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Aria Bennet
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Némesis
© Aria Bennet 2016
Diseño de portada: Aria Bennet.
Diagramación: Aria Bennet.
ariabennet3@gmail.com
Primera edición: Diciembre 2016.
ISBN:978-84-617-6344-3
Depósito legal: MU 1274-2016
Editado en España
Reservado todos los derechos. No se permite la reproducción total o
parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informatico,
ni su transmisión en cualquier formato o por cualquier medio
(electrónico, mecánico, fotocopia o grabación o otros) sin autoriza-
ción previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción
de dichos derechos puede constituir un delito para la propiedad in-
telectual.
Némesis
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Agradecimientos:
Mi agradecimiento a todos los que me han empujado a seguir en este pro-
yecto. A mi amiga Isa por animarme y aguantar mi incasable monologo,
a Choni por leer este libro cuando solo era un borrador y empujarme a
llevarlo a termino, a Cristo por aguantar las pesadas charlar sobre los per-
sonajes, a Diego por sus sabios consejos y ayuda en el diseño de este libro,
a mi hija Sandra por ser mi correctora de estilo y darme aliento en los
momento en los que no encontraba salida, a mis hijas pequeñas y a mi
ahijado por colaborar dándome ideas, a mis amigas Soledad y Carmen
Usero por su apoyo incondicional, pero sobre todo a eso seres que ya no
están conmigo a nivel físico los cuales siento su presencia muy cerca de
mi. Mi hermano pequeño, mi padre, y mi madre la cual antes de morir vio
este proyecto y me dijo con orgullo “anda, mira que si ahora te conviertes
en escritora” ojala que eso sea una realidad aunque tu mamá ya no este
aquí para verlo, pero se que tu esencia estará cerca y me acompañas en este
proceso tal vez nunca me dedique a esto pero me siento orgullosa de por
lo menos haber publicado este libro. Espero que todo aquel que lo lea lo
disfrute tanto como yo lo he disfrutado escribiéndolo. Y de todo corazón.
“MUCHAS GRACIAS”
Debemos luchar por lo que queremos
y creer en lo que hacemos y recuerda
hoy es un día excelente para estar orgullosa
de ser quien eres
ARIA BENNET
Aria Bennet
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Némesis
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Capítulo 1
Lena levantó la vista hacia el amplio horizonte en el que se empezaban a
vislumbrar los primeros rayos de sol y resopló en un intento por controlar su
impaciencia. Volvió a mirar su reloj de pulsera, eran las siete de la mañana y no
había ni rastro de Cris ni de su viejo Jeep. Volvió a suspirar y cogió su móvil.
Pulsó la tecla de marcación rápida que correspondía al número de su amiga,
pero instintivamente levantó la cabeza y avistó un viejo coche que venía a toda
velocidad por el angosto camino que terminaba en la puerta de su casa. El coche
frenó con brusquedad cuando llegó a su altura, la ventanilla se bajó.
—Lo siento, mi Chico no quería arrancar esta mañana —dijo la conductora
del coche.
—Cris, tú y tus imprevistos. ¿Por qué no cambias de una vez ese viejo trasto?
Más que un chico parece un abuelo.
—¡Eh, no ofendas a mi Chico! ¡Es muy sensible! —exclamó—. Le tengo
mucho cariño. Ha estado conmigo desde la universidad y hemos vivido muchas
cosas juntos.
—¡Vale, vale! —dijo Lena, levantando su mano.
El coche de Cris, aunque era una chatarra, era algo importante para ella.
Había oído la historia una y otra vez sobre lo ligada que estaba sentimentalmente
a su viejo coche, y por eso mismo, Lena no iba a discutir. Era tarde y su vuelo a
Suiza salía en tres horas. No quería empezar sus vacaciones de verano con una
discusión sobre los pros y los contras del mundo automovilístico, eso ya había
pasado en otras ocasiones y no iba a volver a caer en ese error, así que le sonrió,
depositó su equipaje en el maletero y se sentó en el asiento del copiloto.
Aria Bennet
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—¡Eh, Chico!, al aeropuerto —dijo Lena, dándole una sonora palmada al
salpicadero del viejo coche.
Cris sonrió satisfecha y el fuerte sonido del motor retumbó como contesta-
ción a su petición.
–Estás nerviosa ¿verdad? —dijo Cris—. No has dormido, las ojeras te llegan
hasta la nariz.
Lena sonrió y asintió.
—Bueno, es normal. He esperado diez años para hacer este viaje e intentar
aclarar qué le pasó a mi padre en ese bosque.
—¡Debemos estar locas! —comentó Cris—. Tú, por tu idea y yo, por seguirte.
—Vamos a ver, —le dijo Lena con un tono de seguridad que en cierto modo
no sentía— soy bióloga especializada y tú eres arqueóloga. Chica, hemos traba-
jado juntas en excavaciones y colaborado en un montón de proyectos. Sabemos
orientarnos y vivir en la naturaleza ¿Crees que no estamos cualificadas para in-
vestigar la zona y encontrar respuestas?
—Pero estás hablando de ir al bosque negro y adentrarnos en el lugar donde
han desaparecido cientos de personas en los últimos cincuenta años.
—Si Cris, efectivamente, de eso mismo estoy hablando. Quiero respuestas
y durante diez años nadie me las ha dado. Ni siquiera tengo una tumba donde
llevar flores al cuerpo de mi padre. Sen-sen y yo esperamos todos estos años sin
noticia alguna y...
Las lágrimas empezaron a brotar involuntariamente. Todavía dolía. Necesi-
taba respuestas, se lo debía a Sen-sen. Antes de que él muriera, Lena le prometió
que intentaría encontrar respuestas. Las palabras de Sen-sen aún resonaban en
su cabeza.
<<—Prométemelo. Lena, prométeme que irás a buscar a tu padre aunque yo ya no esté.
—Pero Sen-sen, no digas eso. Te vas a poner bien.
—No, mi niña, ha llegado mi hora.. Él te quería. Aunque te dejó a mi cargo, él te amaba
y sé que tú lo vas a encontrar. Recuerda todo lo que te enseñé y tu corazón te llevará a él —cogió
la mano de Lena y tiró de ella. Sus rostros quedaron muy cerca. Los ojos de Sen-sen miraron
a la chica con tal intensidad que ésta se asustó—. Prométemelo, como maestro tuyo que soy
¡Prométemelo Lena!
—Lo prometo maestro, lo encontraré.
Némesis
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—Bien, sé que cumplirás tu palabra. Ahora puedo morir en paz.
—Sen-sen…—dijo, casi en un sollozo.
—Lo encontrarás, sé que lo harás, porque donde esté él, está tu destino —. Esto último lo
dijo con un susurro. Sus ojos se cerraron y dejó de respirar.>>
—¡Lena, Lena! Despierta, ya hemos llegado.
Lena parpadeó varias veces para salir del amargo recuerdo y volver a la
realidad.
—Lena, ¿me escuchas?¿Ves cómo estás preocupada?
—Lo siento, a veces me invaden las dudas. Ni siquiera sé qué voy a encontrar
después de tanto tiempo y pienso que es de locos, pero luego algo dentro de mí
me hace seguir adelante.
—Te entiendo, pero algo me dice que si no haces esto te arrepentirás. El
hecho de estar allí creo que te va hacer sentir mejor contigo misma.
Lena suspiró profundamente.
—Sí, es cierto. Gracias, Cris.
—¿Para qué están las amigas si no es para patearte el culo y echarte en cara
tus inseguridades? ¡Joder, si hasta disfruto! Por una vez, yo soy la sensata. ¿He
dicho yo eso? Lena, creo que eres una mala influencia para mí.
Sin poder evitarlo, Lena se echó a reír.
–Bueno, chica sensata, movamos nuestras bonitas piernas o perderemos el
avión. —Y sin más dilación, se encaminaron rumbo a su destino.

—¿Hacia dónde? —preguntó Cris.
Lena sacó su brújula y señaló dirección norte.
—¡Por ahí! Según el mapa, si seguimos esta dirección deberíamos encontrar
un arroyo —dijo, señalando la ruta con el dedo—. Acamparemos allí.
—¡Genial! Eso suena de maravilla.
Lena y Cris llevaban más de una semana internas en el bosque negro, pero
solo dos días en la zona más profunda y desconocida. Los mapas que tenían no
resultaban de mucha ayuda para orientarse en la zona en la que se encontraban.
En todos aparecía denominada como “zona de riesgo”, debido a una frondosa
Aria Bennet
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vegetación y terrenos angostos, además, apenas contaban con un par de anota-
ciones a modo de guía en el mapa. Era fácil desorientarse en aquel lugar. Muchos
expertos, y no tan expertos, habían desaparecido sin dejar rastro, entre ellos, el
padre de Lena.
Lena sacó del bolsillo el pequeño cuaderno de campo que anteriormente
había pertenecido a su padre. Era una de las pocas cosas que la policía y guardias
forestales habían encontrado; la única prueba de que realmente su padre había
estado allí, lo único que la ataba a ese lugar de un modo que ni ella misma en-
tendía. En él había descripciones y anotaciones con las que las chicas se habían
ido guiando. Suponían que las últimas anotaciones pertenecerían a los momentos
anteriores a su desaparición. Lena, tras mirar el viejo cuaderno con añoranza, lo
estrechó contra su pecho y respiró hondo. Volvió a revisar las notas de su padre
y comprobar los mapas, ya arrugados del uso. Una vez estuvo segura, le hizo a
Cris un gesto para que la siguiera.
Cris y Lena llevaban menos de medio kilómetro andado cuando el sonido del
agua inundó sus oídos. Cris salió a la carrera y Lena la siguió. Cuando los ojos de
las chicas vislumbraron el pequeño arroyo con cascada que sonaba alegremente,
se les iluminaron las caras.
—Vaya, Lena, esto es precioso —comentó Cris, llena de entusiasmo.
—Sí, qué belleza —susurró Lena, hipnotizada.
La abundante vegetación hacía que el arroyo quedase semi-escondido por
un lateral. Un pequeño camino rocoso serpenteaba hacia el interior del bosque
delimitando, como capricho de la naturaleza, una pequeña parcela de terreno.
Ambas se adentraron en él y avanzaron unos metros con el fin de encontrar
alguna zona limpia de vegetación y relativamente plana dónde acampar.
—Chica... —dijo Cris, con un entusiasmo contagioso—, ¡Esto es la leche!
Nada más que por ver esto, ha merecido la pena haber venido.
—Sí —contestó Lena, con el mismo entusiasmo—, sé lo que quieres decir.
—¡Vamos a bañarnos!
—Pero Cris, tenemos que montar el campamento…
—Lena, quedan dos horas para que el sol se vaya, tenemos tiempo de sobra
para montar. Además, llevo más de una semana sin tomar un baño decente y creo
que no puedo esperar más, así que yo voy, tú haz lo que quieras
Cris dejó su mochila en el suelo, rebuscó en ella y sacó una toalla. Dio media
vuelta, y sin decir nada más, se encaminó hacia el arroyo meneando la cabeza y
refunfuñando por lo bajo.
Némesis
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Media sonrisa se dibujó en el rostro de Lena mientras observaba a una eno-
jada Cris marcharse. <<Esa era Cris>>, pensó Lena. <<Todo un carácter>>.
Nunca podría enfadarse con ella, incluso cuando se dejaba llevar por su mal
genio o imponía su voluntad, siempre te hacía, de alguna manera, sonreír. Su
carácter dulce y alegre era contagioso. No tenía problemas para integrarse en
cualquier tipo de grupo, hacía amigos con facilidad, aunque su impulsividad de
vez en cuando le había traído algún que otro problema. A diferencia de ella, Lena
era un tanto callada y nunca dejaba translucir sus emociones, aunque la relación
con sus compañeros de trabajo y la gente de su entorno era cordial, no dejaba
de ser eso, meramente correcta. Claro que Lena era muy sincera consigo misma.
Su mayor problema estaba en las relaciones sentimentales. Con los hombres en
general y con el prototipo “macho alfa” en particular. Digamos que el deporte
favorito de Lena se había convertido en patearle verbalmente el culo a todo aquel
que pretendía ser tarzán y no llegaba a mono. Ese tipo de espécimen que mide
la inteligencia de una mujer por la talla de sujetador y que por desgracia, daba la
sensación de que cada día abundaba más. Hasta el ex de Cris era un idiota decla-
rado, claro, que el pobre tampoco tenía culpa, con ese tipo de malformación se
nacía, no se hacía.
Lena salió de sus cavilaciones, cogió su toalla, y corrió hacia el río para reu-
nirse con Cris. Cris estaba totalmente relajada en el agua, abrió los ojos y le soltó
a Lena con tono socarrón:
—Chica, ¿necesitas un mapa para llegar?
Lena le hizo una mueca burlona y empezó a desnudarse. Dejó su ropa amon-
tonada junto a la de Cris. Su piel quedó expuesta a excepción de las partes cu-
biertas por la ropa interior. Se zambulló de golpe, haciendo que el agua salpicara
a Cris en toda la cara y ésta comenzó a dar gritos como loca. Cuando Lena salió
a la superficie, Cris la estaba maldiciendo y Lena sonrió.
—Uy, no me di cuenta. Creo que necesito un mapa para tirarme al agua y no
salpicar a nadie.
Lena se acercó a la orilla y cogió la pastilla de jabón. Empezó a frotarse con
ella mientras Cris seguía provocando a Lena con sorna.
—Confiesa, Lena, tuviste que utilizar la brújula para llegar hasta aquí y por
eso tardaste tanto.
Lena la miró directamente intentando intimidarla y disimulando la sonrisa
que pugnaba por salir.
—¿Sabes Cris? Creo que necesitas ayuda para lavarte el pelo.
Mientras se dirigía a Cris con intenciones de hundirla en el agua, Cris levantó
Aria Bennet
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sus manos hacía arriba gritando entre risas.
—¡Vale, vale, me rindo! Haya paz.
Un segundo después las dos chicas estaban debajo de la pequeña cascada
quitándose los restos de jabón.
—Tenemos que ir a montar el campamento antes de que oscurezca.
—Si —suspiró Lena.
—Vale. Te doy diez minutos, ni uno más. Si no estás en el campamento en
ese tiempo, vendré y arrastraré tu bonito trasero hasta allí.
—Eres la mejor amiga del mundo —dijo Lena con una amplia sonrisa.
—Ya, ya… —replicó Cris.— Pero tú fregarás los platos.
Cris comenzó a andar hacia la zona donde ambas pensaban acampar. Lena
cerró sus ojos y se relajó. Le dio la sensación de que era la primera vez en diez
años que se sentía realmente bien, realmente relajada. Todos sus miedos parecían
muy lejanos, como si algo dentro de ella le dijera que estaba haciendo lo correcto
y eso pudiera con todo lo demás. Parecía que con el hecho de estar allí ya estaba
cumpliendo parte de su promesa. Fue una sensación muy placentera y consiguió
relajarse por completo.

En ese mismo lugar, al otro lado del arroyo, unos ojos penetrantes obser-
vaban la escena que se desarrollaba en el pequeño arroyo con ávido interés. Las
dos humanas se reían y divertían en el agua. Una era alta y morena, la otra un
poco más baja y con el pelo del color del fuego. Maravillado, siguió observando.
En todos sus años de vida no había tenido mucho contacto con la raza humana, y
mucho menos había tenido oportunidad de observar sus cuerpos tan expuestos.
Si no fuera por los pequeños trozos de tela, que apenas cubrían sus partes más
íntimas, estaban totalmente desnudas. Se recreó y disfrutó con el espectáculo.
Cuando la mujer del pelo color fuego salió del agua, no podía apartar la vista de
ella. Quedó hipnotizado admirando el cuerpo de la pequeña humana. Notó que
su propio cuerpo respondía de una manera extraña. Aún en la distancia, sintió
que su sangre empezaba a calentarse viendo como la humana secaba su cuerpo
con una especie de trapo. Su mirada siguió con interés las delicadas manos de la
chica recorriendo todo su cuerpo. Parpadeó para salir del trance en el que, por
un momento, había caído. Se molestó consigo mismo por haber reaccionado
así y respiró varias veces para recuperar el control. Cerró los ojos y agudizó sus
sentidos. Pudo percibir la llegada de su hermano, sabía que no iba a ser nada
compasivo con las humanas. Acabaría matándolas, como había hecho siempre
Némesis
13
que alguien se había acercado demasiado a sus fronteras. Volvió a mirar hacia el
arroyo, la chica de fuego ya no estaba, pero la morena seguía en el agua. Tendría
que hacer algo si no quería que esas criaturas perecieran. No podía dejar que las
dos mujeres murieran, debía impedirlo. Su hermano estaría allí cuando el sol em-
pezara a despuntar, todavía tenía tiempo para idear un plan que hiciera huir a las
humanas. Miró el cielo, vio que el sol estaba ocultándose. Pronto caería la noche
y sería el momento perfecto para asustarlas y proporcionarles la huida antes de
que llegara su hermano, porque si no lo conseguía, al amanecer estarían muertas.

Lena llegó al campamento envuelta en sus pantalones caqui y una camiseta de
tirantes roja, en la que se podía ver escrito con grandes letras negras “Bésame el
culo, tío”. Sonrió a Cris, ésta le devolvió la sonrisa.
—Veo que aprecias tu trasero —dijo Cris tras fijarse en su camiseta.
—Sí. Digamos que me gusta tenerlo donde está, y recuerda que sé cuando
vas de farol y cuando no. Te conozco demasiado bien Cris y sé por experiencia
propia, y ajena, que tus arranques de impulsividad pueden ser bastantes peli-
grosos, así que te rogaría que mantuvieras a la fiera bien sujeta.
—¿Sabes, Lena? Me siento halagada de que tengas tanto respeto hacia mi im-
pulsividad. Anda, déjate de guasas y siéntate a cenar estos maravillosos manjares:
revuelto de setas con salchichas y café.
—Cris, ¡esto huele que alimenta!
Cris le dio un plato a Lena y las dos chicas pasaron a devorar con apetito la
gustosa cena. Lena sirvió el café y entregó una taza a Cris.
—¿Fue aquí donde se encontró el cuaderno de campo de tu padre?
—Sí ¿por?
—Bueno, he estado inspeccionando un poco todo esto. No creo que va-
yamos a encontrar nada aquí. Han pasado diez años y la naturaleza ha hecho su
trabajo al respecto, ya me entiendes.
—Lo sé Cris. No espero encontrar nada, solo quería ver el lugar y sentirme
un poco más cerca de él. No sé… creo que se lo debo y me gustaría intentar
completar su investigación, entonces podré estar en paz conmigo misma.
Cris puso su mano sobre la de Lena y le dio un pequeño apretón. Durante
unos minutos se quedaron en silencio.
—¿Y qué estaba buscando tu padre?
Aria Bennet
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—Una planta de origen celta. Los druidas la empleaban en sus rituales y con-
juros. Según los escritos, podía hacer milagros.
—Venga, Lena, ¿ahora creemos en magia y pociones?
—El no creía en pociones ni en magia. Te recuerdo que era un científico
y la ciencia era todo su mundo. Por lo que yo he leído, esa planta tenía ciertos
poderes curativos. En los últimos años he intentado seguir su investigación, pero
no hay mucho; varios archivos y datos que se remontan a los principios del Im-
perio Romano, aunque se cree que su existencia es más antigua. Durante algún
tiempo he recopilado toda la información que él tenía, pero lo sorprendente es
que dejó de existir hace muchos años, con el tiempo ha sido nombrada en alguna
que otra ocasión. Algunos la toman más como una leyenda que como algo real.
—Pero Lena, ¿y si es una leyenda lo que estaba buscando?
—Créeme Cris, yo pensé lo mismo. De hecho, no me entraba en la cabeza
que mi padre siguiera una leyenda, pero hará un par de años, subí al desván para
buscar los adornos de Navidad, bueno… era Sen-sen quien se encargaba de eso,
pero sabes que ya por entonces tenía problemas de salud. Empecé a buscar entre
los trastos que habíamos acumulado durante a años y al mover varias cajas, por
accidente, cayó a mis pies la que nos dio la policía con los pocos objetos perso-
nales que encontraron. El contenido se dispersó por el suelo y del bolsillo del
chaleco, que antaño había sido de mi padre, salió un objeto rodando. Cuando lo
cogí vi que era un tarro de ensayo de pasta dura; en un primer momento no le
di importancia pero cuando lo miré me di cuenta de que dentro de él había algo
verde, así que cogí la linterna que solemos tener en el desván y lo enfoqué. Era
una especie de planta muy parecida al acebo, lo que me sorprendió fue que el
tallo se conservara totalmente verde como si acabara de ser recién cortado, algo
imposible ya que llevaba como mínimo diez años en el desván. Era para que
estuviera totalmente seco. Eso despertó mi curiosidad y una serie de preguntas
vinieron a mi cabeza: ¿Por qué mi padre llevaba ese tallo en ese pequeño tarro?,
¿y qué tipo de planta podía ser para que después de haber pasado tantos años
siguiera fresca como si todavía estuviera en la tierra?
—Sí la verdad es que es algo que va contra natura. Es muy extraño, no co-
nozco ninguna especie que sea capáz de estar tanto tiempo dentro de un pe-
queño frasco sin marchitarse. Y dices que se parece al acebo, lo cual me lleva a la
siguiente pregunta: ¿Tú crees que esa planta es la de la leyenda, verdad?
Lena suspiró sonoramente antes de contestar.
—Sé que es la planta Cris y agárrate; ¿recuerdas a Noah? ¿el chico del
laboratorio?
Némesis
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—¿Te refieres al tío bueno que tiene los ojos color miel, el pelo castaño claro,
con unos reflejos dorados adorables y un hoyuelo muy gracioso que le sale en la
mejilla izquierda cuando sonríe? Sí, creo que sé quién es.
—¡Ya veo que lo conoces! —soltó Lena, con tono de guasa—. ¡Si te des-
cuidas me dices hasta el color de sus calzoncillos!
—Oye Lena, que tú seas ciega no quiere decir que lo demás lo seamos
también.
—No, perdona Cris, lo tuyo no es mirar, es hacer una radiografía.
—Bueno, ¿y qué pasa con él? —preguntó Cris, cambiando de tema.
—Bien, le pedí que hiciera las pruebas pertinentes.
—¿Y…? —soltó Cris mientras se apretujaba más a Lena, intrigada por la
respuesta.
—Pues… es muy anterior al periodo celta.
—¡¿Que?! —gritó Cris— ¿Me estás diciendo que ese pequeño tallo es tan
antiguo como el mundo?
—Pero hay algo más…
—¡¿Más?!
—Sí. Digamos que el tallo es de la familia del que conocemos ahora, es decir,
del acebo, sus característica se parecen, pero su composición molecular no coin-
cide, así que ese pequeño tallo es sin lugar a dudas el padre del actual, pero lo
gordo es que esa planta debido a su estructura molecular tiene la capacidad de
no perecer. Creo que lo que mi padre estaba buscando era la planta de donde
fue cortado ese tallo. Y para rematar, las pruebas sitúan al original en esta zona.
—Lena, ¿me estás diciendo que las pruebas sitúan ese maldito tallo en este
lugar? ¡Joder! ¡Eso es la leche! Pe... pe... pero, eso, —Cris tartamudeaba sin poder
controlarse— eso parece… Lena, ese descubrimiento es la bomba ¿Te das
cuenta de lo que esto significa? Esa planta puede llevar ocultos miles de secretos.
¿Te imaginas? ¡Podría ser la cura del cáncer o algo así!
Cris se había levantado y andaba de un lado a otro. Cada tres segundos, se
paraba y miraba a Lena para volver a preguntar con un tono de voz cada vez más
elevado; <<¿Pero te das cuenta? ¡Esto es la leche, joder!>>
Cuando Lena creyó que ya era suficiente, soltó un sonoro silbido haciendo
que Cris parara su insoportable caminata. Cris miró a Lena con los ojos como
platos, no podía creerse lo que su amiga le contaba. Viendo que Lena no contes-
Aria Bennet
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taba, tomó la iniciativa.
—¿Qué? ¿Hay más? ¿Hay más?
—Cál-ma-te — le dijo Lena, mientras se acercaba a Cris, poniendo sus manos
sobre los hombros de su amiga—. Y si tu siguiente pregunta es por qué no te lo
conté antes, aquí tienes la respuesta: ¡Estás histérica!
—¿Yo? ¿histérica? —dijo Cris, todavía alterada.
—¡Cris!
—Bueno, bueno, ya me relajo. Lo siento Lena es que esto es…
—¡Cris! —volvió a decir Lena.
Cris cerró la boca, que había quedado abierta tras su última frase, e hizo va-
rias respiraciones profundas. Cuando consideró que ya estaba lo suficientemente
calmada, asintió intentando controlar sus nervios
—Vale, creo que ya estoy lo suficientemente relajada para terminar de escu-
char tu historia.
Lena respiró hondo e intentó continuar.
—Creo que ha llegado el momento de ser totalmente sincera contigo, Cris.
En un primer momento, mis motivos no fueron científicos, más bien sentimen-
tales. Como bien sabes, mi madre murió cuando yo tenía tres años. Durante los
diez siguientes mi padre renunció por mí a su mayor pasión, la investigación.
Ocupó un puesto como profesor en la universidad más cercana y me crió tan
bien como supo. Cuando cumplí trece años, a mi padre le ofrecieron un trabajo
de investigación y decidió aceptar. Me llevó con Sen-sen a vivir y se marchó. Yo
lo odié por eso, ni siquiera me despedí de él. Diariamente me llamaba, pero yo
me negaba a recibirle. Le hice la vida imposible a Sen-sen durante un tiempo, fui
una adolescente bastante rebelde…
—Y todo esto ¿A qué viene? —interrumpió Cris, con tono urgente.
—Cris, estoy intentando explicarte algo que para mí no es fácil —contestó
Lena con voz ahogada—, y bien sabes que no me gusta hablar de estos temas,
pero siento que te debo una explicación.
