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A SANGRE FRÍA
Crónicas de un fatídico 29 de mayo
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ÍNDICE
PRÓLOGO
LA GRAN CONSPIRACIÓN
EL INICIO DE LA MASACRE
BUSCANDO AIRE PARA RESPIRAR
MUERTE A LOS ESTUDIANTES
ALARMADOS POR LAS CIRCUNSTANCIAS
SOLDADITOS ACORRALADOS
LA GRAN CONCENTRACIÓN
EL DOLOR VIENE DESPUES
PRÓLOGO
A varios años de lo acontecido solo nos queda un amargo
recuerdo que hoy intento avivar en vuestros corazones. Por
ser un hecho histórico, de trascendencia social y cultural. De
tal forma que aquel fenómeno funesto nos sirva de
experiencia para no caer nuevamente en el error. Pues la
violencia ocasionada que trajo como resultado el homicidio
de un joven universitario no es justificable por ningún
motivo. Sea entonces ésta crónica motivo de reflexión y
análisis, mas no un simple recuerdo; porque al final, del
recuerdo pasará al olvido. Así como todos olvidaron a
muchos de los heridos que hasta el día de hoy siguen
sufriendo las consecuencias.
Ésta crónica responde a una investigación, y fue
reconstruida gracias al aporte de las versiones de varios
universitarios y demás personas que estuvieron presentes el
29 de mayo del 2003 en la “escena del crimen”, y que sin
reparo alguno contribuyeron con el relato de sus vivencias.
Mil gracias a ellos.
El autor.
La gran conspiración
Todo se desenvolvía de manera normal; porque crecimos en
ese ambiente. Siempre se decía que el Perú estaba en crisis,
que la economía no era sólida, y que nuestros gobernantes
eran de los peores. Las protestas no eran cosa de otro
mundo, pero en ésos últimos días se habían incrementado;
los maestros, trabajadores de la salud, campesinos, y
personal de las cortes de Justicia protestaban ante la
incapacidad del gobierno para mejorar sus condiciones de
vida. Los noticieros de los diferentes medios de
comunicación, copaban su tiempo informando sobre las
manifestaciones de todo el país; la democracia que el
presidente de la república tanto ansiaba se le estaba
escapando de las manos. Los disímiles ciudadanos salían a
las calles a protestar en contra de su gestión, las
organizaciones estatales gritaban en las arterias de las
ciudades, elevaban sus voces con coraje que sentían en el
alma, para hacer llegar de esa manera su clamor al gobierno
ante la situación en que vivían.
La situación se tornaba oscura, y la única salida que
encontró el mandatario para frenar esa gran ola, fue declarar
en estado de emergencia por un mes a todo el país.
Intervinieron entonces las fuerzas armadas y la Policía
Nacional. Pero a pesar de ello continuaron las protestas, y
sumaron a sus reclamos el rechazo de la intervención militar
policial. Era un caos. Los medios informaban a cerca de los
enfrentamientos que sucedían en otros departamentos.
En nuestra ciudad (Puno – Perú), todo se desenvolvía
sosegadamente, solo los comentarios y los murmullos
resaltaban los acontecimientos. Al igual que en la
universidad, donde casi siempre se protagonizaban
protestas. Los diferentes movimientos estudiantiles que en
ella existían, sacaban anuncios en pizarras, y comunicados
en volantes dentro de la ciudad universitaria, poniendo su
posición en contra de lo que iba aconteciendo, en contra del
presidente y en contra del sistema imperialista, pero todo
estaba calmado.
Al entrar en el segundo día del estado de emergencia,
inesperada y repentinamente hubo una asamblea de
estudiantes universitarios en el lugar de siempre, frente a la
biblioteca central; donde el tema primordial era el estado de
emergencia y el presidente de la república. Como siempre,
hablaron todos los que hablan cuando se dan ese tipo de
reuniones, los “dirigentes” estudiantiles; quienes planteaban
sus puntos de vista tratando de agitar a sus oyentes, y
tratando de hacer resaltar a su movimiento político. Todos
coincidían en que el gobierno tenía la culpa, y que eso no
debía permitirse.
La asamblea duró bastante. Entre griteríos, vivas y
escándalos se llegó a la última propuesta, salir a rezongar
por las calles; la cual fue rechazada por la mayoría, porque
nadie olvidaba el estado de emergencia. Era peligroso, y
podían suceder hechos lamentables.
Así fue que los estudiantes se disolvieron, todos pensaban
igual a excepción de algunos, quienes motivados por sus
intereses mantenían en sus mentes la idea, y les importaba
poco o nada lo que venía sucediendo y lo que sucedería.
Pero es necesario recalcar que la mayoría estaba consciente
de que nos encontrábamos en estado de emergencia. Por lo
que todo quedó en nada, solo en pensamientos críticos y
sentimientos de impotencia.
Esa tarde, fue de conspiración. Algunos que se encontraban
en la asamblea, a su término no se fueron tranquilos; tenían
dentro algo, algo que les empujaba a planear un
levantamiento. Ese algo, era más grande que sus voluntades,
una fuerza extraña que les empujaba a no quedarse con los
brazos cruzados, ni quebrados por la fuerza del gobierno,
sino a planear lo que podría haber sido una gran revolución,
y tener luego sus nombres grabados en la historia. Este y
otros intereses más, los llevaron a realizar un acto que inició
el problema que trajo crudas consecuencias.
Fueron los representantes estudiantiles azuzados por los
líderes políticos, los que idearon la toma. Se reunieron en un
lugar disimulado a la vista de los demás. Uno a uno fueron
incrementándose; se sentían importantes y seguros de sí
mismos. Al estar completos tomaron la mejor decisión que
ellos consideraban, después de una dura charla y sonrisas
irónicas; la toma del local de la Universidad Nacional del
Altiplano (UNA-PUNO). No sabemos, si éstos consideraron
alguna vez los efectos que tendría; pero igual, la decisión ya
estaba tomada y sin reparo alguno, designaron comisiones
para hacer lo necesario.
El inicio de la masacre
¡Cuidado carajo!, ¡agáchense!, gritaban los estudiantes
tratando de protegerse de las balas asesinas que perseguían
sus cuerpos.
Eran exactamente las siete y quince de la mañana, cuando
me dirigía a estudiar a la universidad en una “combi” que
prestaba servicio urbano. Iba de Salcedo un poco
apresurado, para rendir un examen teórico de retórica
persuasiva; y a la altura del cuartel “Manco Cápac” el
conductor encendió su radio y sintonizó el noticiero más
afamado; en el cual una noticia resaltó entre todas; los
estudiantes universitarios habían tomado la universidad en
pleno estado de emergencia.
La noticia, impactó a todos los pasajeros. Era difícil de
imaginarse, ¿quienes podían desafiar al gobierno? La
sorpresa y la intriga se notaban en los rostros de cada
persona que atentamente escuchaban las referencias para
luego murmurarlas.
El camino se tornó largo por los pensamientos que
vagamente inundaban mi cerebro. Aunque las calles estaban
como siempre, presentía que algo podía suceder. No
quepaba en mi mente esa relación de palabras, toma de local
y estado de emergencia.
A medida que nos acercábamos a la universidad, el
entusiasmo crecía dentro de mí, había aprendido tantas
cosas hasta el momento, pero ni aun así me explicaba el
hecho.
Cuando estuvimos por la zampoña de la alameda, en la
avenida Floral; se vislumbraba claramente la cantidad de
estudiantes caminando. Vi a mis flancos que las fuerzas
militares y policiales en forma muy ordenada caminaban
rumbo a la universidad; la marina de guerra, el ejército y la
policía. Pero como las ruedas de un automóvil van rápido,
llegué antes que ellos, me bajé de la combi, y me dirigí a la
puerta principal. Al llegar estimé que efectivamente estaba
cerrada, trancada con maderos que se utiliza en
construcción; pues era imposible ingresar. En la parte
superior de la puerta había unos cuantos letreros que
calificaban al gobierno como nefasto y corrupto, induciendo
su caída. Muchos estudiantes se encontraban leyendo las
bambalinas y los letreros, algunos conversando en grupos,
esperando que dentro de poco se abriesen las puertas para
seguir aprendiendo más en sus memorables aulas.
Me acerqué a un compañero, que por supuesto era conocido,
porque siempre uno lo puede ver en las manifestaciones y en
las asambleas. Sin temor alguno, le dije claramente: - oye, se
vienen las fuerzas militares; el ejército, la marina de
guerra y la policía nacional, es peligroso porque estamos
en estado de emergencia y cualquier cosa puede suceder….
Pero sin pensarlo dos veces y mirándome fijamente me dijo:
- si vamos a estar unidos nada va a pasarnos, mas bien
llamemos a todos los compañeros y hagamos una sola
fuerza…
Caminé hacia la autopista, y cada vez llegaban más
estudiantes. Éramos una buena cantidad, cuando
apresurados dos muchachos llegaron a paso ligero,
argumentando con desesperación, estremecidos y en voz
alta, que varios efectivos militares se estaban acercando. La
mayoría se dio un susto, y los murmullos aumentaron, pero
no había problema porque se podía utilizar la palabra, se
podía conversar.
Es así que varios dirigentes estudiantiles fueron a hablar con
aquel que dirigía la brigada, para pedirle que los dejara
protestar pacíficamente. Caminaron con paso firme y
resguardados por varios jóvenes académicos, y al poco rato
se toparon frente a frente con la tropa del ejército. Ellos
uniformados, con el rostro fiero y el cuerpo erguido se
limitaban a mirar de frente, llevaban sus fusiles pegados al
pecho y sus botas brillantes; solo presenciaban el acto
esperando órdenes de aquel que estaba al mando. Buscaron
entonces inmediatamente al comandante y un estudiante de
Sociología discursó públicamente: “…Nosotros los
estudiantes, sólo buscamos protestar pacíficamente sin
causar ningún tipo de daño, porque ya no soportamos esta
situación, nuestro país va de mal en peor, y nuestros
derechos cada vez se nos privan más, sólo esperamos que se
nos deje manifestar nuestro sentir …”
Tomando estas palabras el comandante del ejército peruano
dijo:
- Jóvenes, ustedes saben bien que es un estado de
emergencia, y ahora, estamos en estado de emergencia, por
lo que imposible protestar y reunirse, así que les vamos a
pedir que se retiren, antes que se tenga que aplicar la
fuerza.
Aquellos dirigentes defendían su posición, y el comandante
la suya. La conversación se extendió un poco. Los
momentos pasaban rápidamente. Y mientras dialogaban, un
grupo de universitarios con el fin de ayudar a sus
representantes eufóricamente gritaban:
¡Abajo el gobierno neoliberal! ¡Por la libertad y la
democracia! ¡Abajo la dictadura!
No hubo acuerdo. Ningún grupo quería ceder. El
comandante queriendo hacer cumplir la Ley y muy
disgustado, dio un minuto de tiempo para que puedan
retirarse. Los gritos de protesta cesaron, todos,
absolutamente todos los que estaban ahí, empezaron a cantar
el Himno Nacional, llevaron sus manos al pecho y la mirada
al frente; entonaron fuertemente mientras el comandante
hacía una cuenta regresiva. Y cuando sus labios entonaban: -
“…largo tiempo el peruano oprimido, la ominosa cadena
arrastró...”. Repentinamente se oyó el sonido de un
disparo, una bomba de gas lacrimógeno se divisó en el cielo
con un hilo plomo tras de ella y cayó en medio de la
multitud. El minuto había terminado. Las fuerzas policiales
habían iniciado la conflagración.
