3. Luego vendría el olvido del idioma, la pérdida del hilo de la memoria que recibió sobre todo en forma oral, ya que su corta edad poco o nada le permitía recordar de su Piamonte natal, de la provincia de Cuneo o de Dogliani, pueblo de los Abbona.
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6. Al arribar, Domenico Abbona y Teresa Borgogno, los padres de Onorina, junto a seis hijos y uno en camino, se instalaron en la estancia “Los Cerros de San Juan”, en el departamento de Colonia, al sudoeste de Uruguay. El resto de la familia, hermanos con sus esposas e hijos, siguieron rumbo a Buenos Aires y se esparcieron por Argentina, polo principal de atracción para los inmigrantes en el sur de Sudamérica y destino de la enorme mayoría de los piamonteses. Estancia Los Cerros de San Juan. Arribo de inmigrantes
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10. Domenico y Teresa casi no aprendieron el español, lo que hizo la adaptación mucho más penosa. Onorina nunca trasmitió su idioma materno a sus hijos. Otra incógnita: ellos ni siquiera están seguros de que esa lengua fuera el piamontés o el italiano, porque simplemente, en algún momento que nadie puede definir, la perdió, posiblemente como tributo a la adaptación que sus padres no lograron.
11. Los datos que llegan a lo lejos en el tiempo suponen una nostalgia por un Piamonte que seguramente se hizo más querido cuando la sospecha de que nunca regresarían se volvió certeza. Domenico y Teresa murieron jóvenes
12. Los relatos sobre los abuelos Domenico y Teresa fueron cada vez más módicos para los últimos integrantes de la extensa familia, arribados tarde a la historia del exilio.
13. Onorina creció en la misma finca y apenas con 17 años se casó con Juan Silva, un uruguayo cinco años mayor, grandote, acostumbrado a los trabajos del campo y a cavar zanjas para la obra pública. Primero armaron su vida en la misma estancia, más adelante se instalaron en una parcela pequeña, a siete kilómetros de la localidad de Conchillas, no muy lejos de allí. En el transcurso de los siguientes 24 años nacieron 14 hijos. El último no vivió.
14. Onorina tuvo 32 nietos, ocho yernos y tres nueras y llegó a conocer a una decena de bisnietos. Los nietos más jóvenes la conocimos ya anciana, pequeñita, de cabello canoso, siempre recogido, con una vitalidad calma, de movimientos tranquilos, con una sonrisa, pero de mínimas palabras. Era reemplazada por sus hijas solteras en las charlas y, con el tiempo, cada vez más en sus tareas de la casa en el campo.
15. Tengo su imagen amasando pasta con una alegría silenciosa, para decenas de personas, nietos, hijos, yernos, que se reunían cada tanto los domingos en su casa; también juntando hongos silvestres en el campo; levantando huevos en el gallinero; cuidando la huerta o degollando gallinas para la comida. O poniéndole pan a sus mascotas: unos loros salvajes que criaba de a uno en una jaula grande y a los que sólo ella podía acercar un dedo. Los demás corríamos el riesgo de quedar amputados
16. Onorina se fue de a poquito. No supo cuando. Se apagó en una cama, en 1986. Tenía, quizá, 90 años.