SlideShare una empresa de Scribd logo
1 de 17
Descargar para leer sin conexión
De soldado orgulloso a veterano indigente. La Guerra del Pacífico
                        Resumido por: Francisco Javier Urzúa Rodríguez
               Basado en el trabajo de: Carlos Donoso y Juan Ricardo Couyomdjian.




Furzuar Copyleft 2012, permitida la copia,
redistribución y modificación, citando al
autor. http://furzuar.blogspot.com

                                              [1]
La Guerra del Pacífico fue un enfrentamiento bélico entre el Estado de Chile y la alianza de Perú y
Bolivia, estalló en 1879. Las Fuerzas Armadas Chilenas se encontraban en condiciones deplorables,
debido a reiterados recortes presupuestarios, bajando la dotación del Ejército de 23.000 hombres en
1874 a sólo 6.000 en 1879, más al rededor de 50.000 reservistas 1, mientras que Perú y Bolivia
movilizaban cerca de 120.000 hombres.

El entusiasmo inicial y los enganches.

Al estallar la guerra todo hombre mayor de 16 años y menor de 40 era «Reclutable» como soldado,
mientras que para corneta o tambor, la edad bajaba a 10 años. La estatura mínima exigida era de 1,52
metros, tener disposición al servicio y capacidad física para soportar las fatigas propias de éste. Al
momento de ser enganchado, cada voluntario firmaba un documento que lo ligaba al Ejército por 5 ó 6
años, recibiendo un pago de 6 pesos al mes.

Junto con firmar el documento de ligación al ejército, cada soldado recibía la Cartilla del Soldado, en
la cual se explicitaban las normas disciplinarias del Ejército e instrucciones de manejo del armamento.
Además, cada soldado debía saber con precisión los nombres de Cabos, Sargentos y oficiales de su
compañía y conocer las leyes penales y militares.

Al estallar la guerra, se generó una suerte de entusiasmo colectivo en la población, el que aumentó con
la llegada de los chilenos expulsados de los territorios peruanos. Contando la guerra desde el primer
momento con el apoyo popular. Centenares de jóvenes, sin distinción de clases, acudían a los cuarteles
para inscribirse como voluntarios, muchos oficiales incluso manifestaron su intención de hacer la
campaña sin remuneraciones. Desde Bomberos hasta estudiantes universitarios, se organizaban
formando batallones para ir al frente. Los cargos de oficiales eran ocupados por miembros de
reconocidas familias.

El fervor patriótico estaba en su cénit, los hombres partían con orgullo a defender a su país, muchos
renunciaban a vidas de comodidades en pos de la patria, incluso un teniente antes de partir al frente,
firmó un testamento, dejando todos sus bienes al Estado en caso de morir en la guerra.

El entusiasmo se contagiaba entre la población infantil, quizás el caso más patente es el de Luis Cruz
Martínez, quien con sólo 14 años logró ser aceptado en el Regimiento Curicó, otros ingresaban sin goce
de sueldo, sólo con derecho a rancho. Un soldado acantonado en Iquique, mientras observaba el
desembarco del Batallón Quillota, vio que su hermano de 12 años estaba entre las filas, informando de
esto a sus autoridades, el niño fue enviado de vuelta a Valparaíso, donde se perdió su pista,
sospechándose que volvió oculto al norte. Muchos de estos niños provenían de hogares mal
constituidos o de pobreza extrema, por lo que partir a la guerra, se presentaba como una solución a sus
problemas.

En algunos casos familias enteras partían al norte, junto a los cuerpos de los 77 héroes de La
Concepción se hallaron los de 4 mujeres que acompañaban a sus esposos, un niño de 5 años y un recién
nacido. Había soldados que partían junto a sus hijos, hermanos y mujer a la guerra.
No todos los que vestían de soldado lo hacían por amor a la patria, muchos lo hacían por la paga de 6
pesos, comida y vestuario. Además, los presos de la Penitenciaría de Santiago cambiaban la vida
1   Soldado que ha cumplido con su servicio militar y ha retornado a la vida civil. Puede ser llamado al servicio en tiempos
    de guerra

                                                            [2]
carcelaria por la militar. «Malos ciudadanos, buenos soldados» Decía un viejo oficial de Ejército.

Pero llegó un momento en que el enganche voluntario no fue suficiente, por lo que se buscaron otras
formas de reclutamiento. Siendo entre todas, la mas efectiva, la del reclutamiento forzoso, para el que
se utilizaron todo tipo de tácticas. Por ejemplo, si un hombre se encontraba circulando pasadas las 10
de la noche, era enganchado, los peones de fundos, también lo eran, en algunas partes, se soltaban
perros y en Quillota, un juez ofreció enganchar a todos los ebrios que llegasen detenidos. Los
resultados de estos enganches fueron dispares, por lo que se procedió a transferir a los enganchados de
distintos batallones para llenar los que tenían vacantes, por ejemplo, el Batallón Aconcagua sólo
contaba con 4 hombres de la zona, el resto provenía de Quillota, Chillán, Talca, Vichuquén y
Cauquenes.

Problemas con los enganchados.

A pesar de que la ordenanza general del Ejército fijaba pautas claras con respecto a la condición física
de los enrolados, muchos de ellos, saludables al momento de partir, llegaban al norte tan débiles que ni
siquiera podían disparar su fusil.

Es por esto, que en junio de 1879 el gobierno ordenó a los jefes que examinaran a los individuos y
alistaran sólo a los robustos y de buena salud. Posteriormente el ministro Santa María recomendaba no
enganchar a gente inútil, porque el norte ya estaba repleto de ellos.

Situación Sanitaria:

Al inicio de la guerra, los hospitales de campaña eran –en su mayoría– utilizados por enfermos. Por
ejemplo en el hospital de Pisagua, de los 199 pacientes que había en Diciembre de 1879, 194 estaban
por enfermedades y sólo 5 por heridas de guerra. A lo largo del año 1879 se dieron cerca de 200
licencias por diversas enfermedades.

Esta situación fue aprovechada por quienes estando sanos, querían dejar el servicio, quizás
decepcionados de las condiciones impuestas por la guerra. Hacia diciembre de 1879, el Ministro del
Interior hacía ver al Ministro de Guerra en Campaña la preocupación por el elevado número de
licenciados.

El problema continuó con el tiempo, en marzo de 1880, el Ministro del Interior informaba al General
en Jefe del Ejército del Norte que había comprobado que muchos de los individuos de tropa que
llegaban del norte no padecían enfermedades graves o que los imposibilitaran para el servicio.
Recomendaba entonces, no licenciar a nadie, sólo a quienes cuya enfermedad no pudiese ser tratada en
los hospitales del norte.

De todas formas, el número de deserciones a lo largo del conflicto fue sorprendentemente bajo, se
estima que no fueron más de 650 fugados, de los cuales, un tercio se produjo en los primeros dos años
de contienda. Dada la baja cantidad de plazas disponibles por fugas, fueron éstas repuestas
rápidamente, incluso cuando reinaba el desencanto.

La prensa difundía ampliamente los preparativos del ejército. Un ex-Ministro del Estado peruano
señalaba que ellos no requerían de espías en Chile, les bastaba con tener todos los diarios de donde

                                                   [3]
extraían todos los datos que necesitaban.

Los centros de entrenamiento de las tropas presentaban serias deficiencias propias de la improvisación
con la que se hacía frente al conflicto. Muchos de estos lugares no contaban con la más mínima
infraestructura para acoger a los huéspedes. Llegando a existir relatos de donde debían dormir 40
soldados en pequeñas habitaciones.

Las condiciones durante el viaje hacia el norte no eran mejores, la tropa debía dormir en la cubierta de
los barcos o en las bodegas. Muchos de los soldados sucumbían ante el mareo y permanecían postrados
durante los tres días de viaje. Los más resistentes repartían el tiempo conversando o leyendo. Alberto
del Solar narra que una de las distracciones preferidas de la oficialidad era permanecer cerca de los
soldados para escuchar sus cómicas reflexiones.

Disciplina y preparación.

El entusiasmo con que los enganchados partían al frente, muchas veces desbordó su preparación física,
táctica y disciplinaria. En noviembre de 1879, el Ministro de Guerra informaba al Presidente que el
Ejército estaba conformado por «una multitud de paisanos que lo desquician todo». Meses mas tarde, la
oficialidad hacía notar la ineficiencia de los enganchados a la fuerza, haciendo presente que con los
enganchados no había forma de enseñarles a servir un cañón.

Faltaba disciplina, en un simulacro de combate entre dos batallones, desembocó en una batalla campal
entre ellos, dejando un muerto y varios heridos. La misma falta de espíritu de cuerpo hizo que los
marineros del transporte Rimac, ante su inminente captura, en lugar de formar, asaltaran la cámara de
oficiales, destrozando todo a su paso. Misma cosa pasó luego de la toma de Iquique, los soldados
dieron rienda suelta a sus instintos, saqueando y arrasando la ciudad.

Pero los problemas disciplinaros no sólo afectaban a la tropa, pocos eran los oficiales de carrera, la
necesidad de sumar oficiales, llevó al gobierno a llenar estas plazas con jóvenes de familias destacadas
o por políticos que decidían ir a la guerra.

Los oficiales de carrera hacían presente eso a sus familias en Santiago, el comandante del Regimiento
Zapadores relataba: « los cucalones2 andan todos perdidos y formándose un concepto de los asuntos
guerra con libertad completa... basta con esto para que no haya dos que piensen de la misma manera».

En septiembre de 1879, llegaban a Antofagasta dos hijos del presidente Pinto, ostentando grados de
mayor y de teniente, pese a no tener preparación alguna. Un oficial del Regimiento Esmeralda 3 relata
que al momento de su arribo al norte, no tenía la menor idea ni lograba identificar los toques de
corneta, limitándose sólo a mirar e imitar a sus compañeros.

La falta de experiencia de los jefes tuvo funestas consecuencias, por ejemplo, en 1880 un teniente
ordenó a un soldado herido que partía a Valparaíso despojarse de su uniforme y de sus pertenencias
porque le podían servir a otro, siendo castigado gravemente por su falta de criterio.

La antigua oficialidad se sentía incómoda con la presencia de civiles en las fuerzas expedicionarias,
2   Oficial que obtuvo su cargo por motivos familiares. (Peyorativo)
3   Regimiento principalmente formado por los hijos de las principales familias de Santiago y Valparaíso.

                                                            [4]
José Francisco Vergara recuerda que a su llegada a Antofagasta, Emilio Sotomayor había tomado una
especie de manía con los civiles que había en el Ejército.

Si bien las diferencias nunca se acabaron, amainaron con el correr del conflicto, en la medida que los
civiles incorporados fueron demostrando en la práctica sus capacidades estratégicas y arrojo en el
campo de batalla. Un testigo del desembarco de Pisagua relataba asombrado el empuje de los Rotos.
Marinos ingleses recorrían asombrados el campo de la acción sin poder creer que haya sido tomado por
800 hombres que fueron los únicos que entraron en pelea, estando el sitio defendido por más de mil.
Por eso declaran que este hecho de armas es único entre los de su especie.

Mujeres en la guerra.

Para evitar el desamparo económico de sus familias, muchos soldados fueron autorizados a embarcarse
al norte junto con sus familias. Sin embargo, esta idea tenía un trasfondo práctico, pues las mujeres se
ocuparían en las cocinas y lavando ropa, sin embargo, al poco tiempo se transformó en un problema
que amenazaba la organización militar. Recién iniciada la guerra, el transporte Limarí llevaba a
Antofagasta 500 soldados, más 100 mujeres y 60 niños.

No todas eran esposas o parientes. Durante un examen médico a los potenciales reclutas, en la localidad
de San Carlos se descubrió a una mujer disfrazada de hombre. No es de extrañar entonces, que en el
norte proliferaran enfermedades venéreas, en los primeros meses del conflicto, éstas representaron el
40% de las hospitalizaciones. Ante esta alarmante situación, el General en Jefe del Ejército del Norte
dispuso que el Cuerpo Sanitario de Antofagasta revisara semanalmente a las mujeres para determinar si
estaban infectadas.

Finalmente en agosto de 1879 un decreto prohibió que los contingentes trasladados al norte fuesen
acompañados de mujeres, y dispuso el inmediato regreso a Valparaíso de las que estaban con el Ejército
en Antofagasta. La medida se justificaba porque entorpecían el movimiento de la tropa, así como la
rápida ejecución de las órdenes. El decreto fue objetado por algunos comandantes, que veían en el
elemento femenino un valioso auxiliar como cantineras. Para aminorar estos intereses, poco tiempo
después se dispuso que cada regimiento podía ser acompañado por dos cantineras, aunque en la
práctica fueron muchas más.

A pesar de la prohibición, muchas mujeres se embarcaron ilícitamente, utilizando las estrategias más
insólitas. Algunas al subir a despedirse de los soldados, se mezclaban con la tropa y se ponían algún
uniforme de repuesto y se tiraban al suelo envueltas en un poncho. A bordo, debían viajar
entremezcladas con los soldados.

La vida de algunas mujeres en la guerra fue trágica, muchas murieron de sed o en medio de los
combates, otras no pudieron soportar la pérdida de sus hombres y caían en el alcohol o en la demencia.

El rol de la mujer en la guerra fue fundamental. Llevaban el bagaje, los víveres, cartuchos; hacían la
comida y preparaban el campamento.

Vivir en el desierto.

Al momento de partir, cada soldado era provisto de un rifle, mochila, morral, un colchón, una frazada,

                                                  [5]
dos trajes completos de paño, quepis lacre con visera y ribetes negros, una chaqueta hasta la cintura de
color azul negro, un pantalón pardo o un color semejante, dos pares de botas y dos camisas. Además
llevaba una caramayola con su depósito para líquidos, un plato y una cuchara. La rutina diaria en los
campamentos se iniciaba a las 5 de la mañana con el toque de diana. Los ejercicios comenzaban a las 6
y se prolongaban hasta las 10:30, (rancho); se reanudaban entre las 14 y las 17:30; la retreta comenzaba
a las 20 horas y a las 21 reinaba el silencio.