>>Al cabo de unos meses, mi ira fue menguando y cuando comenzaba a
entender que mi padre no me había abandonado, nos llegó la noticia de su desa-
parición. Entonces la ira se convirtió… —las últimas palabras se atascaron en su
garganta y las lágrimas asomaban en sus ojos.
Lena comenzó a llorar desconsolada. No le gustaba llorar, le hacía sentir
Némesis
17
débil ante los ojos de los demás. Puso las manos sobre su rostro intentando
controlar el llanto. Sintió que unos cálidos brazos la rodeaban mientras una voz
conocida le transmitía palabras de consuelo al oído. Se sentía inundada por la
culpa y la pena. Se dejó llevar por esos sentimientos, hasta que algo dentro de
ella se rompió, o al menos así lo sintió, y entre sollozos soltó aquello que nunca
se había atrevido a decir.
—Cris, yo lo maté. Fui una niña egoísta y lo herí. Ya nunca más voy a poder
pedirle perdón, ya no sabrá lo que le quería. Se fue pensando que le odiaba y no
tendré la posibilidad de decirle lo mucho que lo siento, lo mucho que le echo de
menos.
Lena siguió sollozando durante un rato arropada y consolada en los brazos
de su amiga, que le ofrecía frases de consuelo. Cuando se calmó lo suficiente, fue
consciente de que estaba sentada en el suelo acurrucada en los brazos de Cris. La
camiseta de su amiga estaba empapada por sus lágrimas. Cris se apartó un poco
y la miró con ternura.
—¿Te sientes mejor?
—Si —contestó Lena, con voz ronca.
Lena se apartó un poco de Cris para sentarse bien.
—¿Ves? No es tan difícil sacar la basura fuera—dijo Cris. Viendo que Lena
no contestaba, siguió hablando—. De hecho, creo que has tardado demasiado en
hacerlo. Siempre sospeché que ese carácter tan raro tenía mucho que ver con tu
pasado. Así que ahora vas a intentar seguir la investigación de tu padre, porque
piensas que se lo debes. No creas que no estoy de acuerdo contigo y que no lo
entiendo, porque no es así, pero hay algo con lo que sí que no estoy de acuerdo…
—Cris, me dijo…
—Lena, mírame.
Lena obedeció, la miró directamente a los ojos y respiró hondo varias veces
para recuperar el control.
—No voy a consentir —dijo Cris, cogiendo a Lena de la mano—, y lo digo
muy en serio, que te culpes por la muerte de tu padre.
—Pero…
—¡No Lena! No. Se acabó. La culpa te ha estado matando por dentro estos
últimos diez años, machacándote. Es una carga muy pesada que no tendrías por
qué haber asumido. Tú no hiciste nada, solo eras una cría. Deja de culparte por
algo que no dependía de ti cambiar. Solo tuviste la rabieta que cualquier chica
Aria Bennet
18
de trece años hubiera tenido si se hubiera quedado huérfana de madre y se hu-
biera sentido abandonada por su padre; pero lo que le ocurrió a tu padre en este
lugar… —suspiró—, de eso nadie tiene culpa. Así que yo te voy a ayudar, pero a
cambio de que dejes de culparte ¿Me das tu palabra sagrada?
Lena la miró muy seria y tardó unos segundos en responder.
—Te la doy.
Cris sonrió satisfecha.
—Bien, ¿qué te parece si nos vamos a dormir? Ha sido un día de muchas
emociones. Pongamos los sacos cerca de la hoguera y durmamos al raso, hace
una noche preciosa.
Cris le tendió la mano a Lena, invitándola a aceptar su propuesta. Lena se
la cogió y juntas se dirigieron hacia la tienda a buscar los sacos de dormir. Los
extendieron a ambos lados del fuego que crepitaba y desprendía chispas. Lena
cogió su katana; un regalo de Sen-sen, de hecho, el que guardaba con más cariño,
ya que había pertenecido al padre de su maestro. Sacó la fina hoja de su funda y
la luz del fuego la impregnó de un color anaranjado rojizo. Se quedó embelesada
viendo las distintas tonalidades de luz reflejadas.
—¿Quécoñoeseso?—preguntóCris,sacandoaLenadesuensimismamiento.
—Se llama katana —contestó Lena, en tono relajado— y era de Sen-sen. No
te pongas histérica.
Cris miró a Lena como si de repente le hubieran salido cuernos y rabo.
—¿Me estás llamando histérica? ¿A mí? —dijo, mientras se sentaba en su
saco.
Lena no contestó y empezó a guardar la katana en su funda. Cris miró a Lena
con interés.
—¿Y qué se supone que vas a hacer con el cuchillo jamonero? —preguntó
Cris con ironía.
—¿Dormir con él? Es un arma defensiva.
—Deja que lo adivine —dijo Cris, poniendo los ojos en blanco—, ahora me
dirás que sabes utilizarla ¿verdad?
—Pues sí.
—De verdad Lena, eres una caja de sorpresas.
—Bueno, hay que ser precavidas, estamos en mitad de un bosque lleno de
Némesis
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posibles peligros, recuérdalo. Por cierto, ¿y tu pistola?
—Pegada a mi mano ¿Y la tuya?
—En su sitio. Buenas noches
Cris soltó un sonido, que bien podría haber sido el de una vaca pastando, y
murmuró un “buenas noches”.
—¿Cris? —llamó Lena—. Gracias, por estar ahí y por ser mi mejor amiga.
Un leve gruñido, procedente del saco de al lado, retumbó en la noche. Lena
cerró los ojos e intentó relajarse. Notaba su cuerpo exhausto, pero su mente se-
guía divagando, rememorando los acontecimientos que habían sucedido ese día y
el peso que se había quitado de encima confesando, por primera vez, el tormento
y la culpa que la embargaban. Aunque era consciente de que esa herida no iba a
cerrarse de la noche a la mañana, sabía que había dado el primer paso. Durante
años nadie, ni siquiera Sen-sen, había llegado a saber lo responsable que se sentía
de la muerte de su padre y por extraño que le pareciera, se sentía más liberada
de esa pesada carga. El cansancio se apodero de ella y, finalmente, se acurrucó
en el saco, dejando que la oscuridad invadiera su mente hasta que el sueño por
fin, le venció.
Aria Bennet
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Capítulo 2
Un pequeño chasquido hizo que Lena abriera los ojos. Instintivamente acarició
el mango de su katana. Agudizó el oído sin moverse. Percibió, extrañada, que
los ruidos nocturnos habían desaparecido. Un escalofrío le recorrió la columna
vertebral y esa fue la señal; saltó desenfundando su Katana mientras daba un
giro de 180 grados. Dio en el blanco y un grito ensordecedor se abrió paso
en el silencio de la noche, lo que hizo que Cris saltara como un resorte de su
cómodo sueño con la pistola en la mano apuntando a la oscuridad.
—Lena, ¿qué pasa? ¿dónde? ¿qué?
—Tranquila —le contestó, aunque su tono era tenso.
Cris se acercó despacio a Lena. Sus manos temblaban empuñando la pistola.
Lena observó a su atacante que se encontraba a apenas un metro de distancia y
que en ese momento se incorporaba adoptando una postura defensiva.
—Aléjate Cris, yo me encargo. Y, joder, ¡deja de temblar o terminarás hacién-
donos agujeros a todos! —susurró Lena.
—No, yo me quedo —contestó Cris también en un susurro.
—Cris, he dicho que te alejes.
—No.
—¡Cris! —gritó Lena más fuerte— A-lé-ja-te.
Lena ni siquiera la miró mientras se alejaba. Toda su atención estaba centrada
en el hombre que había interrumpido sus sueños y que en ese momento se erguía
en toda su estatura. Pudo ver en su mirada auténtica rabia contenida. Lena no
se amilanó.
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—No te muevas, o te juro que te rebanaré los sesos —dijo Lena en tono frío.
El desconocido seguía quieto pero su mirada no perdía detalle. En cuanto
Cris estuvo lo suficientemente alejada se abalanzó sobre Lena, ésta se echó a un
lado con rapidez mientras el hombre caía al suelo por el impulso. Lena apro-
vechó la oportunidad para darle una fuerte patada en el trasero. Esto hizo que
el hombre se desplazara más lejos mordiendo el polvo del suelo. No llegó a
levantarse ya que Lena se colocó a horcajadas encima de él. Oprimió sus caderas
para inmovilizar sus movimientos mientras le cogía las manos y las pegaba a la
espalda. El hombre soltó un gruñido de dolor mientras forcejeaba para librarse
de su agarre. Lena lo sujetó con más fuerza.
—Cris, tráeme la cuerda.
Cris le dio la cuerda sin poder controlar su estado nervioso. Lena no perdió
tiempo. Ató con precisión las manos del desconocido para luego girarlo y atarle
los pies con un complicado nudo japonés. Se puso encima de él de nuevo y con la
daga que desde el inicio del viaje llevaba escondida en su bota, apuntó la garganta
del desconocido. Éste dejó inmediatamente de forcejear. En esa posición Lena
pudo distinguir levemente sus facciones. Parecía joven; delgado pero fibroso, sus
ropas parecían más las de un indio que las de un hombre que pasea por la mon-
taña de madrugada. Su piel era muy blanca y lechosa. Su pelo era largo y oscuro.
—¿Quién coño eres y qué andas buscando? —dijo Lena. Su tono estaba
impregnado de ira.
El hombre respondió algo en una lengua extranjera que ninguna de las chicas
entendió y miró a Cris que en ese momento temblaba como un hoja y se abra-
zaba a sí misma.
—¿Has entendido algo de lo que ha dicho?
Cris negó con la cabeza.
—¿Crees que es un idioma? N… no… no he oído nada parecido en mi vida.
Lena se acercó a Cris y la abrazó.
—¿Estás bien?
Cris tardó unos segundos en responder.
—¿BIEN? —gritó— ¿A ti te parece que estoy bien? Joder. Hemos sido ata-
cadas por un melenudo paranoico que habla raro. Me acabo de llevar un susto
de muerte. ¡He tenido que apuntar a un ser humano con una pistola! Y encima
descubro que mi mejor amiga es una especie de Lara Croft. ¿Dónde narices
aprendiste todo eso? No, mejor no respondas. No lo quiero saber...
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—Fue Sen-sen, él me enseñó —respondió Lena igualmente.
—¿Y cuándo pensabas contarme que estás tan puesta en el arte de patear
culos?
—Te lo estoy contando ahora.
—¿Ahora?, ¿¡ahora!? —preguntó Cris histérica.
Cris se encaminó hacia su asaltante que hacía sus pinitos para incorporarse.
Lena miró el cielo con desesperación, ya estaba amaneciendo. En pocos minutos
la luz sería total. Miró a Cris y se quedó atónita; estaba sentada a horcajadas
encima del asaltante. Lo tenía cogido de la pechera y le estaba soltando un ra-
papolvos y dándole bofetones. Lena salió a la carrera para sujetar a su impulsiva
amiga. Cuando se acercó para coger a Cris por los hombros vio en su agresor
una media sonrisa de satisfacción que hizo que le hirviera la sangre. Tiró fuerte
de Cris y las dos cayeron con fuerza hacia atrás golpeándo sus traseros con el
duro suelo.
—Mierda Lena, déjame que le dé a ese cabrón lo suyo. ¿Cómo se atreve a
atacar a dos mujeres indefensas?
Cris se levantó del suelo y Lena hizo lo mismo para sujetarla por el brazo.
—Cris, para ¿Vale? Déjalo ya. Mira, cojámoslo y atémoslo a ese árbol.
Cris asintió levemente sin apartar la mirada del desconocido y se pusieron
manos a la obra.
Mientras Lena ajustaba la cuerda alrededor del árbol Cris se posicionó frente
a su asaltante. Lo miró a los ojos directamente. No estaba preparada para ver lo
que estaba viendo; el tío que tenía delante era el hombre más guapo que había
visto nunca. Se quedó ensimismada. Tenía la frente alta y despejada y de ella le
caía una larga melena marrón clara con reflejos dorados que llegaba a cubrirle los
hombros. Su nariz era recta y armonizaba con unas cejas anchas y bien formadas.
Sus ojos eran rasgados y de un color gris que iba acompañado de pequeñas
manchitas azules. Sus pestañas eran densas y largas y sus pómulos altos y bien
definidos. Su mandíbula era fuerte y sus labios eran carnosos, especialmente el
superior, que en ese momento le sonreían provocativa e insinuantemente. Cris
parpadeó varias veces para recuperar el control de sus emociones que ese tío
había conseguido descolocar en cuestión de segundos. Se centró en los ojos de
su asaltante intentando no mirar su boca sensual que insinuaba placeres infinitos.
Carraspeó unas cuantas veces para dejar de sentir la ola de calor que le recorrió
el cuerpo y recuperar el dominio de sus emociones.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Cris con dulzura.
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—Kkkheerrr —respondió con dificultad y acompañó su respuesta de un pu-
ñado de palabras incomprensibles.
—Vale, vale. Yo soy Cris ¿Y tú?
—Kher.
—Bien, eso está mejor —dijo Cris sonriendo—. Entonces yo soy...
Cris empezó a hacer aspavientos en el aire señalándose a sí misma.
—Crrrisss.
—¡Sí! —exclamó Cris, llena de júbilo—. Y tú Kher.
El hombre asintió con la cabeza.
—¿Crees que de aquí a Navidad sabremos algo más? —preguntó Lena.
Cris le lanzó una mirada envenenada, dejándole claro que no compartía su
sentido del humor. Miró de nuevo al desconocido y sonrió. Kher le devolvió la
sonrisa y con un gesto de cabeza señaló su lado izquierdo. Cris observó la zona
donde señalaba y dio tal grito que hizo que hasta Lena se sobresaltara.
—¿Qué?¿qué es Cris?¿qué pasa?
—¡Mira, Lena, está sangrando! Pobrecito, está herido. Debemos quitarle la
cuerda que tiene alrededor del cuerpo, hay que curar esa herida.
—Venga, Cris ¿Estás de guasa? ¿Vas a curarlo? Te recuerdo que este saco de
mierda a intentado atacarnos y no creo que el hubiera tenido misericordia con
nosotras.
—O lo haces tú, o lo hago yo —respondió Cris muy seria—. Es más, no te
estoy pidiendo que le quites las ataduras de los pies y las manos, solo la que lo ata
al árbol. No voy a dejar que se desangre.
—Cris, ¿qué mosca te ha picado?
—¿Que qué mosca me ha picado, Lena? No voy a dejar a un hombre herido,
sea nuestro atacante o no. No soy capaz de hacer tal cosa.
Cris se giró para buscar el botiquín. Lena estaba completamente pasmada.
Miró a su atacante y tuvo la sensación de que el muy gilipollas entendía todo lo
que estaban diciendo, y estaba disfrutando con el espectáculo. Lena se acercó a
él y empezó a desatar la cuerda del árbol. Cuando terminó se puso a la altura de
su cara y lo miró directamente a los ojos. Sacó el cuchillo de su bota y apuntó
hacia su cuello.
—Sé que entiendes todo lo que decimos —dijo Lena, con tono amena-
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zante—. Mira, capullo, te he quitado la cuerda, si haces un solo movimiento que
a mí se me antoje fuera de lo normal, te juro que te clavo con esta maldita daga
en el árbol. ¿Lo has comprendido?
Kher le dedicó una sonrisa burlona que hizo que Lena apretara con fuerza
su mandíbula. Sin pensarlo, Lena presionó con su mano la herida abierta del
hombre y éste soltó un alarido.
—¿Lo en-tien-des? —dijo Lena muy despacio, poniéndose de nuevo a la
altura de los ojos de su asaltante.
Kher apretó los labios y miró a Lena con los ojos llenos de furia. Dijo algo
que Lena no entendió, pero ésta se encogió de hombros y se alejó un poco, ya
que Cris llegaba con las manos cargadas de cosas entre las que había una manta.
El hombre no se movió, dejó de prestarle atención a Lena, para mirar a Cris. Cris,
por su parte le sonrió.
—¿Me vas a ayudar? —preguntó Cris.
—Vale —dijo Lena, con un suspiro—, ¿qué hay que hacer?
—Pues, podrías preparar el desayuno, si te parece bien, mientras yo curo a
nuestro invitado.
—¿Quieres que te deje sola con este tío?
—Lena, este tío está herido y atado, no creo que sea un gran peligro, así que
ponte a lo tuyo.
Lena giró sobre sus talones y se encaminó a preparar el desayuno. Se posi-
cionó en una parte en la que podía controlar a Cris y a Kher. No le gustaba nada
lo que estaba pasando. Ese tipo había salido de la nada y tenía la clara impresión
de que no estaba solo. Empezó a mirar a su alrededor, observando la zona con
mucha atención.
—¡Ay, por Dios!, ¡Lena!—
Lena salió a la carrera y se encontró a Cris paseando de un lado a otro y mur-
murando para sí misma.
—Esto no puede ser. Porque no puede ¿No?. Esto no está pasando —mur-
muraba Cris continuamente.
Lena alternó su mirada entre la cara confusa de Cris y la de Kher.
—Esto es increíble.
—Vale, ¿qué es increíble, Cris? ¿qué pasa?
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—Lena, este tío tiene las orejas muy raras. Mira, ven.
Lena no se echó a reír de milagro, no pensaba que las orejas de nadie fueran
para ponerse histérica. Si el pobre tenía orejones de soplillo tampoco era para
tanto. Bueno, había que reconocer que el tío estaba más bueno que un donut,
eso era indiscutible, y ahora comprendía por qué llevaba el pelo a la cara: para
disimular los pabellones que tenía por orejas. Lena se acercó a él mordiéndose el
labio inferior para no reírse, el hombre parecía querer alejarse de ella sin mucho
éxito; la chica apartó con cuidado el pelo expuesto dejando entrever una oreja de
un tamaño medio que se iba alargando hasta terminar en punta.
—¿Qué narices le ha pasado a este tío en las orejas?
Cris miraba las extrañas orejas muda de asombro mientra Kher soltaba in-
coherencias en tono ofendido y malhumorado.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Lena.
—¿A qué te refieres?
—Cris, este tío no es normal. Habla un idioma extraño que no me suena a
nada que haya escuchado antes y tiene las orejas más raras que he visto nunca.
A decir verdad, son las primeras que veo con esta forma. ¿Qué se supone que
debemos hacer ahora?
>>¿Sabes, Cris? Tengo un mal presentimiento, deberíamos recoger el cam-
pamento y dejarlo aquí. Le has curado la herida, y creo que por hoy ya hemos
hecho nuestra buena labor. Creo que no venía solo. Me da la sensación de que
hay más como él, así que deberíamos irnos inmediatamente.
—Pero, Lena, no podemos dejarlo aquí, ¿y si te equivocas y está solo? No
podemos dejarlo en estas condiciones. Por si no te has dado cuenta, esto no es
precisamente Central Park en hora punta. Sabes perfectamente que herido y ma-
niatado será una presa fácil para cualquier depredador.
Lena cogió a Cris de la mano y tiró de ella para que la siguiera hasta la pe-
queña fogata sobre la que se hacía el café. La cafetera comenzó a realizar una
serie de ruidos, avisando de que su contenido estaba listo para ser servido. Lena
cogió el asa con cuidado y colocó la cafetera en la primera superficie estable que
encontró. Mientras Cris se sentaba a su lado, comenzó a preparar tres cafés con
leche en tazas de metal.
—Y bien, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Lena.
—Vamos a darle algo de comer y luego pensaremos una solución —dijo Cris
en tono calmado.
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Lena puso los ojos en blanco y empezó a menear la cabeza en señal de des-
acuerdo. Comenzó a buscar un punto en el bosque buscando la inspiración que
le diera la solución a sus problemas, un plan con el que todos salieran ganando,
incluido el rarito. No llegó a encontrar ese punto ya que sus ojos percibieron un
movimiento extraño entre las hojas. Lena intentó actuar con normalidad. Cris la
miraba con ansiedad, como esperando una sentencia. Lena le sonrió.
—Escucha, vamos a hacer lo siguiente; llévale el desayuno a nuestro rarito
inquilino mientras yo voy a por leña. Coge tu pistola y el walkie talkie. Encontra-
remos una solución ¿Vale?
Cris se relajó de inmediato soltando de golpe todo el aire que había estado
conteniendo sin darse cuenta.
—Gracias, Lena —dijo Cris con una sonrisa.
Cris se encaminó a llevarle el desayuno a su invitado. Lena se levantó y cogió
su katana mientras se preparaba mentalmente para lo que se avecinaba. Buscó
con disimulo varias armas que guardaba en su mochila y se acercó a Cris.
—Ya sabes, si algo se mueve dispara y luego preguntas ¿Entendido?
Cris asintió con la cabeza.
—¿Entendido, Cris?
—Sí, mamá, entendido —contestó Cris sonriendo.
Lena sintió que estaban en peligro, tenía la clara sensación de que iban a
ser atacadas de un momento a otro. Se sentía mal por no haber compartido esa
información con Cris, pero era mejor así. Bastaría siquiera insinuárselo para que
se pusiera hecha un manojo de nervios e hiciera que su precipitado plan se fuera
al traste.
El miedo la atenazó. Lena rogaba para que no pasara nada y poder llegar a
tiempo, pero los remordimientos de conciencia le impedían pensar con claridad.
Apretó el paso con decisión para convencerse a sí misma de que estaba haciendo
lo correcto, aunque eso no mejoró el malestar que sentía sabiendo que estaba
poniendo a su amiga en peligro.
Si los cabrones mordían el anzuelo, ella podría terminar con todos. Jugaba
con la baza de la sorpresa. Si su plan salía bien, uno de ellos la seguiría y mientras,
los otros atacarían el campamento. Tenía que buscar una posición tras el lugar
en el que había visto movimientos en el bosque. Si su instinto no le fallaba, estos
tíos eran primos hermanos del rarito.

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El sol ya estaba alto en el horizonte, algo que parecía estar de su parte. Kher
vio como la mujer morena se alejaba del campamento. Hacía rato que había visto
a su hermano camuflado entre el follaje. Tenía que andar con cuidado y mantener
a Cris cerca de él, si no su hermano la mataría. Todavía estaba aturdido recor-
dando los acontecimientos de la noche pasada. Estaba totalmente descolocado.
Recordó las palabras que una vez le había dicho su padre y que nunca terminó
de creer; <<nada te prepara para cuando la encuentras>>. Sabía que era cierto, pero
nunca pensó que fuera de esa manera tan brutal. Se había aventurado en el cam-
pamento con la intención de espantar a las mujeres y salvarles la vida, no escuchó
sus instintos. Aún en los primeros vistazos, mientras las espiaba en el arroyo, su
cuerpo había reaccionado de una manera extraña hacia la mujer del pelo rojo.
En ese momento no lo pensó, pero cuando las asaltó en la noche y se enfrentó
cara a cara con ella, el impacto fue descomunal. La punzada de dolor vino de sú-
bito y atravesó su corazón. Su mirada quedó atrapada en esos ojos almendrados
rodeados de gruesas y largas pestañas. El color de su cabello acompañaba a sus
ojos del color de las esmeraldas, donde se perdió por un momento, viendo frag-
mentos de su destino.
El dolor disminuyó cuando asumió que era ella. Lo había abatido su pelo
totalmente suelto que caía en cascada cerca de sus pechos. Sus labios llenos for-
maban una boca que incitaba a perderse en ella. En su rostro ovalado y nariz res-
pingona se podían apreciar algunas pecas impregnadas en polvo dorado. Cuando
ella sonreía le calentaba el alma.
Recorrió su cuerpo menudo y curvilíneo. Sus pechos no eran demasiado
grandes. Su cintura estaba muy marcada y sus piernas no eran demasiado largas,
pero bien definidas y torneadas. En definitiva, ésa era su diosa. Ahora lo sabía.
Ella había llegado a él porque estaban destinados, lo había visto, sus dioses se
lo habían mostrado.
En ese momento la chica le estaba dando una especie de brebaje que le re-
cordó a una planta que ellos utilizaban para soltar el vientre y pidió a sus dioses
que no fuera eso. La chica estaba en tensión mirando hacia el sitio donde había
desaparecido la morena. Cada poco tiempo ella, que al parecer se llamaba Cris,
le daba unos trocitos de algo parecido al pan untado con una especie de líquido
bastante soportable para el paladar. Sonrió maravillado por la belleza que refle-
jaba el semblante de la mujer, un semblante de diosa. Ya lo había decidido; ella
sería suya. Las pediría como privilegio tanto a ella como a su amiga, aunque esto
último no le hacía demasiada gracia. Siendo sincero con él mismo, la morena
tenía una belleza impactante; su pelo era de un negro azulado y sus ojos tenían el
color más raro e increíble que había visto nunca, un violeta deslumbrante enmar-
cado en una forma rasgada y largas pestañas. Tristemente, ésto se veía eclipsado
por un carácter algo agrio y de armas tomar. La chica peleaba mejor que muchas
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guerreras de su raza. La humana era un arma letal en potencia.
Miró su joya esmeralda y percibió ansiedad. Sabía que las dos mujeres estaban
muy unidas, tal vez eran familia. No podía hacerle eso a un ángel como Cris.
Debía pedir el derecho de privilegio para las dos, le gustara a su hermano o no,
ese era su derecho e iba a exigir que se cumpliera. De un momento a otro su her-
mano iba a tomar el campamento. Tenía que prepararse para avisarlos y que no
mataran a las humanas. Tenía que poner a Cris a salvo. Una vez hecho esto, iba
a disfrutar de lo lindo viendo como la morena les pateaba el culo a sus compa-
ñeros de expedición, especialmente a su hermano. Al menos, si conseguía dejar
a uno o dos fuera de combate, se sentiría menos humillado porque un humano,
encima del sexo femenino, le hubiera vencido y herido de esa forma. Esa situa-
ción traería cola entre su gente y tendría que aguantar las continuas pullas de su
hermano. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su boca al pensar en la posibilidad
de que la morena hiciera sudar un poco a su hermano, el cual, además, conside-
raba a los humanos una raza insulsa, débil, y a sus mujeres, sosas y gritonas. Le
era imposible imaginarselo mordiendo el polvo por una humana. Se relajó en la
medida de lo posible y comenzó a cantar los acordes de una canción.
