cf. Ef 5, 25-32.
Sobre el escenario de bodas en Caná, no tenían vino, porque se había acabado el
vino de la boda, y le dice a Jesús su Madre: No tienen vino. Y Jesus le responde: ¿Qué
tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora Jn 2, 3-4. Esta boda encuentra
su realidad última luego de la visión de la Mujer y el Dragón Cf. Ap 12, 1-17, en la
alegría de la Perfecta Comunión. Esta misma Comunión es la que existe entre la
Santísima Virgen María y el Señor uno y trino, la cual, proyectando su Corazón
Inmaculado, engendra la Iglesia Triunfante, sin mancha ni arruga, ni cosa parecida,
sino santa e inmaculada Ef 5, 27, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa
se ha engalanado Ap 19, 7.
Este mismo Sacrificio Incruento es el que la Santa Madre Iglesia, como Esposa y
Cuerpo ofrece a semejanza de María junto a la Cruz, cuya figura de Mujer ilu-
mina su Resplandor en la Iglesia, actuando como “paso” imprescindible de la
Gracia Sacramental.
La Iglesia a imagen de María, engendra sacramentalmente la Verdadera Vida en
el hombre nuevo. De Ella deviene el triunfo de la Divina Misericordia en cuanto
la Gloria del Reino se manifieste plenamente, al tiempo que su Inmaculado Cora-
zón ha formado en nosotros la adhesión orante, de quién espera en el Señor con
humildad, en una sola Voluntad con Él, pues felizmente hemos de creer con Ella,
que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor Lc 1, 45.
Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre Lc 1, 42.
San Pablo nos recuerda: No hay quien sea justo, ni siquiera uno; para que toda boca
enmudezca y el mundo entero se reconozca reo ante Dios; todos pecaron y están privados
de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención
realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su
propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pe-
cados cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar
su justicia en el tiempo presente, para ser justo y justificador del que cree en Jesús Rm 3,
10. 19. 23-26.
María es justificada por el don de la Gracia recibida, antes de que se exhibiera
su Hijo en la Cruz, en virtud del Plan Salvífico de Dios, que ha de contar con su
Sangre, la que biológicamente comunicará a Jesús, para la Salvación del mundo.
Antes de haberte formado yo en el vientre, te conocía, y antes que nacieras, te consagre.
Jr 1, 5
Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo Lc 1, 28.
El saludo del ángel Gabriel, da por hecho esta concesión de la Gracia, que ahora
María reconoce como portadora del Verbo Divino.
María es Inmaculada desde su concepción, participando de su Hijo desde el
designio del Padre, para así participarnos del Dios hecho Hombre a cuantos
creemos en Él, por la misma Fe acogida por Ella, y la misma Gracia que Dios da
para sus Designios Salvíficos, porque mis pensamientos, no son vuestros pensamientos
Is 55, 8. Por que soy Dios, no hombre; el Santo en medio de ti, y no vendré con ira Os 11, 9.
Todo intento para conocer a María “pasa” por una interpretación del Corazón,
de la letra al Camino de una nueva alianza, no de la letra, sino del Espíritu, pues la
letra mata mas el Espíritu da vida 2Co 3, 6. Alianza sellada por la Sangre emanada del
Corazón de Dios Cf. Jn 19, 34, encarnado en el Seno de su excelsa Madre, en el mo-
mento en que la Palabra eterna entró en el tiempo, consiguiendo una liberación de-
finitiva Hb 9, 12. Él, que en el Seno de la Virgen se construyó un Templo, enten-
diéndolo como su Cuerpo, lo hizo su propio instrumento de propiciación por su pro-
pia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pecados
cometidos anteriormente Rm 3, 25, de aquellos que han sido llamados según su designio.
Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su
Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos Rm 8, 28-29; en efecto
dice el Señor: Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le
resucitaré el último día Jn 6, 44, pues el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida
eterna, y yo le resucitaré el último día Jn 6, 54.
El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús, poniéndose de pie, exclamó: El que tenga
sed, que venga a mí, y beberá Jn 7, 37.
Tu hermano resucitará. Le respondió Marta: Ya sé que resucitará en la resurrección, el
último día. Jesús le respondió: Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera,
vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. Crees esto? Jn 11, 23-26.
Creemos en el Corazón Eucarístico de Jesús y María, el que iba a venir al mundo
Jn 11, 27 para enseñarnos el Amor, como lo había dicho: pondré mi Ley en su interior
y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo Jr 31, 33.
