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San
Francisco
de Asís
Le pusieron por
nombre Juan;
pero comenzaron
a llamarle
Francisco
porque, cuando
nació, su padre
andaba por
Francia.
En su juventud no le
interesaban los
negocios ni los
estudios. Pero
tampoco era de
malas costumbres.

Hacía limosnas, dando vestidos, y
le gustaban los escritos
románticos y los trovadores.
A los 20 años tuvo que ir
a la guerra y cayó
prisio-nero. Cuando fue
liberado cayó enfermo
muy grave.
Volvió a la guerra; pero su
vida íntima iba cambiando,
manifestada en el amor al
prójimo, al repartir sus
propios vestidos.
Se dedicó más a la
oración. También
visitaba y servía a
los enfermos en
los hospitales.

Su vida cambió
cuando un día,
aun sintiendo una
gran repulsa, bajó
del caballo y besó
a un leproso.
Después iba por lugares
apartados llorando sus
pecados, hasta que hizo
como su centro de oración
la capilla de san Damián,
que estaba en ruinas.

Un día entró Francisco a
orar y, ante la imagen de
Cristo Crucificado,
preguntó: “Entonces,
Señor, ¿qué quieres de
mi?”

Y Cristo le
respondió:
“Francisco, ve y

restaura
mi Iglesia que,
como ves, está
en ruinas”.
Francisco lo entendió de
forma material.

Así pues, vendió su caballo y ropas de su padre y el
dinero lo entregó al sacerdote encargado de la
capilla, quien no quiso aceptarlo.
El padre de Francisco llegó a
“san Damián”, golpeó al
joven y lo llevó a casa
encerrándole encadenado.
Pero su madre le puso en
libertad, volviendo
Francisco a san Damián.
De nuevo volvió su padre, le
golpeó y le dijo que renunciara
a la herencia. Francisco no vio
en ello problema. Pero al decir
su padre que pagara los
vestidos regalados, Francisco
contestó que todo eso
pertenecía a Dios.
El padre de Francisco le llevó ante el
obispo; pero Francisco se quitó los
vestidos y se los dio a su padre.
El padre protestaba;
pero Francisco le
dijo: “Hasta ahora tu
has sido mi padre en
la tierra; pero en
adelante podré decir:
El obispo le regaló a Francisco un
vestido de labrador. Francisco hizo
sobre el vestido una cruz con una
tiza y se volvió a san Damián.
Durante dos años anduvo como un
mendigo

trabajando para un
monasterio.
Pronto comenzó
su empresa de
reparar la
iglesia de san
Damián.

Alguna vez decía: “Un día habrá aquí un
convento de religiosas que alabarán al
Señor”. Esto sucedió cinco años
después con santa Clara y compañeras.
Para poder reparar la iglesia pedía
limosnas al mismo tiempo que
predicaba: “El Amor no es
amado”. Tuvo que soportar burlas
y desprecios.
A unos 4 kms. de Asís había una
pequeña iglesia abandonada
(la “porciúncula”), que estaba
dedicada a Ntra. Sra. de los
Ángeles. Pertenecía a los
benedictinos a quienes pidió
Francisco permiso para residir
allí.

Era la fiesta de san Matías en 1209, cuando
Francisco oyó en el evangelio del día: “No llevéis
oro… ni dos túnicas, ni sandalias, ni báculo”.
Francisco lo interpretó literalmente y regaló las
sandalias, el báculo y el cinturón. En adelante
llevaría sólo la túnica con un cordón.
No fueron
fáciles los
comienzos
para
francisco.
Tuvo que
resistir las
embestidas
del demonio
incitándole a
sentimientos
En cierta ocasión, sintiendo más
malos. la tentación carnal,
fuerte
quitándose la túnica, se arrojó
entre zarzas y espinos.
El primero fue
Bernardo de
Quintanavall
e, rico
comerciante,
que repartió
su hacienda
entre los
pobres.
El segundo fue Pedro de Cattaneo,
el tercero el hermano Gil, hombre
sencillo y bueno. Luego Silvestre
y otros.
En 1212 el abad benedictino regaló la capilla
a Francisco, con la condición de que
fuese para siempre la principal iglesia de
la nueva orden.