Buscando aire para respirar
Se expandió el gas y todos corrieron por correr sin saber a
dónde, solo tratando de huir de ese aire que irritaba en
segundos. El diálogo quedó en nada, y al instante caían del
cielo bombas en conjunto como granizos en invierno. La
desesperación se había apoderado de los jóvenes, quienes
escapaban desesperados por las calles de ésos lugares.
El sonido del disparo de aquéllas bombas retumbaba en
nuestros oídos. Ellas se elevaban como sombras dejando
rastros en el cielo; tras su caída se expandía el gas, como
aire venenoso, ahuyentando a muchos de aquellos jóvenes
que aquel día solo fueron a estudiar.
Yo, dentro del gentío, no podía respirar, mis ojos
lagrimeaban por lo irritado que estaban. No veía nada, corría
sin rumbo, escapando del gas que se expandía en nuestros
cielos. Solo escuchaba gritos, pasos acelerados, como el
galope de muchos caballos cuando escapan por temor. Poco
a poco logré divisar algunas casas, y muchas personas
huyendo. Me ardía la cara, no podía respirar, seguían
lagrimeando mis ojos y aún así continué escapando.
Cuando estaba bien alejado, volví mi rostro y la verdad es
que no podía creer lo que veía; mis compañeros
universitarios tomando piedras en las manos habían
regresado, a repeler a las fuerzas del gobierno. Las piedras
caían en los cascos y escudos de los policías y los soldados,
y las bombas en los estudiantes. Era un barullo. El aire
estaba intoxicado, pero a pesar de ello el enfrentamiento
continuaba.
Vaaaamos UNA carajo, la UNA no se rinde carajo, vamos
UNA carajo, la UNA no se rinde carajo….
Con esas palabras entonadas, el furor de los jóvenes crecía.
Su propósito ahora era alejar a las fuerzas del “orden” del
entorno de la Universidad, para que los dejen protestar
pacíficamente. Pues no permitirían que esos hombres
uniformados de verde, entrenados rudamente violenten a
quienes se preparaban de manera erudita en los claustros
universitarios para forjar un Perú mejor.
Las bombas llovían por todos lados, y el gas se dispersaba
por el espacio dejando las calles como con neblina. Las
casas que antes sonreían, ahora parecían llorar. Muchos de
los universitarios ya no podían soportar, corrían sin saber a
donde en busca de agua, gritando sin saber a quién.
Las amas de casa compadecidas, salían con baldes de agua y
lágrimas en los ojos, sin temor al gas; sólo con el propósito
de ayudar a sus hijos, a los hijos del pueblo; aquellos que
algún día sacarían al país adelante, fuera del tercer mundo.
- Vamos, Vamos, tenemos que unirnos, esos tombos no
pueden vencernos, somos universitarios… unámonos.
Gritaban algunos luego de ser dispersados.
Las cosas empezaban a ponerse bravas. Las fuerzas del
ejército peruano iniciaron su intervención, haciendo tiros al
aire. Pero nadie les temía. El valor y el furor eran grandes en
los estudiantes, y cada vez crecía más. Todos se sentían
fuertes y capaces, estaban seguros que el gobierno nunca se
atrevería a matar universitarios. Pensaban que las armas que
traían los soldados, estaban cargadas por balas de salva, y
por supuesto no dañaría a ningún estudiante.
Muerte a los estudiantes
Un grupo de estudiantes que bajaba del cerro, con bastantes
piedras en las manos, divisó a los soldados disparar con
armas de guerra cuando se acercaban a ellos. Uno gritó:
¡Son balas mierda, son balas de verdad, regresen! Y todos
los que venían tuvieron que regresar. El pánico aumentaba y
no supieron que hacer. Las calles estaban llenas de soldados
armados hasta los dientes; sólo les quedaba rendirse, pero no
lo hicieron, siguieron buscando un camino para seguir
atacando con piedras a los hombres de verde.
¿Cómo podemos comparar a estudiantes y soldados? Es
tonto y absurdo a la vez. Los estudiantes a duras penas
tomaban una a dos piedras en las manos, y corrían para
arrojarlas, sin tener efecto innumerables veces; y al hacerlo,
tenían que regresar nuevamente para poder tomar otras. En
cambio los soldados sólo disparaban, corrían, apuntaban,
cargaban sus armas en cuestión de segundos y volvían a
disparar. Tenían descomunal ventaja sobre los jóvenes
universitarios; a quienes persiguieron por todos sitios
cuando volvían a recoger piedras; logrando incluso ingresar
a la ciudad universitaria, para sacarlos golpearlos y
detenerlos.
Fue un gran desconcierto. A muchos estudiantes lograron
atraparlos, porque sus pulmones no daban para más, ya no
podían correr. El aire intoxicado y el cansancio no son
buenos amigos. Y entre varios soldados, empezaron a
golpearlos hasta meterlos en la porta tropas, como si fuesen
costales de papas. Todos los universitarios escapaban como
si se tratase de una gran cacería. ¿Qué podían hacer ellos?, a
lo mucho tenían cuadernos lapiceros y unos cuantos libros
cargados en sus mochilas, o en sus manos.
El enfrentamiento duró bastante. Los estudiantes se unían y
hacían retroceder a la policía, el ejército y la marina; los
mismos que trataban de dispersarlos con bombas
lacrimógenas y tiros al aire. Muchos universitarios tomaban
las bombas que emanaban gas y los arrojaban a orillas del
lago para que pierda su efecto; o simplemente los enterraban
o ahogan en una bolsa de plástico. Pero fue terrible, porque
en ese trance, uno de los jóvenes que corría en busca de una
piedra con un cuaderno en la mano cayó al piso.
-¡Un muerto, un muerto!- Gritaban algunos, y empezaban a
vocear a los demás que ya un estudiante había fallecido.
¡Pero cómo sucedió eso! Los soldados y marinos, ya no
disparaban al aire, sino a los cuerpos de los estudiantes.
Claro que de momento en momento.
Aquel muchacho cayó como si de repente se hubiese
quedado dormido al estar corriendo, y no se movió.
Corrimos con un par de compañeros por él, y lo vimos
mirando al cielo. Nos acercamos más, y felizmente logró
dirigir su mirada a nuestros rostros. No estaba muerto, pero
no dijo nada. Parecía perdido en el mundo; no sangraba,
pero parte de sus intestinos estaba fuera. Una bala lo había
perforado haciéndole un gran orificio en la parte del
abdomen.
No podía creerlo, nunca me imaginé ver algo así. No sabía
qué hacer. En ese entonces mi furia aumentó. Esos
inconscientes habían herido a uno de los nuestros.
¡Llevémoslo al centro de salud de Vallecito! Gritó uno; y
me despertó de mis pensamientos que sucedían en
milésimas de segundos. A lo lejos vi un hombre con un
triciclo que escapa apresurado del lugar; fuimos a pedirle
que por favor llevara al herido al centro de salud, pero el
hombre se negó, no quiso hacerlo.
¡Que estaba sucediendo! Con el furor que teníamos,
empezamos a vociferarle, nos dolía profundamente, es algo
que no se puede explicar. Pero logramos convencer al
individuo. Apresuradamente llevamos al herido rumbo al
centro de salud Vallecito, que se encuentra a unas cuantas
cuadras de la universidad, de donde lo llevaron al Hospital
de ciudad.
Nuestro arrebato aumento descomunalmente, nos reportaban
más heridos, detenidos, y muertos. Lo que nos hacía aún
más fuertes, y nos aumentaba las ganas de vengar a nuestros
compañeros. Todo ello nos llevaba a apartar a las fuerzas
militares y policiales de las calles universitarias. Es que todo
lo que venía sucediendo no podía quedar impune.
- Al suelo, al suelo carajo, agáchense…
Decía uno. Todos se encontraban tendidos en el piso. Él
levantaba y bajaba la mano, dando la señal, para que todos
se agachasen y mirasen al piso, cuando una bala le perforó
la palma de la mano. Todos los que vieron se quedaron
atónitos, estupefactos, no podían creer lo que había
sucedido, parecía una película, y una película de ficción.
Aquel estudiante de arquitectura gritaba y gritaba; su mano
estaba destrozada, podía ver a través de ella. No le quedaba
otra, se resignó y tristemente tuvieron que llevárselo al
hospital.
Fue espantoso. A medida que nuestros compañeros
escapaban del aire venenoso y de las balas asesinas, uno a
uno iban cayendo, como si fuesen presa de un cazador
desquiciado quien sin consideración a la vida mata a quien
tiene en frente.
Algunos les rozó la bala por la cabeza; ellos corrían sin
saber lo que pasaba, creían que sudaban, pero en realidad
sangraban como Jesucristo cuando traía puesto la corona de
espinas. Al limpiarse la frente se dieron por fin cuenta de lo
que les pasaba, y sólo se preguntaban ¿Qué pasó?, pues
estaban heridos, aunque no sentían dolor, tenían que irse al
hospital.
Todos los estudiantes batallaban, y batallaban
organizadamente. En el transcurso se habían formado
grupos distintos, mientras unos tiraban piedras, otros
estaban recogiendo más piedras, y otros ya estaban listos
para atacar. Mientras eso sucedía, otro grupo masivo de
estudiantes buscaba otros senderos para hacer rendir a las
fuerzas militares. Un grupo minúsculo, buscaba gasolina,
botellas y trapos, para hacer bombas molotov. Éstos últimos
fracasaron, porque nadie les quiso donar gasolina,
consiguieron kerosén, pero las bombas no funcionan con ese
combustible, entonces sólo les quedaba recoger más piedras
y seguir con la lucha.
Abigail, un amigo mío, me contó después de lo sucedido,
que cuando ellos iban en busca de gasolina, vio caer a varios
estudiantes. - Era horripilante - me dijo, porque vio a un
compañero que traía el ojo derecho sangrando. Él se tapaba
con la mano y pedía ayuda, caminaba buscando a alguien
que lo socorriera, hasta que otro compañero, le tomó del
brazo para llevarlo a la ambulancia mientras le decía que
todo estaba bien. Mientras tanto, otro cayó por tener una
herida en la pierna; una bala lo había perforado y sangraba
tanto que si no venían dos estudiantes de medicina y lo
atendían, el muchacho en su desesperación enloquecía. Fue
tan catastrófico que hasta daba la sensación que estábamos
en guerra.
Cada vez se reportaban más heridos de bala en el hospital, el
cual se había declarado en alerta roja. Las ambulancias iban
y venían, salían y entraban por las puertas del nosocomio.
Eran escasas debido a la cantidad de heridos. A pesar de que
los bomberos también apoyaron, todo el personal del
hospital se encontraba moviéndose de un lado para otro; las
enfermeras, los médicos, los técnicos, e incluso los
administrativos. Con los rostros de tristeza caminaban
apresuradamente por los pasillos, llevando consigo
medicamentos, camillas, papeles, etc.