Esta senda, por el lazo mariano de la unión con Cristo, se encamina en la firme
devoción consagrada del Amor Esponsal y Divino, entre Cristo y su Esposa la
Iglesia, cuya figura en María, Madre del todo el Cuerpo, configura como Vaso
(Molde) espiritual, la participación en Cristo de los hijos de Dios, los cuales han
sido engendrados por la Maternidad de su Fe.
Ello no destruye la única mediación de Cristo, porque hay un solo Dios, y también
un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también 1Tm 2, 5, nacido
de mujer Ga 4, 4, hecho hombre por la acción del Espíritu Santo y la mediación hu-
mana de María; cooperación que participa de la misma y única mediación entre
el Padre y los hombres, en Cristo Jesús, quién siendo de la misma naturaleza del
Padre en el Espíritu, participa también de la misma naturaleza del hombre, por
su Cuerpo y por su Sangre, que (al ser) participados para nuestra Salvación, se
constituyen en nuestro fundamento y primicia de resurrección, desplazando y
remplazando nuestra corrupción por su Incorrupción Cf. 1Co 15; y ya movidos
por su Divinidad en el mismo Espíritu, Cuerpo y Sangre, verdaderamente alcan-
cemos a profesar con nuestros labios Cf. Rm 10, 6-17 junto a San Pablo y todos los
Santos de Dios, y en María en su grado mas excelso: con Cristo estoy crucificado; y
ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi Ga 2, 19-20.
Y si somos uno en Cristo, una también es nuestra Madre: el Dios con nosotros
Mt 1, 23, es el Dios dentro de nosotros Cf. Lc 17, 20-21 a semejanza de María; pues
Ella, siendo la Madre Sobrenatural de la Cabeza(de la Iglesia), es gestora de la
Vida Sobrenatural de la Gracia dada a los hombres, como Madre también del
Cuerpo(de la Iglesia) nutrido por su Hijo. Así entonces la Iglesia, se edifica por
el Resplandor de María, Madre en efecto, del Cristo total, único mediador entre
Dios y los hombres, Fuente y Vinculo de la Gracia Renovadora para quienes han
de re-nacer, pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre de los cielos, ése es mi
hermano, mi hermana y mi madre Mt 12, 50.
Este Resplandor Místico de la transmisión de la Fe como la transmisión de la
Vida, comprensible por los Sacramentos, ha de justificarse por la Fe de la Tradi-
ción Apostólica y Católica, desde el manantial del Agua Viva que brota de Cristo
Cf Jn 4, 5-14; 19, 34; Fe transmisora del Vinculo Corporal del que es Señor del uni-
verso, Hijo del Padre Omnipotente y de María, la Humilde Esclava del Señor,Ver-
dadero Dios y Verdadero Hombre Cf. 1Jn 4.
La Iglesia, Madre en la Fe por el reflejo de María, aparece como la Alianza Nueva,
con un nuevo Adán Cf. Rm 5, 12-19; 1Co 15, 21ss y una nueva Eva, Alianza escrita en
los corazones, conocida y leída por todos los hombres... escrita no con tinta, sino con el
Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones
2Co 3, 2-3.
En el episodio de las bodas de Cana se entiende como la Iglesia, trasmite exten-
diendo su asistencia -en su Persona excelsa-, la Palabra que la Madre concibió, y
que ha de engendrar la Santa Iglesia desde el Seno Inmaculado del deposito de
su Fe, igualmente revelando: Hagan lo que él les diga Jn 2, 5.
Ahora pues, la invitación para hacernos uno con el Padre en el Hijo, solo se
realiza al hacernos uno con el Padre y la Madre en el Hijo, nutridos plenamente
en la Comunión de la Familia de Dios, en relación al Padre, la participación de
Comunión del Hijo y por este medio, la fecunda dinámica del Espíritu Santo, con
la que el Señor hace renacer al hombre en la Iglesia del Dios vivo, columna y funda-
mento de la Verdad 1Tm 3, 15, cuya perfecta primicia en la Plena Gracia de María,
le permite gozar de su Glorioso Resplandor, mediando como Espejo Inmaculado
que es, de la Santísima Trinidad.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora
de nuestra muerte. Amén.
Pues en él han sido enriquecidos en todo, en toda palabra y conocimiento, en la medida
en que se ha consolidado en ustedes el testimonio de Cristo. Así, ya no les falta ningún
don de gracia a los que esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo. Él los confir-
mará hasta el fin, irreprensibles en el Día de nuestro Señor Jesucristo. Pues fiel es Dios,
por quien han sido llamados a la comunión con su hijo Jesucristo, Señor nuestro
1Co 1, 5-9.