Francisco aceptó, pero sólo
prestada. Por eso los
franciscanos daban a los
benedictinos la cuota de una
cesta de peces del río una
vez a año.
Los benedictinos
correspondían
enviando un
tonel de aceite.
En ese año 1212, santa Clara decide seguir a
Francisco en su entrega total a Dios.

La seguirán otras “clarisas”, que se
establecen en “san Damián”.
Francisco y sus
compañeros
trabajaban en el
campo, y,cuando no
había trabajo pedían
limosna

No podían aceptar
dinero.

Servían a los
leprosos y
obedecían al
obispo.
Cuando los “hermanos” fueron doce,
Francisco redactó una regla, que
prácticamente se componía de consejos
evangélicos.

Y se fueron a Roma, a pie, cantando
y pidiendo limosna, para
El obispo de Asís ya le había hablado muy bien
sobre Francisco y compañeros al cardenal
Hugolino. Este cardenal les acogió en su casa y
les recomendó al papa. Luego fue su protector.
Dicen que años más
tarde san
Francisco,
juntamente con
santo Domingo,
fue a exponer a
dicho cardenal las
nuevas
constituciones.
Por aquellos días el papa
Inocencio III había
tenido un sueño viendo
cómo “un hombre
pobrecito, de pequeña
estatura y aspecto
despreciable” sostenía
la basílica lateranense, a
punto de caerse.
Varios cardenales le decían al
papa que la propuesta de
Francisco superaba las
fuerzas humanas. No les
parecía bien vivir en tanta
pobreza. Pero el cardenal
Hugolino dijo al papa que
rechazar esta demanda era
injuriar al Evangelio de Cristo.

El papa dijo a Francisco
que orasen para
encontrar una
solución. Y otro día les
recibiría.
Cuando otro día se presentaron ante el papa, Francisco le
habló tan hermosamente sobre la providencia divina y el
ser hijos del Rey Celestial, que Inocencio III les concedió el
seguir en esa vida.

Además les concedió llevar la tonsura como clérigos
para que más
libremente
pudieran
predicar.
Así pues, ahora con mayor alegría y
entusiasmo predicaban la palabra
de Dios.
San Francisco quiso ir a Oriente por dos
motivos: para visitar la tierra de Jesús y
para tener la oportunidad de morir mártir
por Jesucristo.

En recuerdo de la devota
peregrinación de san Francisco a
los Santos Lugares, los
San Francisco sufrió mucho al ver en Oriente
las malas costumbres de los soldados de
las cruzadas. Y, como quería morir mártir,
buscando predicar a los sarracenos, fue a
ver al sultán de Egipto.
Estaban enfrentados los
ejércitos del sultán con los
cristianos. Era una gran
temeridad querer pasar de
una parte a la otra. Pero
Francisco con el hermano
Iluminado fue, le
apresaron, le maltrataron
y le llevaron ante el
Sultán.
San Francisco le dijo al sultán: “No son los
hombres quienes me han enviado, sino
Dios todopoderoso. Vengo para
enseñaros el camino de la salvación…”
Y le hizo una propuesta: la
prueba del fuego. “Que
alguno de tus sacerdotes
entre conmigo en el
fuego…” Como el sultán
vio que el principal se
marchaba, no quiso
aceptar. Tampoco aceptó
que Francisco solo entrase
en el fuego. Temía a que los
soldados convertidos se
pasasen al campo
contrario. .
El sultán, impresionado por la sencillez y
firmeza de Francisco, después de
escucharle con cierto agrado, le despidió.
San Francisco se volvió desalentado por el
poco éxito.
San Francisco estando en
Tierra Santa, recibió
malas noticias sobre el
desarrollo de la nueva
orden. Eran muchos y
era muy difícil
mantener la unidad, la
pobreza y obediencia
sin una buena
organización.
Esta reunión se llamó de
las esteras, porque
tuvieron que hacer
muchas chozas con
esteras para poder
acoger a varios cientos
de hermanos venidos de
Italia y de lugares más
extremos.