Mientras tanto los estudiantes seguían enfrentándose a los
soldados del Ejército Peruano, con ímpetu, valor y frenesí,
nada los detenía y nada los detendría, era su expresión, su
sentir y su cólera, a pesar de que a cada instante caía uno
producto de las armas de fuego.
Pero ni aquéllas armas, ni ésas bombas frenaban la fuerza y
la bravura estudiantil; sino como ya dije, la aumentaban.
Los universitarios seguían luchando por la justicia, la
libertad y el honor; no podían permitir que el gobierno,
amenace sus vidas y su libertad. No podían permitir que se
les prive de sus derechos. Era pues un atentado contra
nosotros.
Alarmados por las circunstancias
No pude soportar más. Caminé rumbo a algún lugar donde
pudiera respirar un poco de paz; llegué hasta el parque
Manuel Pino, y por algunos momentos me pareció que
verdaderamente estábamos en guerra. Era inevitable pensar
eso, porque la ciudad estaba llena de militares que se
comunicaban por radio. Por las calles circulaban vehículos
pesados de guerra; y toda la población comentaba al
respecto. No había tranquilidad, era el colmo.
Mientras que en el campo de batalla, la Av. Floral, los
universitarios daban todo de ellos sin temor a nada contra
los soldados del ejército; quienes tenían en manos armas de
fuego que escupían balas aniquiladoras de estudiantes.
La gente, se encontraba preocupada. Casi todos pensaban y
comentaban sobre los hechos que se venían sucediendo. Los
comerciantes cerraron sus puestos de venta y los medios de
comunicación local, transmitían los sucesos como si se
tratase de un partido de fútbol. Hasta ese entonces ya se
hablaba de varios muertos, y de cientos de heridos. Era la
noticia del año. Claro que solo eran especulaciones.
El sonido de las ambulancias y la balacera, se escuchaban
claramente. Era obvio que algo malo acontecía. Toda la
ciudad estaba enterada, preocupada y asustada.
Me acerqué a una compañera que se venía escapando del
lugar a toda prisa con la ropa mojada y el rostro enrojecido.
Le pregunté:
- ¿cómo están?, muy atemorizada, me dijo:
- Hay varios heridos de bala, y de 4 a 5 muertos, faltan
ambulancias, y los compañeros siguen peleando… yo me
vine porque me duele la cabeza, y no soporto más...
Caminé hacia la “escena del crimen”. El lugar estaba
resguardado desde varias cuadras antes. Así que me vi
obligado a tomar otro camino. Me fui por detrás de la planta
eléctrica, que se encuentra en las faldas de un cerro. Subí, y
llegué a un lugar descubierto, donde habían varios
compañeros universitarios que desde lo lejos apoyaban con
gritos eufóricos. Tenían una vista espectacular. Observé por
mis alrededores y vi a varios estudiantes que en muchas
ocasiones se denominaban líderes estudiantiles, dirigentes
estudiantiles, representantes estudiantiles, y me pregunté -
¿Qué hacen los representantes aquí, si fueron ellos los que
iniciaron esta lucha?
Una premisa divagaba en mi mente. “¿Acaso son los que
tiran la piedra y esconden sus rostros para que otros
respondan por ellos?” Quizá se cansaron de batallar y
estaban allí buscando refugio.
Miré lo que sucedía. En realidad era grave lo que estaba
pasando. Los soldados habían tomado la primera cuadra de
la Av. Progreso; formaban filas mirando al este y filas
mirando al oeste protegiendo sus espaldas. Cada vez que los
estudiantes se les acercaban, jalaban el gatillo de sus fusiles
automáticos sin remordimiento alguno, abriendo fuego
contra aquellos cuerpos indefensos.
- ¿Pero cómo sucedió eso?
Soldaditos acorralados
Los estudiantes entre balas, gas lacrimógeno, perdigones y
piedras, habían logrado avanzar y hacer retroceder a las
fuerzas militares. Con muchos heridos y detenidos por
supuesto. Las fuerzas policiales tuvieron que ceder y pasar a
retirarse porque habían terminado sus bombas de gas; al
igual que la marina, que se retiró quien sabe porque. De tal
manera que sólo los soldados que perduraban, se apoderaron
de la primera cuadra de la Av. Progreso, desde donde
disparaban sin reparo, a los estudiantes que intentaban
acercarse. Era como su trinchera.
Hubo un hombre que era autoridad local; levantando las
manos en señal de paz en medio de la muchedumbre, se
acercó a los efectivos que tenían fusiles apuntando a los
cuerpos de los estudiantes. Logró conversar con uno de
ellos, les pidió que cesaran con el fuego, porque los
estudiantes ya no harían nada. Pero no hicieron caso, porque
ellos solo recibían órdenes de su superior. Así fue que el
Defensor del Pueblo, tuvo que dar vuelta para pasar a
retirarse; y al hacerlo, un efectivo disparó a un estudiante
haciéndolo caer como a una paloma de un árbol.
- “¡…Mi pierna, mi pierna, ambulancia, ambulancia, duele
carajo, ambulancia...!”
Así gritaba el que cayó. Él miraba a uno y a otro, y nadie
podía hacer algo. Todos esperaban a que llegase una
ambulancia y se lo llevase a algún centro de salud, donde
puedan atenderlo.
Los estudiantes al ver que los soldados se apoderaron de la
primera cuadra de la Av., empezaron a rodearlos, con todos
los ánimos de venganza, pero fue imposible. Ellos tenían
armas de guerra, en cambio los universitarios piedritas en
las manos.
Luego de eso, ante tal tensión que reinaba en el lugar, un
compañero agitando la bandera peruana que llevaba en una
mano y levantando la otra en señal de paz se acercó
valientemente a conversar con los efectivos. Detrás de él,
una madre de familia caminaba cargando un bebé en la
espalda y una bolsa en la mano, llorando sin consuelo. Los
soldados le dijeron que se detengan. Pero ellos con mucha
valentía hicieron caso omiso, y al contrario avanzaron hasta
llegar a una cierta distancia de uno de los efectivos. Con voz
trémula le dijeron que se retiren porque ya había muchos
heridos y sería lamentable que hubiera más. Pero los
militares eran indiferentes. A pesar del llanto de aquella
madre que pedía por piedad, y su hijo que estaba herido.
Solo se limitaban a explicar que ellos recibían órdenes, y no
podían hacer nada, mas al contrario ordenaron que se retiren
porque usarían la fuerza; y al ver que no lo hacían realizaron
varios disparos al aire con aquellos fusiles automáticos de
largo alcance, para que al final pasen a retirarse.
Todos los estudiantes tenían cercado a los militares. Lo
único que importaba era que se fueran, y los dejaran
protestar en contra del gobierno de Alejandro Toledo.
Algunas balas partían los cielos y se enrumbaban al infinito,
y otras partían huesos, traspasaban cuerpos, y los dejaban
perforados y sangrando.
El defensor del pueblo, luego de la conversación con los
militares, trataba a todas costas de convencer a los
universitarios a abandonar el lugar y dejar ir a los soldados
como si nada hubiese pasado. Pero el dolor de ver a los
compañeros sangrando, gritando, llorando, con pedazos de
metal en el cuerpo, algunos tirados en el piso padeciendo,
otros con la apariencia de muertos; no les permitía, pues si
era necesario morir, morirían, pero vengando a los suyos.
Pasaba el tiempo pero nadie lo notaba. Todos se
concentraban en lo que sucedía. Es más, creo que nadie
sabía lo que en ese entonces acontecía. Ya habían superado
el temor a la muerte y el sentimiento de venganza se
apoderaba de ellos; hasta el punto en que solo pensaban en
la injusticia que vivían, y que nadie más que ellos podían
reivindicarla.
Pero llegó el momento en que a tanta insistencia terminaron
la resistencia. Los universitarios accedieron a dar paso a los
soldados para que puedan salir y retirarse sin hacer daño a
alguien.
- “Abrimos un callejón dentro de las personas y los dejamos
salir. Los cachacos salieron temblando, más apresurados
que nunca en fila de uno. A nosotros nos hervía la sangre,
yo quería matar a uno de ellos por habernos disparado
para con ánimos de terminar con nuestras vidas, pero me
contenía por no causar más violencia…”
Cuando salieron por completo del callejón humano, los
hombres uniformados empezaron a correr por la calle
aledaña. Al ver esto los estudiantes, desesperados corrieron
tras de ellos, pues no permitirían que los homicidas se
fueran tranquilamente, tenían que pagar lo que habían
hecho. Las piedras volvieron a llover en los cascos y las
espaldas de los soldados. Quienes no se quedaban atrás,
porque de rato en rato volteaban con fusil en mano,
apuntando fijamente a algún estudiante y disparaban sin
temor alguno; pero la experiencia vivida momentos antes,
hizo que los universitarios se previnieran tirándose al piso.
“Al suelo, al suelo……. cuidado disparan……
agáchense, tírense al piso…”
Los soldados seguían corriendo, y los estudiantes
persiguiéndolos, gritando fieramente:
“vamos UNA carajo, la UNA no se rinde carajo, vamos
UNA carajo, la UNA no se rinde carajo”
Las balas hacían que los estudiantes se tendieran en el piso
en momentos inesperados, mientras la hueste escapaba
atemorizada. Llegaron perseguidos a la Av. El Sol, y
continuaron corriendo hasta llegar a la estación policial que
estaba resguardada por policías, donde se encubrieron. Los
universitarios comenzaron a juntarse en instantes y
protestaron eufóricamente, pero volvieron a ser dispersados
por bombas de gas lacrimógeno.
Era pavoroso, ¡porque hacían eso! Todos estaban con el
rostro irritado, pidiendo agua y huyendo del gas. Los niños
que por ahí se encontraban, lloraban descontroladamente sin
saber qué hacer, ellos no sabían que sucedía. Al igual que
las mujeres que no podían soportar el gas, caían
desmayadas.
El temor se había terminado. Los universitarios volvieron a
reunirse en la Av. Floral, y resolvieron rezongar por las
calles para que sus padres los escuchen y ayuden. Ellos
sentían que los vulneraban, no entendían porque los estaban
agrediendo e intentando matar, solo pretendían exigir
justamente sus derechos; aunque no haya sido oportuno no
considero justo que se haya tenido que llegar a los extremos.
“Pueblo escucha los matan a tus hijos, pueblo escucha los
matan a tus hijos”
Así lo hicieron, y al llegar a la Villa Militar vislumbraron
que estaba protegida por militares dispuestos a disparar.
Empezaron a gritar con todas las fuerzas que les quedaba:
“¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Asesinos
“Valientes con el pueblo, cobardes con los monos, valientes
con el pueblo, cobardes con los monos”
“Aquí, allá, el miedo se acabó, aquí allá, el miedo se
acabó”
Pero ya nadie disparaba. Solo miraban al frente como si
todo estuviese normal. Algunos de ellos parecían tener
miedo, pero lo escondían dentro, agarrando fuerte su fusil.