La venida del Reino de Dios no se producirá aparatosamente, ni se dirá: Véanlo aquí o
allá, porque, miren, el Reino de Dios ya está entre ustedes Lc 17, 20-21.
No se pude conocer a María a través de las Sagradas Escrituras, siguiendo una
interpretación bíblica, bajo el alcance inmediato de las letras seguidas.
Hace falta ver a María en relación al conjunto dinámico de las Escrituras, sir-
viéndose de la Visión Sacramental, de continuo manifiesta en toda la Obra de
Dios junto a la vida del hombre, con la que Dios ha proyectado sus Insondables
Designios, los cuales en clave eclesiológica por su claro y fuerte rasgo de Comu-
nión, son comprendidos a la luz de la Fe: la Fe del Inmaculado Corazón de María,
con la cual Dios ha revelado sus cosas a los humildes y pequeños Cf. Lc, 10, 21-24.
No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo:
les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor;
y esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado
en un pesebre Lc 2, 10-12.

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El Inmaculado Corazón de María

  • 1. El Inmaculado Corazón de María Primera parte DIAkONi.co
  • 2. Por que no son mis pensamientos sus pensamientos, ni los caminos de ustedes son mis caminos -oráculo de Yahvé-. Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los suyos y mis pensamientos a los de ustedes. Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé semiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié Is 55, 8-11. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: Tengo sed. Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada de vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: Todo está cumplido. E inclinado la cabeza entregó el espíritu Jn 19, 25-28.
  • 3.
  • 4. El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios Lc 1, 35. Aquella Gloria de Dios, es manifiesta en la transfiguración: cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchenlo Lc 9, 34-35, misma que cubrió el Sinaí Ex 19, 9ss y acompaño al Pueblo de Dios por el desierto Ex 13, 21-22. Esta Gloria de la presencia de Dios, ciertamente aparece como un lugar, como tal es el encuentro entre Dios y Moises en suelo sagrado Ex 3, 5, luego presente en el Arca de la Alianza Ex 25, 10-22; 1S 4–7; 2S 6; 1R 8, 1-13. Este lugar Santo, aparece en María como el Lugar Vivo y Santo en donde Dios se hará Hombre. Esta pureza responde a la misma Gracia Plena que ella ha reci- bido Cf. Lc 1, 28, en virtud de ser la Morada de Dios. La Ley de la pureza tal como aparece en el Levítico 11-16, es como lo enseña San Pablo Cf. Gl 3, 23-28, la que precede como pedagoga a la Fe en Cristo, nuevo y definitivo Templo Cf. Jn 2, 19; Ef 2, 19-22; 1 Co 3, 16; 6, 19-20, del que manara confor- me a la Visión de Ezequiel 40-48, el Agua Vivificante Cf. Jn 4, 1-25; 19, 31-37. Jesús nos llama a la santidad incorporándonos a Él Cf. Lc 22, 19, y par esto, insiste tam- bién en la purificación, pero esta vez dándole su cumplimiento Mt 5, 17 -como aquella del corazón- Cf. Mt 15, 10-20; 23.
  • 5. De esta pureza, nos habla el Corazón que escucha a Dios, y guardando su Palabra la cumple Cf. St 1, 16-27. Jesús mismo alude a su Madre como modelo: Quien cum- pla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre Mc 3, 35; siendo en efecto, muchos los hermanos y hermanas que en Cristo, como miembros de su Cuerpo, conformamos en torno a tan gran nube de testigos Hb 12, 1, la Familia Santa de Dios Cf. Ap 7, 9-12; 15, 2-4; 19, 1-10, una sola es la Madre, que formando en su vientre este único Cuerpo, responde: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra Lc 1, 38. Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros Jn 1, 14. Este único y verdadero Cuerpo de Cristo, es la Iglesia Cf. 1Co 12, 12ss; Ef; Col 1, 15ss, que engendra por el Bautismo a sus hijos Cf. Col 2, 9-15. ¿Puede uno acaso entrar en el seno de su madre y nacer? Jn 3, 4. El Hijo de Dios, al proponernos su misma Carne: si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes Jn 6, 53, nos esta participando de su misma naturaleza tomada de María y del Espíritu que la fecundó, lográn- do así para nosotros, la imagen y semejanza divina Cf. Gn 1, 26-27. Esta nueva naturaleza tomada de Cristo, realizada y sustentada por el coloquio con su mismo Padre y su misma Madre, ha de ser iniciada a semejanza de su propio nacimiento, en alcance de la Imagen filial del Hijo al Padre; adopción que cobra vida, por la nueva condición bautismal renaciénte del agua y del Espíritu Cf. Jn 3, 1-21.