Esto fue en
Pentecostés de
1221.
San Francisco les decía; “Hijos míos,
grandes cosas hemos prometido,
pero mucho mayores son las que
Dios nos ha prometido…”

Y les mandaba por santa obediencia a no
preocuparse de lo necesario para el
cuerpo y a confiar en la Providencia.
La Providencia fue tan grande que de todos los
lugares cercanos les llevaban ofrendas:
comida y aun vasijas donde poder comer. La
reunión se convirtió en una fiesta.
San Francisco, con la ayuda del cardenal Hugolino y
algún hermano, redactó nuevos estatutos para
presentarlos al papa Honorio III
No era fácil, pues había
cierta oposición por parte
de algunos hermanos
dirigidos por fray Elías de
Cortona, que de hecho
era quien dirigía la orden
externamente. Francisco
iba dejando esta
dirección para dedicarse
más al espíritu.
En el año 1223 el papa Honorio III aprueba
los estatutos.
En la Navidad de ese año 1223, al entrar a rezar en la
ermita de Greccio, sintió el deseo de representar en
vivo el nacimiento del Niño Jesús.

Llamó a la gente, hizo
una cueva, le trajeron
una mula y un buey, y
sintió con mucho amor
la presencia viva del
Niño de Belén.
Hay algunas leyendas, que son como
parábolas vivientes. Una es la del lobo de
Gubbio que san Francisco amansó.
Indica la misma mansedumbre del santo
y sus deseos de paz.
En 1224 se retiró san Francisco a una
pequeña cabaña del monte Alberna.
Sólo le acompañó el hermano León.
Como estaba muy débil, un campesino
le prestó su jumento.
Estando en aquella soledad, vio bajar del cielo un serafín con
seis alas, como de fuego. Apareció luego entre las alas la
efigie de un hombre crucificado. Francisco sintió un gozo y
un dolor intenso a la vez. Al desaparecer la visión, quedaron
impresas en sus manos y pies y costado las llagas de Jesús
crucificado.
Después de la fiesta
de san Miguel, bajó
del monte.

Llevaba las llagas
impresas como si fuese
una imagen de Cristo
crucificado. Por eso
solía ir metidas las
manos entre las
mangas del hábito, y en
los pies medias y
zapatos.
Previendo que llegaban
los últimos días de su
vida, quiso ser llevado a
la “Ponciúncula” y ser
puesto en el suelo sin
ropa para sentir más la
extrema pobreza. Pero
un hermano le dijo que
tomase un hábito
prestado en santa
obediencia.
Quiso san Francisco que viniera a despedirse
Jacoba de Settesoli, una dama, a quien
apreciaba por los bienes que les hacía a los
hermanos. Ella llegó por inspiración divina
trayendo el sayal para amortajarle.
Hizo llamar a los hermanos que estaban allí y les
exhortó al amor de Dios, a la paciencia, la pobreza
y fidelidad a la santa Iglesia romana.
Bendijo a los presentes y a los ausentes. Y les decía:
“Por mi parte he
cumplido lo que
me incumbía; que
Cristo os enseñe a
vosotros lo que
debéis hacer”

Y pidió que le
leyeran la
pasión según
san Juan.
“Cumplidos en Francisco todos los misterios, liberada su
alma santísima de las ataduras de la carne y sumergida
en el abismo de la divina claridad, se durmió en el Señor
este varón bienaventurado”.
(San Buenaventura)
Unas semanas antes había dicho “bienvenida
hermana muerte” al entrar por última vez en la
Porciúncula.
Antes de morir, fray
Angel y fray León
cantaron la estrofa de
la “hermana muerte” y
Francisco se durmió
en el Señor.

Tenía 44
años de
edad.
Su entierro fue
una manifestación al
mismo tiempo
dolorosa y
triunfal. Muchedumbres
escoltaban el
sagrado cuerpo.

Pasaron por “san Damián” para que santa Clara y
sus monjas le pudieran besar y tocar sus llagas.
Fue enterrado en la iglesia de san Jorge de Asís
hasta que construyeran el nuevo templo.
A los dos años, el 16 de Julio de 1228
era canonizado san Francisco en Asís
por el papa Gregorio IX.

El papa le conocía muy bien, pues
había sido su gran protector, el
cardenal Hugolino.
Entre las grandes virtudes de san
francisco podemos destacar el
DESPRENDIMIENTO de todo lo
terreno para sentirse libre en su
dedicación a Dios.