Total, nada podía pasarles; a lo mucho les caería una piedra
en el cuerpo; sin embargo al suceder eso, ellos abrirían
fuego y saldrían ganadores porque todos escaparían y unos
caerían por heridas de bala. ¿Quién podría dispararles a
ellos? Estaban alertas, pues creo que si una piedrecilla caía
en la Villa, lugar donde vivían los militares de altos rangos y
sus familias, sin compasión alguna volverían a disparar a
quema ropa.
Los estudiantes siguieron su camino intentando ingresar al
Parque Manuel Pino; pero gran sorpresa fue la que se
dieron. Las calles de acceso al parque, estaban llenas de
policías, quienes apenas vieron el cúmulo de estudiantes
dispararon proyectiles de gas irritante, tratando de volver a
dispersarlos. Pero era imposible. Los universitarios estaban
ahora más unidos que nunca, nada los podía parar.
Tomaron otras calles y siguieron protestando. Ahora el fin
era llegar a la plaza de armas. Es así que dieron varias
vueltas protestando por diferentes calles, pensando que las
principales estarían resguardadas. Llegaron a una parte alta
de la ciudad, el cerrito de Huajsapata; desde donde
observaron que el resguardo policial de las calles había
terminado. Vieron también que por la parte posterior de la
plaza, muchos universitarios ingresaban con fuerza y coraje.
Eso los motivó, y fueron a aunarse, cuando de repente
vieron un porta tropas policial vacío, pues fue tanta su
cólera que voltearon la camioneta, y se fueron gritando.
Al llegar a la plaza de armas, vimos la cantidad de gente que
había en ella. Estaba llena de estudiantes. Pero a ellos se
sumaron maestros de colegios secundarios y primarios,
organizaciones barriales y algunas organizaciones estatales.
Cada vez se llenaba más y más. Todos daban frente al
complejo policial, y señalándola gritaban con fuerza:
“¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Asesinos!”
Era la voz del pueblo, la voz puneña que gritaba de todo
corazón. Sus gritos retumbaban en los cielos, sacudían sus
calles y motivaban a su gente a que siga gritando, pidiendo
justicia. Los dirigentes estudiantiles, en ese entonces pedían
la liberación de algunos compañeros que estaban detenidos;
no podían permitir eso, no mientras existan. Todos unidos
exclamaban:
“Tombo tombo tombo, por burro eres tombo”
“aquí allá el miedo se acabó”
“El chino en la Cantuta, Toledo en la UNA”
La gran concentración
La gente se había concentrado en la plaza, llevando distintas
pancartas y bambalinas que distinguían a cada organización.
Estaba tan llena que era dificultoso caminar. Y al promediar
las once y cuarenta de la mañana, a una sola voz la multitud
empezó a entonar el himno nacional; y casi al finalizar
sonaron las campanas de la catedral, doce campanadas
decían que era el medio día.
“tan….. tan…… tan…… tan….. tan….. tan….. tan……
tan…… tan….. tan…… tan….. tan…..”
Seguían las voces, las exclamaciones, pidiendo
masivamente la liberación de estudiantes detenidos. La
multitud estaba arrebatada, harían cualquier cosa para
conseguir su pedido. Eso era evidente para todos. Con cada
segundo que pasaba la furia crecía. Así fue que la policía
liberó a dos estudiantes, quienes dijeron que no había más
detenidos dentro. No contentos con eso, algunos
compañeros osaron escudriñar las instalaciones del
complejo número dos de la policía nacional. Al comprobar
tal hecho, empezaron los rumores, de que los detenidos se
encontraban en el cuartel “Manco Cápac” siendo torturados
cruelmente. Cuando inesperadamente, se oyeron disparos.
Nuevamente las bombas se elevaban como sombras dejando
rastro en los cielos, cayendo luego sobre la muchedumbre.
Eran varias. Y sólo se, que todos corrían buscando un lugar
por donde escapar. Las calles estrechas no podían soportar
el cúmulo de gente. Era un caos. Se volvió a vivir los
momentos trágicos de la mañana.
Todos escaparon descontroladamente. Nadie se daba cuenta
de lo que hacían. Era instintivo. Sólo corrían para no
asfixiarse y quizá para no morir.
- “Nunca pensé, solo corría, corría tratando de huir del
gas, creo que era mi instinto de supervivencia el que me
hacía correr”
- “Yo dije, ahora muero, después del gas, vienen las balas
que terminarán con nosotros. Sólo esperaba caer en algún
momento y perder la conciencia, aunque creo que ya la
tenía perdida, porque corría por correr, era algo …
horrible”
- “La gente a mis costados y a mi delante, todos unidos
respirando un aire que poco a poco nos mataba.
Corríamos desesperadamente. Muchos cayeron, y uno
nada podía hacer, sólo seguir corriendo tratando de
salvar su vida”
- “Yo escapaba del lugar, y frente a mí una señora cayó al
piso, detrás de ella cayeron otros, y todos empezaron a
caer uno sobre otro con los empujones de atrás. Yo
también caí, pero saque fuerzas no sé de donde, y salí
dejando al resto. No podía quedarme a morir, salí y tomé
el agua sucia que traía conmigo, no me importó su
procedencia y ni lo pensé, solo sé que necesitaba agua”
- “Nunca hubiese hecho caso a los que dijeron no corran,
porque bien podía salir de ahí, pero al escuchar esas
palabras volteé un rato, y como seguían corriendo perdí a
mi compañera, intenté volver a correr y fue imposible,
porque delante de mí tropezaron y yo junto a ellos, sólo
pensé en mis hijos, y no quise morir”
Pasaron esos momentos tan dramáticos porque cesaron los
disparos de bombas lacrimógenas. Solo el sonido de las
ambulancias se escuchaba en la ciudad. Había muchas
personas asfixiadas tendidas en las calles contiguas de la
plaza de armas. Faltaban ambulancias. Era verdaderamente
un desconcierto. El Hospital de la ciudad, estaba albergando
varios heridos, producto de heridas de bala, asfixia y
contusiones.
El principal medio de comunicación del departamento había
cortado su programación habitual, dedicándose a transmitir
solo lo que concernía a los sucesos ocurridos durante el día.
Muchas personas recurrían al medio a poner una denuncia
pública de los daños que habían sufrido y de los objetos que
habían perdido. Todos los entrevistados tenían lágrimas en
los ojos y dolor en el alma, hablaban con tono desenfrenado,
volcando su dolencia y su cólera en los micrófonos de la
radio. Cuando una noticia, se había confirmado. Un
estudiante había muerto. Edy Quilca Cruz, el muchacho que
miraba al cielo y no decía nada cuando una bala atravesó su
abdomen, al que lo trasladaron en el triciclo para que pueda
ser socorrido. Además había alrededor de 50 heridos de
bala, algunos de los cuales se encontraban en una situación
crítica. Y decenas de asfixiados con varias contusiones.
El dolor viene después
Ahí culminaba el recorrido de los estudiantes. La tarde fue
de nadie. Todos los medios de comunicación locales
hablaban al respecto. Sus entrevistas eran dolorosas, e
incitaban a llevar a cabo un cacerolazo a partir de las 6 de la
tarde, como medida de protesta al gobierno frente a lo
ocurrido.
Llegada la hora indicada, todos los pobladores de la ciudad
a excepción de algunos, salieron frente a sus puertas con
ollas en las manos. Las asociaciones de comerciantes
protestaban en las calles, y algunas personas desde las
terrazas de sus casas golpeaban sus utensilios de cocina con
bastante energía. El sonido era claro, se notaba que el
pueblo estaba enfurecido. Se anunciaba para el día siguiente
un paro total, y se indicaba que Puno estaba en duelo, por lo
que todos los ciudadanos debían izar su bandera a media
asta con una cinta negra.
La noche fue lúgubre. El lago brillaba tras la luz de la luna.
Su plateado pacería expresar un sentido pésame. Las
estrellas se simulaban curiosas en medio del espacio; porque
ellas podían observar todo lo que pasaba en este lado del
mundo. Ellas podían ver como la gente de los alrededores de
Puno ciudad la estaba pasando. Porque la mayoría de los
estudiantes son de provincia, y viven solos por cuestión de
estudios; sus padres a la distancia sólo les envían dinero
para que puedan seguir adelante y aseguren su futuro.
Pues la gente lloraba. Los padres y otros familiares, sentían
el dolor de los estudiantes que cayeron. No hallaban el
momento de ir a la ciudad, y visitar a sus hijos. Esa noche
las llamadas telefónicas se daban en números considerables;
y para los lugares más alejados, los equipos de radio
comunicaciones no dejaron de funcionar. Las madres,
lloraban sin descansar, creían que sus hijos estaban
padeciendo en los hospitales. ¿Qué persona en sano juicio
podía matar con un arma de fuego a un estudiante que tenía
un cuaderno en la mano? Nadie podía perdonar ese hecho.
Algo tenían que hacer. La sangre había llegado al río. La
gente estaba enfurecida, dolida y en duelo. Los medios de
comunicación de Lima, dieron a conocer la noticia a nivel
nacional. El ministro del interior, culpó a los estudiantes.
Mencionó que fueron guiados por terroristas, y que atacaron
a los policías y soldados con bombas molotov; dijo además
que tenían armas punzo cortantes, y que rodearon a los
efectivos con el fin de agredirlos, por esa razón el
contingente tuvo que abrir fuego.
Nada de eso era cierto. Era una vil mentira, que ayudó a los
estudiantes y pobladores de Puno a que puedan unirse más
para protestar por la verdad, la justicia y la libertad.
Pasó la noche. Al día siguiente, las calles ya estaban
bloqueadas; llenas de piedras y botellas rotas. La culpa la
tenía el gobierno. Los pobladores de la ciudad estaban
enfurecidos. Ya a nadie le importaba el estado de
emergencia. El paro fue total.
Nunca, desde el día en que llegué a Puno, vi algo similar;
siempre existió la desunión, pero ese día, las calles estaban
llenas, repletas de pobladores enfurecidos y protestando.
El cuerpo de Edy Quilca, fue velado en el auditórium magno
de la Universidad Nacional del Altiplano. Asistieron al
mismo, personajes importantes de la ciudad, como el
alcalde, presidente regional, prefecto, entre otros. El lugar
estuvo lleno. Sus compañeros quisieron que fuese enterrado
en alguno de los jardines de la ciudad universitaria, pero no
lo consiguieron. A partir de su muerte se hizo mártir.
Al día siguiente el cuerpo del “mártir” fue paseado por las
principales calles de la ciudad, entre llantos, cantos y
protestas. Luego, llegaron al cementerio de Laykakota,
donde en medio de tanto pesar, de tanto dolor y de tanto
sollozo fue sepultado. Muchas personas se pronunciaron
dando discursos penetrantes, y después de tanto bullicio, las
cosas empezaron a calmarse. El silencio poco a poco invadía
el lugar, la gente se iba retirando murmurando lo ocurrido.
A sus familiares, no les quedó otra que dejarlo, aunque
nunca hubiesen deseado eso.
El cuerpo, al fin quedó solo, en medio de tantos otros. Pero
su espíritu en medio de tantos corazones que aún palpitan.
Esos recuerdos son únicos, y nadie podrá quebrantarlos. Edy
Quilca a pesar de ser un estudiante que nunca participó en
cuestiones políticas, fue arrastrado por la emoción del
momento, y lamentablemente le tocó a él caer en
representación de los demás.