La vida que les esperaba en los territorios ocupados no era mejor. Enfrentados a una férrea disciplina
marcial, con una ración de alimentos limitada, soportando un clima infernal y plagado de insectos.
Miles de soldados fueron inicialmente acantonados en Antofagasta. Donde la inactividad hizo que para
muchos la estadía fuese un martirio. Allí la deserción no era una opción viable, por la aridez del área
circundante como por las consecuencias que podía traer el ser descubierto, así, cinco cruces le
recordaban a diario a los soldados el castigo a los desertores.

Lejos del hogar, el tedio de la inactividad4, sumado a la rigidez de la disciplina militar tuvo por
consecuencias el surgimiento de prostíbulos, chinganas y garitos de juegos.

Los esperados días de franco terminaban en en borracheras generalizadas que fueron minando
peligrosamente la disciplina. Dicen observadores de la guerra que pocos son los soldados que no han
recibido sanciones por faltas disciplinarias.

El problema del alcohol se extendía también a la Marina. Los bravos artilleros una vez en tierra se
transformaban en gañanes inútiles, los impecables trajes de la Armada se transformaban en pestilentes
pilchas que sólo servían para tapar las carnes.

Muchos oficiales fueron licenciados por su adición a la bebida y el consiguiente relajamiento que ello
significaba. Los centinelas también caían en el mismo vicio, aumentando los intentos de deserción.

Las largas esperas generaron conflictos entre batallones, en Antofagasta, las peleas fueron tal cotidianas
que debieron diferirse los días libres entre el Batallón Aconcagua y el Melipilla. Mientras que en
Iquique, pasaba lo mismo con los del Caupolicán y el Esmeralda.

Los conflictos sucedían por asuntos menores, en Arica, dos batallones se disputaban el honor de entrar
primero en Lima. Otro caso fue la muerte de la mascota del Regimiento Lautaro, por parte de un oficial
del Coquimbo, que agrió las relaciones entre estos cuerpos por mucho tiempo.
Los castigos variaban según la falta, iban desde doble turno hasta la pena de muerte. Pese a que la
norma no especificaba distinciones entre oficiales y soldados, los castigos fueron mayoritariamente
impuestos a éstos.

Diversas soluciones surgieron ante los casos de relajamiento en la disciplina, entre ellas, evitar las
aglomeraciones de tropas y luego, algunos comandantes comenzaron a restringir los días de franco y
entregar el dinero necesario para la vida del soldado, pero no para alcohol. El resto del dinero se
enviaba a la familia del combatiente.

La iniciativa no prosperó, el comandante del Batallón Valdivia, alegando que casi la totalidad del
4   La primera campaña terrestre comenzó el 2 de noviembre de 1879 y los soldados estaban acantonados en Antofagasta
    desde el 14 de febrero del mismo año.

                                                         [6]
salario se gastaba en alcohol y prostitutas, propuso al Ministro de Guerra que las mesadas otorgadas a
los soldados, fuesen cobradas por sus familias, reservando para ellos sólo lo necesario para cubrir las
necesidades básicas. Sin embargo, el Ministro estimó que no se podía decretar la suspensión de las
mesadas sin el expreso consentimiento de los imponentes. Quienes sí estuvieron dispuestos a enviar
parte del dinero a sus familias, sufrían de un inconveniente, los pagos se realizaban en la Intendencia de
Valparaíso, por lo que para quienes no eran del puerto, el costo para desplazarse hasta él era tan alto
como el dinero remitido.

La dureza de los ejercicios y los esporádicos enfrentamientos con el enemigo, se transformaron en
eficaces apaciguadores del espíritu en medio de tan desalentador panorama. Un capellán relataba que
en ninguna otra época había tenido tan buenas confesiones.

Tras el desembarco en Pisagua y el combate de Germania, hubo un tiempo en el que las tropas
estuvieron inactivas, sin agua ni víveres. Un soldado recuerda que al ir a la campaña todos
consideraban justo sacrificarse en aras de la Patria, pero no tomaban en cuenta la forma en la que serían
utilizados sus sacrificios. Nadie pudo negar, que la tropa chilena después de la victoria, sintió mucha
hambre y sed.

Aun cuando no sufriesen estas penurias, la inactividad socavaba la moral de la tropa un sargento se
queja de que nadie sospechaba que la guerra sería esperar en ese puerto (Pisagua). Pese a reconocer el
Sargento las labores desarrolladas en pos de la guerra por la tropa, demuestra su afán de batalla.

La vida de campamento y la prolongada inactividad era considerada peligrosa por algunos oficiales,
pues daba tiempo de pensar a los soldados, previendo graves faltas disciplinarias. Por ello se
permitieron festivales de chistes, mimos, funciones de títeres, de teatro, etc... Las funciones de títeres
fueron prohibidas porque hacían abiertos e irónicos reclamos por la comida, vestuario y castigos.

Importante papel jugaron en el desarrollo de la guerra las mascotas de los regimientos, que pasaban a
constituir una suerte de emblema y recibían el afecto de la tropa. El Coquimbo adoptó a un perro
callejero que bautizaron con el nombre del cuerpo, fiel pero debieron sacrificarlo antes de entrar a
Lima, pues no dejaba de ladrar, cosa que entorpecería el ataque. El Regimento Lautaro con su can
homónimo, que participó en la batalla de Tacna cazando un zorro momentos antes del ataque,
augurando la victoria. Tras la dura campaña de la Sierra fue ascendido a Sargento.

Lautaro se vio envuelto en una pelea con Coquimbo, el oficial de guardia del Regimiento Coquimbo
intentó separar a las mascotas, golpeando con su espada a Lautaro, hiriéndolo de muerte, el funeral fue
conmovedor. Se le sacó el cuero al cadáver, se rellenó con paja y se trajo a Chile.

«Paraff», la mascota del soldado Gregorio San Martín recorrió el Perú junto a su amo y participó
activamente en la guerra. El perro combatió en Tarapacá, donde murió su amo. Tras la ocupación de
Lima, la oficialidad del cuerpo lo premió con un collar de honor y le amarraron en su pata derecha, la
jineta de sargento.

Menos afectuoso fue el Regimiento Aconcagua con su mascota Chola, a la que ocupaban de blanco con
los soldados inexpertos, sin que jamás le llegase una sola bala.

Los suministros en el desierto.

                                                   [7]
La dispersión de los cuerpos por el amplio teatro de operaciones complicaba el abastecimiento de la
tropa, en especial en los primeros meses de conflicto. Seis meses después de iniciada la guerra, el
Intendente General del Ejército informaba que aún no se había fijado una porción uniforme y diaria
para la tropa.
Ante las deficiencias en el suministro, el Ministro de Guerra le presentó al Comandante en Jefe del
Ejército Norte la propuesta de un particular para provisión del rancho. Ante lo que el Comandante se
negó tajantemente. En cambio, propuso ofrecer el negocio a personas de las localidades ocupadas.

La llamada a los particulares a ofrecer el rancho a la tropa se retrasó hasta septiembre de 1880. El
desayuno constaría de una onza de café, una onza y media de azúcar refinada y 150 gramos de pan. El
almuerzo consistía en 350 gramos de frijoles con el suficiente frangollo, grasa, ají y sal. La cena debía
tener media libra de carne de vaca guisada y una cantidad suficiente de papas, cebollas, arroz, ají, grasa
y sal. Y un litro de buena agua dulce diario.

Al parecer no hubo mayores interesados en aprovisionar al Ejército. Un veterano recuerda que durante
su estadía en Antofagaste, un plato de lujo era el que jocosamente llamaban banquete a lo pobre,
consistía en un poco de agua, sal, bastante ají y cebolla picada sopeada con pan. Cabe mencionar que la
ordenanza militar prohibía, bajo castigo severo, quejarse de la calidad de la comida.

Conseguir agua en Antofagasta, cuando se produjo el desembarco chileno, la planta desalinizadora sólo
tenía capacidad para las necesidades locales, al llegar las tropas, la planta no dio abasto y se decretó
racionamiento. Cada soldado tenía derecho a medio litro de agua, que era entregado apenas salía de la
máquina.

En Iquique la sitiación no era mejor, en diciembre de 1879 el desabastecimiento provocó una revuelta
de soldados que acabó con la muerte de 4 de ellos. La situación no mejoró hasta después de un mes,
cuando se llegó a un acuerdo con algunos comerciantes de la zona para que proveyeran a las fuerzas.

A diferencia de Antofagasta, el agua en esa ciudad no escaseaba, si bien era cara, el suministro
alcanzaba para satisfacer a las tropas y a la comunidad.


La asistencia espiritual.

El vicario capitular de Santiago –una vez autorizado por la Santa Sede–, procedió a nombrar capellanes
que acompañarían a las tropas de Marina y Ejército.

El 18 de marzo de 1879, el Vicario nombró como capellán mayor a Florencio Fontecilla. Entre abril de
1879 y marzo de 1883, se nombraron 44 capellanes (dos de ellos españoles) que prestaron servicios al
Ejército y a la Marina. Los capellanes compartían las condiciones de vida de los soldados y pronto
sufrieron sus efectos. Muchos de ellos, adelgazaron y sucumbieron ante las enfermedades propias de la
zona.

Varios de ellos murieron por cumplir su labor pastoral: Enrique Christie falleció en Lima afectado de
fiebre amarilla contraída mientras asistía a los heridos del hospital de esa ciudad. Otros en cambio,
murieron en Chile a consecuencia de las enfermedades contraídas durante la guerra.

                                                   [8]
El compromiso religioso de los capellanes no se limitó al ámbito espiritual, ni fue impedimento para
apoyar la causa chilena. En marzo de 1879, Fontecilla inició una cruzada en los cuarteles para alentar el
patriotismo y predicar moralidad entre los soldados.

Tras el desembarco de Pisagua, Ruperto Marchant, prestó los primeros auxilios a los heridos del
combate, mientras Fontecilla quedó a cargo del hospital y la sepultación de cadáveres.

José María Madariaga, capellán de la vanguardia del Ejército, antes de iniciar una batalla, reconrría la
línea con una imagen de la Virgen del Carmen en la mano y alentaba a la tropa gritando: «Apunten
bien, hijitos, Dios nos proteja y Nuestra Señora del Carmen nos sirva de escudo». Anecdóticamente a él
le sirvió de escudo, pues durante la batalla llovían balas de todos lados, pero al cura lo respetaban.
Durante la batalla vociferaba: «¡Valor, hijos, Dios y Patria! No hay que dar soga, la justcia está de
nuestra parte; somos menos en número y más en valor. Peleemos como cristianos. Tened confianza en
Dios. ¡La Virgen del Carmen nos dará la victoria».

José Ramón Astorga, en abril de 1880 defendía la labor de los capellanes chilenos, rebatiendo las
acusaciones del Vicario capitular de Arequipa de no haber impedido la quema de la iglesia de Mollendo
por parte de la tropa chilena. Acusando además a los curas de la alianza de cobardes y traidores por
abandonar a sus feligreses en los momentos de peligro.

Si los capellanes Chilenos alentaban a la tropa, lo mismo hacían los aliados, incluso tras la ocupación
de Lima, los sacerdotes alentaban a los indios a sumarse a las guerrillas y a hacer revueltas. Un testigo
de época decía: «A los curas los adoran, se puede decir con propiedad, y ellos tienen la culpa de que los
indios anden en revueltas, pues les aconsejan que no dejen invadir su territorio».

Inicialmente no se había considerado remuneración alguna para los capellanes, quienes debían
mantenerse con recursos propios. Un sacerdote franciscano solicitó a su superior un sueldo, pues vivía
de la caridad del comandante de las tropas. Solicitó también dinero para comprar una Biblia, socorrer a
su madre y hermanas a la distancia y costear algunos gastos personales. El 8 de julio de 1879, el
Gobierno concedió un pago de 30 pesos para el rancho. La falta de biblias fue solucionada con la
donación de 1000 ejemplares por parte del presbítero Kenelm Vaughan.

El 31 de diciembre se reformó el servicio religioso; se dispuso el nombramiento de un capellán mayor,
con un sueldo de 100 pesos mensuales y 75 para los capellanes de división o ambulancia.

Los problemas no sólo eran económicos. Bernardino Bech y Pablo Vallier, dos religiosos hospitalarios
enviados a Iquique. Al poco tiempo reclamaban sufrir hostilidades por parte de los empleados, odio a la
religión y sus ministros y el olvido de toda norma de urbanidad y buena crianza. Tras hacer la denuncia
respectiva, Vallier decidió no regresar a Iquique, mientras que Bech lo hizo, pero con la condición de
sólo atender en la casa parroquial y atender enfermos sólo cuando las circunstancias lo permitiesen.

Pese a que la gran mayoría de los soldados se declaraba católico, muy pocos eran practicantes,
recuerdan los sacerdotes que debieron acordar con los oficiales que oír la misa debía ser obligatorio
para los soldados.

Las fiestas religiosas eran celebradas sólo con una misa y sin manifestaciones especiales. La primera

                                                   [9]
Navidad en guerra se celebró Antofagasta e Iquique, sin expendio de alcohol, casas de juegos o
prostíbulos. Un oficial recordaba que esa fue la primera vez que vio a los soldados regresar sobrios
luego del día de franco. La semana santa tampoco representaba mayor fervor religioso, en Antofagasta,
para la tradicional quema de imágenes, se reemplazó la de Judas por las de Ignacio Prado e Hiliarón
Daza. Un testigo dice que lo que se celebraba en el norte sólo tenía el nombre de Semana Santa. El día
de franco, con billetes en los bolsillos hacía que los hombres se juntaran a hacer de todo, menos a rezar
y que volvían hablando griego a sus cuarteles.

La presencia de capellanes no fue apreciada por todos los oficiales, algunos denuncian que no eran más
que corresponsales de los diarios de Valparaíso y Santiago.

En ciertos casos, la animadversión para con los capellanes provenía de oficiales masones, contrarios a
la práctica forzosa de la religión. Un oficial –posiblemente masón– escribía en su diario que desde la
llegada de Erasmo Escala a Antofagasta, las prácticas religiosas eran más frecuentes que las militares.