Hasta
llegar a
pedir
limosna
junto a
los más
pobres.
Decía: “Quien no
ayuda a otro
hombre, no
puede esperar un
día la
Una gran HUMILDAD junto con la
“perfecta alegría” en medio de los
desprecios e insultos.
porque lo unía al amor de Cristo
crucificado
San Francisco
pedía ayudarla
siempre,
especialmente
en tiempos
difíciles. Y
obedeciendo
siempre a los
obispos.
Por medio
de las
creatura
s

alababa y bendecía al
Creador
¿Qué aportaron estas órdenes
mendicantes a la Iglesia y al
mundo?
• Lo esencialmente nuevo que aportaban las órdenes
mendicantes, no era en realidad la pobreza personal de los
miembros individuales. Todas las órdenes anteriores
habían observado una vida rigurosamente austera con
renuncia a la propiedad privada, y en ello se habían
distinguido los cistercienses.
• Lo nuevo consistía en que tampoco el convento debía
poseer nada. El convento de los mendicantes no es ya una
abadía con bosques, pesquerías, campo de labor, colonos
y aparceros, sino un lugar que sólo proporciona el mínimo
indispensable para la vida: unas celdas en torno a una
iglesia, acaso un pequeño huerto y nada más. Para los
mendicantes, la patria ya no es el monasterio, sino la
orden.
• Desaparece aquella estabilidad, aquel enraizamiento en el
suelo, que desde san Benito había constituido la base de la
vida monástica. Pero esto sólo era posible a condición de que
los miembros redujeran también al mínimo sus necesidades
personales. Los mendicantes no vivían como unos señores
espirituales, análogos a los feudales, sino como hermanos que
convivían con sus iguales. Practicaban la cura de almas, en
forma desinteresada. La gente no tenía que ir a ellos, sino que
eran ellos los que iban a la gente. La predicación estaba
destinada a todos y no era para forzar, sino para convencer y
motivar a la virtud, a la vuelta al evangelio. Hasta entonces el
pastor de almas había inspirado respeto, acaso también temor;
ahora los mendicantes inspiran admiración y amor.
• Fue característico de los mendicantes tener una orden primera
– la de los varones-, una orden segunda –la de las mujeres-, y
una orden tercera compuesta por los seglares que deseaban
vivir según el mismo espíritu. Las órdenes terceras fueron y
son escuelas de santidad. Figuran entre los primeros terciarios
franciscanos santa Isabel de Hungría y san Luis, rey de
Francia.

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Vida y obra de San Francisco de Asís

