Este documento resume la novela "Cara de pan" de Sara Mesa. El autor empezó a leerla con cierta prevención debido a la gran campaña de marketing, pero concluyó que independientemente de esto, es una gran novela. La novela explora temas similares a "Lolita" al incluir la relación entre una niña y un hombre mayor, aunque de una manera moralmente ambigua. A través de pocos elementos narrativos, la autora logra crear un microcosmos alrededor de los dos protagonistas y su relación que fluye de forma natural
2. Javier Ceballos Jiménez
Campaña mediática
Reconozco que empecé a leer Cara de pan con alguna prevención:
durante las semanas (incluso meses) previos a que la novela se
publicase, proliferaron tanto los mensajes en las redes sociales y en los
medios afirmando que era el libro del año, de la década, ¡del siglo!,
que me pareció que estábamos ante una campaña
de marketing orquestada por la editorial con la complicidad de sus
amigotes. La última vez que vi una campaña semejante para una
novela española fue con Intemperie, de Jesús Carrasco, que parecía
que iba a inventar la literatura, y que, sin ser una mala novela, sobre
todo como ejercicio de estilo, no era para nada la maravilla del toreo
que nos habían vendido.
O sea, que estaba con la mosca detrás de la oreja. ¿Estábamos todos
siendo víctimas de una campaña publicitaria brutal? ¿El capital
económico intentaba hacerse pasar por capital simbólico? ¿Un
producto comercial por un producto artístico? Lo mejor para
responder a esas preguntas era leer la novela, y eso he hecho, y la
respuesta es que no: independientemente de la campaña de
marketing, Cara de pan es una gran novela.
3. Javier Ceballos Jiménez
Lolita
La figura de Lolita (casi tanto o más que la novela de Nabokov a la que da título) ha ocupado un lugar relevante
en el imaginario y en el debate feminista de los últimos años. Desde aquel artículo de Laura Freixas, que fue tan
mal leído y entendido por algunos como la propia novela de Nabokov por otros, el personaje de Lolita ha dado
título a artículos, debates, mesas redondas, e incluso a la primera novela de Luna Miguel.
Esto viene a cuento porque la idea de Lolita, o mejor, de la lolita con minúscula (la nínfula que se relaciona con
un hombre mucho mayor que ella) está también en la base de Cara de pan: en ella una niña, Casi, conoce en un
parque a un hombre, el Viejo, y comparte con él conversaciones sobre pájaros, sobre Nina Simone, y poco a poco
sobre otros temas más privados, hasta crearse entre ellos una complicidad frágil y extraña.
No quiero decir que Cara de pan sea una consecuencia directa de estos
debates sobre Lolita; la propia autora aclara que el germen de la novela
está en un relato anterior, "A contrapelo", publicado en la antología Riesgo
(2017), pero se podría rastrear incluso más allá: ya en Un incendio invisible,
primera novela de la autora, la relación entre el protagonista Tejada y la
niña que se hace llamar Miguel podría considerarse un esbozo o borrador
del tema de esta novela.
En cualquier caso, hay una diferencia fundamental entre Lolita y Cara de pan: mientras que la novela de
Nabokov es moralmente transparente (Humbert Humbert, por mucho que se intente justificar ante el lector, es
un violador, un pervertido egocéntrico y manipulador), Cara de pan es moralmente ambigua, o quizás sería
mejor decir: amoral.
No se plantea la relación entre Casi y el Viejo en función de lo bueno o lo malo, lo socialmente aceptable o lo
políticamente correcto, sino en función de la psicología de dos personajes que intentan escapar de sus
respectivas soledades y se encuentran en un refugio vegetal, un paraíso siempre en peligro de ser invadido por
la realidad.
4. Javier Ceballos Jiménez
Fluir
Dos personajes, un espacio (casi) cerrado, las conversaciones entre esos dos personajes, la evolución
de su relación. Conseguir sostener una novela, aunque sea una novela relativamente breve como esta,
con tan pocos elementos, no está al alcance de cualquiera. En la literatura española reciente, creo que
solo Iván Repila consiguió algo parecido en El niño que robó el caballo de Atila.
Lo cierto es que, aunque en la segunda parte de la novela se rompa ligeramente esta burbuja con la
aparición de nuevos personajes, nuevos espacios y nuevas situaciones, la novela consigue crear un
microcosmos narrativo alrededor de los dos protagonistas y su improbable relación.
Y otra cosa que consigue Sara Mesa es que la novela fluya de forma natural, con una
gradación obviamente muy trabajada y meditada. Quizás sea un poco artificial, y
también un poco tópica, la progresiva revelación del pasado del Viejo, o de las
circunstancias vitales de Casi, pero al mismo tiempo es una forma de mantener la
tensión narrativa y el interés del lector en un relato en el que no sobra la acción.
La novela fluye, el argumento fluye, el estilo, sin ser lo más importante (como pasa siempre en las
novelas de Sara Mesa) funciona con este fluir de la novela.
Y también fluye la carrera de Sara Mesa, que ya se ha colocado entre las primeras, o la primera,
representante de su generación. Que tenga el apoyo mediático y comercial de Anagrama sin duda no
la perjudica, pero tampoco hace de ella un simple producto.
No sé lo que la historia literaria, con el paso del tiempo - de las décadas o los siglos - dirá de la
literatura española de estos años, pero parece que Sara Mesa, como Elvira Navarro, Belén Gopegui o
Marta Sanz, tendrán derecho a un capítulo en esa historia.