A pesar de la aparente indiferencia religiosa, antes de enfrentarse al enemigo, todos los soldados se
confesaban y oían las pláticas y sermones. Mostrando especial devoción por la Virgen del Carmen.
Muchos oficiales recordaban después con sincero aprecio la labor de los capellanes que siempre
estuvieron del lado de los soldados, con su piedad, risa y consuelos, especialmente en los momentos de
peligro.

El servicio sanitario.

El destacamento que tomó Antofagasta, no llevó médico, ni elementos quirúrgicos. Sólo seis días
después se enviaron 60 camas, medicinas y un boticario. Ante la ausencia de médicos, los soldados
debían ser atendidos por los médicos de los buques de la Armada.

Las consecuencias de la improvisación sanitaria no tardaron en manifestarse. En abril se presentaron
los primeros casos de escarlatina entre los pacientes de dicho hospital, los que estaban en un cuarto
estrecho e inadecuado. Los que padecían enfermedades menos graves, eran rechazados por falta de
espacio.

Por efectos de la guerra, la población de Antofagasta aumentó en 11.000 personas, con el deterioro
consiguiente de las condiciones sanitarias. Las raciones de alimentos en descomposición, etc. Recién en
agosto se ordenó una vacunación contra disentería ya existiendo más de 30 casos. Debido a la
prohibición de usar medias, muchos soldados presentaron diversas infecciones en los pies. Otros tenían
heridas producto de las extensas marchas por el desierto. Por si fuera poco, en noviembre se produjo
una epidemia de parotiditis que afectó a buena parte de las tropas.

En mayo se promulgó el Plan General del Servicio Sanitario en Campaña, que contemplaba a dos
cirujanos por regimiento y un servicio de ambulancia y hospitales en la retaguardia. El servicio estaba
calculado para atender al 10% de los efectivos en campaña.

Pronto surgieron los problemas, las boticas desabastecidas, los hospitales sin camas suficientes ni
utensilios adecuados.

Tras el desembarco de Pisagua, sólo bajaron a tierra 4 cirujanos, sin contar con auxiliares ni

                                                  [10]
implementos, debiendo atender a más de 100 heridos. Los más graves fueron trasladados a Valparaíso,
donde muchos llegaron con sus heridas ya infectadas y sin posibilidad de tratamiento. Después de la
batalla de Dolores, un gran número de heridos murió por falta de atención y elementos de curación.
Algunos lograron salvar su vida llegando por medios propios a Pisagua donde estaba el improvisado
hospital de campaña.

Sólo en 1880 el gobierno ordenó aumentar el personal sanitario en los hospitales, en Iquique, Pisagua y
la Noria se crearon tres hospitales provisorios, con capacidad de hasta 1400 enfermos.

La campaña de Tacna y Arica nuevamente evidenció la mala preparación de los servicios sanitarios. En
camas sin colchón, compuestas por mantas y frazadas, buena parte de los internos debía tenderse en el
suelo. Además, en el hospital de Tacna, los soldados heridos quedaron junto con los enfermos de Tisis,
Pulmonía o tercianas. Varios de los heridos fallecieron producto de esas enfermedades y no por las
heridas, sin que se tomasen las medidas de aislamiento pertinentes.
Sólo después de conquistado el sur peruano, se dispuso –antes de la campaña de Lima–, la tropa fue
provista de elementos sanitarios, que debían portar los propios soldados, todo lo necesario para
curaciones de emergencia. Después de algunos meses, era raro encontrar a algún soldado que aún
tuviera los implementos, pues habían utilizado su espacio para otros elementos. Sin embargo, las
ambulancias mejoraron, los cirujanos disponían de cloroformo, opio, morfina, yodo y aparatos
prácticos para fracturas, pero en cuanto a instrumentos, seguía siendo deficiente el servicio.

Es por esto, que muchos combatientes eran conscientes de la consecuencia de ser heridos y luego
atendidos deficientemente por el servicio, la muerte.

Sobreviviendo en territorio enemigo.

Luego de una temporada de inactividad, la vida militar se reanudaba en busca de una definición del
conflicto, los principales enemigos fueron esta vez, las enfermedades endémicas, el clima, la hostil
población local y, por cierto, la desorganización de las autoridades chilenas.

De hecho, las principales dificultades experimentadas en los primeros días de la campaña a Lima no
fueron los soldados enemigos, sino la falta de aprovisionamiento, situación que obligó a las tropas a
improvisar medidas de subsistencia.

Los primeros desembarcos dejaron en evidencia la desorganización de las tropas, los campamentos
improvisados, sin tener una línea de mando estructurada, etc.

La distribución de provisiones durante y después del desembarco fue muy irregular. Poco tiempo antes
de comenzar la campaña, el gobierno había acordado el suministro de 250 bueyes cada 8 días desde
Arica, sin embargo, su distribución no fue equitativa, batallones debían alimentarse de Charqui y
mariscos, y otros de carne, cebolla y galletas.

Con el paso de los días, la situación tendió a mejorar, aprovisionando de acuerdo a las condiciones
propias del lugar donde estuviese cada batallón. En este periodo, en lo que a rancho se refiere, no
existían diferencias entre oficiales y soldados.

Las cocinas se organizaban en forma de carretas, formándose grupos de soldados, mientras unos

                                                 [11]
buscaban leña, otros las provisiones y el más hábil se dedicaba a cocinar. Productos como Leche
Condensada, café u otros, los compraban a los comerciantes que acompañaban la marcha del ejército.

Un ejemplo de la improvisación fue la marcha de la Segunda División desde Ilo a Moquegua. A los
pocos días de marcha se hicieron escasos los alimentos, por lo que debió recurrirse a lo que se
encontraba en el camino, no dejando ningún animal doméstico comestible al paso.

El peor enemigo que pudo tener el ejército no fue el hambre ni los aliados, sino la sed, por problemas
en el transporte, no llegó agua durante tres días, en sólo un día murieron tres soldados producto de la
deshidratación.

La falta de tabaco fue motivo de sufrimiento para los fumadores, muchos reemplazaban el tabaco por
hojas de algodonero. Un coronel que fumaba puros era seguido por un grupo de soldados para recoger
la colilla.

La dramática situación generada por la falta de agua, generó conatos de motín e intentos de fugas, un
oficial telegrafiaba al cuartel general que ante el imperativo de la sed, la tropa se dispersaba en busca
de ella, a pesar de las órdenes estrictas y el empleo de la artillería contra quienes emprendían la fuga.

No menos problemática fue la marcha de Tacna a Pacocha, durante la cual faltó apoyo logístico. Si bien
los soldados tenían la orden de no tomarse el agua de sus caramayolas hasta que la sed fuese extrema,
el líquido se les acabó en la misma tarde. Alberto del Solar recuerda haber visto a un soldado revolcarse
en la arena buscando humedad. Transcurridos los años (dice) no haber olvidado la sensación de la
garganta hirviendo, la lengua pegajosa y seca, la coz ronca y la frente encendida, «síntomas todos que
acompañaban a una sed devoradora».

Una vez asentados en Moquegua, los problemas fueron otros. Para suerte de los soldados, era una zona
de viñedos, frecuentes se hicieron entonces –pese a las órdenes superiores–, los asaltos a las bodegas. Y
así, una vez, en estado de ebriedad, la tropa se lanzaba a saquear las casas abandonadas en busca de
objetos de valor.

Ante esta situación, el comando del ejército decidió botar el vino de las bodegas, tal era la cantidad que
los soldados hacían represas para juntarlo y se tendían boca abajo para beberlo.

El aburrimiento surtía efecto, una forma de hacer pasar el tiempo, fue escribiendo cartas, por lo cual se
organizó un servicio de correos, llegando a mover hasta 30.000 piezas mensuales.

La estadía en el campamento de Pacocha fue acompañada de una impresionante plaga de mosquitos
con las consiguientes infecciones que ello significaba y lo perturbador del panorama.

A este paso, la desesperanza no tardaría en aparecer, el Ministro Vergara escribía que el Ejército no
tenía una administración ordenada, y en cualquier momento que se intentara algo, todo se trasformaba
en confusión y desorden.

Lima, ciudad ocupada.

La ocupación de Lima sería para muchos soldados, la merecida recompensa por sus penurias.

                                                   [12]
Contribuía a eso una serie de rumores y mitos esparcidos por la oficialidad, entre ellos, que las limeñas
no usaban ropa interior, que las joyerías eran tan fastuosas como las de Oriente, etc.

Los preparativos para el ataque a la capital peruana contemplaron la normalización de la entrega de
provisiones. Las mujeres que seguían al ejército fueron retenidas en Lurín donde quedaron a cargo de
los enfermos y de los bagajes. Se impidió el paso de los animales de carga, cuyos gritos podrían alertar
al enemigo. Los soldados presentían que la muerte haría buena cosecha en la entrada a Lima.

En la noche previa a Chorrillos, muchos soldados hicieron testamentos verbales, legando a sus familias
los pocos recuerdos de la campaña.

Nadie pensaba en la derrota, porque no teniendo para donde irse, los peruanos asesinarían
miserablemente a cada uno de los derrotados, contando con un ejército del doble al chileno, la única
protección eran las bayonetas.

La batalla de Chorrillos fue una de las más brillantes de la guerra, y también la más violenta. Un oficial
recuerda que los sodados mataban, saqueaban y bebían a discreción. Otro combatiente recuerda que las
bajas chilenas fueron mayores con posterioridad a la batalla que por causa de ella.
Reagrupar las tropas después de Chorrillos fue una labor complicada, la mayor parte de los soldados se
hallaban en las llanuras, buscando agua y alimentos saqueando casas. El enfrentamiento en Miraflores,
producido mientras se desarrollaban tentativas para la rendición de la ciudad, fue precedido de un
ambiente de incertidumbre en medio del desorden de la tropa. Luego del desbande del Ejército
peruano, las fuerzas chilenas permanecieron fuera de Lima, dejando la ciudad desprotegida ante la
plebe. Los habitantes de Lima, temían incluso el ataque de sus propios compatriotas desbandados. Los
que fueron las mayores víctimas de estos excesos, fueron los chinos, en El Callao y Lima, a tal punto,
que las autoridades locales solicitaron la pronta toma de Lima por parte del General Baquedano y el
Ejército de Chile.

Una vez resuelta la ocupación a Lima, los harapientos uniformes fueron reemplazados por unos nuevos,
además se proveyó a los soldados de adelantos de sus sueldos, lo que les permitió comprar ropa
interior, calzado y demás.

Los cuerpos del ejército se alojaron en los antiguos cuarteles peruanos, utilizando también, los
hospitales allí emplazados.

A los pocos días de la entrada del Ejército se inició la publicación de diarios chilenos. Junto con la
ocupación, nació una nueva y creciente burocracia en Lima, miles de chilenos ocupaban puestos de
privilegio en Perú, obteniendo mayores salarios que los que podrían obtener en Chile.

Después de la ocupación.

Tras la toma de Lima, una buena parte del Ejército fue licenciada y se terminó con el reclutamiento de
voluntarios y las comisiones de enganche. Los licenciados se devolvían a sus sitios de origen u otros se
quedaban en Iquique o Antofagasta probando suerte en las salitreras.

La euforia por la ocupación pronto se desvaneció, los primeros cuestionamientos contra el manejo de la
guerra y el arribo de noticias provenientes de Lima informando sobre las desmedradas condiciones del

                                                   [13]
Ejército en Lima, comenzaba a comenzaron a frenar el entusiasmo por unirse a él. Debiendo entonces –
por orden del Ministro del Interior– el Ejército volver a los enganches.

Lima se encontraba bajo un estricto toque de queda y 5000 soldados de planta en la ciudad,
manteniéndola bajo un régimen de terror saludable.

La inactividad y el mayor margen de libertad que tuvo la tropa, trajo consecuencias negativas, entre
ellas los abusos de alcohol y autoridad. A tal punto, que los oficiales no se atrevían a castigar las
indisciplinas porque habrían demasiados sancionados.

Los soldados solían molestar a los vecinos de Lima por su poca vergüenza de pasearse libremente
mientras su patria estaba invadida por el enemigo.

Alberto del Solar recuerda que una vez una mujer llamó bárbaro a un oficial, siendo quizás esta la
opinión generalizada de la sociedad limeña.

Los soldados cometieron una serie de atropellos y vejaciones para con los limeños, entradas a casas y
violaciones de mujeres, llegando incluso a hacer un túnel para llegar a algunas casas.

En algunos casos, la animosidad limeña contra los chilenos era fomentaba por las mismas autoridades
de ocupación, un soldado fue asesinado en una calle, ante lo cual, Patricio Lynch dispuso que se
fusilara por sorteo a uno de los sospechosos. En Junio de 1881, Lynch se vio en la obligación de
expulsar a algunos oficiales con el objetivo de mantener la disciplina de la institución, además de
prohibir que los soldados portasen armas en sus días de franco.

Lynch además, al darse cuenta que el Ejército se encontraba al borde del abismo a causa del alcohol
procedió a reglamentar su consumo y reglamentar la prostitución.

No todos los efectos de la ocupación fueron negativos para los limeños, la seguridad imperante en la
población llevó a que algunos incluso estimaran que restaurar el antiguo orden era aspirar a descender.
Muchos oficiales desarrollaron estrechos vínculos con las familias peruanas y además. Otros en tanto,
cayeron rendidos ante las limeñas, volviendo a Chile casados o de novios y, otro número importante
dejó recuerdos vivos de su paso por la capital peruana.

La vida en la Sierra.

La guerra no acabó con la toma de Lima, ahora la guerra se trasladaba a la Sierra peruana, donde las
montoneras enemigas mantenían la resistencia en forma de guerrillas.

En este nuevo escenario decayeron los ánimos y el entusiasmo por combatir. Nuevamente comenzaron
muchos soldados a hacerse los enfermos, con el riesgo que ello conllevaba, pues entrar al hospital
estando sano, era exponerse ante un foco incalculable de infecciones.

El grueso de los regimientos fue enviado al interior, dividiendose en pequeñas compañías asentadas en
los diversos pueblos. El asentamiento de las tropas en el interior, significaba la apertura de chincheles,
produciendo con ello una serie de desórdenes producto del alcohol de mala calidad, principalmente
aguardiente de grano, caña y madera, provocando una epidemia de tifus que causó estragos en todas las

                                                   [14]
guarniciones.