Cris le sonrió y escuchó fascinada la linda melodía, aunque no entendía el sig-
nificado de la canción, el tono de voz y entonación le hicieron sentirse relajada
y la ansiedad que en esos momentos sentía por todos los acontecimientos que
estaban pasando se desvaneció.
—Eso suena muy bien, pero no entiendo nada.
Kher sonrió y siguió cantando. Estaba utilizando uno de sus dones. A través
de la música podía relajar y hechizar a las personas. Era capaz de rimar y cantar
cualquier cosa que quisiera decir sin esfuerzo alguno. En ese momento estaba
avisando a su hermano para que siguiera sus instrucciones.
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Cuando Lena consideró que ya se había alejado lo suficiente del campa-
mento, comenzó a correr para poder rodear a sus enemigos. Tenía el corazón a
mil. Se camufló entre unos arbustos que formaban un pequeño recodo y agudizó
el oído para intentar detectar a su enemigo. <<Bingo>>, pensó cuando percibió
unos pequeños ruidos, posiblemente imperceptibles para aquellas personas que
no estuvieran entrenadas en la escaramuza. El sonido se hizo más evidente a los
pocos segundos y su corazón empezó a bombear más rápido. El ruido se hizo
más intenso. Miró con disimulo a través del frondoso arbusto que la protegía.
Su mirada se encontró con un hombre tan alto como el rarito y con una vesti-
menta similar, parado prácticamente a su altura. Sin tiempo para pensar, sacó un
grueso leño que había cogido por el camino y le atizó con todas sus fuerzas en la
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cabeza. El hombre no tuvo siquiera tiempo de reaccionar. Cayó como un plomo
pesado al suelo. Lena sonrió de satisfacción, <<uno menos>>. El tiempo de re-
gocijarse se acabó cuando oyó un disparo. Sus emociones se dispararon a toda
velocidad. Notó el sabor de la ira subiéndole por la garganta, intentó no perder
la concentración mientras procuraba mantener a raya sus emociones. En su ca-
beza resonaron las palabras de su maestro: <<si controlas las emociones, controlas a
tus enemigos>>. Salió a la carrera buscando el punto estratégico que le permitiera
cargarse a esos tipos. Llegó al campamento por el extremo oeste, se aposentó
detrás de un gran árbol y miró discretamente hacia el campamento; el rarito tenía
a Cris cogida de la cintura con el brazo bueno, pegando la espalda de Cris a su
pecho, mientras que con el otro le tapaba la boca para que no gritara. Observó
que había otro tipo con él. Éste tenía el pelo tan largo como Kher, pero de un
rubio casi blanquecino.
La posición del rubio oxigenado era totalmente defensiva, pues no paraba
de mirar hacia todas las direcciones, esperando un ataque frontal por cualquier
flanco visible. Miró en su dirección y Lena, con presteza, desapareció de su
campo de visión, apretándose todo lo posible contra el tronco. Apoyó su cabeza
en el árbol y respiró para encontrar la calma que necesitaba para realizar el si-
guiente movimiento que tácticamente había planeado en su cabeza. Sus planes
se vieron interrumpidos, porque en ese mismo instante algo silbó cerca de su
oído. Abrió los ojos como platos y buscó instintivamente de dónde procedía el
sonido. Sus sentidos la dirigieron hacia una flecha pegada a pocos centímetros
de su hombro. Por un momento no reaccionó, pero algo le gritó en su cabeza
que corriera y así lo hizo. Salió corriendo directamente hacia el rubio oxigenado,
esperando que su actitud hiciera salir a la comadreja que andaba escondida ti-
rando flechas a traición. No tardó mucho, segundos después, escuchó los pasos
de la comadreja que la había seguido hasta su posición y se encontraba a sus
espaldas. Cuatro pares de ojos miraban en su dirección. El rubio se adelantó a su
encuentro. Lena percibió cómo la comadreja se situaba a sus espaldas. Giró para
dejar a sus atacantes a ambos lados de ella. Los dos hombres se lanzaron a la vez
a por Lena, pero ella tomó impulso y saltó quedando a la altura de las cabezas de
sus oponentes, abrió las piernas con rapidez dándoles dos fuertes patadas a sus
atacantes. El rubio oxigenado recibió el golpe en toda la cara y cayó noqueado al
instante, la comadreja se tambaleó, pero no llegó a caer. Por el rabillo del ojo vio
que Kher sujetaba todavía a Cris, pero no pudo distraerse demasiado, la coma-
dreja estaba de nuevo en plenas condiciones y se acercaba a ella. Lena se dispuso
para el ataque y levantó el mentón en señal de desafío, no esperaba encontrarse
con los ojos de color azul más claros que había visto nunca. Éstos estaban ro-
deados de unas pestañas densas y negras que enfatizaban una mirada fría y dura
que encogería el alma de cualquiera. Sus cejas negras eran largas y arqueadas,
lo que intensificaba su mirada. Su pelo era oscuro, sus pómulos eran altos y su
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mandíbula ancha. Sus labios estaban bien definidos, siendo el de arriba algo más
fino que el de abajo. Lena se demoró unos segundos en esa boca cuando vio
que de ésta asomaba una media sonrisa insinuante y sensual. Eso la hizo salir del
trance. El tío que tenía delante le superaba en altura unos quince centímetros. Su
cuerpo, aunque delgado, era un poco más robusto que el de Kher y su color de
piel estaba más bronceado que el de sus compañeros. A diferencia de ellos, éste
llevaba los brazos al aire, enseñando unos músculos bien definidos.
La mirada que Lena le lanzó a su agresor fue dura y llena de ira, éste volvió
a sonreír con una sonrisa burlona, tiró su espada a un lado, cayendo lejos de su
agarre, e indicó a Lena con las manos que hiciera lo mismo. La comadreja quería
un cuerpo a cuerpo. Lena levantó sus cejas y con una sonrisa cínica lo imitó.
En cuanto hizo ésto, el hombre se lanzó hacía ella, rodeando son sus brazos
los de Lena para inmovilizarla. Lena levantó su rodilla y le dio un golpe en la
entrepierna. La comadreja la soltó de golpe y se dobló sobre sí mismo con un
alarido de dolor, momento que Lena aprovechó para darle un fuerte golpe en
toda la espalda.
—Éste de propina, cabrón —dijo Lena, con rabia.
El tipo se negó a darse por vencido y cogió la piernas de Lena, tirando hacia
arriba, de modo que la chica dio con su espalda en el suelo. El impacto la dejó
sin respiración por unos segundos. Comadreja aprovechó la ventaja y se lanzó
sobre ella, pero Lena fue más rápida, dobló sus rodillas y las lanzó con todas sus
fuerzas sobre el pecho de su agresor. El fuerte golpe, hizo que el hombre cayera
de espaldas al suelo, situación que Lena no desperdició; se puso a horcajadas
sobre él, inmovilizando las piernas del hombre. La comadreja cogió a Lena de los
brazos, pero Lena bloqueó el agarre con un rápido movimiento de su mano, sacó
el cuchillo que llevaba escondido en la bota y lo puso en el cuello de su agresor.
Lena se detuvo inmediatamente cuando escuchó un grito femenino.
—¡Lena, para! —gritó Cris.
Lena se mantuvo inmóvil y levantó la mirada. Kher sostenía una puñal a
la altura de la garganta de Cris, mientras gritaba como un poseso a Lena en su
extraña lengua. Lena obviamente no lo entendía y el pánico la atenazó. Volvió a
mirar a su agresor con la punta del cuchillo pegada a su cuello, hasta que se dio
por vencida y lo soltó. Inmediatamente sintió dos brazos musculosos rodeándola
desde atrás, pero ella se zafó del agarre y corrió hacia Cris. El rarito fue bajando
el cuchillo poco a poco. Cris se giró, de modo que estuviera cara a cara con Kher
y comenzó a golpear con sus puños el amplio pecho del hombre.
—Déjala, maldito bastardo —gritó Lena, mientras terminaba de salvar las
distancias entre ambos.
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Fue una sorpresa para todos que Kher, en vez de volver a inmovilizar a Cris,
que habría sido lo esperado, la abrazara intentando consolarla. Lena se paró en
seco y se quedó muda de la impresión. Si la situación hubiera sido otra, se habría
echado a reír, aquello parecía un chiste.
Sin previo aviso, Lena sintió como alguien le cogía los brazos desde atrás
y los posaba sobre su espalda. Tironeó, pero no gritó. Sabía quién la sujetaba.
Lena sintió como el armario de dos puertas pegaba su cuerpo todo lo posible al
suyo para luego hacerla girar de modo que sus rostros quedaron muy cerca. La
apretó más a él, sujetándola con fuerza. Lena no lo pensó y le escupió en la cara,
mientras lo miraba con toda su rabia. El hombre se limpió el rostro y soltó una
sonora carcajada que a Lena le molestó más que si le hubiera dado un bofetón.
Sin soltarla, se encaminó hacia el rarito que todavía sujetaba a Cris. Los dos
especímenes, comenzaron una conversación incomprensible. Cuando acabaron
de parlotear esa lengua extraña, Lena fue liberada de su agarre y vio como Cris
corría hacia ella. Por suerte el rarito no la detuvo. Cris abrazó a Lena con todas
sus fuerzas.
—¿Estás bien, verdad? —preguntó Cris con ansiedad.
Cris empezó a toquetear con sus manos a Lena para asegurarse de que no le
faltaba nada y estaba en perfectas condiciones.
—Sí, Cris, estoy bien —dijo Lena con una sonrisa—. El armario de dos
puertas no me ha tocado un pelo.
Cris pareció tranquilizarse al ver que su amiga estaba perfectamente.
—¿Y tú, Cris? ¿Estás bien? ¿Te ha hecho algo el rarito?.
—Sí, sí, estoy bien, pero he pasado verdadero miedo, y más cuando he visto
a ese tío atacarte. A decir verdad, sigo teniendo miedo.
Lena echó uno de sus brazos por los hombros de su amiga y la atrajo hacia
sí. Juntas se sentaron en el áspero e incomodo suelo.
—¿Y ahora qué? —preguntó Cris con ansiedad.
—Debemos escapar —contestó Lena en un susurro, apenas audible.
—¿Qué? ¿Estás loca? Por si no te has dado cuenta, nos superan en número.
—Si, no soy ciega Cris, pero ¿Sabes?, Sen-sen siempre decía que si eres pa-
ciente y esperas el momento, la oportunidad siempre llega.
—Vale, ¿me estás diciendo que tienes un plan?
—No, lo cierto es que por ahora no, pero estoy en ello. Solo tenemos que
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observar y estudiar al enemigo.
Cris hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Las dos chicas dirigieron
sus miradas a sus atacantes. Ambos estaban un poco retirados, pero sus ojos
estaban clavados en ellas. Comadreja miró a Lena directamente y su mirada decía
a las claras que tenían una cuenta pendiente.

Turs observaba a las dos humanas sentadas en el suelo, pero su atención
estaba centrada en la mujer de pelo negro. Sus emociones hacia ella lo tenían
totalmente descolocado. Por una parte, le encantaría retorcer ese bonito cuello,
pero por otra, y esa era la peor, lo que esa humana le estaba haciendo sentir,
tanto física como emocionalmente, lo tenían total y claramente desubicado. No
entendía qué demonios le había impulsado a consentir que la muy descarada le
escupiera en la cara. Pocos conseguirían salir libres de dicha ofensa. Admiraba el
coraje de la chica, aunque le pesara. Era una belleza sin igual. Cuando se encon-
traron sus miradas, durante la pelea, se quedó totalmente pasmado. La mujer se
defendía bien, tenía conocimientos de lucha y era rápida.
La mirada de Turs se posó de nuevo en la mujer. La chica era más bien alta y
su cuerpo estaba bien formado. Sus curvas se marcaban perfectamente a través
de la fina tela de sus ropajes. Su pelo era negro con destellos azulados. Su rostro
era ovalado y su boca era carnosa y sensual. La nariz era achatada y los ojos ras-
gados y de color violeta, tan intensos que impactaban. Sin duda, su mirada era un
foco de atención para cualquiera que tuviera ojos en la cara.
—Turs, ¿me escuchas? Exijo mi privilegio.
Turs cabeceó levemente para salir de sus divagaciones y miró a su hermano.
—¿Qué privilegio? —exclamó Turs sorprendido—. ¿Estás loco? ¿Vas a pedir
ese derecho sobre esas dos humanas?
—Tengo mis derechos y más de cien años. Puedo pedir por ley que ellas
sean mi privilegio y tú no me lo puedes impedir. Tú, hermanito, serás el jefe de
la expedición, pero yo las he encontrado. Te recuerdo que la ley es clara en este
aspecto; todo lo que uno encuentre fuera o cerca de nuestras fronteras tiene el
derecho de privilegio, así que exijo que se cumpla.
Turs no salía de su asombro.
—¿De las dos?
—Sí —dijo Kher muy seguro—. Ellas ahora me pertenecen.
Turs sintió que algo en su interior se removía y le embargó una oleada de
Némesis
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emociones contradictorias que no supo analizar. Cerró los ojos un segundo para
que su hermano no viera en su mirada el tumulto de sensaciones que le había
producido su decisión.
—Bien —dijo Turs, abriendo los ojos—, tienes ese derecho y podrás ejer-
cerlo de aquí hasta que lleguemos a casa. Una vez allí, padre y el consejero deci-
dirán sobre esto.
Kher comenzó a protestar, pero su hermano lo interrumpió.
—Es mi veredicto Kher y no voy a consentir que lo cuestiones.
Kher miró a su hermano directamente a los ojos sin esfuerzo alguno, ya que
Turs solo era unos pocos centímetros más alto que él.
—De acuerdo —dijo Kher, enfatizando cada sílaba.

Lena apartó la mirada de su agresor, el señor comadreja, y observó al rubio
oxigenado que se estaba poniendo en pie muy despacio. Su mirada se desvió
unos metros ya que entre la maleza apareció el cuarto componente del grupo,
al que había noqueado en primer lugar, tambaleándose y sujetándose con una
mano la cabeza. Parecía estar bastante aturdido. Kher y comadreja salieron a su
encuentro y lo cogieron con fuerza por ambos lados. Lo trasladaron cerca del
fuego y lo colocaron en una postura cómoda.
Los tres hombres comenzaron a hablar entre ellos. En un momento deter-
minado el recién llegado mencionó algo que hizo que los tres hombres miraran
a Lena, pero ella solo se sintió intimidada ante uno de ellos, el hombre que
había decidido calificar como comadreja. Lena, interiormente, se reveló contra
ese sentimiento, levantó el mentón y fijó su mirada en los tres tipos, intentando
transmitir todo el odio que sentía. En su campo de visión apareció Cris que
en ese momento se acercaba al hombre que estaba malherido para examinarlo.
Lena soltó un bufido y maldijo por lo bajo la estupidez de su amiga. El rubio
oxigenado se lanzó gritando hacia Cris para que no tocara a su amigo. Como un
muelle, Lena se puso en pie para patearle el culo otra vez a ese tipo, pero Kher
ya había agarrado a Cris, para evitar que le atacara y comenzó un discurso muy
cortante hacia el rubio oxigenado, el cual no pudo más que asentir y mantenerse
quieto.
Para sorpresa de todos Cris no se amilanó y se soltó con fuerza del agarre
de Kher.
—Gracias —dijo Cris, dirigiéndose a Kher—. Y a ti, rubito, aunque no me
entiendas, dejemos las cosas claras. Solo quiero AYUDAR a tu amigo, y en todo
Aria Bennet
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caso, las que tendríamos que estar muy, pero que muy mosqueadas, somos noso-
tras. Vosotros sois los que nos habéis atacado sin ningún motivo, así que no me
cabrees —Cris cogió al rubio de la pechera, el cual ni se inmutó—, o te daré una
patada donde más duele, ¿entendido?
Toda la atención del rubio oxigenado estaba puesta en Kher, que lo miraba
con un rictus severo. El hombre dijo algo incoherente que las chicas no enten-
dieron, pero que sonó a disculpa.
Una vez que el rubio oxigenado se hubo apartado, Cris se acercó al hombre
convaleciente para atenderlo, mientras los demás la observaban.
—Lena, necesito el botiquín. Ve a por él.
Lena miró a su amiga con gesto huraño.
—Cris, ¿estás haciendo oposiciones para ser la samaritana del año o qué?
—Escúchame bien, Lena Carter. Este hombre está así por tu culpa, así que
ve ahora por lo que te he pedido si no quieres que te de una patada en el trasero.
—Oh, no. Eso sí que no. No me voy a sentir culpable por defenderme de
alguien que nos ha atacado, ¿o crees que él habría hecho lo mismo por nosotras?
—Me da igual ¿vale? ¡Ve ahora mismo, Lena! —gritó Cris.
Las expresiones de los hombres, mientras observaban la situación, eran bas-
tante divertidas. Iban desde el asombro, pasando por el descontento, para llegar
a la diversión. Esta última procedía de Turs que seguía con verdadero interés la
confrontación de las dos humanas, como si estuviera viendo un partido de tenis
de lo más interesante.
Turs se dirigió hacia Lena para cogerla por la cintura y trasladarla hacia una
roca cercana. Lena sintió que sus pies se elevaban del suelo y comenzó a pro-
testar e intentar soltarse, pero él la apretó más fuerte. Lena fue depositada en el
suelo como si fuera un saco de harina. Turs cogió una cuerda de las pertenencias
de las chicas, y comenzó a atar sus manos y pies, mientras Lena se revolvía. Lena
miró los ojos de Turs y le pareció percibir un chispazo de humor en ellos. Una
vez que Turs terminó de atarla se sentó a su lado. Ya había dejado de maldecir
e intentó ignorar al gilipollas que la había atado. Centró su mirada sobre Cris y
sus atacantes, en ese momento, Kher estaba ayudando a Cris a curar al herido.
Cuando esta terminó, Kher cogió a Cris, la situó al lado de Lena y la ató de pies
y manos. Cuando terminó, y para rematar el trabajo, cogió otra cuerda y las unió
a las dos. Cris miró a Lena y percibió su enfado.
—¿Qué?, ¿Alguna idea para salir de ésta?
Némesis
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Lena soltó un gruñido.
—Que tal si les abro la cabeza y tu les curas, ¿estás de acuerdo, Cris? Porque
si estás conforme, cuando consiga librarme de mis ataduras te aseguro que a
quien voy a romper la crisma va a ser a ti.
—Venga, venga, Lena, relájate. Lo siento ¿vale? No puedo evitarlo. Si hay una
persona herida necesito ayudarla. Es algo instintivo.
—Ya —soltó Lena—, y no tiene nada que ver con el cabronazo de las orejas
puntiagudas ¿verdad? El que hace menos de unos minutos apuntaba a tu bonito
cuello y segundos después te consolaba y abrazaba. No vi que te quejaras.
—Perdona guapa, estaba aterrada.
—Venga Cris, eso cuéntaselo a otra. Durante estos años reconozco que has
hecho algunas cosas raras, bien sabes que nunca he criticado tu actitud, pero Cris,
ésto supera la lógica.
—Lo siento, Lena. Llevas razón. Para la buena verdad, no sé qué me pasa con
ese tipo, siento cosas extrañas, como si compartiera un vínculo. Desde el primer
momento en que lo vi sentí como si ya lo conociera. Siento que puedo confiar en
él, que no nos va a hacer ningún daño.
—Y dime —dijo Lena, en tono condescendiente—, ¿sabes si esa informa-
ción la ha compartido con sus amigos? Porque parece, y siento ser yo la que lo
haga evidente, que no están muy enterados, cuando nos tienen atadas de pies y
manos.
—Vale —suspiró Cris—, ya sé que es de locos...
Las lágrimas asomaron a los ojos de Cris.
—Eh, Cris, lo siento. No llores por favor. Venga —dijo Lena en tono com-
prensivo—. Cuéntamelo. Te juro que la arpía de Lena ya se ha ido a dormir.
—Lo juro Lena, ésto no me ha pasado en la vida con ningún tío. Incluso
cuando lo miro me olvido de todos y de todo. Lena, de verdad, estoy muy
asustada.
La voz de Cris estaba llena de angustia. Lena la conocía lo suficiente para
saber cuando realmente Cris estaba preocupada y eso la asustó más que estar
atada con un grupo de tíos raros.
—Bien, tal vez esto nos convenga. El rarito nos puede ayudar a escapar. Si
jugamos bien nuestras cartas...
--Kher.
Aria Bennet
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—¿Qué? —preguntó Lena.
—Kher, Lena, se llama Kher. No rarito.
Cris dirigió su mirada hacia Kher, que en ese momento estaba al lado del
fuego con los demás, y se quedó ensimismada. Parecía que preparaban algo de
comer. Kher, sintiéndose observado, levantó la cabeza y miró a Cris con una
mirada insinuante.
—¡Joder, Cris, está babeando!
—¡Oh por dios! realmente Lena no lo puedo controla. ¿Crees que es posible
que podamos escapar? —preguntó Cris con aprensión.
—No sé, Cris, pero ya que el tío te agrada, saca tus armas de mujer y utilízalas.
—¿Qué estás insinuando, Lena?
—No seas mal pensada, solo… sigue tu instinto.
—Lo siento —suspiró Cris—, no sé qué me pasa. Es que todo esto me pa-
rece tan surrealista.
Los acontecimientos del día habían desbordado a Cris, había muchas cosas
que asimilar, y otras muchas que no entendía. Kher les dio de comer y de beber
como si fueran niñas pequeñas. Cuando terminaron, desató a Cris y la acom-
pañó al escusado, luego hizo lo mismo con Lena. Kher les trajo mantas y sus
chaquetas para que estuvieran abrigadas. El único que se molestó por ellas y
procuró hacerles su cautiverio más cómodo fue él. Lena se tumbó en el suelo he
intentó dormir. Ya era bastante tarde, llevaban horas atadas viendo como esos
tipos se movían de un lado para otro. Lena pensó en todo lo que había pasado
ese día y sus pensamientos volaron hacia los hombres que las tenían prisioneras,
especialmente hacia el hombre comadreja. Después de atarla la había ignorado
totalmente, incluso dándole la espalda. Ella se lo agradeció. Su mirada la ponía
muy nerviosa, y cuando ese tío se acercaba a ella solo quería estar lo más lejos
posible de él. Ésto último nunca lo reconocería ante nadie, pero tenía que ser
honesta consigo misma. Se había hecho el firme propósito de evitar cruzarse en
su camino todo lo que pudiera. Con este último pensamiento se durmió.
Némesis
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Capítulo 3
Lena despertó con el canto de los pájaros. Su cabeza estaba apoyada sobre
algo cómodo y cálido. Pensó que era Cris. Recordó los acontecimientos del día
anterior y por un momento creyó que todo había sido una pesadilla. Parpadeó y
abrió los ojos mirando la comodidad de su almohada.
—¡Oooh, por Dios!
—Buenos días, ¿has dormido cómoda, cielo? —preguntó Turs.
Era el hombre comadreja, no Cris, quien le estaba haciendo de almohada.
Por primera vez Lena se quedó muda. Su boca se abrió varias veces para volver
a cerrarse otras tantas.
—Pero, ¿cómo? ¿Tú? ¿Yo?
Lena comprendió de repente lo más importante; le había dicho buenos días
y ella lo había entendido.
—¡He entendido lo que acabas de decir!—dijo en tono alterado, más para sí
misma que para su interlocutor.
Turs asintió con la cabeza y una sonrisa de diversión se posó en sus labios y
se reflejó en sus ojos.
—Pero... ¿cómo?
No esperó contestación. Se giró y zarandeó como pudo a Cris que estaba a
su lado durmiendo como un tronco. Cris comenzó a gruñir y a maldecir. Cuando
Cris por fin abrió los ojos, se quedó igual de sorprendida que Lena; Kher estaba
a su lado.
Aria Bennet
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—Turs, ¿no podías esperar, verdad, hermano? —dijo Kher en tono de
reprimenda.
—Bueno, éstos, querido Kher, son los momentos por los que merece la pena
vivir, ¿no te parece?
—Pero, ¿qué narices está pasando? ¿Cómo es posible que ahora podamos
entenderos cuando anoche mismo ni siquiera sabíamos qué idioma hablábais?
—preguntó Cris.
—Eso, mi tesoro, te lo puedo explicar yo —soltó Kher en un tono meloso.
Cris no rechistó más, puso cara de boba y esperó oír la explicación. Lena es-
tuvo a punto de soltar una respuesta ácida, pero se mordió la lengua porque era
más fuerte su intriga por el misterio que sus ganas de taparle la boca a ese ligón
de tres al cuarto.
—Pues ilústranos, corazón —dijo Lena en un tono dulzón y provocativo.
Kher soltó una carcajada.
—Sabía que tú me ibas a caer bien —le dijo a Lena entre risas.
—Perdona, rarito. Siento decírtelo, pero yo no pienso lo mismo de ti... ni de
éste —dijo señalando a Turs—. No me gustáis, nada.
—Me llamo Turs.
—¿Turs? —exclamó Lena—, ¿qué nombre es ese? ¿El mismo Turs de la
marca de pasta de dientes? Tío, ¿qué le hiciste a tus padres? Porque más que un
nombre parece una venganza.
Turs la miró perdonándole la vida y sin decir nada se giró y se alejó de allí.
—Lena es así, ¿no? Yo de ti no lo provocaría, porque la próxima vez puede
que te de tu merecido y puede también que yo no sea capaz detenerlo. Digamos
que mi hermano tiene un temperamento bastante susceptible.
—Quedo avisada —dijo Lena con un suspiro—. Ahora explícanos este
misterio.
—No puedo desvelar mucho, solo os diré que os hemos dado el don de en-
tender nuestra lengua. El cómo y de qué manera no os lo puedo decir.
—Tía, estoy flipando —dijo Cris—. ¿Qué raza de seres sois?
—Eso, mi cielo, será un secreto hasta que no lleguemos a mi pueblo, pero no
temas, tú y tu amiga estáis a salvo conmigo. Sois mi privilegio y no os pasará nada
mientras respetéis nuestras normas —explicó Kher, en un tono tan dulce que a
Némesis
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Lena se le antojó hasta empalagoso.