Así sucedieron los hechos, y después de mucho tiempo solo
los recuerdos divagan en nuestras mentes. La justicia se hizo
utopía. Pese a los procesos abiertos todo quedó en la nada.
Los heridos de bala que fueron trasferidos a diferentes
hospitales en Lima, ya regresaron. Aunque no todos, pues
quedaron algunos que están en completo abandono, y nadie
dice algo al respecto. Todo fue como un suspiro, como todo
acontecimiento que con el tiempo quedó al olvido.
Óscar Raúl Béjar Almonte
Puno – Perú - 2005

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A sangre fría crónicas de un fatídico 29 de mayo

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  • 2. A SANGRE FRÍA Crónicas de un fatídico 29 de mayo OSCAR RAÚL BÉJAR ALMONTE A unique ISBN has been assigned to your eBook. We have sent an email to tsummeir@hotmail.com with your ISBN and details about retail distribution. ISBN: 978-0-557-67696-5
  • 3. ÍNDICE PRÓLOGO LA GRAN CONSPIRACIÓN EL INICIO DE LA MASACRE BUSCANDO AIRE PARA RESPIRAR MUERTE A LOS ESTUDIANTES ALARMADOS POR LAS CIRCUNSTANCIAS SOLDADITOS ACORRALADOS LA GRAN CONCENTRACIÓN EL DOLOR VIENE DESPUES
  • 4. PRÓLOGO A varios años de lo acontecido solo nos queda un amargo recuerdo que hoy intento avivar en vuestros corazones. Por ser un hecho histórico, de trascendencia social y cultural. De tal forma que aquel fenómeno funesto nos sirva de experiencia para no caer nuevamente en el error. Pues la violencia ocasionada que trajo como resultado el homicidio de un joven universitario no es justificable por ningún motivo. Sea entonces ésta crónica motivo de reflexión y análisis, mas no un simple recuerdo; porque al final, del recuerdo pasará al olvido. Así como todos olvidaron a muchos de los heridos que hasta el día de hoy siguen sufriendo las consecuencias. Ésta crónica responde a una investigación, y fue reconstruida gracias al aporte de las versiones de varios universitarios y demás personas que estuvieron presentes el 29 de mayo del 2003 en la “escena del crimen”, y que sin reparo alguno contribuyeron con el relato de sus vivencias. Mil gracias a ellos. El autor.
  • 5. La gran conspiración Todo se desenvolvía de manera normal; porque crecimos en ese ambiente. Siempre se decía que el Perú estaba en crisis, que la economía no era sólida, y que nuestros gobernantes eran de los peores. Las protestas no eran cosa de otro mundo, pero en ésos últimos días se habían incrementado; los maestros, trabajadores de la salud, campesinos, y personal de las cortes de Justicia protestaban ante la incapacidad del gobierno para mejorar sus condiciones de vida. Los noticieros de los diferentes medios de comunicación, copaban su tiempo informando sobre las manifestaciones de todo el país; la democracia que el presidente de la república tanto ansiaba se le estaba
  • 6. escapando de las manos. Los disímiles ciudadanos salían a las calles a protestar en contra de su gestión, las organizaciones estatales gritaban en las arterias de las ciudades, elevaban sus voces con coraje que sentían en el alma, para hacer llegar de esa manera su clamor al gobierno ante la situación en que vivían. La situación se tornaba oscura, y la única salida que encontró el mandatario para frenar esa gran ola, fue declarar en estado de emergencia por un mes a todo el país. Intervinieron entonces las fuerzas armadas y la Policía Nacional. Pero a pesar de ello continuaron las protestas, y sumaron a sus reclamos el rechazo de la intervención militar policial. Era un caos. Los medios informaban a cerca de los enfrentamientos que sucedían en otros departamentos. En nuestra ciudad (Puno – Perú), todo se desenvolvía sosegadamente, solo los comentarios y los murmullos resaltaban los acontecimientos. Al igual que en la universidad, donde casi siempre se protagonizaban protestas. Los diferentes movimientos estudiantiles que en ella existían, sacaban anuncios en pizarras, y comunicados en volantes dentro de la ciudad universitaria, poniendo su posición en contra de lo que iba aconteciendo, en contra del presidente y en contra del sistema imperialista, pero todo estaba calmado. Al entrar en el segundo día del estado de emergencia, inesperada y repentinamente hubo una asamblea de estudiantes universitarios en el lugar de siempre, frente a la biblioteca central; donde el tema primordial era el estado de emergencia y el presidente de la república. Como siempre, hablaron todos los que hablan cuando se dan ese tipo de
  • 7. reuniones, los “dirigentes” estudiantiles; quienes planteaban sus puntos de vista tratando de agitar a sus oyentes, y tratando de hacer resaltar a su movimiento político. Todos coincidían en que el gobierno tenía la culpa, y que eso no debía permitirse. La asamblea duró bastante. Entre griteríos, vivas y escándalos se llegó a la última propuesta, salir a rezongar por las calles; la cual fue rechazada por la mayoría, porque nadie olvidaba el estado de emergencia. Era peligroso, y podían suceder hechos lamentables. Así fue que los estudiantes se disolvieron, todos pensaban igual a excepción de algunos, quienes motivados por sus intereses mantenían en sus mentes la idea, y les importaba poco o nada lo que venía sucediendo y lo que sucedería. Pero es necesario recalcar que la mayoría estaba consciente de que nos encontrábamos en estado de emergencia. Por lo que todo quedó en nada, solo en pensamientos críticos y sentimientos de impotencia. Esa tarde, fue de conspiración. Algunos que se encontraban en la asamblea, a su término no se fueron tranquilos; tenían dentro algo, algo que les empujaba a planear un levantamiento. Ese algo, era más grande que sus voluntades, una fuerza extraña que les empujaba a no quedarse con los brazos cruzados, ni quebrados por la fuerza del gobierno, sino a planear lo que podría haber sido una gran revolución, y tener luego sus nombres grabados en la historia. Este y otros intereses más, los llevaron a realizar un acto que inició el problema que trajo crudas consecuencias.
  • 8. Fueron los representantes estudiantiles azuzados por los líderes políticos, los que idearon la toma. Se reunieron en un lugar disimulado a la vista de los demás. Uno a uno fueron incrementándose; se sentían importantes y seguros de sí mismos. Al estar completos tomaron la mejor decisión que ellos consideraban, después de una dura charla y sonrisas irónicas; la toma del local de la Universidad Nacional del Altiplano (UNA-PUNO). No sabemos, si éstos consideraron alguna vez los efectos que tendría; pero igual, la decisión ya estaba tomada y sin reparo alguno, designaron comisiones para hacer lo necesario.
  • 9. El inicio de la masacre ¡Cuidado carajo!, ¡agáchense!, gritaban los estudiantes tratando de protegerse de las balas asesinas que perseguían sus cuerpos. Eran exactamente las siete y quince de la mañana, cuando me dirigía a estudiar a la universidad en una “combi” que prestaba servicio urbano. Iba de Salcedo un poco apresurado, para rendir un examen teórico de retórica persuasiva; y a la altura del cuartel “Manco Cápac” el conductor encendió su radio y sintonizó el noticiero más afamado; en el cual una noticia resaltó entre todas; los
  • 10. estudiantes universitarios habían tomado la universidad en pleno estado de emergencia. La noticia, impactó a todos los pasajeros. Era difícil de imaginarse, ¿quienes podían desafiar al gobierno? La sorpresa y la intriga se notaban en los rostros de cada persona que atentamente escuchaban las referencias para luego murmurarlas. El camino se tornó largo por los pensamientos que vagamente inundaban mi cerebro. Aunque las calles estaban como siempre, presentía que algo podía suceder. No quepaba en mi mente esa relación de palabras, toma de local y estado de emergencia. A medida que nos acercábamos a la universidad, el entusiasmo crecía dentro de mí, había aprendido tantas cosas hasta el momento, pero ni aun así me explicaba el hecho. Cuando estuvimos por la zampoña de la alameda, en la avenida Floral; se vislumbraba claramente la cantidad de estudiantes caminando. Vi a mis flancos que las fuerzas militares y policiales en forma muy ordenada caminaban rumbo a la universidad; la marina de guerra, el ejército y la policía. Pero como las ruedas de un automóvil van rápido, llegué antes que ellos, me bajé de la combi, y me dirigí a la puerta principal. Al llegar estimé que efectivamente estaba cerrada, trancada con maderos que se utiliza en construcción; pues era imposible ingresar. En la parte superior de la puerta había unos cuantos letreros que calificaban al gobierno como nefasto y corrupto, induciendo su caída. Muchos estudiantes se encontraban leyendo las
  • 11. bambalinas y los letreros, algunos conversando en grupos, esperando que dentro de poco se abriesen las puertas para seguir aprendiendo más en sus memorables aulas. Me acerqué a un compañero, que por supuesto era conocido, porque siempre uno lo puede ver en las manifestaciones y en las asambleas. Sin temor alguno, le dije claramente: - oye, se vienen las fuerzas militares; el ejército, la marina de guerra y la policía nacional, es peligroso porque estamos en estado de emergencia y cualquier cosa puede suceder…. Pero sin pensarlo dos veces y mirándome fijamente me dijo: - si vamos a estar unidos nada va a pasarnos, mas bien llamemos a todos los compañeros y hagamos una sola fuerza… Caminé hacia la autopista, y cada vez llegaban más estudiantes. Éramos una buena cantidad, cuando apresurados dos muchachos llegaron a paso ligero, argumentando con desesperación, estremecidos y en voz alta, que varios efectivos militares se estaban acercando. La mayoría se dio un susto, y los murmullos aumentaron, pero no había problema porque se podía utilizar la palabra, se podía conversar. Es así que varios dirigentes estudiantiles fueron a hablar con aquel que dirigía la brigada, para pedirle que los dejara protestar pacíficamente. Caminaron con paso firme y resguardados por varios jóvenes académicos, y al poco rato se toparon frente a frente con la tropa del ejército. Ellos uniformados, con el rostro fiero y el cuerpo erguido se limitaban a mirar de frente, llevaban sus fusiles pegados al pecho y sus botas brillantes; solo presenciaban el acto esperando órdenes de aquel que estaba al mando. Buscaron
  • 12. entonces inmediatamente al comandante y un estudiante de Sociología discursó públicamente: “…Nosotros los estudiantes, sólo buscamos protestar pacíficamente sin causar ningún tipo de daño, porque ya no soportamos esta situación, nuestro país va de mal en peor, y nuestros derechos cada vez se nos privan más, sólo esperamos que se nos deje manifestar nuestro sentir …” Tomando estas palabras el comandante del ejército peruano dijo: - Jóvenes, ustedes saben bien que es un estado de emergencia, y ahora, estamos en estado de emergencia, por lo que imposible protestar y reunirse, así que les vamos a pedir que se retiren, antes que se tenga que aplicar la fuerza. Aquellos dirigentes defendían su posición, y el comandante la suya. La conversación se extendió un poco. Los momentos pasaban rápidamente. Y mientras dialogaban, un grupo de universitarios con el fin de ayudar a sus representantes eufóricamente gritaban: ¡Abajo el gobierno neoliberal! ¡Por la libertad y la democracia! ¡Abajo la dictadura! No hubo acuerdo. Ningún grupo quería ceder. El comandante queriendo hacer cumplir la Ley y muy disgustado, dio un minuto de tiempo para que puedan retirarse. Los gritos de protesta cesaron, todos, absolutamente todos los que estaban ahí, empezaron a cantar el Himno Nacional, llevaron sus manos al pecho y la mirada al frente; entonaron fuertemente mientras el comandante hacía una cuenta regresiva. Y cuando sus labios entonaban: - “…largo tiempo el peruano oprimido, la ominosa cadena
  • 13. arrastró...”. Repentinamente se oyó el sonido de un disparo, una bomba de gas lacrimógeno se divisó en el cielo con un hilo plomo tras de ella y cayó en medio de la multitud. El minuto había terminado. Las fuerzas policiales habían iniciado la conflagración.