El Coronel del Canto prohibió la venta de alcohol en los territorios ocupados a los soldados chilenos,
quien fuere sorprendido vendiendo, se le requisaría todo el líquido que tuviese.

Pese a las estrictas medidas contra el alcohol, las enfermedades derivadas de éste continuaban
hostigando la marcha del Ejército. También sufrían los soldados por la altura, el soroche y el
apunamiento.

Luego, vino la fiebre amarilla, sólo durante octubre de 1882 murieron 419 hombres producto de ella.

Se dispuso que los gastos asociados a la campaña, debían ser solventados por los habitantes de la zona.
Los primeros días marchó todo bien, pero después de un tiempo comenzó la evasión. Luego se publicó
un bando obligando a esto, bajo penas de expropiación de la totalidad de los bienes.

La medida no surtió el efecto esperado, aumentando las animosidades contra las tropas, huyendo las
personas junto a sus animales hacia las montañas, quedando nuevamente el Ejército sin un
aprovisionamiento seguro.

Los largos años de guerra habían perturbado seriamente la industria agraria peruana, por lo que
rápidamente comenzaron a escasear cereales y carne. La cosecha de ese año no superó el 30% de un
año normal. Faltaba de todo.
En julio de 1882 Lynch informaba a Santiago la imposibilidad de solventar el ejército mediante
contribuciones forzosas, por lo que solicitaba que los ejércitos fuesen solventados nuevamente por la
Intendencia General.

Si las condiciones de Lima eran difíciles, peores aún eran las de la Sierra. Bandoleros en los caminos
interrumpían el paso de los convoyes de aprovisionamiento y los cuerpos pasaban meses entre las
serranías sin poder establecer contacto con éstos.

El vestuario también sufrió los rigores del aislamiento y de la guerra, los uniformes ajados y a las botas
no les quedaba más que la caña.
A estas alturas de la guerra, los soldados añoraban a los suyos, algunos marchaban junto a sus familias,
por lo que el Ejército prohibió la marcha de cualquier persona que no perteneciera al Ejército junto a él.
También se restringió las visitas en Perú de las familias de combatientes.

El hastío muchas veces se transformó en deserciones, los soldados se asilaban al interior o en las minas.
Luego, el Ejército dispuso la multa de 1000 pesos de plata a quién tuviese empleados chilenos y instaba
la entrega inmediata para su ejecución.

Esta última campaña de la guerra le costó más vidas al Ejército que todas las campañas anteriores.

La necesidad de poner término definitivo al conflicto impulsó a Lynch a solicitar a los oficiales un
último esfuerzo, llegando a ofrecer de 3 a 5 pesos por cada rifle enemigo capturado además de disponer
libremente de los bienes del enemigo. Los ofrecimientos de Lynch, sumados a las noticias del interior
sobre el abatimiento de las tropas de Cáceres, llevaron a un último entusiasmo, que definió la batalla de
Huamachuco en favor de Chile y con ella, el resultado de la guerra.

                                                   [15]
El esfuerzo de los soldados no fue debidamente recompensado, recibiendo el llamado «Pago de Chile».

El «pago» de Chile.

El esfuerzo de los soldados en el frente no fue debidamente recompensado una vez concluido el
conflicto. La recepción de las tropas en Valparaíso fue un mal augurio de lo que vendría, Una vez que
desembarcaron, debieron permanecer formados durante horas, sin agua ni pan, no se les permitía
comprar ni recibir nada de los concurrentes. Algunos ciudadanos se arriesgaron y regalaron a los
soldados carretillas con tortillas, otros con arrollados de chancho, botellas de vino, cerveza o pisco.

A pesar de esta desorganización, durante los primeros meses tras el regreso, los soldados recibieron el
tratamiento de héroes.

Tras la euforia del primer momento, los soldados debieron enfrentar la realidad. Para la mayoría, el
regreso estuvo marcado por el desencanto y la desorientación. Sólo algunos lograron re-acostumbrarse
a su antigua vida. La tasa de criminalidad en el país se duplicó entre 1879 y 1881. Un número
importante de ex-combatientes pasó a engrosar las bandas de salteadores y cuatreros que asolaban los
campos.

La reinserción de los combatientes había sido analizada aún durante la guerra. Algunos proponían
ilustrar a los soldados o insertarlos en alguna industria.

Si la vida en campaña fue dura y la paga escuálida. Un soldado recibía $10 mensuales, mientras que un
capitán $95. El Inspector General del Ejército escribió al Ministro de Guerra: «... el sueldo de los jefes i
oficiales en servicio activo no está a la altura de la situación que ha alcanzado la república en su estado
floreciente de las rentas nacionales. El de la tropa es más deficiente aún. Si quiere tener buenos
soldados, deben ser éstos bien rentados...».

Los ingresos de los oficiales nunca fueron suculentos, Carlos Condell, envió una carta a su mujer
dejando en evidencia la precariedad de la situación de la oficialidad. «Le mando el saco con la ropa
para que la laven. Nada le puedo enviar como regalo, estoy muy pobre, pero para otra vez espero
enviarle naranjas, camotes, plátanos, platas... Pero si esto no va, en cambio le envío un cargamento de
besos, abrazos i cariñitos».

Rara vez se pagaba con puntualidad, menos durante la Campaña de la Sierra en 1882 se dispuso que la
totalidad de la paga le sería entregada al soldado al momento de licenciarse. Muchos soldados
volvieron a Chile sin haber recibido su paga, y sin recibirla nunca.

Mejor no era la situación de los familiares de los caídos, un oficial jubilado, con 20 años de servicio,
recibía el 50% del sueldo correspondiente al grado en actividad. En caso de haber contraído una
enfermedad incurable durante la guerra, recibía el pago completo sólo si contaba con 10 años de
servicio. En caso de haber perdido un miembro en la guerra, recibía dos tercios del sueldo.

La primera Ley de pensiones de 1879 estipuló que los «Asignatarios Forzosos» recibirían sólo la mitad
del sueldo.


                                                    [16]
La segunda Ley de pensiones incluyó a los Inválidos y a las familias de los fallecidos, los inválidos
absolutos recibirían una pensión equivalente al sueldo del empleo en el que se desempeñaban. Los
inválidos relativos recibirían dos tercios del sueldo de soldado. El Estado suministraría los aparatos
ortopédicos necesarios para suplir los miembros mutilados. Para el caso de los muertos en acto de
servicio, la viuda e hijos legítimos tendrían derecho a la mitad del sueldo, la madre viuda de un muerto
(en caso de ser soltero) recibiría una cuarta parte del sueldo. Los hijos naturales de combatientes
muertos en acto de servicio (que no dejasen familia), recibirían un tercio del sueldo. Las viudas e hijos
legítimos percibirían tres meses de sueldo, sin perjuicio del pago de montepío. A partir de 1883 el
gobierno creó una serie de instituciones con el objeto de ayudar a los soldados, viudas y huérfanos,
entre los que destaca la creación de becas y escuelas agrícolas para huérfanos de guerra.

Sin perjuicio de las buenas intenciones, las pensiones para los veteranos y sus familias resultaron del
todo insuficientes, por los montos y la baja cobertura de éstas. La «Ley de recompensas» de 1881 fue
calificada como «Ley de miserias». Gran parte de la población creía que que el tema de las
gratificaciones no pasaba de ser una «halagadora quimera».

La mayoría de los soldados que volvieron del frente eran analfabetos, gran parte de los mutilados
estaba entre éstos y, sin tener otra forma de ganarse la vida que sus brazos perdidos no tuvieron más
opción que convertirse en mendigos.

Cruel presagio fue el himno Adiós al Séptimo de Línea: «Volverán sin ser los que partieron». Algunos
ex-combatientes no pudieron reintegrarse a la sociedad y terminaron sus días en hospitales
psiquiátricos. Destaca el caso del Alférez Luis Salvatici, quien murió en la casa de orates creyéndose
Napoleón I y llamando a la batalla de Tarapacá como Waterloo y su permanencia en el recinto la
explicaba diciendo que estaba tomando baños en Baden Baden.

Muchos de los veteranos, duchos en el uso de armas participaron en la Guerra Civil de 1891,
enrolándose la mayoría a las fuerzas del Congreso, continuando en el Ejército luego de la
reestructuración al término del conflicto. En cambio, quienes tomaron parte en el bando presidencial
perdieron honores y beneficios. Con todo, para la mayor parte de los veteranos, el triunfo de las fuerzas
congresistas no alteró su situación. En 1900 un ex-combatiente recuerda la situación de él y sus
camaradas:

     «Cuando vemos por nuestros campos, por nuestras ciudades, i aun en tierra estranjera, a tanto
     soldado, a tantas clases i a tantos oficiales vivir en la miseria, arrastrar el carro de la
     indigencia, sacudir el polvo de las necesidades, carecer de trabajo i tener que dar alimento al
     estómago, uno se siente avergonzado y humillado».




                                                  [17]

Más contenido relacionado

Destacado

La Reconstrucción Nacional
La Reconstrucción NacionalLa Reconstrucción Nacional
La Reconstrucción Nacionalguest267c05
 
El peru despues de la guerra con chile
El peru despues de la guerra con chileEl peru despues de la guerra con chile
El peru despues de la guerra con chilejafet pucahuaranga
 
La Guerra del Chaco (Bolivia - Paraguay)
La Guerra del Chaco (Bolivia - Paraguay)La Guerra del Chaco (Bolivia - Paraguay)
La Guerra del Chaco (Bolivia - Paraguay)erikapsicopedagoga
 
Fuentes Confiables en Internet
Fuentes Confiables en InternetFuentes Confiables en Internet
Fuentes Confiables en InternetDelvismejia
 
Presentacion para wix
Presentacion para wixPresentacion para wix
Presentacion para wixminosbahal
 
Cesnavarra 2008-boletín 8
Cesnavarra 2008-boletín 8Cesnavarra 2008-boletín 8
Cesnavarra 2008-boletín 8Cein
 
Sierra de grazalema
Sierra de grazalemaSierra de grazalema
Sierra de grazalemamcarmen18
 
Fortalecimiento de Capacidades de Corresponsales Locales (presentación)
Fortalecimiento de Capacidades de Corresponsales Locales (presentación)Fortalecimiento de Capacidades de Corresponsales Locales (presentación)
Fortalecimiento de Capacidades de Corresponsales Locales (presentación)RedAncash
 
Carlos Keller Cómo salir de la crisis.
Carlos Keller  Cómo salir de la crisis.Carlos Keller  Cómo salir de la crisis.
Carlos Keller Cómo salir de la crisis.Paul Vaso
 
Administración de la comunicación
Administración de la comunicaciónAdministración de la comunicación
Administración de la comunicaciónEdén García
 
Segmentación de mercado
Segmentación de mercadoSegmentación de mercado
Segmentación de mercadocotzomi123
 
Aplicaciones tic en el sector textil y calzado
Aplicaciones tic en el sector textil y calzadoAplicaciones tic en el sector textil y calzado
Aplicaciones tic en el sector textil y calzadoCein
 
RAZONES TRIGONOMETRICAS
RAZONES TRIGONOMETRICASRAZONES TRIGONOMETRICAS
RAZONES TRIGONOMETRICASyasserdavid
 

Destacado (20)

La Reconstrucción Nacional
La Reconstrucción NacionalLa Reconstrucción Nacional
La Reconstrucción Nacional
 
El peru despues de la guerra con chile
El peru despues de la guerra con chileEl peru despues de la guerra con chile
El peru despues de la guerra con chile
 
La Guerra del Chaco (Bolivia - Paraguay)
La Guerra del Chaco (Bolivia - Paraguay)La Guerra del Chaco (Bolivia - Paraguay)
La Guerra del Chaco (Bolivia - Paraguay)
 
Presentacion talentobalear rrhh
Presentacion talentobalear rrhhPresentacion talentobalear rrhh
Presentacion talentobalear rrhh
 
Fuentes Confiables en Internet
Fuentes Confiables en InternetFuentes Confiables en Internet
Fuentes Confiables en Internet
 
Presentacion para wix
Presentacion para wixPresentacion para wix
Presentacion para wix
 
Ejemplo
EjemploEjemplo
Ejemplo
 
Cesnavarra 2008-boletín 8
Cesnavarra 2008-boletín 8Cesnavarra 2008-boletín 8
Cesnavarra 2008-boletín 8
 
El bulling
El bullingEl bulling
El bulling
 
Enfermedad de ribbing
Enfermedad de ribbingEnfermedad de ribbing
Enfermedad de ribbing
 
Sierra de grazalema
Sierra de grazalemaSierra de grazalema
Sierra de grazalema
 
Fortalecimiento de Capacidades de Corresponsales Locales (presentación)
Fortalecimiento de Capacidades de Corresponsales Locales (presentación)Fortalecimiento de Capacidades de Corresponsales Locales (presentación)
Fortalecimiento de Capacidades de Corresponsales Locales (presentación)
 
Eco
EcoEco
Eco
 
Carlos Keller Cómo salir de la crisis.
Carlos Keller  Cómo salir de la crisis.Carlos Keller  Cómo salir de la crisis.
Carlos Keller Cómo salir de la crisis.
 