—¿Privilegio?¿Qué es eso?¿Y por qué nosotras?—preguntó Lena. Viendo
que no iba a encontrar respuesta continúo— Bueno, y aquí se acaba la explica-
ción. ¿No es eso guapito? Para, al final, no aclarar nada.
—Siento no poder daos más información, pero cuando lleguemos a nuestro
destino, os iremos informando de todo, siempre y cuando sea el momento.
—Pero, ¿qué es ese privilegio? Ya que nosotras lo somos, estaría bien que al
menos supiéramos en qué consiste —insistió Lena.
—Cuando lleguemos a mi pueblo lo sabréis.
Lena tuvo una mala sensación. Sintió que algo oscuro se cernía sobre ellas.
Un escalofrío le hizo templar.
—¡Qué te jodan, tío! —dijo Lena, intentando ahuyentar esa devastadora
sensación.
Kher soltó una tremenda carcajada.
—Te estoy hablando muy en serio, Lena. Procura refrenar tu lengua y no
provocar a mi hermano ni a sus amigos, o pagarás las consecuencias.
—¿Tu hermano? —dijo Cris—. Si no os parecéis en nada.
—Pues sí, cielo, aunque no lo creas, somos hermanos. Él es algunos años
mayor que yo. También tenemos una hermana —contestó Kher, en tono meloso.
Cris sintió algo cálido removiéndose en su interior. Kher miró a las dos hu-
manas con interés.
—Bueno —dijo Kher—, vamos a asearnos un poco y después comeremos
algo. Tenemos muchas horas de camino, así que démonos prisa.
Mientras Kher desataba a Cris para acompañarla a asearse, Lena miró con
interés lo que estaban haciendo los demás. Vio que el herido parecía recuperado,
ya que estaba sentado comiendo. El rubio oxigenado recogía parte de los ob-
jetos de las chicas y los metía en sus bolsas. Turs aparecía en ese momento en el
campamento. Su pelo estaba mojado, lo que indicaba que había ido al arroyo a
asearse. Lena sintió envidia, necesitaba una ducha con urgencia.

Turs entraba en el campamento con paso decidido pensando en la mujer de
pelo negro que, hasta hacía unos minutos, había estado entre sus brazos hacién-
dole sentir cosas que se escapaban a su control. Nunca le había pasado algo así,
su cuerpo reaccionaba ante Lena de una manera totalmente ridícula y no estaba
Aria Bennet
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dispuesto a sucumbir a los encantos de una gata salvaje, y menos humana. Esa
raza no se encontraba entre sus predilectas.
A lo largo de los años, Turs había conocido a pocos humanos a los que res-
petara. Sin ser consciente, Turs depositó su mirada en Lena y la contempló por
unos segundos. Una maldición salió de su boca como un susurro e inmediata-
mente, se hizo el firme propósito de no volver a mirar a la mujer que, sin saberlo,
había provocado que se diera un baño a horas tan tempranas. Debía apartarse
de ella y tratarla con la mayor indiferencia posible. El dormir a su lado la pasada
noche no había sido cosa suya, sino del liante de su hermano, que le pidió que se
acostara cerca de la chica para vigilarla.
Miró hacia sus hombres. Parecía que Nyel ya estaba mejor, así que hoy em-
prenderían la marcha. Simularían la muerte de las chicas, dirían que se ahogaron
en el río, la gran cascada haría el resto y así acabaría todo. No sabía cómo iban a
llevar las humanas lo del privilegio, pero una cosa era segura, ya no había marcha
atrás, nunca podrían volver a su mundo.

Lena miraba con disimulo su reloj. Llevaban más de cinco horas caminando
y parecía que no iban a parar nunca. Tenía las manos atadas y al mismo tiempo
el extremo de la cuerda iba atado a la cintura de Turs. Cris estaba atada de igual
manera, solo que el extremo de su cuerda iba atado finalmente en Kher. Los
otros dos hombres cerraban la pequeña procesión. Lena pudo ver su adorada
katana amarrada en la espalda de Turs. La rabia la invadió, no soportaba que ese
tío se apoderara de algo tan personal.
Durante el camino, Cris y Lena habían estado cuchicheando y habían llegado
al acuerdo de que escaparían en cuanto se les presentara la posibilidad, pero
mientras, habían decidido aparentar que aceptaban su destino.
El rubio oxigenado, que al parecer se llamaba Rab, había desaparecido hacía
rato y todavía no había vuelto. Lena miraba constantemente dónde ponía los
pies, pues el camino era muy desigual y tropezaba con facilidad, de modo que
cuando Turs paró de golpe, Lena se estampó contra su espalda. Éste se giró
bruscamente y miró a Lena con rabia contenida. Lena no se acobardó, respondió
a su mirada con otra de: <<me importa una mierda lo que pienses>> y procedió a
ignorarlo, pero el muy cretino tiró de la cuerda con más fuera y esta vez Lena
chocó contra su pecho. La chica no soltó palabra alguna. Turs se agachó unos
centímetros y su aliento rozó el oído de Lena.
—La próxima vez te tiraré al suelo y seguiré caminando mientras tu pequeño
cuerpo se arrastra por las duras piedras. Advertida estás, o sigues mi ritmo o te
aseguro que no te gustarán las consecuencias—dijo Turs, destilando rabia con-
Némesis
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tenida en su tono.
Lena sintió que algo se removía en su interior cuando el aliento de Turs rozó
su oreja. No supo definir la impresión, solo que no le gustó nada. En cualquier
caso, ese efecto duró apenas unos segundos, porque cuando el asno soltó su
amenaza, una corriente de rabia invadió el cuerpo de Lena. La chica no se ami-
lanó, lo miró directamente a los ojos desafiándole junto con una media sonrisa
cínica en sus labios.
—Verás, Turs, es que ver constantemente tu trasero no me motiva dema-
siado, muchachote.
Lena le dio dos palmaditas en el hombro a Turs. Kher, que había oído la
replica descarada de Lena, aguantó como pudo la risa y se dispuso a intervenir.
La cara de su hermano dejaba a las claras que quería sangre. La vena de su cuello
empezaba a hincharse peligrosamente, señal de que la situación podía estallar de
un momento a otro.
—Pero no te ofendas ¿eh, hombretón? —continuó Lena—, no es nada per-
sonal, solo que los tíos como tú me parecen un poco insulsos. Por eso es fácil
que mi atención se despiste y recaiga en cosas que sean más de mi agrado —
Lena dijo ésto último dejando caer su mirada sobre Nyel y acompañándola de
su mejor sonrisa.
Nyel se quedó como una estatua y aguantó el tipo, pero Cris pudo vislumbrar
la sombra de una sonrisa en su rostro totalmente inexpresivo. A Cris se le escapó
un pequeño ruidito que llamó la atención de todos. La chica hacía grandes es-
fuerzos por aguantar la risa, mientras se tapaba la boca.
Kher se había colocado estratégicamente en medio de Lena y Turs, inten-
tando mantener un gesto indiferente.
—Turs —dijo Kher—, creo que deberíamos parar un rato. Nyel tiene que
descansar.
Turs miró a Nyel, éste asintió con la cabeza, la cual todavía llevaba vendada.
El cuerpo de Kher se relajó y Turs, por su parte, se dispuso a seguir el consejo de
su hermano y buscó con la mirada un sitio donde descansar. Pararon en una zona
frondosa protegida por varias rocas grandes. Kher soltó la cuerda de su cintura
para dejar más libertad de movimiento a Cris. Turs hizo lo mismo con Lena,
pero éste soltó la cuerda de su cintura con movimientos bruscos, demostrando
lo irritado que estaba con ella.
Lena sintió una punzada de culpabilidad por haber hecho un comentario
tan mordaz, pero en cuanto recordó cómo la había amenazado, se le pasó. Sin
duda Turs era muy susceptible a su ironía y a sus contestaciones ácidas. Éso le
Aria Bennet
42
daba una ventaja sobre su enemigo, podía irritarlo hasta el límite, lo cual se es-
taba convirtiendo en una adicción casi incontrolable para Lena. Su plan estaba
funcionando. Si conseguía que su carcelero fuera Nyel, lo tendría todo más fácil
para escapar. El chico parecía afable y confiado, además, estaba herido y era el
más débil. Si Lena jugaba bien sus cartas, tal vez su plan de fuga diera sus frutos.
—Lena —dijo Cris a su amiga, pasándole la cantimplora—, ten cuidado. Ese
tío es peligroso, y me da que no tiene demasiada paciencia.
Lena no llegó a contestar, porque en ese momento Nyel se acercó con una es-
pecie de panecillos y se los ofreció a las chicas. Cada una cogió uno y le dieron las
gracias. Para sorpresa de todos, Nyel se quedó al lado de las chicas comiéndose
su panecillo, oportunidad que Cris aprovechó para obtener información sobre el
misterioso pueblo de Kher.
Lena centró su atención en los dos hermanos que estaban algo alejados del
resto y hablaban casi en susurros. Le era imposible entender de lo que decían, así
que decidió que todo lo que podía hacer era unirse a la conversación de Cris y
Nyel. En un momento determinado, la conversación inicialmente trivial se subió
un poco de tono y llamó la atención del resto. Turs y Kher fijaron sus miradas en
las chicas, que empezaban a ser la alegría de uno y el tormento de otro.
—¿Así que crees que no tengo paciencia y carácter suficiente para manejar a
Lena—dijo Turs. Su tono destilaba enfado—. Y por eso me dices que sea Nyel
quien se encargue de ella de aquí en adelante.
Kher sonrió, intentando apaciguar a su hermano.
—Turs, lo que digo es que la chica te saca de tus casillas, créeme, a mí tam-
bién me pasa, solo que tú tiendes a estallar con mucha facilidad, y tienes que
reconocer que el carácter de Nyel es más calmado.
La irritación de Turs se palpaba en el ambiente.
—¿Sabes que si haces eso me estás dejando ante esa mujer como un in-
competente que no puede aguantar las pullas insulsas y estúpidas de una simple
humana?
—A ver, Turs —dijo Kher en el tono que emplearía un padre con su hijo
cuando no quiere comerse la verdura—, reconozco que eres un guerrero infa-
lible, es cierto hermano, pero no eres un hombre paciente, y menos con las mu-
jeres que además cuestionan tu autoridad. A decir verdad, creo que es la primera
mujer que lo ha hecho, la mayoría te adoran y miman, y tú sueles ser tierno y
dulce con ellas, pero Lena solo quiere ver tu cara para pateártela, y reconozcamos
que eso es un problema.
Némesis
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Esa última afirmación hizo que el maltrecho ego de Turs llegara hasta el
suelo, aunque intentó controlar sus sentimientos al respecto.
—Hermano, te recuerdo que no tengo ningún interés en que esa, o cualquier
otra humana me adore. Es una raza que desprecio, ya lo sabes.
—Bien, me alegra saberlo. De modo que, ¿qué te parece si Nyel y tú os la
turnáis? Eso hará el camino más soportable para todos.
—Bueno —dijo Turs con un suspiro—, si tú crees que es mejor así, de
acuerdo —Kher ya se iba cuando Turs lo cogió del brazo—. Kher, esa mujer te
va a dar muchos problemas. No creo que la puedas manejar.
Kher soltó una sonrisa de autosuficiencia.
—No te preocupes hermano, tengo un arma secreta. Cris es todo lo que
necesito para manejar a Lena.
—¿Así que Cris domina el carácter de esa arpía?¿Cómo? Ella es dulce y alegre,
y mal que me pese, tiene un corazón noble. Te curó a ti y a Nyel aún siendo sus
enemigos, y por ello tiene todo mi respeto.
El pecho de Kher se hinchó de gozo. Que su hermano respetara y admirara
a Cris era muy importante para él.
—Gracias, hermano —dijo Kher—, pero creo que no ves a Lena igual que
yo. Lena es capaz de sacrificarlo todo, hasta a ella misma si viniera el caso, por el
bienestar de Cris.
Un gesto de escepticismo cruzó la cara de Turs.
—Lo he visto Turs. Créeme, esa mujer es capaz de dar su vida por Cris, y
cualquiera que rompa su coraza y se gane su corazón, tendrá su lealtad y amor
incondicional.
—Ya, perdona que sea escéptico, pero hasta que no lo vea no lo creeré. Voy
a inspeccionar la zona, en cuanto vuelva nos marchamos. Tenemos que llegar al
bosque de los robles blancos antes del anochecer y todavía nos quedan varias
horas.
Kher miró a su hermano que ya se alejaba y una media sonrisa se dibujó en
su rostro.
—Lo verás hermano, tú lo verás —dijo Kher en un susurro.

Lena estaba irritada. Después del pequeño descanso habían vuelto a atarla al
asno de Turs, y para su sorpresa, el comportamiento del tío fue de total indife-
Aria Bennet
44
rencia. Eso hizo que se relajara durante casi todo el camino, pero el cansancio
que ya empezaba a sentir estaba haciendo estragos en su actitud.
Quedaba como poco una hora para que anocheciera. Había caminado du-
rante todo el día y estaba hambrienta y agotada. Las ligaduras de sus manos le
rozaban la piel, y estaba casi segura de que tenía la zona enrojecida y llena de
ampollas. Miró hacia atrás un momento y comprobó con tristeza que Cris estaba
peor. Kher la llevaba agarrada de la cintura y la ayudaba a caminar para que no
se cayera. Eso la cabreó. Su mirada de mosqueo se cruzó con la de Kher, y éste
le hizo un gesto con la mano, dándole a entender que ya estaban cerca de su des-
tino. Rendida, Lena volvió a dirigir su mirada a la corpulenta espalda de Turs, que
en ese momento se estaba girando hacia ella. Lena se paró en seco, intentando
no chocar esta vez con él.
—Ya hemos llegado —dijo Turs con voz áspera.
Turs dirigió la mirada a un frondoso bosque de robles gigantescos que se
extendía ante sus ojos. El tamaño de los árboles era descomunal, parecían muy
antiguos y densos. Todos se dirigieron al principio de la arboleda. Turs se llevó
las manos a la boca e hizo un sonido que parecía el canto de un pájaro. Se-
gundos después, unos sonidos similares respondieron desde las profundidades
del bosque. Turs comenzó a caminar y los demás lo siguieron.
—Ya estamos cielo, ahora podrás descansar —dijo Kher a Cris, a la cual to-
davía llevaba agarrada de la cintura.
—Vale —respondió Cris de modo apenas audible.
La expresión de Lena cambió al ver el grado de cansancio de su amiga.
—Kher, suéltame de este tío. Tengo que ayudar a Cris —dijo Lena con
urgencia.
—No Lena, yo puedo con ella.
Kher paró y soltó la cuerda de la cintura de Cris. Antes de que la chica cayera
al suelo Kher la cogió en brazos he inició una marcha rápida hacia el interior del
bosque. Turs siguió a su hermano y miró de reojo a Lena. Se sorprendió de la
ansiedad que pudo percibir en los ojos de la humana. Lena no fue consciente
de que había apretado el paso, y en sus prisas por alcanzar a Kher había dejado
atrás a Turs. Lena se giró y miró a Turs con desesperación. Turs se paró en seco.
Lena ya iba a empezar a protestar cuando vio que Turs se desataba la cuerda de
su cintura.
—Así iremos más rápido.
Lena no dijo nada. Asintió con la cabeza y echó a correr como alma que
Némesis
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lleva el diablo. Turs iba pocos pasos detrás de ella. Pronto vieron en la oscuridad
una luz que cada vez se hacía más visible. Entraron en el claro y Lena siguió
hasta llegar al lado de Kher que había hecho una cama improvisada en el suelo
y acomodado a Cris en ella. Lena se agachó a su lado y observó a Cris mientras
dormía, asegurándose de que estaba en perfectas condiciones.
—Gracias por cuidarla —dijo Lena, dirigiéndose a Kher y poniendo una
mano en su hombro.
—Gracias por traerla a mí —respondió Kher con tono emotivo.
Lena se quedó pasmada. Parpadeó intentando encontrar la lógica a su res-
puesta, pero no tuvo demasiado tiempo. Una mano fuerte la agarró de su brazo y
tiró de ella con suavidad. Lena miró al hombre que la sujetaba y para su sorpresa
era Nyel.
—Creo que deberías comer algo y descansar. Ven, vamos cerca del fuego
—dijo Nyel.
Lena asintió con la cabeza y se sentó con Nyel cerca del calor de la hoguera.
Éste le colocó una manta sobre los hombros y le trajo un tazón de algo que
parecía sopa. Olía bien. Lena le dio las gracias y empezó a sorber del tazón.
Turs llegó a su altura y se sentó frente a Lena. Rab se colocó al lado de Turs y
Kher cerca de Nyel, de modo que entre todos formaron un círculo alrededor del
fuego. Todos estaban en silencio y la tensión en el ambiente se podía cortar con
un cuchillo.
—Nyel, ésta noche tú dormirás al lado de Lena —dijo Kher rompiendo el
silencio.
Nyel asintió con la cabeza y con gesto nervioso dirigió su mirada hacia Turs,
como si necesitara su aprobación. Turs miraba por encima de su cuenco de co-
mida a su hermano y parecía molesto por algo. Lena se preguntó <<¿y ahora, qué
mosca le habrá picado al asno?>>. Lena volvió a mirar de nuevo, pero esa extraña
mirada ya no estaba <<el cansancio está haciendo estragos en mí>>, pensó Lena.
—Quiero ir a dormir.
—Claro, Lena, tu cama ya está preparada al lado de la de Cris —contestó
Kher con su tono siempre dulce.
—Entonces buenas noches.
Solo Nyel y Kher contestaron con un educado <<buenas noches>>. Lena se
acomodó entre las mantas, se pegó al cuerpo de Cris, cerró los ojos y la oscuridad
se apoderó de ella.
Aria Bennet
46

Nyel se fue a dormir y Rab comenzó a prepararse para realizar la primera
guardia.
—Mañana saldremos temprano, todavía nos queda algo de camino para
llegar a casa —dijo Kher dirigiéndose a Turs.
—No les vas a decir nada ¿verdad? —preguntó Turs
—¿Por qué debería? Eso no va a cambiar las cosas, su destino está sellado, ya
no hay marcha atrás.
—¿No crees que al menos deberían saber a qué se van a enfrentar al cruzar
el portal? Y lo más importante, que nunca van a poder volver.
—Hermano —dijo Kher con voz calmada—, Cris es mi némesis, mi compa-
ñera de alma. Ése es su destino. Lo vi desde el primer momento en que la tuve
delante, ¿crees que no podría haber escapado cuando me cogieron prisionero?
Ya sabes lo que ocurre cuando llega este momento. Está escrito que nuestra né-
mesis tiene que ser de nuestra raza, pero también dicen los libros antiguos que
cada cierto tiempo la raza necesita evolucionar, si no perecemos.
—Kher, ¿vas a vincularte a ella?¿Y crees que padre te lo va a permitir?
—No solo voy a vincularme a Cris, hermano —respondió Kher, muy
ufano—, sino que nuestro padre ya lo sabe
Turs miró a su hermano y entendió claramente lo que eso significaba.
—¿Y tenemos que cargar con la otra chica? Podríamos dejarla aquí. No sabe
demasiado, y de lo contrario nos traerá problemas. Donde va esa mujer, crea
discordia.
—No Turs —dijo Kher negando con la cabeza—, ella se queda mal que te
pese. Esa mujer tiene un vínculo muy fuerte con Cris, es como si fueran her-
manas. Sabes perfectamente lo difícil y doloroso que es romper esos vínculos.
Cris no aceptaría el cambio con facilidad si dejáramos a Lena aquí, te aseguro
que nos traería más problemas de los que puede llegar a crear Lena si la llevamos
a casa. Sé que esto te resulta extraño, pero Lena también tiene su propio destino
marcado en nuestro mundo. Ha de estar con Cris cuando se haga el cambio, no
me preguntes por qué pues no lo sé, solo sé que ella también está vinculada, y no
se puede romper lo que está escrito. Ya sabes cómo funciona ésto.
Turs soltó un gruñido de réplica y miró a Lena que se encontraba acurrucada
sobre el hombro de Nyel, durmiendo plácidamente como había hecho con él.
Un sentimiento nada agradable que no supo reconocer le recorrió el cuerpo. Su
Némesis
47
impulsividad le hizo girarse y tomar dirección contraria al foco de su malestar.
Soltó un brusco <<buenas noches>> a su hermano y se adentró en el bosque en
busca de Rab, al que pensaba sustituir en su guardia.
Kher se quedó mirando el espacio por donde su hermano había desapare-
cido. Soltó un suspiro de frustración. No podía hacer nada por su hermano, y
sabía que como no empezara a aceptar los sentimiento que comenzaban a nacer
en su corazón, el sufrimiento le comería por dentro hasta destrozarlo de una
manera brutal. Se acomodó al lado de Cris, la cual soltó un pequeño gruñido y se
apretujó instintivamente contra Kher. Éste sonrió de placer y cerró sus ojos para
dar paso a un profundo sueño.

Lena soltó un gruñido de protesta ¿Por qué la zarandeaban? Ella solo quería
dormir. Soltó otro gruñido de protesta mas fuerte que el anterior, pero no surtió
efecto. El zarandeo era insistente.
—Ya voy Sen-sen —dijo Lena, con su voz todavía ronca por el profundo
sueño y sus ojos cerrados.
Otro empujón, más fuerte que todos los demás hizo que Lena, por fin,
abriera los ojos y se incorporara de golpe.
—Joder, ¡ya voy!
Lo primero que Lena vio fue a Cris sonriendo de oreja a oreja.
—Demasiadas copas anoche, amiga. Esos vicios nocturnos van a acabar con-
tigo —dijo Cris en tono de guasa.
—Serás idiota.
Lena soltó un manotazo en el hombro de Cris.
—¡Auuu! —exclamó entre risas—. Vale, vale. He recibido el mensaje. Ahora
sé por que los tíos no se quedaban contigo; tienes un despertar horrible.
Las dos chicas rieron a carcajadas
—Quién vino a hablar —rebatió Lena—. Yo no me quedé dos días enteros
durmiendo dentro de un coche al que ridículamente llamas mi chico, ni mucho
menos tuvo que venir la policía a despertarme.
Las carcajadas de las chicas aumentaron de tono.
—Oh dios, es cierto. No recordaba eso. Fuiste tú la que denunció mi desapa-
rición a la policía. Señor, fue vergonzoso.
Aria Bennet
48
—No fuiste la única que pasó vergüenza. Casi le parto la cara al inspector de
policía porque pasó de mí cuando llegué contándole que habías desaparecido. El
pobre hombre me amenazó con poner mi foto en la puerta con un cártel indi-
cándome como persona no grata en esa comisaría.
Las dos chicas siguieron riéndose a carcajadas. Cuando al fin consiguieron
calmarse, miraron a su alrededor y descubrieron cuatro pares de ojos clavados
en ellas. Las expresiones de sus caras pasaban de la sonrisa a la incredulidad para
llegar a la sorpresa y terminando en el cabreo, éste último como siempre prota-
gonizado por Turs. Lena dejó de mirar a su audiencia para mirar a su amiga que
ya no tenía ataduras en sus manos.
—¿Y eso? —dijo Lena señalando las manos de su amiga.
—Parece ser —comenzó a explicar Cris—, que Kher ha decidido quitarnos
las ataduras. Lena miró sus manos todavía atadas, pero Cris continúo expli-
cando—. Ha dicho que en cuanto despertaras haría lo mismo, así que vamos a
desayunar, porque tenemos que ponernos en marcha.
—Cris —dijo Lena en un susurro—, ésta es la oportunidad que estábamos
esperando. En cuanto pueda, intentaré coger algún arma y tú...
—No, no, no.
—Pero Cris, ¿te has vuelto loca?¿Es que no te llega la sangre al celebro?
—Escúchame Lena. Por favor.
Lena resopló y giró la cabeza con gesto enfadado, pero no dijo nada más. Cris
lo tomó como una señal para continuar.
—Lena, ésta mañana estuve pensando. Hablé con Nyel, no me dijo mucho,
pero pude sacar algo de información. Me dijo que ellos no suelen tener mucho
contacto con nuestra raza, pero que cuando pasan a este lado, cada cierto tiempo,
se encuentran con humanos. Todo ésto me hizo pensar que estos tíos pueden
estar relacionados con la desaparición de tu padre, o posiblemente sepan algo de
él, y ya que vinimos aquí a buscar respuestas, deberíamos quedarnos y resolver el
asunto. ¿No te das cuenta, Lena? Es posible que tengamos las respuestas delante
de nuestras narices y lo único que hacemos es intentar huir de ellas.
—¿Realmente crees que estos tíos tienen algo que ver con la desaparición de
mi padre? —preguntó Lena, algo acongojada al darse cuenta de que había olvi-
dado por completo la razón por la que habían llegado hasta allí.
El sentimiento de culpabilidad se hizo palpable en el rostro de Lena. Cris
pasó su brazo por los hombros de su amiga.
Némesis
49
—No, eso sí que no. No voy a permitir que te sientas culpable ¿Me oyes?.
Estábamos intentando sobrevivir ante las adversidades que se nos han presen-
tado. Nuestra misión sigue en pie; hemos venido aquí a buscar respuestas, así
que mi plan es que les sigamos el juego. Tal vez cuando lleguemos a su poblado
podamos enterarnos de algo más. Solo necesitamos más tiempo para recabar
información y sabe Dios que esto no va a ser fácil, de hecho, estoy por pensar
que estos tíos inventaron el tupper por lo heréticos que son...
Cris tuvo que cortar de golpe su discurso cuando vio que Kher se acercaba.
—Buenos días, chicas —dijo Kher mientras se agachaba para coger de las
manos a Lena—. Lena, espero que te portes bien. Cris me ha dicho que hablaría
contigo y yo te agradecería que no hicieras ninguna tontería, porque si intentas
algo tendría que volver a atarte, mañana y noche, a mi hermano mayor y estoy
seguro de que eso no te haría ninguna gracia.
Lena puso cara de asco.