  • 2. Le pusieron por nombre Juan; pero comenzaron a llamarle Francisco porque, cuando nació, su padre andaba por Francia.
  • 3. En su juventud no le interesaban los negocios ni los estudios. Pero tampoco era de malas costumbres. Hacía limosnas, dando vestidos, y le gustaban los escritos románticos y los trovadores.
  • 4. A los 20 años tuvo que ir a la guerra y cayó prisio-nero. Cuando fue liberado cayó enfermo muy grave. Volvió a la guerra; pero su vida íntima iba cambiando, manifestada en el amor al prójimo, al repartir sus propios vestidos.
  • 5. Se dedicó más a la oración. También visitaba y servía a los enfermos en los hospitales. Su vida cambió cuando un día, aun sintiendo una gran repulsa, bajó del caballo y besó a un leproso.
  • 6. Después iba por lugares apartados llorando sus pecados, hasta que hizo como su centro de oración la capilla de san Damián, que estaba en ruinas. Un día entró Francisco a orar y, ante la imagen de Cristo Crucificado, preguntó: “Entonces, Señor, ¿qué quieres de mi?” Y Cristo le respondió: “Francisco, ve y restaura mi Iglesia que, como ves, está en ruinas”. Francisco lo entendió de forma material. Así pues, vendió su caballo y ropas de su padre y el dinero lo entregó al sacerdote encargado de la capilla, quien no quiso aceptarlo.
  • 7. El padre de Francisco llegó a “san Damián”, golpeó al joven y lo llevó a casa encerrándole encadenado. Pero su madre le puso en libertad, volviendo Francisco a san Damián. De nuevo volvió su padre, le golpeó y le dijo que renunciara a la herencia. Francisco no vio en ello problema. Pero al decir su padre que pagara los vestidos regalados, Francisco contestó que todo eso pertenecía a Dios.
  • 8. El padre de Francisco le llevó ante el obispo; pero Francisco se quitó los vestidos y se los dio a su padre.
  • 9. El padre protestaba; pero Francisco le dijo: “Hasta ahora tu has sido mi padre en la tierra; pero en adelante podré decir:
  • 10. El obispo le regaló a Francisco un vestido de labrador. Francisco hizo sobre el vestido una cruz con una tiza y se volvió a san Damián.
  • 11. Durante dos años anduvo como un mendigo trabajando para un monasterio.
  • 12. Pronto comenzó su empresa de reparar la iglesia de san Damián. Alguna vez decía: “Un día habrá aquí un convento de religiosas que alabarán al Señor”. Esto sucedió cinco años después con santa Clara y compañeras.
  • 13. Para poder reparar la iglesia pedía limosnas al mismo tiempo que predicaba: “El Amor no es amado”. Tuvo que soportar burlas y desprecios.
  • 14. A unos 4 kms. de Asís había una pequeña iglesia abandonada (la “porciúncula”), que estaba dedicada a Ntra. Sra. de los Ángeles. Pertenecía a los benedictinos a quienes pidió Francisco permiso para residir allí. Era la fiesta de san Matías en 1209, cuando Francisco oyó en el evangelio del día: “No llevéis oro… ni dos túnicas, ni sandalias, ni báculo”. Francisco lo interpretó literalmente y regaló las sandalias, el báculo y el cinturón. En adelante llevaría sólo la túnica con un cordón.
  • 15. No fueron fáciles los comienzos para francisco. Tuvo que resistir las embestidas del demonio incitándole a sentimientos En cierta ocasión, sintiendo más malos. la tentación carnal, fuerte quitándose la túnica, se arrojó entre zarzas y espinos.
  • 16. El primero fue Bernardo de Quintanavall e, rico comerciante, que repartió su hacienda entre los pobres.
  • 17. El segundo fue Pedro de Cattaneo, el tercero el hermano Gil, hombre sencillo y bueno. Luego Silvestre y otros.
  • 18. En 1212 el abad benedictino regaló la capilla a Francisco, con la condición de que fuese para siempre la principal iglesia de la nueva orden. Francisco aceptó, pero sólo prestada. Por eso los franciscanos daban a los benedictinos la cuota de una cesta de peces del río una vez a año. Los benedictinos correspondían enviando un tonel de aceite.
  • 19. En ese año 1212, santa Clara decide seguir a Francisco en su entrega total a Dios. La seguirán otras “clarisas”, que se establecen en “san Damián”.
  • 20. Francisco y sus compañeros trabajaban en el campo, y,cuando no había trabajo pedían limosna No podían aceptar dinero. Servían a los leprosos y obedecían al obispo.
  • 21. Cuando los “hermanos” fueron doce, Francisco redactó una regla, que prácticamente se componía de consejos evangélicos. Y se fueron a Roma, a pie, cantando y pidiendo limosna, para
  • 22. El obispo de Asís ya le había hablado muy bien sobre Francisco y compañeros al cardenal Hugolino. Este cardenal les acogió en su casa y les recomendó al papa. Luego fue su protector. Dicen que años más tarde san Francisco, juntamente con santo Domingo, fue a exponer a dicho cardenal las nuevas constituciones.