Administración de la comunicación
Administración de la comunicaciónAdministración de la comunicación
Administración de la comunicación
 
Maltrato animal
Maltrato animalMaltrato animal
Maltrato animal
 
Segmentación de mercado
Segmentación de mercadoSegmentación de mercado
Segmentación de mercado
 
Aplicaciones tic en el sector textil y calzado
Aplicaciones tic en el sector textil y calzadoAplicaciones tic en el sector textil y calzado
Aplicaciones tic en el sector textil y calzado
 
RAZONES TRIGONOMETRICAS
RAZONES TRIGONOMETRICASRAZONES TRIGONOMETRICAS
RAZONES TRIGONOMETRICAS
 
Dadaísmo
DadaísmoDadaísmo
Dadaísmo
 

Similar a De soldado orgulloso a veterano indigente2 Apodo despectivo con el que se referían a los oficiales sin experiencia militar.3 Regimiento de Infantería del Ejército de Chile

InfografíA 5º B Cajamarca En La Guerra Con Chile.
InfografíA 5º B  Cajamarca En La Guerra Con Chile.InfografíA 5º B  Cajamarca En La Guerra Con Chile.
InfografíA 5º B Cajamarca En La Guerra Con Chile.Sandra Malaver
 
Historia del ejercito ecuatoriano
Historia del ejercito ecuatorianoHistoria del ejercito ecuatoriano
Historia del ejercito ecuatorianochmbqkl
 
Historia del ejercito ecuatoriano
Historia del ejercito ecuatorianoHistoria del ejercito ecuatoriano
Historia del ejercito ecuatorianochmbqkl
 
Historia del ejercito ecuatoriano
Historia del ejercito ecuatorianoHistoria del ejercito ecuatoriano
Historia del ejercito ecuatorianochmbqkl
 
Historia del ejercito ecuatoriano
Historia del ejercito ecuatorianoHistoria del ejercito ecuatoriano
Historia del ejercito ecuatorianochmbqkl
 
Los últimos de filipinas 1898 Javier Serrano
Los últimos de filipinas 1898 Javier SerranoLos últimos de filipinas 1898 Javier Serrano
Los últimos de filipinas 1898 Javier Serranojavierserrano110
 
15 CCSS 4° UNIDAD 4 SES. 3 (3) (1).pdf
15 CCSS    4° UNIDAD 4 SES. 3 (3) (1).pdf15 CCSS    4° UNIDAD 4 SES. 3 (3) (1).pdf
15 CCSS 4° UNIDAD 4 SES. 3 (3) (1).pdfNoemiAucapumaFlores
 
Disfunciones y contradicciones en la mistica, el protocolo y los usos y costu...
Disfunciones y contradicciones en la mistica, el protocolo y los usos y costu...Disfunciones y contradicciones en la mistica, el protocolo y los usos y costu...
Disfunciones y contradicciones en la mistica, el protocolo y los usos y costu...fernando ramos
 
Remenbranza de la Batalla de Lima 13 y 15 de enero de 1881
Remenbranza de la Batalla de Lima 13 y 15 de enero de 1881Remenbranza de la Batalla de Lima 13 y 15 de enero de 1881
Remenbranza de la Batalla de Lima 13 y 15 de enero de 1881Javier Fernandez
 
La guerra del pacifico
La guerra del pacificoLa guerra del pacifico
La guerra del pacificoNAVICO37
 
27 el reclutamiento de efectivos para el ejercito durante el s. xviii
27 el reclutamiento de efectivos para el ejercito durante el s. xviii27 el reclutamiento de efectivos para el ejercito durante el s. xviii
27 el reclutamiento de efectivos para el ejercito durante el s. xviiiaulamilitar
 
La guerra del pacifico
La guerra del pacificoLa guerra del pacifico
La guerra del pacificoPrisila Quispe
 

Similar a De soldado orgulloso a veterano indigente2 Apodo despectivo con el que se referían a los oficiales sin experiencia militar.3 Regimiento de Infantería del Ejército de Chile (20)

Cuaderno 6
Cuaderno 6Cuaderno 6
Cuaderno 6
 
Anuario N° 9 [ Año 1994]
Anuario N° 9 [ Año 1994]Anuario N° 9 [ Año 1994]
Anuario N° 9 [ Año 1994]
 
InfografíA 5º B Cajamarca En La Guerra Con Chile.
InfografíA 5º B  Cajamarca En La Guerra Con Chile.InfografíA 5º B  Cajamarca En La Guerra Con Chile.
InfografíA 5º B Cajamarca En La Guerra Con Chile.
 
Historia
HistoriaHistoria
Historia
 
Historia
HistoriaHistoria
Historia
 
Historia
HistoriaHistoria
Historia
 
Historia del ejercito ecuatoriano
Historia del ejercito ecuatorianoHistoria del ejercito ecuatoriano
Historia del ejercito ecuatoriano
 
Historia del ejercito ecuatoriano
Historia del ejercito ecuatorianoHistoria del ejercito ecuatoriano
Historia del ejercito ecuatoriano
 
Historia del ejercito ecuatoriano
Historia del ejercito ecuatorianoHistoria del ejercito ecuatoriano
Historia del ejercito ecuatoriano
 
Historia del ejercito ecuatoriano
Historia del ejercito ecuatorianoHistoria del ejercito ecuatoriano
Historia del ejercito ecuatoriano
 
Francisco bolognesi
Francisco bolognesiFrancisco bolognesi
Francisco bolognesi
 
Los últimos de filipinas 1898 Javier Serrano
Los últimos de filipinas 1898 Javier SerranoLos últimos de filipinas 1898 Javier Serrano
Los últimos de filipinas 1898 Javier Serrano
 
15 CCSS 4° UNIDAD 4 SES. 3 (3) (1).pdf
15 CCSS    4° UNIDAD 4 SES. 3 (3) (1).pdf15 CCSS    4° UNIDAD 4 SES. 3 (3) (1).pdf
15 CCSS 4° UNIDAD 4 SES. 3 (3) (1).pdf
 
Disfunciones y contradicciones en la mistica, el protocolo y los usos y costu...
Disfunciones y contradicciones en la mistica, el protocolo y los usos y costu...Disfunciones y contradicciones en la mistica, el protocolo y los usos y costu...
Disfunciones y contradicciones en la mistica, el protocolo y los usos y costu...
 
Remenbranza de la Batalla de Lima 13 y 15 de enero de 1881
Remenbranza de la Batalla de Lima 13 y 15 de enero de 1881Remenbranza de la Batalla de Lima 13 y 15 de enero de 1881
Remenbranza de la Batalla de Lima 13 y 15 de enero de 1881
 
La guerra del pacifico
La guerra del pacificoLa guerra del pacifico
La guerra del pacifico
 
025. LA GUERRA PERÚ-CHILE
025.  LA GUERRA PERÚ-CHILE025.  LA GUERRA PERÚ-CHILE
025. LA GUERRA PERÚ-CHILE
 
27 el reclutamiento de efectivos para el ejercito durante el s. xviii
27 el reclutamiento de efectivos para el ejercito durante el s. xviii27 el reclutamiento de efectivos para el ejercito durante el s. xviii
27 el reclutamiento de efectivos para el ejercito durante el s. xviii
 
Anuario N° 12 [ Año 1997]
Anuario N° 12 [ Año 1997]Anuario N° 12 [ Año 1997]
Anuario N° 12 [ Año 1997]
 
La guerra del pacifico
La guerra del pacificoLa guerra del pacifico
La guerra del pacifico
 

De soldado orgulloso a veterano indigente2 Apodo despectivo con el que se referían a los oficiales sin experiencia militar.3 Regimiento de Infantería del Ejército de Chile

