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1. Don Bosco, una biografía nueva. TERESIO BOSCO.
2. Vida de Don Bosco. (Ed. para la juventud.) TERESIO BOSCO.
3. Don Bosco con nosotros. MARCELLE PELLISIER.
4. Don Bosco, te recordamos. PEDRO BROCARDO.
5. Ejercicios Espirituales con Don Bosco. TERESIO BOSCO.
6. Don Bosco con Dios. EUGENIO CERIA.
7. Don Bosco: Cartas a los niños de todas las edades. RAFAEL ALFARO.
8. Don Bosco, al alcance de la mano. PEDRO BRAIDO.
9. El sistema educativo de Don Bosco. LUCIANO CIAN.
10. Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales. SAN JUAN BOSCO.
11. Don Bosco: Profundamente hombre-Profundamente santo. PEDRO BROCARDO.
12. Los sueños de Don Bosco. SAN JUAN BOSCO-FAUSTO JIMÉNEZ.
13. Historia de San Juan Bosco, contada a los muchachos. BASILIO BUSTILLO.
14. Don Bosco y la música. MARIO RIGOLDI.
15. Con Don Bosco de la mano. RAFAEL ALFARO.
16. Don Bosco y el teatro. MARCO BONGIOANNI.
17. Yo, Juan Bosco, otra vez con la mochila al hombro. F.RODRÍGUEZ DE CORO.
18. Aproximación a Don Bosco. FAUSTO JIMÉNEZ.
19. Don Bosco y la vida espiritual. FRANCIS DESRAMAUT.
20. Juan Bosco, con la fuerza de un equipo. FRANCISCO RODRÍGUEZ DE CORO.
21. Don Bosco, historia de un cura. TERESIO BOSCO.
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22. Prevenir, no reprimir. PIETRO BRAIDO.
23. El amor supera al reglamento. SAN JUAN BOSCO-FAUSTO JIMÉNEZ.
24. Palabras clave de espiritualidad salesiana. MIGUEL ARAGÓN.
25. Claves para una espiritualidad juvenil. JOSÉ MIGUEL NÚÑEZ.
26. Os presento a Don Bosco. NATALE CERRATO.
27. La alegría de la educación. XAVIER THEVENOT.
28. Una espiritualidad del amor: San Francisco de Sales. EUGENIO
ALBURQUERQUE.
29. Caminar tras las huellas de Don Bosco. FRANCESCO MOTTO.
30. Don Bosco encuentra a los jóvenes. CLAUDIO RUSSO.
31. Dirección y amistad espiritual. EUGENIO ALBURQUERQUE.
32. Don Bosco: la otra cara. FAUSTO JIMÉNEZ
33. 365 florecillas de Don Bosco. MICHELE MOLINERIS.
Michele Molineris
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Claudio Russo (ed.)
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En 1978, la editorial Central Catequística Salesiana, hoy Editorial CCS, publicaba el libro
de Michele Molineris, Florecillas de Don Bosco. Hoy presentamos una edición corregida
y renovada realizada por Claudio Russo con el título 365 florecillas de Don Bosco.
¿Cuál es la novedad?
Se ha reducido la narración de las florecillas a lo esencial; se les ha podado de
literatura, logrando una brevedad más acorde con la sensibilidad del lector moderno.
Las florecillas están distribuidas de manera que hay una para cada uno de los días del
año civil. De ahí el título de 365 florecillas de Don Bosco.
Se dejan las referencias a las dos ediciones de las Memorias Biográficas, la típica
italiana y la castellana.
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Florecillas son, en una vida, esos episodios que brotan ante todo del temperamento, luego
de la costumbre de observar, de la presteza de espíritu de que uno está dotado, de la
cultura, de la familiaridad con sus interlocutores, de la bondad y de aquel tanto de
adaptabilidad a los acontecimientos que lleva irreversiblemente a dominarlos, haciéndose,
sin querer, su protagonista.
Todas estas dotes resaltan evidentes en este volumen que vuelvo a poner a la atención
de los lectores. Añadid a estas dotes de orden natural los dones sobrenaturales de que fue
dotado abundantemente Don Bosco por Dios y tendréis una idea aproximada de todo lo
contenido aquí.
Este libro no es, por tanto, una vida de Don Bosco, sino una colección de hechos
documentados y raros, que ennoblecen aquella vida, la ilustran e incluso la complican,
sustrayéndola no pocas veces a las leyes que de ordinario rigen la de los otros pobres
mortales. Porque su vida no fue ordinaria, llegando a poder decir que no había dado un
paso sin haber sido movido por lo alto.
Aunque su fama está muy extendida, no todos conocen a Don Bosco; y si no es
presunción la mía, cuento con contribuir a extender su conocimiento.
Don Ercolini, al presentar en 1911 a los lectores italianos la traducción del Don Bosco
del doctor D'Espiney, dice que «nosotros de un santo sólo sabemos lo que va haciendo a
los ojos del mundo, y bajo la mirada de Dios, y no podremos saber nunca aquí en la
tierra lo que ha pasado entre Dios y el alma de su elegido. Recojamos, al menos por
gratitud, lo que la bondad de Dios nos regala del fruto de las innumerables gracias que
embellecen el corazón de los santos; y estas páginas, en las que se verá revivir a Don
Bosco, sean para todos cuantos hablan del cielo, como una prenda de bienes futuros».
Hago mías estas palabras.
Dedico este libro a todos los jóvenes a quienes he tratado o que, por motivos
imprevisibles de la vida, no he podido tratar, si bien todos ellos, por vocación, debían
haber sido campo de mi apostolado. Que les quede al menos este testimonio de afectuoso
recuerdo y de doliente sentimiento. Que el resto lo haga Dios, por medio de Don Bosco,
el cual me debe haber visto en sus sueños, si con ellos llegó a contemplar nuestros días y
no los nuestros tan sólo, Él, a quien bastaba saber que uno era joven para sentirse deudor
suyo, sin distinción de casta, de censo, de patria y de religión.
También yo fui joven y su predilección se concentró en una amistad que llegó a
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compartir el pan y el techo. Con la esperanza de que otros me sucedan en esta intimidad,
vuelvo yo a poner a la atención de los lectores sus insospechados dones de naturaleza y
de gracia.
Don Molineris
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EL SUEÑO DE LOS NUEVE AÑOS
Cuando yo tenía unos nueve años, tuve un sueño que me quedó profundamente grabado
en la mente para toda la vida.
En el sueño me pareció estar junto a mi casa, en un paraje bastante espacioso, donde
había reunida una muchedumbre de chiquillos en pleno juego. Unos reían, otros jugaban,
muchos blasfemaban. Al oír aquellas blasfemias, me metí en medio de ellos para hacerlos
callar a puñetazos e insultos.
En aquel momento apareció un hombre muy respetable, de varonil aspecto,
noblemente vestido. Un blanco manto le cubría de arriba abajo; pero su rostro era
luminoso, tanto que no se podía fijar en él la mirada. Me llamó por mi nombre y me
mandó ponerme al frente de aquellos muchachos, añadiendo estas palabras:
«No con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad deberás ganarte a estos tus
amigos. Ponte, pues, ahora mismo a enseñarles la fealdad del pecado y la hermosura de
la virtud».
«¿Quién sois para mandarme estos imposibles?».
«Precisamente porque esto te parece imposible, debes convertirlo en posible por la
obediencia y la adquisición de la ciencia».
«¿En dónde? ¿Cómo podré adquirir la ciencia?».
«Yo te daré la Maestra, bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio y sin la cual toda
sabiduría se convierte en necedad».
«Pero, ¿quién sois vos que me habláis de este modo?».
«Yo soy el Hijo de aquella a quien tu madre te acostumbró a saludar tres veces al
día».
«Mi madre me dice que no me junte con los que no conozco sin su permiso; decidme,
por tanto, vuestro nombre».
«Mi nombre pregúntaselo a mi Madre.»
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(Cf. Memorie Biografiche, 1, 124-125; MBe', 1, 115-116.)
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2 DE ENERO
A SU TIEMPO LO COMPRENDERÁS TODO
En aquel momento, junto a Él, vi a una mujer de aspecto majestuoso, vestida con un
manto que resplandecía por todas partes, como si cada punto del mismo fuera una
estrella muy refulgente. Contemplándome cada vez más desconcertado en mis preguntas
y respuestas, hizo señas para que me acercara a Ella y, tomándome bondadosamente de
la mano, me dijo: «¡Mira!».
Al mirar, me di cuenta de que aquellos chicos habían escapado y, en su lugar, observé
una multitud de cabritos, perros, gatos, osos y otros muchos animales.
«He aquí tu campo, he aquí donde tienes que trabajar. Hazte humilde, fuerte, robusto,
y cuanto veas que ocurre ahora con estos animales, lo deberás hacer tú con mis hijos».
Volví entonces la mirada y, en vez de animales feroces, aparecieron otros tantos
mansos corderos que, saltando y balando, corrían todos alrededor como si festejaran al
Hombre aquel y a la Señora.
En tal instante, siempre en sueños, me eché a llorar y rogué al Hombre me hablase de
forma que pudiera comprender, pues no sabía qué quería explicarme.
Entonces Ella me puso la mano sobre la cabeza, diciéndome: «A su tiempo lo
comprenderás todo».
Dicho lo cual, un ruido me despertó.
Quedé aturdido. Sentía las manos molidas por los puñetazos que había dado y
dolorida la cara por las bofetadas recibidas. Después, el personaje, aquella mujer, las
cosas dichas y las cosas escuchadas ocuparon de tal modo mi mente, que ya no pude
conciliar el sueño durante la noche.»
(Cf. Memorias del Oratorio, 22.)
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3 DE ENERO
TANTO RUIDO POR NADA
Durante el otoño, Juan solía ir a casa de su madre, en Capriglio, con los abuelos para la
vendimia.
Un año (1820), mientras esperaban a que estuviera preparada la cena, alguien
comenzó a contar que, en tiempos pasados, se habían oído en el desván ruidos de
diversa intensidad, prolongados unos, breves otros, pero siempre espantosos. Todos
decían que sólo el demonio podía espantar a la gente de aquella manera.
La habitación donde conversaban tenía un techo de madera que servía de pavimento a
una amplia buhardilla, destinada a panera y a almacén de las otras cosechas.
De pronto se oye el estrépito de algo que cae, y luego un ruido sordo y lento que se
arrastra sobre sus cabezas de un extremo a otro de la sala. Cesa la conversación y se
hace un profundo silencio. Juan se levantó resuelto, encendió otro candil y dijo: «Vamos
a ver».
Mientras hablaba, subió la escalera de madera que conducía al desván. Los demás,
con luces y palos, iban tras él, temblando y hablando en voz baja. Juan empujó la puerta
de la panera, entró, alzó el candil y miró alrededor. No se veía a nadie. Todo estaba en
silencio. Algunos de los familiares se habían asomado a la puerta, pero sólo uno o dos se
habían atrevido a entrar.
De pronto, lanzaron todos un grito y algunos se dieron a la fuga: una criba grande, que
se encontraba en un rincón, se movía sola y avanzaba; y fue a pararse a los pies de Juan,
que puso las manos en la criba y la levantó... Estalló una explosión de risa: ¡debajo de la
criba había una hermosa gallina!
Margarita agarró la gallina, le retorció el pescuezo y, desplumándola, la echó en la
cazuela... para una magnífica cena.»
(Cf. Memorie Biografiche, 1, 85; MBe, 1, 83-84.)
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4 DE ENERO
UN CAMBIO EXTRAÑO
Un tal Segundo Matta, criadillo en una de las granjas de los alrededores, y de su misma
edad, bajaba de las colinas todas las mañanas, llevando la vaca de su amo. Iba provisto
de una rebanada de pan negro para desayunar. Juan, en cambio, tenía entre sus manos, y
lo mordisqueaba, un pedazo de pan blanquísimo que mamá Margarita nunca dejaba que
le faltara. Un buen día dijo Juan a Matta:
«¿Quieres hacerme un favor?».
«Con mucho gusto», respondió el compañero.
«¿Quieres que cambiemos el pan?».
«¿Por qué?».
«Porque tu pan debe ser mejor que el mío y me gusta más».
Matta, en su sencillez infantil, creyó que a Juan le parecía realmente más gustoso su
pan negro, y agradándole a él el pan blanco del amigo, aceptó el cambio de buena gana.
Desde aquel día, durante dos primaveras enteras, siempre que se encontraban por la
mañana en el prado, se cambiaban el pan.
Matta, cuando fue mayor y reflexionó sobre este hecho, comprendió que el móvil de
Juan para hacer aquel cambio no podía ser sino el espíritu de mortificación, puesto que
su pan negro no era precisamente ninguna golosina.
(Cf. Memorie Biografiche, 1, 89; MBe, 1, 88.)
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5 DE ENERO
¿PARA QUÉ VAS CON ESOS COMPAÑEROS?
Juan, apenas cumplidos los cuatro años, ya se ocupaba con mucha constancia en
deshilachar las varas de cáñamo que su madre le daba en determinada cantidad. Y el
niño, acabada su tarea, se dedicaba a preparar sus juegos. Ya en aquella edad era capaz
de redondear trozos de madera y hacer bolas y palos para el juego de la «galla».
Este juego consiste en que uno tira la bola con una estaca y el otro la devuelve de
rebote con un palo. Juan se sentía feliz jugando con sus compañeros; pero no faltaban
disputas y riñas, fáciles en semejantes reuniones de chiquillos; en tales casos, su papel
era siempre el de pacificador, interviniendo para calmar los ánimos.
Más de una vez la bola, manejada por aquellos inexpertos e imprudentes, iba a herirle
en la cabeza o en la cara y, al sentir el dolor, corría en busca de su madre para que lo
curara. La buena Margarita, al verlo en aquel estado, le decía:
«¿Para qué vas con esos compañeros? ¿No ves que son malos?».
«Por eso voy con ellos; cuando estoy yo, no se alborotan, son mejores, no dicen
ciertas palabras».
«Pero, mientras tanto, vienes a casa descalabrado».
«Ha sido mala suerte».
«Está bien, ya veo que volverás más veces a curarte; pero ten cuidado - concluía
apretando los dientes - mira que son malos».
Y Juanito, sin moverse, aguardaba la última palabra de su madre, quien, después de
pensarlo un momento, como si temiera impedir algo bueno, decía: «Bueno, vete con
ellos».
(Cf. Memorie Biografiche, 1, 48-49; MBe, 1, 57.)
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6 DE ENERO
LA VARA
Un día, la abuela notó que habían desaparecido unas frutas que ella había puesto aparte.
Su sospecha recayó sobre el más pequeño. Le llamó. Éste, que era inocente de aquel
hurto, corrió alegre junto a la abuela; pero ésta, muy seria, le dijo:
«Tráeme la vara del rincón».
El niño obedeció; pero sabiendo cómo habían sucedido las cosas, dijo:
«Abuela, obedezco, pero yo no he sido quien ha tomado la fruta».
«Está bien; entonces tú me dirás quién lo ha hecho y yo te perdonaré el varazo».
«Se lo diré, pero a condición de que perdone al culpable».
«Lo haré. Hazle venir acá y, si él me pide perdón, le perdonaré».
El pequeño fue corriendo al hermano mayor, que rondaba los quince años, y para el
cual no guardaba ningún rencor a pesar de lo mal que él le miraba, y le explicó lo
sucedido.
Antonio encontró ridícula la pretensión de la abuela. Ser castigado como un chiquillo
de seis años, le parecía una humillación absurda. Pero Juanito insistió:
«Ven, Antonio, no le lleves la contraria a la abuela. Ella tiene en mucho su autoridad y
se disgustaría. Y también mamá se sentiría contrariada. Cierto que ya eres mayor; pero,
que no se diga que, por tu causa, la abuela se siente poco respetada».
El hermano cedió, tomó la vara, se la dio a la abuela y refunfuñó: «No lo volveré a
hacer».
(Cf. Memorie Biografiche, 1, 69; MBe, 1, 71-72.)
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7 DE ENERO
¡PIENSA SIEMPRE EN LAS CONSECUENCIAS!
Juan tenía ocho años, cuando un día, mientras su madre había ido a un pueblo cercano
para sus asuntos, quiso alcanzar algo que estaba colocado en un sitio alto. Como no
llegaba, puso una silla y, subido en ella, chocó con la aceitera. La aceitera cayó al suelo y
se rompió. Lleno de confusión, trató el niño de poner remedio a la fatal desgracia
fregando el aceite derramado; pero, al darse cuenta de que no lograba quitar la mancha y
el olor, pensó cómo evitar a su madre aquel disgusto. Cortó una vara del seto vivo, la
preparó bien, escamondó con gracia la corteza y la adornó con dibujos lo mejor que
supo.
Al llegar la hora en que sabía que tenía que volver su madre, corrió a su encuentro
hasta el fondo del valle y apenas estuvo a su lado le dijo:
«¿Qué tal le ha ido, madre? ¿Ha tenido buen viaje?».
«Sí, Juan de mi alma. Y tú, ¿estás bien?, ¿estás contento?, ¿has sido bueno?».
«¡Ay, mamá! Mire!». Y le presentaba la vara.
«¡Vaya, hijo mío! ¡A que me has hecho una de las tuyas!».
«Sí, me merezco de verdad que esta vez me castigue. Me subí así, así...; y
desgraciadamente he roto la aceitera».
Mientras tanto, Juan le presentaba la vara adornada y miraba la cara de su madre con
aire picarón, entre tímido y gracioso. Margarita observaba a su hijo y la vara y, sonriendo
ante la infantil estratagema, le dijo al fin:
«Siendo mucho lo que te ha sucedido, deduzco, por tu modo de obrar, que no has
tenido la culpa y te perdono. Y no olvides nunca mi consejo: antes de hacer algo, piensa
en las consecuencias. Si hubieras subido más despacito, habrías observado alrededor y
no te habría sucedido nada malo».
(Cf. Memorie Biografiche, 1, 73-74; MBe, 1, 74-75.)
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8 DE ENERO
¡PERDONEME, MAMÁ!
Tenía Juan solamente cuatro años un día que, con su hermano José, regresó del campo,
muerto de sed. La madre fue a sacar agua y la ofreció en primer lugar a José. Juan creyó
ver en aquel gesto una preferencia; cuando su madre se le acercó con el agua, él, un
tanto puntilloso, hizo como que no la quería. La madre, sin decir palabra, se llevó el agua
y la dejó en su sitio.
Juan permaneció un momento de aquel modo, y luego, tímidamente, dijo: «¡Mamá!».
«¿Qué?».
«¿No me da agua también a mí?».
«¡Creía que no tenías sed!».
«¡Perdón, mamá!».
«¡Así está bien!». Fue por el agua y, sonriendo, se la dio.
En otra ocasión, Juan se había dejado llevar por cierto ímpetu o impaciencia propia de
su edad y de su temperamento fogoso. Margarita le llamó. Corrió el niño.
«Juan, ¿ves aquella vara?», y le señalaba la vara apoyada contra la pared en el rincón
de la habitación.
«Sí, la veo», respondió el niño, echándose hacia atrás, avergonzado.
«Tómala y tráemela».
«¿Qué quiere hacer con ella?».
«Tráemela y lo verás».
Juan fue a buscar la vara y se la entregó diciendo:
«¡Ah, usted la quiere para medirme las espaldas!».
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«Y, ¿por qué no, si tú me haces estas travesuras?».
«¡Mamá, no las volveré a hacer!».
Y el hijo sonreía ante la sonrisa inalterable de su buena madre.
(Cf. Memorie Biografiche, 1, 58; MBe, 1, 63-64.)
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9 DE ENERO
VENDRÁS A CONFESARTE CONMIGO
Desde febrero de 1827 a noviembre de 1828, Juan Bosco trabajó como mozo de campo
en la Granja de los Moglia en Moncucco (Asti).
Ana Moglia, cuando hablaba de Juan Bosco, refería con satisfacción y complacencia a
los vecinos, a los conocidos y en familia a sus propios hijos, la angélica y apostólica vida
que llevó durante dos años en casa de sus padres; cómo se retiraba con frecuencia a
lugares solitarios para leer, estudiar y rezar; y cómo explicaba el catecismo y narraba
ejemplos edificantes no sólo a los chiquillos del caserío, sino hasta a las personas
mayores de la familia, y con gracia tal, que todos le escuchaban con gusto y avidez.
Decía además que, a menudo, cuando trabajaban juntos en el campo, él había
asegurado varias veces en tono profético y con toda seriedad:
«Yo seré sacerdote, y entonces sí que predicaré y confesaré».
La muchacha, al oír estas palabras, se burlaba de él y despreciaba a Juanito diciéndole
que con aquellas ideas y con tanto leer acabaría por no llegar a ser nada. Y Juan, una de
las veces, le respondió:
«Pues sábete tú, que así hablas y te burlas de mí, que un día irás a confesarte
conmigo».
Y así fue. Siendo ya Juan sacerdote y fundador del Oratorio, la buena Ana, guiada por
circunstancias entonces imprevisibles, iba con frecuencia desde el caserío Bausone al
Oratorio de Turín para visitar a Don Bosco, confesarse con él en la iglesia de San
Francisco de Sales y practicar allí sus devociones. Y Don Bosco la recibía siempre como
a una hermana y persona de la casa.
(Cf. Memorie Biografiche, 1, 207; MBe, 1, 180.)
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10 DE ENERO
RECE USTED TAMBIÉN
Granja Moglia. Un día del verano de 1828, volvía a casa el anciano José bañado en
sudor y con la azada al hombro. Era el mediodía; se oía a lo lejos la campana, pero él no
pensaba en rezar el Angelus, sino que, rendido por el cansancio, se tendió a la larga.
Cuando he aquí que ve al jovencito Bosco que, llegado un poco antes, estaba de rodillas
en el rellano de la escalera, rezando el Angelus, y riendo exclamó:
«Mira qué bonito: los amos destrozando nuestra vida de la mañana a la noche, hasta
no poder más, y él tan tranquilo ahí, rezando en santa paz. ¡Así se gana el cielo
fácilmente!».
Bosco terminó su oración, bajó la escalera y dirigiéndose al anciano, le dijo:
«Escuche, usted mismo es testigo de que yo no me quedo atrás cuando hay que
trabajar, pero es muy cierto que he ganado yo más rezando que usted trabajando. Si
usted reza, por cada dos granos que siembre, nacerán cuatro espigas; si no reza,
sembrará cuatro granos y no recogerá más que dos espigas. De modo que rece usted
también, y así, en vez de dos espigas, recogerá cuatro».
Aquel buen hombre, profundamente admirado, exclamó:
«¡Caramba! ¿Que tenga yo que aprender de un muchacho? Ya no me atreveré a
sentarme a la mesa, sin antes rezar el Angeius».
Y, en adelante, no olvidó nunca esta oración.
El respeto, el amor, la afabilidad de modales con que Juan trataba a los que
consideraba como representantes de su madre, hacía que fueran gratas todas sus
observaciones.
(Cf. Memorie Biografiche, 1, 197; MBe, 1, 172.)
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11 DE ENERO
ACUSADO DE PLAGIO
Un día de 1831, que daba el maestro el trabajo para cada curso: Juan, alumno de
primero, pidió por favor que le dejase hacer el asignado a los de tercero. Don Moglia
soltó una carcajada:
«¿Qué pretendes tú..., tú de 1 Becchi? Déjate de latines. Tú no entiendes nada».
Juan, sin darse por ofendido, insistió; el maestro replicó cargando las tintas. Luego le
dijo que escogiera la tarea que más le gustase.
Dictó a los alumnos de tercero un tema latino para traducirlo al italiano. Al cabo de
poco tiempo, Juan presentaba su página al profesor, el cual la tomó y, sin mirarla, la puso
sobre la mesa, sonriendo con aire de compasión. Pero después de la insistencia de los
alumnos, tomó el papel y le echó un vistazo; la traducción era perfecta.
«¿No he dicho ya que Bosco no sirve para nada? Lo ha copiado todo de un
compañero».
El que estaba sentado al lado de Juan, testigo de cómo su compañero había hecho su
trabajo, sin acudir a otros ni a los libros, se levantó y salió en su defensa:
«Señor profesor, haga el favor de examinar si entre los trabajos de los alumnos hay
alguno parecido al suyo».
«¿Qué quieres saber tú? ¿No has oído que los de 1 Becchi son unos zoquetes que no
sirven para nada?».
Pero aquel compañero que había visto a Juan hacer su trabajo, contó con todo detalle
cómo había ejecutado su tarea; y todos, admirando su talento, y más aún la humildad
con que había sobrellevado las palabras ignominiosas del maestro, concibieron
grandísima estima y afecto hacia él.
(Cf. Memorie Biografiche, I, 230-231; MBe, 1, 197-198.)
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12 DE ENERO
UNA AYUDA ESPECIAL PARA LOS EXÁMENES
Cuando las clases están a punto de acabarse y se acercan los exámenes, comienzan las
dificultades, sobre todo para los que han jugado al escondite con los libros o se han
divertido con el vocabulario.
¿Desesperarse entonces? ¿Tirarse por la ventana? No son remedios adecuados para la
circunstancia. Conviene más ponerse a estudiar y rezar. Pero rezar, ¿a quién? Pues al
Señor y a la Virgen que es la sede de la Sabiduría.
Durante los cuatro años del gimnasio, hubo en Juan, además del talento y la memoria,
otra fuerza secreta y extraordinaria que le ayudaba.
Una noche, por ejemplo, soñó que el maestro había propuesto el trabajo de examen
para los nuevos puestos y que él lo estaba realizando. Apenas se despertó, saltó de la
cama y escribió el trabajo, que era un dictado en latín; después se puso a traducirlo. En
la mañana siguiente, el profesor dio, en efecto, en clase, el trabajo de examen, idéntico al
que había soñado. Juan lo tradujo sin servirse del diccionario. Preguntado por el maestro,
le expuso lo sucedido con toda ingenuidad, causándole naturalmente una vivísima
admiración.