  • 6. Esta Novedad es engendrada también por una Nueva Madre, ya no en el orden natural del hombre viejo dejado atrás Cf. Ef 4, 17- 5, 20, sino por la ordenación de la Gracia en la cual reconocemos nuestra Vida, en la nueva naturaleza y condi- ción de hijos. Ahí tienes a tu madre Jn 19, 27. Jesús, la Palabra eterna del Padre, haciéndose Hombre en el seno de María, vino a ser el primogénito entre muchos hermanos Rm 8, 29, los que, al comer su Carne y beber su Sangre permanecen en Él, y vivirán por Él Cf. Jn 6, 56-57. Y así, lograda la Encarnación del Verbo en cada uno como miembro, la Palabra tomará carne en todo el Cuerpo mediante la Eucaristía: Tomó luego pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Éste es mi cuerpo que se entrega por ustedes Lc 22, 19. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece mí y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha envia- do y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí Jn 6, 56-57. María pasa al ser la Madre de Jesus, el Dios hecho Hombre, a ser la Madre de to- dos los que participan de la condición filial del Padre, por la incorporación en el Cuerpo del Hijo, gracias a la acción santificadora del Espíritu. La Cabeza y el Cuerpo, y esto es Cristo y su Iglesia Cf. 1Co 12, 12ss; Ef; Col 1, 15ss, tienen Madre, al haber recibido por la Encarnación de todo el Cuerpo, a través de la Carne y la Sangre comunicada por el Primogénito a todos sus miembros, la condición de hijos del Padre Cf. Ga 4, 4-7.
  • 7. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad 1Co 15, 53, remplazando nuestra carne y nues- tra sangre por la de Aquel que resucitó Cf. 1Co 15, 50; Ef 4, 17-23. Con Cristo estoy crucificado; y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí Ga 2, 19-20. Y del mismo modo que hemos llevado la imagen del hombre terrestre, llevaremos también la imagen del celeste 1Co 15, 49: Jesús, el que mostrándose y comiendo después de resucitar entre los muertos Jn 21, 14, le participa al hombre deformado por el pecado, de su Glorioso Cuerpo Cf Jn 20-21, reinante en la tierra como en el cielo, y en el abismo Cf. Fl 2, 5-11; Col 1, 15-20, el cual nos fue dado para la Salvación Cf. Jn 6. Porque él debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la Muerte. Porque ha sometido todas las cosas bajo sus pies. Mas cuando dice que “todo esta sometido”, es evidente que se excluye a Aquel que ha sometido a él todas las cosas. Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos 1Co 15, 25-28. Cristo Vence, Cristo Reina, Cristo Impera
  • 8. Todo en Él, que es uno con el Padre por el Espíritu: Dios es espíritu Jn 4, 24a; y uno con nosotros por su Carne y Sangre, y el Espíritu del Padre que de suyo nos ha dado. En la Eucaristía se obra la Encarnación del Verbo en la Iglesia, por la Fe al sacra- mento, Signo vivo del Cristo total Cf. 1Co 10, 16-18, unidos a miradas de ángeles, reu- nión solemne, a la asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos, y a Dios, juez uni- versal, y a los espíritus de los justos llagados ya a su perfección, y a Jesús, mediador de una nueva alianza, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla más fuerte que la de Abel Hb 12, 22-24. Así la Iglesia como Cristo, nacen de este nuevo nacimiento, del que María es Madre, por la figura sacramental del Bautismo. En verdad, en verdad te digo: El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios Jn 3, 5. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará Mc 16, 16.
  • 9.