—Antes prefiero besarle el culo a un caballo que aguantar a ese gilipollas que
tienes por hermano.
La sonora carcajada de Kher se escuchó en todo el claro. Cris intentaba con-
tener la risa y Lena miraba a ambos sin entender el chiste. Cuando Kher dejó de
reír miró a Lena de nuevo.
—Lena, prométemelo. Por Cris.
—Vale —bufó Lena—, te lo prometo. Pero te diré una cosa, si en cualquier
momento la seguridad de Cris o la mía se encuentran amenazadas por ti o por
tus amiguitos, la promesa quedará rota.
—Tenemos un acuerdo, Lena —la sonrisa de Kher fue franca mientras decía
estas palabras.
—Tenemos un acuerdo, Kher
Kher cogió un pequeño cuchillo que llevaba en el cinto y de un solo tajo
cortó las cuerdas que ataban a Lena.
—¡Por los dioses, Lena! —exclamó Kher.
—¡Oh dios mío! —dijo Cris, llena de congoja.
Lena miró con atención sus muñecas, que habían quedado al descubierto
al retirar las ataduras, y hasta ella se sorprendió. Tenían un aspecto horrible, la
mayor parte de la piel estaba en carne viva y la cuerda se había clavado tanto en
algunas zonas que presentaba varios cortes profundos, los cuales posiblemente
dejarían alguna que otra cicatriz.
Némesis - Capítulos del 1 al 4.  Aria Bennet
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Némesis - Capítulos del 1 al 4. Aria Bennet

  • 1.
  • 2.
  • 3.
  • 4. Aria Bennet 4 Némesis © Aria Bennet 2016 Diseño de portada: Aria Bennet. Diagramación: Aria Bennet. ariabennet3@gmail.com Primera edición: Diciembre 2016. ISBN:978-84-617-6344-3 Depósito legal: MU 1274-2016 Editado en España Reservado todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informatico, ni su transmisión en cualquier formato o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia o grabación o otros) sin autoriza- ción previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito para la propiedad in- telectual.
  • 5. Némesis 5 Agradecimientos: Mi agradecimiento a todos los que me han empujado a seguir en este pro- yecto. A mi amiga Isa por animarme y aguantar mi incasable monologo, a Choni por leer este libro cuando solo era un borrador y empujarme a llevarlo a termino, a Cristo por aguantar las pesadas charlar sobre los per- sonajes, a Diego por sus sabios consejos y ayuda en el diseño de este libro, a mi hija Sandra por ser mi correctora de estilo y darme aliento en los momento en los que no encontraba salida, a mis hijas pequeñas y a mi ahijado por colaborar dándome ideas, a mis amigas Soledad y Carmen Usero por su apoyo incondicional, pero sobre todo a eso seres que ya no están conmigo a nivel físico los cuales siento su presencia muy cerca de mi. Mi hermano pequeño, mi padre, y mi madre la cual antes de morir vio este proyecto y me dijo con orgullo “anda, mira que si ahora te conviertes en escritora” ojala que eso sea una realidad aunque tu mamá ya no este aquí para verlo, pero se que tu esencia estará cerca y me acompañas en este proceso tal vez nunca me dedique a esto pero me siento orgullosa de por lo menos haber publicado este libro. Espero que todo aquel que lo lea lo disfrute tanto como yo lo he disfrutado escribiéndolo. Y de todo corazón. “MUCHAS GRACIAS” Debemos luchar por lo que queremos y creer en lo que hacemos y recuerda hoy es un día excelente para estar orgullosa de ser quien eres ARIA BENNET
  • 7. Némesis 7 Capítulo 1 Lena levantó la vista hacia el amplio horizonte en el que se empezaban a vislumbrar los primeros rayos de sol y resopló en un intento por controlar su impaciencia. Volvió a mirar su reloj de pulsera, eran las siete de la mañana y no había ni rastro de Cris ni de su viejo Jeep. Volvió a suspirar y cogió su móvil. Pulsó la tecla de marcación rápida que correspondía al número de su amiga, pero instintivamente levantó la cabeza y avistó un viejo coche que venía a toda velocidad por el angosto camino que terminaba en la puerta de su casa. El coche frenó con brusquedad cuando llegó a su altura, la ventanilla se bajó. —Lo siento, mi Chico no quería arrancar esta mañana —dijo la conductora del coche. —Cris, tú y tus imprevistos. ¿Por qué no cambias de una vez ese viejo trasto? Más que un chico parece un abuelo. —¡Eh, no ofendas a mi Chico! ¡Es muy sensible! —exclamó—. Le tengo mucho cariño. Ha estado conmigo desde la universidad y hemos vivido muchas cosas juntos. —¡Vale, vale! —dijo Lena, levantando su mano. El coche de Cris, aunque era una chatarra, era algo importante para ella. Había oído la historia una y otra vez sobre lo ligada que estaba sentimentalmente a su viejo coche, y por eso mismo, Lena no iba a discutir. Era tarde y su vuelo a Suiza salía en tres horas. No quería empezar sus vacaciones de verano con una discusión sobre los pros y los contras del mundo automovilístico, eso ya había pasado en otras ocasiones y no iba a volver a caer en ese error, así que le sonrió, depositó su equipaje en el maletero y se sentó en el asiento del copiloto.
  • 8. Aria Bennet 8 —¡Eh, Chico!, al aeropuerto —dijo Lena, dándole una sonora palmada al salpicadero del viejo coche. Cris sonrió satisfecha y el fuerte sonido del motor retumbó como contesta- ción a su petición. –Estás nerviosa ¿verdad? —dijo Cris—. No has dormido, las ojeras te llegan hasta la nariz. Lena sonrió y asintió. —Bueno, es normal. He esperado diez años para hacer este viaje e intentar aclarar qué le pasó a mi padre en ese bosque. —¡Debemos estar locas! —comentó Cris—. Tú, por tu idea y yo, por seguirte. —Vamos a ver, —le dijo Lena con un tono de seguridad que en cierto modo no sentía— soy bióloga especializada y tú eres arqueóloga. Chica, hemos traba- jado juntas en excavaciones y colaborado en un montón de proyectos. Sabemos orientarnos y vivir en la naturaleza ¿Crees que no estamos cualificadas para in- vestigar la zona y encontrar respuestas? —Pero estás hablando de ir al bosque negro y adentrarnos en el lugar donde han desaparecido cientos de personas en los últimos cincuenta años. —Si Cris, efectivamente, de eso mismo estoy hablando. Quiero respuestas y durante diez años nadie me las ha dado. Ni siquiera tengo una tumba donde llevar flores al cuerpo de mi padre. Sen-sen y yo esperamos todos estos años sin noticia alguna y... Las lágrimas empezaron a brotar involuntariamente. Todavía dolía. Necesi- taba respuestas, se lo debía a Sen-sen. Antes de que él muriera, Lena le prometió que intentaría encontrar respuestas. Las palabras de Sen-sen aún resonaban en su cabeza. <<—Prométemelo. Lena, prométeme que irás a buscar a tu padre aunque yo ya no esté. —Pero Sen-sen, no digas eso. Te vas a poner bien. —No, mi niña, ha llegado mi hora.. Él te quería. Aunque te dejó a mi cargo, él te amaba y sé que tú lo vas a encontrar. Recuerda todo lo que te enseñé y tu corazón te llevará a él —cogió la mano de Lena y tiró de ella. Sus rostros quedaron muy cerca. Los ojos de Sen-sen miraron a la chica con tal intensidad que ésta se asustó—. Prométemelo, como maestro tuyo que soy ¡Prométemelo Lena! —Lo prometo maestro, lo encontraré.
  • 9. Némesis 9 —Bien, sé que cumplirás tu palabra. Ahora puedo morir en paz. —Sen-sen…—dijo, casi en un sollozo. —Lo encontrarás, sé que lo harás, porque donde esté él, está tu destino —. Esto último lo dijo con un susurro. Sus ojos se cerraron y dejó de respirar.>> —¡Lena, Lena! Despierta, ya hemos llegado. Lena parpadeó varias veces para salir del amargo recuerdo y volver a la realidad. —Lena, ¿me escuchas?¿Ves cómo estás preocupada? —Lo siento, a veces me invaden las dudas. Ni siquiera sé qué voy a encontrar después de tanto tiempo y pienso que es de locos, pero luego algo dentro de mí me hace seguir adelante. —Te entiendo, pero algo me dice que si no haces esto te arrepentirás. El hecho de estar allí creo que te va hacer sentir mejor contigo misma. Lena suspiró profundamente. —Sí, es cierto. Gracias, Cris. —¿Para qué están las amigas si no es para patearte el culo y echarte en cara tus inseguridades? ¡Joder, si hasta disfruto! Por una vez, yo soy la sensata. ¿He dicho yo eso? Lena, creo que eres una mala influencia para mí. Sin poder evitarlo, Lena se echó a reír. –Bueno, chica sensata, movamos nuestras bonitas piernas o perderemos el avión. —Y sin más dilación, se encaminaron rumbo a su destino.  —¿Hacia dónde? —preguntó Cris. Lena sacó su brújula y señaló dirección norte. —¡Por ahí! Según el mapa, si seguimos esta dirección deberíamos encontrar un arroyo —dijo, señalando la ruta con el dedo—. Acamparemos allí. —¡Genial! Eso suena de maravilla. Lena y Cris llevaban más de una semana internas en el bosque negro, pero solo dos días en la zona más profunda y desconocida. Los mapas que tenían no resultaban de mucha ayuda para orientarse en la zona en la que se encontraban. En todos aparecía denominada como “zona de riesgo”, debido a una frondosa
  • 10. Aria Bennet 10 vegetación y terrenos angostos, además, apenas contaban con un par de anota- ciones a modo de guía en el mapa. Era fácil desorientarse en aquel lugar. Muchos expertos, y no tan expertos, habían desaparecido sin dejar rastro, entre ellos, el padre de Lena. Lena sacó del bolsillo el pequeño cuaderno de campo que anteriormente había pertenecido a su padre. Era una de las pocas cosas que la policía y guardias forestales habían encontrado; la única prueba de que realmente su padre había estado allí, lo único que la ataba a ese lugar de un modo que ni ella misma en- tendía. En él había descripciones y anotaciones con las que las chicas se habían ido guiando. Suponían que las últimas anotaciones pertenecerían a los momentos anteriores a su desaparición. Lena, tras mirar el viejo cuaderno con añoranza, lo estrechó contra su pecho y respiró hondo. Volvió a revisar las notas de su padre y comprobar los mapas, ya arrugados del uso. Una vez estuvo segura, le hizo a Cris un gesto para que la siguiera. Cris y Lena llevaban menos de medio kilómetro andado cuando el sonido del agua inundó sus oídos. Cris salió a la carrera y Lena la siguió. Cuando los ojos de las chicas vislumbraron el pequeño arroyo con cascada que sonaba alegremente, se les iluminaron las caras. —Vaya, Lena, esto es precioso —comentó Cris, llena de entusiasmo. —Sí, qué belleza —susurró Lena, hipnotizada. La abundante vegetación hacía que el arroyo quedase semi-escondido por un lateral. Un pequeño camino rocoso serpenteaba hacia el interior del bosque delimitando, como capricho de la naturaleza, una pequeña parcela de terreno. Ambas se adentraron en él y avanzaron unos metros con el fin de encontrar alguna zona limpia de vegetación y relativamente plana dónde acampar. —Chica... —dijo Cris, con un entusiasmo contagioso—, ¡Esto es la leche! Nada más que por ver esto, ha merecido la pena haber venido. —Sí —contestó Lena, con el mismo entusiasmo—, sé lo que quieres decir. —¡Vamos a bañarnos! —Pero Cris, tenemos que montar el campamento… —Lena, quedan dos horas para que el sol se vaya, tenemos tiempo de sobra para montar. Además, llevo más de una semana sin tomar un baño decente y creo que no puedo esperar más, así que yo voy, tú haz lo que quieras Cris dejó su mochila en el suelo, rebuscó en ella y sacó una toalla. Dio media vuelta, y sin decir nada más, se encaminó hacia el arroyo meneando la cabeza y refunfuñando por lo bajo.
  • 11. Némesis 11 Media sonrisa se dibujó en el rostro de Lena mientras observaba a una eno- jada Cris marcharse. <<Esa era Cris>>, pensó Lena. <<Todo un carácter>>. Nunca podría enfadarse con ella, incluso cuando se dejaba llevar por su mal genio o imponía su voluntad, siempre te hacía, de alguna manera, sonreír. Su carácter dulce y alegre era contagioso. No tenía problemas para integrarse en cualquier tipo de grupo, hacía amigos con facilidad, aunque su impulsividad de vez en cuando le había traído algún que otro problema. A diferencia de ella, Lena era un tanto callada y nunca dejaba translucir sus emociones, aunque la relación con sus compañeros de trabajo y la gente de su entorno era cordial, no dejaba de ser eso, meramente correcta. Claro que Lena era muy sincera consigo misma. Su mayor problema estaba en las relaciones sentimentales. Con los hombres en general y con el prototipo “macho alfa” en particular. Digamos que el deporte favorito de Lena se había convertido en patearle verbalmente el culo a todo aquel que pretendía ser tarzán y no llegaba a mono. Ese tipo de espécimen que mide la inteligencia de una mujer por la talla de sujetador y que por desgracia, daba la sensación de que cada día abundaba más. Hasta el ex de Cris era un idiota decla- rado, claro, que el pobre tampoco tenía culpa, con ese tipo de malformación se nacía, no se hacía. Lena salió de sus cavilaciones, cogió su toalla, y corrió hacia el río para reu- nirse con Cris. Cris estaba totalmente relajada en el agua, abrió los ojos y le soltó a Lena con tono socarrón: —Chica, ¿necesitas un mapa para llegar? Lena le hizo una mueca burlona y empezó a desnudarse. Dejó su ropa amon- tonada junto a la de Cris. Su piel quedó expuesta a excepción de las partes cu- biertas por la ropa interior. Se zambulló de golpe, haciendo que el agua salpicara a Cris en toda la cara y ésta comenzó a dar gritos como loca. Cuando Lena salió a la superficie, Cris la estaba maldiciendo y Lena sonrió. —Uy, no me di cuenta. Creo que necesito un mapa para tirarme al agua y no salpicar a nadie. Lena se acercó a la orilla y cogió la pastilla de jabón. Empezó a frotarse con ella mientras Cris seguía provocando a Lena con sorna. —Confiesa, Lena, tuviste que utilizar la brújula para llegar hasta aquí y por eso tardaste tanto. Lena la miró directamente intentando intimidarla y disimulando la sonrisa que pugnaba por salir. —¿Sabes Cris? Creo que necesitas ayuda para lavarte el pelo. Mientras se dirigía a Cris con intenciones de hundirla en el agua, Cris levantó
  • 12. Aria Bennet 12 sus manos hacía arriba gritando entre risas. —¡Vale, vale, me rindo! Haya paz. Un segundo después las dos chicas estaban debajo de la pequeña cascada quitándose los restos de jabón. —Tenemos que ir a montar el campamento antes de que oscurezca. —Si —suspiró Lena. —Vale. Te doy diez minutos, ni uno más. Si no estás en el campamento en ese tiempo, vendré y arrastraré tu bonito trasero hasta allí. —Eres la mejor amiga del mundo —dijo Lena con una amplia sonrisa. —Ya, ya… —replicó Cris.— Pero tú fregarás los platos. Cris comenzó a andar hacia la zona donde ambas pensaban acampar. Lena cerró sus ojos y se relajó. Le dio la sensación de que era la primera vez en diez años que se sentía realmente bien, realmente relajada. Todos sus miedos parecían muy lejanos, como si algo dentro de ella le dijera que estaba haciendo lo correcto y eso pudiera con todo lo demás. Parecía que con el hecho de estar allí ya estaba cumpliendo parte de su promesa. Fue una sensación muy placentera y consiguió relajarse por completo.  En ese mismo lugar, al otro lado del arroyo, unos ojos penetrantes obser- vaban la escena que se desarrollaba en el pequeño arroyo con ávido interés. Las dos humanas se reían y divertían en el agua. Una era alta y morena, la otra un poco más baja y con el pelo del color del fuego. Maravillado, siguió observando. En todos sus años de vida no había tenido mucho contacto con la raza humana, y mucho menos había tenido oportunidad de observar sus cuerpos tan expuestos. Si no fuera por los pequeños trozos de tela, que apenas cubrían sus partes más íntimas, estaban totalmente desnudas. Se recreó y disfrutó con el espectáculo. Cuando la mujer del pelo color fuego salió del agua, no podía apartar la vista de ella. Quedó hipnotizado admirando el cuerpo de la pequeña humana. Notó que su propio cuerpo respondía de una manera extraña. Aún en la distancia, sintió que su sangre empezaba a calentarse viendo como la humana secaba su cuerpo con una especie de trapo. Su mirada siguió con interés las delicadas manos de la chica recorriendo todo su cuerpo. Parpadeó para salir del trance en el que, por un momento, había caído. Se molestó consigo mismo por haber reaccionado así y respiró varias veces para recuperar el control. Cerró los ojos y agudizó sus sentidos. Pudo percibir la llegada de su hermano, sabía que no iba a ser nada compasivo con las humanas. Acabaría matándolas, como había hecho siempre
  • 13. Némesis 13 que alguien se había acercado demasiado a sus fronteras. Volvió a mirar hacia el arroyo, la chica de fuego ya no estaba, pero la morena seguía en el agua. Tendría que hacer algo si no quería que esas criaturas perecieran. No podía dejar que las dos mujeres murieran, debía impedirlo. Su hermano estaría allí cuando el sol em- pezara a despuntar, todavía tenía tiempo para idear un plan que hiciera huir a las humanas. Miró el cielo, vio que el sol estaba ocultándose. Pronto caería la noche y sería el momento perfecto para asustarlas y proporcionarles la huida antes de que llegara su hermano, porque si no lo conseguía, al amanecer estarían muertas.  Lena llegó al campamento envuelta en sus pantalones caqui y una camiseta de tirantes roja, en la que se podía ver escrito con grandes letras negras “Bésame el culo, tío”. Sonrió a Cris, ésta le devolvió la sonrisa. —Veo que aprecias tu trasero —dijo Cris tras fijarse en su camiseta. —Sí. Digamos que me gusta tenerlo donde está, y recuerda que sé cuando vas de farol y cuando no. Te conozco demasiado bien Cris y sé por experiencia propia, y ajena, que tus arranques de impulsividad pueden ser bastantes peli- grosos, así que te rogaría que mantuvieras a la fiera bien sujeta. —¿Sabes, Lena? Me siento halagada de que tengas tanto respeto hacia mi im- pulsividad. Anda, déjate de guasas y siéntate a cenar estos maravillosos manjares: revuelto de setas con salchichas y café. —Cris, ¡esto huele que alimenta! Cris le dio un plato a Lena y las dos chicas pasaron a devorar con apetito la gustosa cena. Lena sirvió el café y entregó una taza a Cris. —¿Fue aquí donde se encontró el cuaderno de campo de tu padre? —Sí ¿por? —Bueno, he estado inspeccionando un poco todo esto. No creo que va- yamos a encontrar nada aquí. Han pasado diez años y la naturaleza ha hecho su trabajo al respecto, ya me entiendes. —Lo sé Cris. No espero encontrar nada, solo quería ver el lugar y sentirme un poco más cerca de él. No sé… creo que se lo debo y me gustaría intentar completar su investigación, entonces podré estar en paz conmigo misma. Cris puso su mano sobre la de Lena y le dio un pequeño apretón. Durante unos minutos se quedaron en silencio. —¿Y qué estaba buscando tu padre?
  • 14. Aria Bennet 14 —Una planta de origen celta. Los druidas la empleaban en sus rituales y con- juros. Según los escritos, podía hacer milagros. —Venga, Lena, ¿ahora creemos en magia y pociones? —El no creía en pociones ni en magia. Te recuerdo que era un científico y la ciencia era todo su mundo. Por lo que yo he leído, esa planta tenía ciertos poderes curativos. En los últimos años he intentado seguir su investigación, pero no hay mucho; varios archivos y datos que se remontan a los principios del Im- perio Romano, aunque se cree que su existencia es más antigua. Durante algún tiempo he recopilado toda la información que él tenía, pero lo sorprendente es que dejó de existir hace muchos años, con el tiempo ha sido nombrada en alguna que otra ocasión. Algunos la toman más como una leyenda que como algo real. —Pero Lena, ¿y si es una leyenda lo que estaba buscando? —Créeme Cris, yo pensé lo mismo. De hecho, no me entraba en la cabeza que mi padre siguiera una leyenda, pero hará un par de años, subí al desván para buscar los adornos de Navidad, bueno… era Sen-sen quien se encargaba de eso, pero sabes que ya por entonces tenía problemas de salud. Empecé a buscar entre los trastos que habíamos acumulado durante a años y al mover varias cajas, por accidente, cayó a mis pies la que nos dio la policía con los pocos objetos perso- nales que encontraron. El contenido se dispersó por el suelo y del bolsillo del chaleco, que antaño había sido de mi padre, salió un objeto rodando. Cuando lo cogí vi que era un tarro de ensayo de pasta dura; en un primer momento no le di importancia pero cuando lo miré me di cuenta de que dentro de él había algo verde, así que cogí la linterna que solemos tener en el desván y lo enfoqué. Era una especie de planta muy parecida al acebo, lo que me sorprendió fue que el tallo se conservara totalmente verde como si acabara de ser recién cortado, algo imposible ya que llevaba como mínimo diez años en el desván. Era para que estuviera totalmente seco. Eso despertó mi curiosidad y una serie de preguntas vinieron a mi cabeza: ¿Por qué mi padre llevaba ese tallo en ese pequeño tarro?, ¿y qué tipo de planta podía ser para que después de haber pasado tantos años siguiera fresca como si todavía estuviera en la tierra? —Sí la verdad es que es algo que va contra natura. Es muy extraño, no co- nozco ninguna especie que sea capáz de estar tanto tiempo dentro de un pe- queño frasco sin marchitarse. Y dices que se parece al acebo, lo cual me lleva a la siguiente pregunta: ¿Tú crees que esa planta es la de la leyenda, verdad? Lena suspiró sonoramente antes de contestar. —Sé que es la planta Cris y agárrate; ¿recuerdas a Noah? ¿el chico del laboratorio?