En otra ocasión, entregó Juan su escrito tan pronto, que al maestro no le parecía
posible que un muchacho hubiera podido superar tantas dificultades. Mandó que le
presentara el borrador. Nueva sorpresa: el maestro había preparado el tema la tarde
anterior, pero había dictado sólo la mitad. En el cuaderno de Juan lo encontró todo
entero, sin una sílaba más ni una menos. ¿Qué había sucedido?
Juan confesó cándidamente: «Lo he soñado».
A causa de éstos y otros casos similares, los compañeros de pensión le llamaban el
«soñador».
(Cf. Memorie Biografiche, 1, 253; MBe, 1, 215.)
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13 DE ENERO
JUAN, CORNELIO Y LA GRAMÁTICA
Dos meses hacía que Juan estaba en la segunda clase, cuando ocurrió un pequeño
incidente que dio algo que hablar de él. Explicaba un día el profesor la vida de Agesilao,
escrita por Cornelio Nepote. Aquel día Juan no tenía su libro, pues lo había olvidado en
casa: y para disimular ante el maestro su olvido, sostenía abierto ante sus ojos el libro de
gramática.
No sabiendo a qué atender mientras escuchaba las palabras del maestro, volvía las
hojas del libro de una parte a otra. Se dieron cuenta de ello los compañeros; empezó uno
a reír, siguió otro, hasta que cundió el desorden en clase. El maestro, visto que todas las
miradas se clavaban en Juan, le mandó repetir su misma explicación.
Entonces, Juan se puso de pie y, siempre con la gramática en la mano, repitió de
memoria el texto, la construcción gramatical y la explicación que acababa de hacer el
maestro.
Cuando terminó, los compañeros instintivamente le aplaudieron. El profesor estaba
casi a punto de perder el control de sus nervios. Dio un pescozón a Juan, que esquivó
agachando la cabeza. Luego, poniendo una mano sobre la gramática que Juan sostenía
con sus manos, hizo explicar a los compañeros la razón de aquel desorden.
«Bosco, con la gramática en las manos, ha leído y explicado todo como si tuviera
delante el libro de Cornelio».
El profesor tomó, efectivamente, la gramática, le hizo continuar dos períodos más, y
después, pasando de la cólera a la admiración, dijo que le perdonaba por su formidable
memoria.
(cf. Memorie Biografiche, 1, 252; MBe, 1, 214-215.)
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14 DE ENERO
UN «PERRAZO»
Paseando con los jóvenes para llevarlos a 1 Becchi, Don Bosco contaba que un día
(siendo muchacho como ellos), se encontró en un camino del campo cerca de las
moreras y vio correr, arrastrándose a lo largo de un surco, a un perro muy corpulento.
«Daba la impresión de que se dirigía hacia mí. Tenía la cabeza gacha, balanceaba la cola
y los ojos parecían dos fuegos. Mientras lo miraba y trataba de evitarlo redoblando los
pasos, me lo vi casi encima. Miré en torno mío: descubro una fila de moreras y, saltando
el pequeño foso, trepo como si fuese una ardilla. El perro giró dos o tres veces alrededor,
raspó con sus uñas tratando de trepar al árbol; pero a los dos o tres pasos, caía gruñendo
y ladrando de un modo espantoso.
Finalmente, después de haberme encomendado al Ángel de la Guarda, a la Virgen...,
vi aparecer en la lejanía a un hombre que iba a trabajar al campo. Me puse entonces a
llamarlo todo lo fuerte que podía. Se detuvo a los pies de esta morera, donde yo seguía
acurrucado pálido como la muerte. El perrazo no se movió, sólo volvió los dientes hacia
él, esperando qué haría. Cuando vio que aquel campesino levantó la azada
resueltamente, aquella bestia se fue».
Concluyó Don Bosco: «¡Si hubiera tenido yo entonces mi perro Gris, sí que hubiera
sido oportuno!».
Alguno de los jóvenes decía: «Aquel perro era el demonio».
«Calla - decía otro - que no te oiga nadie».
(Cf. Francesia, Don Bosco e le sue passeggiate autunnali, 24.)
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15 DE ENERO
¿SACERDOTE 0 FRAILE?
Leemos en las Memorias de Don Bosco cómo se presentó a examen para su admisión en
el noviciado franciscano. Y lo hizo en el convento de Santa María de los Ángeles, en
Turín. Fue aceptado a mitad de abril.
Los Padres franciscanos conservan el siguiente documento:
«En el año 1834 fue aceptado en el convento de Santa María de los Ángeles de la
Orden de los Reformados de San Francisco el joven Juan Bosco de Castelnuovo,
bautizado el 17 de agosto de 1815 y confirmado. Tiene todos los requisitos y su petición
ha sido acogida a plenos votos. El 18 de abril de 1834».
Todo estaba preparado para entrar en el convento de la Paz en Chieri. Pero, pocos
días antes del tiempo establecido para la entrada, el joven Bosco tuvo un sueño bastante
extraño.
Le pareció ver una multitud de aquellos religiosos con los hábitos rotos corriendo en
sentido contrario los unos de los otros. Uno de ellos le dijo:
«Tú buscas la paz y aquí no vas a encontrarla. Observa la actitud de tus hermanos.
Dios te prepara otro lugar, otra mies».
El joven Bosco quería hacer alguna pregunta a aquel religioso, pero un rumor le
despertó.
Expuso todo a su confesor, el cual no quiso oír hablar ni de sueños ni de frailes:
«En estas cosas es preciso que cada uno siga sus inclinaciones y no los consejos de
otros».
(Cf. Memorie Biografiche, 1, 301-302; MBe, 1, 251-252.)
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16 DE ENERO
UNA MEMORIA EXTRAORDINARIA
El final de las clases es para todos sinónimo de escrutinios y para muchos de exámenes.
Son frecuentes, en estos casos, los temores consiguientes a la constatación de una
preparación insuficiente, muchas veces fruto de ligereza y, a veces, de pobreza de
medios específicos.
Más de un santo en estas circunstancias tiene su vela encendida y pasa su momento de
notoriedad. Pero no todos tienen un pasado que justifique igualmente la invocación y la
intercesión, salvo ciertos episodios aislados recogidos por el biógrafo con la preocupación
de quien quiere que nada se pierda, pero que no iluminan un modo de ser.
Don Bosco, además de las disposiciones naturales nada comunes para el estudio, tenía
también en su activo ciertas capacidades superiores fuera de lo ordinario, que
aumentaban su prestigio escolar y todavía hoy lo imponen a la admiración de todos. En
efecto, bastaba que leyese una vez una cosa, para recordarla y repetirla con la precisión
de una grabación sonora, como hoy se puede obtener con un magnetófono.
Así era para los sermones y las conversaciones a las que se añadían como apéndices
algunos detalles de lugar y de circunstancias que dejaban perplejos incluso a los menos
propensos a admitir ciertas excepciones a las reglas comunes.
(Cf. Memorie Biografiche, passim.)
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17 DE ENERO
DON BOSCO Y LOS EXÁMENES
En agosto de 1834, el profesor Lanteri había ido de Turín a Chieri para hacer el examen
final. Juan fue en seguida a visitarle.
«¿Qué deseas, amigo mío?», le preguntó Lanteri.
«Una sola cosa: que me dé buenas notas».
«¡Eso es hablar claro!».
«Es que yo soy muy amigo del profesor Gozzani».
«¿De veras? ¡Entonces también lo seremos nosotros!».
«¡Estupendo! Pero sepa que Gozzani me ha dado unas notas muy buenas».
Al llegar el día del examen, Juan fue hallado preparadísimo. Preguntado sobre
Tucídides, respondió maravillosamente. Entonces Lanteri tomó en mano un volumen de
Cicerón y le dijo:
«¿Qué quieres que veamos de Cicerón?».
«Lo que le parezca».
Lanteri abrió el libro y cayeron bajo sus ojos las Paradojas.
«¿Quieres traducir?».
«Encantado, y si usted me lo permite, estoy dispuesto a recitarlas de memoria».
«¿Posible?».
Y Juan, sin más, empezó a recitar el título en griego y luego siguió adelante.
«¡Basta! - exclamó estupefacto el profesor Lanteri, al llegar a cierto punto-. Dame la
mano; quiero que seamos amigos de verdad».
Y empezó a hablar familiarmente con él de cosas ajenas a la escuela.
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Hay, pues, mucho más de lo que se necesita para que los alumnos se encomienden a
Don Bosco en la inminencia de los exámenes. Puede suceder que les cambie alguna idea
respecto a la conducta y a la aplicación.
(Cf. Memorie Biografiche, 1, 326-327; MBe, 1, 270.)
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18 DE ENERO
DON BOSCO PRESTIDIGITADOR
Cuando en el otoño de 1834, Juan volvió a Chieri para cursar el quinto año de
Bachillerato, se alojó, siguiendo el consejo de su párroco don Cinzano, en casa de un tal
Tomás Cumino. Éste era sastre y tenía su tienda cerca de la plaza de San Bernardino,
junto a la iglesia de San Antonio.
En casa Cumino ya se había alojado don Cafasso, el cual, habiendo sabido que a Juan
Bosco, pobre de medios y escaso de condiciones, se le había designado por habitación
una caballeriza, logró, pagando a escondidas la pensión, que a su vez ya era fruto del
piadoso interés de personas buenas estimuladas por el párroco, una habitación más
humana y condiciones menos humillantes.
Leyendo a los biógrafos de Don Bosco, resulta que este Cumino, sin ser dulce de sal,
era, no obstante, crédulo y muy fácil de maravillarse. El joven Juan Bosco se
aprovechaba de ello, sin nada de malicia, para sorprenderle con ocurrencias que lo
dejaban boquiabierto y las más de las veces desconcertado. Le convertía en papel las
monedas del monedero, en agua el vino recién salido de la bota, las tortas en pan común,
el sombrero en un gorro de dormir.
Una vez había preparado, con mucho cuidado, un pollo en gelatina para obsequiar a
los huéspedes en su día onomástico. Llevó el plato a la mesa, pero al destaparlo, salió
fuera un gallo que, aleteando, cacareaba escandalosamente.
Otra vez preparó una cazuela de macarrones y, después de haberlos cocido bastante
tiempo, cuando fue a echarlos en el plato salieron convertidos en puro salvado.
Una llave, que se sabía ciertamente que estaba en otra parte, apareció en el fondo de
la sopera apenas fue vaciada.
(Cf. Memorie Brografiche, 1, 344-345; MBe, 1, 284.)
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19 DE ENERO
EXAMEN DE MAGIA
El bueno de Tomás Cumino, que había acabado por prestarse al juego, llegado a cierto
punto, no pudo más; le pareció, pensándolo bien, que un hombre solo no podía realizar
tales proezas, si no tenía de su parte algún espíritu que lo ayudase.
Habló de ello con don Bertinetti, sacerdote con el que tenía cierta confianza; y éste
con el canónigo Burzio, delegado de las escuelas, quien a su vez encargó al campanero
de la catedral para que llevara a Juan a su casa para examinarlo.
Bosco acudió sin vacilar y convencido de que tenía que habérselas con un inquisidor.
Llamó, pues, a la puerta del canónigo Burzio con la seguridad de quien tenía los papeles
en regla. El canónigo se dio cuenta de ello inmediatamente por las respuestas de Juan y
por la seguridad con que hacía frente a la situación.
Juan no pestañeó. Sólo cuando pudo hablar, le pidió al canónigo cinco minutos para
responder. El canónigo consintió, metió la mano en el bolsillo, pero no encontró el reloj.
Entonces Juan pidió una moneda de cinco céntimos. Tampoco consiguió encontrar el
monedero. Entonces el canónigo se enfadó y pasó a las amenazas. Pero Bosco, tranquilo
y sonriente, reveló el misterio.
Cuando llamó a la puerta, el canónigo estaba dando limosna a un pobre y por atender
al que acababa de llegar, había dejado el monedero encima de un reclinatorio. El reloj no
estaba muy lejos. Tomó todo y lo puso debajo de una pantalla que estaba en la mesa y la
levantó mostrando los objetos buscados. El canónigo, divertido, le pidió que le hiciera
otras demostraciones de habilidad y le dejó marchar felicitándole y animándole.
(Cf. Memorie Biografiche, 1, 345-347; MBe, 1, 284-286.)
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20 DE ENERO
DON BOSCO HACE ENCONTRAR OBJETOS PERDIDOS
En 1929, Don Bosco le hizo una broma parecida a Silvio Passerini, químico
farmacéutico de la Universidad de Innsbruck. Lo cuenta él mismo en una carta a la
redacción del Boletín Salesiano.
«En julio pasado, habiendo ido por negocios a Pergine, al volver me di cuenta de que
no tenía en el bolsillo la cartera que contenía documentos importantes y también la
imagen del nuevo Beato Don Bosco, tan querido para mí. Busqué en casa y fuera, rehice
el viaje cuidadosamente, volviendo por las mismas calles, casas y farmacias visitadas,
siempre con resultado negativo. Fue inútil también la denuncia a los carabineros de la
estación de Pergine.
Vuelto a Trento, en mi casa vuelvo a buscar siempre en vano. Mi hija de doce años,
ítala, entonces me dijo:
"Papá, voy a encender una vela y a rezar un Padrenuestro ante la imagen de Don
Bosco".
Yo estaba pensativo y la vieja criada estaba admirando la ingenua devoción de mi hija;
cuando ésta se vuelve y me dice estas textuales palabras:
"Papá, parece que Don Bosco me sonríe".
En aquel mismo momento sentimos lejos de mí y de la criada, detrás de las espaldas
de mi hija que estaba rezando, un ruido claro de algo que caía por tierra. Era la cartera
intacta. La niña fue la primera en volverse, recogerla y entregármela conmovida y
temblorosa por la sorpresa».
(Cf. Boletín Salesiano, octubre de 1929.)
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21 DE ENERO
PREGÚNTAME EL CAPÍTULO QUE QUIERAS
Un día Juan Bosco maravilló con la potencia de su memoria a su amigo Luis Comollo, de
quien era huésped en la casa parroquial de Cinzano, donde era párroco su tío.
Había leído una sola vez los siete volúmenes de la historia de Flavio Josefo: pues bien,
tomándolos de la biblioteca del párroco, se los entregó a Comollo diciéndole:
«Pregúntame el capítulo que quieres que recite; únicamente tienes que decirme el
título».
Accedió con gusto Comollo y Bosco recitó con presteza aquel capítulo de la primera a
la última palabra. Después del primero, aún recitó otros.
«Ahora pregúntame el hecho que quieras escoger».
Comollo buscó el índice y le preguntó el primer hecho que cayó bajo sus ojos; Juan se
acordaba tan bien, que no se equivocó ni en una sola frase.
«Ahora abre uno de estos libros en la página que quieras y dime las primeras palabras
del primer renglón, aunque el párrafo esté en su mitad».
Comollo lo hacía así y Juan recitaba la página como si la tuviera ante los ojos.
Finalmente, indicábale Comollo un hecho cualquiera y él sabía en qué página se
encontraba y en qué parte de ésta empezaba el texto.
Una prueba igual ya la había hecho con su párroco el teólogo Cinzano, quien más
tarde lo atestiguaba a los jóvenes del Oratorio, cuando iban a visitarle en la época de las
grandes excursiones.
(Cf. Memorie Biografiche, 1, 432; MBe, 1, 349.)
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22 DE ENERO
EL MÉTODO DE LA MANERA FUERTE
El de la manera fuerte es un método que Don Bosco ya había experimentado en su
propia persona y con sorprendentes resultados desde el año 1840. Don Bosco cursaba
entonces el penúltimo año de Teología en el seminario de Chieri, pero hacía ya bastante
tiempo que no se encontraba bien. Seguía teniendo una fuerza increíble, pero empeoraba
continuamente. Al fin tuvo que meterse en cama. Nos lo cuenta su biógrafo don
Lemoyne en el primer volumen de las Memorias Biográficas:
«La salud de Juan empeoraba. Le repugnaba toda suerte de comidas, le atormentaba
un insomnio pertinaz y los médicos lo desahuciaron. Hacía ya un mes que guardaba
cama.
Su madre, que no sabía nada de la desesperada situación del hijo, llegó un día a
visitarlo con una botella de vino generoso y un pan de maíz. Lleváronla a la enfermería y
enseguida se dio ella cuenta de la gravedad del caso. Al marchar quería llevarse aquel pan
tan pesado para el estómago; pero tanto le rogó Juan que se lo dejara, que, al fin, con
alguna dificultad, satisfizo su gusto.
Cuando quedó solo, se dejó llevar por el ansia de comer aquel pan y beber aquel vino.
Empezó por tomar un pequeño bocado, lo masticó bien y le pareció sabrosísimo. Cortó
después una rebanada, luego otra y, sin más pensar, acabó por comérselo todo,
acompañándolo con sorbos de vino generoso. Después se quedó dormido, con un sueño
tan profundo, que no despertó en dos días y una noche intermedia.
Los superiores del seminario creyeron que aquel sueño era un sopor precursor de la
muerte; pero resultó que, al despertar, estaba curado».
(Cf. Memorie Biografiche, 1, 482; MBe, 1, 385-386.)
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23 DE ENERO
CURACIÓN INSTANTÁNEA
Pero la historia de la «manera fuerte» no termina aquí. Un tal José Gasca del Oratorio
Eduardo Agnelli de Turín, contó una intervención de ese género por parte de Don Bosco.
El 22 de enero de 1951, José había sido afectado por una grave broncopulmonía, que
se le repitió tres veces. Se le aplicaron todos los remedios del caso, pero todo resultó
inútil. El 5 de febrero, estando en las últimas, se le administró por un salesiano la Unción
de los enfermos.
El 6 de febrero, hacia el mediodía, el enfermo con más de 41 grados de fiebre, se
duerme; poco tiempo después se despierta y le dice a la monja que le asiste que había
soñado con Don Bosco y que éste le había dicho: «Si quieres curar, bébete una botella de
barbera».
La monja y la esposa del enfermo creen que se trata de un delirio y se quedan
dudando, pero ante la insistencia del enfermo le dan dos vasos de vino. No se atreven a
ir más allá, tanto más que el enfermo en sus varios días de enfermedad sólo había
tomado un poco de agua con hielo y ya daba los primeros síntomas de coma.
En aquel momento vino a visitar al enfermo un padre filipino, amigo de la familia, y
habiendo sabido de qué se trataba, ante las insistentes demandas del enfermo, exhortó
que lo contentasen.
Tras haber vaciado la botella en poco tiempo, notó como un escalofrío en toda su
persona y se sintió renacer a la vida. Se llamó al médico que lo atendía. Éste constató la
rápida mejoría que se convirtió luego en completa curación.
(Cf. Boletín Salesiano, abril de 1951.)
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24 DE ENERO
DON BOSCO A CABALLO
Don Bosco aprendió a cabalgar de joven, conduciendo el caballo de su párroco don
Dassano. Pero a pocos meses de su ordenación sacerdotal, tuvo que montar el caballo de
un amigo para ir a Lavriano, que distaba algunos kilómetros de Castelnuovo. Allí tenía
que hacer el panegírico de san Benigno y temiendo llegar tarde, pues debía celebrar
antes, espoleaba al caballo.
Pero una bandada de pájaros se levantó de un campo sembrado de mijo y con sus
vuelos y chirridos espantó el caballo, que con una empinada circense arrojó al caballero
sobre un montón de piedras.
Por suerte, la escena no pasó inadvertida a algunos campesinos que pasaban por la era
de un caserío. Éstos no vacilaron en bajar corriendo al camino para ver qué le había
pasado al infeliz viajero. El jefe de la expedición se llamaba Juan Calosso y el caserío en
que vivía la «Brina». Éste mandó a uno a por el caballo y luego, como buen samaritano,
se hizo cargo del herido y mandó llamar a un médico.
Pero, ¿por qué tantos cuidados por un desconocido? Porque algún año antes le había
sucedido algo parecido al Calosso, cuando volvía de Castelnuovo al pasar el valle de
Morialdo. Entonces un clérigo bajó con antorchas y aperos de su casita de los Becchi y le
había sacado de una situación que, dada la estación y la hora, se presentaba fatal para el
hombre y el animal.
Aquel clérigo no había querido oír nada de agradecimiento porque «a lo mejor un día
tendré yo necesidad de usted». Aquel día había llegado y con él, las lágrimas del
reconocimiento y el compromiso de la recompensa.
(Cf. Memorie Biografiche, II, 19; MBe, II, 25-26.)
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25 DE ENERO
LA FUERZA DE LA ORACIÓN
En la vigilia de los últimos exámenes para ser admitidos a las órdenes sagradas, se enteró
Don Bosco que debía dar examen también de un tratado cuyas páginas ni siquiera había
cortado, pues creía que no tocaba. Tal noticia lo apuró un poco. Luego, en lugar de
turbarse, recurrió a san Luis Gonzaga con estas palabras: «Bien se ve que no se trata de
alentar mi pereza, sino de evitar los fastidios que pueden nacer de un olvido
involuntario».
Poco después se acostó y a la mañana siguiente se presentó tan tranquilo ante el
tribunal examinador. Respondió a cuantas preguntas y dudas se le suscitaron con notable
precisión.
Mientras se examinaba, sus labios no dejaban de desflorar una risita que se esforzaba
por contener en atención al tribunal. Uno de los examinadores se dio cuenta y le preguntó
la razón:
«Me río porque hasta ahora no han dejado de preguntarme sobre un tratado que yo,
por olvido involuntario, ni siquiera había mirado, tan cierto es lo que digo que las páginas
del libro aún no han sido cortadas».
Así diciendo, sacó el libro del bolsillo, nuevo, y se lo ofreció al examinador.
Éste, en vez de amonestarle, le dijo amablemente:
«Querido amigo, te felicito. Sigue rezando con esta confianza en la santa carrera en
que entras. Y si ahora has sido escuchado tan pronto y tan bien, la Iglesia estará muy
contenta de contarte entre sus ministros. Tu acción sobre las almas será grande».
(D'Espiney, Don Bosco, 128.)
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26 DE ENERO
VIVIRÁ HASTA LOS NOVENTA AÑOS
Era un gran consuelo para los bienhechores de Don Bosco el pensamiento de que,
ayudándole, cooperaban en los designios de Dios; pero era grandísima la consolación al
estar ciertos de una correspondencia afectuosa continua.
Antes de que acabase el año escolar 1839-1840, fue al seminario, mandado por su
padre, el joven Jorge Moglia, para invitar a Don Bosco a ir a Moncucco para hacer de
padrino en el Bautismo del último hijo de Luis Moglia, al que había prestado servicios en
calidad de vaquero en el bienio 1827-1828. Más tarde, este recién nacido será alumno del
Oratorio durante tres años y comerá siempre en la mesa de Don Bosco. Al aceptar
aquella invitación, Don Bosco quería mostrar así su gratitud a la familia que le había
hospedado de niño.
Después del Bautismo y de una pequeña refección, el seminarista Bosco, antes de
marcharse de la granja Moglia, subió a visitar a la señora Dorotea para saludarla. Se
lamentó ella porque se sentía agotada de fuerzas y expresó su temor de no volver a
recuperar la salud.
Juan le dijo: «Anímese y esté alegre; usted llegará a los noventa años».
Sobrevivió al mismo Don Bosco, todos los días se encomendaba a él, segura de que la
atendería desde el cielo, y murió a los 91 años con el retrato del hombre de Dios, a quien
ella había hecho tantos beneficios, sobre el pecho.
(Cf. Memorie Biografiche, 1, 485; MBe, 1, 387-388.)
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27 DE ENERO
BODAS, MUERTE Y... RESURRECCIÓN
En 1840 lo tocó a Juan ir a Bardella (barrio de Castelnuovo) con su párroco, para prestar
el servicio de subdiácono en aquella iglesia el día de la fiesta. Había, además, aquel año
un banquete nupcial, al que asistieron el párroco y el prior de la fiesta; pero Juan, fiel a
su propósito, se volvió a casa.
Mas he aquí que sufrió un síncope la esposa, y se cambió en luto la alegría general. Se
prestaron todos los auxilios posibles, pero al fin hubo que decir: «¡Ha muerto!».
Cuarenta y ocho horas después la pusieron en el ataúd y la condujeron a la iglesia
parroquial. Cantado el funeral, el cortejo fúnebre se encaminó al cementerio. Ya cerca
del cancel, uno de los que llevaban la caja mortuoria dijo al párroco:
«¡Parece que la difunta da golpes en la caja!».
Todos se echaron a reír, creyendo que era una ilusión.
Despejado el cementerio, cuando el sepulturero llevaba la caja a la fosa, también él
oyó unos golpes bien marcados en el interior. Entonces, aterrorizado, tomó un hierro
para hacer saltar la tapa; pero, de pronto, se detiene recordando en mala hora: que está
prohibido abrir un féretro, sin permiso de las autoridades.
Va corriendo al pueblo, avisa al alcalde, llama éste al médico y se dirigen a toda prisa
al cementerio. Descubierta la caja, el médico encontró que la mujer estaba todavía
caliente. Le tomó el pulso y notó que latía; hízole un corte en una vena y salió sangre en
abundancia. Entonces la hizo llevar enseguida al pueblo; pero la pobrecita no volvió más
en sí y murió a las pocas horas.
Juan, que había acudido, fue testigo del hecho, y concluía al narrarlo diciendo que
verdaderamente en este mundo «también en el reír padece el corazón, y al cabo la
alegría es dolor» (Proverbios 14,13).
(Cf. Memorie Biografiche, 1, 499; MBe, 1, 398-399.)
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28 DE ENERO
¿POR QUÉ DESPRECIAS TUS BRAZOS?
La familia Verniano, por medio de su hijo, contrajo amistad con Don Bosco. Acudían a
visitarlo los jueves, pues todos andaban siempre con ganas de oír sus palabras.