  • 1. De soldado orgulloso a veterano indigente. La Guerra del Pacífico Resumido por: Francisco Javier Urzúa Rodríguez Basado en el trabajo de: Carlos Donoso y Juan Ricardo Couyomdjian. Furzuar Copyleft 2012, permitida la copia, redistribución y modificación, citando al autor. http://furzuar.blogspot.com [1]
  • 2. La Guerra del Pacífico fue un enfrentamiento bélico entre el Estado de Chile y la alianza de Perú y Bolivia, estalló en 1879. Las Fuerzas Armadas Chilenas se encontraban en condiciones deplorables, debido a reiterados recortes presupuestarios, bajando la dotación del Ejército de 23.000 hombres en 1874 a sólo 6.000 en 1879, más al rededor de 50.000 reservistas 1, mientras que Perú y Bolivia movilizaban cerca de 120.000 hombres. El entusiasmo inicial y los enganches. Al estallar la guerra todo hombre mayor de 16 años y menor de 40 era «Reclutable» como soldado, mientras que para corneta o tambor, la edad bajaba a 10 años. La estatura mínima exigida era de 1,52 metros, tener disposición al servicio y capacidad física para soportar las fatigas propias de éste. Al momento de ser enganchado, cada voluntario firmaba un documento que lo ligaba al Ejército por 5 ó 6 años, recibiendo un pago de 6 pesos al mes. Junto con firmar el documento de ligación al ejército, cada soldado recibía la Cartilla del Soldado, en la cual se explicitaban las normas disciplinarias del Ejército e instrucciones de manejo del armamento. Además, cada soldado debía saber con precisión los nombres de Cabos, Sargentos y oficiales de su compañía y conocer las leyes penales y militares. Al estallar la guerra, se generó una suerte de entusiasmo colectivo en la población, el que aumentó con la llegada de los chilenos expulsados de los territorios peruanos. Contando la guerra desde el primer momento con el apoyo popular. Centenares de jóvenes, sin distinción de clases, acudían a los cuarteles para inscribirse como voluntarios, muchos oficiales incluso manifestaron su intención de hacer la campaña sin remuneraciones. Desde Bomberos hasta estudiantes universitarios, se organizaban formando batallones para ir al frente. Los cargos de oficiales eran ocupados por miembros de reconocidas familias. El fervor patriótico estaba en su cénit, los hombres partían con orgullo a defender a su país, muchos renunciaban a vidas de comodidades en pos de la patria, incluso un teniente antes de partir al frente, firmó un testamento, dejando todos sus bienes al Estado en caso de morir en la guerra. El entusiasmo se contagiaba entre la población infantil, quizás el caso más patente es el de Luis Cruz Martínez, quien con sólo 14 años logró ser aceptado en el Regimiento Curicó, otros ingresaban sin goce de sueldo, sólo con derecho a rancho. Un soldado acantonado en Iquique, mientras observaba el desembarco del Batallón Quillota, vio que su hermano de 12 años estaba entre las filas, informando de esto a sus autoridades, el niño fue enviado de vuelta a Valparaíso, donde se perdió su pista, sospechándose que volvió oculto al norte. Muchos de estos niños provenían de hogares mal constituidos o de pobreza extrema, por lo que partir a la guerra, se presentaba como una solución a sus problemas. En algunos casos familias enteras partían al norte, junto a los cuerpos de los 77 héroes de La Concepción se hallaron los de 4 mujeres que acompañaban a sus esposos, un niño de 5 años y un recién nacido. Había soldados que partían junto a sus hijos, hermanos y mujer a la guerra. No todos los que vestían de soldado lo hacían por amor a la patria, muchos lo hacían por la paga de 6 pesos, comida y vestuario. Además, los presos de la Penitenciaría de Santiago cambiaban la vida 1 Soldado que ha cumplido con su servicio militar y ha retornado a la vida civil. Puede ser llamado al servicio en tiempos de guerra [2]
  • 3. carcelaria por la militar. «Malos ciudadanos, buenos soldados» Decía un viejo oficial de Ejército. Pero llegó un momento en que el enganche voluntario no fue suficiente, por lo que se buscaron otras formas de reclutamiento. Siendo entre todas, la mas efectiva, la del reclutamiento forzoso, para el que se utilizaron todo tipo de tácticas. Por ejemplo, si un hombre se encontraba circulando pasadas las 10 de la noche, era enganchado, los peones de fundos, también lo eran, en algunas partes, se soltaban perros y en Quillota, un juez ofreció enganchar a todos los ebrios que llegasen detenidos. Los resultados de estos enganches fueron dispares, por lo que se procedió a transferir a los enganchados de distintos batallones para llenar los que tenían vacantes, por ejemplo, el Batallón Aconcagua sólo contaba con 4 hombres de la zona, el resto provenía de Quillota, Chillán, Talca, Vichuquén y Cauquenes. Problemas con los enganchados. A pesar de que la ordenanza general del Ejército fijaba pautas claras con respecto a la condición física de los enrolados, muchos de ellos, saludables al momento de partir, llegaban al norte tan débiles que ni siquiera podían disparar su fusil. Es por esto, que en junio de 1879 el gobierno ordenó a los jefes que examinaran a los individuos y alistaran sólo a los robustos y de buena salud. Posteriormente el ministro Santa María recomendaba no enganchar a gente inútil, porque el norte ya estaba repleto de ellos. Situación Sanitaria: Al inicio de la guerra, los hospitales de campaña eran –en su mayoría– utilizados por enfermos. Por ejemplo en el hospital de Pisagua, de los 199 pacientes que había en Diciembre de 1879, 194 estaban por enfermedades y sólo 5 por heridas de guerra. A lo largo del año 1879 se dieron cerca de 200 licencias por diversas enfermedades. Esta situación fue aprovechada por quienes estando sanos, querían dejar el servicio, quizás decepcionados de las condiciones impuestas por la guerra. Hacia diciembre de 1879, el Ministro del Interior hacía ver al Ministro de Guerra en Campaña la preocupación por el elevado número de licenciados. El problema continuó con el tiempo, en marzo de 1880, el Ministro del Interior informaba al General en Jefe del Ejército del Norte que había comprobado que muchos de los individuos de tropa que llegaban del norte no padecían enfermedades graves o que los imposibilitaran para el servicio. Recomendaba entonces, no licenciar a nadie, sólo a quienes cuya enfermedad no pudiese ser tratada en los hospitales del norte. De todas formas, el número de deserciones a lo largo del conflicto fue sorprendentemente bajo, se estima que no fueron más de 650 fugados, de los cuales, un tercio se produjo en los primeros dos años de contienda. Dada la baja cantidad de plazas disponibles por fugas, fueron éstas repuestas rápidamente, incluso cuando reinaba el desencanto. La prensa difundía ampliamente los preparativos del ejército. Un ex-Ministro del Estado peruano señalaba que ellos no requerían de espías en Chile, les bastaba con tener todos los diarios de donde [3]
  • 4. extraían todos los datos que necesitaban. Los centros de entrenamiento de las tropas presentaban serias deficiencias propias de la improvisación con la que se hacía frente al conflicto. Muchos de estos lugares no contaban con la más mínima infraestructura para acoger a los huéspedes. Llegando a existir relatos de donde debían dormir 40 soldados en pequeñas habitaciones. Las condiciones durante el viaje hacia el norte no eran mejores, la tropa debía dormir en la cubierta de los barcos o en las bodegas. Muchos de los soldados sucumbían ante el mareo y permanecían postrados durante los tres días de viaje. Los más resistentes repartían el tiempo conversando o leyendo. Alberto del Solar narra que una de las distracciones preferidas de la oficialidad era permanecer cerca de los soldados para escuchar sus cómicas reflexiones. Disciplina y preparación. El entusiasmo con que los enganchados partían al frente, muchas veces desbordó su preparación física, táctica y disciplinaria. En noviembre de 1879, el Ministro de Guerra informaba al Presidente que el Ejército estaba conformado por «una multitud de paisanos que lo desquician todo». Meses mas tarde, la oficialidad hacía notar la ineficiencia de los enganchados a la fuerza, haciendo presente que con los enganchados no había forma de enseñarles a servir un cañón. Faltaba disciplina, en un simulacro de combate entre dos batallones, desembocó en una batalla campal entre ellos, dejando un muerto y varios heridos. La misma falta de espíritu de cuerpo hizo que los marineros del transporte Rimac, ante su inminente captura, en lugar de formar, asaltaran la cámara de oficiales, destrozando todo a su paso. Misma cosa pasó luego de la toma de Iquique, los soldados dieron rienda suelta a sus instintos, saqueando y arrasando la ciudad. Pero los problemas disciplinaros no sólo afectaban a la tropa, pocos eran los oficiales de carrera, la necesidad de sumar oficiales, llevó al gobierno a llenar estas plazas con jóvenes de familias destacadas o por políticos que decidían ir a la guerra. Los oficiales de carrera hacían presente eso a sus familias en Santiago, el comandante del Regimiento Zapadores relataba: « los cucalones2 andan todos perdidos y formándose un concepto de los asuntos guerra con libertad completa... basta con esto para que no haya dos que piensen de la misma manera». En septiembre de 1879, llegaban a Antofagasta dos hijos del presidente Pinto, ostentando grados de mayor y de teniente, pese a no tener preparación alguna. Un oficial del Regimiento Esmeralda 3 relata que al momento de su arribo al norte, no tenía la menor idea ni lograba identificar los toques de corneta, limitándose sólo a mirar e imitar a sus compañeros. La falta de experiencia de los jefes tuvo funestas consecuencias, por ejemplo, en 1880 un teniente ordenó a un soldado herido que partía a Valparaíso despojarse de su uniforme y de sus pertenencias porque le podían servir a otro, siendo castigado gravemente por su falta de criterio. La antigua oficialidad se sentía incómoda con la presencia de civiles en las fuerzas expedicionarias, 2 Oficial que obtuvo su cargo por motivos familiares. (Peyorativo) 3 Regimiento principalmente formado por los hijos de las principales familias de Santiago y Valparaíso. [4]
  • 5. José Francisco Vergara recuerda que a su llegada a Antofagasta, Emilio Sotomayor había tomado una especie de manía con los civiles que había en el Ejército. Si bien las diferencias nunca se acabaron, amainaron con el correr del conflicto, en la medida que los civiles incorporados fueron demostrando en la práctica sus capacidades estratégicas y arrojo en el campo de batalla. Un testigo del desembarco de Pisagua relataba asombrado el empuje de los Rotos. Marinos ingleses recorrían asombrados el campo de la acción sin poder creer que haya sido tomado por 800 hombres que fueron los únicos que entraron en pelea, estando el sitio defendido por más de mil. Por eso declaran que este hecho de armas es único entre los de su especie. Mujeres en la guerra. Para evitar el desamparo económico de sus familias, muchos soldados fueron autorizados a embarcarse al norte junto con sus familias. Sin embargo, esta idea tenía un trasfondo práctico, pues las mujeres se ocuparían en las cocinas y lavando ropa, sin embargo, al poco tiempo se transformó en un problema que amenazaba la organización militar. Recién iniciada la guerra, el transporte Limarí llevaba a Antofagasta 500 soldados, más 100 mujeres y 60 niños. No todas eran esposas o parientes. Durante un examen médico a los potenciales reclutas, en la localidad de San Carlos se descubrió a una mujer disfrazada de hombre. No es de extrañar entonces, que en el norte proliferaran enfermedades venéreas, en los primeros meses del conflicto, éstas representaron el 40% de las hospitalizaciones. Ante esta alarmante situación, el General en Jefe del Ejército del Norte dispuso que el Cuerpo Sanitario de Antofagasta revisara semanalmente a las mujeres para determinar si estaban infectadas. Finalmente en agosto de 1879 un decreto prohibió que los contingentes trasladados al norte fuesen acompañados de mujeres, y dispuso el inmediato regreso a Valparaíso de las que estaban con el Ejército en Antofagasta. La medida se justificaba porque entorpecían el movimiento de la tropa, así como la rápida ejecución de las órdenes. El decreto fue objetado por algunos comandantes, que veían en el elemento femenino un valioso auxiliar como cantineras. Para aminorar estos intereses, poco tiempo después se dispuso que cada regimiento podía ser acompañado por dos cantineras, aunque en la práctica fueron muchas más. A pesar de la prohibición, muchas mujeres se embarcaron ilícitamente, utilizando las estrategias más insólitas. Algunas al subir a despedirse de los soldados, se mezclaban con la tropa y se ponían algún uniforme de repuesto y se tiraban al suelo envueltas en un poncho. A bordo, debían viajar entremezcladas con los soldados. La vida de algunas mujeres en la guerra fue trágica, muchas murieron de sed o en medio de los combates, otras no pudieron soportar la pérdida de sus hombres y caían en el alcohol o en la demencia. El rol de la mujer en la guerra fue fundamental. Llevaban el bagaje, los víveres, cartuchos; hacían la comida y preparaban el campamento. Vivir en el desierto. Al momento de partir, cada soldado era provisto de un rifle, mochila, morral, un colchón, una frazada, [5]
  • 6. dos trajes completos de paño, quepis lacre con visera y ribetes negros, una chaqueta hasta la cintura de color azul negro, un pantalón pardo o un color semejante, dos pares de botas y dos camisas. Además llevaba una caramayola con su depósito para líquidos, un plato y una cuchara. La rutina diaria en los campamentos se iniciaba a las 5 de la mañana con el toque de diana. Los ejercicios comenzaban a las 6 y se prolongaban hasta las 10:30, (rancho); se reanudaban entre las 14 y las 17:30; la retreta comenzaba a las 20 horas y a las 21 reinaba el silencio. La vida que les esperaba en los territorios ocupados no era mejor. Enfrentados a una férrea disciplina marcial, con una ración de alimentos limitada, soportando un clima infernal y plagado de insectos. Miles de soldados fueron inicialmente acantonados en Antofagasta. Donde la inactividad hizo que para muchos la estadía fuese un martirio. Allí la deserción no era una opción viable, por la aridez del área circundante como por las consecuencias que podía traer el ser descubierto, así, cinco cruces le recordaban a diario a los soldados el castigo a los desertores. Lejos del hogar, el tedio de la inactividad4, sumado a la rigidez de la disciplina militar tuvo por consecuencias el surgimiento de prostíbulos, chinganas y garitos de juegos. Los esperados días de franco terminaban en en borracheras generalizadas que fueron minando peligrosamente la disciplina. Dicen observadores de la guerra que pocos son los soldados que no han recibido sanciones por faltas disciplinarias. El problema del alcohol se extendía también a la Marina. Los bravos artilleros una vez en tierra se transformaban en gañanes inútiles, los impecables trajes de la Armada se transformaban en pestilentes pilchas que sólo servían para tapar las carnes. Muchos oficiales fueron licenciados por su adición a la bebida y el consiguiente relajamiento que ello significaba. Los centinelas también caían en el mismo vicio, aumentando los intentos de deserción. Las largas esperas generaron conflictos entre batallones, en Antofagasta, las peleas fueron tal cotidianas que debieron diferirse los días libres entre el Batallón Aconcagua y el Melipilla. Mientras que en Iquique, pasaba lo mismo con los del Caupolicán y el Esmeralda. Los conflictos sucedían por asuntos menores, en Arica, dos batallones se disputaban el honor de entrar primero en Lima. Otro caso fue la muerte de la mascota del Regimiento Lautaro, por parte de un oficial del Coquimbo, que agrió las relaciones entre estos cuerpos por mucho tiempo. Los castigos variaban según la falta, iban desde doble turno hasta la pena de muerte. Pese a que la norma no especificaba distinciones entre oficiales y soldados, los castigos fueron mayoritariamente impuestos a éstos. Diversas soluciones surgieron ante los casos de relajamiento en la disciplina, entre ellas, evitar las aglomeraciones de tropas y luego, algunos comandantes comenzaron a restringir los días de franco y entregar el dinero necesario para la vida del soldado, pero no para alcohol. El resto del dinero se enviaba a la familia del combatiente. La iniciativa no prosperó, el comandante del Batallón Valdivia, alegando que casi la totalidad del 4 La primera campaña terrestre comenzó el 2 de noviembre de 1879 y los soldados estaban acantonados en Antofagasta desde el 14 de febrero del mismo año. [6]