  • 23. Por aquellos días el papa Inocencio III había tenido un sueño viendo cómo “un hombre pobrecito, de pequeña estatura y aspecto despreciable” sostenía la basílica lateranense, a punto de caerse.
  • 24. Varios cardenales le decían al papa que la propuesta de Francisco superaba las fuerzas humanas. No les parecía bien vivir en tanta pobreza. Pero el cardenal Hugolino dijo al papa que rechazar esta demanda era injuriar al Evangelio de Cristo. El papa dijo a Francisco que orasen para encontrar una solución. Y otro día les recibiría.
  • 25. Cuando otro día se presentaron ante el papa, Francisco le habló tan hermosamente sobre la providencia divina y el ser hijos del Rey Celestial, que Inocencio III les concedió el seguir en esa vida. Además les concedió llevar la tonsura como clérigos para que más libremente pudieran predicar.
  • 26. Así pues, ahora con mayor alegría y entusiasmo predicaban la palabra de Dios.
  • 27. San Francisco quiso ir a Oriente por dos motivos: para visitar la tierra de Jesús y para tener la oportunidad de morir mártir por Jesucristo. En recuerdo de la devota peregrinación de san Francisco a los Santos Lugares, los
  • 28. San Francisco sufrió mucho al ver en Oriente las malas costumbres de los soldados de las cruzadas. Y, como quería morir mártir, buscando predicar a los sarracenos, fue a ver al sultán de Egipto. Estaban enfrentados los ejércitos del sultán con los cristianos. Era una gran temeridad querer pasar de una parte a la otra. Pero Francisco con el hermano Iluminado fue, le apresaron, le maltrataron y le llevaron ante el Sultán.
  • 29. San Francisco le dijo al sultán: “No son los hombres quienes me han enviado, sino Dios todopoderoso. Vengo para enseñaros el camino de la salvación…” Y le hizo una propuesta: la prueba del fuego. “Que alguno de tus sacerdotes entre conmigo en el fuego…” Como el sultán vio que el principal se marchaba, no quiso aceptar. Tampoco aceptó que Francisco solo entrase en el fuego. Temía a que los soldados convertidos se pasasen al campo contrario. .
  • 30. El sultán, impresionado por la sencillez y firmeza de Francisco, después de escucharle con cierto agrado, le despidió. San Francisco se volvió desalentado por el poco éxito.
  • 31. San Francisco estando en Tierra Santa, recibió malas noticias sobre el desarrollo de la nueva orden. Eran muchos y era muy difícil mantener la unidad, la pobreza y obediencia sin una buena organización.
  • 32.
  • 33. Esta reunión se llamó de las esteras, porque tuvieron que hacer muchas chozas con esteras para poder acoger a varios cientos de hermanos venidos de Italia y de lugares más extremos. Esto fue en Pentecostés de 1221.
  • 34. San Francisco les decía; “Hijos míos, grandes cosas hemos prometido, pero mucho mayores son las que Dios nos ha prometido…” Y les mandaba por santa obediencia a no preocuparse de lo necesario para el cuerpo y a confiar en la Providencia.
  • 35. La Providencia fue tan grande que de todos los lugares cercanos les llevaban ofrendas: comida y aun vasijas donde poder comer. La reunión se convirtió en una fiesta.
  • 36. San Francisco, con la ayuda del cardenal Hugolino y algún hermano, redactó nuevos estatutos para presentarlos al papa Honorio III No era fácil, pues había cierta oposición por parte de algunos hermanos dirigidos por fray Elías de Cortona, que de hecho era quien dirigía la orden externamente. Francisco iba dejando esta dirección para dedicarse más al espíritu.
  • 37. En el año 1223 el papa Honorio III aprueba los estatutos.
  • 38. En la Navidad de ese año 1223, al entrar a rezar en la ermita de Greccio, sintió el deseo de representar en vivo el nacimiento del Niño Jesús. Llamó a la gente, hizo una cueva, le trajeron una mula y un buey, y sintió con mucho amor la presencia viva del Niño de Belén.
  • 39. Hay algunas leyendas, que son como parábolas vivientes. Una es la del lobo de Gubbio que san Francisco amansó. Indica la misma mansedumbre del santo y sus deseos de paz.
  • 40. En 1224 se retiró san Francisco a una pequeña cabaña del monte Alberna. Sólo le acompañó el hermano León. Como estaba muy débil, un campesino le prestó su jumento.
  • 41. Estando en aquella soledad, vio bajar del cielo un serafín con seis alas, como de fuego. Apareció luego entre las alas la efigie de un hombre crucificado. Francisco sintió un gozo y un dolor intenso a la vez. Al desaparecer la visión, quedaron impresas en sus manos y pies y costado las llagas de Jesús crucificado.