A Don Bosco no le gustaba la poca modestia de las chicas en el vestir. Podían
excusarse las de diez o doce años, mas no las que pasaban de los dieciocho. A una de
éstas, un día Don Bosco le dijo:
«Me gustaría que me explicases una cosa. Dime, ¿por qué tratas tan mal a tus
brazos?».
«De ningún modo - intervino su madre-; si usted lo supiera: tengo que reñirla
constantemente por su vanidad».
«Sin embargo, yo repito - siguió diciendo Don Bosco a la niña-, tú tratas mal a tus
brazos, porque cuando mueras, yo deseo que vayas al cielo; y va a resultar que estos tus
brazos van a ser arrojados al fuego. Y esto, ¿no es tratarlos mal?».
«Pero yo no hago nada malo; y no quiero ir al infierno».
«Pues hay que resignarse: las cosas son así: al menos irás al purgatorio, y quién sabe
por cuánto tiempo».
«Pero, ¿este aviso va también para mí? - exclamó sonrojada una de las mayores-.
¿qué va a ser de mí que llevo tan descubierto el cuello?».
«Pues eso; que las llamas de los brazos subirán hasta el cuello y lo envolverán del
todo».
«¡Entendido! - exclamó la madre-. Me toca a mí poner remedio. Le agradezco su
aviso».
(Cf. Memorie Biografiche, II, 95; MBe, II, 82-83.)
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29 DE ENERO
¡Y LLEGO LA LLUVIA!
Don Bosco con sus oraciones y su predicación eficaz, el 15 de agosto de 1864 obtuvo
una abundante lluvia sobre los campos de Montemagno (Asti). Hacía tres meses que un
cielo plomizo negaba la lluvia a los campos abrasados. Don Bosco, en el primer sermón,
dijo al pueblo:
«Si venís a los sermones de estos tres días, si os reconciliáis con Dios por medio de
una buena confesión, yo os prometo una lluvia abundante».
Su fervorosa exhortación venció los corazones. Pero era la Virgen la que había
hablado por la boca de Don Bosco.
El día de la fiesta de la Asunción hubo una comunión general, como hacía tiempo no
se había visto.
Y Don Bosco, en casa del marqués Fassati, estaba preocupado. Tocaron las campanas
a Vísperas y comenzó el canto de los salmos en la iglesia. Don Bosco, apoyado en la
ventana, interpelaba al cielo que parecía inconmovible. Llamó al sacristán:
«Juan, vaya detrás del castillo del barón Garofoli, observe cómo se pone el tiempo y si
hay algún indicio de lluvia».
«Terso como un espejo; apenas si se ve una nubecilla, como la suela de una zapatilla,
hacia Biella».
«¿Era acaso como la nubecilla del Carmelo en tiempo de Elías?».
Don Bosco subió al púlpito y apenas dijo las primeras frases se oyó el prolongado
rumor de un trueno y poco después una lluvia torrencial y persistente golpeaba contra las
cristaleras. Todos reconocieron el milagro.
(Cf. Memorie Biografiche, VII, 725; MBe, XVII, 617-619.)
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30 DE ENERO
EL PENSAMIENTO DE LA MUERTE
La marquesa María Vitelleschi, que sentía un invencible escalofrío pensando en la
muerte, al principio del año 1866 escribió así a Don Bosco: «Favorecida por el Señor con
tantos bienes de fortuna, tengo, sin embargo, una pena terrible: es el pensamiento de
morir. Estoy dispuesta a todo, con tal de que logre ver que cesa este continuo y
espantoso tormento. Éste es el único motivo de la presente carta. El tiempo vuela, y la
enfermedad que tengo puede traer, quizá pronto, sus fatales consecuencias».
Don Bosco le respondió: «Le aseguro que María Auxiliadora ya le ha concedido la
gracia pedida. Usted morirá sin ninguna aprensión; más aún, sin darse cuenta apenas de
ello».
A finales de 1871, dijo un día la marquesa a su marido: «Querido, como hace bastante
tiempo que no he hecho confesión general, voy a prepararme para ella durante los
últimos días de este año». Fue, se confesó y volvió a casa tan satisfecha que no cabía en
sí de alegría.
Era el 31 de diciembre. Al día siguiente, primero de año, recibió la comunión y volvió
a su palacio exclamando:
«¡Qué comunión! ¡Nunca había hecho una comunión como ésta! Vale más que todas
las demás de mi vida juntas».
De pronto, dijo la marquesa a los sirvientes: «Abrid las persianas, porque hay mucha
oscuridad».
«Están abiertas de par en par, señora marquesa».
«Y sin embargo...». Volviéndose al marido, le dice sonriendo: «Ángel, Ángel, ¡quizá
me estoy muriendo! ¿Sabes? ¡Quizá me estoy muriendo!».
Fueron sus últimas palabras. Estaba muerta. Sin dolores y sin el menor cambio de
fisonomía.
(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 703; MBe, VIII, 597-598.)
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31 DE ENERO
DON BOSCO SE VA AL PARAÍSO
Desde hacía más de un mes, Don Bosco estaba acostado en lo que habría sido su lecho
de muerte. Todavía en la vigilia de su entrada en el Cielo, a quien le hablaba de curación
decía: «Mañana haré un largo viaje».
En la mañana del lunes 30 de enero pudo todavía recibir la santa Comunión. Fue la
última de su vida.
La noche siguiente estuvo asistido por algunos hermanos... Pero apenas se tuvo la
impresión de que entraba en agonía, corrieron enseguida sacerdotes, clérigos y seglares
para rezar al lado del Padre que estaba a punto de dejar huérfanos a sus hijos. A las 3
llegó un telegrama del Vaticano anunciando la bendición del Papa León XIII.
Poco después, cesaba el estertor y monseñor Juan Cagliero, llegado de América
porque le parecía que una voz interior le invitaba a hacer aquel viaje, susurraba en voz
alta: «Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía... Jesús, José y María,
asistidme en mi última agonía... Jesús, José y María, expire en paz con Vos el alma mía».
El Beato don Miguel Rua, primer sucesor, y los otros salesianos de la primera hora
que habían trabajado al lado de Don Bosco y ahora recogían su preciosa herencia
indicada en el lema: «Da mihi animas, cetera tolle», lloraban abrumados por el dolor.
A las 4.45 horas Don Bosco expiró.
Era el martes 31 de enero de 1888. Tenía 72 años, 5 meses y 15 días.
La dolorosa noticia, difundida por la ciudad, produjo una general y profunda
impresión: muchas tiendas y comercios cerraron con el consabido letrero: «Cerrado por
defunción de Don Bosco».
(Cf. Memorie Biografiche, XVIII, 538 passim; MBe, XVIII, 467-472 passim.)
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1 DE FEBRERO
RECE AL ÁNGEL DE LA GUARDA
La mujer del embajador de Portugal debía trasladarse de Turín a Chieri para despachar
algunos asuntos. Entonces ese viaje equivalía a arriesgar la propia vida a causa de los
muchos bandidos que infestaban los bordes boscosos de las carreteras y más todavía las
representadas por el piso de la carretera y el capricho de los caballos que enganchaban en
las diligencias de servicio.
No hay que maravillarse, por tanto, si antes de partir, además de arreglar las últimas
voluntades, esa señora quisiese también arreglar las cosas del alma.
Oída la confesión de esta mujer, Don Bosco le indicó que hiciese una determinada
limosna. La señora respondió cortésmente que no habría podido cumplir aquella
penitencia porque aquel mismo día debía salir de Turín.
«Bien, entonces cumpla esta otra: pida a su Ángel de la Guarda rezándole tres veces el
Angele Dei que la asista, la preserve de todo mal, para que no se asuste de lo que hoy va
a sucederle».
La señora, más maravillada que afligida, hizo de corazón la penitencia. Luego subió al
carruaje, no escondiendo el sentido de aprensión por la extraña penitencia impuesta por
el sacerdote.
En un determinado punto de la carretera, los caballos comenzaron a ganar la mano al
cochero y a rehusar obstinadamente su guía. No le bastó su pericia para encarrilarlos y al
final él, la diligencia y los viajeros, se vieron envueltos en una caída y vuelco de miedo.
En este punto la señora recurrió una vez más a su Ángel de la Guarda, invocando
espasmódicamente, segura ya de que su confesor había visto claro y la había aconsejado
bien. Todos prosiguieron a pie, pero sanos y salvos.
Al volver a Turín fue en busca de aquel sacerdote y se convirtió en su admiradora y
bienhechora.
(Cf. Memorie Biografiche, II, 168; MBe, II, 136-138.)
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2 DE FEBRERO
UN TRUENO PROVIDENCIAL
Cuando el Oratorio de San Francisco de Sales en casa Pinardi no era ya suficiente para
los muchachos que acudían a montones, Don Bosco tuvo que pensar en abrir otro.
Lo encontró y lo pidió a la propietaria, la señora Vaglienti. Pero ésta pedía demasiado
y permanecía obstinadamente inflexible a las razones y a las oraciones del pobre
sacerdote, cuya bolsa no podía someterse a tal gasto.
Mientras Don Bosco trata de convencer a la señora Vaglienti, de repente el cielo, que
durante estos tristes tratos se había nublado, soltó un trueno tan fuerte que sacudió toda
la casa, y un relámpago deslumbrador cegó los ojos de los interlocutores.
Muerta de miedo, la señora cambió inmediatamente de conversación y exclamó:
«¡Dios me salve del rayo, le cedo la casa por lo que usted me ofrece!».
No se oyeron otros truenos, el cielo escampó casi enseguida y la buena señora
maravillada por lo acontecido, no puso ninguna dificultad más, sino que se contentó con
el precio que el pobre Don Bosco le ofrecía.
(Cf. D'Espiney, Don Bosco, 131.)
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3 DE FEBRERO
DON BOSCO Y SAN BLAS
Era el año 1868 - dejó escrito don Juan Garino-, y yo me encontraba en el Colegio de
Mirabello Monferrato, cerca de Casale, como profesor del cuarto curso de Bachillerato.
El 3 de febrero por la mañana, día de san Blas, fui como todos a recibir la bendición de
la garganta. Al salir de la iglesia comencé a sentir un dolor que me molestaba bastante al
tragar la saliva. Don Bosco vino a Mirabello unos días después y yo me presenté a él con
un compañero (creo que era don Pablo Albera), el cual le dijo a Don Bosco:
«Don Bosco, ¿sabe la gracia que le ha hecho san Blas a Garino? ¡Fue a recibir la
bendición de la garganta sin ningún mal y desde entonces le duele!».
Don Bosco, sonriendo, me dijo que aguantase el mal hasta la Anunciación (25 de
marzo). Y así fue. Daba lo mejor que podía un poquito de clase, aunque con mucha
dificultad; llegó el día 25 de marzo y después de comer, mientras me entretenía con
algunos alumnos míos en el patio, de repente, me sentí totalmente libre de la molestia
que desde san Blas no me había dejado en paz.
Entonces me acordé de las palabras de Don Bosco y conté el caso a mis alumnos, los
cuales, ya llenos de admiración por él, la tuvieron después mayor.
(Cf. Memorie Biografiche, IX, 74; MBe, IX, 79-80.)
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4 DE FEBRERO
INCREÍBLE HISTORIA DE UN CÁLIZ
Hacia el final de 1846, Don Bosco necesitaba un cáliz, pero no sabía cómo adquirirlo,
pues no tenía dinero para comprarlo.
Cuando he aquí que una noche soñó que en su baúl había depositada una cantidad
suficiente para ello.
Salió a Turín, por la mañana, para varios asuntos y, mientras caminaba, le vino a la
memoria el sueño; pensó en la alegría que iba a tener si el sueño fuera realidad, y fue tal
la impresión que experimentó, que se determinó volver a casa enseguida para registrar el
baúl.
Así lo hizo y encontró en él ocho escudos, precisamente el importe del cáliz.
Nadie había podido ponerlos allí, pues el baúl estaba siempre cerrado. Margarita, su
madre, no tenía dineros como para darle semejantes sorpresas y también ella quedó
extrañada cuando supo lo ocurrido.
(Cf. Memorie Biografiche, III, 31; MBe, III, 36.)
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5 DE FEBRERO
Si TU TE QUEDARAS CIEGO...
Don Bosco hacía auténtica catequesis, predicaba sermones, en forma familiar, hasta en la
plaza. En cierta ocasión (1846), estaba en Puerta Palacio, rodeado de gente del pueblo, y
empezó sus razonamientos sobre la necesidad de escuchar la palabra de Dios.
Estaban presentes algunos descarados mozalbetes que no querían escuchar y encima
estorbaban a los otros. Don Bosco les rogó que estuvieran quietos, pero en vano. Un tal
Botta alzó más la voz y dijo: «No queremos oír sermones».
«¿Y... si te quedaras ciego en este instante, querrías escuchar la palabra de Dios?», le
preguntó Don Bosco.
«¡Hum! ¡Me gustaría ver quién es capaz de dejarme ciego!».
Y se volvió al compañero gritándole con rabia:
«¡Granuja! ¿Por qué escapas? ¿Tienes miedo? ¡Ven aquí!».
«¡Pero si estoy a tu lado...!».
«Pues no te veo... pero... ¿qué es esto?. no veo nada...».
Fue aquello un espanto general: todos se pusieron a suplicar a Don Bosco que
restituyera la vista a aquel desgraciado. El mismísimo Botta se lo suplicaba:
«Don Bosco, ruegue por mí. Pido perdón».
Y se puso de rodillas llorando.
«Recita el acto de contrición; nosotros rezaremos, pero promete, entretanto, que irás a
confesarte, y el Señor te concederá de nuevo la vista».
«Sí, sí, ahora mismo me confieso».
Y quería confesarse allí mismo. Entonces Don Bosco rezó una oración junto con los
circunstantes. Y el muchacho hizo que, al caer de la tarde, le acompañaran a confesarse.
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Al acabar, recobró la vista.
(Cf. Memorie Biografiche, III, 491; MBe, III, 381-382.)
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6 DE FEBRERO
UNA CURACIÓN ESPECIAL
Don Bosco era famoso por sus bendiciones a los que sufrían dolor de muelas.
Un día, atravesaba la Plaza de Manuel Filiberto, junto a la Plaza de Milán, en
dirección a la ciudad. Unos muchachos acompañaban a un amigo suyo, atormentado por
un fuerte dolor de muelas, que gritaba fuera de sí y blasfemaba horriblemente. Los
compañeros, al ver a Don Bosco desde lejos, le dijeron:
«Mira, mira; Don Bosco viene por allí hacia nosotros; encomiéndate a él; dile que te
dé su bendición».
Entretanto, Don Bosco llegó a ellos; pero el pobrecito no quería escuchar las palabras
que el buen sacerdote se esforzaba en repetirle. Al fin, con sus amables exhortaciones,
logró que el muchacho se calmara. Se arrodilló, recitó el acto de contrición pidiendo
perdón a Dios por las blasfemias proferidas y prometió ir a confesarse. Don Bosco le dio
la bendición y el dolor de muelas cesó.
La noticia corrió tanto que los atormentados por semejante dolor iban a él para que los
bendijese y curaban instantáneamente. Pero Don Bosco, para disminuir la concurrencia y
para que no le atribuyeran aquellas curaciones, empezó a sugerir o hacer que otros
aconsejaran a tales enfermos algún acto especial de piedad en honor del Santísimo
Sacramento, de María Santísima o de san Luis. Y apenas cumplían aquel acto piadoso,
cesaba el dolor.
(Cf. Memorie Biografiche, III, 492; MBe, III, 382-383.)
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7 DE FEBRERO
LA BOLSA 0 LA VIDA
En el mes de agosto de 1846, tras una grave enfermedad, Don Bosco se retiró a la casa
paterna para terminar allí su convalecencia.
Hacia el caer del día, volvíase a casa tan tranquilo desde Capriglio, pueblo de su
madre. Estaba para internarse por un bosquecillo, cuando se sintió sacudido por una voz
fuerte, que le gritó: «¡O la bolsa o la vida!».
«Pero tú, ¿qué le harías a Don Bosco? ¿Tendrías agallas para quitarle la vida? ¿Éstas
son tus promesas?».
Don Bosco pudo hablar así porque reconoció en aquel desgraciado a uno que había
estado en la cárcel de Turín y que él había atendido en sus necesidades de alma y
cuerpo.
«Don Bosco, perdóneme. Me abrieron la prisión el otro día... Me fui a casa, pero
nadie quiso recibirme. Incluso mi madre me volvió las espaldas. No como desde hace
dos días... Ya no hay paz para mí».
«Te la he dado tantas veces en la cárcel y te la daré ahora que estás libre».
Se confesó y luego Don Bosco lo llevó a la Casita de los Becchi.
El pobrecito comió un poco de menestra. Rezó las oraciones. Fue al cuartito que le
destinaron para dormir, pero no se acostó. A la mañana siguiente asistió más calmado ya
a la Misa en la capilla de Morialdo y aceptó un poco de desayuno.
Don Bosco, para completar la obra, seguro de su conversión, le dio una carta para su
párroco. Por este camino fue de nuevo admitido en casa, recibido como hijo y hermano;
y el poco tiempo que todavía vivió, sirvió para edificar a todos con su cambio.
(Cf. Francesia, Vita di Don Bosco, 126.)
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8 DE FEBRERO
DON BOSCO Y EL ENLOQUECIDO
El prado Filippi, que Don Bosco había alquilado para su Oratorio, se secaba, y así recibió
con los quince días de costumbre por adelantado la despedida. Al mismo tiempo
expiraban los tres meses que la marquesa Barolo le había concedido para que se
decidiera a dedicarse exclusivamente a sus Institutos.
Echado de un sitio y de otro con sus muchachos, pero persuadido de que pronto o
tarde tendría que suceder lo soñado, solía animarse a sí y a sus compañeros diciéndoles
que tuviesen paciencia, porque ya estaba preparado un hermoso local para el Oratorio,
un amplio patio con pórticos, iglesia, clérigos y sacerdotes y que pronto entrarían en
posesión de ello. Este modo de hablar entre en serio y en broma, con cierto aire
persuasivo, hizo nacer en muchos la sospecha de que el cerebro andaba flojo. Por eso,
unos lo compadecían, otros se burlaban y casi todos lo abandonaron.
Don Pacchiotti, su compañero en el Refugio, oyendo a Don Bosco que habría hecho
una iglesia, salió con esta exclamación: «Si usted es capaz de levantar una iglesia, yo me
como un perro».
Yo que escribo estas líneas he visto a aquel incrédulo, en el día en que se puso la
primera piedra del Oratorio de San Francisco de Sales, acercarse a Don Bosco y decirle
estas palabras: «Me alegro inmensamente con esta fiesta, pero espero me perdone la
apuesta que hice».
«¿Qué apuesta?», preguntó Don Bosco.
«¡La de comerme un perro!», dijo don Pacchiotti. Y alejándose decía: «Ahora creo
todo y más todavía de lo que se decía en aquellos días tristes».
(Cf. Francesia, Vita di Don Bosco, 128.)
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9 DE FEBRERO
DON BOSCO Y LA MARQUESA BAROLO
La marquesa Barolo, que había ayudado de diversas maneras a Don Bosco, viéndolo tan
fijo en la idea del Oratorio, de la iglesia, de los clérigos y sacerdotes, decía:
«¡Recemos por Don Bosco, recemos por Don Bosco! ¡Pobrecillo, tan bueno! ¡Corre
el peligro de volverse loco!».
Esta piadosa señora, con la idea de prestarle un servicio caritativo, pidió a dos
venerables sacerdotes turineses que se encargaran de llevarlo al hospital de los locos,
donde ella se proponía curarlo a costa suya.
Era un día de fiesta, y Don Bosco estaba en medio de sus más de trescientos
muchachos, asistiéndolos en el recreo ruidoso e inocente al aire abierto del prado. En un
momento llega un carruaje de la ciudad, se para junto al prado, bajan de él los dos
sacerdotes, y con desenvoltura, se acercan hacia Don Bosco y le invitan a seguirlos para
una obra buena.
Don Bosco, mientras tanto, hizo entrar antes a los dos sacerdotes en el coche y luego,
por último, subió también él. El manicomio estaba a dos pasos del patio del Oratorio, y
en un momento se encontraron a su puerta. Pero Don Bosco, apenas el carruaje estuvo
cerca del manicomio, abrió la portezuela, bajó, volvió a cerrarla y regresó contento y
afortunado en medio de sus jóvenes. Al verlo de nuevo, fue saludado con un grito de
alegría, y hasta bastante tarde el recreo continuó animado y jubiloso, según costumbre.
Los dos sacerdotes se rieron un poco de su aventura, luego se hicieron llevar a casa.
Al encontrarlo por el camino, le dijeron: «¡Ah, granuja, nos has ganado; te has dado
cuenta! ¿Eh? ¡Bien!».
(Cf. Francesia, Vita di Don Bosco, 128.)
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10 DE FEBRERO
LAS CAMPANAS TOCAN SOLAS
El prado donde jugaban los chicos recogidos por Don Bosco había sido desalquilado y el
5 de abril, Domingo de Ramos, iba a ser el último día que se reunieran en él.
Muy amargado, pero confiando siempre en Dios y en la Santísima Virgen, Don Bosco
pensó poner a prueba las oraciones de sus jovencitos, muchos de los cuales eran
verdaderos ángeles.
Por esto, en la mañana de aquel domingo, reunidos en el prado, después de haber
confesado a muchos, les anunció que irían a Misa a la Virgen del Campo, convento a dos
kilómetros de Turín, como en peregrinación.
Iban todos recogidos y rezando el rosario o cantando cantos sacros, cuando he aquí
que al entrar en el camino que lleva de la carretera al convento, todas las campanas de la
iglesia se pusieron a tocar a rebato.
Era la primera vez que acontecía algo semejante y jamás tuvieron una acogida tan
clamorosa. De ahí que Don Bosco quisiera agradecérselo vivamente al Padre Fulgencio,
guardián del convento y entonces confesor del rey Carlos Alberto.
Pero don Fulgencio respondió que ni él ni nadie del convento habían dado la orden de
repicar las campanas a su llegada.
El hecho es que las campanas sonaron y por mucho que el guardián indagó no
consiguió descubrir quién las había tocado; las campanas habían repicado solas.
(Cf. D'Espiney, Don Bosco, 138.)
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11 DE FEBRERO
PASCUA DE RESURRECCIÓN
Reunidos los jóvenes en la iglesia del convento de la Virgen del Campo, Don Bosco
comenzó la celebración de la Santa Misa. En el sermón comparó su pequeño ejército a
pájaros a los que se les había tirado el nido al suelo, y les recomendó que rezasen a la
Virgen para que les proveyese de uno más estable y más seguro.
Por la tarde, los jóvenes volvieron más numerosos y, mientras alegres ensordecían el
aire con sus gritos, corrían y se divertían, Don Bosco, que observaba con tristeza aquel
recreo, se quedó distraído de aquel pensamiento al ver llegar a un hombre que le ofreció
en alquiler un caserío cubierto cerca de allí.
Don Bosco fue enseguida a ver el lugar: encontró que iba bien para su proyecto. Habló
con el dueño: trató del precio y de las condiciones, y luego, con el alma santamente
contenta, volvió con sus jóvenes para anunciarles el sitio donde se reunirían el domingo
siguiente, 12 de abril, Pascua de Resurrección.
Fue un momento de conmoción y de indescriptible entusiasmo.
Don Bosco, después de decir algunas palabras sobre el feliz resultado de la
peregrinación a la Virgen del Campo, invitó a todos a rezar el Rosario. Fue aquélla la
oración de acción de gracias a la Madre celestial, que tan pronto los había amorosamente
escuchado.
(Cf. Francesia, Vita di Don Bosco, 113.)
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12 DE FEBRERO
DON BOSCO LEE LA CONCIENCIA
Hubo en los primeros años del Oratorio un muchacho natural de Biella, el cual, al llegar a
Turín, entró a confesarse en la iglesia de la Consolación y después fue al Internado de
Valdocco, donde había sido aceptado en calidad de estudiante.
Estaba Don Bosco hablando con los muchachos que le rodeaban sobre el
discernimiento de los corazones y le recordaban ellos alguna revelación sorprendente de
ciertos secretos, que él había hecho. Escuchaba el alumno recién llegado la conversación,
y de repente se atrevió a decir:
«Don Bosco, le desafío a leer mis pecados».
Don Bosco, cuando lo tuvo al lado, lo miró a la frente y le dijo unas palabras al oído.
La cara del muchacho se encendió como una brasa. Volvió Don Bosco a mirarlo a la
frente y díjole de nuevo alguna otra palabra en secreto, que tal vez precisaba de una
manera pormenorizada su vida pasada. El muchacho se echó a llorar y gritó:
«¡Usted es el que me confesó esta mañana en la iglesia de la Consolación! ¡Esto no se
puede hacer!».
«¡Imposible!, interrumpieron los compañeros; Don Bosco no ha salido de casa esta
mañana; ni podía saber que tú te hubieras confesado. Estás muy lejos de la verdad,
porque todavía no sabes quién es Don Bosco».
Ante aquellas evidentes razones, el buen muchacho se tranquilizó y desde aquel
instante puso toda su confianza en Don Bosco.
(Cf. Memorie Biografiche, VI, 458; MBe, VI, 348.)
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13 DE FEBRERO
¡HE PERDIDO MIS PECADOS!
¿Quién no recuerda el caso de aquel muchacho que, cuando se hicieron ejercicios
espirituales por primera vez en el Oratorio de Valdocco, escribió sus pecados y luego
perdió la hoja donde los había escrito? El pobrecito iba entre sus compañeros
preguntando medio en lombardo y medio en italiano:
«¿Quién ha encontrado mis pecados?».
Todos le miraban con aire sonriente y sólo podían admirar su simplicidad. Pero se lo
encontró Don Bosco y paternalmente le exhortó a que se confesara con él.