  • 10. La Fe, que responde con docilidad al Espíritu de Dios Cf. Rm 8, 14, nos llama a imitar a quienes nos han precedido en la Fe Cf. Hb 11. Abraham es el padre de la Fe, al creer que Dios lo haría padre pese a su ansiani- dad y la de su esposa Sara, cosa difícil mas no imposible para Dios Lc 1,37; ahora bien, la Fe de María esta por encima de aquella del Santo Patriarca Cf. Gn 12-25, 18; Ella creyó en ser Madre sin concurso de varón, en su virginidad Cf. Lc 1, 34. Abraham concedió por la Fe, ofrecer a su hijo Isaac en sacrificio; María por su parte, vio morir su Hijo, el Unigénito del Padre, asumiendo la espada de la Cruz junto a ella, en donde es proclamada Mujer y Madre. María se unió, se esposo fecundamente con el Espíritu Santo, para ser la Madre del Hijo, por la predilección del Padre. Es la única Criatura que contiene en su contemplación, el Misterio Divino del Dios que envía su Palabra, del Enviado que no vuelve al Padre sin hacer la Volun- tad del que le envió, y del Amor unitivo del Espíritu Santo en su Corazón, que desde entonces, medita aquel insondable designio Cf. Lc 2, 51.
  • 11.
  • 12. -¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones Lc 2, 35. María revelará el corazón de muchos, que participarán o rechazarán el camino de la Cruz, que conjuntamente la une al Corazón sin reservas de su Hijo.
  • 13.
  • 14. Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a sus Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la condición de hijos Ga 4, 4-5. La Ley da el conocimiento del pecado, pero no otorga en sí misma la liberación del pecado. Son prescripciones de juicio a fuerza de su mismo cumplimento, de quien obra por su capacidad, desconociendo la Gracia como la fuerza que viene de creer, en quien va remplazando nuestra condición de esclavos a nosotros, por la de hijos herederos de una Esperanza Viva Cf. Ga 4, 4-7; 5; Ef 4, 17-23; 1P 1, 3-5. La condición de hijos es la que María nos revela por su vida en Dios, al ser doble- mente dichosa, reflejando en sí al Dios uno y trino. El Corazón de Dios, revelado en las bienaventuranzas, es el rostro de la santidad impresa en quienes buscan su Voluntad. Jesus que vino no para hacer su voluntad, sino la voluntad del que lo envió Jn 6, 38, nos enseña a orar con la misma búsqueda, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo Mt 6, 10. María abriéndose a esta venida del Reino, inaugura toda la obra de la redención: hágase en mi según tu palabra Lc 1, 38, pues bienaventurados los limpios de corazón, por que ellos verán a Dios Mt 5, 8, ¡SI! María lo proclama como primicia: todas las generaciones me llamarán bienaventurada Lc 1, 48.
  • 15. La invitación de orar constantemente para no caer en tentación Cf. Mc 14, 38; Lc 18, 1; Rm 12, 12, responde a la pregunta: Señor, enséñanos a orar Lc 11, 1. El principio de toda oración es acoger en la Fe el llamado de Dios, al encuentro con su Gracia. Esta es la ofrenda y alabanza legítima Cf. Sal 40, 7-9; 50; 51, 18-19; Is 1, 10-20; 29, 13-14; Os 6, 6; Mi 6, 5-8, tal será el culto espiritual Rm 12, 1. Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, renueva en mi interior un espíritu firme Sal 51, 12. Ese Corazón puro, sin mancha, es decir: Inmaculado, es el Corazón de María, que responde a Dios: hágase Lc 1, 38. María nos enseña el Santo Rosario: una cuenta de oración como la circulación, meditando el Insondable Plan de Dios, por la misma primera aceptación con la que María sin mancha de pecado, respondió al Angel aquel saludo, al llegar la plenitud de los tiempos Ga 4, 4, para la Salvación del genero humano: Dios te saluda María, llena eres de gracia Lc 1, 28. El tiempo se ha cumplido Mc 1, 15. Es el saludo del Señor del cielo y de la tierra, el que siendo eterno, entra en el tiempo para culminar el sentido de la historia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, cuando llegase el momento culminante: hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, las del cielo y las de la tierra Ef 1, 9-10.