  • 42. Después de la fiesta de san Miguel, bajó del monte. Llevaba las llagas impresas como si fuese una imagen de Cristo crucificado. Por eso solía ir metidas las manos entre las mangas del hábito, y en los pies medias y zapatos.
  • 43. Previendo que llegaban los últimos días de su vida, quiso ser llevado a la “Ponciúncula” y ser puesto en el suelo sin ropa para sentir más la extrema pobreza. Pero un hermano le dijo que tomase un hábito prestado en santa obediencia.
  • 44. Quiso san Francisco que viniera a despedirse Jacoba de Settesoli, una dama, a quien apreciaba por los bienes que les hacía a los hermanos. Ella llegó por inspiración divina trayendo el sayal para amortajarle.
  • 45. Hizo llamar a los hermanos que estaban allí y les exhortó al amor de Dios, a la paciencia, la pobreza y fidelidad a la santa Iglesia romana. Bendijo a los presentes y a los ausentes. Y les decía: “Por mi parte he cumplido lo que me incumbía; que Cristo os enseñe a vosotros lo que debéis hacer” Y pidió que le leyeran la pasión según san Juan.
  • 46. “Cumplidos en Francisco todos los misterios, liberada su alma santísima de las ataduras de la carne y sumergida en el abismo de la divina claridad, se durmió en el Señor este varón bienaventurado”. (San Buenaventura)
  • 47. Unas semanas antes había dicho “bienvenida hermana muerte” al entrar por última vez en la Porciúncula. Antes de morir, fray Angel y fray León cantaron la estrofa de la “hermana muerte” y Francisco se durmió en el Señor. Tenía 44 años de edad.
  • 48. Su entierro fue una manifestación al mismo tiempo dolorosa y triunfal. Muchedumbres escoltaban el sagrado cuerpo. Pasaron por “san Damián” para que santa Clara y sus monjas le pudieran besar y tocar sus llagas. Fue enterrado en la iglesia de san Jorge de Asís hasta que construyeran el nuevo templo.
  • 49. A los dos años, el 16 de Julio de 1228 era canonizado san Francisco en Asís por el papa Gregorio IX. El papa le conocía muy bien, pues había sido su gran protector, el cardenal Hugolino.
  • 50. Entre las grandes virtudes de san francisco podemos destacar el DESPRENDIMIENTO de todo lo terreno para sentirse libre en su dedicación a Dios. Hasta llegar a pedir limosna junto a los más pobres.
  • 51. Decía: “Quien no ayuda a otro hombre, no puede esperar un día la
  • 52. Una gran HUMILDAD junto con la “perfecta alegría” en medio de los desprecios e insultos.
  • 53. porque lo unía al amor de Cristo crucificado
  • 54. San Francisco pedía ayudarla siempre, especialmente en tiempos difíciles. Y obedeciendo siempre a los obispos.
  • 55.
  • 56. Por medio de las creatura s alababa y bendecía al Creador
  • 57.
  • 58. ¿Qué aportaron estas órdenes mendicantes a la Iglesia y al mundo? • Lo esencialmente nuevo que aportaban las órdenes mendicantes, no era en realidad la pobreza personal de los miembros individuales. Todas las órdenes anteriores habían observado una vida rigurosamente austera con renuncia a la propiedad privada, y en ello se habían distinguido los cistercienses. • Lo nuevo consistía en que tampoco el convento debía poseer nada. El convento de los mendicantes no es ya una abadía con bosques, pesquerías, campo de labor, colonos y aparceros, sino un lugar que sólo proporciona el mínimo indispensable para la vida: unas celdas en torno a una iglesia, acaso un pequeño huerto y nada más. Para los mendicantes, la patria ya no es el monasterio, sino la orden.
  • 59. • Desaparece aquella estabilidad, aquel enraizamiento en el suelo, que desde san Benito había constituido la base de la vida monástica. Pero esto sólo era posible a condición de que los miembros redujeran también al mínimo sus necesidades personales. Los mendicantes no vivían como unos señores espirituales, análogos a los feudales, sino como hermanos que convivían con sus iguales. Practicaban la cura de almas, en forma desinteresada. La gente no tenía que ir a ellos, sino que eran ellos los que iban a la gente. La predicación estaba destinada a todos y no era para forzar, sino para convencer y motivar a la virtud, a la vuelta al evangelio. Hasta entonces el pastor de almas había inspirado respeto, acaso también temor; ahora los mendicantes inspiran admiración y amor. • Fue característico de los mendicantes tener una orden primera – la de los varones-, una orden segunda –la de las mujeres-, y una orden tercera compuesta por los seglares que deseaban vivir según el mismo espíritu. Las órdenes terceras fueron y son escuelas de santidad. Figuran entre los primeros terciarios franciscanos santa Isabel de Hungría y san Luis, rey de Francia.