«Pero si no me acuerdo de nada».
«Ya te diré yo tus pecados; no lo dudes».
Fue con él a la capilla donde entonces estaban devotos y contentos, casi como ahora
en María Auxiliadora, y se le arrodilló cerca.
Cuando oyó que le repetían no confusamente, como lo habría hecho él, sino con
orden y precisión la dolorosa historia de su conciencia, dejó por un momento su seriedad
y compostura externas y le dijo en su dialecto: «Ha sido usted, ha sido usted», como si
quisiera decirle: «Usted se ha encontrado mis pecados».
Los jóvenes estaban acostumbrados a comprobar este señalado don del Cielo que le
consentía a Don Bosco leer claro en las conciencias de sus hijos, y decían: «Quien se va
a confesar con Don Bosco sólo tiene que decir: "¡Sí, señor!". Él hace el examen y actúa
de tal forma que nos deja completamente tranquilos».
(Cf. Francesia, Don Bosco amico delle anime, 184.)
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14 DE FEBRERO
MULTIPLICACIÓN DE LAS HOSTIAS
Se celebraba en el Oratorio de Valdocco una de las fiestas más solemnes. Se habían
confesado cerca de seiscientos cincuenta jóvenes y estaban preparados para recibir la
Santa Comunión. Don Bosco comenzó la Santa Misa persuadido de que en el sagrario
estaba el copón lleno de hostias consagradas. Pero en la comunión tuvo la amarga
sorpresa de constatar el olvido del sacristán. Desolado por tener que dejar a tantísimos
sin poder recibir el Sacramento, alzó los ojos al cielo y continuó distribuyendo
comuniones.
Y he aquí que, con gran maravilla suya y del pobrecito sacristán Buzzetti, que de
rodillas y confundido pensaba en el disgusto ocasionado a Don Bosco con su olvido, veía
él que las hostias iban creciendo entre sus manos de forma que pudo dar la comunión a
todos los muchachos con las formas enteras. Al terminar la función, Buzzetti, fuera de sí,
contó lo ocurrido a sus compañeros, algunos de los cuales habían advertido el hecho y,
para comprobarlo, enseñaba el copón lleno de hostias que tenía preparado en la sacristía.
Quince años después, el 18 de octubre de 1863, Don Bosco mismo confirmó la
verdad de este hecho. Estaba hablando en privado con algunos de sus clérigos; le
preguntaron sobre la verdad de lo que contaba Buzzetti. Don Bosco se puso un tanto
serio y, al cabo de un rato, respondió: «Sí, había muy pocas hostias en el copón y, no
obstante, pude dar la comunión a todos los que se acercaron al comulgatorio, que fueron
muchos. Con este milagro quiso demostrar Nuestro Señor Jesucristo cuánto le agradan
las comuniones frecuentes y bien hechas».
Y habiéndole preguntado qué sentimientos experimentaba en aquellos momentos en su
corazón, contestó:
«Estaba conmovido, pero tranquilo. Yo pensaba: es un milagro mayor el de la
consagración que el de la multiplicación. Pero sea bendito el Señor por todo».
(Cf. Memorie Biografiche, III, 441; MBe, III, 344-345.)
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15 DE FEBRERO
LA ULTIMA CONFESION DE CARLOS
Un día vinieron a llamar a Don Bosco para atender a un joven que frecuentaba
ordinariamente el Oratorio y que se hallaba gravemente enfermo. Don Bosco no estaba y
no volvió a Turín hasta dos días después y sólo al día siguiente, a eso de las cuatro de la
tarde, pudo acudir a la casa del enfermo.
Subió para saludarlo y animar a los padres a quienes encontró deshechos en llanto. Le
dijeron que Carlos había muerto aquella misma mañana. Pidió entonces Don Bosco
pasar a ver al difunto para estar con él una vez más. Se acercó al lecho y le llamó por su
nombre: «¡Carlos!».
Él, como si despertara de un profundo sueño, abrió los ojos, miró en torno, se
incorporó un poco y dijo:
«¡Oh, Don Bosco! ¡Si usted supiera! ¡Cuánto le he esperado: le buscaba precisamente
a usted..., le necesito mucho. Es Dios quien lo ha mandado...! ¡Qué bien ha hecho
viniendo a despertarme! Me parecía estar arrojado en una oscura caverna, tan estrecha
que sentía que me faltaba el aliento. Al fondo en un espacio más vasto y mejor
alumbrado eran sometidas a juicio numerosas almas y yo veía con creciente terror que
muchas de ellas eran condenadas. Llegó por fin mi turno y ya estaba a punto de padecer
la misma condena y su misma horrible suerte, por haber hecho mal mi última confesión,
cuando usted me despertó en ese preciso instante».
Contó, además, que había caído desgraciadamente en una culpa, que consideraba
mortal y de la que había tenido firme intención de confesarse. Se confesó con otro
sacerdote desconocido, con el cual no tuvo ánimo para confesar la culpa cometida.
Por tanto, se confesó con verdadero dolor y, recibida la absolución, cerró los ojos y,
serenamente, expiró.
(Cf. Memorie Biografiche, III, 495; MBe, III, 385-387.)
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16 DE FEBRERO
EL SACERDOTE DE LA POLENTA
Un día se presentó a Don Bosco un hombre pidiéndole limosna. Decía que tenía cuatro o
cinco hijos a los que no había podido dar de comer desde el día anterior y que, los
pobrecitos, se morían de hambre.
Don Bosco lo miró con aire compasivo y empezó a registrar por aquí y por allá, hasta
que encontró cuatro perrillas y se las dio, acompañadas de una bendición.
Don Bosco, que había leído en el corazón de aquel hombre, vio que era sincero y le
habría dado cien liras... pero no las tenía. En efecto, era trabajador y estaba muy
encariñado con su familia: había llegado a ese estado de indigencia sólo por la mala
fortuna.
Algún tiempo después, uno del Oratorio encontró por Turín a aquel hombre a quien
Don Bosco había dado las cuatro perrillas. Preguntado, dijo que con aquellos céntimos
había ido a comprar harina de maíz y había hecho polenta. Que todos habían comido
hasta saciarse y que, después de la bendición de Don Bosco, los asuntos de su casa iban
mejorando de día en día.
En casa, añadió, habían dado a Don Bosco el sobrenombre del cura del milagro de la
polenta, porque con cuatro perrillas de harina, al precio que se paga, escasamente habría
habido para dos personas y, en cambio, comieron y se saciaron hasta siete.
(Cf. Memorie Biografiche, III, 493; MBe, III, 383-384.)
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17 DE FEBRERO
DIOS PERDONA TODO
Encontrábase gravemente enfermo en Turín cierto empleado del gobierno, que había
intervenido en la ejecución de ciertas leyes contra los derechos de la Iglesia. Hacía
tiempo que vivía alejado de los sacramentos: la lectura de pésimos diarios había apagado
en su corazón todo sentimiento de fe.
Don Bosco, enterado de su estado precario de salud por el hijo que frecuentaba con
asiduidad e interés el Oratorio de Valdocco, quiso ir a visitarlo. Apenas llegado, le
preguntó cómo estaba:
«Como me ve», respondió secamente el enfermo.
Recitó tres Avemarías con el hijo y le mandó a la sala. Luego Don Bosco preguntó a
aquel hombre con naturalidad por sus estudios, por los cargos que había ocupado,
haciéndole hablar de los años de su adolescencia, de su juventud, de su edad madura.
Comenzó el enfermo a soltar alguna confidencia y Don Bosco, sin dar muestras de que
investigaba, bromeando y compadeciendo las flaquezas humanas, arrancó de sus labios
cuanto bastaba para formarse un somero juicio del estado de su alma. Entonces, viéndolo
muy cansado, le dijo: «Ahora, si quiere, le doy la absolución».
«Pero antes de la absolución hay que confesarse y yo no quiero hacerlo».
«Pero usted ya se ha confesado, y yo lo he comprendido todo. Ahora rece el acto de
contrición. Porque Dios lo perdona todo».
El enfermo rompió a llorar y luego exclamó: «¡Ah, sí; Dios es verdaderamente
bueno!».
Entendiendo Don Bosco que le restaban pocas horas de vida, apoyándose en las
declaraciones del médico, se dio prisa. Hízole todavía algunas preguntas y, persuadido de
que estaba dispuesto a hacer lo que le pedía la Iglesia, lo absolvió, dejándolo muy sereno.
(Cf. Memorie Biografiche VI, 37-38; MBe, VI, 39-40.)
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18 DE FEBRERO
DON BOSCO EN BUSCA DE DINERO
El día 20 de enero de 1858, Don Bosco debía liquidar una cuantiosa deuda y no tenía ni
un céntimo. El acreedor había esperado algún tiempo, pero ya no admitía dilación. Llegó
el día 12 y seguía Don Bosco sin el menor asomo de esperanza.
Al verse en aquellos aprietos, dijo a unos muchachos aparte: «Hoy necesito una gracia
particular: voy a Turín, quiero que durante el tiempo que esté fuera, haya uno de
vosotros en la iglesia orando».
Así se hizo. Don Bosco salió a la ciudad y los muchachos se turnaron para rezar en la
iglesia.
Caminaba Don Bosco por Turín; ya cerca de la iglesia de los Lazaristas se le presentó
un señor desconocido y después de saludarlo, le preguntó: «Don Bosco, ¿es verdad que
le hace falta dinero?».
«¡No sólo me hace falta, tengo verdadera necesidad!».
«Pues si es así, tome», y le entregó un sobre que contenía varios billetes de mil liras.
«Tómelo y aprovéchelo para sus muchachos».
«¡Gracias, y que la Virgen se lo pague!. Y si usted quiere le doy un recibo».
«No es necesario».
Tomó Don Bosco los billetes que el desconocido le entregaba y añadió: «Dígame al
menos su nombre para conocer a mi bienhechor».
«¡No averigüe más! El donante no quiere ser conocido: sólo desea que se rece por él».
Así diciendo se marchó a toda prisa. Era un rasgo evidente de la divina Providencia.
Don Bosco envió en seguida el dinero a su acreedor.
(Cf. Memorie Biografiche, VI, 174-175; MBe, VI, 139-140.)
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19 DE FEBRERO
UNA RECETA DE DON BOSCO
En 1858, Don Bosco y Don Rua fueron a Roma. Llegados a un pueblo llamado Palo, el
conductor invitó a los pasajeros a apearse, porque quería que descansaran los caballos y
echarles un pienso. Dado que la parada duraba una hora, Don Bosco y el clérigo Rua
aprovecharon para entrar en un mesón. La mesa estuvo enseguida a punto y los dos
famélicos viajeros se sentaron frente a frente y comieron cuanto les pusieron delante.
Mientras tanto, el hombre que les había servido se acurrucó en un rincón de la sala,
envuelto en una manta, tan demacrado, acabado, tembloroso y pálido, que parecía la
imagen de la muerte. Mediada la comida, se acercó a Don Bosco y le dijo: «¿Usted se ha
mareado, verdad, reverendo?».
«¡Ciertísimo! y ahora tengo gran apetito».
«Pues bien, escúcheme: no coma más, que le fastidiará y le hará daño».
Don Bosco se lo agradeció y entabló con él una conversación por la que vino a saber
que aquel hombre era el dueño del mesón y hacía tiempo que era víctima de unas fiebres
tan fuertes, que le ponían al borde de la muerte. Y preguntaba si conocía alguna medicina
para su mal.
«Sí que la tendría. Desde hoy comience a rezar un Padrenuestro y una Avemaría en
honor de san Luis y una Salve a la Santísima Virgen durante tres meses. El domingo
vaya a cumplir con sus devociones y, si tiene fe, esté seguro de que le dejará la fiebre».
Tomó luego un pedazo de papel, escribió a lápiz su receta y le encargó que la llevara a
un farmacéutico.
El mesonero estaba fuera de sí por la alegría. Y, no sabiendo cómo demostrarle su
agradecimiento, besaba y volvía a besar la mano de Don Bosco.
(Cf. Memorie Biografiche, V, 816; MBe, V, 579-580.)
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20 DE FEBRERO
DON BOSCO Y EL VINO
También en la bebida Don Bosco era modelo de templanza. Aunque viniera de un pueblo
donde se hace un vino excelente, bebía poquísimo, y sólo en las comidas, y aun esto
siempre echándole agua.
Hasta 1858 y más adelante, la cantina del Oratorio estaba abastecida en parte por el
municipio, que mandaba casi cada semana una mezcla, no demasiado agradable, de
muestras de vinos y fondos de cubas que quedaban en el mercado; Don Bosco bebía
también aquellas mezclas.
Muchas veces se olvidaba también de beber, y tocaba a los que estaban cerca de él
echarle vino. Si el vino era bueno, buscaba en seguida el agua para hacerlo más bueno, y
decía: «¡He renunciado al mundo y al demonio, pero no a las pompas!».
Fuera de las comidas, en casa no tomaba nunca nada; huésped, en casa de otros, para
complacer a los dueños a veces aceptaba alguna gota de vino con agua.
(Cf. Lemoyne, Vita di San Giovanni Bosco, II, 201.)
Después de la grave enfermedad que tuvo en Varazze durante el curso de 1871-1872,
solía beber un poco de vino en las comidas, y siempre muy aguado... Después de aquella
enfermedad, encargose una buena señora (la duquesa de Laval Montmorency) de
proveerle cada mes con doce botellas de vino generoso, para sostener su depauperada
constitución, y nunca llegó a consumirlas todas en un mes; y, aunque las compartía con
los comensales, cada mes sobraban unas cuantas, hasta el punto de que, a su muerte, se
halló un remanente que sirvió durante unos años para los días de comidas
extraordinarias.
(Cf. Memorie Biografiche, X, 314; MBe, X, 291.)
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21 DE FEBRERO
UN PRINCIPADO PARA SIEMPRE
Don Bosco en Roma fue invitado a ir a casa de Odescalchi para consolar el corazón de la
señora. Ésta acompañó luego a Don Bosco a las habitaciones donde yacían enfermos sus
dos hijos. Quería que Don Bosco los curase... Pero apenas Don Bosco los vio, se dirigió
a ella y le dijo: «Señora Princesa, es preciso que haga el sacrificio».
La noble mujer puso las manos en los costados y, fijándolos como airada, puso dos
ojos tan blancos que casi metían miedo. Y dijo: «No era necesario que viniese de Turín
para anunciármelo. Me habían dicho tantas cosas y esperaba...».
«Señora Princesa, "Deus superbis resistit, humilibus autem dat gratiam" (Dios resiste a
los soberbios y da su gracia a los humildes)».
Y se dispuso a marcharse. La Princesa, que era bastante virtuosa, se arrepintió
enseguida, supo frenarse y, habiéndose dado cuenta de que había hablado mal, se
corrigió y casi llorando, dijo: «¡Perdone a una pobre madre! ¡Quién sabe si no será mi
demasiado amor lo que los haga morir! ¡Rece por mí y me los bendiga!».
Don Bosco volvió atrás, fue a las habitaciones donde estaban acostados y los bendijo.
Como las hojas de otoño, uno tras otro aquellos dos hijos desaparecieron, dejando un
inmenso vacío en el alma de la madre. Don Bosco dijo: «Dejan en tierra un principado
de poco valor; van a poseer otro que nunca verá su fin. Les hablé de este cambio y me
miraron con aire agradecido, como si me quisieran expresar la idea que hasta ahora nadie
se había atrevido a decirles con tanta confianza».
(Cf. Francesia, Due mes¡ con Don Bosco a Roma, 118.)
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22 DE FEBRERO
¿SACERDOTE? ¡ANTES MUERTO!
Acompañada por el hijo menor, fue un día a visitar a Don Bosco una señora,
perteneciente a una noble familia turinesa, que pasaba por muy religiosa. Don Bosco,
entre otras cosas, le preguntó:
«Y de su primogénito ¿qué quiere hacer?».
«Será un diplomático como su padre. El segundo está en la escuela militar y se
esfuerza por llegar a general».
«Y a éste lo haremos sacerdote; ¿de acuerdo?».
A la palabra sacerdote, la visitadora, casi asustada, permaneció un instante muda;
luego, reanimada por el furor, gritó:
«¡No, sacerdote no: antes muerto!».
Don Bosco profundamente entristecido por semejante respuesta, trató de hacer
razonar a la señora. Todo fue inútil. Ocho días después, Don Bosco la vio presentarse,
temblando toda ella y, con los ojos hinchados, rogarle que fuera a su casa para bendecir
al hijo: se estaba muriendo.
Don Bosco la acompañó. El niño le agarró la mano y se la besó respetuosamente. En
aquel momento, los médicos, después de haberse consultado, declararon cándidamente
desconocer completamente la naturaleza del mal. Y el niño dirigiéndose a su madre, le
dijo: «Mamá, han sido tus palabras las que me han matado. ¿Te acuerdas cuando vimos
a Don Bosco? Dijiste que preferías verme muerto antes de darme a Dios. Y el Señor me
lleva consigo».
Don Bosco, aterrado por la triste escena, trató de confortar a aquella familia
exhortándola a resignarse a la voluntad de Dios.
Apenas salió de allí, le anunciaron la muerte del pequeño.
(Cf. D'Espiney, Don Bosco, 259.)
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23 DE FEBRERO
PARA TENER LA PAZ
El conde de Camburzano, adicto amigo y bienhechor de Don Bosco, solía hablar de él y
de su obra, no ocultando la admiración que sentía más por los dones sobrenaturales con
que Dios le había enriquecido que por su obra en continua expansión.
Un día en Nizza Mare, hablando de Don Bosco, había acabado por arrancar sonrisas
de compasión. Una señora, que más que nadie trataba de ridiculizar las afirmaciones del
conde, lo interrumpió con estas palabras: «Me gustaría ver si ese reverendo sabe decirme
el estado de mi conciencia».
La señora escribió allí mismo a Don Bosco. El conde metió la carta cerrada dentro de
un sobre con una hoja en la que le rogaba diera alguna palabra de consuelo a aquella
pobre dama. Don Bosco respondió con su acostumbrada puntualidad al conde: «Diga a
esa señora que, para alcanzar la paz, debe reconciliarse con su marido, del que se ha
separado».
Y en una esquelita para la dama, añadía: «Su señoría puede quedar tranquila
arreglando sus confesiones, desde hace veinte años hasta el presente; y corrigiendo los
defectos cometidos en el pasado».
¿Cómo hacía Don Bosco para saber aquellas cosas y de qué manera? La verdad es
que Dios descendía de aquel modo en su ayuda, llamado especialmente por sus
manifestaciones de celo, que no lo hacían segundo a ninguno en las batallas por el bien
de las almas y los triunfos de la Iglesia.
(Cf. Memorie Biografiche, VI, 29; MBe, VI, 34.)
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24 DE FEBRERO
LA PAZ DE VILLAFRANCA
En 1859, mientras hervía la guerra en Lombardía, una tarde la condesa Cravosio tuvo
que acompañar a su pobre madre a visitar a Don Bosco. Tenía un hijo en el ejército y un
hermano ya herido.
Después de haberlas saludado con brevísimas palabras y acomodado a su lado, Don
Bosco dijo a la madre: «Señora condesa, sé lo que usted quiere decirme, pero sea
valiente. (Y bajó el tono de voz.) Esta misma noche firmará Napoleón la paz y la guerra
habrá terminado».
Al día siguiente, hacia las siete de la mañana, las dos condesas iban a oír Misa en la
iglesia de San Dalmacio. Al atravesar la calle Garibaldi, oyeron gritar a los vendedores de
periódicos: «¡La paz de Villafranca firmada esta noche por el emperador Napoleón,
Víctor Manuel y el emperador Francisco II de Austria!».
Después de la Misa, las dos condesas volvieron a ver a Don Bosco que, en el patio,
fue a su encuentro y les dijo en seguida: «Demos gracias al Señor de que los pactos
hayan sido aceptados».
Y las acompañó a la iglesia donde rezaron un poco.
¿Qué había pasado? La condesa Cravosio había hablado con Don Bosco la tarde del 6
de julio hacia las ocho. Napoleón III estaba en Villafranca: estaba horrorizado por la
carnicería que había visto en Solferino. El 11 de julio, los dos emperadores se
encontraron en Villafranca, convinieron las condiciones y se hizo la paz.
(cf. Memorie Biografiche, VI, 247; MBe, VI, 195-196.)
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25 DE FEBRERO
RESERVADO A LAS MAMÁS
En 1930 moría en Paysandú (Uruguay) Antonio Bruno, a la hermosa edad de 84 años.
De ellos, sesenta los había pasado en calidad de coadjutor de la Congregación Salesiana.
Había nacido en Rubiana (Turín) el 18 de agosto de 1845. Su oficio era cocinero y lo
hacía muy bien. Había sido alumno de Don Bosco en Valdocco y con él, protagonista de
algunos hechos.
En junio de 1872, Antonio se encontraba enfermo en la enfermería de Valdocco.
Desde hacía una semana no tomaba ningún alimento. Al saberlo, una noche Don Bosco
pasó a verle. Le animó a tener esperanza, le bendijo y le ordenó que se levantara a la
mañana siguiente y se diera un paseo con los otros por las afueras de la ciudad.
Antonio tenía dos hermanos que vivían en casa con su madre. Un día uno de ellos
determinó irse a Francia en busca de fortuna. Fue primero a Turín para hablar con su
hermano, que lo presentó a Don Bosco. Éste le dijo en seguida que no fuera a Francia...
No fue escuchado. Partió y, un mes después, llegó la noticia de que había muerto. Don
Bosco lo había previsto.
El otro hermano tenía que ir al servicio militar, pero Don Bosco dijo que no iría. Llegó
el día de la revista militar. Salió de su pueblo la víspera con sus compañeros y con ellos
caminó toda la noche; en el camino, no se sabe cómo, se le hinchó tanto un ojo que,
apenas se presentó a la visita médica, y sólo por aquella deformidad, fue declarado inútil
al instante, con gran sorpresa de todos sus compañeros... Al volver a casa, se le había
deshinchado el ojo completamente.
Antonio partió para las misiones de América. Un día vio en sueños a su madre
sonriente: «Voy al paraíso», le dijo alegre, y desapareció. En aquel instante moría. Dios
la premiaba con una muerte tranquila y una recompensa sin antecámara.
(Cf. Memorie Biografiche, X, 23; MBe, X, 33-34.)
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26 DE FEBRERO
MAMÁ Y HERMANA
A Filomena De Maistre, última hija del célebre escritor, Don Bosco en 1859 le predijo el
porvenir. Ella se sentía llamada por Dios a la vida religiosa y, no encontrando obstáculos
por parte de sus padres, consultó a Don Bosco sobre el particular.
Contestole el Santo: «Sí, usted se hará religiosa, pero después de mucho tiempo de
espera y pasando por trances imprevisibles al presente».
Y así sucedió. Al poco tiempo moría una hermana suya, Benedicta, dejando un hijo de
tierna edad, llamado Estanislao. Ella se casó con el cuñado por la necesidad de dar un
corazón de madre al niño.
Muy pronto quedó huérfano de padre, que murió del cólera. La buena madrastra
cuidó, con nobilísimo sacrificio, su educación religiosa y cívica y el rico patrimonio; y
cuando hubo cumplido esta santa misión, y lo hubo colocado en la espléndida carrera que
le aguardaba, se retiró entre las Hijas del Sagrado Corazón, con el nombre de María
Teresa. Murió en Roma en 1924.
(Cf. Memorie Biografiche, VI, 263; XV, 465; MBe, VI, 206; XV, 403-404.)
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27 DE FEBRERO
USTED ME AHORRA UN PASEO
Cierto día del año 1859, bajó Don Bosco al refectorio al mediodía, aunque no para
comer, pues llevaba manteo y sombrero como quien iba a salir a la calle. Extrañados, le
dijimos: «Don Bosco, ¿no come hoy con nosotros?».
«No puedo comer hoy a la hora de costumbre; antes bien necesito que cuando acabéis
de comer, os encarguéis de que esta tarde hasta las tres, haya siempre alguno de vosotros
y algunos de los mejores muchachos ante el Santísimo Sacramento».
Y salió en busca de la providencia sin saber a dónde habría ido. Al llegar al santuario
de Nuestra Señora de la Consolación, entró y rogó a la Santísima Virgen que tuviera a
bien consolarle. Volvió a la calle y anduvo de un barrio a otro desde la una hasta las dos,
momento en que llegó a una callejuela, junto a la iglesia de Santo Tomás, que sale a la
calle del Arsenal. Se le acercó un hombre bien trajeado y le dijo: «Si no me equivoco,
usted es Don Bosco. Precisamente iba en su busca y, de no haberlo encontrado, hubiera
tenido que ir hasta el Oratorio. Me ahorra un paseo. Mi amo me ha encargado entregarle
este sobre».
Don Bosco lo abrió: y se encontró con acciones de la deuda pública. Y aquel señor se
marchó.
Con aquel dinero Don Bosco se dirigió a casa Paravía y examinado el paquete de
acciones, le pagó 10.000 liras: de no haberlas pagado, habría sobrevenido un daño grave
a él y al Oratorio.
(Cf. Memorie Biografiche, VI, 175; MBe, VI, 140-141.)
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28 DE FEBRERO
DISCIPLINA Y MORALIDAD
Don Bosco era siempre muy suave, pero no dejaba pasar fácilmente las faltas de
disciplina.
El clérigo Marcelo, en el mes de mayo de 1859, aunque era asistente, no llegaba nunca
puntualmente a la lectura espiritual y a la bendición eucarística que se daba por las tardes
del mes de mayo. Don Bosco no había dejado de amonestarlo por esta y otras faltas
disciplinares.
Iba este clérigo al Oratorio de Vanchiglia todos los días festivos y, contra la voluntad
de los superiores, llevaba consigo a alguno de casa. Don Bosco quiso acabar con tal
desorden, conocido por todos, y quitar un mal ejemplo.
