Este documento discute las razones por las cuales las personas pueden estar reacias a donar sus órganos después de la muerte y ofrece algunas perspectivas para considerar esta decisión. Algunas de las razones comunes para no donar incluyen el miedo a la muerte, el egoísmo, la falta de información y las creencias religiosas. Sin embargo, el autor argumenta que todos podrían necesitar un trasplante algún día y que la donación podría salvar vidas. Invita al lector a reflexionar sobre su propia postura sobre la don
1. lunes, 14 de mayo de 2012
¿Donar o no donar?
http://raguniano.blogspot.com/2012/05/donar-o-no-donar.html
Cuando mi socio en el blog me propuso tratar el tema de la
donación y trasplante de órganos, sentí cierta resistencia a hacerlo, que luego
actuó como motivador porque me apasiona bucear en el autoconocimiento,
incluyendo aquellas aguas que no me atraen de primeras. El trasplante de órganos
simpatiza más a enfermos que a sanos. En parte es así porque los medios de
comunicación masiva evitan divulgar -y menos aún promocionar- temas
impopulares o poco conocidos, si no hay ganancia de imagen o dinero de por
medio. Pero su poca acogida también se debe a que el tema requiere desmontar
una serie de resistencias internas, más fuertes en aquellas personas que
identifican la esencia de su ser con su cuerpo. Porque ese narcisismo inconsciente,
junto con el miedo a la muerte (miedo a dejar de ser) y con el infaltable egoísmo
humano, forman la tríada que obstaculiza la donación de órganos, junto con otras
variables: supersticiones y tabúes religiosos; información desconocida, insuficiente
o errónea sobre el tema; donante potencial o familiares con inestabilidad
emocional o escasa capacidad intelectual; desconfianza en los servicios médicos;
trabas legales; comercialización indebida. Si bien el trasplante abarca desde
órganos claves para la vida (corazón, páncreas, riñón, hígado, pulmón) hasta
tejidos no vitales (hueso, córnea, cartílago, piel, ligamento), muchos opinan que la
integridad corporal debe preservarse más allá de la vida, para desmentir a la
muerte como fin absoluto, creencia heredada de antiguas civilizaciones. Algunos,
en cambio, consideran que seguirán viviendo en el beneficiado con el trasplante, o
por haber dejado una huella altruista en la memoria humana.
El miedo instintivo a la castración, desmembramiento o mutilación, muchas veces
anula la intención de ayudar a otro cediéndole una parte física que de nada servirá
a su dueño original después de muerto. La negativa a donar órganos también
puede venir del temor a perpetuarse: se teme prolongar la vida personal a través
de la del receptor, para no confundir su destino con el propio, o entremezclar
vivencias, memorias y sensaciones a través de la parte donada. Increíblemente,
este miedo también se da en algunos receptores. Estar reacio a donar una parte
útil del cuerpo inútil casi siempre se debe a una mezcla de resentimiento e
individualismo: se rechaza dar vida a otro cuando uno ha perdido la suya y por
tanto, no importa la necesidad ajena (generalmente la persona egoísta llega hasta
2. su final con la misma visión y actitud mezquina hacia los demás que mantuvo
mientras vivió). Así como se pretende ser el dueño absoluto de la propia vida, se
procura extender ese dominio ilusorio controlando la totalidad del cuerpo y el
destino de otros bienes materiales después de la muerte.