  • 15. Némesis 15 —¿Te refieres al tío bueno que tiene los ojos color miel, el pelo castaño claro, con unos reflejos dorados adorables y un hoyuelo muy gracioso que le sale en la mejilla izquierda cuando sonríe? Sí, creo que sé quién es. —¡Ya veo que lo conoces! —soltó Lena, con tono de guasa—. ¡Si te des- cuidas me dices hasta el color de sus calzoncillos! —Oye Lena, que tú seas ciega no quiere decir que lo demás lo seamos también. —No, perdona Cris, lo tuyo no es mirar, es hacer una radiografía. —Bueno, ¿y qué pasa con él? —preguntó Cris, cambiando de tema. —Bien, le pedí que hiciera las pruebas pertinentes. —¿Y…? —soltó Cris mientras se apretujaba más a Lena, intrigada por la respuesta. —Pues… es muy anterior al periodo celta. —¡¿Que?! —gritó Cris— ¿Me estás diciendo que ese pequeño tallo es tan antiguo como el mundo? —Pero hay algo más… —¡¿Más?! —Sí. Digamos que el tallo es de la familia del que conocemos ahora, es decir, del acebo, sus característica se parecen, pero su composición molecular no coin- cide, así que ese pequeño tallo es sin lugar a dudas el padre del actual, pero lo gordo es que esa planta debido a su estructura molecular tiene la capacidad de no perecer. Creo que lo que mi padre estaba buscando era la planta de donde fue cortado ese tallo. Y para rematar, las pruebas sitúan al original en esta zona. —Lena, ¿me estás diciendo que las pruebas sitúan ese maldito tallo en este lugar? ¡Joder! ¡Eso es la leche! Pe... pe... pero, eso, —Cris tartamudeaba sin poder controlarse— eso parece… Lena, ese descubrimiento es la bomba ¿Te das cuenta de lo que esto significa? Esa planta puede llevar ocultos miles de secretos. ¿Te imaginas? ¡Podría ser la cura del cáncer o algo así! Cris se había levantado y andaba de un lado a otro. Cada tres segundos, se paraba y miraba a Lena para volver a preguntar con un tono de voz cada vez más elevado; <<¿Pero te das cuenta? ¡Esto es la leche, joder!>> Cuando Lena creyó que ya era suficiente, soltó un sonoro silbido haciendo que Cris parara su insoportable caminata. Cris miró a Lena con los ojos como platos, no podía creerse lo que su amiga le contaba. Viendo que Lena no contes-
  • 16. Aria Bennet 16 taba, tomó la iniciativa. —¿Qué? ¿Hay más? ¿Hay más? —Cál-ma-te — le dijo Lena, mientras se acercaba a Cris, poniendo sus manos sobre los hombros de su amiga—. Y si tu siguiente pregunta es por qué no te lo conté antes, aquí tienes la respuesta: ¡Estás histérica! —¿Yo? ¿histérica? —dijo Cris, todavía alterada. —¡Cris! —Bueno, bueno, ya me relajo. Lo siento Lena es que esto es… —¡Cris! —volvió a decir Lena. Cris cerró la boca, que había quedado abierta tras su última frase, e hizo va- rias respiraciones profundas. Cuando consideró que ya estaba lo suficientemente calmada, asintió intentando controlar sus nervios —Vale, creo que ya estoy lo suficientemente relajada para terminar de escu- char tu historia. Lena respiró hondo e intentó continuar. —Creo que ha llegado el momento de ser totalmente sincera contigo, Cris. En un primer momento, mis motivos no fueron científicos, más bien sentimen- tales. Como bien sabes, mi madre murió cuando yo tenía tres años. Durante los diez siguientes mi padre renunció por mí a su mayor pasión, la investigación. Ocupó un puesto como profesor en la universidad más cercana y me crió tan bien como supo. Cuando cumplí trece años, a mi padre le ofrecieron un trabajo de investigación y decidió aceptar. Me llevó con Sen-sen a vivir y se marchó. Yo lo odié por eso, ni siquiera me despedí de él. Diariamente me llamaba, pero yo me negaba a recibirle. Le hice la vida imposible a Sen-sen durante un tiempo, fui una adolescente bastante rebelde… —Y todo esto ¿A qué viene? —interrumpió Cris, con tono urgente. —Cris, estoy intentando explicarte algo que para mí no es fácil —contestó Lena con voz ahogada—, y bien sabes que no me gusta hablar de estos temas, pero siento que te debo una explicación. >>Al cabo de unos meses, mi ira fue menguando y cuando comenzaba a entender que mi padre no me había abandonado, nos llegó la noticia de su desa- parición. Entonces la ira se convirtió… —las últimas palabras se atascaron en su garganta y las lágrimas asomaban en sus ojos. Lena comenzó a llorar desconsolada. No le gustaba llorar, le hacía sentir
  • 17. Némesis 17 débil ante los ojos de los demás. Puso las manos sobre su rostro intentando controlar el llanto. Sintió que unos cálidos brazos la rodeaban mientras una voz conocida le transmitía palabras de consuelo al oído. Se sentía inundada por la culpa y la pena. Se dejó llevar por esos sentimientos, hasta que algo dentro de ella se rompió, o al menos así lo sintió, y entre sollozos soltó aquello que nunca se había atrevido a decir. —Cris, yo lo maté. Fui una niña egoísta y lo herí. Ya nunca más voy a poder pedirle perdón, ya no sabrá lo que le quería. Se fue pensando que le odiaba y no tendré la posibilidad de decirle lo mucho que lo siento, lo mucho que le echo de menos. Lena siguió sollozando durante un rato arropada y consolada en los brazos de su amiga, que le ofrecía frases de consuelo. Cuando se calmó lo suficiente, fue consciente de que estaba sentada en el suelo acurrucada en los brazos de Cris. La camiseta de su amiga estaba empapada por sus lágrimas. Cris se apartó un poco y la miró con ternura. —¿Te sientes mejor? —Si —contestó Lena, con voz ronca. Lena se apartó un poco de Cris para sentarse bien. —¿Ves? No es tan difícil sacar la basura fuera—dijo Cris. Viendo que Lena no contestaba, siguió hablando—. De hecho, creo que has tardado demasiado en hacerlo. Siempre sospeché que ese carácter tan raro tenía mucho que ver con tu pasado. Así que ahora vas a intentar seguir la investigación de tu padre, porque piensas que se lo debes. No creas que no estoy de acuerdo contigo y que no lo entiendo, porque no es así, pero hay algo con lo que sí que no estoy de acuerdo… —Cris, me dijo… —Lena, mírame. Lena obedeció, la miró directamente a los ojos y respiró hondo varias veces para recuperar el control. —No voy a consentir —dijo Cris, cogiendo a Lena de la mano—, y lo digo muy en serio, que te culpes por la muerte de tu padre. —Pero… —¡No Lena! No. Se acabó. La culpa te ha estado matando por dentro estos últimos diez años, machacándote. Es una carga muy pesada que no tendrías por qué haber asumido. Tú no hiciste nada, solo eras una cría. Deja de culparte por algo que no dependía de ti cambiar. Solo tuviste la rabieta que cualquier chica
  • 18. Aria Bennet 18 de trece años hubiera tenido si se hubiera quedado huérfana de madre y se hu- biera sentido abandonada por su padre; pero lo que le ocurrió a tu padre en este lugar… —suspiró—, de eso nadie tiene culpa. Así que yo te voy a ayudar, pero a cambio de que dejes de culparte ¿Me das tu palabra sagrada? Lena la miró muy seria y tardó unos segundos en responder. —Te la doy. Cris sonrió satisfecha. —Bien, ¿qué te parece si nos vamos a dormir? Ha sido un día de muchas emociones. Pongamos los sacos cerca de la hoguera y durmamos al raso, hace una noche preciosa. Cris le tendió la mano a Lena, invitándola a aceptar su propuesta. Lena se la cogió y juntas se dirigieron hacia la tienda a buscar los sacos de dormir. Los extendieron a ambos lados del fuego que crepitaba y desprendía chispas. Lena cogió su katana; un regalo de Sen-sen, de hecho, el que guardaba con más cariño, ya que había pertenecido al padre de su maestro. Sacó la fina hoja de su funda y la luz del fuego la impregnó de un color anaranjado rojizo. Se quedó embelesada viendo las distintas tonalidades de luz reflejadas. —¿Quécoñoeseso?—preguntóCris,sacandoaLenadesuensimismamiento. —Se llama katana —contestó Lena, en tono relajado— y era de Sen-sen. No te pongas histérica. Cris miró a Lena como si de repente le hubieran salido cuernos y rabo. —¿Me estás llamando histérica? ¿A mí? —dijo, mientras se sentaba en su saco. Lena no contestó y empezó a guardar la katana en su funda. Cris miró a Lena con interés. —¿Y qué se supone que vas a hacer con el cuchillo jamonero? —preguntó Cris con ironía. —¿Dormir con él? Es un arma defensiva. —Deja que lo adivine —dijo Cris, poniendo los ojos en blanco—, ahora me dirás que sabes utilizarla ¿verdad? —Pues sí. —De verdad Lena, eres una caja de sorpresas. —Bueno, hay que ser precavidas, estamos en mitad de un bosque lleno de
  • 19. Némesis 19 posibles peligros, recuérdalo. Por cierto, ¿y tu pistola? —Pegada a mi mano ¿Y la tuya? —En su sitio. Buenas noches Cris soltó un sonido, que bien podría haber sido el de una vaca pastando, y murmuró un “buenas noches”. —¿Cris? —llamó Lena—. Gracias, por estar ahí y por ser mi mejor amiga. Un leve gruñido, procedente del saco de al lado, retumbó en la noche. Lena cerró los ojos e intentó relajarse. Notaba su cuerpo exhausto, pero su mente se- guía divagando, rememorando los acontecimientos que habían sucedido ese día y el peso que se había quitado de encima confesando, por primera vez, el tormento y la culpa que la embargaban. Aunque era consciente de que esa herida no iba a cerrarse de la noche a la mañana, sabía que había dado el primer paso. Durante años nadie, ni siquiera Sen-sen, había llegado a saber lo responsable que se sentía de la muerte de su padre y por extraño que le pareciera, se sentía más liberada de esa pesada carga. El cansancio se apodero de ella y, finalmente, se acurrucó en el saco, dejando que la oscuridad invadiera su mente hasta que el sueño por fin, le venció.
  • 20. Aria Bennet 20 Capítulo 2 Un pequeño chasquido hizo que Lena abriera los ojos. Instintivamente acarició el mango de su katana. Agudizó el oído sin moverse. Percibió, extrañada, que los ruidos nocturnos habían desaparecido. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral y esa fue la señal; saltó desenfundando su Katana mientras daba un giro de 180 grados. Dio en el blanco y un grito ensordecedor se abrió paso en el silencio de la noche, lo que hizo que Cris saltara como un resorte de su cómodo sueño con la pistola en la mano apuntando a la oscuridad. —Lena, ¿qué pasa? ¿dónde? ¿qué? —Tranquila —le contestó, aunque su tono era tenso. Cris se acercó despacio a Lena. Sus manos temblaban empuñando la pistola. Lena observó a su atacante que se encontraba a apenas un metro de distancia y que en ese momento se incorporaba adoptando una postura defensiva. —Aléjate Cris, yo me encargo. Y, joder, ¡deja de temblar o terminarás hacién- donos agujeros a todos! —susurró Lena. —No, yo me quedo —contestó Cris también en un susurro. —Cris, he dicho que te alejes. —No. —¡Cris! —gritó Lena más fuerte— A-lé-ja-te. Lena ni siquiera la miró mientras se alejaba. Toda su atención estaba centrada en el hombre que había interrumpido sus sueños y que en ese momento se erguía en toda su estatura. Pudo ver en su mirada auténtica rabia contenida. Lena no se amilanó.
  • 21. Némesis 21 —No te muevas, o te juro que te rebanaré los sesos —dijo Lena en tono frío. El desconocido seguía quieto pero su mirada no perdía detalle. En cuanto Cris estuvo lo suficientemente alejada se abalanzó sobre Lena, ésta se echó a un lado con rapidez mientras el hombre caía al suelo por el impulso. Lena apro- vechó la oportunidad para darle una fuerte patada en el trasero. Esto hizo que el hombre se desplazara más lejos mordiendo el polvo del suelo. No llegó a levantarse ya que Lena se colocó a horcajadas encima de él. Oprimió sus caderas para inmovilizar sus movimientos mientras le cogía las manos y las pegaba a la espalda. El hombre soltó un gruñido de dolor mientras forcejeaba para librarse de su agarre. Lena lo sujetó con más fuerza. —Cris, tráeme la cuerda. Cris le dio la cuerda sin poder controlar su estado nervioso. Lena no perdió tiempo. Ató con precisión las manos del desconocido para luego girarlo y atarle los pies con un complicado nudo japonés. Se puso encima de él de nuevo y con la daga que desde el inicio del viaje llevaba escondida en su bota, apuntó la garganta del desconocido. Éste dejó inmediatamente de forcejear. En esa posición Lena pudo distinguir levemente sus facciones. Parecía joven; delgado pero fibroso, sus ropas parecían más las de un indio que las de un hombre que pasea por la mon- taña de madrugada. Su piel era muy blanca y lechosa. Su pelo era largo y oscuro. —¿Quién coño eres y qué andas buscando? —dijo Lena. Su tono estaba impregnado de ira. El hombre respondió algo en una lengua extranjera que ninguna de las chicas entendió y miró a Cris que en ese momento temblaba como un hoja y se abra- zaba a sí misma. —¿Has entendido algo de lo que ha dicho? Cris negó con la cabeza. —¿Crees que es un idioma? N… no… no he oído nada parecido en mi vida. Lena se acercó a Cris y la abrazó. —¿Estás bien? Cris tardó unos segundos en responder. —¿BIEN? —gritó— ¿A ti te parece que estoy bien? Joder. Hemos sido ata- cadas por un melenudo paranoico que habla raro. Me acabo de llevar un susto de muerte. ¡He tenido que apuntar a un ser humano con una pistola! Y encima descubro que mi mejor amiga es una especie de Lara Croft. ¿Dónde narices aprendiste todo eso? No, mejor no respondas. No lo quiero saber...
  • 22. Aria Bennet 22 —Fue Sen-sen, él me enseñó —respondió Lena igualmente. —¿Y cuándo pensabas contarme que estás tan puesta en el arte de patear culos? —Te lo estoy contando ahora. —¿Ahora?, ¿¡ahora!? —preguntó Cris histérica. Cris se encaminó hacia su asaltante que hacía sus pinitos para incorporarse. Lena miró el cielo con desesperación, ya estaba amaneciendo. En pocos minutos la luz sería total. Miró a Cris y se quedó atónita; estaba sentada a horcajadas encima del asaltante. Lo tenía cogido de la pechera y le estaba soltando un ra- papolvos y dándole bofetones. Lena salió a la carrera para sujetar a su impulsiva amiga. Cuando se acercó para coger a Cris por los hombros vio en su agresor una media sonrisa de satisfacción que hizo que le hirviera la sangre. Tiró fuerte de Cris y las dos cayeron con fuerza hacia atrás golpeándo sus traseros con el duro suelo. —Mierda Lena, déjame que le dé a ese cabrón lo suyo. ¿Cómo se atreve a atacar a dos mujeres indefensas? Cris se levantó del suelo y Lena hizo lo mismo para sujetarla por el brazo. —Cris, para ¿Vale? Déjalo ya. Mira, cojámoslo y atémoslo a ese árbol. Cris asintió levemente sin apartar la mirada del desconocido y se pusieron manos a la obra. Mientras Lena ajustaba la cuerda alrededor del árbol Cris se posicionó frente a su asaltante. Lo miró a los ojos directamente. No estaba preparada para ver lo que estaba viendo; el tío que tenía delante era el hombre más guapo que había visto nunca. Se quedó ensimismada. Tenía la frente alta y despejada y de ella le caía una larga melena marrón clara con reflejos dorados que llegaba a cubrirle los hombros. Su nariz era recta y armonizaba con unas cejas anchas y bien formadas. Sus ojos eran rasgados y de un color gris que iba acompañado de pequeñas manchitas azules. Sus pestañas eran densas y largas y sus pómulos altos y bien definidos. Su mandíbula era fuerte y sus labios eran carnosos, especialmente el superior, que en ese momento le sonreían provocativa e insinuantemente. Cris parpadeó varias veces para recuperar el control de sus emociones que ese tío había conseguido descolocar en cuestión de segundos. Se centró en los ojos de su asaltante intentando no mirar su boca sensual que insinuaba placeres infinitos. Carraspeó unas cuantas veces para dejar de sentir la ola de calor que le recorrió el cuerpo y recuperar el dominio de sus emociones. —¿Cómo te llamas? —preguntó Cris con dulzura.
  • 23. Némesis 23 —Kkkheerrr —respondió con dificultad y acompañó su respuesta de un pu- ñado de palabras incomprensibles. —Vale, vale. Yo soy Cris ¿Y tú? —Kher. —Bien, eso está mejor —dijo Cris sonriendo—. Entonces yo soy... Cris empezó a hacer aspavientos en el aire señalándose a sí misma. —Crrrisss. —¡Sí! —exclamó Cris, llena de júbilo—. Y tú Kher. El hombre asintió con la cabeza. —¿Crees que de aquí a Navidad sabremos algo más? —preguntó Lena. Cris le lanzó una mirada envenenada, dejándole claro que no compartía su sentido del humor. Miró de nuevo al desconocido y sonrió. Kher le devolvió la sonrisa y con un gesto de cabeza señaló su lado izquierdo. Cris observó la zona donde señalaba y dio tal grito que hizo que hasta Lena se sobresaltara. —¿Qué?¿qué es Cris?¿qué pasa? —¡Mira, Lena, está sangrando! Pobrecito, está herido. Debemos quitarle la cuerda que tiene alrededor del cuerpo, hay que curar esa herida. —Venga, Cris ¿Estás de guasa? ¿Vas a curarlo? Te recuerdo que este saco de mierda a intentado atacarnos y no creo que el hubiera tenido misericordia con nosotras. —O lo haces tú, o lo hago yo —respondió Cris muy seria—. Es más, no te estoy pidiendo que le quites las ataduras de los pies y las manos, solo la que lo ata al árbol. No voy a dejar que se desangre. —Cris, ¿qué mosca te ha picado? —¿Que qué mosca me ha picado, Lena? No voy a dejar a un hombre herido, sea nuestro atacante o no. No soy capaz de hacer tal cosa. Cris se giró para buscar el botiquín. Lena estaba completamente pasmada. Miró a su atacante y tuvo la sensación de que el muy gilipollas entendía todo lo que estaban diciendo, y estaba disfrutando con el espectáculo. Lena se acercó a él y empezó a desatar la cuerda del árbol. Cuando terminó se puso a la altura de su cara y lo miró directamente a los ojos. Sacó el cuchillo de su bota y apuntó hacia su cuello. —Sé que entiendes todo lo que decimos —dijo Lena, con tono amena-
  • 24. Aria Bennet 24 zante—. Mira, capullo, te he quitado la cuerda, si haces un solo movimiento que a mí se me antoje fuera de lo normal, te juro que te clavo con esta maldita daga en el árbol. ¿Lo has comprendido? Kher le dedicó una sonrisa burlona que hizo que Lena apretara con fuerza su mandíbula. Sin pensarlo, Lena presionó con su mano la herida abierta del hombre y éste soltó un alarido. —¿Lo en-tien-des? —dijo Lena muy despacio, poniéndose de nuevo a la altura de los ojos de su asaltante. Kher apretó los labios y miró a Lena con los ojos llenos de furia. Dijo algo que Lena no entendió, pero ésta se encogió de hombros y se alejó un poco, ya que Cris llegaba con las manos cargadas de cosas entre las que había una manta. El hombre no se movió, dejó de prestarle atención a Lena, para mirar a Cris. Cris, por su parte le sonrió. —¿Me vas a ayudar? —preguntó Cris. —Vale —dijo Lena, con un suspiro—, ¿qué hay que hacer? —Pues, podrías preparar el desayuno, si te parece bien, mientras yo curo a nuestro invitado. —¿Quieres que te deje sola con este tío? —Lena, este tío está herido y atado, no creo que sea un gran peligro, así que ponte a lo tuyo. Lena giró sobre sus talones y se encaminó a preparar el desayuno. Se posi- cionó en una parte en la que podía controlar a Cris y a Kher. No le gustaba nada lo que estaba pasando. Ese tipo había salido de la nada y tenía la clara impresión de que no estaba solo. Empezó a mirar a su alrededor, observando la zona con mucha atención. —¡Ay, por Dios!, ¡Lena!— Lena salió a la carrera y se encontró a Cris paseando de un lado a otro y mur- murando para sí misma. —Esto no puede ser. Porque no puede ¿No?. Esto no está pasando —mur- muraba Cris continuamente. Lena alternó su mirada entre la cara confusa de Cris y la de Kher. —Esto es increíble. —Vale, ¿qué es increíble, Cris? ¿qué pasa?
  • 25. Némesis 25 —Lena, este tío tiene las orejas muy raras. Mira, ven. Lena no se echó a reír de milagro, no pensaba que las orejas de nadie fueran para ponerse histérica. Si el pobre tenía orejones de soplillo tampoco era para tanto. Bueno, había que reconocer que el tío estaba más bueno que un donut, eso era indiscutible, y ahora comprendía por qué llevaba el pelo a la cara: para disimular los pabellones que tenía por orejas. Lena se acercó a él mordiéndose el labio inferior para no reírse, el hombre parecía querer alejarse de ella sin mucho éxito; la chica apartó con cuidado el pelo expuesto dejando entrever una oreja de un tamaño medio que se iba alargando hasta terminar en punta. —¿Qué narices le ha pasado a este tío en las orejas? Cris miraba las extrañas orejas muda de asombro mientra Kher soltaba in- coherencias en tono ofendido y malhumorado. —¿Qué vamos a hacer? —preguntó Lena. —¿A qué te refieres? —Cris, este tío no es normal. Habla un idioma extraño que no me suena a nada que haya escuchado antes y tiene las orejas más raras que he visto nunca. A decir verdad, son las primeras que veo con esta forma. ¿Qué se supone que debemos hacer ahora? >>¿Sabes, Cris? Tengo un mal presentimiento, deberíamos recoger el cam- pamento y dejarlo aquí. Le has curado la herida, y creo que por hoy ya hemos hecho nuestra buena labor. Creo que no venía solo. Me da la sensación de que hay más como él, así que deberíamos irnos inmediatamente. —Pero, Lena, no podemos dejarlo aquí, ¿y si te equivocas y está solo? No podemos dejarlo en estas condiciones. Por si no te has dado cuenta, esto no es precisamente Central Park en hora punta. Sabes perfectamente que herido y ma- niatado será una presa fácil para cualquier depredador. Lena cogió a Cris de la mano y tiró de ella para que la siguiera hasta la pe- queña fogata sobre la que se hacía el café. La cafetera comenzó a realizar una serie de ruidos, avisando de que su contenido estaba listo para ser servido. Lena cogió el asa con cuidado y colocó la cafetera en la primera superficie estable que encontró. Mientras Cris se sentaba a su lado, comenzó a preparar tres cafés con leche en tazas de metal. —Y bien, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Lena. —Vamos a darle algo de comer y luego pensaremos una solución —dijo Cris en tono calmado.
  • 26. Aria Bennet 26 Lena puso los ojos en blanco y empezó a menear la cabeza en señal de des- acuerdo. Comenzó a buscar un punto en el bosque buscando la inspiración que le diera la solución a sus problemas, un plan con el que todos salieran ganando, incluido el rarito. No llegó a encontrar ese punto ya que sus ojos percibieron un movimiento extraño entre las hojas. Lena intentó actuar con normalidad. Cris la miraba con ansiedad, como esperando una sentencia. Lena le sonrió. —Escucha, vamos a hacer lo siguiente; llévale el desayuno a nuestro rarito inquilino mientras yo voy a por leña. Coge tu pistola y el walkie talkie. Encontra- remos una solución ¿Vale? Cris se relajó de inmediato soltando de golpe todo el aire que había estado conteniendo sin darse cuenta. —Gracias, Lena —dijo Cris con una sonrisa. Cris se encaminó a llevarle el desayuno a su invitado. Lena se levantó y cogió su katana mientras se preparaba mentalmente para lo que se avecinaba. Buscó con disimulo varias armas que guardaba en su mochila y se acercó a Cris. —Ya sabes, si algo se mueve dispara y luego preguntas ¿Entendido? Cris asintió con la cabeza. —¿Entendido, Cris? —Sí, mamá, entendido —contestó Cris sonriendo. Lena sintió que estaban en peligro, tenía la clara sensación de que iban a ser atacadas de un momento a otro. Se sentía mal por no haber compartido esa información con Cris, pero era mejor así. Bastaría siquiera insinuárselo para que se pusiera hecha un manojo de nervios e hiciera que su precipitado plan se fuera al traste. El miedo la atenazó. Lena rogaba para que no pasara nada y poder llegar a tiempo, pero los remordimientos de conciencia le impedían pensar con claridad. Apretó el paso con decisión para convencerse a sí misma de que estaba haciendo lo correcto, aunque eso no mejoró el malestar que sentía sabiendo que estaba poniendo a su amiga en peligro. Si los cabrones mordían el anzuelo, ella podría terminar con todos. Jugaba con la baza de la sorpresa. Si su plan salía bien, uno de ellos la seguiría y mientras, los otros atacarían el campamento. Tenía que buscar una posición tras el lugar en el que había visto movimientos en el bosque. Si su instinto no le fallaba, estos tíos eran primos hermanos del rarito. 