  • 14. Buscando aire para respirar Se expandió el gas y todos corrieron por correr sin saber a dónde, solo tratando de huir de ese aire que irritaba en segundos. El diálogo quedó en nada, y al instante caían del cielo bombas en conjunto como granizos en invierno. La desesperación se había apoderado de los jóvenes, quienes escapaban desesperados por las calles de ésos lugares. El sonido del disparo de aquéllas bombas retumbaba en nuestros oídos. Ellas se elevaban como sombras dejando rastros en el cielo; tras su caída se expandía el gas, como aire venenoso, ahuyentando a muchos de aquellos jóvenes que aquel día solo fueron a estudiar.
  • 15. Yo, dentro del gentío, no podía respirar, mis ojos lagrimeaban por lo irritado que estaban. No veía nada, corría sin rumbo, escapando del gas que se expandía en nuestros cielos. Solo escuchaba gritos, pasos acelerados, como el galope de muchos caballos cuando escapan por temor. Poco a poco logré divisar algunas casas, y muchas personas huyendo. Me ardía la cara, no podía respirar, seguían lagrimeando mis ojos y aún así continué escapando. Cuando estaba bien alejado, volví mi rostro y la verdad es que no podía creer lo que veía; mis compañeros universitarios tomando piedras en las manos habían regresado, a repeler a las fuerzas del gobierno. Las piedras caían en los cascos y escudos de los policías y los soldados, y las bombas en los estudiantes. Era un barullo. El aire estaba intoxicado, pero a pesar de ello el enfrentamiento continuaba. Vaaaamos UNA carajo, la UNA no se rinde carajo, vamos UNA carajo, la UNA no se rinde carajo…. Con esas palabras entonadas, el furor de los jóvenes crecía. Su propósito ahora era alejar a las fuerzas del “orden” del entorno de la Universidad, para que los dejen protestar pacíficamente. Pues no permitirían que esos hombres uniformados de verde, entrenados rudamente violenten a quienes se preparaban de manera erudita en los claustros universitarios para forjar un Perú mejor. Las bombas llovían por todos lados, y el gas se dispersaba por el espacio dejando las calles como con neblina. Las casas que antes sonreían, ahora parecían llorar. Muchos de
  • 16. los universitarios ya no podían soportar, corrían sin saber a donde en busca de agua, gritando sin saber a quién. Las amas de casa compadecidas, salían con baldes de agua y lágrimas en los ojos, sin temor al gas; sólo con el propósito de ayudar a sus hijos, a los hijos del pueblo; aquellos que algún día sacarían al país adelante, fuera del tercer mundo. - Vamos, Vamos, tenemos que unirnos, esos tombos no pueden vencernos, somos universitarios… unámonos. Gritaban algunos luego de ser dispersados. Las cosas empezaban a ponerse bravas. Las fuerzas del ejército peruano iniciaron su intervención, haciendo tiros al aire. Pero nadie les temía. El valor y el furor eran grandes en los estudiantes, y cada vez crecía más. Todos se sentían fuertes y capaces, estaban seguros que el gobierno nunca se atrevería a matar universitarios. Pensaban que las armas que traían los soldados, estaban cargadas por balas de salva, y por supuesto no dañaría a ningún estudiante.
  • 17. Muerte a los estudiantes Un grupo de estudiantes que bajaba del cerro, con bastantes piedras en las manos, divisó a los soldados disparar con armas de guerra cuando se acercaban a ellos. Uno gritó: ¡Son balas mierda, son balas de verdad, regresen! Y todos los que venían tuvieron que regresar. El pánico aumentaba y no supieron que hacer. Las calles estaban llenas de soldados armados hasta los dientes; sólo les quedaba rendirse, pero no lo hicieron, siguieron buscando un camino para seguir atacando con piedras a los hombres de verde. ¿Cómo podemos comparar a estudiantes y soldados? Es tonto y absurdo a la vez. Los estudiantes a duras penas tomaban una a dos piedras en las manos, y corrían para
  • 18. arrojarlas, sin tener efecto innumerables veces; y al hacerlo, tenían que regresar nuevamente para poder tomar otras. En cambio los soldados sólo disparaban, corrían, apuntaban, cargaban sus armas en cuestión de segundos y volvían a disparar. Tenían descomunal ventaja sobre los jóvenes universitarios; a quienes persiguieron por todos sitios cuando volvían a recoger piedras; logrando incluso ingresar a la ciudad universitaria, para sacarlos golpearlos y detenerlos. Fue un gran desconcierto. A muchos estudiantes lograron atraparlos, porque sus pulmones no daban para más, ya no podían correr. El aire intoxicado y el cansancio no son buenos amigos. Y entre varios soldados, empezaron a golpearlos hasta meterlos en la porta tropas, como si fuesen costales de papas. Todos los universitarios escapaban como si se tratase de una gran cacería. ¿Qué podían hacer ellos?, a lo mucho tenían cuadernos lapiceros y unos cuantos libros cargados en sus mochilas, o en sus manos. El enfrentamiento duró bastante. Los estudiantes se unían y hacían retroceder a la policía, el ejército y la marina; los mismos que trataban de dispersarlos con bombas lacrimógenas y tiros al aire. Muchos universitarios tomaban las bombas que emanaban gas y los arrojaban a orillas del lago para que pierda su efecto; o simplemente los enterraban o ahogan en una bolsa de plástico. Pero fue terrible, porque en ese trance, uno de los jóvenes que corría en busca de una piedra con un cuaderno en la mano cayó al piso. -¡Un muerto, un muerto!- Gritaban algunos, y empezaban a vocear a los demás que ya un estudiante había fallecido.
  • 19. ¡Pero cómo sucedió eso! Los soldados y marinos, ya no disparaban al aire, sino a los cuerpos de los estudiantes. Claro que de momento en momento. Aquel muchacho cayó como si de repente se hubiese quedado dormido al estar corriendo, y no se movió. Corrimos con un par de compañeros por él, y lo vimos mirando al cielo. Nos acercamos más, y felizmente logró dirigir su mirada a nuestros rostros. No estaba muerto, pero no dijo nada. Parecía perdido en el mundo; no sangraba, pero parte de sus intestinos estaba fuera. Una bala lo había perforado haciéndole un gran orificio en la parte del abdomen. No podía creerlo, nunca me imaginé ver algo así. No sabía qué hacer. En ese entonces mi furia aumentó. Esos inconscientes habían herido a uno de los nuestros. ¡Llevémoslo al centro de salud de Vallecito! Gritó uno; y me despertó de mis pensamientos que sucedían en milésimas de segundos. A lo lejos vi un hombre con un triciclo que escapa apresurado del lugar; fuimos a pedirle que por favor llevara al herido al centro de salud, pero el hombre se negó, no quiso hacerlo. ¡Que estaba sucediendo! Con el furor que teníamos, empezamos a vociferarle, nos dolía profundamente, es algo que no se puede explicar. Pero logramos convencer al individuo. Apresuradamente llevamos al herido rumbo al centro de salud Vallecito, que se encuentra a unas cuantas cuadras de la universidad, de donde lo llevaron al Hospital de ciudad.
  • 20. Nuestro arrebato aumento descomunalmente, nos reportaban más heridos, detenidos, y muertos. Lo que nos hacía aún más fuertes, y nos aumentaba las ganas de vengar a nuestros compañeros. Todo ello nos llevaba a apartar a las fuerzas militares y policiales de las calles universitarias. Es que todo lo que venía sucediendo no podía quedar impune. - Al suelo, al suelo carajo, agáchense… Decía uno. Todos se encontraban tendidos en el piso. Él levantaba y bajaba la mano, dando la señal, para que todos se agachasen y mirasen al piso, cuando una bala le perforó la palma de la mano. Todos los que vieron se quedaron atónitos, estupefactos, no podían creer lo que había sucedido, parecía una película, y una película de ficción. Aquel estudiante de arquitectura gritaba y gritaba; su mano estaba destrozada, podía ver a través de ella. No le quedaba otra, se resignó y tristemente tuvieron que llevárselo al hospital. Fue espantoso. A medida que nuestros compañeros escapaban del aire venenoso y de las balas asesinas, uno a uno iban cayendo, como si fuesen presa de un cazador desquiciado quien sin consideración a la vida mata a quien tiene en frente. Algunos les rozó la bala por la cabeza; ellos corrían sin saber lo que pasaba, creían que sudaban, pero en realidad sangraban como Jesucristo cuando traía puesto la corona de espinas. Al limpiarse la frente se dieron por fin cuenta de lo que les pasaba, y sólo se preguntaban ¿Qué pasó?, pues
  • 21. estaban heridos, aunque no sentían dolor, tenían que irse al hospital. Todos los estudiantes batallaban, y batallaban organizadamente. En el transcurso se habían formado grupos distintos, mientras unos tiraban piedras, otros estaban recogiendo más piedras, y otros ya estaban listos para atacar. Mientras eso sucedía, otro grupo masivo de estudiantes buscaba otros senderos para hacer rendir a las fuerzas militares. Un grupo minúsculo, buscaba gasolina, botellas y trapos, para hacer bombas molotov. Éstos últimos fracasaron, porque nadie les quiso donar gasolina, consiguieron kerosén, pero las bombas no funcionan con ese combustible, entonces sólo les quedaba recoger más piedras y seguir con la lucha. Abigail, un amigo mío, me contó después de lo sucedido, que cuando ellos iban en busca de gasolina, vio caer a varios estudiantes. - Era horripilante - me dijo, porque vio a un compañero que traía el ojo derecho sangrando. Él se tapaba con la mano y pedía ayuda, caminaba buscando a alguien que lo socorriera, hasta que otro compañero, le tomó del brazo para llevarlo a la ambulancia mientras le decía que todo estaba bien. Mientras tanto, otro cayó por tener una herida en la pierna; una bala lo había perforado y sangraba tanto que si no venían dos estudiantes de medicina y lo atendían, el muchacho en su desesperación enloquecía. Fue tan catastrófico que hasta daba la sensación que estábamos en guerra. Cada vez se reportaban más heridos de bala en el hospital, el cual se había declarado en alerta roja. Las ambulancias iban y venían, salían y entraban por las puertas del nosocomio.