  • 16. La Iglesia salmodiando en Espíritu y verdad Jn 4, 24b, por la realidad de su Salva- ción, exclama: ¡Den gracias al Señor por su amor, por sus prodigios en favor de los hombres! Pues calmó la garganta sedienta, y a los hambrientos los colmó de bienes Sal 107, 8-9. María la esclava del Señor Lc 1, 38. cf. 48 es la Señal, de que en Cristo ha llegado la Salvación. Pues bien, el Señor mismo va a darles una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel Is 7,14, que tra- ducido significa “Dios con nosotros” Mt 1, 23. Este es el clamor de toda la Iglesia, en su Camino hacia el Padre Cf. Jn 14, 6. ¡Vuélvete a mí, tenme compasión! Da fuerza a tu siervo, salva al hijo de tu esclava. Concédeme una señal propicia, que mis adversarios vean confundidos, porque tú Señor, me ayudas y consuelas Sal 86, 16-17. Por eso unidos a la exultación de Isabel, madre del último de los profetas, espe- rando la Plena Redención del Pueblo de Dios, y llenos del Espíritu de Dios que María le comunicó, la bendecimos y le pedimos su Gloriosa Intercesión, que la oración ferviente del justo tiene mucho poder St 5, 16, diciendo: bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre: Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
  • 17. Con María, la Virgen orante nos unimos al “si” de apertura, al “paso” de la Gra- cia de Dios para nuestra Salvación. En María nuestro corazón alcanza su Pureza, como Aquel Inmaculado que recibe al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, dándole entrada en nuestra historia, a su maravilloso Designio Salvífico de Comunión y Comunidad, en Cristo, por la Iglesia. Sólo por María acontece, el que las criaturas contemplen el Reino del Padre, camino a Él, en el Hijo, por la fuerza vivificante del Espíritu que acogió, obró y obra en ella como en todos sus hijos, las maravillas de su Amor.
  • 18.
  • 19. No se llega a la plenitud de Hijos de Dios, por el Espíritu de filiación adoptiva del Padre, sin acoger a la Santísima Virgen María como Madre, quien llena del mis- mo Espíritu que se nos ha dado, forma en nosotros la Familia Santa en Cristo, Señor nuestro, para la Gloria de Dios Padre. Todas las madres del mundo, a lo largo de los siglos, son un signo en la primera Iglesia de la familia, de la Maternidad de María, en la única y definitiva Familia de Dios. No los dejare huérfanos: volveré a ustedes Jn 14, 18. Esta referencia a la venida del Espíritu Santo, alude por tanto, la naturaleza familiar del anuncio de un Padre y una Madre. Padre por el Espíritu de filiación adoptiva, y Madre por el mismo Espíritu que morando en ella por la filiación electiva del Padre, reproduce la Imagen de su Hijo Cf. Rm 8, 29, en todos los que insertándonos en Él por la Eucaristía Cf. Rm 6, 5-11, nos ofrecemos Cf. Rm 12 muer- tos al pecado, como miembros de su Cuerpo crucificado por nuestros pecados, y a la vez glorioso por la Nueva Vida en Cristo según el Espíritu. Vida Nueva y Eterna alcanzada por su resurrección, de la que participamos, gracias la mem- bresía que corporalmente alcanzamos por la Carne y la Sangre del Señor, para regeneración de la nuestra, sometida al pecado. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! Rm 7, 24-25.
  • 20. Ahora, ya miembros de su Cuerpo vencedor de la muerte, como instrumentos de justicia al servicio de Dios Rm 6, 13 viviremos injertos a la Vid Verdadera Cf. Jn 15, por su Sangre y su Carne. Así, esta precisa alusión de no dejarnos huérfanos, la entenderíamos cursando el tiempo, en donde la edificación de todo el Cuerpo asumiera al Padre en Cristo. Pues solo se es huérfano a falta de padre y madre, mas, por la participación de su Cuerpo Eucarístico nacido de mujer Ga 4, 4, hemos recibido la Salvación al for- mar parte de la Familia Santa de Dios, cuyo sacramento es el padre, la madre y los hijos, en cualquiera de las familias que han multiplicado la tierra. De manera que, tomando de ella la Imagen Col 1, 15, cual Templo Vivo ofrecido para la Salvación, se obra en el hombre toda la dinámica redentora, al recibir por la Fe, el Vinculo Familiar de la condición filial. El Señor, suscitando este alcance profético, nos dice: Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre y ustedes en mí y yo en ustedes Jn 14, 20. Este es el Vinculo que el Espíritu, ligándolo al Sacrificio y a la Sangre de Cristo, anuncia ante la purificación de María en el Templo, la cual comparte la misma espada de forma incruenta Cf. Lc 2, 35, y la misma Sangre, que une a Cristo con la que es su Esposa y a la vez su Cuerpo, la Iglesia Cf. Ef 5, 25-32.