  • 27. Némesis 27 El sol ya estaba alto en el horizonte, algo que parecía estar de su parte. Kher vio como la mujer morena se alejaba del campamento. Hacía rato que había visto a su hermano camuflado entre el follaje. Tenía que andar con cuidado y mantener a Cris cerca de él, si no su hermano la mataría. Todavía estaba aturdido recor- dando los acontecimientos de la noche pasada. Estaba totalmente descolocado. Recordó las palabras que una vez le había dicho su padre y que nunca terminó de creer; <<nada te prepara para cuando la encuentras>>. Sabía que era cierto, pero nunca pensó que fuera de esa manera tan brutal. Se había aventurado en el cam- pamento con la intención de espantar a las mujeres y salvarles la vida, no escuchó sus instintos. Aún en los primeros vistazos, mientras las espiaba en el arroyo, su cuerpo había reaccionado de una manera extraña hacia la mujer del pelo rojo. En ese momento no lo pensó, pero cuando las asaltó en la noche y se enfrentó cara a cara con ella, el impacto fue descomunal. La punzada de dolor vino de sú- bito y atravesó su corazón. Su mirada quedó atrapada en esos ojos almendrados rodeados de gruesas y largas pestañas. El color de su cabello acompañaba a sus ojos del color de las esmeraldas, donde se perdió por un momento, viendo frag- mentos de su destino. El dolor disminuyó cuando asumió que era ella. Lo había abatido su pelo totalmente suelto que caía en cascada cerca de sus pechos. Sus labios llenos for- maban una boca que incitaba a perderse en ella. En su rostro ovalado y nariz res- pingona se podían apreciar algunas pecas impregnadas en polvo dorado. Cuando ella sonreía le calentaba el alma. Recorrió su cuerpo menudo y curvilíneo. Sus pechos no eran demasiado grandes. Su cintura estaba muy marcada y sus piernas no eran demasiado largas, pero bien definidas y torneadas. En definitiva, ésa era su diosa. Ahora lo sabía. Ella había llegado a él porque estaban destinados, lo había visto, sus dioses se lo habían mostrado. En ese momento la chica le estaba dando una especie de brebaje que le re- cordó a una planta que ellos utilizaban para soltar el vientre y pidió a sus dioses que no fuera eso. La chica estaba en tensión mirando hacia el sitio donde había desaparecido la morena. Cada poco tiempo ella, que al parecer se llamaba Cris, le daba unos trocitos de algo parecido al pan untado con una especie de líquido bastante soportable para el paladar. Sonrió maravillado por la belleza que refle- jaba el semblante de la mujer, un semblante de diosa. Ya lo había decidido; ella sería suya. Las pediría como privilegio tanto a ella como a su amiga, aunque esto último no le hacía demasiada gracia. Siendo sincero con él mismo, la morena tenía una belleza impactante; su pelo era de un negro azulado y sus ojos tenían el color más raro e increíble que había visto nunca, un violeta deslumbrante enmar- cado en una forma rasgada y largas pestañas. Tristemente, ésto se veía eclipsado por un carácter algo agrio y de armas tomar. La chica peleaba mejor que muchas
  • 28. Aria Bennet 28 guerreras de su raza. La humana era un arma letal en potencia. Miró su joya esmeralda y percibió ansiedad. Sabía que las dos mujeres estaban muy unidas, tal vez eran familia. No podía hacerle eso a un ángel como Cris. Debía pedir el derecho de privilegio para las dos, le gustara a su hermano o no, ese era su derecho e iba a exigir que se cumpliera. De un momento a otro su her- mano iba a tomar el campamento. Tenía que prepararse para avisarlos y que no mataran a las humanas. Tenía que poner a Cris a salvo. Una vez hecho esto, iba a disfrutar de lo lindo viendo como la morena les pateaba el culo a sus compa- ñeros de expedición, especialmente a su hermano. Al menos, si conseguía dejar a uno o dos fuera de combate, se sentiría menos humillado porque un humano, encima del sexo femenino, le hubiera vencido y herido de esa forma. Esa situa- ción traería cola entre su gente y tendría que aguantar las continuas pullas de su hermano. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su boca al pensar en la posibilidad de que la morena hiciera sudar un poco a su hermano, el cual, además, conside- raba a los humanos una raza insulsa, débil, y a sus mujeres, sosas y gritonas. Le era imposible imaginarselo mordiendo el polvo por una humana. Se relajó en la medida de lo posible y comenzó a cantar los acordes de una canción. Cris le sonrió y escuchó fascinada la linda melodía, aunque no entendía el sig- nificado de la canción, el tono de voz y entonación le hicieron sentirse relajada y la ansiedad que en esos momentos sentía por todos los acontecimientos que estaban pasando se desvaneció. —Eso suena muy bien, pero no entiendo nada. Kher sonrió y siguió cantando. Estaba utilizando uno de sus dones. A través de la música podía relajar y hechizar a las personas. Era capaz de rimar y cantar cualquier cosa que quisiera decir sin esfuerzo alguno. En ese momento estaba avisando a su hermano para que siguiera sus instrucciones.  Cuando Lena consideró que ya se había alejado lo suficiente del campa- mento, comenzó a correr para poder rodear a sus enemigos. Tenía el corazón a mil. Se camufló entre unos arbustos que formaban un pequeño recodo y agudizó el oído para intentar detectar a su enemigo. <<Bingo>>, pensó cuando percibió unos pequeños ruidos, posiblemente imperceptibles para aquellas personas que no estuvieran entrenadas en la escaramuza. El sonido se hizo más evidente a los pocos segundos y su corazón empezó a bombear más rápido. El ruido se hizo más intenso. Miró con disimulo a través del frondoso arbusto que la protegía. Su mirada se encontró con un hombre tan alto como el rarito y con una vesti- menta similar, parado prácticamente a su altura. Sin tiempo para pensar, sacó un grueso leño que había cogido por el camino y le atizó con todas sus fuerzas en la
  • 29. Némesis 29 cabeza. El hombre no tuvo siquiera tiempo de reaccionar. Cayó como un plomo pesado al suelo. Lena sonrió de satisfacción, <<uno menos>>. El tiempo de re- gocijarse se acabó cuando oyó un disparo. Sus emociones se dispararon a toda velocidad. Notó el sabor de la ira subiéndole por la garganta, intentó no perder la concentración mientras procuraba mantener a raya sus emociones. En su ca- beza resonaron las palabras de su maestro: <<si controlas las emociones, controlas a tus enemigos>>. Salió a la carrera buscando el punto estratégico que le permitiera cargarse a esos tipos. Llegó al campamento por el extremo oeste, se aposentó detrás de un gran árbol y miró discretamente hacia el campamento; el rarito tenía a Cris cogida de la cintura con el brazo bueno, pegando la espalda de Cris a su pecho, mientras que con el otro le tapaba la boca para que no gritara. Observó que había otro tipo con él. Éste tenía el pelo tan largo como Kher, pero de un rubio casi blanquecino. La posición del rubio oxigenado era totalmente defensiva, pues no paraba de mirar hacia todas las direcciones, esperando un ataque frontal por cualquier flanco visible. Miró en su dirección y Lena, con presteza, desapareció de su campo de visión, apretándose todo lo posible contra el tronco. Apoyó su cabeza en el árbol y respiró para encontrar la calma que necesitaba para realizar el si- guiente movimiento que tácticamente había planeado en su cabeza. Sus planes se vieron interrumpidos, porque en ese mismo instante algo silbó cerca de su oído. Abrió los ojos como platos y buscó instintivamente de dónde procedía el sonido. Sus sentidos la dirigieron hacia una flecha pegada a pocos centímetros de su hombro. Por un momento no reaccionó, pero algo le gritó en su cabeza que corriera y así lo hizo. Salió corriendo directamente hacia el rubio oxigenado, esperando que su actitud hiciera salir a la comadreja que andaba escondida ti- rando flechas a traición. No tardó mucho, segundos después, escuchó los pasos de la comadreja que la había seguido hasta su posición y se encontraba a sus espaldas. Cuatro pares de ojos miraban en su dirección. El rubio se adelantó a su encuentro. Lena percibió cómo la comadreja se situaba a sus espaldas. Giró para dejar a sus atacantes a ambos lados de ella. Los dos hombres se lanzaron a la vez a por Lena, pero ella tomó impulso y saltó quedando a la altura de las cabezas de sus oponentes, abrió las piernas con rapidez dándoles dos fuertes patadas a sus atacantes. El rubio oxigenado recibió el golpe en toda la cara y cayó noqueado al instante, la comadreja se tambaleó, pero no llegó a caer. Por el rabillo del ojo vio que Kher sujetaba todavía a Cris, pero no pudo distraerse demasiado, la coma- dreja estaba de nuevo en plenas condiciones y se acercaba a ella. Lena se dispuso para el ataque y levantó el mentón en señal de desafío, no esperaba encontrarse con los ojos de color azul más claros que había visto nunca. Éstos estaban ro- deados de unas pestañas densas y negras que enfatizaban una mirada fría y dura que encogería el alma de cualquiera. Sus cejas negras eran largas y arqueadas, lo que intensificaba su mirada. Su pelo era oscuro, sus pómulos eran altos y su
  • 30. Aria Bennet 30 mandíbula ancha. Sus labios estaban bien definidos, siendo el de arriba algo más fino que el de abajo. Lena se demoró unos segundos en esa boca cuando vio que de ésta asomaba una media sonrisa insinuante y sensual. Eso la hizo salir del trance. El tío que tenía delante le superaba en altura unos quince centímetros. Su cuerpo, aunque delgado, era un poco más robusto que el de Kher y su color de piel estaba más bronceado que el de sus compañeros. A diferencia de ellos, éste llevaba los brazos al aire, enseñando unos músculos bien definidos. La mirada que Lena le lanzó a su agresor fue dura y llena de ira, éste volvió a sonreír con una sonrisa burlona, tiró su espada a un lado, cayendo lejos de su agarre, e indicó a Lena con las manos que hiciera lo mismo. La comadreja quería un cuerpo a cuerpo. Lena levantó sus cejas y con una sonrisa cínica lo imitó. En cuanto hizo ésto, el hombre se lanzó hacía ella, rodeando son sus brazos los de Lena para inmovilizarla. Lena levantó su rodilla y le dio un golpe en la entrepierna. La comadreja la soltó de golpe y se dobló sobre sí mismo con un alarido de dolor, momento que Lena aprovechó para darle un fuerte golpe en toda la espalda. —Éste de propina, cabrón —dijo Lena, con rabia. El tipo se negó a darse por vencido y cogió la piernas de Lena, tirando hacia arriba, de modo que la chica dio con su espalda en el suelo. El impacto la dejó sin respiración por unos segundos. Comadreja aprovechó la ventaja y se lanzó sobre ella, pero Lena fue más rápida, dobló sus rodillas y las lanzó con todas sus fuerzas sobre el pecho de su agresor. El fuerte golpe, hizo que el hombre cayera de espaldas al suelo, situación que Lena no desperdició; se puso a horcajadas sobre él, inmovilizando las piernas del hombre. La comadreja cogió a Lena de los brazos, pero Lena bloqueó el agarre con un rápido movimiento de su mano, sacó el cuchillo que llevaba escondido en la bota y lo puso en el cuello de su agresor. Lena se detuvo inmediatamente cuando escuchó un grito femenino. —¡Lena, para! —gritó Cris. Lena se mantuvo inmóvil y levantó la mirada. Kher sostenía una puñal a la altura de la garganta de Cris, mientras gritaba como un poseso a Lena en su extraña lengua. Lena obviamente no lo entendía y el pánico la atenazó. Volvió a mirar a su agresor con la punta del cuchillo pegada a su cuello, hasta que se dio por vencida y lo soltó. Inmediatamente sintió dos brazos musculosos rodeándola desde atrás, pero ella se zafó del agarre y corrió hacia Cris. El rarito fue bajando el cuchillo poco a poco. Cris se giró, de modo que estuviera cara a cara con Kher y comenzó a golpear con sus puños el amplio pecho del hombre. —Déjala, maldito bastardo —gritó Lena, mientras terminaba de salvar las distancias entre ambos.
  • 31. Némesis 31 Fue una sorpresa para todos que Kher, en vez de volver a inmovilizar a Cris, que habría sido lo esperado, la abrazara intentando consolarla. Lena se paró en seco y se quedó muda de la impresión. Si la situación hubiera sido otra, se habría echado a reír, aquello parecía un chiste. Sin previo aviso, Lena sintió como alguien le cogía los brazos desde atrás y los posaba sobre su espalda. Tironeó, pero no gritó. Sabía quién la sujetaba. Lena sintió como el armario de dos puertas pegaba su cuerpo todo lo posible al suyo para luego hacerla girar de modo que sus rostros quedaron muy cerca. La apretó más a él, sujetándola con fuerza. Lena no lo pensó y le escupió en la cara, mientras lo miraba con toda su rabia. El hombre se limpió el rostro y soltó una sonora carcajada que a Lena le molestó más que si le hubiera dado un bofetón. Sin soltarla, se encaminó hacia el rarito que todavía sujetaba a Cris. Los dos especímenes, comenzaron una conversación incomprensible. Cuando acabaron de parlotear esa lengua extraña, Lena fue liberada de su agarre y vio como Cris corría hacia ella. Por suerte el rarito no la detuvo. Cris abrazó a Lena con todas sus fuerzas. —¿Estás bien, verdad? —preguntó Cris con ansiedad. Cris empezó a toquetear con sus manos a Lena para asegurarse de que no le faltaba nada y estaba en perfectas condiciones. —Sí, Cris, estoy bien —dijo Lena con una sonrisa—. El armario de dos puertas no me ha tocado un pelo. Cris pareció tranquilizarse al ver que su amiga estaba perfectamente. —¿Y tú, Cris? ¿Estás bien? ¿Te ha hecho algo el rarito?. —Sí, sí, estoy bien, pero he pasado verdadero miedo, y más cuando he visto a ese tío atacarte. A decir verdad, sigo teniendo miedo. Lena echó uno de sus brazos por los hombros de su amiga y la atrajo hacia sí. Juntas se sentaron en el áspero e incomodo suelo. —¿Y ahora qué? —preguntó Cris con ansiedad. —Debemos escapar —contestó Lena en un susurro, apenas audible. —¿Qué? ¿Estás loca? Por si no te has dado cuenta, nos superan en número. —Si, no soy ciega Cris, pero ¿Sabes?, Sen-sen siempre decía que si eres pa- ciente y esperas el momento, la oportunidad siempre llega. —Vale, ¿me estás diciendo que tienes un plan? —No, lo cierto es que por ahora no, pero estoy en ello. Solo tenemos que
  • 32. Aria Bennet 32 observar y estudiar al enemigo. Cris hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Las dos chicas dirigieron sus miradas a sus atacantes. Ambos estaban un poco retirados, pero sus ojos estaban clavados en ellas. Comadreja miró a Lena directamente y su mirada decía a las claras que tenían una cuenta pendiente.  Turs observaba a las dos humanas sentadas en el suelo, pero su atención estaba centrada en la mujer de pelo negro. Sus emociones hacia ella lo tenían totalmente descolocado. Por una parte, le encantaría retorcer ese bonito cuello, pero por otra, y esa era la peor, lo que esa humana le estaba haciendo sentir, tanto física como emocionalmente, lo tenían total y claramente desubicado. No entendía qué demonios le había impulsado a consentir que la muy descarada le escupiera en la cara. Pocos conseguirían salir libres de dicha ofensa. Admiraba el coraje de la chica, aunque le pesara. Era una belleza sin igual. Cuando se encon- traron sus miradas, durante la pelea, se quedó totalmente pasmado. La mujer se defendía bien, tenía conocimientos de lucha y era rápida. La mirada de Turs se posó de nuevo en la mujer. La chica era más bien alta y su cuerpo estaba bien formado. Sus curvas se marcaban perfectamente a través de la fina tela de sus ropajes. Su pelo era negro con destellos azulados. Su rostro era ovalado y su boca era carnosa y sensual. La nariz era achatada y los ojos ras- gados y de color violeta, tan intensos que impactaban. Sin duda, su mirada era un foco de atención para cualquiera que tuviera ojos en la cara. —Turs, ¿me escuchas? Exijo mi privilegio. Turs cabeceó levemente para salir de sus divagaciones y miró a su hermano. —¿Qué privilegio? —exclamó Turs sorprendido—. ¿Estás loco? ¿Vas a pedir ese derecho sobre esas dos humanas? —Tengo mis derechos y más de cien años. Puedo pedir por ley que ellas sean mi privilegio y tú no me lo puedes impedir. Tú, hermanito, serás el jefe de la expedición, pero yo las he encontrado. Te recuerdo que la ley es clara en este aspecto; todo lo que uno encuentre fuera o cerca de nuestras fronteras tiene el derecho de privilegio, así que exijo que se cumpla. Turs no salía de su asombro. —¿De las dos? —Sí —dijo Kher muy seguro—. Ellas ahora me pertenecen. Turs sintió que algo en su interior se removía y le embargó una oleada de
  • 33. Némesis 33 emociones contradictorias que no supo analizar. Cerró los ojos un segundo para que su hermano no viera en su mirada el tumulto de sensaciones que le había producido su decisión. —Bien —dijo Turs, abriendo los ojos—, tienes ese derecho y podrás ejer- cerlo de aquí hasta que lleguemos a casa. Una vez allí, padre y el consejero deci- dirán sobre esto. Kher comenzó a protestar, pero su hermano lo interrumpió. —Es mi veredicto Kher y no voy a consentir que lo cuestiones. Kher miró a su hermano directamente a los ojos sin esfuerzo alguno, ya que Turs solo era unos pocos centímetros más alto que él. —De acuerdo —dijo Kher, enfatizando cada sílaba.  Lena apartó la mirada de su agresor, el señor comadreja, y observó al rubio oxigenado que se estaba poniendo en pie muy despacio. Su mirada se desvió unos metros ya que entre la maleza apareció el cuarto componente del grupo, al que había noqueado en primer lugar, tambaleándose y sujetándose con una mano la cabeza. Parecía estar bastante aturdido. Kher y comadreja salieron a su encuentro y lo cogieron con fuerza por ambos lados. Lo trasladaron cerca del fuego y lo colocaron en una postura cómoda. Los tres hombres comenzaron a hablar entre ellos. En un momento deter- minado el recién llegado mencionó algo que hizo que los tres hombres miraran a Lena, pero ella solo se sintió intimidada ante uno de ellos, el hombre que había decidido calificar como comadreja. Lena, interiormente, se reveló contra ese sentimiento, levantó el mentón y fijó su mirada en los tres tipos, intentando transmitir todo el odio que sentía. En su campo de visión apareció Cris que en ese momento se acercaba al hombre que estaba malherido para examinarlo. Lena soltó un bufido y maldijo por lo bajo la estupidez de su amiga. El rubio oxigenado se lanzó gritando hacia Cris para que no tocara a su amigo. Como un muelle, Lena se puso en pie para patearle el culo otra vez a ese tipo, pero Kher ya había agarrado a Cris, para evitar que le atacara y comenzó un discurso muy cortante hacia el rubio oxigenado, el cual no pudo más que asentir y mantenerse quieto. Para sorpresa de todos Cris no se amilanó y se soltó con fuerza del agarre de Kher. —Gracias —dijo Cris, dirigiéndose a Kher—. Y a ti, rubito, aunque no me entiendas, dejemos las cosas claras. Solo quiero AYUDAR a tu amigo, y en todo
  • 34. Aria Bennet 34 caso, las que tendríamos que estar muy, pero que muy mosqueadas, somos noso- tras. Vosotros sois los que nos habéis atacado sin ningún motivo, así que no me cabrees —Cris cogió al rubio de la pechera, el cual ni se inmutó—, o te daré una patada donde más duele, ¿entendido? Toda la atención del rubio oxigenado estaba puesta en Kher, que lo miraba con un rictus severo. El hombre dijo algo incoherente que las chicas no enten- dieron, pero que sonó a disculpa. Una vez que el rubio oxigenado se hubo apartado, Cris se acercó al hombre convaleciente para atenderlo, mientras los demás la observaban. —Lena, necesito el botiquín. Ve a por él. Lena miró a su amiga con gesto huraño. —Cris, ¿estás haciendo oposiciones para ser la samaritana del año o qué? —Escúchame bien, Lena Carter. Este hombre está así por tu culpa, así que ve ahora por lo que te he pedido si no quieres que te de una patada en el trasero. —Oh, no. Eso sí que no. No me voy a sentir culpable por defenderme de alguien que nos ha atacado, ¿o crees que él habría hecho lo mismo por nosotras? —Me da igual ¿vale? ¡Ve ahora mismo, Lena! —gritó Cris. Las expresiones de los hombres, mientras observaban la situación, eran bas- tante divertidas. Iban desde el asombro, pasando por el descontento, para llegar a la diversión. Esta última procedía de Turs que seguía con verdadero interés la confrontación de las dos humanas, como si estuviera viendo un partido de tenis de lo más interesante. Turs se dirigió hacia Lena para cogerla por la cintura y trasladarla hacia una roca cercana. Lena sintió que sus pies se elevaban del suelo y comenzó a pro- testar e intentar soltarse, pero él la apretó más fuerte. Lena fue depositada en el suelo como si fuera un saco de harina. Turs cogió una cuerda de las pertenencias de las chicas, y comenzó a atar sus manos y pies, mientras Lena se revolvía. Lena miró los ojos de Turs y le pareció percibir un chispazo de humor en ellos. Una vez que Turs terminó de atarla se sentó a su lado. Ya había dejado de maldecir e intentó ignorar al gilipollas que la había atado. Centró su mirada sobre Cris y sus atacantes, en ese momento, Kher estaba ayudando a Cris a curar al herido. Cuando esta terminó, Kher cogió a Cris, la situó al lado de Lena y la ató de pies y manos. Cuando terminó, y para rematar el trabajo, cogió otra cuerda y las unió a las dos. Cris miró a Lena y percibió su enfado. —¿Qué?, ¿Alguna idea para salir de ésta?
  • 35. Némesis 35 Lena soltó un gruñido. —Que tal si les abro la cabeza y tu les curas, ¿estás de acuerdo, Cris? Porque si estás conforme, cuando consiga librarme de mis ataduras te aseguro que a quien voy a romper la crisma va a ser a ti. —Venga, venga, Lena, relájate. Lo siento ¿vale? No puedo evitarlo. Si hay una persona herida necesito ayudarla. Es algo instintivo. —Ya —soltó Lena—, y no tiene nada que ver con el cabronazo de las orejas puntiagudas ¿verdad? El que hace menos de unos minutos apuntaba a tu bonito cuello y segundos después te consolaba y abrazaba. No vi que te quejaras. —Perdona guapa, estaba aterrada. —Venga Cris, eso cuéntaselo a otra. Durante estos años reconozco que has hecho algunas cosas raras, bien sabes que nunca he criticado tu actitud, pero Cris, ésto supera la lógica. —Lo siento, Lena. Llevas razón. Para la buena verdad, no sé qué me pasa con ese tipo, siento cosas extrañas, como si compartiera un vínculo. Desde el primer momento en que lo vi sentí como si ya lo conociera. Siento que puedo confiar en él, que no nos va a hacer ningún daño. —Y dime —dijo Lena, en tono condescendiente—, ¿sabes si esa informa- ción la ha compartido con sus amigos? Porque parece, y siento ser yo la que lo haga evidente, que no están muy enterados, cuando nos tienen atadas de pies y manos. —Vale —suspiró Cris—, ya sé que es de locos... Las lágrimas asomaron a los ojos de Cris. —Eh, Cris, lo siento. No llores por favor. Venga —dijo Lena en tono com- prensivo—. Cuéntamelo. Te juro que la arpía de Lena ya se ha ido a dormir. —Lo juro Lena, ésto no me ha pasado en la vida con ningún tío. Incluso cuando lo miro me olvido de todos y de todo. Lena, de verdad, estoy muy asustada. La voz de Cris estaba llena de angustia. Lena la conocía lo suficiente para saber cuando realmente Cris estaba preocupada y eso la asustó más que estar atada con un grupo de tíos raros. —Bien, tal vez esto nos convenga. El rarito nos puede ayudar a escapar. Si jugamos bien nuestras cartas... --Kher.
  • 36. Aria Bennet 36 —¿Qué? —preguntó Lena. —Kher, Lena, se llama Kher. No rarito. Cris dirigió su mirada hacia Kher, que en ese momento estaba al lado del fuego con los demás, y se quedó ensimismada. Parecía que preparaban algo de comer. Kher, sintiéndose observado, levantó la cabeza y miró a Cris con una mirada insinuante. —¡Joder, Cris, está babeando! —¡Oh por dios! realmente Lena no lo puedo controla. ¿Crees que es posible que podamos escapar? —preguntó Cris con aprensión. —No sé, Cris, pero ya que el tío te agrada, saca tus armas de mujer y utilízalas. —¿Qué estás insinuando, Lena? —No seas mal pensada, solo… sigue tu instinto. —Lo siento —suspiró Cris—, no sé qué me pasa. Es que todo esto me pa- rece tan surrealista. Los acontecimientos del día habían desbordado a Cris, había muchas cosas que asimilar, y otras muchas que no entendía. Kher les dio de comer y de beber como si fueran niñas pequeñas. Cuando terminaron, desató a Cris y la acom- pañó al escusado, luego hizo lo mismo con Lena. Kher les trajo mantas y sus chaquetas para que estuvieran abrigadas. El único que se molestó por ellas y procuró hacerles su cautiverio más cómodo fue él. Lena se tumbó en el suelo he intentó dormir. Ya era bastante tarde, llevaban horas atadas viendo como esos tipos se movían de un lado para otro. Lena pensó en todo lo que había pasado ese día y sus pensamientos volaron hacia los hombres que las tenían prisioneras, especialmente hacia el hombre comadreja. Después de atarla la había ignorado totalmente, incluso dándole la espalda. Ella se lo agradeció. Su mirada la ponía muy nerviosa, y cuando ese tío se acercaba a ella solo quería estar lo más lejos posible de él. Ésto último nunca lo reconocería ante nadie, pero tenía que ser honesta consigo misma. Se había hecho el firme propósito de evitar cruzarse en su camino todo lo que pudiera. Con este último pensamiento se durmió.
  • 37. Némesis 37 Capítulo 3 Lena despertó con el canto de los pájaros. Su cabeza estaba apoyada sobre algo cómodo y cálido. Pensó que era Cris. Recordó los acontecimientos del día anterior y por un momento creyó que todo había sido una pesadilla. Parpadeó y abrió los ojos mirando la comodidad de su almohada. —¡Oooh, por Dios! —Buenos días, ¿has dormido cómoda, cielo? —preguntó Turs. Era el hombre comadreja, no Cris, quien le estaba haciendo de almohada. Por primera vez Lena se quedó muda. Su boca se abrió varias veces para volver a cerrarse otras tantas. —Pero, ¿cómo? ¿Tú? ¿Yo? Lena comprendió de repente lo más importante; le había dicho buenos días y ella lo había entendido. —¡He entendido lo que acabas de decir!—dijo en tono alterado, más para sí misma que para su interlocutor. Turs asintió con la cabeza y una sonrisa de diversión se posó en sus labios y se reflejó en sus ojos. —Pero... ¿cómo? No esperó contestación. Se giró y zarandeó como pudo a Cris que estaba a su lado durmiendo como un tronco. Cris comenzó a gruñir y a maldecir. Cuando Cris por fin abrió los ojos, se quedó igual de sorprendida que Lena; Kher estaba a su lado.