Así las cosas, después de las oraciones de la noche y delante de toda la comunidad,
Don Bosco trajo a colación el hecho de la grave desobediencia que cometía el que sacaba
fuera de casa a los muchachos sin permiso.
Después, empezó a preguntar públicamente, llamando por su nombre a cada uno de
los muchachos arriba mencionados:
«¿Dónde has estado esta mañana?».
«En el Oratorio de Vanchiglia».
«¿Y quién te ha llevado?».
«El clérigo Marcelo».
De la misma manera fue preguntando a los demás, los cuales daban idéntica respuesta.
En medio de un profundo silencio resonaban, a cortos intervalos, lentamente, las
palabras: «¿Y tú?», «¡Marcelo!».
Acabado el interrogatorio, Don Bosco expresó su vivo disgusto en pocas y secas
frases, pero con calma.
(Cf. Memorie Biografiche, VI, 306-307; MBe, VI, 238-239.)
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365 florecillas de Don Bosco - Michele Molineris

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  • 3. 3
  • 4. 4
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  • 6. 1. Don Bosco, una biografía nueva. TERESIO BOSCO. 2. Vida de Don Bosco. (Ed. para la juventud.) TERESIO BOSCO. 3. Don Bosco con nosotros. MARCELLE PELLISIER. 4. Don Bosco, te recordamos. PEDRO BROCARDO. 5. Ejercicios Espirituales con Don Bosco. TERESIO BOSCO. 6. Don Bosco con Dios. EUGENIO CERIA. 7. Don Bosco: Cartas a los niños de todas las edades. RAFAEL ALFARO. 8. Don Bosco, al alcance de la mano. PEDRO BRAIDO. 9. El sistema educativo de Don Bosco. LUCIANO CIAN. 10. Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales. SAN JUAN BOSCO. 11. Don Bosco: Profundamente hombre-Profundamente santo. PEDRO BROCARDO. 12. Los sueños de Don Bosco. SAN JUAN BOSCO-FAUSTO JIMÉNEZ. 13. Historia de San Juan Bosco, contada a los muchachos. BASILIO BUSTILLO. 14. Don Bosco y la música. MARIO RIGOLDI. 15. Con Don Bosco de la mano. RAFAEL ALFARO. 16. Don Bosco y el teatro. MARCO BONGIOANNI. 17. Yo, Juan Bosco, otra vez con la mochila al hombro. F.RODRÍGUEZ DE CORO. 18. Aproximación a Don Bosco. FAUSTO JIMÉNEZ. 19. Don Bosco y la vida espiritual. FRANCIS DESRAMAUT. 20. Juan Bosco, con la fuerza de un equipo. FRANCISCO RODRÍGUEZ DE CORO. 21. Don Bosco, historia de un cura. TERESIO BOSCO. 6
  • 7. 22. Prevenir, no reprimir. PIETRO BRAIDO. 23. El amor supera al reglamento. SAN JUAN BOSCO-FAUSTO JIMÉNEZ. 24. Palabras clave de espiritualidad salesiana. MIGUEL ARAGÓN. 25. Claves para una espiritualidad juvenil. JOSÉ MIGUEL NÚÑEZ. 26. Os presento a Don Bosco. NATALE CERRATO. 27. La alegría de la educación. XAVIER THEVENOT. 28. Una espiritualidad del amor: San Francisco de Sales. EUGENIO ALBURQUERQUE. 29. Caminar tras las huellas de Don Bosco. FRANCESCO MOTTO. 30. Don Bosco encuentra a los jóvenes. CLAUDIO RUSSO. 31. Dirección y amistad espiritual. EUGENIO ALBURQUERQUE. 32. Don Bosco: la otra cara. FAUSTO JIMÉNEZ 33. 365 florecillas de Don Bosco. MICHELE MOLINERIS. Michele Molineris 7
  • 8. 8
  • 10. 10
  • 11. En 1978, la editorial Central Catequística Salesiana, hoy Editorial CCS, publicaba el libro de Michele Molineris, Florecillas de Don Bosco. Hoy presentamos una edición corregida y renovada realizada por Claudio Russo con el título 365 florecillas de Don Bosco. ¿Cuál es la novedad? Se ha reducido la narración de las florecillas a lo esencial; se les ha podado de literatura, logrando una brevedad más acorde con la sensibilidad del lector moderno. Las florecillas están distribuidas de manera que hay una para cada uno de los días del año civil. De ahí el título de 365 florecillas de Don Bosco. Se dejan las referencias a las dos ediciones de las Memorias Biográficas, la típica italiana y la castellana. 11
  • 12. 12
  • 13. Florecillas son, en una vida, esos episodios que brotan ante todo del temperamento, luego de la costumbre de observar, de la presteza de espíritu de que uno está dotado, de la cultura, de la familiaridad con sus interlocutores, de la bondad y de aquel tanto de adaptabilidad a los acontecimientos que lleva irreversiblemente a dominarlos, haciéndose, sin querer, su protagonista. Todas estas dotes resaltan evidentes en este volumen que vuelvo a poner a la atención de los lectores. Añadid a estas dotes de orden natural los dones sobrenaturales de que fue dotado abundantemente Don Bosco por Dios y tendréis una idea aproximada de todo lo contenido aquí. Este libro no es, por tanto, una vida de Don Bosco, sino una colección de hechos documentados y raros, que ennoblecen aquella vida, la ilustran e incluso la complican, sustrayéndola no pocas veces a las leyes que de ordinario rigen la de los otros pobres mortales. Porque su vida no fue ordinaria, llegando a poder decir que no había dado un paso sin haber sido movido por lo alto. Aunque su fama está muy extendida, no todos conocen a Don Bosco; y si no es presunción la mía, cuento con contribuir a extender su conocimiento. Don Ercolini, al presentar en 1911 a los lectores italianos la traducción del Don Bosco del doctor D'Espiney, dice que «nosotros de un santo sólo sabemos lo que va haciendo a los ojos del mundo, y bajo la mirada de Dios, y no podremos saber nunca aquí en la tierra lo que ha pasado entre Dios y el alma de su elegido. Recojamos, al menos por gratitud, lo que la bondad de Dios nos regala del fruto de las innumerables gracias que embellecen el corazón de los santos; y estas páginas, en las que se verá revivir a Don Bosco, sean para todos cuantos hablan del cielo, como una prenda de bienes futuros». Hago mías estas palabras. Dedico este libro a todos los jóvenes a quienes he tratado o que, por motivos imprevisibles de la vida, no he podido tratar, si bien todos ellos, por vocación, debían haber sido campo de mi apostolado. Que les quede al menos este testimonio de afectuoso recuerdo y de doliente sentimiento. Que el resto lo haga Dios, por medio de Don Bosco, el cual me debe haber visto en sus sueños, si con ellos llegó a contemplar nuestros días y no los nuestros tan sólo, Él, a quien bastaba saber que uno era joven para sentirse deudor suyo, sin distinción de casta, de censo, de patria y de religión. También yo fui joven y su predilección se concentró en una amistad que llegó a 13
  • 14. compartir el pan y el techo. Con la esperanza de que otros me sucedan en esta intimidad, vuelvo yo a poner a la atención de los lectores sus insospechados dones de naturaleza y de gracia. Don Molineris 14
  • 15. 15
  • 16. 16
  • 17. 17
  • 18. EL SUEÑO DE LOS NUEVE AÑOS Cuando yo tenía unos nueve años, tuve un sueño que me quedó profundamente grabado en la mente para toda la vida. En el sueño me pareció estar junto a mi casa, en un paraje bastante espacioso, donde había reunida una muchedumbre de chiquillos en pleno juego. Unos reían, otros jugaban, muchos blasfemaban. Al oír aquellas blasfemias, me metí en medio de ellos para hacerlos callar a puñetazos e insultos. En aquel momento apareció un hombre muy respetable, de varonil aspecto, noblemente vestido. Un blanco manto le cubría de arriba abajo; pero su rostro era luminoso, tanto que no se podía fijar en él la mirada. Me llamó por mi nombre y me mandó ponerme al frente de aquellos muchachos, añadiendo estas palabras: «No con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad deberás ganarte a estos tus amigos. Ponte, pues, ahora mismo a enseñarles la fealdad del pecado y la hermosura de la virtud». «¿Quién sois para mandarme estos imposibles?». «Precisamente porque esto te parece imposible, debes convertirlo en posible por la obediencia y la adquisición de la ciencia». «¿En dónde? ¿Cómo podré adquirir la ciencia?». «Yo te daré la Maestra, bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad». «Pero, ¿quién sois vos que me habláis de este modo?». «Yo soy el Hijo de aquella a quien tu madre te acostumbró a saludar tres veces al día». «Mi madre me dice que no me junte con los que no conozco sin su permiso; decidme, por tanto, vuestro nombre». «Mi nombre pregúntaselo a mi Madre.» 18
  • 19. (Cf. Memorie Biografiche, 1, 124-125; MBe', 1, 115-116.) 19
  • 20. 20
  • 21. 2 DE ENERO A SU TIEMPO LO COMPRENDERÁS TODO En aquel momento, junto a Él, vi a una mujer de aspecto majestuoso, vestida con un manto que resplandecía por todas partes, como si cada punto del mismo fuera una estrella muy refulgente. Contemplándome cada vez más desconcertado en mis preguntas y respuestas, hizo señas para que me acercara a Ella y, tomándome bondadosamente de la mano, me dijo: «¡Mira!». Al mirar, me di cuenta de que aquellos chicos habían escapado y, en su lugar, observé una multitud de cabritos, perros, gatos, osos y otros muchos animales. «He aquí tu campo, he aquí donde tienes que trabajar. Hazte humilde, fuerte, robusto, y cuanto veas que ocurre ahora con estos animales, lo deberás hacer tú con mis hijos». Volví entonces la mirada y, en vez de animales feroces, aparecieron otros tantos mansos corderos que, saltando y balando, corrían todos alrededor como si festejaran al Hombre aquel y a la Señora. En tal instante, siempre en sueños, me eché a llorar y rogué al Hombre me hablase de forma que pudiera comprender, pues no sabía qué quería explicarme. Entonces Ella me puso la mano sobre la cabeza, diciéndome: «A su tiempo lo comprenderás todo». Dicho lo cual, un ruido me despertó. Quedé aturdido. Sentía las manos molidas por los puñetazos que había dado y dolorida la cara por las bofetadas recibidas. Después, el personaje, aquella mujer, las cosas dichas y las cosas escuchadas ocuparon de tal modo mi mente, que ya no pude conciliar el sueño durante la noche.» (Cf. Memorias del Oratorio, 22.) 21
  • 22. 22
  • 23. 3 DE ENERO TANTO RUIDO POR NADA Durante el otoño, Juan solía ir a casa de su madre, en Capriglio, con los abuelos para la vendimia. Un año (1820), mientras esperaban a que estuviera preparada la cena, alguien comenzó a contar que, en tiempos pasados, se habían oído en el desván ruidos de diversa intensidad, prolongados unos, breves otros, pero siempre espantosos. Todos decían que sólo el demonio podía espantar a la gente de aquella manera. La habitación donde conversaban tenía un techo de madera que servía de pavimento a una amplia buhardilla, destinada a panera y a almacén de las otras cosechas. De pronto se oye el estrépito de algo que cae, y luego un ruido sordo y lento que se arrastra sobre sus cabezas de un extremo a otro de la sala. Cesa la conversación y se hace un profundo silencio. Juan se levantó resuelto, encendió otro candil y dijo: «Vamos a ver». Mientras hablaba, subió la escalera de madera que conducía al desván. Los demás, con luces y palos, iban tras él, temblando y hablando en voz baja. Juan empujó la puerta de la panera, entró, alzó el candil y miró alrededor. No se veía a nadie. Todo estaba en silencio. Algunos de los familiares se habían asomado a la puerta, pero sólo uno o dos se habían atrevido a entrar. De pronto, lanzaron todos un grito y algunos se dieron a la fuga: una criba grande, que se encontraba en un rincón, se movía sola y avanzaba; y fue a pararse a los pies de Juan, que puso las manos en la criba y la levantó... Estalló una explosión de risa: ¡debajo de la criba había una hermosa gallina! Margarita agarró la gallina, le retorció el pescuezo y, desplumándola, la echó en la cazuela... para una magnífica cena.» (Cf. Memorie Biografiche, 1, 85; MBe, 1, 83-84.) 23
  • 24. 24
  • 25. 4 DE ENERO UN CAMBIO EXTRAÑO Un tal Segundo Matta, criadillo en una de las granjas de los alrededores, y de su misma edad, bajaba de las colinas todas las mañanas, llevando la vaca de su amo. Iba provisto de una rebanada de pan negro para desayunar. Juan, en cambio, tenía entre sus manos, y lo mordisqueaba, un pedazo de pan blanquísimo que mamá Margarita nunca dejaba que le faltara. Un buen día dijo Juan a Matta: «¿Quieres hacerme un favor?». «Con mucho gusto», respondió el compañero. «¿Quieres que cambiemos el pan?». «¿Por qué?». «Porque tu pan debe ser mejor que el mío y me gusta más». Matta, en su sencillez infantil, creyó que a Juan le parecía realmente más gustoso su pan negro, y agradándole a él el pan blanco del amigo, aceptó el cambio de buena gana. Desde aquel día, durante dos primaveras enteras, siempre que se encontraban por la mañana en el prado, se cambiaban el pan. Matta, cuando fue mayor y reflexionó sobre este hecho, comprendió que el móvil de Juan para hacer aquel cambio no podía ser sino el espíritu de mortificación, puesto que su pan negro no era precisamente ninguna golosina. (Cf. Memorie Biografiche, 1, 89; MBe, 1, 88.) 25
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  • 27. 5 DE ENERO ¿PARA QUÉ VAS CON ESOS COMPAÑEROS? Juan, apenas cumplidos los cuatro años, ya se ocupaba con mucha constancia en deshilachar las varas de cáñamo que su madre le daba en determinada cantidad. Y el niño, acabada su tarea, se dedicaba a preparar sus juegos. Ya en aquella edad era capaz de redondear trozos de madera y hacer bolas y palos para el juego de la «galla». Este juego consiste en que uno tira la bola con una estaca y el otro la devuelve de rebote con un palo. Juan se sentía feliz jugando con sus compañeros; pero no faltaban disputas y riñas, fáciles en semejantes reuniones de chiquillos; en tales casos, su papel era siempre el de pacificador, interviniendo para calmar los ánimos. Más de una vez la bola, manejada por aquellos inexpertos e imprudentes, iba a herirle en la cabeza o en la cara y, al sentir el dolor, corría en busca de su madre para que lo curara. La buena Margarita, al verlo en aquel estado, le decía: «¿Para qué vas con esos compañeros? ¿No ves que son malos?». «Por eso voy con ellos; cuando estoy yo, no se alborotan, son mejores, no dicen ciertas palabras». «Pero, mientras tanto, vienes a casa descalabrado». «Ha sido mala suerte». «Está bien, ya veo que volverás más veces a curarte; pero ten cuidado - concluía apretando los dientes - mira que son malos». Y Juanito, sin moverse, aguardaba la última palabra de su madre, quien, después de pensarlo un momento, como si temiera impedir algo bueno, decía: «Bueno, vete con ellos». (Cf. Memorie Biografiche, 1, 48-49; MBe, 1, 57.) 27
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  • 29. 6 DE ENERO LA VARA Un día, la abuela notó que habían desaparecido unas frutas que ella había puesto aparte. Su sospecha recayó sobre el más pequeño. Le llamó. Éste, que era inocente de aquel hurto, corrió alegre junto a la abuela; pero ésta, muy seria, le dijo: «Tráeme la vara del rincón». El niño obedeció; pero sabiendo cómo habían sucedido las cosas, dijo: «Abuela, obedezco, pero yo no he sido quien ha tomado la fruta». «Está bien; entonces tú me dirás quién lo ha hecho y yo te perdonaré el varazo». «Se lo diré, pero a condición de que perdone al culpable». «Lo haré. Hazle venir acá y, si él me pide perdón, le perdonaré». El pequeño fue corriendo al hermano mayor, que rondaba los quince años, y para el cual no guardaba ningún rencor a pesar de lo mal que él le miraba, y le explicó lo sucedido. Antonio encontró ridícula la pretensión de la abuela. Ser castigado como un chiquillo de seis años, le parecía una humillación absurda. Pero Juanito insistió: «Ven, Antonio, no le lleves la contraria a la abuela. Ella tiene en mucho su autoridad y se disgustaría. Y también mamá se sentiría contrariada. Cierto que ya eres mayor; pero, que no se diga que, por tu causa, la abuela se siente poco respetada». El hermano cedió, tomó la vara, se la dio a la abuela y refunfuñó: «No lo volveré a hacer». (Cf. Memorie Biografiche, 1, 69; MBe, 1, 71-72.) 29
  • 30. 30
  • 31. 7 DE ENERO ¡PIENSA SIEMPRE EN LAS CONSECUENCIAS! Juan tenía ocho años, cuando un día, mientras su madre había ido a un pueblo cercano para sus asuntos, quiso alcanzar algo que estaba colocado en un sitio alto. Como no llegaba, puso una silla y, subido en ella, chocó con la aceitera. La aceitera cayó al suelo y se rompió. Lleno de confusión, trató el niño de poner remedio a la fatal desgracia fregando el aceite derramado; pero, al darse cuenta de que no lograba quitar la mancha y el olor, pensó cómo evitar a su madre aquel disgusto. Cortó una vara del seto vivo, la preparó bien, escamondó con gracia la corteza y la adornó con dibujos lo mejor que supo. Al llegar la hora en que sabía que tenía que volver su madre, corrió a su encuentro hasta el fondo del valle y apenas estuvo a su lado le dijo: «¿Qué tal le ha ido, madre? ¿Ha tenido buen viaje?». «Sí, Juan de mi alma. Y tú, ¿estás bien?, ¿estás contento?, ¿has sido bueno?». «¡Ay, mamá! Mire!». Y le presentaba la vara. «¡Vaya, hijo mío! ¡A que me has hecho una de las tuyas!». «Sí, me merezco de verdad que esta vez me castigue. Me subí así, así...; y desgraciadamente he roto la aceitera». Mientras tanto, Juan le presentaba la vara adornada y miraba la cara de su madre con aire picarón, entre tímido y gracioso. Margarita observaba a su hijo y la vara y, sonriendo ante la infantil estratagema, le dijo al fin: «Siendo mucho lo que te ha sucedido, deduzco, por tu modo de obrar, que no has tenido la culpa y te perdono. Y no olvides nunca mi consejo: antes de hacer algo, piensa en las consecuencias. Si hubieras subido más despacito, habrías observado alrededor y no te habría sucedido nada malo». (Cf. Memorie Biografiche, 1, 73-74; MBe, 1, 74-75.) 31
  • 32. 32
  • 33. 8 DE ENERO ¡PERDONEME, MAMÁ! Tenía Juan solamente cuatro años un día que, con su hermano José, regresó del campo, muerto de sed. La madre fue a sacar agua y la ofreció en primer lugar a José. Juan creyó ver en aquel gesto una preferencia; cuando su madre se le acercó con el agua, él, un tanto puntilloso, hizo como que no la quería. La madre, sin decir palabra, se llevó el agua y la dejó en su sitio. Juan permaneció un momento de aquel modo, y luego, tímidamente, dijo: «¡Mamá!». «¿Qué?». «¿No me da agua también a mí?». «¡Creía que no tenías sed!». «¡Perdón, mamá!». «¡Así está bien!». Fue por el agua y, sonriendo, se la dio. En otra ocasión, Juan se había dejado llevar por cierto ímpetu o impaciencia propia de su edad y de su temperamento fogoso. Margarita le llamó. Corrió el niño. «Juan, ¿ves aquella vara?», y le señalaba la vara apoyada contra la pared en el rincón de la habitación. «Sí, la veo», respondió el niño, echándose hacia atrás, avergonzado. «Tómala y tráemela». «¿Qué quiere hacer con ella?». «Tráemela y lo verás». Juan fue a buscar la vara y se la entregó diciendo: «¡Ah, usted la quiere para medirme las espaldas!». 33
  • 34. «Y, ¿por qué no, si tú me haces estas travesuras?». «¡Mamá, no las volveré a hacer!». Y el hijo sonreía ante la sonrisa inalterable de su buena madre. (Cf. Memorie Biografiche, 1, 58; MBe, 1, 63-64.) 34
  • 35. 35
  • 36. 9 DE ENERO VENDRÁS A CONFESARTE CONMIGO Desde febrero de 1827 a noviembre de 1828, Juan Bosco trabajó como mozo de campo en la Granja de los Moglia en Moncucco (Asti). Ana Moglia, cuando hablaba de Juan Bosco, refería con satisfacción y complacencia a los vecinos, a los conocidos y en familia a sus propios hijos, la angélica y apostólica vida que llevó durante dos años en casa de sus padres; cómo se retiraba con frecuencia a lugares solitarios para leer, estudiar y rezar; y cómo explicaba el catecismo y narraba ejemplos edificantes no sólo a los chiquillos del caserío, sino hasta a las personas mayores de la familia, y con gracia tal, que todos le escuchaban con gusto y avidez. Decía además que, a menudo, cuando trabajaban juntos en el campo, él había asegurado varias veces en tono profético y con toda seriedad: «Yo seré sacerdote, y entonces sí que predicaré y confesaré». La muchacha, al oír estas palabras, se burlaba de él y despreciaba a Juanito diciéndole que con aquellas ideas y con tanto leer acabaría por no llegar a ser nada. Y Juan, una de las veces, le respondió: «Pues sábete tú, que así hablas y te burlas de mí, que un día irás a confesarte conmigo». Y así fue. Siendo ya Juan sacerdote y fundador del Oratorio, la buena Ana, guiada por circunstancias entonces imprevisibles, iba con frecuencia desde el caserío Bausone al Oratorio de Turín para visitar a Don Bosco, confesarse con él en la iglesia de San Francisco de Sales y practicar allí sus devociones. Y Don Bosco la recibía siempre como a una hermana y persona de la casa. (Cf. Memorie Biografiche, 1, 207; MBe, 1, 180.) 36
  • 37. 37
  • 38. 10 DE ENERO RECE USTED TAMBIÉN Granja Moglia. Un día del verano de 1828, volvía a casa el anciano José bañado en sudor y con la azada al hombro. Era el mediodía; se oía a lo lejos la campana, pero él no pensaba en rezar el Angelus, sino que, rendido por el cansancio, se tendió a la larga. Cuando he aquí que ve al jovencito Bosco que, llegado un poco antes, estaba de rodillas en el rellano de la escalera, rezando el Angelus, y riendo exclamó: «Mira qué bonito: los amos destrozando nuestra vida de la mañana a la noche, hasta no poder más, y él tan tranquilo ahí, rezando en santa paz. ¡Así se gana el cielo fácilmente!». Bosco terminó su oración, bajó la escalera y dirigiéndose al anciano, le dijo: «Escuche, usted mismo es testigo de que yo no me quedo atrás cuando hay que trabajar, pero es muy cierto que he ganado yo más rezando que usted trabajando. Si usted reza, por cada dos granos que siembre, nacerán cuatro espigas; si no reza, sembrará cuatro granos y no recogerá más que dos espigas. De modo que rece usted también, y así, en vez de dos espigas, recogerá cuatro». Aquel buen hombre, profundamente admirado, exclamó: «¡Caramba! ¿Que tenga yo que aprender de un muchacho? Ya no me atreveré a sentarme a la mesa, sin antes rezar el Angeius». Y, en adelante, no olvidó nunca esta oración. El respeto, el amor, la afabilidad de modales con que Juan trataba a los que consideraba como representantes de su madre, hacía que fueran gratas todas sus observaciones. (Cf. Memorie Biografiche, 1, 197; MBe, 1, 172.) 38
  • 39. 39
  • 40. 11 DE ENERO ACUSADO DE PLAGIO Un día de 1831, que daba el maestro el trabajo para cada curso: Juan, alumno de primero, pidió por favor que le dejase hacer el asignado a los de tercero. Don Moglia soltó una carcajada: «¿Qué pretendes tú..., tú de 1 Becchi? Déjate de latines. Tú no entiendes nada». Juan, sin darse por ofendido, insistió; el maestro replicó cargando las tintas. Luego le dijo que escogiera la tarea que más le gustase. Dictó a los alumnos de tercero un tema latino para traducirlo al italiano. Al cabo de poco tiempo, Juan presentaba su página al profesor, el cual la tomó y, sin mirarla, la puso sobre la mesa, sonriendo con aire de compasión. Pero después de la insistencia de los alumnos, tomó el papel y le echó un vistazo; la traducción era perfecta. «¿No he dicho ya que Bosco no sirve para nada? Lo ha copiado todo de un compañero». El que estaba sentado al lado de Juan, testigo de cómo su compañero había hecho su trabajo, sin acudir a otros ni a los libros, se levantó y salió en su defensa: «Señor profesor, haga el favor de examinar si entre los trabajos de los alumnos hay alguno parecido al suyo». «¿Qué quieres saber tú? ¿No has oído que los de 1 Becchi son unos zoquetes que no sirven para nada?». Pero aquel compañero que había visto a Juan hacer su trabajo, contó con todo detalle cómo había ejecutado su tarea; y todos, admirando su talento, y más aún la humildad con que había sobrellevado las palabras ignominiosas del maestro, concibieron grandísima estima y afecto hacia él. (Cf. Memorie Biografiche, I, 230-231; MBe, 1, 197-198.) 40
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  • 42. 12 DE ENERO UNA AYUDA ESPECIAL PARA LOS EXÁMENES Cuando las clases están a punto de acabarse y se acercan los exámenes, comienzan las dificultades, sobre todo para los que han jugado al escondite con los libros o se han divertido con el vocabulario. ¿Desesperarse entonces? ¿Tirarse por la ventana? No son remedios adecuados para la circunstancia. Conviene más ponerse a estudiar y rezar. Pero rezar, ¿a quién? Pues al Señor y a la Virgen que es la sede de la Sabiduría. Durante los cuatro años del gimnasio, hubo en Juan, además del talento y la memoria, otra fuerza secreta y extraordinaria que le ayudaba. Una noche, por ejemplo, soñó que el maestro había propuesto el trabajo de examen para los nuevos puestos y que él lo estaba realizando. Apenas se despertó, saltó de la cama y escribió el trabajo, que era un dictado en latín; después se puso a traducirlo. En la mañana siguiente, el profesor dio, en efecto, en clase, el trabajo de examen, idéntico al que había soñado. Juan lo tradujo sin servirse del diccionario. Preguntado por el maestro, le expuso lo sucedido con toda ingenuidad, causándole naturalmente una vivísima admiración. En otra ocasión, entregó Juan su escrito tan pronto, que al maestro no le parecía posible que un muchacho hubiera podido superar tantas dificultades. Mandó que le presentara el borrador. Nueva sorpresa: el maestro había preparado el tema la tarde anterior, pero había dictado sólo la mitad. En el cuaderno de Juan lo encontró todo entero, sin una sílaba más ni una menos. ¿Qué había sucedido? Juan confesó cándidamente: «Lo he soñado». A causa de éstos y otros casos similares, los compañeros de pensión le llamaban el «soñador». (Cf. Memorie Biografiche, 1, 253; MBe, 1, 215.) 42