  • 21. Sobre el escenario de bodas en Caná, no tenían vino, porque se había acabado el vino de la boda, y le dice a Jesús su Madre: No tienen vino. Y Jesus le responde: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora Jn 2, 3-4. Esta boda encuentra su realidad última luego de la visión de la Mujer y el Dragón Cf. Ap 12, 1-17, en la alegría de la Perfecta Comunión. Esta misma Comunión es la que existe entre la Santísima Virgen María y el Señor uno y trino, la cual, proyectando su Corazón Inmaculado, engendra la Iglesia Triunfante, sin mancha ni arruga, ni cosa parecida, sino santa e inmaculada Ef 5, 27, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado Ap 19, 7. Este mismo Sacrificio Incruento es el que la Santa Madre Iglesia, como Esposa y Cuerpo ofrece a semejanza de María junto a la Cruz, cuya figura de Mujer ilu- mina su Resplandor en la Iglesia, actuando como “paso” imprescindible de la Gracia Sacramental. La Iglesia a imagen de María, engendra sacramentalmente la Verdadera Vida en el hombre nuevo. De Ella deviene el triunfo de la Divina Misericordia en cuanto la Gloria del Reino se manifieste plenamente, al tiempo que su Inmaculado Cora- zón ha formado en nosotros la adhesión orante, de quién espera en el Señor con humildad, en una sola Voluntad con Él, pues felizmente hemos de creer con Ella, que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor Lc 1, 45.
  • 22. Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre Lc 1, 42. San Pablo nos recuerda: No hay quien sea justo, ni siquiera uno; para que toda boca enmudezca y el mundo entero se reconozca reo ante Dios; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pe- cados cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser justo y justificador del que cree en Jesús Rm 3, 10. 19. 23-26. María es justificada por el don de la Gracia recibida, antes de que se exhibiera su Hijo en la Cruz, en virtud del Plan Salvífico de Dios, que ha de contar con su Sangre, la que biológicamente comunicará a Jesús, para la Salvación del mundo. Antes de haberte formado yo en el vientre, te conocía, y antes que nacieras, te consagre. Jr 1, 5
  • 23. Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo Lc 1, 28. El saludo del ángel Gabriel, da por hecho esta concesión de la Gracia, que ahora María reconoce como portadora del Verbo Divino. María es Inmaculada desde su concepción, participando de su Hijo desde el designio del Padre, para así participarnos del Dios hecho Hombre a cuantos creemos en Él, por la misma Fe acogida por Ella, y la misma Gracia que Dios da para sus Designios Salvíficos, porque mis pensamientos, no son vuestros pensamientos Is 55, 8. Por que soy Dios, no hombre; el Santo en medio de ti, y no vendré con ira Os 11, 9.
  • 24.
  • 25. Todo intento para conocer a María “pasa” por una interpretación del Corazón, de la letra al Camino de una nueva alianza, no de la letra, sino del Espíritu, pues la letra mata mas el Espíritu da vida 2Co 3, 6. Alianza sellada por la Sangre emanada del Corazón de Dios Cf. Jn 19, 34, encarnado en el Seno de su excelsa Madre, en el mo- mento en que la Palabra eterna entró en el tiempo, consiguiendo una liberación de- finitiva Hb 9, 12. Él, que en el Seno de la Virgen se construyó un Templo, enten- diéndolo como su Cuerpo, lo hizo su propio instrumento de propiciación por su pro- pia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pecados cometidos anteriormente Rm 3, 25, de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos Rm 8, 28-29; en efecto dice el Señor: Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día Jn 6, 44, pues el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día Jn 6, 54. El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús, poniéndose de pie, exclamó: El que tenga sed, que venga a mí, y beberá Jn 7, 37. Tu hermano resucitará. Le respondió Marta: Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día. Jesús le respondió: Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. Crees esto? Jn 11, 23-26.
  • 26. Creemos en el Corazón Eucarístico de Jesús y María, el que iba a venir al mundo Jn 11, 27 para enseñarnos el Amor, como lo había dicho: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo Jr 31, 33. Esta senda, por el lazo mariano de la unión con Cristo, se encamina en la firme devoción consagrada del Amor Esponsal y Divino, entre Cristo y su Esposa la Iglesia, cuya figura en María, Madre del todo el Cuerpo, configura como Vaso (Molde) espiritual, la participación en Cristo de los hijos de Dios, los cuales han sido engendrados por la Maternidad de su Fe. Ello no destruye la única mediación de Cristo, porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también 1Tm 2, 5, nacido de mujer Ga 4, 4, hecho hombre por la acción del Espíritu Santo y la mediación hu- mana de María; cooperación que participa de la misma y única mediación entre el Padre y los hombres, en Cristo Jesús, quién siendo de la misma naturaleza del Padre en el Espíritu, participa también de la misma naturaleza del hombre, por su Cuerpo y por su Sangre, que (al ser) participados para nuestra Salvación, se constituyen en nuestro fundamento y primicia de resurrección, desplazando y remplazando nuestra corrupción por su Incorrupción Cf. 1Co 15; y ya movidos por su Divinidad en el mismo Espíritu, Cuerpo y Sangre, verdaderamente alcan- cemos a profesar con nuestros labios Cf. Rm 10, 6-17 junto a San Pablo y todos los Santos de Dios, y en María en su grado mas excelso: con Cristo estoy crucificado; y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi Ga 2, 19-20.