  • 38. Aria Bennet 38 —Turs, ¿no podías esperar, verdad, hermano? —dijo Kher en tono de reprimenda. —Bueno, éstos, querido Kher, son los momentos por los que merece la pena vivir, ¿no te parece? —Pero, ¿qué narices está pasando? ¿Cómo es posible que ahora podamos entenderos cuando anoche mismo ni siquiera sabíamos qué idioma hablábais? —preguntó Cris. —Eso, mi tesoro, te lo puedo explicar yo —soltó Kher en un tono meloso. Cris no rechistó más, puso cara de boba y esperó oír la explicación. Lena es- tuvo a punto de soltar una respuesta ácida, pero se mordió la lengua porque era más fuerte su intriga por el misterio que sus ganas de taparle la boca a ese ligón de tres al cuarto. —Pues ilústranos, corazón —dijo Lena en un tono dulzón y provocativo. Kher soltó una carcajada. —Sabía que tú me ibas a caer bien —le dijo a Lena entre risas. —Perdona, rarito. Siento decírtelo, pero yo no pienso lo mismo de ti... ni de éste —dijo señalando a Turs—. No me gustáis, nada. —Me llamo Turs. —¿Turs? —exclamó Lena—, ¿qué nombre es ese? ¿El mismo Turs de la marca de pasta de dientes? Tío, ¿qué le hiciste a tus padres? Porque más que un nombre parece una venganza. Turs la miró perdonándole la vida y sin decir nada se giró y se alejó de allí. —Lena es así, ¿no? Yo de ti no lo provocaría, porque la próxima vez puede que te de tu merecido y puede también que yo no sea capaz detenerlo. Digamos que mi hermano tiene un temperamento bastante susceptible. —Quedo avisada —dijo Lena con un suspiro—. Ahora explícanos este misterio. —No puedo desvelar mucho, solo os diré que os hemos dado el don de en- tender nuestra lengua. El cómo y de qué manera no os lo puedo decir. —Tía, estoy flipando —dijo Cris—. ¿Qué raza de seres sois? —Eso, mi cielo, será un secreto hasta que no lleguemos a mi pueblo, pero no temas, tú y tu amiga estáis a salvo conmigo. Sois mi privilegio y no os pasará nada mientras respetéis nuestras normas —explicó Kher, en un tono tan dulce que a
  • 39. Némesis 39 Lena se le antojó hasta empalagoso. —¿Privilegio?¿Qué es eso?¿Y por qué nosotras?—preguntó Lena. Viendo que no iba a encontrar respuesta continúo— Bueno, y aquí se acaba la explica- ción. ¿No es eso guapito? Para, al final, no aclarar nada. —Siento no poder daos más información, pero cuando lleguemos a nuestro destino, os iremos informando de todo, siempre y cuando sea el momento. —Pero, ¿qué es ese privilegio? Ya que nosotras lo somos, estaría bien que al menos supiéramos en qué consiste —insistió Lena. —Cuando lleguemos a mi pueblo lo sabréis. Lena tuvo una mala sensación. Sintió que algo oscuro se cernía sobre ellas. Un escalofrío le hizo templar. —¡Qué te jodan, tío! —dijo Lena, intentando ahuyentar esa devastadora sensación. Kher soltó una tremenda carcajada. —Te estoy hablando muy en serio, Lena. Procura refrenar tu lengua y no provocar a mi hermano ni a sus amigos, o pagarás las consecuencias. —¿Tu hermano? —dijo Cris—. Si no os parecéis en nada. —Pues sí, cielo, aunque no lo creas, somos hermanos. Él es algunos años mayor que yo. También tenemos una hermana —contestó Kher, en tono meloso. Cris sintió algo cálido removiéndose en su interior. Kher miró a las dos hu- manas con interés. —Bueno —dijo Kher—, vamos a asearnos un poco y después comeremos algo. Tenemos muchas horas de camino, así que démonos prisa. Mientras Kher desataba a Cris para acompañarla a asearse, Lena miró con interés lo que estaban haciendo los demás. Vio que el herido parecía recuperado, ya que estaba sentado comiendo. El rubio oxigenado recogía parte de los ob- jetos de las chicas y los metía en sus bolsas. Turs aparecía en ese momento en el campamento. Su pelo estaba mojado, lo que indicaba que había ido al arroyo a asearse. Lena sintió envidia, necesitaba una ducha con urgencia.  Turs entraba en el campamento con paso decidido pensando en la mujer de pelo negro que, hasta hacía unos minutos, había estado entre sus brazos hacién- dole sentir cosas que se escapaban a su control. Nunca le había pasado algo así, su cuerpo reaccionaba ante Lena de una manera totalmente ridícula y no estaba
  • 40. Aria Bennet 40 dispuesto a sucumbir a los encantos de una gata salvaje, y menos humana. Esa raza no se encontraba entre sus predilectas. A lo largo de los años, Turs había conocido a pocos humanos a los que res- petara. Sin ser consciente, Turs depositó su mirada en Lena y la contempló por unos segundos. Una maldición salió de su boca como un susurro e inmediata- mente, se hizo el firme propósito de no volver a mirar a la mujer que, sin saberlo, había provocado que se diera un baño a horas tan tempranas. Debía apartarse de ella y tratarla con la mayor indiferencia posible. El dormir a su lado la pasada noche no había sido cosa suya, sino del liante de su hermano, que le pidió que se acostara cerca de la chica para vigilarla. Miró hacia sus hombres. Parecía que Nyel ya estaba mejor, así que hoy em- prenderían la marcha. Simularían la muerte de las chicas, dirían que se ahogaron en el río, la gran cascada haría el resto y así acabaría todo. No sabía cómo iban a llevar las humanas lo del privilegio, pero una cosa era segura, ya no había marcha atrás, nunca podrían volver a su mundo.  Lena miraba con disimulo su reloj. Llevaban más de cinco horas caminando y parecía que no iban a parar nunca. Tenía las manos atadas y al mismo tiempo el extremo de la cuerda iba atado a la cintura de Turs. Cris estaba atada de igual manera, solo que el extremo de su cuerda iba atado finalmente en Kher. Los otros dos hombres cerraban la pequeña procesión. Lena pudo ver su adorada katana amarrada en la espalda de Turs. La rabia la invadió, no soportaba que ese tío se apoderara de algo tan personal. Durante el camino, Cris y Lena habían estado cuchicheando y habían llegado al acuerdo de que escaparían en cuanto se les presentara la posibilidad, pero mientras, habían decidido aparentar que aceptaban su destino. El rubio oxigenado, que al parecer se llamaba Rab, había desaparecido hacía rato y todavía no había vuelto. Lena miraba constantemente dónde ponía los pies, pues el camino era muy desigual y tropezaba con facilidad, de modo que cuando Turs paró de golpe, Lena se estampó contra su espalda. Éste se giró bruscamente y miró a Lena con rabia contenida. Lena no se acobardó, respondió a su mirada con otra de: <<me importa una mierda lo que pienses>> y procedió a ignorarlo, pero el muy cretino tiró de la cuerda con más fuera y esta vez Lena chocó contra su pecho. La chica no soltó palabra alguna. Turs se agachó unos centímetros y su aliento rozó el oído de Lena. —La próxima vez te tiraré al suelo y seguiré caminando mientras tu pequeño cuerpo se arrastra por las duras piedras. Advertida estás, o sigues mi ritmo o te aseguro que no te gustarán las consecuencias—dijo Turs, destilando rabia con-
  • 41. Némesis 41 tenida en su tono. Lena sintió que algo se removía en su interior cuando el aliento de Turs rozó su oreja. No supo definir la impresión, solo que no le gustó nada. En cualquier caso, ese efecto duró apenas unos segundos, porque cuando el asno soltó su amenaza, una corriente de rabia invadió el cuerpo de Lena. La chica no se ami- lanó, lo miró directamente a los ojos desafiándole junto con una media sonrisa cínica en sus labios. —Verás, Turs, es que ver constantemente tu trasero no me motiva dema- siado, muchachote. Lena le dio dos palmaditas en el hombro a Turs. Kher, que había oído la replica descarada de Lena, aguantó como pudo la risa y se dispuso a intervenir. La cara de su hermano dejaba a las claras que quería sangre. La vena de su cuello empezaba a hincharse peligrosamente, señal de que la situación podía estallar de un momento a otro. —Pero no te ofendas ¿eh, hombretón? —continuó Lena—, no es nada per- sonal, solo que los tíos como tú me parecen un poco insulsos. Por eso es fácil que mi atención se despiste y recaiga en cosas que sean más de mi agrado — Lena dijo ésto último dejando caer su mirada sobre Nyel y acompañándola de su mejor sonrisa. Nyel se quedó como una estatua y aguantó el tipo, pero Cris pudo vislumbrar la sombra de una sonrisa en su rostro totalmente inexpresivo. A Cris se le escapó un pequeño ruidito que llamó la atención de todos. La chica hacía grandes es- fuerzos por aguantar la risa, mientras se tapaba la boca. Kher se había colocado estratégicamente en medio de Lena y Turs, inten- tando mantener un gesto indiferente. —Turs —dijo Kher—, creo que deberíamos parar un rato. Nyel tiene que descansar. Turs miró a Nyel, éste asintió con la cabeza, la cual todavía llevaba vendada. El cuerpo de Kher se relajó y Turs, por su parte, se dispuso a seguir el consejo de su hermano y buscó con la mirada un sitio donde descansar. Pararon en una zona frondosa protegida por varias rocas grandes. Kher soltó la cuerda de su cintura para dejar más libertad de movimiento a Cris. Turs hizo lo mismo con Lena, pero éste soltó la cuerda de su cintura con movimientos bruscos, demostrando lo irritado que estaba con ella. Lena sintió una punzada de culpabilidad por haber hecho un comentario tan mordaz, pero en cuanto recordó cómo la había amenazado, se le pasó. Sin duda Turs era muy susceptible a su ironía y a sus contestaciones ácidas. Éso le
  • 42. Aria Bennet 42 daba una ventaja sobre su enemigo, podía irritarlo hasta el límite, lo cual se es- taba convirtiendo en una adicción casi incontrolable para Lena. Su plan estaba funcionando. Si conseguía que su carcelero fuera Nyel, lo tendría todo más fácil para escapar. El chico parecía afable y confiado, además, estaba herido y era el más débil. Si Lena jugaba bien sus cartas, tal vez su plan de fuga diera sus frutos. —Lena —dijo Cris a su amiga, pasándole la cantimplora—, ten cuidado. Ese tío es peligroso, y me da que no tiene demasiada paciencia. Lena no llegó a contestar, porque en ese momento Nyel se acercó con una es- pecie de panecillos y se los ofreció a las chicas. Cada una cogió uno y le dieron las gracias. Para sorpresa de todos, Nyel se quedó al lado de las chicas comiéndose su panecillo, oportunidad que Cris aprovechó para obtener información sobre el misterioso pueblo de Kher. Lena centró su atención en los dos hermanos que estaban algo alejados del resto y hablaban casi en susurros. Le era imposible entender de lo que decían, así que decidió que todo lo que podía hacer era unirse a la conversación de Cris y Nyel. En un momento determinado, la conversación inicialmente trivial se subió un poco de tono y llamó la atención del resto. Turs y Kher fijaron sus miradas en las chicas, que empezaban a ser la alegría de uno y el tormento de otro. —¿Así que crees que no tengo paciencia y carácter suficiente para manejar a Lena—dijo Turs. Su tono destilaba enfado—. Y por eso me dices que sea Nyel quien se encargue de ella de aquí en adelante. Kher sonrió, intentando apaciguar a su hermano. —Turs, lo que digo es que la chica te saca de tus casillas, créeme, a mí tam- bién me pasa, solo que tú tiendes a estallar con mucha facilidad, y tienes que reconocer que el carácter de Nyel es más calmado. La irritación de Turs se palpaba en el ambiente. —¿Sabes que si haces eso me estás dejando ante esa mujer como un in- competente que no puede aguantar las pullas insulsas y estúpidas de una simple humana? —A ver, Turs —dijo Kher en el tono que emplearía un padre con su hijo cuando no quiere comerse la verdura—, reconozco que eres un guerrero infa- lible, es cierto hermano, pero no eres un hombre paciente, y menos con las mu- jeres que además cuestionan tu autoridad. A decir verdad, creo que es la primera mujer que lo ha hecho, la mayoría te adoran y miman, y tú sueles ser tierno y dulce con ellas, pero Lena solo quiere ver tu cara para pateártela, y reconozcamos que eso es un problema.
  • 43. Némesis 43 Esa última afirmación hizo que el maltrecho ego de Turs llegara hasta el suelo, aunque intentó controlar sus sentimientos al respecto. —Hermano, te recuerdo que no tengo ningún interés en que esa, o cualquier otra humana me adore. Es una raza que desprecio, ya lo sabes. —Bien, me alegra saberlo. De modo que, ¿qué te parece si Nyel y tú os la turnáis? Eso hará el camino más soportable para todos. —Bueno —dijo Turs con un suspiro—, si tú crees que es mejor así, de acuerdo —Kher ya se iba cuando Turs lo cogió del brazo—. Kher, esa mujer te va a dar muchos problemas. No creo que la puedas manejar. Kher soltó una sonrisa de autosuficiencia. —No te preocupes hermano, tengo un arma secreta. Cris es todo lo que necesito para manejar a Lena. —¿Así que Cris domina el carácter de esa arpía?¿Cómo? Ella es dulce y alegre, y mal que me pese, tiene un corazón noble. Te curó a ti y a Nyel aún siendo sus enemigos, y por ello tiene todo mi respeto. El pecho de Kher se hinchó de gozo. Que su hermano respetara y admirara a Cris era muy importante para él. —Gracias, hermano —dijo Kher—, pero creo que no ves a Lena igual que yo. Lena es capaz de sacrificarlo todo, hasta a ella misma si viniera el caso, por el bienestar de Cris. Un gesto de escepticismo cruzó la cara de Turs. —Lo he visto Turs. Créeme, esa mujer es capaz de dar su vida por Cris, y cualquiera que rompa su coraza y se gane su corazón, tendrá su lealtad y amor incondicional. —Ya, perdona que sea escéptico, pero hasta que no lo vea no lo creeré. Voy a inspeccionar la zona, en cuanto vuelva nos marchamos. Tenemos que llegar al bosque de los robles blancos antes del anochecer y todavía nos quedan varias horas. Kher miró a su hermano que ya se alejaba y una media sonrisa se dibujó en su rostro. —Lo verás hermano, tú lo verás —dijo Kher en un susurro.  Lena estaba irritada. Después del pequeño descanso habían vuelto a atarla al asno de Turs, y para su sorpresa, el comportamiento del tío fue de total indife-
  • 44. Aria Bennet 44 rencia. Eso hizo que se relajara durante casi todo el camino, pero el cansancio que ya empezaba a sentir estaba haciendo estragos en su actitud. Quedaba como poco una hora para que anocheciera. Había caminado du- rante todo el día y estaba hambrienta y agotada. Las ligaduras de sus manos le rozaban la piel, y estaba casi segura de que tenía la zona enrojecida y llena de ampollas. Miró hacia atrás un momento y comprobó con tristeza que Cris estaba peor. Kher la llevaba agarrada de la cintura y la ayudaba a caminar para que no se cayera. Eso la cabreó. Su mirada de mosqueo se cruzó con la de Kher, y éste le hizo un gesto con la mano, dándole a entender que ya estaban cerca de su des- tino. Rendida, Lena volvió a dirigir su mirada a la corpulenta espalda de Turs, que en ese momento se estaba girando hacia ella. Lena se paró en seco, intentando no chocar esta vez con él. —Ya hemos llegado —dijo Turs con voz áspera. Turs dirigió la mirada a un frondoso bosque de robles gigantescos que se extendía ante sus ojos. El tamaño de los árboles era descomunal, parecían muy antiguos y densos. Todos se dirigieron al principio de la arboleda. Turs se llevó las manos a la boca e hizo un sonido que parecía el canto de un pájaro. Se- gundos después, unos sonidos similares respondieron desde las profundidades del bosque. Turs comenzó a caminar y los demás lo siguieron. —Ya estamos cielo, ahora podrás descansar —dijo Kher a Cris, a la cual to- davía llevaba agarrada de la cintura. —Vale —respondió Cris de modo apenas audible. La expresión de Lena cambió al ver el grado de cansancio de su amiga. —Kher, suéltame de este tío. Tengo que ayudar a Cris —dijo Lena con urgencia. —No Lena, yo puedo con ella. Kher paró y soltó la cuerda de la cintura de Cris. Antes de que la chica cayera al suelo Kher la cogió en brazos he inició una marcha rápida hacia el interior del bosque. Turs siguió a su hermano y miró de reojo a Lena. Se sorprendió de la ansiedad que pudo percibir en los ojos de la humana. Lena no fue consciente de que había apretado el paso, y en sus prisas por alcanzar a Kher había dejado atrás a Turs. Lena se giró y miró a Turs con desesperación. Turs se paró en seco. Lena ya iba a empezar a protestar cuando vio que Turs se desataba la cuerda de su cintura. —Así iremos más rápido. Lena no dijo nada. Asintió con la cabeza y echó a correr como alma que
  • 45. Némesis 45 lleva el diablo. Turs iba pocos pasos detrás de ella. Pronto vieron en la oscuridad una luz que cada vez se hacía más visible. Entraron en el claro y Lena siguió hasta llegar al lado de Kher que había hecho una cama improvisada en el suelo y acomodado a Cris en ella. Lena se agachó a su lado y observó a Cris mientras dormía, asegurándose de que estaba en perfectas condiciones. —Gracias por cuidarla —dijo Lena, dirigiéndose a Kher y poniendo una mano en su hombro. —Gracias por traerla a mí —respondió Kher con tono emotivo. Lena se quedó pasmada. Parpadeó intentando encontrar la lógica a su res- puesta, pero no tuvo demasiado tiempo. Una mano fuerte la agarró de su brazo y tiró de ella con suavidad. Lena miró al hombre que la sujetaba y para su sorpresa era Nyel. —Creo que deberías comer algo y descansar. Ven, vamos cerca del fuego —dijo Nyel. Lena asintió con la cabeza y se sentó con Nyel cerca del calor de la hoguera. Éste le colocó una manta sobre los hombros y le trajo un tazón de algo que parecía sopa. Olía bien. Lena le dio las gracias y empezó a sorber del tazón. Turs llegó a su altura y se sentó frente a Lena. Rab se colocó al lado de Turs y Kher cerca de Nyel, de modo que entre todos formaron un círculo alrededor del fuego. Todos estaban en silencio y la tensión en el ambiente se podía cortar con un cuchillo. —Nyel, ésta noche tú dormirás al lado de Lena —dijo Kher rompiendo el silencio. Nyel asintió con la cabeza y con gesto nervioso dirigió su mirada hacia Turs, como si necesitara su aprobación. Turs miraba por encima de su cuenco de co- mida a su hermano y parecía molesto por algo. Lena se preguntó <<¿y ahora, qué mosca le habrá picado al asno?>>. Lena volvió a mirar de nuevo, pero esa extraña mirada ya no estaba <<el cansancio está haciendo estragos en mí>>, pensó Lena. —Quiero ir a dormir. —Claro, Lena, tu cama ya está preparada al lado de la de Cris —contestó Kher con su tono siempre dulce. —Entonces buenas noches. Solo Nyel y Kher contestaron con un educado <<buenas noches>>. Lena se acomodó entre las mantas, se pegó al cuerpo de Cris, cerró los ojos y la oscuridad se apoderó de ella.
  • 46. Aria Bennet 46  Nyel se fue a dormir y Rab comenzó a prepararse para realizar la primera guardia. —Mañana saldremos temprano, todavía nos queda algo de camino para llegar a casa —dijo Kher dirigiéndose a Turs. —No les vas a decir nada ¿verdad? —preguntó Turs —¿Por qué debería? Eso no va a cambiar las cosas, su destino está sellado, ya no hay marcha atrás. —¿No crees que al menos deberían saber a qué se van a enfrentar al cruzar el portal? Y lo más importante, que nunca van a poder volver. —Hermano —dijo Kher con voz calmada—, Cris es mi némesis, mi compa- ñera de alma. Ése es su destino. Lo vi desde el primer momento en que la tuve delante, ¿crees que no podría haber escapado cuando me cogieron prisionero? Ya sabes lo que ocurre cuando llega este momento. Está escrito que nuestra né- mesis tiene que ser de nuestra raza, pero también dicen los libros antiguos que cada cierto tiempo la raza necesita evolucionar, si no perecemos. —Kher, ¿vas a vincularte a ella?¿Y crees que padre te lo va a permitir? —No solo voy a vincularme a Cris, hermano —respondió Kher, muy ufano—, sino que nuestro padre ya lo sabe Turs miró a su hermano y entendió claramente lo que eso significaba. —¿Y tenemos que cargar con la otra chica? Podríamos dejarla aquí. No sabe demasiado, y de lo contrario nos traerá problemas. Donde va esa mujer, crea discordia. —No Turs —dijo Kher negando con la cabeza—, ella se queda mal que te pese. Esa mujer tiene un vínculo muy fuerte con Cris, es como si fueran her- manas. Sabes perfectamente lo difícil y doloroso que es romper esos vínculos. Cris no aceptaría el cambio con facilidad si dejáramos a Lena aquí, te aseguro que nos traería más problemas de los que puede llegar a crear Lena si la llevamos a casa. Sé que esto te resulta extraño, pero Lena también tiene su propio destino marcado en nuestro mundo. Ha de estar con Cris cuando se haga el cambio, no me preguntes por qué pues no lo sé, solo sé que ella también está vinculada, y no se puede romper lo que está escrito. Ya sabes cómo funciona ésto. Turs soltó un gruñido de réplica y miró a Lena que se encontraba acurrucada sobre el hombro de Nyel, durmiendo plácidamente como había hecho con él. Un sentimiento nada agradable que no supo reconocer le recorrió el cuerpo. Su
  • 47. Némesis 47 impulsividad le hizo girarse y tomar dirección contraria al foco de su malestar. Soltó un brusco <<buenas noches>> a su hermano y se adentró en el bosque en busca de Rab, al que pensaba sustituir en su guardia. Kher se quedó mirando el espacio por donde su hermano había desapare- cido. Soltó un suspiro de frustración. No podía hacer nada por su hermano, y sabía que como no empezara a aceptar los sentimiento que comenzaban a nacer en su corazón, el sufrimiento le comería por dentro hasta destrozarlo de una manera brutal. Se acomodó al lado de Cris, la cual soltó un pequeño gruñido y se apretujó instintivamente contra Kher. Éste sonrió de placer y cerró sus ojos para dar paso a un profundo sueño.  Lena soltó un gruñido de protesta ¿Por qué la zarandeaban? Ella solo quería dormir. Soltó otro gruñido de protesta mas fuerte que el anterior, pero no surtió efecto. El zarandeo era insistente. —Ya voy Sen-sen —dijo Lena, con su voz todavía ronca por el profundo sueño y sus ojos cerrados. Otro empujón, más fuerte que todos los demás hizo que Lena, por fin, abriera los ojos y se incorporara de golpe. —Joder, ¡ya voy! Lo primero que Lena vio fue a Cris sonriendo de oreja a oreja. —Demasiadas copas anoche, amiga. Esos vicios nocturnos van a acabar con- tigo —dijo Cris en tono de guasa. —Serás idiota. Lena soltó un manotazo en el hombro de Cris. —¡Auuu! —exclamó entre risas—. Vale, vale. He recibido el mensaje. Ahora sé por que los tíos no se quedaban contigo; tienes un despertar horrible. Las dos chicas rieron a carcajadas —Quién vino a hablar —rebatió Lena—. Yo no me quedé dos días enteros durmiendo dentro de un coche al que ridículamente llamas mi chico, ni mucho menos tuvo que venir la policía a despertarme. Las carcajadas de las chicas aumentaron de tono. —Oh dios, es cierto. No recordaba eso. Fuiste tú la que denunció mi desapa- rición a la policía. Señor, fue vergonzoso.
  • 48. Aria Bennet 48 —No fuiste la única que pasó vergüenza. Casi le parto la cara al inspector de policía porque pasó de mí cuando llegué contándole que habías desaparecido. El pobre hombre me amenazó con poner mi foto en la puerta con un cártel indi- cándome como persona no grata en esa comisaría. Las dos chicas siguieron riéndose a carcajadas. Cuando al fin consiguieron calmarse, miraron a su alrededor y descubrieron cuatro pares de ojos clavados en ellas. Las expresiones de sus caras pasaban de la sonrisa a la incredulidad para llegar a la sorpresa y terminando en el cabreo, éste último como siempre prota- gonizado por Turs. Lena dejó de mirar a su audiencia para mirar a su amiga que ya no tenía ataduras en sus manos. —¿Y eso? —dijo Lena señalando las manos de su amiga. —Parece ser —comenzó a explicar Cris—, que Kher ha decidido quitarnos las ataduras. Lena miró sus manos todavía atadas, pero Cris continúo expli- cando—. Ha dicho que en cuanto despertaras haría lo mismo, así que vamos a desayunar, porque tenemos que ponernos en marcha. —Cris —dijo Lena en un susurro—, ésta es la oportunidad que estábamos esperando. En cuanto pueda, intentaré coger algún arma y tú... —No, no, no. —Pero Cris, ¿te has vuelto loca?¿Es que no te llega la sangre al celebro? —Escúchame Lena. Por favor. Lena resopló y giró la cabeza con gesto enfadado, pero no dijo nada más. Cris lo tomó como una señal para continuar. —Lena, ésta mañana estuve pensando. Hablé con Nyel, no me dijo mucho, pero pude sacar algo de información. Me dijo que ellos no suelen tener mucho contacto con nuestra raza, pero que cuando pasan a este lado, cada cierto tiempo, se encuentran con humanos. Todo ésto me hizo pensar que estos tíos pueden estar relacionados con la desaparición de tu padre, o posiblemente sepan algo de él, y ya que vinimos aquí a buscar respuestas, deberíamos quedarnos y resolver el asunto. ¿No te das cuenta, Lena? Es posible que tengamos las respuestas delante de nuestras narices y lo único que hacemos es intentar huir de ellas. —¿Realmente crees que estos tíos tienen algo que ver con la desaparición de mi padre? —preguntó Lena, algo acongojada al darse cuenta de que había olvi- dado por completo la razón por la que habían llegado hasta allí. El sentimiento de culpabilidad se hizo palpable en el rostro de Lena. Cris pasó su brazo por los hombros de su amiga.
  • 49. Némesis 49 —No, eso sí que no. No voy a permitir que te sientas culpable ¿Me oyes?. Estábamos intentando sobrevivir ante las adversidades que se nos han presen- tado. Nuestra misión sigue en pie; hemos venido aquí a buscar respuestas, así que mi plan es que les sigamos el juego. Tal vez cuando lleguemos a su poblado podamos enterarnos de algo más. Solo necesitamos más tiempo para recabar información y sabe Dios que esto no va a ser fácil, de hecho, estoy por pensar que estos tíos inventaron el tupper por lo heréticos que son... Cris tuvo que cortar de golpe su discurso cuando vio que Kher se acercaba. —Buenos días, chicas —dijo Kher mientras se agachaba para coger de las manos a Lena—. Lena, espero que te portes bien. Cris me ha dicho que hablaría contigo y yo te agradecería que no hicieras ninguna tontería, porque si intentas algo tendría que volver a atarte, mañana y noche, a mi hermano mayor y estoy seguro de que eso no te haría ninguna gracia. Lena puso cara de asco. —Antes prefiero besarle el culo a un caballo que aguantar a ese gilipollas que tienes por hermano. La sonora carcajada de Kher se escuchó en todo el claro. Cris intentaba con- tener la risa y Lena miraba a ambos sin entender el chiste. Cuando Kher dejó de reír miró a Lena de nuevo. —Lena, prométemelo. Por Cris. —Vale —bufó Lena—, te lo prometo. Pero te diré una cosa, si en cualquier momento la seguridad de Cris o la mía se encuentran amenazadas por ti o por tus amiguitos, la promesa quedará rota. —Tenemos un acuerdo, Lena —la sonrisa de Kher fue franca mientras decía estas palabras. —Tenemos un acuerdo, Kher Kher cogió un pequeño cuchillo que llevaba en el cinto y de un solo tajo cortó las cuerdas que ataban a Lena. —¡Por los dioses, Lena! —exclamó Kher. —¡Oh dios mío! —dijo Cris, llena de congoja. Lena miró con atención sus muñecas, que habían quedado al descubierto al retirar las ataduras, y hasta ella se sorprendió. Tenían un aspecto horrible, la mayor parte de la piel estaba en carne viva y la cuerda se había clavado tanto en algunas zonas que presentaba varios cortes profundos, los cuales posiblemente dejarían alguna que otra cicatriz.