  • 22. Eran escasas debido a la cantidad de heridos. A pesar de que los bomberos también apoyaron, todo el personal del hospital se encontraba moviéndose de un lado para otro; las enfermeras, los médicos, los técnicos, e incluso los administrativos. Con los rostros de tristeza caminaban apresuradamente por los pasillos, llevando consigo medicamentos, camillas, papeles, etc. Mientras tanto los estudiantes seguían enfrentándose a los soldados del Ejército Peruano, con ímpetu, valor y frenesí, nada los detenía y nada los detendría, era su expresión, su sentir y su cólera, a pesar de que a cada instante caía uno producto de las armas de fuego. Pero ni aquéllas armas, ni ésas bombas frenaban la fuerza y la bravura estudiantil; sino como ya dije, la aumentaban. Los universitarios seguían luchando por la justicia, la libertad y el honor; no podían permitir que el gobierno, amenace sus vidas y su libertad. No podían permitir que se les prive de sus derechos. Era pues un atentado contra nosotros.
  • 23. Alarmados por las circunstancias No pude soportar más. Caminé rumbo a algún lugar donde pudiera respirar un poco de paz; llegué hasta el parque Manuel Pino, y por algunos momentos me pareció que verdaderamente estábamos en guerra. Era inevitable pensar eso, porque la ciudad estaba llena de militares que se comunicaban por radio. Por las calles circulaban vehículos pesados de guerra; y toda la población comentaba al respecto. No había tranquilidad, era el colmo. Mientras que en el campo de batalla, la Av. Floral, los universitarios daban todo de ellos sin temor a nada contra
  • 24. los soldados del ejército; quienes tenían en manos armas de fuego que escupían balas aniquiladoras de estudiantes. La gente, se encontraba preocupada. Casi todos pensaban y comentaban sobre los hechos que se venían sucediendo. Los comerciantes cerraron sus puestos de venta y los medios de comunicación local, transmitían los sucesos como si se tratase de un partido de fútbol. Hasta ese entonces ya se hablaba de varios muertos, y de cientos de heridos. Era la noticia del año. Claro que solo eran especulaciones. El sonido de las ambulancias y la balacera, se escuchaban claramente. Era obvio que algo malo acontecía. Toda la ciudad estaba enterada, preocupada y asustada. Me acerqué a una compañera que se venía escapando del lugar a toda prisa con la ropa mojada y el rostro enrojecido. Le pregunté: - ¿cómo están?, muy atemorizada, me dijo: - Hay varios heridos de bala, y de 4 a 5 muertos, faltan ambulancias, y los compañeros siguen peleando… yo me vine porque me duele la cabeza, y no soporto más... Caminé hacia la “escena del crimen”. El lugar estaba resguardado desde varias cuadras antes. Así que me vi obligado a tomar otro camino. Me fui por detrás de la planta eléctrica, que se encuentra en las faldas de un cerro. Subí, y llegué a un lugar descubierto, donde habían varios compañeros universitarios que desde lo lejos apoyaban con gritos eufóricos. Tenían una vista espectacular. Observé por mis alrededores y vi a varios estudiantes que en muchas ocasiones se denominaban líderes estudiantiles, dirigentes estudiantiles, representantes estudiantiles, y me pregunté -
  • 25. ¿Qué hacen los representantes aquí, si fueron ellos los que iniciaron esta lucha? Una premisa divagaba en mi mente. “¿Acaso son los que tiran la piedra y esconden sus rostros para que otros respondan por ellos?” Quizá se cansaron de batallar y estaban allí buscando refugio. Miré lo que sucedía. En realidad era grave lo que estaba pasando. Los soldados habían tomado la primera cuadra de la Av. Progreso; formaban filas mirando al este y filas mirando al oeste protegiendo sus espaldas. Cada vez que los estudiantes se les acercaban, jalaban el gatillo de sus fusiles automáticos sin remordimiento alguno, abriendo fuego contra aquellos cuerpos indefensos. - ¿Pero cómo sucedió eso?
  • 26. Soldaditos acorralados Los estudiantes entre balas, gas lacrimógeno, perdigones y piedras, habían logrado avanzar y hacer retroceder a las fuerzas militares. Con muchos heridos y detenidos por supuesto. Las fuerzas policiales tuvieron que ceder y pasar a retirarse porque habían terminado sus bombas de gas; al igual que la marina, que se retiró quien sabe porque. De tal manera que sólo los soldados que perduraban, se apoderaron de la primera cuadra de la Av. Progreso, desde donde disparaban sin reparo, a los estudiantes que intentaban acercarse. Era como su trinchera.
  • 27. Hubo un hombre que era autoridad local; levantando las manos en señal de paz en medio de la muchedumbre, se acercó a los efectivos que tenían fusiles apuntando a los cuerpos de los estudiantes. Logró conversar con uno de ellos, les pidió que cesaran con el fuego, porque los estudiantes ya no harían nada. Pero no hicieron caso, porque ellos solo recibían órdenes de su superior. Así fue que el Defensor del Pueblo, tuvo que dar vuelta para pasar a retirarse; y al hacerlo, un efectivo disparó a un estudiante haciéndolo caer como a una paloma de un árbol. - “¡…Mi pierna, mi pierna, ambulancia, ambulancia, duele carajo, ambulancia...!” Así gritaba el que cayó. Él miraba a uno y a otro, y nadie podía hacer algo. Todos esperaban a que llegase una ambulancia y se lo llevase a algún centro de salud, donde puedan atenderlo. Los estudiantes al ver que los soldados se apoderaron de la primera cuadra de la Av., empezaron a rodearlos, con todos los ánimos de venganza, pero fue imposible. Ellos tenían armas de guerra, en cambio los universitarios piedritas en las manos. Luego de eso, ante tal tensión que reinaba en el lugar, un compañero agitando la bandera peruana que llevaba en una mano y levantando la otra en señal de paz se acercó valientemente a conversar con los efectivos. Detrás de él, una madre de familia caminaba cargando un bebé en la espalda y una bolsa en la mano, llorando sin consuelo. Los soldados le dijeron que se detengan. Pero ellos con mucha valentía hicieron caso omiso, y al contrario avanzaron hasta
  • 28. llegar a una cierta distancia de uno de los efectivos. Con voz trémula le dijeron que se retiren porque ya había muchos heridos y sería lamentable que hubiera más. Pero los militares eran indiferentes. A pesar del llanto de aquella madre que pedía por piedad, y su hijo que estaba herido. Solo se limitaban a explicar que ellos recibían órdenes, y no podían hacer nada, mas al contrario ordenaron que se retiren porque usarían la fuerza; y al ver que no lo hacían realizaron varios disparos al aire con aquellos fusiles automáticos de largo alcance, para que al final pasen a retirarse. Todos los estudiantes tenían cercado a los militares. Lo único que importaba era que se fueran, y los dejaran protestar en contra del gobierno de Alejandro Toledo. Algunas balas partían los cielos y se enrumbaban al infinito, y otras partían huesos, traspasaban cuerpos, y los dejaban perforados y sangrando. El defensor del pueblo, luego de la conversación con los militares, trataba a todas costas de convencer a los universitarios a abandonar el lugar y dejar ir a los soldados como si nada hubiese pasado. Pero el dolor de ver a los compañeros sangrando, gritando, llorando, con pedazos de metal en el cuerpo, algunos tirados en el piso padeciendo, otros con la apariencia de muertos; no les permitía, pues si era necesario morir, morirían, pero vengando a los suyos. Pasaba el tiempo pero nadie lo notaba. Todos se concentraban en lo que sucedía. Es más, creo que nadie sabía lo que en ese entonces acontecía. Ya habían superado el temor a la muerte y el sentimiento de venganza se apoderaba de ellos; hasta el punto en que solo pensaban en
  • 29. la injusticia que vivían, y que nadie más que ellos podían reivindicarla. Pero llegó el momento en que a tanta insistencia terminaron la resistencia. Los universitarios accedieron a dar paso a los soldados para que puedan salir y retirarse sin hacer daño a alguien. - “Abrimos un callejón dentro de las personas y los dejamos salir. Los cachacos salieron temblando, más apresurados que nunca en fila de uno. A nosotros nos hervía la sangre, yo quería matar a uno de ellos por habernos disparado para con ánimos de terminar con nuestras vidas, pero me contenía por no causar más violencia…” Cuando salieron por completo del callejón humano, los hombres uniformados empezaron a correr por la calle aledaña. Al ver esto los estudiantes, desesperados corrieron tras de ellos, pues no permitirían que los homicidas se fueran tranquilamente, tenían que pagar lo que habían hecho. Las piedras volvieron a llover en los cascos y las espaldas de los soldados. Quienes no se quedaban atrás, porque de rato en rato volteaban con fusil en mano, apuntando fijamente a algún estudiante y disparaban sin temor alguno; pero la experiencia vivida momentos antes, hizo que los universitarios se previnieran tirándose al piso. “Al suelo, al suelo……. cuidado disparan…… agáchense, tírense al piso…” Los soldados seguían corriendo, y los estudiantes persiguiéndolos, gritando fieramente:
  • 30. “vamos UNA carajo, la UNA no se rinde carajo, vamos UNA carajo, la UNA no se rinde carajo” Las balas hacían que los estudiantes se tendieran en el piso en momentos inesperados, mientras la hueste escapaba atemorizada. Llegaron perseguidos a la Av. El Sol, y continuaron corriendo hasta llegar a la estación policial que estaba resguardada por policías, donde se encubrieron. Los universitarios comenzaron a juntarse en instantes y protestaron eufóricamente, pero volvieron a ser dispersados por bombas de gas lacrimógeno. Era pavoroso, ¡porque hacían eso! Todos estaban con el rostro irritado, pidiendo agua y huyendo del gas. Los niños que por ahí se encontraban, lloraban descontroladamente sin saber qué hacer, ellos no sabían que sucedía. Al igual que las mujeres que no podían soportar el gas, caían desmayadas. El temor se había terminado. Los universitarios volvieron a reunirse en la Av. Floral, y resolvieron rezongar por las calles para que sus padres los escuchen y ayuden. Ellos sentían que los vulneraban, no entendían porque los estaban agrediendo e intentando matar, solo pretendían exigir justamente sus derechos; aunque no haya sido oportuno no considero justo que se haya tenido que llegar a los extremos. “Pueblo escucha los matan a tus hijos, pueblo escucha los matan a tus hijos” Así lo hicieron, y al llegar a la Villa Militar vislumbraron que estaba protegida por militares dispuestos a disparar. Empezaron a gritar con todas las fuerzas que les quedaba:
  • 31. “¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Asesinos “Valientes con el pueblo, cobardes con los monos, valientes con el pueblo, cobardes con los monos” “Aquí, allá, el miedo se acabó, aquí allá, el miedo se acabó” Pero ya nadie disparaba. Solo miraban al frente como si todo estuviese normal. Algunos de ellos parecían tener miedo, pero lo escondían dentro, agarrando fuerte su fusil. Total, nada podía pasarles; a lo mucho les caería una piedra en el cuerpo; sin embargo al suceder eso, ellos abrirían fuego y saldrían ganadores porque todos escaparían y unos caerían por heridas de bala. ¿Quién podría dispararles a ellos? Estaban alertas, pues creo que si una piedrecilla caía en la Villa, lugar donde vivían los militares de altos rangos y sus familias, sin compasión alguna volverían a disparar a quema ropa. Los estudiantes siguieron su camino intentando ingresar al Parque Manuel Pino; pero gran sorpresa fue la que se dieron. Las calles de acceso al parque, estaban llenas de policías, quienes apenas vieron el cúmulo de estudiantes dispararon proyectiles de gas irritante, tratando de volver a dispersarlos. Pero era imposible. Los universitarios estaban ahora más unidos que nunca, nada los podía parar. Tomaron otras calles y siguieron protestando. Ahora el fin era llegar a la plaza de armas. Es así que dieron varias vueltas protestando por diferentes calles, pensando que las principales estarían resguardadas. Llegaron a una parte alta de la ciudad, el cerrito de Huajsapata; desde donde observaron que el resguardo policial de las calles había
  • 32. terminado. Vieron también que por la parte posterior de la plaza, muchos universitarios ingresaban con fuerza y coraje. Eso los motivó, y fueron a aunarse, cuando de repente vieron un porta tropas policial vacío, pues fue tanta su cólera que voltearon la camioneta, y se fueron gritando. Al llegar a la plaza de armas, vimos la cantidad de gente que había en ella. Estaba llena de estudiantes. Pero a ellos se sumaron maestros de colegios secundarios y primarios, organizaciones barriales y algunas organizaciones estatales. Cada vez se llenaba más y más. Todos daban frente al complejo policial, y señalándola gritaban con fuerza: “¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Asesinos!” Era la voz del pueblo, la voz puneña que gritaba de todo corazón. Sus gritos retumbaban en los cielos, sacudían sus calles y motivaban a su gente a que siga gritando, pidiendo justicia. Los dirigentes estudiantiles, en ese entonces pedían la liberación de algunos compañeros que estaban detenidos; no podían permitir eso, no mientras existan. Todos unidos exclamaban: “Tombo tombo tombo, por burro eres tombo” “aquí allá el miedo se acabó” “El chino en la Cantuta, Toledo en la UNA”
  • 33. La gran concentración La gente se había concentrado en la plaza, llevando distintas pancartas y bambalinas que distinguían a cada organización. Estaba tan llena que era dificultoso caminar. Y al promediar las once y cuarenta de la mañana, a una sola voz la multitud empezó a entonar el himno nacional; y casi al finalizar sonaron las campanas de la catedral, doce campanadas decían que era el medio día. “tan….. tan…… tan…… tan….. tan….. tan….. tan…… tan…… tan….. tan…… tan….. tan…..” Seguían las voces, las exclamaciones, pidiendo masivamente la liberación de estudiantes detenidos. La multitud estaba arrebatada, harían cualquier cosa para conseguir su pedido. Eso era evidente para todos. Con cada
  • 34. segundo que pasaba la furia crecía. Así fue que la policía liberó a dos estudiantes, quienes dijeron que no había más detenidos dentro. No contentos con eso, algunos compañeros osaron escudriñar las instalaciones del complejo número dos de la policía nacional. Al comprobar tal hecho, empezaron los rumores, de que los detenidos se encontraban en el cuartel “Manco Cápac” siendo torturados cruelmente. Cuando inesperadamente, se oyeron disparos. Nuevamente las bombas se elevaban como sombras dejando rastro en los cielos, cayendo luego sobre la muchedumbre. Eran varias. Y sólo se, que todos corrían buscando un lugar por donde escapar. Las calles estrechas no podían soportar el cúmulo de gente. Era un caos. Se volvió a vivir los momentos trágicos de la mañana. Todos escaparon descontroladamente. Nadie se daba cuenta de lo que hacían. Era instintivo. Sólo corrían para no asfixiarse y quizá para no morir. - “Nunca pensé, solo corría, corría tratando de huir del gas, creo que era mi instinto de supervivencia el que me hacía correr” - “Yo dije, ahora muero, después del gas, vienen las balas que terminarán con nosotros. Sólo esperaba caer en algún momento y perder la conciencia, aunque creo que ya la tenía perdida, porque corría por correr, era algo … horrible” - “La gente a mis costados y a mi delante, todos unidos respirando un aire que poco a poco nos mataba. Corríamos desesperadamente. Muchos cayeron, y uno nada podía hacer, sólo seguir corriendo tratando de salvar su vida”
  • 35. - “Yo escapaba del lugar, y frente a mí una señora cayó al piso, detrás de ella cayeron otros, y todos empezaron a caer uno sobre otro con los empujones de atrás. Yo también caí, pero saque fuerzas no sé de donde, y salí dejando al resto. No podía quedarme a morir, salí y tomé el agua sucia que traía conmigo, no me importó su procedencia y ni lo pensé, solo sé que necesitaba agua” - “Nunca hubiese hecho caso a los que dijeron no corran, porque bien podía salir de ahí, pero al escuchar esas palabras volteé un rato, y como seguían corriendo perdí a mi compañera, intenté volver a correr y fue imposible, porque delante de mí tropezaron y yo junto a ellos, sólo pensé en mis hijos, y no quise morir” Pasaron esos momentos tan dramáticos porque cesaron los disparos de bombas lacrimógenas. Solo el sonido de las ambulancias se escuchaba en la ciudad. Había muchas personas asfixiadas tendidas en las calles contiguas de la plaza de armas. Faltaban ambulancias. Era verdaderamente un desconcierto. El Hospital de la ciudad, estaba albergando varios heridos, producto de heridas de bala, asfixia y contusiones. El principal medio de comunicación del departamento había cortado su programación habitual, dedicándose a transmitir solo lo que concernía a los sucesos ocurridos durante el día. Muchas personas recurrían al medio a poner una denuncia pública de los daños que habían sufrido y de los objetos que habían perdido. Todos los entrevistados tenían lágrimas en los ojos y dolor en el alma, hablaban con tono desenfrenado, volcando su dolencia y su cólera en los micrófonos de la radio. Cuando una noticia, se había confirmado. Un estudiante había muerto. Edy Quilca Cruz, el muchacho que
  • 36. miraba al cielo y no decía nada cuando una bala atravesó su abdomen, al que lo trasladaron en el triciclo para que pueda ser socorrido. Además había alrededor de 50 heridos de bala, algunos de los cuales se encontraban en una situación crítica. Y decenas de asfixiados con varias contusiones.
  • 37. El dolor viene después Ahí culminaba el recorrido de los estudiantes. La tarde fue de nadie. Todos los medios de comunicación locales hablaban al respecto. Sus entrevistas eran dolorosas, e incitaban a llevar a cabo un cacerolazo a partir de las 6 de la tarde, como medida de protesta al gobierno frente a lo ocurrido. Llegada la hora indicada, todos los pobladores de la ciudad a excepción de algunos, salieron frente a sus puertas con ollas en las manos. Las asociaciones de comerciantes protestaban en las calles, y algunas personas desde las terrazas de sus casas golpeaban sus utensilios de cocina con
  • 38. bastante energía. El sonido era claro, se notaba que el pueblo estaba enfurecido. Se anunciaba para el día siguiente un paro total, y se indicaba que Puno estaba en duelo, por lo que todos los ciudadanos debían izar su bandera a media asta con una cinta negra. La noche fue lúgubre. El lago brillaba tras la luz de la luna. Su plateado pacería expresar un sentido pésame. Las estrellas se simulaban curiosas en medio del espacio; porque ellas podían observar todo lo que pasaba en este lado del mundo. Ellas podían ver como la gente de los alrededores de Puno ciudad la estaba pasando. Porque la mayoría de los estudiantes son de provincia, y viven solos por cuestión de estudios; sus padres a la distancia sólo les envían dinero para que puedan seguir adelante y aseguren su futuro. Pues la gente lloraba. Los padres y otros familiares, sentían el dolor de los estudiantes que cayeron. No hallaban el momento de ir a la ciudad, y visitar a sus hijos. Esa noche las llamadas telefónicas se daban en números considerables; y para los lugares más alejados, los equipos de radio comunicaciones no dejaron de funcionar. Las madres, lloraban sin descansar, creían que sus hijos estaban padeciendo en los hospitales. ¿Qué persona en sano juicio podía matar con un arma de fuego a un estudiante que tenía un cuaderno en la mano? Nadie podía perdonar ese hecho. Algo tenían que hacer. La sangre había llegado al río. La gente estaba enfurecida, dolida y en duelo. Los medios de comunicación de Lima, dieron a conocer la noticia a nivel nacional. El ministro del interior, culpó a los estudiantes. Mencionó que fueron guiados por terroristas, y que atacaron a los policías y soldados con bombas molotov; dijo además que tenían armas punzo cortantes, y que rodearon a los
  • 39. efectivos con el fin de agredirlos, por esa razón el contingente tuvo que abrir fuego. Nada de eso era cierto. Era una vil mentira, que ayudó a los estudiantes y pobladores de Puno a que puedan unirse más para protestar por la verdad, la justicia y la libertad. Pasó la noche. Al día siguiente, las calles ya estaban bloqueadas; llenas de piedras y botellas rotas. La culpa la tenía el gobierno. Los pobladores de la ciudad estaban enfurecidos. Ya a nadie le importaba el estado de emergencia. El paro fue total. Nunca, desde el día en que llegué a Puno, vi algo similar; siempre existió la desunión, pero ese día, las calles estaban llenas, repletas de pobladores enfurecidos y protestando. El cuerpo de Edy Quilca, fue velado en el auditórium magno de la Universidad Nacional del Altiplano. Asistieron al mismo, personajes importantes de la ciudad, como el alcalde, presidente regional, prefecto, entre otros. El lugar estuvo lleno. Sus compañeros quisieron que fuese enterrado en alguno de los jardines de la ciudad universitaria, pero no lo consiguieron. A partir de su muerte se hizo mártir. Al día siguiente el cuerpo del “mártir” fue paseado por las principales calles de la ciudad, entre llantos, cantos y protestas. Luego, llegaron al cementerio de Laykakota, donde en medio de tanto pesar, de tanto dolor y de tanto sollozo fue sepultado. Muchas personas se pronunciaron dando discursos penetrantes, y después de tanto bullicio, las cosas empezaron a calmarse. El silencio poco a poco invadía el lugar, la gente se iba retirando murmurando lo ocurrido.
  • 40. A sus familiares, no les quedó otra que dejarlo, aunque nunca hubiesen deseado eso. El cuerpo, al fin quedó solo, en medio de tantos otros. Pero su espíritu en medio de tantos corazones que aún palpitan. Esos recuerdos son únicos, y nadie podrá quebrantarlos. Edy Quilca a pesar de ser un estudiante que nunca participó en cuestiones políticas, fue arrastrado por la emoción del momento, y lamentablemente le tocó a él caer en representación de los demás. Así sucedieron los hechos, y después de mucho tiempo solo los recuerdos divagan en nuestras mentes. La justicia se hizo utopía. Pese a los procesos abiertos todo quedó en la nada. Los heridos de bala que fueron trasferidos a diferentes hospitales en Lima, ya regresaron. Aunque no todos, pues quedaron algunos que están en completo abandono, y nadie dice algo al respecto. Todo fue como un suspiro, como todo acontecimiento que con el tiempo quedó al olvido. Óscar Raúl Béjar Almonte Puno – Perú - 2005