  • 43. 43
  • 44. 13 DE ENERO JUAN, CORNELIO Y LA GRAMÁTICA Dos meses hacía que Juan estaba en la segunda clase, cuando ocurrió un pequeño incidente que dio algo que hablar de él. Explicaba un día el profesor la vida de Agesilao, escrita por Cornelio Nepote. Aquel día Juan no tenía su libro, pues lo había olvidado en casa: y para disimular ante el maestro su olvido, sostenía abierto ante sus ojos el libro de gramática. No sabiendo a qué atender mientras escuchaba las palabras del maestro, volvía las hojas del libro de una parte a otra. Se dieron cuenta de ello los compañeros; empezó uno a reír, siguió otro, hasta que cundió el desorden en clase. El maestro, visto que todas las miradas se clavaban en Juan, le mandó repetir su misma explicación. Entonces, Juan se puso de pie y, siempre con la gramática en la mano, repitió de memoria el texto, la construcción gramatical y la explicación que acababa de hacer el maestro. Cuando terminó, los compañeros instintivamente le aplaudieron. El profesor estaba casi a punto de perder el control de sus nervios. Dio un pescozón a Juan, que esquivó agachando la cabeza. Luego, poniendo una mano sobre la gramática que Juan sostenía con sus manos, hizo explicar a los compañeros la razón de aquel desorden. «Bosco, con la gramática en las manos, ha leído y explicado todo como si tuviera delante el libro de Cornelio». El profesor tomó, efectivamente, la gramática, le hizo continuar dos períodos más, y después, pasando de la cólera a la admiración, dijo que le perdonaba por su formidable memoria. (cf. Memorie Biografiche, 1, 252; MBe, 1, 214-215.) 44
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  • 46. 14 DE ENERO UN «PERRAZO» Paseando con los jóvenes para llevarlos a 1 Becchi, Don Bosco contaba que un día (siendo muchacho como ellos), se encontró en un camino del campo cerca de las moreras y vio correr, arrastrándose a lo largo de un surco, a un perro muy corpulento. «Daba la impresión de que se dirigía hacia mí. Tenía la cabeza gacha, balanceaba la cola y los ojos parecían dos fuegos. Mientras lo miraba y trataba de evitarlo redoblando los pasos, me lo vi casi encima. Miré en torno mío: descubro una fila de moreras y, saltando el pequeño foso, trepo como si fuese una ardilla. El perro giró dos o tres veces alrededor, raspó con sus uñas tratando de trepar al árbol; pero a los dos o tres pasos, caía gruñendo y ladrando de un modo espantoso. Finalmente, después de haberme encomendado al Ángel de la Guarda, a la Virgen..., vi aparecer en la lejanía a un hombre que iba a trabajar al campo. Me puse entonces a llamarlo todo lo fuerte que podía. Se detuvo a los pies de esta morera, donde yo seguía acurrucado pálido como la muerte. El perrazo no se movió, sólo volvió los dientes hacia él, esperando qué haría. Cuando vio que aquel campesino levantó la azada resueltamente, aquella bestia se fue». Concluyó Don Bosco: «¡Si hubiera tenido yo entonces mi perro Gris, sí que hubiera sido oportuno!». Alguno de los jóvenes decía: «Aquel perro era el demonio». «Calla - decía otro - que no te oiga nadie». (Cf. Francesia, Don Bosco e le sue passeggiate autunnali, 24.) 46
  • 47. 47
  • 48. 15 DE ENERO ¿SACERDOTE 0 FRAILE? Leemos en las Memorias de Don Bosco cómo se presentó a examen para su admisión en el noviciado franciscano. Y lo hizo en el convento de Santa María de los Ángeles, en Turín. Fue aceptado a mitad de abril. Los Padres franciscanos conservan el siguiente documento: «En el año 1834 fue aceptado en el convento de Santa María de los Ángeles de la Orden de los Reformados de San Francisco el joven Juan Bosco de Castelnuovo, bautizado el 17 de agosto de 1815 y confirmado. Tiene todos los requisitos y su petición ha sido acogida a plenos votos. El 18 de abril de 1834». Todo estaba preparado para entrar en el convento de la Paz en Chieri. Pero, pocos días antes del tiempo establecido para la entrada, el joven Bosco tuvo un sueño bastante extraño. Le pareció ver una multitud de aquellos religiosos con los hábitos rotos corriendo en sentido contrario los unos de los otros. Uno de ellos le dijo: «Tú buscas la paz y aquí no vas a encontrarla. Observa la actitud de tus hermanos. Dios te prepara otro lugar, otra mies». El joven Bosco quería hacer alguna pregunta a aquel religioso, pero un rumor le despertó. Expuso todo a su confesor, el cual no quiso oír hablar ni de sueños ni de frailes: «En estas cosas es preciso que cada uno siga sus inclinaciones y no los consejos de otros». (Cf. Memorie Biografiche, 1, 301-302; MBe, 1, 251-252.) 48
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  • 50. 16 DE ENERO UNA MEMORIA EXTRAORDINARIA El final de las clases es para todos sinónimo de escrutinios y para muchos de exámenes. Son frecuentes, en estos casos, los temores consiguientes a la constatación de una preparación insuficiente, muchas veces fruto de ligereza y, a veces, de pobreza de medios específicos. Más de un santo en estas circunstancias tiene su vela encendida y pasa su momento de notoriedad. Pero no todos tienen un pasado que justifique igualmente la invocación y la intercesión, salvo ciertos episodios aislados recogidos por el biógrafo con la preocupación de quien quiere que nada se pierda, pero que no iluminan un modo de ser. Don Bosco, además de las disposiciones naturales nada comunes para el estudio, tenía también en su activo ciertas capacidades superiores fuera de lo ordinario, que aumentaban su prestigio escolar y todavía hoy lo imponen a la admiración de todos. En efecto, bastaba que leyese una vez una cosa, para recordarla y repetirla con la precisión de una grabación sonora, como hoy se puede obtener con un magnetófono. Así era para los sermones y las conversaciones a las que se añadían como apéndices algunos detalles de lugar y de circunstancias que dejaban perplejos incluso a los menos propensos a admitir ciertas excepciones a las reglas comunes. (Cf. Memorie Biografiche, passim.) 50
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  • 52. 17 DE ENERO DON BOSCO Y LOS EXÁMENES En agosto de 1834, el profesor Lanteri había ido de Turín a Chieri para hacer el examen final. Juan fue en seguida a visitarle. «¿Qué deseas, amigo mío?», le preguntó Lanteri. «Una sola cosa: que me dé buenas notas». «¡Eso es hablar claro!». «Es que yo soy muy amigo del profesor Gozzani». «¿De veras? ¡Entonces también lo seremos nosotros!». «¡Estupendo! Pero sepa que Gozzani me ha dado unas notas muy buenas». Al llegar el día del examen, Juan fue hallado preparadísimo. Preguntado sobre Tucídides, respondió maravillosamente. Entonces Lanteri tomó en mano un volumen de Cicerón y le dijo: «¿Qué quieres que veamos de Cicerón?». «Lo que le parezca». Lanteri abrió el libro y cayeron bajo sus ojos las Paradojas. «¿Quieres traducir?». «Encantado, y si usted me lo permite, estoy dispuesto a recitarlas de memoria». «¿Posible?». Y Juan, sin más, empezó a recitar el título en griego y luego siguió adelante. «¡Basta! - exclamó estupefacto el profesor Lanteri, al llegar a cierto punto-. Dame la mano; quiero que seamos amigos de verdad». Y empezó a hablar familiarmente con él de cosas ajenas a la escuela. 52
  • 53. Hay, pues, mucho más de lo que se necesita para que los alumnos se encomienden a Don Bosco en la inminencia de los exámenes. Puede suceder que les cambie alguna idea respecto a la conducta y a la aplicación. (Cf. Memorie Biografiche, 1, 326-327; MBe, 1, 270.) 53
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  • 55. 18 DE ENERO DON BOSCO PRESTIDIGITADOR Cuando en el otoño de 1834, Juan volvió a Chieri para cursar el quinto año de Bachillerato, se alojó, siguiendo el consejo de su párroco don Cinzano, en casa de un tal Tomás Cumino. Éste era sastre y tenía su tienda cerca de la plaza de San Bernardino, junto a la iglesia de San Antonio. En casa Cumino ya se había alojado don Cafasso, el cual, habiendo sabido que a Juan Bosco, pobre de medios y escaso de condiciones, se le había designado por habitación una caballeriza, logró, pagando a escondidas la pensión, que a su vez ya era fruto del piadoso interés de personas buenas estimuladas por el párroco, una habitación más humana y condiciones menos humillantes. Leyendo a los biógrafos de Don Bosco, resulta que este Cumino, sin ser dulce de sal, era, no obstante, crédulo y muy fácil de maravillarse. El joven Juan Bosco se aprovechaba de ello, sin nada de malicia, para sorprenderle con ocurrencias que lo dejaban boquiabierto y las más de las veces desconcertado. Le convertía en papel las monedas del monedero, en agua el vino recién salido de la bota, las tortas en pan común, el sombrero en un gorro de dormir. Una vez había preparado, con mucho cuidado, un pollo en gelatina para obsequiar a los huéspedes en su día onomástico. Llevó el plato a la mesa, pero al destaparlo, salió fuera un gallo que, aleteando, cacareaba escandalosamente. Otra vez preparó una cazuela de macarrones y, después de haberlos cocido bastante tiempo, cuando fue a echarlos en el plato salieron convertidos en puro salvado. Una llave, que se sabía ciertamente que estaba en otra parte, apareció en el fondo de la sopera apenas fue vaciada. (Cf. Memorie Brografiche, 1, 344-345; MBe, 1, 284.) 55
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  • 57. 19 DE ENERO EXAMEN DE MAGIA El bueno de Tomás Cumino, que había acabado por prestarse al juego, llegado a cierto punto, no pudo más; le pareció, pensándolo bien, que un hombre solo no podía realizar tales proezas, si no tenía de su parte algún espíritu que lo ayudase. Habló de ello con don Bertinetti, sacerdote con el que tenía cierta confianza; y éste con el canónigo Burzio, delegado de las escuelas, quien a su vez encargó al campanero de la catedral para que llevara a Juan a su casa para examinarlo. Bosco acudió sin vacilar y convencido de que tenía que habérselas con un inquisidor. Llamó, pues, a la puerta del canónigo Burzio con la seguridad de quien tenía los papeles en regla. El canónigo se dio cuenta de ello inmediatamente por las respuestas de Juan y por la seguridad con que hacía frente a la situación. Juan no pestañeó. Sólo cuando pudo hablar, le pidió al canónigo cinco minutos para responder. El canónigo consintió, metió la mano en el bolsillo, pero no encontró el reloj. Entonces Juan pidió una moneda de cinco céntimos. Tampoco consiguió encontrar el monedero. Entonces el canónigo se enfadó y pasó a las amenazas. Pero Bosco, tranquilo y sonriente, reveló el misterio. Cuando llamó a la puerta, el canónigo estaba dando limosna a un pobre y por atender al que acababa de llegar, había dejado el monedero encima de un reclinatorio. El reloj no estaba muy lejos. Tomó todo y lo puso debajo de una pantalla que estaba en la mesa y la levantó mostrando los objetos buscados. El canónigo, divertido, le pidió que le hiciera otras demostraciones de habilidad y le dejó marchar felicitándole y animándole. (Cf. Memorie Biografiche, 1, 345-347; MBe, 1, 284-286.) 57
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  • 59. 20 DE ENERO DON BOSCO HACE ENCONTRAR OBJETOS PERDIDOS En 1929, Don Bosco le hizo una broma parecida a Silvio Passerini, químico farmacéutico de la Universidad de Innsbruck. Lo cuenta él mismo en una carta a la redacción del Boletín Salesiano. «En julio pasado, habiendo ido por negocios a Pergine, al volver me di cuenta de que no tenía en el bolsillo la cartera que contenía documentos importantes y también la imagen del nuevo Beato Don Bosco, tan querido para mí. Busqué en casa y fuera, rehice el viaje cuidadosamente, volviendo por las mismas calles, casas y farmacias visitadas, siempre con resultado negativo. Fue inútil también la denuncia a los carabineros de la estación de Pergine. Vuelto a Trento, en mi casa vuelvo a buscar siempre en vano. Mi hija de doce años, ítala, entonces me dijo: "Papá, voy a encender una vela y a rezar un Padrenuestro ante la imagen de Don Bosco". Yo estaba pensativo y la vieja criada estaba admirando la ingenua devoción de mi hija; cuando ésta se vuelve y me dice estas textuales palabras: "Papá, parece que Don Bosco me sonríe". En aquel mismo momento sentimos lejos de mí y de la criada, detrás de las espaldas de mi hija que estaba rezando, un ruido claro de algo que caía por tierra. Era la cartera intacta. La niña fue la primera en volverse, recogerla y entregármela conmovida y temblorosa por la sorpresa». (Cf. Boletín Salesiano, octubre de 1929.) 59
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  • 61. 21 DE ENERO PREGÚNTAME EL CAPÍTULO QUE QUIERAS Un día Juan Bosco maravilló con la potencia de su memoria a su amigo Luis Comollo, de quien era huésped en la casa parroquial de Cinzano, donde era párroco su tío. Había leído una sola vez los siete volúmenes de la historia de Flavio Josefo: pues bien, tomándolos de la biblioteca del párroco, se los entregó a Comollo diciéndole: «Pregúntame el capítulo que quieres que recite; únicamente tienes que decirme el título». Accedió con gusto Comollo y Bosco recitó con presteza aquel capítulo de la primera a la última palabra. Después del primero, aún recitó otros. «Ahora pregúntame el hecho que quieras escoger». Comollo buscó el índice y le preguntó el primer hecho que cayó bajo sus ojos; Juan se acordaba tan bien, que no se equivocó ni en una sola frase. «Ahora abre uno de estos libros en la página que quieras y dime las primeras palabras del primer renglón, aunque el párrafo esté en su mitad». Comollo lo hacía así y Juan recitaba la página como si la tuviera ante los ojos. Finalmente, indicábale Comollo un hecho cualquiera y él sabía en qué página se encontraba y en qué parte de ésta empezaba el texto. Una prueba igual ya la había hecho con su párroco el teólogo Cinzano, quien más tarde lo atestiguaba a los jóvenes del Oratorio, cuando iban a visitarle en la época de las grandes excursiones. (Cf. Memorie Biografiche, 1, 432; MBe, 1, 349.) 61
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  • 63. 22 DE ENERO EL MÉTODO DE LA MANERA FUERTE El de la manera fuerte es un método que Don Bosco ya había experimentado en su propia persona y con sorprendentes resultados desde el año 1840. Don Bosco cursaba entonces el penúltimo año de Teología en el seminario de Chieri, pero hacía ya bastante tiempo que no se encontraba bien. Seguía teniendo una fuerza increíble, pero empeoraba continuamente. Al fin tuvo que meterse en cama. Nos lo cuenta su biógrafo don Lemoyne en el primer volumen de las Memorias Biográficas: «La salud de Juan empeoraba. Le repugnaba toda suerte de comidas, le atormentaba un insomnio pertinaz y los médicos lo desahuciaron. Hacía ya un mes que guardaba cama. Su madre, que no sabía nada de la desesperada situación del hijo, llegó un día a visitarlo con una botella de vino generoso y un pan de maíz. Lleváronla a la enfermería y enseguida se dio ella cuenta de la gravedad del caso. Al marchar quería llevarse aquel pan tan pesado para el estómago; pero tanto le rogó Juan que se lo dejara, que, al fin, con alguna dificultad, satisfizo su gusto. Cuando quedó solo, se dejó llevar por el ansia de comer aquel pan y beber aquel vino. Empezó por tomar un pequeño bocado, lo masticó bien y le pareció sabrosísimo. Cortó después una rebanada, luego otra y, sin más pensar, acabó por comérselo todo, acompañándolo con sorbos de vino generoso. Después se quedó dormido, con un sueño tan profundo, que no despertó en dos días y una noche intermedia. Los superiores del seminario creyeron que aquel sueño era un sopor precursor de la muerte; pero resultó que, al despertar, estaba curado». (Cf. Memorie Biografiche, 1, 482; MBe, 1, 385-386.) 63
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  • 65. 23 DE ENERO CURACIÓN INSTANTÁNEA Pero la historia de la «manera fuerte» no termina aquí. Un tal José Gasca del Oratorio Eduardo Agnelli de Turín, contó una intervención de ese género por parte de Don Bosco. El 22 de enero de 1951, José había sido afectado por una grave broncopulmonía, que se le repitió tres veces. Se le aplicaron todos los remedios del caso, pero todo resultó inútil. El 5 de febrero, estando en las últimas, se le administró por un salesiano la Unción de los enfermos. El 6 de febrero, hacia el mediodía, el enfermo con más de 41 grados de fiebre, se duerme; poco tiempo después se despierta y le dice a la monja que le asiste que había soñado con Don Bosco y que éste le había dicho: «Si quieres curar, bébete una botella de barbera». La monja y la esposa del enfermo creen que se trata de un delirio y se quedan dudando, pero ante la insistencia del enfermo le dan dos vasos de vino. No se atreven a ir más allá, tanto más que el enfermo en sus varios días de enfermedad sólo había tomado un poco de agua con hielo y ya daba los primeros síntomas de coma. En aquel momento vino a visitar al enfermo un padre filipino, amigo de la familia, y habiendo sabido de qué se trataba, ante las insistentes demandas del enfermo, exhortó que lo contentasen. Tras haber vaciado la botella en poco tiempo, notó como un escalofrío en toda su persona y se sintió renacer a la vida. Se llamó al médico que lo atendía. Éste constató la rápida mejoría que se convirtió luego en completa curación. (Cf. Boletín Salesiano, abril de 1951.) 65
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  • 67. 24 DE ENERO DON BOSCO A CABALLO Don Bosco aprendió a cabalgar de joven, conduciendo el caballo de su párroco don Dassano. Pero a pocos meses de su ordenación sacerdotal, tuvo que montar el caballo de un amigo para ir a Lavriano, que distaba algunos kilómetros de Castelnuovo. Allí tenía que hacer el panegírico de san Benigno y temiendo llegar tarde, pues debía celebrar antes, espoleaba al caballo. Pero una bandada de pájaros se levantó de un campo sembrado de mijo y con sus vuelos y chirridos espantó el caballo, que con una empinada circense arrojó al caballero sobre un montón de piedras. Por suerte, la escena no pasó inadvertida a algunos campesinos que pasaban por la era de un caserío. Éstos no vacilaron en bajar corriendo al camino para ver qué le había pasado al infeliz viajero. El jefe de la expedición se llamaba Juan Calosso y el caserío en que vivía la «Brina». Éste mandó a uno a por el caballo y luego, como buen samaritano, se hizo cargo del herido y mandó llamar a un médico. Pero, ¿por qué tantos cuidados por un desconocido? Porque algún año antes le había sucedido algo parecido al Calosso, cuando volvía de Castelnuovo al pasar el valle de Morialdo. Entonces un clérigo bajó con antorchas y aperos de su casita de los Becchi y le había sacado de una situación que, dada la estación y la hora, se presentaba fatal para el hombre y el animal. Aquel clérigo no había querido oír nada de agradecimiento porque «a lo mejor un día tendré yo necesidad de usted». Aquel día había llegado y con él, las lágrimas del reconocimiento y el compromiso de la recompensa. (Cf. Memorie Biografiche, II, 19; MBe, II, 25-26.) 67
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  • 69. 25 DE ENERO LA FUERZA DE LA ORACIÓN En la vigilia de los últimos exámenes para ser admitidos a las órdenes sagradas, se enteró Don Bosco que debía dar examen también de un tratado cuyas páginas ni siquiera había cortado, pues creía que no tocaba. Tal noticia lo apuró un poco. Luego, en lugar de turbarse, recurrió a san Luis Gonzaga con estas palabras: «Bien se ve que no se trata de alentar mi pereza, sino de evitar los fastidios que pueden nacer de un olvido involuntario». Poco después se acostó y a la mañana siguiente se presentó tan tranquilo ante el tribunal examinador. Respondió a cuantas preguntas y dudas se le suscitaron con notable precisión. Mientras se examinaba, sus labios no dejaban de desflorar una risita que se esforzaba por contener en atención al tribunal. Uno de los examinadores se dio cuenta y le preguntó la razón: «Me río porque hasta ahora no han dejado de preguntarme sobre un tratado que yo, por olvido involuntario, ni siquiera había mirado, tan cierto es lo que digo que las páginas del libro aún no han sido cortadas». Así diciendo, sacó el libro del bolsillo, nuevo, y se lo ofreció al examinador. Éste, en vez de amonestarle, le dijo amablemente: «Querido amigo, te felicito. Sigue rezando con esta confianza en la santa carrera en que entras. Y si ahora has sido escuchado tan pronto y tan bien, la Iglesia estará muy contenta de contarte entre sus ministros. Tu acción sobre las almas será grande». (D'Espiney, Don Bosco, 128.) 69
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  • 71. 26 DE ENERO VIVIRÁ HASTA LOS NOVENTA AÑOS Era un gran consuelo para los bienhechores de Don Bosco el pensamiento de que, ayudándole, cooperaban en los designios de Dios; pero era grandísima la consolación al estar ciertos de una correspondencia afectuosa continua. Antes de que acabase el año escolar 1839-1840, fue al seminario, mandado por su padre, el joven Jorge Moglia, para invitar a Don Bosco a ir a Moncucco para hacer de padrino en el Bautismo del último hijo de Luis Moglia, al que había prestado servicios en calidad de vaquero en el bienio 1827-1828. Más tarde, este recién nacido será alumno del Oratorio durante tres años y comerá siempre en la mesa de Don Bosco. Al aceptar aquella invitación, Don Bosco quería mostrar así su gratitud a la familia que le había hospedado de niño. Después del Bautismo y de una pequeña refección, el seminarista Bosco, antes de marcharse de la granja Moglia, subió a visitar a la señora Dorotea para saludarla. Se lamentó ella porque se sentía agotada de fuerzas y expresó su temor de no volver a recuperar la salud. Juan le dijo: «Anímese y esté alegre; usted llegará a los noventa años». Sobrevivió al mismo Don Bosco, todos los días se encomendaba a él, segura de que la atendería desde el cielo, y murió a los 91 años con el retrato del hombre de Dios, a quien ella había hecho tantos beneficios, sobre el pecho. (Cf. Memorie Biografiche, 1, 485; MBe, 1, 387-388.) 71
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  • 73. 27 DE ENERO BODAS, MUERTE Y... RESURRECCIÓN En 1840 lo tocó a Juan ir a Bardella (barrio de Castelnuovo) con su párroco, para prestar el servicio de subdiácono en aquella iglesia el día de la fiesta. Había, además, aquel año un banquete nupcial, al que asistieron el párroco y el prior de la fiesta; pero Juan, fiel a su propósito, se volvió a casa. Mas he aquí que sufrió un síncope la esposa, y se cambió en luto la alegría general. Se prestaron todos los auxilios posibles, pero al fin hubo que decir: «¡Ha muerto!». Cuarenta y ocho horas después la pusieron en el ataúd y la condujeron a la iglesia parroquial. Cantado el funeral, el cortejo fúnebre se encaminó al cementerio. Ya cerca del cancel, uno de los que llevaban la caja mortuoria dijo al párroco: «¡Parece que la difunta da golpes en la caja!». Todos se echaron a reír, creyendo que era una ilusión. Despejado el cementerio, cuando el sepulturero llevaba la caja a la fosa, también él oyó unos golpes bien marcados en el interior. Entonces, aterrorizado, tomó un hierro para hacer saltar la tapa; pero, de pronto, se detiene recordando en mala hora: que está prohibido abrir un féretro, sin permiso de las autoridades. Va corriendo al pueblo, avisa al alcalde, llama éste al médico y se dirigen a toda prisa al cementerio. Descubierta la caja, el médico encontró que la mujer estaba todavía caliente. Le tomó el pulso y notó que latía; hízole un corte en una vena y salió sangre en abundancia. Entonces la hizo llevar enseguida al pueblo; pero la pobrecita no volvió más en sí y murió a las pocas horas. Juan, que había acudido, fue testigo del hecho, y concluía al narrarlo diciendo que verdaderamente en este mundo «también en el reír padece el corazón, y al cabo la alegría es dolor» (Proverbios 14,13). (Cf. Memorie Biografiche, 1, 499; MBe, 1, 398-399.) 73