  • 7. salario se gastaba en alcohol y prostitutas, propuso al Ministro de Guerra que las mesadas otorgadas a los soldados, fuesen cobradas por sus familias, reservando para ellos sólo lo necesario para cubrir las necesidades básicas. Sin embargo, el Ministro estimó que no se podía decretar la suspensión de las mesadas sin el expreso consentimiento de los imponentes. Quienes sí estuvieron dispuestos a enviar parte del dinero a sus familias, sufrían de un inconveniente, los pagos se realizaban en la Intendencia de Valparaíso, por lo que para quienes no eran del puerto, el costo para desplazarse hasta él era tan alto como el dinero remitido. La dureza de los ejercicios y los esporádicos enfrentamientos con el enemigo, se transformaron en eficaces apaciguadores del espíritu en medio de tan desalentador panorama. Un capellán relataba que en ninguna otra época había tenido tan buenas confesiones. Tras el desembarco en Pisagua y el combate de Germania, hubo un tiempo en el que las tropas estuvieron inactivas, sin agua ni víveres. Un soldado recuerda que al ir a la campaña todos consideraban justo sacrificarse en aras de la Patria, pero no tomaban en cuenta la forma en la que serían utilizados sus sacrificios. Nadie pudo negar, que la tropa chilena después de la victoria, sintió mucha hambre y sed. Aun cuando no sufriesen estas penurias, la inactividad socavaba la moral de la tropa un sargento se queja de que nadie sospechaba que la guerra sería esperar en ese puerto (Pisagua). Pese a reconocer el Sargento las labores desarrolladas en pos de la guerra por la tropa, demuestra su afán de batalla. La vida de campamento y la prolongada inactividad era considerada peligrosa por algunos oficiales, pues daba tiempo de pensar a los soldados, previendo graves faltas disciplinarias. Por ello se permitieron festivales de chistes, mimos, funciones de títeres, de teatro, etc... Las funciones de títeres fueron prohibidas porque hacían abiertos e irónicos reclamos por la comida, vestuario y castigos. Importante papel jugaron en el desarrollo de la guerra las mascotas de los regimientos, que pasaban a constituir una suerte de emblema y recibían el afecto de la tropa. El Coquimbo adoptó a un perro callejero que bautizaron con el nombre del cuerpo, fiel pero debieron sacrificarlo antes de entrar a Lima, pues no dejaba de ladrar, cosa que entorpecería el ataque. El Regimento Lautaro con su can homónimo, que participó en la batalla de Tacna cazando un zorro momentos antes del ataque, augurando la victoria. Tras la dura campaña de la Sierra fue ascendido a Sargento. Lautaro se vio envuelto en una pelea con Coquimbo, el oficial de guardia del Regimiento Coquimbo intentó separar a las mascotas, golpeando con su espada a Lautaro, hiriéndolo de muerte, el funeral fue conmovedor. Se le sacó el cuero al cadáver, se rellenó con paja y se trajo a Chile. «Paraff», la mascota del soldado Gregorio San Martín recorrió el Perú junto a su amo y participó activamente en la guerra. El perro combatió en Tarapacá, donde murió su amo. Tras la ocupación de Lima, la oficialidad del cuerpo lo premió con un collar de honor y le amarraron en su pata derecha, la jineta de sargento. Menos afectuoso fue el Regimiento Aconcagua con su mascota Chola, a la que ocupaban de blanco con los soldados inexpertos, sin que jamás le llegase una sola bala. Los suministros en el desierto. [7]
  • 8. La dispersión de los cuerpos por el amplio teatro de operaciones complicaba el abastecimiento de la tropa, en especial en los primeros meses de conflicto. Seis meses después de iniciada la guerra, el Intendente General del Ejército informaba que aún no se había fijado una porción uniforme y diaria para la tropa. Ante las deficiencias en el suministro, el Ministro de Guerra le presentó al Comandante en Jefe del Ejército Norte la propuesta de un particular para provisión del rancho. Ante lo que el Comandante se negó tajantemente. En cambio, propuso ofrecer el negocio a personas de las localidades ocupadas. La llamada a los particulares a ofrecer el rancho a la tropa se retrasó hasta septiembre de 1880. El desayuno constaría de una onza de café, una onza y media de azúcar refinada y 150 gramos de pan. El almuerzo consistía en 350 gramos de frijoles con el suficiente frangollo, grasa, ají y sal. La cena debía tener media libra de carne de vaca guisada y una cantidad suficiente de papas, cebollas, arroz, ají, grasa y sal. Y un litro de buena agua dulce diario. Al parecer no hubo mayores interesados en aprovisionar al Ejército. Un veterano recuerda que durante su estadía en Antofagaste, un plato de lujo era el que jocosamente llamaban banquete a lo pobre, consistía en un poco de agua, sal, bastante ají y cebolla picada sopeada con pan. Cabe mencionar que la ordenanza militar prohibía, bajo castigo severo, quejarse de la calidad de la comida. Conseguir agua en Antofagasta, cuando se produjo el desembarco chileno, la planta desalinizadora sólo tenía capacidad para las necesidades locales, al llegar las tropas, la planta no dio abasto y se decretó racionamiento. Cada soldado tenía derecho a medio litro de agua, que era entregado apenas salía de la máquina. En Iquique la sitiación no era mejor, en diciembre de 1879 el desabastecimiento provocó una revuelta de soldados que acabó con la muerte de 4 de ellos. La situación no mejoró hasta después de un mes, cuando se llegó a un acuerdo con algunos comerciantes de la zona para que proveyeran a las fuerzas. A diferencia de Antofagasta, el agua en esa ciudad no escaseaba, si bien era cara, el suministro alcanzaba para satisfacer a las tropas y a la comunidad. La asistencia espiritual. El vicario capitular de Santiago –una vez autorizado por la Santa Sede–, procedió a nombrar capellanes que acompañarían a las tropas de Marina y Ejército. El 18 de marzo de 1879, el Vicario nombró como capellán mayor a Florencio Fontecilla. Entre abril de 1879 y marzo de 1883, se nombraron 44 capellanes (dos de ellos españoles) que prestaron servicios al Ejército y a la Marina. Los capellanes compartían las condiciones de vida de los soldados y pronto sufrieron sus efectos. Muchos de ellos, adelgazaron y sucumbieron ante las enfermedades propias de la zona. Varios de ellos murieron por cumplir su labor pastoral: Enrique Christie falleció en Lima afectado de fiebre amarilla contraída mientras asistía a los heridos del hospital de esa ciudad. Otros en cambio, murieron en Chile a consecuencia de las enfermedades contraídas durante la guerra. [8]
  • 9. El compromiso religioso de los capellanes no se limitó al ámbito espiritual, ni fue impedimento para apoyar la causa chilena. En marzo de 1879, Fontecilla inició una cruzada en los cuarteles para alentar el patriotismo y predicar moralidad entre los soldados. Tras el desembarco de Pisagua, Ruperto Marchant, prestó los primeros auxilios a los heridos del combate, mientras Fontecilla quedó a cargo del hospital y la sepultación de cadáveres. José María Madariaga, capellán de la vanguardia del Ejército, antes de iniciar una batalla, reconrría la línea con una imagen de la Virgen del Carmen en la mano y alentaba a la tropa gritando: «Apunten bien, hijitos, Dios nos proteja y Nuestra Señora del Carmen nos sirva de escudo». Anecdóticamente a él le sirvió de escudo, pues durante la batalla llovían balas de todos lados, pero al cura lo respetaban. Durante la batalla vociferaba: «¡Valor, hijos, Dios y Patria! No hay que dar soga, la justcia está de nuestra parte; somos menos en número y más en valor. Peleemos como cristianos. Tened confianza en Dios. ¡La Virgen del Carmen nos dará la victoria». José Ramón Astorga, en abril de 1880 defendía la labor de los capellanes chilenos, rebatiendo las acusaciones del Vicario capitular de Arequipa de no haber impedido la quema de la iglesia de Mollendo por parte de la tropa chilena. Acusando además a los curas de la alianza de cobardes y traidores por abandonar a sus feligreses en los momentos de peligro. Si los capellanes Chilenos alentaban a la tropa, lo mismo hacían los aliados, incluso tras la ocupación de Lima, los sacerdotes alentaban a los indios a sumarse a las guerrillas y a hacer revueltas. Un testigo de época decía: «A los curas los adoran, se puede decir con propiedad, y ellos tienen la culpa de que los indios anden en revueltas, pues les aconsejan que no dejen invadir su territorio». Inicialmente no se había considerado remuneración alguna para los capellanes, quienes debían mantenerse con recursos propios. Un sacerdote franciscano solicitó a su superior un sueldo, pues vivía de la caridad del comandante de las tropas. Solicitó también dinero para comprar una Biblia, socorrer a su madre y hermanas a la distancia y costear algunos gastos personales. El 8 de julio de 1879, el Gobierno concedió un pago de 30 pesos para el rancho. La falta de biblias fue solucionada con la donación de 1000 ejemplares por parte del presbítero Kenelm Vaughan. El 31 de diciembre se reformó el servicio religioso; se dispuso el nombramiento de un capellán mayor, con un sueldo de 100 pesos mensuales y 75 para los capellanes de división o ambulancia. Los problemas no sólo eran económicos. Bernardino Bech y Pablo Vallier, dos religiosos hospitalarios enviados a Iquique. Al poco tiempo reclamaban sufrir hostilidades por parte de los empleados, odio a la religión y sus ministros y el olvido de toda norma de urbanidad y buena crianza. Tras hacer la denuncia respectiva, Vallier decidió no regresar a Iquique, mientras que Bech lo hizo, pero con la condición de sólo atender en la casa parroquial y atender enfermos sólo cuando las circunstancias lo permitiesen. Pese a que la gran mayoría de los soldados se declaraba católico, muy pocos eran practicantes, recuerdan los sacerdotes que debieron acordar con los oficiales que oír la misa debía ser obligatorio para los soldados. Las fiestas religiosas eran celebradas sólo con una misa y sin manifestaciones especiales. La primera [9]
  • 10. Navidad en guerra se celebró Antofagasta e Iquique, sin expendio de alcohol, casas de juegos o prostíbulos. Un oficial recordaba que esa fue la primera vez que vio a los soldados regresar sobrios luego del día de franco. La semana santa tampoco representaba mayor fervor religioso, en Antofagasta, para la tradicional quema de imágenes, se reemplazó la de Judas por las de Ignacio Prado e Hiliarón Daza. Un testigo dice que lo que se celebraba en el norte sólo tenía el nombre de Semana Santa. El día de franco, con billetes en los bolsillos hacía que los hombres se juntaran a hacer de todo, menos a rezar y que volvían hablando griego a sus cuarteles. La presencia de capellanes no fue apreciada por todos los oficiales, algunos denuncian que no eran más que corresponsales de los diarios de Valparaíso y Santiago. En ciertos casos, la animadversión para con los capellanes provenía de oficiales masones, contrarios a la práctica forzosa de la religión. Un oficial –posiblemente masón– escribía en su diario que desde la llegada de Erasmo Escala a Antofagasta, las prácticas religiosas eran más frecuentes que las militares. A pesar de la aparente indiferencia religiosa, antes de enfrentarse al enemigo, todos los soldados se confesaban y oían las pláticas y sermones. Mostrando especial devoción por la Virgen del Carmen. Muchos oficiales recordaban después con sincero aprecio la labor de los capellanes que siempre estuvieron del lado de los soldados, con su piedad, risa y consuelos, especialmente en los momentos de peligro. El servicio sanitario. El destacamento que tomó Antofagasta, no llevó médico, ni elementos quirúrgicos. Sólo seis días después se enviaron 60 camas, medicinas y un boticario. Ante la ausencia de médicos, los soldados debían ser atendidos por los médicos de los buques de la Armada. Las consecuencias de la improvisación sanitaria no tardaron en manifestarse. En abril se presentaron los primeros casos de escarlatina entre los pacientes de dicho hospital, los que estaban en un cuarto estrecho e inadecuado. Los que padecían enfermedades menos graves, eran rechazados por falta de espacio. Por efectos de la guerra, la población de Antofagasta aumentó en 11.000 personas, con el deterioro consiguiente de las condiciones sanitarias. Las raciones de alimentos en descomposición, etc. Recién en agosto se ordenó una vacunación contra disentería ya existiendo más de 30 casos. Debido a la prohibición de usar medias, muchos soldados presentaron diversas infecciones en los pies. Otros tenían heridas producto de las extensas marchas por el desierto. Por si fuera poco, en noviembre se produjo una epidemia de parotiditis que afectó a buena parte de las tropas. En mayo se promulgó el Plan General del Servicio Sanitario en Campaña, que contemplaba a dos cirujanos por regimiento y un servicio de ambulancia y hospitales en la retaguardia. El servicio estaba calculado para atender al 10% de los efectivos en campaña. Pronto surgieron los problemas, las boticas desabastecidas, los hospitales sin camas suficientes ni utensilios adecuados. Tras el desembarco de Pisagua, sólo bajaron a tierra 4 cirujanos, sin contar con auxiliares ni [10]
  • 11. implementos, debiendo atender a más de 100 heridos. Los más graves fueron trasladados a Valparaíso, donde muchos llegaron con sus heridas ya infectadas y sin posibilidad de tratamiento. Después de la batalla de Dolores, un gran número de heridos murió por falta de atención y elementos de curación. Algunos lograron salvar su vida llegando por medios propios a Pisagua donde estaba el improvisado hospital de campaña. Sólo en 1880 el gobierno ordenó aumentar el personal sanitario en los hospitales, en Iquique, Pisagua y la Noria se crearon tres hospitales provisorios, con capacidad de hasta 1400 enfermos. La campaña de Tacna y Arica nuevamente evidenció la mala preparación de los servicios sanitarios. En camas sin colchón, compuestas por mantas y frazadas, buena parte de los internos debía tenderse en el suelo. Además, en el hospital de Tacna, los soldados heridos quedaron junto con los enfermos de Tisis, Pulmonía o tercianas. Varios de los heridos fallecieron producto de esas enfermedades y no por las heridas, sin que se tomasen las medidas de aislamiento pertinentes. Sólo después de conquistado el sur peruano, se dispuso –antes de la campaña de Lima–, la tropa fue provista de elementos sanitarios, que debían portar los propios soldados, todo lo necesario para curaciones de emergencia. Después de algunos meses, era raro encontrar a algún soldado que aún tuviera los implementos, pues habían utilizado su espacio para otros elementos. Sin embargo, las ambulancias mejoraron, los cirujanos disponían de cloroformo, opio, morfina, yodo y aparatos prácticos para fracturas, pero en cuanto a instrumentos, seguía siendo deficiente el servicio. Es por esto, que muchos combatientes eran conscientes de la consecuencia de ser heridos y luego atendidos deficientemente por el servicio, la muerte. Sobreviviendo en territorio enemigo. Luego de una temporada de inactividad, la vida militar se reanudaba en busca de una definición del conflicto, los principales enemigos fueron esta vez, las enfermedades endémicas, el clima, la hostil población local y, por cierto, la desorganización de las autoridades chilenas. De hecho, las principales dificultades experimentadas en los primeros días de la campaña a Lima no fueron los soldados enemigos, sino la falta de aprovisionamiento, situación que obligó a las tropas a improvisar medidas de subsistencia. Los primeros desembarcos dejaron en evidencia la desorganización de las tropas, los campamentos improvisados, sin tener una línea de mando estructurada, etc. La distribución de provisiones durante y después del desembarco fue muy irregular. Poco tiempo antes de comenzar la campaña, el gobierno había acordado el suministro de 250 bueyes cada 8 días desde Arica, sin embargo, su distribución no fue equitativa, batallones debían alimentarse de Charqui y mariscos, y otros de carne, cebolla y galletas. Con el paso de los días, la situación tendió a mejorar, aprovisionando de acuerdo a las condiciones propias del lugar donde estuviese cada batallón. En este periodo, en lo que a rancho se refiere, no existían diferencias entre oficiales y soldados. Las cocinas se organizaban en forma de carretas, formándose grupos de soldados, mientras unos [11]