La mayoría humana, si bien reconoce y acepta racionalmente la muerte en los
demás, la aparta inconscientemente del propio horizonte. Además, muy pocos
aceptan que su individualismo en realidad no los hace distintos ni los separa de la
gran masa humana. Y cuando alguien tiene creencias religiosas que producen
temor al más allá, pues con razón se aferra al más acá, evitando pensar en su
inevitable final. El aprendizaje infantil de ver a la muerte como una pérdida
dolorosa, origina el rechazo adulto a ceder sus órganos o los del ser querido:
donarlos aumenta la sensación de pérdida y el miedo a morir, o supone abandonar
toda esperanza respecto al familiar que está en sus últimas. Algunos
razonamientos típicos son: Si estoy muriendo en un centro médico, seguro me
aceleran la partida si se enteran que soy donante y necesitan mis órganos; siendo
la donación voluntaria, gratuita y anónima ¿qué provecho procuro a los míos,
donando una parte de mí a un desconocido?; tengo bastante con mi dolor para
preocuparme por el dolor ajeno; quiero que esta agonía insufrible termine ya, sin
prolongarla más para favorecer a un extraño; no quiero correr el riesgo de
retardar el sepelio con lo de la donación; es un irrespeto eso de mutilar al ser
querido; si soy gitano o si creo que transferir sangre va contra la voluntad de
Jehová, ni me lo pienso, no dono y ya. Comparando con las situaciones en las que,
pudiendo darse, no hay donación de órganos por parte de la persona o de sus
deudos, cuantitativamente suman mucho menos los casos en los que el moribundo
o sus familiares autorizan la cesión de órganos por cuestión de fe, por imagen
social, por simple indiferencia o por auténtica bondad y empatía hacia ese otro que
sufre y a quien generalmente no se conoce. Los casos de donantes vivos y sanos
son todavía menos frecuentes, y casi siempre buscan ayudar a un familiar o
persona muy cercana. Estadísticamente, la pionera España con su legislación a
favor de la donación de órganos desde principios de los 80, supera con mucho los
casos de trasplante de órganos donados registrados en Paraguay o Venezuela, por
citar algunos países de habla hispana.
Una racionalización objetiva sería la siguiente: Si necesitaras un trasplante ¿te
negarías a recibirlo? Entonces, ¿por qué no donar? O esta otra: ¿de qué me sirve
tener ese órgano vivo un poco de tiempo más, después de mi muerte cerebral? E
incluso ésta: ¿Cuál es la urgencia del trasplante o qué consecuencias tendría para
3. otros el fallecimiento del paciente que espera por mi decisión? Invito a
considerarlas, y también a pasearse por varios escenarios:
1- Tal vez si todas las personas fuesen inscritas como donantes al nacer, pudiendo
hacer luego un trámite público sencillo para desistir de serlo, la decisión de donar
los propios órganos o los de un ser querido sería más fácil y frecuente.
2- La falta de cultura social o de legislación respecto a la donación de órganos
sigue haciendo un tabú del tema, encarece los costos de los trasplantes y
fundamenta el comercio delincuente de órganos, incluyendo el tráfico de seres
humanos asesinados para venderlos por partes, lo que sí supone un irrespeto a la
vida.
3- Tampoco hay que ver al trasplante como la panacea para prolongar la
existencia humana o darle más calidad, en tanto la ciencia procura otras
alternativas para disponer de órganos compatibles, como la clonación o los cultivos
de células madres y ADN. Sólo un bajísimo porcentaje de cadáveres resultan aptos
para la donación de sus órganos: están de por medio el tiempo desde el deceso, la
causa de la muerte y el estado del órgano antes del trasplante, la incompatibilidad
genética, el rechazo inmunológico o post-operatorio, las complicaciones surgidas
durante el proceso quirúrgico o después de éste, y otras variables contrarias. Sin
embargo, la cantidad de fallecidos siempre multiplica la de pacientes en espera de
un trasplante.
4- La realidad es que todos y cada uno de nosotros puede verse algún día ante la
encrucijada de ser invitado a donar sus órganos o de necesitar uno ajeno, y es
conveniente pensar ahora sobre el tema, para no estar tan a oscuras llegado el
momento.
No quisiera terminar este artículo aconsejando donar o
no donar, pues cada persona ha de poder reflexionar y decidir libremente sobre el
asunto. Lo que sí veo procedente es invitarte a considerarlo a tiempo -y el tiempo
es ahora- respondiendo para ti estas preguntas: ¿Estás dispuesto(a) a donar tus
órganos? ¿En qué caso lo harías sin dudar? ¿Has hablado sobre el tema con tu
familia? ¿Si tuvieses más información, te lo pensarías? La realidad es que todos y
cada uno podemos vernos algún día ante la posibilidad de donar un órgano o de
necesitar uno ajeno, y es conveniente haber reflexionado sobre el asunto para no
estar a oscuras o tener que actuar bajo la presión del miedo y la proximidad de la
muerte. Yo estoy claro en cuanto a lo que haré llegado el caso, y sé que es lo
4. correcto porque lo he decidido de manera preventiva, objetiva y sincera, y siento
paz interior. Tal vez te sirva este indicador personal, en ésta y cualquier otra toma
de decisión que debas hacer y que afecte tu vida y la de otros.
Escrito por: Gustavo Löbig