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  • 75. 28 DE ENERO ¿POR QUÉ DESPRECIAS TUS BRAZOS? La familia Verniano, por medio de su hijo, contrajo amistad con Don Bosco. Acudían a visitarlo los jueves, pues todos andaban siempre con ganas de oír sus palabras. A Don Bosco no le gustaba la poca modestia de las chicas en el vestir. Podían excusarse las de diez o doce años, mas no las que pasaban de los dieciocho. A una de éstas, un día Don Bosco le dijo: «Me gustaría que me explicases una cosa. Dime, ¿por qué tratas tan mal a tus brazos?». «De ningún modo - intervino su madre-; si usted lo supiera: tengo que reñirla constantemente por su vanidad». «Sin embargo, yo repito - siguió diciendo Don Bosco a la niña-, tú tratas mal a tus brazos, porque cuando mueras, yo deseo que vayas al cielo; y va a resultar que estos tus brazos van a ser arrojados al fuego. Y esto, ¿no es tratarlos mal?». «Pero yo no hago nada malo; y no quiero ir al infierno». «Pues hay que resignarse: las cosas son así: al menos irás al purgatorio, y quién sabe por cuánto tiempo». «Pero, ¿este aviso va también para mí? - exclamó sonrojada una de las mayores-. ¿qué va a ser de mí que llevo tan descubierto el cuello?». «Pues eso; que las llamas de los brazos subirán hasta el cuello y lo envolverán del todo». «¡Entendido! - exclamó la madre-. Me toca a mí poner remedio. Le agradezco su aviso». (Cf. Memorie Biografiche, II, 95; MBe, II, 82-83.) 75
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  • 77. 29 DE ENERO ¡Y LLEGO LA LLUVIA! Don Bosco con sus oraciones y su predicación eficaz, el 15 de agosto de 1864 obtuvo una abundante lluvia sobre los campos de Montemagno (Asti). Hacía tres meses que un cielo plomizo negaba la lluvia a los campos abrasados. Don Bosco, en el primer sermón, dijo al pueblo: «Si venís a los sermones de estos tres días, si os reconciliáis con Dios por medio de una buena confesión, yo os prometo una lluvia abundante». Su fervorosa exhortación venció los corazones. Pero era la Virgen la que había hablado por la boca de Don Bosco. El día de la fiesta de la Asunción hubo una comunión general, como hacía tiempo no se había visto. Y Don Bosco, en casa del marqués Fassati, estaba preocupado. Tocaron las campanas a Vísperas y comenzó el canto de los salmos en la iglesia. Don Bosco, apoyado en la ventana, interpelaba al cielo que parecía inconmovible. Llamó al sacristán: «Juan, vaya detrás del castillo del barón Garofoli, observe cómo se pone el tiempo y si hay algún indicio de lluvia». «Terso como un espejo; apenas si se ve una nubecilla, como la suela de una zapatilla, hacia Biella». «¿Era acaso como la nubecilla del Carmelo en tiempo de Elías?». Don Bosco subió al púlpito y apenas dijo las primeras frases se oyó el prolongado rumor de un trueno y poco después una lluvia torrencial y persistente golpeaba contra las cristaleras. Todos reconocieron el milagro. (Cf. Memorie Biografiche, VII, 725; MBe, XVII, 617-619.) 77
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  • 79. 30 DE ENERO EL PENSAMIENTO DE LA MUERTE La marquesa María Vitelleschi, que sentía un invencible escalofrío pensando en la muerte, al principio del año 1866 escribió así a Don Bosco: «Favorecida por el Señor con tantos bienes de fortuna, tengo, sin embargo, una pena terrible: es el pensamiento de morir. Estoy dispuesta a todo, con tal de que logre ver que cesa este continuo y espantoso tormento. Éste es el único motivo de la presente carta. El tiempo vuela, y la enfermedad que tengo puede traer, quizá pronto, sus fatales consecuencias». Don Bosco le respondió: «Le aseguro que María Auxiliadora ya le ha concedido la gracia pedida. Usted morirá sin ninguna aprensión; más aún, sin darse cuenta apenas de ello». A finales de 1871, dijo un día la marquesa a su marido: «Querido, como hace bastante tiempo que no he hecho confesión general, voy a prepararme para ella durante los últimos días de este año». Fue, se confesó y volvió a casa tan satisfecha que no cabía en sí de alegría. Era el 31 de diciembre. Al día siguiente, primero de año, recibió la comunión y volvió a su palacio exclamando: «¡Qué comunión! ¡Nunca había hecho una comunión como ésta! Vale más que todas las demás de mi vida juntas». De pronto, dijo la marquesa a los sirvientes: «Abrid las persianas, porque hay mucha oscuridad». «Están abiertas de par en par, señora marquesa». «Y sin embargo...». Volviéndose al marido, le dice sonriendo: «Ángel, Ángel, ¡quizá me estoy muriendo! ¿Sabes? ¡Quizá me estoy muriendo!». Fueron sus últimas palabras. Estaba muerta. Sin dolores y sin el menor cambio de fisonomía. (Cf. Memorie Biografiche, VIII, 703; MBe, VIII, 597-598.) 79
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  • 81. 31 DE ENERO DON BOSCO SE VA AL PARAÍSO Desde hacía más de un mes, Don Bosco estaba acostado en lo que habría sido su lecho de muerte. Todavía en la vigilia de su entrada en el Cielo, a quien le hablaba de curación decía: «Mañana haré un largo viaje». En la mañana del lunes 30 de enero pudo todavía recibir la santa Comunión. Fue la última de su vida. La noche siguiente estuvo asistido por algunos hermanos... Pero apenas se tuvo la impresión de que entraba en agonía, corrieron enseguida sacerdotes, clérigos y seglares para rezar al lado del Padre que estaba a punto de dejar huérfanos a sus hijos. A las 3 llegó un telegrama del Vaticano anunciando la bendición del Papa León XIII. Poco después, cesaba el estertor y monseñor Juan Cagliero, llegado de América porque le parecía que una voz interior le invitaba a hacer aquel viaje, susurraba en voz alta: «Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía... Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía... Jesús, José y María, expire en paz con Vos el alma mía». El Beato don Miguel Rua, primer sucesor, y los otros salesianos de la primera hora que habían trabajado al lado de Don Bosco y ahora recogían su preciosa herencia indicada en el lema: «Da mihi animas, cetera tolle», lloraban abrumados por el dolor. A las 4.45 horas Don Bosco expiró. Era el martes 31 de enero de 1888. Tenía 72 años, 5 meses y 15 días. La dolorosa noticia, difundida por la ciudad, produjo una general y profunda impresión: muchas tiendas y comercios cerraron con el consabido letrero: «Cerrado por defunción de Don Bosco». (Cf. Memorie Biografiche, XVIII, 538 passim; MBe, XVIII, 467-472 passim.) 81
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  • 85. 1 DE FEBRERO RECE AL ÁNGEL DE LA GUARDA La mujer del embajador de Portugal debía trasladarse de Turín a Chieri para despachar algunos asuntos. Entonces ese viaje equivalía a arriesgar la propia vida a causa de los muchos bandidos que infestaban los bordes boscosos de las carreteras y más todavía las representadas por el piso de la carretera y el capricho de los caballos que enganchaban en las diligencias de servicio. No hay que maravillarse, por tanto, si antes de partir, además de arreglar las últimas voluntades, esa señora quisiese también arreglar las cosas del alma. Oída la confesión de esta mujer, Don Bosco le indicó que hiciese una determinada limosna. La señora respondió cortésmente que no habría podido cumplir aquella penitencia porque aquel mismo día debía salir de Turín. «Bien, entonces cumpla esta otra: pida a su Ángel de la Guarda rezándole tres veces el Angele Dei que la asista, la preserve de todo mal, para que no se asuste de lo que hoy va a sucederle». La señora, más maravillada que afligida, hizo de corazón la penitencia. Luego subió al carruaje, no escondiendo el sentido de aprensión por la extraña penitencia impuesta por el sacerdote. En un determinado punto de la carretera, los caballos comenzaron a ganar la mano al cochero y a rehusar obstinadamente su guía. No le bastó su pericia para encarrilarlos y al final él, la diligencia y los viajeros, se vieron envueltos en una caída y vuelco de miedo. En este punto la señora recurrió una vez más a su Ángel de la Guarda, invocando espasmódicamente, segura ya de que su confesor había visto claro y la había aconsejado bien. Todos prosiguieron a pie, pero sanos y salvos. Al volver a Turín fue en busca de aquel sacerdote y se convirtió en su admiradora y bienhechora. (Cf. Memorie Biografiche, II, 168; MBe, II, 136-138.) 85
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  • 87. 2 DE FEBRERO UN TRUENO PROVIDENCIAL Cuando el Oratorio de San Francisco de Sales en casa Pinardi no era ya suficiente para los muchachos que acudían a montones, Don Bosco tuvo que pensar en abrir otro. Lo encontró y lo pidió a la propietaria, la señora Vaglienti. Pero ésta pedía demasiado y permanecía obstinadamente inflexible a las razones y a las oraciones del pobre sacerdote, cuya bolsa no podía someterse a tal gasto. Mientras Don Bosco trata de convencer a la señora Vaglienti, de repente el cielo, que durante estos tristes tratos se había nublado, soltó un trueno tan fuerte que sacudió toda la casa, y un relámpago deslumbrador cegó los ojos de los interlocutores. Muerta de miedo, la señora cambió inmediatamente de conversación y exclamó: «¡Dios me salve del rayo, le cedo la casa por lo que usted me ofrece!». No se oyeron otros truenos, el cielo escampó casi enseguida y la buena señora maravillada por lo acontecido, no puso ninguna dificultad más, sino que se contentó con el precio que el pobre Don Bosco le ofrecía. (Cf. D'Espiney, Don Bosco, 131.) 87
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  • 89. 3 DE FEBRERO DON BOSCO Y SAN BLAS Era el año 1868 - dejó escrito don Juan Garino-, y yo me encontraba en el Colegio de Mirabello Monferrato, cerca de Casale, como profesor del cuarto curso de Bachillerato. El 3 de febrero por la mañana, día de san Blas, fui como todos a recibir la bendición de la garganta. Al salir de la iglesia comencé a sentir un dolor que me molestaba bastante al tragar la saliva. Don Bosco vino a Mirabello unos días después y yo me presenté a él con un compañero (creo que era don Pablo Albera), el cual le dijo a Don Bosco: «Don Bosco, ¿sabe la gracia que le ha hecho san Blas a Garino? ¡Fue a recibir la bendición de la garganta sin ningún mal y desde entonces le duele!». Don Bosco, sonriendo, me dijo que aguantase el mal hasta la Anunciación (25 de marzo). Y así fue. Daba lo mejor que podía un poquito de clase, aunque con mucha dificultad; llegó el día 25 de marzo y después de comer, mientras me entretenía con algunos alumnos míos en el patio, de repente, me sentí totalmente libre de la molestia que desde san Blas no me había dejado en paz. Entonces me acordé de las palabras de Don Bosco y conté el caso a mis alumnos, los cuales, ya llenos de admiración por él, la tuvieron después mayor. (Cf. Memorie Biografiche, IX, 74; MBe, IX, 79-80.) 89
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  • 91. 4 DE FEBRERO INCREÍBLE HISTORIA DE UN CÁLIZ Hacia el final de 1846, Don Bosco necesitaba un cáliz, pero no sabía cómo adquirirlo, pues no tenía dinero para comprarlo. Cuando he aquí que una noche soñó que en su baúl había depositada una cantidad suficiente para ello. Salió a Turín, por la mañana, para varios asuntos y, mientras caminaba, le vino a la memoria el sueño; pensó en la alegría que iba a tener si el sueño fuera realidad, y fue tal la impresión que experimentó, que se determinó volver a casa enseguida para registrar el baúl. Así lo hizo y encontró en él ocho escudos, precisamente el importe del cáliz. Nadie había podido ponerlos allí, pues el baúl estaba siempre cerrado. Margarita, su madre, no tenía dineros como para darle semejantes sorpresas y también ella quedó extrañada cuando supo lo ocurrido. (Cf. Memorie Biografiche, III, 31; MBe, III, 36.) 91
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  • 93. 5 DE FEBRERO Si TU TE QUEDARAS CIEGO... Don Bosco hacía auténtica catequesis, predicaba sermones, en forma familiar, hasta en la plaza. En cierta ocasión (1846), estaba en Puerta Palacio, rodeado de gente del pueblo, y empezó sus razonamientos sobre la necesidad de escuchar la palabra de Dios. Estaban presentes algunos descarados mozalbetes que no querían escuchar y encima estorbaban a los otros. Don Bosco les rogó que estuvieran quietos, pero en vano. Un tal Botta alzó más la voz y dijo: «No queremos oír sermones». «¿Y... si te quedaras ciego en este instante, querrías escuchar la palabra de Dios?», le preguntó Don Bosco. «¡Hum! ¡Me gustaría ver quién es capaz de dejarme ciego!». Y se volvió al compañero gritándole con rabia: «¡Granuja! ¿Por qué escapas? ¿Tienes miedo? ¡Ven aquí!». «¡Pero si estoy a tu lado...!». «Pues no te veo... pero... ¿qué es esto?. no veo nada...». Fue aquello un espanto general: todos se pusieron a suplicar a Don Bosco que restituyera la vista a aquel desgraciado. El mismísimo Botta se lo suplicaba: «Don Bosco, ruegue por mí. Pido perdón». Y se puso de rodillas llorando. «Recita el acto de contrición; nosotros rezaremos, pero promete, entretanto, que irás a confesarte, y el Señor te concederá de nuevo la vista». «Sí, sí, ahora mismo me confieso». Y quería confesarse allí mismo. Entonces Don Bosco rezó una oración junto con los circunstantes. Y el muchacho hizo que, al caer de la tarde, le acompañaran a confesarse. 93
  • 94. Al acabar, recobró la vista. (Cf. Memorie Biografiche, III, 491; MBe, III, 381-382.) 94
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  • 96. 6 DE FEBRERO UNA CURACIÓN ESPECIAL Don Bosco era famoso por sus bendiciones a los que sufrían dolor de muelas. Un día, atravesaba la Plaza de Manuel Filiberto, junto a la Plaza de Milán, en dirección a la ciudad. Unos muchachos acompañaban a un amigo suyo, atormentado por un fuerte dolor de muelas, que gritaba fuera de sí y blasfemaba horriblemente. Los compañeros, al ver a Don Bosco desde lejos, le dijeron: «Mira, mira; Don Bosco viene por allí hacia nosotros; encomiéndate a él; dile que te dé su bendición». Entretanto, Don Bosco llegó a ellos; pero el pobrecito no quería escuchar las palabras que el buen sacerdote se esforzaba en repetirle. Al fin, con sus amables exhortaciones, logró que el muchacho se calmara. Se arrodilló, recitó el acto de contrición pidiendo perdón a Dios por las blasfemias proferidas y prometió ir a confesarse. Don Bosco le dio la bendición y el dolor de muelas cesó. La noticia corrió tanto que los atormentados por semejante dolor iban a él para que los bendijese y curaban instantáneamente. Pero Don Bosco, para disminuir la concurrencia y para que no le atribuyeran aquellas curaciones, empezó a sugerir o hacer que otros aconsejaran a tales enfermos algún acto especial de piedad en honor del Santísimo Sacramento, de María Santísima o de san Luis. Y apenas cumplían aquel acto piadoso, cesaba el dolor. (Cf. Memorie Biografiche, III, 492; MBe, III, 382-383.) 96
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  • 98. 7 DE FEBRERO LA BOLSA 0 LA VIDA En el mes de agosto de 1846, tras una grave enfermedad, Don Bosco se retiró a la casa paterna para terminar allí su convalecencia. Hacia el caer del día, volvíase a casa tan tranquilo desde Capriglio, pueblo de su madre. Estaba para internarse por un bosquecillo, cuando se sintió sacudido por una voz fuerte, que le gritó: «¡O la bolsa o la vida!». «Pero tú, ¿qué le harías a Don Bosco? ¿Tendrías agallas para quitarle la vida? ¿Éstas son tus promesas?». Don Bosco pudo hablar así porque reconoció en aquel desgraciado a uno que había estado en la cárcel de Turín y que él había atendido en sus necesidades de alma y cuerpo. «Don Bosco, perdóneme. Me abrieron la prisión el otro día... Me fui a casa, pero nadie quiso recibirme. Incluso mi madre me volvió las espaldas. No como desde hace dos días... Ya no hay paz para mí». «Te la he dado tantas veces en la cárcel y te la daré ahora que estás libre». Se confesó y luego Don Bosco lo llevó a la Casita de los Becchi. El pobrecito comió un poco de menestra. Rezó las oraciones. Fue al cuartito que le destinaron para dormir, pero no se acostó. A la mañana siguiente asistió más calmado ya a la Misa en la capilla de Morialdo y aceptó un poco de desayuno. Don Bosco, para completar la obra, seguro de su conversión, le dio una carta para su párroco. Por este camino fue de nuevo admitido en casa, recibido como hijo y hermano; y el poco tiempo que todavía vivió, sirvió para edificar a todos con su cambio. (Cf. Francesia, Vita di Don Bosco, 126.) 98
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  • 100. 8 DE FEBRERO DON BOSCO Y EL ENLOQUECIDO El prado Filippi, que Don Bosco había alquilado para su Oratorio, se secaba, y así recibió con los quince días de costumbre por adelantado la despedida. Al mismo tiempo expiraban los tres meses que la marquesa Barolo le había concedido para que se decidiera a dedicarse exclusivamente a sus Institutos. Echado de un sitio y de otro con sus muchachos, pero persuadido de que pronto o tarde tendría que suceder lo soñado, solía animarse a sí y a sus compañeros diciéndoles que tuviesen paciencia, porque ya estaba preparado un hermoso local para el Oratorio, un amplio patio con pórticos, iglesia, clérigos y sacerdotes y que pronto entrarían en posesión de ello. Este modo de hablar entre en serio y en broma, con cierto aire persuasivo, hizo nacer en muchos la sospecha de que el cerebro andaba flojo. Por eso, unos lo compadecían, otros se burlaban y casi todos lo abandonaron. Don Pacchiotti, su compañero en el Refugio, oyendo a Don Bosco que habría hecho una iglesia, salió con esta exclamación: «Si usted es capaz de levantar una iglesia, yo me como un perro». Yo que escribo estas líneas he visto a aquel incrédulo, en el día en que se puso la primera piedra del Oratorio de San Francisco de Sales, acercarse a Don Bosco y decirle estas palabras: «Me alegro inmensamente con esta fiesta, pero espero me perdone la apuesta que hice». «¿Qué apuesta?», preguntó Don Bosco. «¡La de comerme un perro!», dijo don Pacchiotti. Y alejándose decía: «Ahora creo todo y más todavía de lo que se decía en aquellos días tristes». (Cf. Francesia, Vita di Don Bosco, 128.) 100
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  • 102. 9 DE FEBRERO DON BOSCO Y LA MARQUESA BAROLO La marquesa Barolo, que había ayudado de diversas maneras a Don Bosco, viéndolo tan fijo en la idea del Oratorio, de la iglesia, de los clérigos y sacerdotes, decía: «¡Recemos por Don Bosco, recemos por Don Bosco! ¡Pobrecillo, tan bueno! ¡Corre el peligro de volverse loco!». Esta piadosa señora, con la idea de prestarle un servicio caritativo, pidió a dos venerables sacerdotes turineses que se encargaran de llevarlo al hospital de los locos, donde ella se proponía curarlo a costa suya. Era un día de fiesta, y Don Bosco estaba en medio de sus más de trescientos muchachos, asistiéndolos en el recreo ruidoso e inocente al aire abierto del prado. En un momento llega un carruaje de la ciudad, se para junto al prado, bajan de él los dos sacerdotes, y con desenvoltura, se acercan hacia Don Bosco y le invitan a seguirlos para una obra buena. Don Bosco, mientras tanto, hizo entrar antes a los dos sacerdotes en el coche y luego, por último, subió también él. El manicomio estaba a dos pasos del patio del Oratorio, y en un momento se encontraron a su puerta. Pero Don Bosco, apenas el carruaje estuvo cerca del manicomio, abrió la portezuela, bajó, volvió a cerrarla y regresó contento y afortunado en medio de sus jóvenes. Al verlo de nuevo, fue saludado con un grito de alegría, y hasta bastante tarde el recreo continuó animado y jubiloso, según costumbre. Los dos sacerdotes se rieron un poco de su aventura, luego se hicieron llevar a casa. Al encontrarlo por el camino, le dijeron: «¡Ah, granuja, nos has ganado; te has dado cuenta! ¿Eh? ¡Bien!». (Cf. Francesia, Vita di Don Bosco, 128.) 102
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  • 104. 10 DE FEBRERO LAS CAMPANAS TOCAN SOLAS El prado donde jugaban los chicos recogidos por Don Bosco había sido desalquilado y el 5 de abril, Domingo de Ramos, iba a ser el último día que se reunieran en él. Muy amargado, pero confiando siempre en Dios y en la Santísima Virgen, Don Bosco pensó poner a prueba las oraciones de sus jovencitos, muchos de los cuales eran verdaderos ángeles. Por esto, en la mañana de aquel domingo, reunidos en el prado, después de haber confesado a muchos, les anunció que irían a Misa a la Virgen del Campo, convento a dos kilómetros de Turín, como en peregrinación. Iban todos recogidos y rezando el rosario o cantando cantos sacros, cuando he aquí que al entrar en el camino que lleva de la carretera al convento, todas las campanas de la iglesia se pusieron a tocar a rebato. Era la primera vez que acontecía algo semejante y jamás tuvieron una acogida tan clamorosa. De ahí que Don Bosco quisiera agradecérselo vivamente al Padre Fulgencio, guardián del convento y entonces confesor del rey Carlos Alberto. Pero don Fulgencio respondió que ni él ni nadie del convento habían dado la orden de repicar las campanas a su llegada. El hecho es que las campanas sonaron y por mucho que el guardián indagó no consiguió descubrir quién las había tocado; las campanas habían repicado solas. (Cf. D'Espiney, Don Bosco, 138.) 104
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  • 106. 11 DE FEBRERO PASCUA DE RESURRECCIÓN Reunidos los jóvenes en la iglesia del convento de la Virgen del Campo, Don Bosco comenzó la celebración de la Santa Misa. En el sermón comparó su pequeño ejército a pájaros a los que se les había tirado el nido al suelo, y les recomendó que rezasen a la Virgen para que les proveyese de uno más estable y más seguro. Por la tarde, los jóvenes volvieron más numerosos y, mientras alegres ensordecían el aire con sus gritos, corrían y se divertían, Don Bosco, que observaba con tristeza aquel recreo, se quedó distraído de aquel pensamiento al ver llegar a un hombre que le ofreció en alquiler un caserío cubierto cerca de allí. Don Bosco fue enseguida a ver el lugar: encontró que iba bien para su proyecto. Habló con el dueño: trató del precio y de las condiciones, y luego, con el alma santamente contenta, volvió con sus jóvenes para anunciarles el sitio donde se reunirían el domingo siguiente, 12 de abril, Pascua de Resurrección. Fue un momento de conmoción y de indescriptible entusiasmo. Don Bosco, después de decir algunas palabras sobre el feliz resultado de la peregrinación a la Virgen del Campo, invitó a todos a rezar el Rosario. Fue aquélla la oración de acción de gracias a la Madre celestial, que tan pronto los había amorosamente escuchado. (Cf. Francesia, Vita di Don Bosco, 113.) 106
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  • 108. 12 DE FEBRERO DON BOSCO LEE LA CONCIENCIA Hubo en los primeros años del Oratorio un muchacho natural de Biella, el cual, al llegar a Turín, entró a confesarse en la iglesia de la Consolación y después fue al Internado de Valdocco, donde había sido aceptado en calidad de estudiante. Estaba Don Bosco hablando con los muchachos que le rodeaban sobre el discernimiento de los corazones y le recordaban ellos alguna revelación sorprendente de ciertos secretos, que él había hecho. Escuchaba el alumno recién llegado la conversación, y de repente se atrevió a decir: «Don Bosco, le desafío a leer mis pecados». Don Bosco, cuando lo tuvo al lado, lo miró a la frente y le dijo unas palabras al oído. La cara del muchacho se encendió como una brasa. Volvió Don Bosco a mirarlo a la frente y díjole de nuevo alguna otra palabra en secreto, que tal vez precisaba de una manera pormenorizada su vida pasada. El muchacho se echó a llorar y gritó: «¡Usted es el que me confesó esta mañana en la iglesia de la Consolación! ¡Esto no se puede hacer!». «¡Imposible!, interrumpieron los compañeros; Don Bosco no ha salido de casa esta mañana; ni podía saber que tú te hubieras confesado. Estás muy lejos de la verdad, porque todavía no sabes quién es Don Bosco». Ante aquellas evidentes razones, el buen muchacho se tranquilizó y desde aquel instante puso toda su confianza en Don Bosco. (Cf. Memorie Biografiche, VI, 458; MBe, VI, 348.) 108
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  • 110. 13 DE FEBRERO ¡HE PERDIDO MIS PECADOS! ¿Quién no recuerda el caso de aquel muchacho que, cuando se hicieron ejercicios espirituales por primera vez en el Oratorio de Valdocco, escribió sus pecados y luego perdió la hoja donde los había escrito? El pobrecito iba entre sus compañeros preguntando medio en lombardo y medio en italiano: «¿Quién ha encontrado mis pecados?». Todos le miraban con aire sonriente y sólo podían admirar su simplicidad. Pero se lo encontró Don Bosco y paternalmente le exhortó a que se confesara con él. «Pero si no me acuerdo de nada». «Ya te diré yo tus pecados; no lo dudes». Fue con él a la capilla donde entonces estaban devotos y contentos, casi como ahora en María Auxiliadora, y se le arrodilló cerca. Cuando oyó que le repetían no confusamente, como lo habría hecho él, sino con orden y precisión la dolorosa historia de su conciencia, dejó por un momento su seriedad y compostura externas y le dijo en su dialecto: «Ha sido usted, ha sido usted», como si quisiera decirle: «Usted se ha encontrado mis pecados». Los jóvenes estaban acostumbrados a comprobar este señalado don del Cielo que le consentía a Don Bosco leer claro en las conciencias de sus hijos, y decían: «Quien se va a confesar con Don Bosco sólo tiene que decir: "¡Sí, señor!". Él hace el examen y actúa de tal forma que nos deja completamente tranquilos». (Cf. Francesia, Don Bosco amico delle anime, 184.) 110