  • 12. buscaban leña, otros las provisiones y el más hábil se dedicaba a cocinar. Productos como Leche Condensada, café u otros, los compraban a los comerciantes que acompañaban la marcha del ejército. Un ejemplo de la improvisación fue la marcha de la Segunda División desde Ilo a Moquegua. A los pocos días de marcha se hicieron escasos los alimentos, por lo que debió recurrirse a lo que se encontraba en el camino, no dejando ningún animal doméstico comestible al paso. El peor enemigo que pudo tener el ejército no fue el hambre ni los aliados, sino la sed, por problemas en el transporte, no llegó agua durante tres días, en sólo un día murieron tres soldados producto de la deshidratación. La falta de tabaco fue motivo de sufrimiento para los fumadores, muchos reemplazaban el tabaco por hojas de algodonero. Un coronel que fumaba puros era seguido por un grupo de soldados para recoger la colilla. La dramática situación generada por la falta de agua, generó conatos de motín e intentos de fugas, un oficial telegrafiaba al cuartel general que ante el imperativo de la sed, la tropa se dispersaba en busca de ella, a pesar de las órdenes estrictas y el empleo de la artillería contra quienes emprendían la fuga. No menos problemática fue la marcha de Tacna a Pacocha, durante la cual faltó apoyo logístico. Si bien los soldados tenían la orden de no tomarse el agua de sus caramayolas hasta que la sed fuese extrema, el líquido se les acabó en la misma tarde. Alberto del Solar recuerda haber visto a un soldado revolcarse en la arena buscando humedad. Transcurridos los años (dice) no haber olvidado la sensación de la garganta hirviendo, la lengua pegajosa y seca, la coz ronca y la frente encendida, «síntomas todos que acompañaban a una sed devoradora». Una vez asentados en Moquegua, los problemas fueron otros. Para suerte de los soldados, era una zona de viñedos, frecuentes se hicieron entonces –pese a las órdenes superiores–, los asaltos a las bodegas. Y así, una vez, en estado de ebriedad, la tropa se lanzaba a saquear las casas abandonadas en busca de objetos de valor. Ante esta situación, el comando del ejército decidió botar el vino de las bodegas, tal era la cantidad que los soldados hacían represas para juntarlo y se tendían boca abajo para beberlo. El aburrimiento surtía efecto, una forma de hacer pasar el tiempo, fue escribiendo cartas, por lo cual se organizó un servicio de correos, llegando a mover hasta 30.000 piezas mensuales. La estadía en el campamento de Pacocha fue acompañada de una impresionante plaga de mosquitos con las consiguientes infecciones que ello significaba y lo perturbador del panorama. A este paso, la desesperanza no tardaría en aparecer, el Ministro Vergara escribía que el Ejército no tenía una administración ordenada, y en cualquier momento que se intentara algo, todo se trasformaba en confusión y desorden. Lima, ciudad ocupada. La ocupación de Lima sería para muchos soldados, la merecida recompensa por sus penurias. [12]
  • 13. Contribuía a eso una serie de rumores y mitos esparcidos por la oficialidad, entre ellos, que las limeñas no usaban ropa interior, que las joyerías eran tan fastuosas como las de Oriente, etc. Los preparativos para el ataque a la capital peruana contemplaron la normalización de la entrega de provisiones. Las mujeres que seguían al ejército fueron retenidas en Lurín donde quedaron a cargo de los enfermos y de los bagajes. Se impidió el paso de los animales de carga, cuyos gritos podrían alertar al enemigo. Los soldados presentían que la muerte haría buena cosecha en la entrada a Lima. En la noche previa a Chorrillos, muchos soldados hicieron testamentos verbales, legando a sus familias los pocos recuerdos de la campaña. Nadie pensaba en la derrota, porque no teniendo para donde irse, los peruanos asesinarían miserablemente a cada uno de los derrotados, contando con un ejército del doble al chileno, la única protección eran las bayonetas. La batalla de Chorrillos fue una de las más brillantes de la guerra, y también la más violenta. Un oficial recuerda que los sodados mataban, saqueaban y bebían a discreción. Otro combatiente recuerda que las bajas chilenas fueron mayores con posterioridad a la batalla que por causa de ella. Reagrupar las tropas después de Chorrillos fue una labor complicada, la mayor parte de los soldados se hallaban en las llanuras, buscando agua y alimentos saqueando casas. El enfrentamiento en Miraflores, producido mientras se desarrollaban tentativas para la rendición de la ciudad, fue precedido de un ambiente de incertidumbre en medio del desorden de la tropa. Luego del desbande del Ejército peruano, las fuerzas chilenas permanecieron fuera de Lima, dejando la ciudad desprotegida ante la plebe. Los habitantes de Lima, temían incluso el ataque de sus propios compatriotas desbandados. Los que fueron las mayores víctimas de estos excesos, fueron los chinos, en El Callao y Lima, a tal punto, que las autoridades locales solicitaron la pronta toma de Lima por parte del General Baquedano y el Ejército de Chile. Una vez resuelta la ocupación a Lima, los harapientos uniformes fueron reemplazados por unos nuevos, además se proveyó a los soldados de adelantos de sus sueldos, lo que les permitió comprar ropa interior, calzado y demás. Los cuerpos del ejército se alojaron en los antiguos cuarteles peruanos, utilizando también, los hospitales allí emplazados. A los pocos días de la entrada del Ejército se inició la publicación de diarios chilenos. Junto con la ocupación, nació una nueva y creciente burocracia en Lima, miles de chilenos ocupaban puestos de privilegio en Perú, obteniendo mayores salarios que los que podrían obtener en Chile. Después de la ocupación. Tras la toma de Lima, una buena parte del Ejército fue licenciada y se terminó con el reclutamiento de voluntarios y las comisiones de enganche. Los licenciados se devolvían a sus sitios de origen u otros se quedaban en Iquique o Antofagasta probando suerte en las salitreras. La euforia por la ocupación pronto se desvaneció, los primeros cuestionamientos contra el manejo de la guerra y el arribo de noticias provenientes de Lima informando sobre las desmedradas condiciones del [13]
  • 14. Ejército en Lima, comenzaba a comenzaron a frenar el entusiasmo por unirse a él. Debiendo entonces – por orden del Ministro del Interior– el Ejército volver a los enganches. Lima se encontraba bajo un estricto toque de queda y 5000 soldados de planta en la ciudad, manteniéndola bajo un régimen de terror saludable. La inactividad y el mayor margen de libertad que tuvo la tropa, trajo consecuencias negativas, entre ellas los abusos de alcohol y autoridad. A tal punto, que los oficiales no se atrevían a castigar las indisciplinas porque habrían demasiados sancionados. Los soldados solían molestar a los vecinos de Lima por su poca vergüenza de pasearse libremente mientras su patria estaba invadida por el enemigo. Alberto del Solar recuerda que una vez una mujer llamó bárbaro a un oficial, siendo quizás esta la opinión generalizada de la sociedad limeña. Los soldados cometieron una serie de atropellos y vejaciones para con los limeños, entradas a casas y violaciones de mujeres, llegando incluso a hacer un túnel para llegar a algunas casas. En algunos casos, la animosidad limeña contra los chilenos era fomentaba por las mismas autoridades de ocupación, un soldado fue asesinado en una calle, ante lo cual, Patricio Lynch dispuso que se fusilara por sorteo a uno de los sospechosos. En Junio de 1881, Lynch se vio en la obligación de expulsar a algunos oficiales con el objetivo de mantener la disciplina de la institución, además de prohibir que los soldados portasen armas en sus días de franco. Lynch además, al darse cuenta que el Ejército se encontraba al borde del abismo a causa del alcohol procedió a reglamentar su consumo y reglamentar la prostitución. No todos los efectos de la ocupación fueron negativos para los limeños, la seguridad imperante en la población llevó a que algunos incluso estimaran que restaurar el antiguo orden era aspirar a descender. Muchos oficiales desarrollaron estrechos vínculos con las familias peruanas y además. Otros en tanto, cayeron rendidos ante las limeñas, volviendo a Chile casados o de novios y, otro número importante dejó recuerdos vivos de su paso por la capital peruana. La vida en la Sierra. La guerra no acabó con la toma de Lima, ahora la guerra se trasladaba a la Sierra peruana, donde las montoneras enemigas mantenían la resistencia en forma de guerrillas. En este nuevo escenario decayeron los ánimos y el entusiasmo por combatir. Nuevamente comenzaron muchos soldados a hacerse los enfermos, con el riesgo que ello conllevaba, pues entrar al hospital estando sano, era exponerse ante un foco incalculable de infecciones. El grueso de los regimientos fue enviado al interior, dividiendose en pequeñas compañías asentadas en los diversos pueblos. El asentamiento de las tropas en el interior, significaba la apertura de chincheles, produciendo con ello una serie de desórdenes producto del alcohol de mala calidad, principalmente aguardiente de grano, caña y madera, provocando una epidemia de tifus que causó estragos en todas las [14]
  • 15. guarniciones. El Coronel del Canto prohibió la venta de alcohol en los territorios ocupados a los soldados chilenos, quien fuere sorprendido vendiendo, se le requisaría todo el líquido que tuviese. Pese a las estrictas medidas contra el alcohol, las enfermedades derivadas de éste continuaban hostigando la marcha del Ejército. También sufrían los soldados por la altura, el soroche y el apunamiento. Luego, vino la fiebre amarilla, sólo durante octubre de 1882 murieron 419 hombres producto de ella. Se dispuso que los gastos asociados a la campaña, debían ser solventados por los habitantes de la zona. Los primeros días marchó todo bien, pero después de un tiempo comenzó la evasión. Luego se publicó un bando obligando a esto, bajo penas de expropiación de la totalidad de los bienes. La medida no surtió el efecto esperado, aumentando las animosidades contra las tropas, huyendo las personas junto a sus animales hacia las montañas, quedando nuevamente el Ejército sin un aprovisionamiento seguro. Los largos años de guerra habían perturbado seriamente la industria agraria peruana, por lo que rápidamente comenzaron a escasear cereales y carne. La cosecha de ese año no superó el 30% de un año normal. Faltaba de todo. En julio de 1882 Lynch informaba a Santiago la imposibilidad de solventar el ejército mediante contribuciones forzosas, por lo que solicitaba que los ejércitos fuesen solventados nuevamente por la Intendencia General. Si las condiciones de Lima eran difíciles, peores aún eran las de la Sierra. Bandoleros en los caminos interrumpían el paso de los convoyes de aprovisionamiento y los cuerpos pasaban meses entre las serranías sin poder establecer contacto con éstos. El vestuario también sufrió los rigores del aislamiento y de la guerra, los uniformes ajados y a las botas no les quedaba más que la caña. A estas alturas de la guerra, los soldados añoraban a los suyos, algunos marchaban junto a sus familias, por lo que el Ejército prohibió la marcha de cualquier persona que no perteneciera al Ejército junto a él. También se restringió las visitas en Perú de las familias de combatientes. El hastío muchas veces se transformó en deserciones, los soldados se asilaban al interior o en las minas. Luego, el Ejército dispuso la multa de 1000 pesos de plata a quién tuviese empleados chilenos y instaba la entrega inmediata para su ejecución. Esta última campaña de la guerra le costó más vidas al Ejército que todas las campañas anteriores. La necesidad de poner término definitivo al conflicto impulsó a Lynch a solicitar a los oficiales un último esfuerzo, llegando a ofrecer de 3 a 5 pesos por cada rifle enemigo capturado además de disponer libremente de los bienes del enemigo. Los ofrecimientos de Lynch, sumados a las noticias del interior sobre el abatimiento de las tropas de Cáceres, llevaron a un último entusiasmo, que definió la batalla de Huamachuco en favor de Chile y con ella, el resultado de la guerra. [15]
  • 16. El esfuerzo de los soldados no fue debidamente recompensado, recibiendo el llamado «Pago de Chile». El «pago» de Chile. El esfuerzo de los soldados en el frente no fue debidamente recompensado una vez concluido el conflicto. La recepción de las tropas en Valparaíso fue un mal augurio de lo que vendría, Una vez que desembarcaron, debieron permanecer formados durante horas, sin agua ni pan, no se les permitía comprar ni recibir nada de los concurrentes. Algunos ciudadanos se arriesgaron y regalaron a los soldados carretillas con tortillas, otros con arrollados de chancho, botellas de vino, cerveza o pisco. A pesar de esta desorganización, durante los primeros meses tras el regreso, los soldados recibieron el tratamiento de héroes. Tras la euforia del primer momento, los soldados debieron enfrentar la realidad. Para la mayoría, el regreso estuvo marcado por el desencanto y la desorientación. Sólo algunos lograron re-acostumbrarse a su antigua vida. La tasa de criminalidad en el país se duplicó entre 1879 y 1881. Un número importante de ex-combatientes pasó a engrosar las bandas de salteadores y cuatreros que asolaban los campos. La reinserción de los combatientes había sido analizada aún durante la guerra. Algunos proponían ilustrar a los soldados o insertarlos en alguna industria. Si la vida en campaña fue dura y la paga escuálida. Un soldado recibía $10 mensuales, mientras que un capitán $95. El Inspector General del Ejército escribió al Ministro de Guerra: «... el sueldo de los jefes i oficiales en servicio activo no está a la altura de la situación que ha alcanzado la república en su estado floreciente de las rentas nacionales. El de la tropa es más deficiente aún. Si quiere tener buenos soldados, deben ser éstos bien rentados...». Los ingresos de los oficiales nunca fueron suculentos, Carlos Condell, envió una carta a su mujer dejando en evidencia la precariedad de la situación de la oficialidad. «Le mando el saco con la ropa para que la laven. Nada le puedo enviar como regalo, estoy muy pobre, pero para otra vez espero enviarle naranjas, camotes, plátanos, platas... Pero si esto no va, en cambio le envío un cargamento de besos, abrazos i cariñitos». Rara vez se pagaba con puntualidad, menos durante la Campaña de la Sierra en 1882 se dispuso que la totalidad de la paga le sería entregada al soldado al momento de licenciarse. Muchos soldados volvieron a Chile sin haber recibido su paga, y sin recibirla nunca. Mejor no era la situación de los familiares de los caídos, un oficial jubilado, con 20 años de servicio, recibía el 50% del sueldo correspondiente al grado en actividad. En caso de haber contraído una enfermedad incurable durante la guerra, recibía el pago completo sólo si contaba con 10 años de servicio. En caso de haber perdido un miembro en la guerra, recibía dos tercios del sueldo. La primera Ley de pensiones de 1879 estipuló que los «Asignatarios Forzosos» recibirían sólo la mitad del sueldo. [16]
  • 17. La segunda Ley de pensiones incluyó a los Inválidos y a las familias de los fallecidos, los inválidos absolutos recibirían una pensión equivalente al sueldo del empleo en el que se desempeñaban. Los inválidos relativos recibirían dos tercios del sueldo de soldado. El Estado suministraría los aparatos ortopédicos necesarios para suplir los miembros mutilados. Para el caso de los muertos en acto de servicio, la viuda e hijos legítimos tendrían derecho a la mitad del sueldo, la madre viuda de un muerto (en caso de ser soltero) recibiría una cuarta parte del sueldo. Los hijos naturales de combatientes muertos en acto de servicio (que no dejasen familia), recibirían un tercio del sueldo. Las viudas e hijos legítimos percibirían tres meses de sueldo, sin perjuicio del pago de montepío. A partir de 1883 el gobierno creó una serie de instituciones con el objeto de ayudar a los soldados, viudas y huérfanos, entre los que destaca la creación de becas y escuelas agrícolas para huérfanos de guerra. Sin perjuicio de las buenas intenciones, las pensiones para los veteranos y sus familias resultaron del todo insuficientes, por los montos y la baja cobertura de éstas. La «Ley de recompensas» de 1881 fue calificada como «Ley de miserias». Gran parte de la población creía que que el tema de las gratificaciones no pasaba de ser una «halagadora quimera». La mayoría de los soldados que volvieron del frente eran analfabetos, gran parte de los mutilados estaba entre éstos y, sin tener otra forma de ganarse la vida que sus brazos perdidos no tuvieron más opción que convertirse en mendigos. Cruel presagio fue el himno Adiós al Séptimo de Línea: «Volverán sin ser los que partieron». Algunos ex-combatientes no pudieron reintegrarse a la sociedad y terminaron sus días en hospitales psiquiátricos. Destaca el caso del Alférez Luis Salvatici, quien murió en la casa de orates creyéndose Napoleón I y llamando a la batalla de Tarapacá como Waterloo y su permanencia en el recinto la explicaba diciendo que estaba tomando baños en Baden Baden. Muchos de los veteranos, duchos en el uso de armas participaron en la Guerra Civil de 1891, enrolándose la mayoría a las fuerzas del Congreso, continuando en el Ejército luego de la reestructuración al término del conflicto. En cambio, quienes tomaron parte en el bando presidencial perdieron honores y beneficios. Con todo, para la mayor parte de los veteranos, el triunfo de las fuerzas congresistas no alteró su situación. En 1900 un ex-combatiente recuerda la situación de él y sus camaradas: «Cuando vemos por nuestros campos, por nuestras ciudades, i aun en tierra estranjera, a tanto soldado, a tantas clases i a tantos oficiales vivir en la miseria, arrastrar el carro de la indigencia, sacudir el polvo de las necesidades, carecer de trabajo i tener que dar alimento al estómago, uno se siente avergonzado y humillado». [17]