  • 27. Y si somos uno en Cristo, una también es nuestra Madre: el Dios con nosotros Mt 1, 23, es el Dios dentro de nosotros Cf. Lc 17, 20-21 a semejanza de María; pues Ella, siendo la Madre Sobrenatural de la Cabeza(de la Iglesia), es gestora de la Vida Sobrenatural de la Gracia dada a los hombres, como Madre también del Cuerpo(de la Iglesia) nutrido por su Hijo. Así entonces la Iglesia, se edifica por el Resplandor de María, Madre en efecto, del Cristo total, único mediador entre Dios y los hombres, Fuente y Vinculo de la Gracia Renovadora para quienes han de re-nacer, pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre de los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre Mt 12, 50. Este Resplandor Místico de la transmisión de la Fe como la transmisión de la Vida, comprensible por los Sacramentos, ha de justificarse por la Fe de la Tradi- ción Apostólica y Católica, desde el manantial del Agua Viva que brota de Cristo Cf Jn 4, 5-14; 19, 34; Fe transmisora del Vinculo Corporal del que es Señor del uni- verso, Hijo del Padre Omnipotente y de María, la Humilde Esclava del Señor,Ver- dadero Dios y Verdadero Hombre Cf. 1Jn 4. La Iglesia, Madre en la Fe por el reflejo de María, aparece como la Alianza Nueva, con un nuevo Adán Cf. Rm 5, 12-19; 1Co 15, 21ss y una nueva Eva, Alianza escrita en los corazones, conocida y leída por todos los hombres... escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones 2Co 3, 2-3.
  • 28.
  • 29. En el episodio de las bodas de Cana se entiende como la Iglesia, trasmite exten- diendo su asistencia -en su Persona excelsa-, la Palabra que la Madre concibió, y que ha de engendrar la Santa Iglesia desde el Seno Inmaculado del deposito de su Fe, igualmente revelando: Hagan lo que él les diga Jn 2, 5. Ahora pues, la invitación para hacernos uno con el Padre en el Hijo, solo se realiza al hacernos uno con el Padre y la Madre en el Hijo, nutridos plenamente en la Comunión de la Familia de Dios, en relación al Padre, la participación de Comunión del Hijo y por este medio, la fecunda dinámica del Espíritu Santo, con la que el Señor hace renacer al hombre en la Iglesia del Dios vivo, columna y funda- mento de la Verdad 1Tm 3, 15, cuya perfecta primicia en la Plena Gracia de María, le permite gozar de su Glorioso Resplandor, mediando como Espejo Inmaculado que es, de la Santísima Trinidad. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Pues en él han sido enriquecidos en todo, en toda palabra y conocimiento, en la medida en que se ha consolidado en ustedes el testimonio de Cristo. Así, ya no les falta ningún don de gracia a los que esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo. Él los confir- mará hasta el fin, irreprensibles en el Día de nuestro Señor Jesucristo. Pues fiel es Dios, por quien han sido llamados a la comunión con su hijo Jesucristo, Señor nuestro 1Co 1, 5-9.
  • 30. La venida del Reino de Dios no se producirá aparatosamente, ni se dirá: Véanlo aquí o allá, porque, miren, el Reino de Dios ya está entre ustedes Lc 17, 20-21.
  • 31.
  • 32. No se pude conocer a María a través de las Sagradas Escrituras, siguiendo una interpretación bíblica, bajo el alcance inmediato de las letras seguidas. Hace falta ver a María en relación al conjunto dinámico de las Escrituras, sir- viéndose de la Visión Sacramental, de continuo manifiesta en toda la Obra de Dios junto a la vida del hombre, con la que Dios ha proyectado sus Insondables Designios, los cuales en clave eclesiológica por su claro y fuerte rasgo de Comu- nión, son comprendidos a la luz de la Fe: la Fe del Inmaculado Corazón de María, con la cual Dios ha revelado sus cosas a los humildes y pequeños Cf. Lc, 10, 21-24.
  • 33. No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre Lc 2, 10-12.