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  • 112. 14 DE FEBRERO MULTIPLICACIÓN DE LAS HOSTIAS Se celebraba en el Oratorio de Valdocco una de las fiestas más solemnes. Se habían confesado cerca de seiscientos cincuenta jóvenes y estaban preparados para recibir la Santa Comunión. Don Bosco comenzó la Santa Misa persuadido de que en el sagrario estaba el copón lleno de hostias consagradas. Pero en la comunión tuvo la amarga sorpresa de constatar el olvido del sacristán. Desolado por tener que dejar a tantísimos sin poder recibir el Sacramento, alzó los ojos al cielo y continuó distribuyendo comuniones. Y he aquí que, con gran maravilla suya y del pobrecito sacristán Buzzetti, que de rodillas y confundido pensaba en el disgusto ocasionado a Don Bosco con su olvido, veía él que las hostias iban creciendo entre sus manos de forma que pudo dar la comunión a todos los muchachos con las formas enteras. Al terminar la función, Buzzetti, fuera de sí, contó lo ocurrido a sus compañeros, algunos de los cuales habían advertido el hecho y, para comprobarlo, enseñaba el copón lleno de hostias que tenía preparado en la sacristía. Quince años después, el 18 de octubre de 1863, Don Bosco mismo confirmó la verdad de este hecho. Estaba hablando en privado con algunos de sus clérigos; le preguntaron sobre la verdad de lo que contaba Buzzetti. Don Bosco se puso un tanto serio y, al cabo de un rato, respondió: «Sí, había muy pocas hostias en el copón y, no obstante, pude dar la comunión a todos los que se acercaron al comulgatorio, que fueron muchos. Con este milagro quiso demostrar Nuestro Señor Jesucristo cuánto le agradan las comuniones frecuentes y bien hechas». Y habiéndole preguntado qué sentimientos experimentaba en aquellos momentos en su corazón, contestó: «Estaba conmovido, pero tranquilo. Yo pensaba: es un milagro mayor el de la consagración que el de la multiplicación. Pero sea bendito el Señor por todo». (Cf. Memorie Biografiche, III, 441; MBe, III, 344-345.) 112
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  • 114. 15 DE FEBRERO LA ULTIMA CONFESION DE CARLOS Un día vinieron a llamar a Don Bosco para atender a un joven que frecuentaba ordinariamente el Oratorio y que se hallaba gravemente enfermo. Don Bosco no estaba y no volvió a Turín hasta dos días después y sólo al día siguiente, a eso de las cuatro de la tarde, pudo acudir a la casa del enfermo. Subió para saludarlo y animar a los padres a quienes encontró deshechos en llanto. Le dijeron que Carlos había muerto aquella misma mañana. Pidió entonces Don Bosco pasar a ver al difunto para estar con él una vez más. Se acercó al lecho y le llamó por su nombre: «¡Carlos!». Él, como si despertara de un profundo sueño, abrió los ojos, miró en torno, se incorporó un poco y dijo: «¡Oh, Don Bosco! ¡Si usted supiera! ¡Cuánto le he esperado: le buscaba precisamente a usted..., le necesito mucho. Es Dios quien lo ha mandado...! ¡Qué bien ha hecho viniendo a despertarme! Me parecía estar arrojado en una oscura caverna, tan estrecha que sentía que me faltaba el aliento. Al fondo en un espacio más vasto y mejor alumbrado eran sometidas a juicio numerosas almas y yo veía con creciente terror que muchas de ellas eran condenadas. Llegó por fin mi turno y ya estaba a punto de padecer la misma condena y su misma horrible suerte, por haber hecho mal mi última confesión, cuando usted me despertó en ese preciso instante». Contó, además, que había caído desgraciadamente en una culpa, que consideraba mortal y de la que había tenido firme intención de confesarse. Se confesó con otro sacerdote desconocido, con el cual no tuvo ánimo para confesar la culpa cometida. Por tanto, se confesó con verdadero dolor y, recibida la absolución, cerró los ojos y, serenamente, expiró. (Cf. Memorie Biografiche, III, 495; MBe, III, 385-387.) 114
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  • 116. 16 DE FEBRERO EL SACERDOTE DE LA POLENTA Un día se presentó a Don Bosco un hombre pidiéndole limosna. Decía que tenía cuatro o cinco hijos a los que no había podido dar de comer desde el día anterior y que, los pobrecitos, se morían de hambre. Don Bosco lo miró con aire compasivo y empezó a registrar por aquí y por allá, hasta que encontró cuatro perrillas y se las dio, acompañadas de una bendición. Don Bosco, que había leído en el corazón de aquel hombre, vio que era sincero y le habría dado cien liras... pero no las tenía. En efecto, era trabajador y estaba muy encariñado con su familia: había llegado a ese estado de indigencia sólo por la mala fortuna. Algún tiempo después, uno del Oratorio encontró por Turín a aquel hombre a quien Don Bosco había dado las cuatro perrillas. Preguntado, dijo que con aquellos céntimos había ido a comprar harina de maíz y había hecho polenta. Que todos habían comido hasta saciarse y que, después de la bendición de Don Bosco, los asuntos de su casa iban mejorando de día en día. En casa, añadió, habían dado a Don Bosco el sobrenombre del cura del milagro de la polenta, porque con cuatro perrillas de harina, al precio que se paga, escasamente habría habido para dos personas y, en cambio, comieron y se saciaron hasta siete. (Cf. Memorie Biografiche, III, 493; MBe, III, 383-384.) 116
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  • 118. 17 DE FEBRERO DIOS PERDONA TODO Encontrábase gravemente enfermo en Turín cierto empleado del gobierno, que había intervenido en la ejecución de ciertas leyes contra los derechos de la Iglesia. Hacía tiempo que vivía alejado de los sacramentos: la lectura de pésimos diarios había apagado en su corazón todo sentimiento de fe. Don Bosco, enterado de su estado precario de salud por el hijo que frecuentaba con asiduidad e interés el Oratorio de Valdocco, quiso ir a visitarlo. Apenas llegado, le preguntó cómo estaba: «Como me ve», respondió secamente el enfermo. Recitó tres Avemarías con el hijo y le mandó a la sala. Luego Don Bosco preguntó a aquel hombre con naturalidad por sus estudios, por los cargos que había ocupado, haciéndole hablar de los años de su adolescencia, de su juventud, de su edad madura. Comenzó el enfermo a soltar alguna confidencia y Don Bosco, sin dar muestras de que investigaba, bromeando y compadeciendo las flaquezas humanas, arrancó de sus labios cuanto bastaba para formarse un somero juicio del estado de su alma. Entonces, viéndolo muy cansado, le dijo: «Ahora, si quiere, le doy la absolución». «Pero antes de la absolución hay que confesarse y yo no quiero hacerlo». «Pero usted ya se ha confesado, y yo lo he comprendido todo. Ahora rece el acto de contrición. Porque Dios lo perdona todo». El enfermo rompió a llorar y luego exclamó: «¡Ah, sí; Dios es verdaderamente bueno!». Entendiendo Don Bosco que le restaban pocas horas de vida, apoyándose en las declaraciones del médico, se dio prisa. Hízole todavía algunas preguntas y, persuadido de que estaba dispuesto a hacer lo que le pedía la Iglesia, lo absolvió, dejándolo muy sereno. (Cf. Memorie Biografiche VI, 37-38; MBe, VI, 39-40.) 118
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  • 120. 18 DE FEBRERO DON BOSCO EN BUSCA DE DINERO El día 20 de enero de 1858, Don Bosco debía liquidar una cuantiosa deuda y no tenía ni un céntimo. El acreedor había esperado algún tiempo, pero ya no admitía dilación. Llegó el día 12 y seguía Don Bosco sin el menor asomo de esperanza. Al verse en aquellos aprietos, dijo a unos muchachos aparte: «Hoy necesito una gracia particular: voy a Turín, quiero que durante el tiempo que esté fuera, haya uno de vosotros en la iglesia orando». Así se hizo. Don Bosco salió a la ciudad y los muchachos se turnaron para rezar en la iglesia. Caminaba Don Bosco por Turín; ya cerca de la iglesia de los Lazaristas se le presentó un señor desconocido y después de saludarlo, le preguntó: «Don Bosco, ¿es verdad que le hace falta dinero?». «¡No sólo me hace falta, tengo verdadera necesidad!». «Pues si es así, tome», y le entregó un sobre que contenía varios billetes de mil liras. «Tómelo y aprovéchelo para sus muchachos». «¡Gracias, y que la Virgen se lo pague!. Y si usted quiere le doy un recibo». «No es necesario». Tomó Don Bosco los billetes que el desconocido le entregaba y añadió: «Dígame al menos su nombre para conocer a mi bienhechor». «¡No averigüe más! El donante no quiere ser conocido: sólo desea que se rece por él». Así diciendo se marchó a toda prisa. Era un rasgo evidente de la divina Providencia. Don Bosco envió en seguida el dinero a su acreedor. (Cf. Memorie Biografiche, VI, 174-175; MBe, VI, 139-140.) 120
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  • 122. 19 DE FEBRERO UNA RECETA DE DON BOSCO En 1858, Don Bosco y Don Rua fueron a Roma. Llegados a un pueblo llamado Palo, el conductor invitó a los pasajeros a apearse, porque quería que descansaran los caballos y echarles un pienso. Dado que la parada duraba una hora, Don Bosco y el clérigo Rua aprovecharon para entrar en un mesón. La mesa estuvo enseguida a punto y los dos famélicos viajeros se sentaron frente a frente y comieron cuanto les pusieron delante. Mientras tanto, el hombre que les había servido se acurrucó en un rincón de la sala, envuelto en una manta, tan demacrado, acabado, tembloroso y pálido, que parecía la imagen de la muerte. Mediada la comida, se acercó a Don Bosco y le dijo: «¿Usted se ha mareado, verdad, reverendo?». «¡Ciertísimo! y ahora tengo gran apetito». «Pues bien, escúcheme: no coma más, que le fastidiará y le hará daño». Don Bosco se lo agradeció y entabló con él una conversación por la que vino a saber que aquel hombre era el dueño del mesón y hacía tiempo que era víctima de unas fiebres tan fuertes, que le ponían al borde de la muerte. Y preguntaba si conocía alguna medicina para su mal. «Sí que la tendría. Desde hoy comience a rezar un Padrenuestro y una Avemaría en honor de san Luis y una Salve a la Santísima Virgen durante tres meses. El domingo vaya a cumplir con sus devociones y, si tiene fe, esté seguro de que le dejará la fiebre». Tomó luego un pedazo de papel, escribió a lápiz su receta y le encargó que la llevara a un farmacéutico. El mesonero estaba fuera de sí por la alegría. Y, no sabiendo cómo demostrarle su agradecimiento, besaba y volvía a besar la mano de Don Bosco. (Cf. Memorie Biografiche, V, 816; MBe, V, 579-580.) 122
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  • 124. 20 DE FEBRERO DON BOSCO Y EL VINO También en la bebida Don Bosco era modelo de templanza. Aunque viniera de un pueblo donde se hace un vino excelente, bebía poquísimo, y sólo en las comidas, y aun esto siempre echándole agua. Hasta 1858 y más adelante, la cantina del Oratorio estaba abastecida en parte por el municipio, que mandaba casi cada semana una mezcla, no demasiado agradable, de muestras de vinos y fondos de cubas que quedaban en el mercado; Don Bosco bebía también aquellas mezclas. Muchas veces se olvidaba también de beber, y tocaba a los que estaban cerca de él echarle vino. Si el vino era bueno, buscaba en seguida el agua para hacerlo más bueno, y decía: «¡He renunciado al mundo y al demonio, pero no a las pompas!». Fuera de las comidas, en casa no tomaba nunca nada; huésped, en casa de otros, para complacer a los dueños a veces aceptaba alguna gota de vino con agua. (Cf. Lemoyne, Vita di San Giovanni Bosco, II, 201.) Después de la grave enfermedad que tuvo en Varazze durante el curso de 1871-1872, solía beber un poco de vino en las comidas, y siempre muy aguado... Después de aquella enfermedad, encargose una buena señora (la duquesa de Laval Montmorency) de proveerle cada mes con doce botellas de vino generoso, para sostener su depauperada constitución, y nunca llegó a consumirlas todas en un mes; y, aunque las compartía con los comensales, cada mes sobraban unas cuantas, hasta el punto de que, a su muerte, se halló un remanente que sirvió durante unos años para los días de comidas extraordinarias. (Cf. Memorie Biografiche, X, 314; MBe, X, 291.) 124
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  • 126. 21 DE FEBRERO UN PRINCIPADO PARA SIEMPRE Don Bosco en Roma fue invitado a ir a casa de Odescalchi para consolar el corazón de la señora. Ésta acompañó luego a Don Bosco a las habitaciones donde yacían enfermos sus dos hijos. Quería que Don Bosco los curase... Pero apenas Don Bosco los vio, se dirigió a ella y le dijo: «Señora Princesa, es preciso que haga el sacrificio». La noble mujer puso las manos en los costados y, fijándolos como airada, puso dos ojos tan blancos que casi metían miedo. Y dijo: «No era necesario que viniese de Turín para anunciármelo. Me habían dicho tantas cosas y esperaba...». «Señora Princesa, "Deus superbis resistit, humilibus autem dat gratiam" (Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes)». Y se dispuso a marcharse. La Princesa, que era bastante virtuosa, se arrepintió enseguida, supo frenarse y, habiéndose dado cuenta de que había hablado mal, se corrigió y casi llorando, dijo: «¡Perdone a una pobre madre! ¡Quién sabe si no será mi demasiado amor lo que los haga morir! ¡Rece por mí y me los bendiga!». Don Bosco volvió atrás, fue a las habitaciones donde estaban acostados y los bendijo. Como las hojas de otoño, uno tras otro aquellos dos hijos desaparecieron, dejando un inmenso vacío en el alma de la madre. Don Bosco dijo: «Dejan en tierra un principado de poco valor; van a poseer otro que nunca verá su fin. Les hablé de este cambio y me miraron con aire agradecido, como si me quisieran expresar la idea que hasta ahora nadie se había atrevido a decirles con tanta confianza». (Cf. Francesia, Due mes¡ con Don Bosco a Roma, 118.) 126
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  • 128. 22 DE FEBRERO ¿SACERDOTE? ¡ANTES MUERTO! Acompañada por el hijo menor, fue un día a visitar a Don Bosco una señora, perteneciente a una noble familia turinesa, que pasaba por muy religiosa. Don Bosco, entre otras cosas, le preguntó: «Y de su primogénito ¿qué quiere hacer?». «Será un diplomático como su padre. El segundo está en la escuela militar y se esfuerza por llegar a general». «Y a éste lo haremos sacerdote; ¿de acuerdo?». A la palabra sacerdote, la visitadora, casi asustada, permaneció un instante muda; luego, reanimada por el furor, gritó: «¡No, sacerdote no: antes muerto!». Don Bosco profundamente entristecido por semejante respuesta, trató de hacer razonar a la señora. Todo fue inútil. Ocho días después, Don Bosco la vio presentarse, temblando toda ella y, con los ojos hinchados, rogarle que fuera a su casa para bendecir al hijo: se estaba muriendo. Don Bosco la acompañó. El niño le agarró la mano y se la besó respetuosamente. En aquel momento, los médicos, después de haberse consultado, declararon cándidamente desconocer completamente la naturaleza del mal. Y el niño dirigiéndose a su madre, le dijo: «Mamá, han sido tus palabras las que me han matado. ¿Te acuerdas cuando vimos a Don Bosco? Dijiste que preferías verme muerto antes de darme a Dios. Y el Señor me lleva consigo». Don Bosco, aterrado por la triste escena, trató de confortar a aquella familia exhortándola a resignarse a la voluntad de Dios. Apenas salió de allí, le anunciaron la muerte del pequeño. (Cf. D'Espiney, Don Bosco, 259.) 128
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  • 130. 23 DE FEBRERO PARA TENER LA PAZ El conde de Camburzano, adicto amigo y bienhechor de Don Bosco, solía hablar de él y de su obra, no ocultando la admiración que sentía más por los dones sobrenaturales con que Dios le había enriquecido que por su obra en continua expansión. Un día en Nizza Mare, hablando de Don Bosco, había acabado por arrancar sonrisas de compasión. Una señora, que más que nadie trataba de ridiculizar las afirmaciones del conde, lo interrumpió con estas palabras: «Me gustaría ver si ese reverendo sabe decirme el estado de mi conciencia». La señora escribió allí mismo a Don Bosco. El conde metió la carta cerrada dentro de un sobre con una hoja en la que le rogaba diera alguna palabra de consuelo a aquella pobre dama. Don Bosco respondió con su acostumbrada puntualidad al conde: «Diga a esa señora que, para alcanzar la paz, debe reconciliarse con su marido, del que se ha separado». Y en una esquelita para la dama, añadía: «Su señoría puede quedar tranquila arreglando sus confesiones, desde hace veinte años hasta el presente; y corrigiendo los defectos cometidos en el pasado». ¿Cómo hacía Don Bosco para saber aquellas cosas y de qué manera? La verdad es que Dios descendía de aquel modo en su ayuda, llamado especialmente por sus manifestaciones de celo, que no lo hacían segundo a ninguno en las batallas por el bien de las almas y los triunfos de la Iglesia. (Cf. Memorie Biografiche, VI, 29; MBe, VI, 34.) 130
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  • 132. 24 DE FEBRERO LA PAZ DE VILLAFRANCA En 1859, mientras hervía la guerra en Lombardía, una tarde la condesa Cravosio tuvo que acompañar a su pobre madre a visitar a Don Bosco. Tenía un hijo en el ejército y un hermano ya herido. Después de haberlas saludado con brevísimas palabras y acomodado a su lado, Don Bosco dijo a la madre: «Señora condesa, sé lo que usted quiere decirme, pero sea valiente. (Y bajó el tono de voz.) Esta misma noche firmará Napoleón la paz y la guerra habrá terminado». Al día siguiente, hacia las siete de la mañana, las dos condesas iban a oír Misa en la iglesia de San Dalmacio. Al atravesar la calle Garibaldi, oyeron gritar a los vendedores de periódicos: «¡La paz de Villafranca firmada esta noche por el emperador Napoleón, Víctor Manuel y el emperador Francisco II de Austria!». Después de la Misa, las dos condesas volvieron a ver a Don Bosco que, en el patio, fue a su encuentro y les dijo en seguida: «Demos gracias al Señor de que los pactos hayan sido aceptados». Y las acompañó a la iglesia donde rezaron un poco. ¿Qué había pasado? La condesa Cravosio había hablado con Don Bosco la tarde del 6 de julio hacia las ocho. Napoleón III estaba en Villafranca: estaba horrorizado por la carnicería que había visto en Solferino. El 11 de julio, los dos emperadores se encontraron en Villafranca, convinieron las condiciones y se hizo la paz. (cf. Memorie Biografiche, VI, 247; MBe, VI, 195-196.) 132
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  • 134. 25 DE FEBRERO RESERVADO A LAS MAMÁS En 1930 moría en Paysandú (Uruguay) Antonio Bruno, a la hermosa edad de 84 años. De ellos, sesenta los había pasado en calidad de coadjutor de la Congregación Salesiana. Había nacido en Rubiana (Turín) el 18 de agosto de 1845. Su oficio era cocinero y lo hacía muy bien. Había sido alumno de Don Bosco en Valdocco y con él, protagonista de algunos hechos. En junio de 1872, Antonio se encontraba enfermo en la enfermería de Valdocco. Desde hacía una semana no tomaba ningún alimento. Al saberlo, una noche Don Bosco pasó a verle. Le animó a tener esperanza, le bendijo y le ordenó que se levantara a la mañana siguiente y se diera un paseo con los otros por las afueras de la ciudad. Antonio tenía dos hermanos que vivían en casa con su madre. Un día uno de ellos determinó irse a Francia en busca de fortuna. Fue primero a Turín para hablar con su hermano, que lo presentó a Don Bosco. Éste le dijo en seguida que no fuera a Francia... No fue escuchado. Partió y, un mes después, llegó la noticia de que había muerto. Don Bosco lo había previsto. El otro hermano tenía que ir al servicio militar, pero Don Bosco dijo que no iría. Llegó el día de la revista militar. Salió de su pueblo la víspera con sus compañeros y con ellos caminó toda la noche; en el camino, no se sabe cómo, se le hinchó tanto un ojo que, apenas se presentó a la visita médica, y sólo por aquella deformidad, fue declarado inútil al instante, con gran sorpresa de todos sus compañeros... Al volver a casa, se le había deshinchado el ojo completamente. Antonio partió para las misiones de América. Un día vio en sueños a su madre sonriente: «Voy al paraíso», le dijo alegre, y desapareció. En aquel instante moría. Dios la premiaba con una muerte tranquila y una recompensa sin antecámara. (Cf. Memorie Biografiche, X, 23; MBe, X, 33-34.) 134
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  • 136. 26 DE FEBRERO MAMÁ Y HERMANA A Filomena De Maistre, última hija del célebre escritor, Don Bosco en 1859 le predijo el porvenir. Ella se sentía llamada por Dios a la vida religiosa y, no encontrando obstáculos por parte de sus padres, consultó a Don Bosco sobre el particular. Contestole el Santo: «Sí, usted se hará religiosa, pero después de mucho tiempo de espera y pasando por trances imprevisibles al presente». Y así sucedió. Al poco tiempo moría una hermana suya, Benedicta, dejando un hijo de tierna edad, llamado Estanislao. Ella se casó con el cuñado por la necesidad de dar un corazón de madre al niño. Muy pronto quedó huérfano de padre, que murió del cólera. La buena madrastra cuidó, con nobilísimo sacrificio, su educación religiosa y cívica y el rico patrimonio; y cuando hubo cumplido esta santa misión, y lo hubo colocado en la espléndida carrera que le aguardaba, se retiró entre las Hijas del Sagrado Corazón, con el nombre de María Teresa. Murió en Roma en 1924. (Cf. Memorie Biografiche, VI, 263; XV, 465; MBe, VI, 206; XV, 403-404.) 136
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  • 138. 27 DE FEBRERO USTED ME AHORRA UN PASEO Cierto día del año 1859, bajó Don Bosco al refectorio al mediodía, aunque no para comer, pues llevaba manteo y sombrero como quien iba a salir a la calle. Extrañados, le dijimos: «Don Bosco, ¿no come hoy con nosotros?». «No puedo comer hoy a la hora de costumbre; antes bien necesito que cuando acabéis de comer, os encarguéis de que esta tarde hasta las tres, haya siempre alguno de vosotros y algunos de los mejores muchachos ante el Santísimo Sacramento». Y salió en busca de la providencia sin saber a dónde habría ido. Al llegar al santuario de Nuestra Señora de la Consolación, entró y rogó a la Santísima Virgen que tuviera a bien consolarle. Volvió a la calle y anduvo de un barrio a otro desde la una hasta las dos, momento en que llegó a una callejuela, junto a la iglesia de Santo Tomás, que sale a la calle del Arsenal. Se le acercó un hombre bien trajeado y le dijo: «Si no me equivoco, usted es Don Bosco. Precisamente iba en su busca y, de no haberlo encontrado, hubiera tenido que ir hasta el Oratorio. Me ahorra un paseo. Mi amo me ha encargado entregarle este sobre». Don Bosco lo abrió: y se encontró con acciones de la deuda pública. Y aquel señor se marchó. Con aquel dinero Don Bosco se dirigió a casa Paravía y examinado el paquete de acciones, le pagó 10.000 liras: de no haberlas pagado, habría sobrevenido un daño grave a él y al Oratorio. (Cf. Memorie Biografiche, VI, 175; MBe, VI, 140-141.) 138
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  • 140. 28 DE FEBRERO DISCIPLINA Y MORALIDAD Don Bosco era siempre muy suave, pero no dejaba pasar fácilmente las faltas de disciplina. El clérigo Marcelo, en el mes de mayo de 1859, aunque era asistente, no llegaba nunca puntualmente a la lectura espiritual y a la bendición eucarística que se daba por las tardes del mes de mayo. Don Bosco no había dejado de amonestarlo por esta y otras faltas disciplinares. Iba este clérigo al Oratorio de Vanchiglia todos los días festivos y, contra la voluntad de los superiores, llevaba consigo a alguno de casa. Don Bosco quiso acabar con tal desorden, conocido por todos, y quitar un mal ejemplo. Así las cosas, después de las oraciones de la noche y delante de toda la comunidad, Don Bosco trajo a colación el hecho de la grave desobediencia que cometía el que sacaba fuera de casa a los muchachos sin permiso. Después, empezó a preguntar públicamente, llamando por su nombre a cada uno de los muchachos arriba mencionados: «¿Dónde has estado esta mañana?». «En el Oratorio de Vanchiglia». «¿Y quién te ha llevado?». «El clérigo Marcelo». De la misma manera fue preguntando a los demás, los cuales daban idéntica respuesta. En medio de un profundo silencio resonaban, a cortos intervalos, lentamente, las palabras: «¿Y tú?», «¡Marcelo!». Acabado el interrogatorio, Don Bosco expresó su vivo disgusto en pocas y secas frases, pero con calma. (Cf. Memorie Biografiche, VI, 306-307; MBe, VI, 238-239.) 140
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