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CÉSAR PANDURO ASTORGA
¡SANTIAGO, DILE A JOAQUÍN!
¡Santiago, dile a Joaquín!
César Panduro Astorga
Christopher Zecevich Arriaga
Gerente de Educación y Deportes
Doris Renata Teodori de la Puente
Subgerente de Educación
Margarita Delfina Zegarra Flórez
Jefe del programa Lima Lee
Editor del programa Lima Lee: John Martínez Gonzales
Corrección de textos: Yesabeth Kelina Muriel Guerrero
Segunda corrección: Vladimir Fiori Zumaeta
Diagramación y concepto de portada: Leonardo Enrique Collas Alegría
Editado por:
Municipalidad Metropolitana de Lima
Jirón de la Unión 300, Lima. Lima.
www.munlima.gob.pe
1a. edición - abril 2022
Depósito legal N° 2022-02216
Presentación
La Municipalidad de Lima, a través del programa
Lima Lee, apunta a generar múltiples puentes para que
el ciudadano acceda al libro y establezca, a partir de
ello, una fructífera relación con el conocimiento, con
la creatividad, con los valores y con el saber en general,
que lo haga aún más sensible al rol que tiene con su
entorno y con la sociedad.
La democratización del libro y lectura son temas
primordiales de esta gestión municipal; con ello
buscamos, en principio, confrontar las conocidas
brechas que separan al potencial lector de la biblioteca
física o virtual. Los tiempos actuales nos plantean
nuevos retos, que estamos enfrentando hoy mismo
como país, pero también oportunidades para lograr
ese acercamiento anhelado con el libro que nos lleve
a desterrar los bajísimos niveles de lectura que tiene
nuestro país.
La pandemia del denominado COVID-19 nos plantea
una reformulación de nuestros hábitos, pero, también,
una revaloración de la vida misma como espacio de
interacción social y desarrollo personal; y la cultura
de la mano con el libro y la lectura deben estar en esa
agenda que tenemos todos en el futuro más cercano.
En ese sentido, en la línea editorial del programa, se
elaboró la colección Lima Lee, títulos con contenido
amigable y cálido que permiten el encuentro con el
conocimiento. Estos libros reúnen la literatura de
autores peruanos y escritores universales.
El programa Lima Lee de la Municipalidad de Lima
tiene el agrado de entregar estas publicaciones a los
vecinos de la ciudad con la finalidad de fomentar ese
maravilloso y gratificante encuentro con el libro y
la buena lectura que nos hemos propuesto impulsar
firmemente en el marco del Bicentenario de la
Independencia del Perú.
Jorge Muñoz Wells
Alcalde de Lima
¡SANTIAGO, DILE A JOAQUÍN…!
A Santiago y Joaquín
8
Papi, ¿qué es una gota?
Cuando Santiago preguntó a su padre qué cosa era una
gota, lo primero que él hizo fue recordar cuando estaba
en el vientre de su madre, nadando en aguas divinas
durante nueve meses, comiendo gotas de sus carnes para
aferrarse a la vida. Luego, vio la acequia por donde su
infancia corrió junto al agua de color chocolate, las cañas
y los barcos de papel que veía pasar en ella, entonces
comprendió que esa pregunta no era fácil de responder,
porque al final casi todo tenía forma de gota: la tierra,
una nave especial donde viajaban animales, hombres,
insectos, hormigas y elefantes tenían la forma de una gota
azul cayendo en el mar del universo. Los planetas eran las
gotas giratorias del gran río estelar. Quería contarle que
la luna parecía una gota de sol volando todas las noches,
y el sol un agujero por donde caían a cuentagotas los
cabellos de Dios; que la cara de su abuela era una gota de
ternura que todas las mañanas le preparaba el desayuno
y que las abejas eran gotas de miel volando sobre las
margaritas del jardín.
9
La respuesta no era fácil para su padre; esos cinco
segundos infinitos lo hicieron pensar en su infancia junto
al río, en su madre capturando nubes para acomodarlas
en la taza de manzanilla que él tomaba muy temprano,
cuando la luz del sol comenzaba a desmadejarse en
segundos que se hacían minutos, y minutos que se hacían
días, en los que el padre de Santiago entendió que todo
estaba hecho de gotas, o de átomos, de cosas pequeñas,
invisibles pero imprescindibles, de seres diminutos como
las lombrices. No quiso decirle a su hijo que el mar era
azul porque era la espalda del cielo, que la luz del día
eran miles de partículas divinas que se tejían en medio
del aire… Pero su hijo quería simplemente saber qué
cosa era una gota y no toda esa fila de metáforas que solo
vivían en la cabeza despistada de su padre.
A sus tres años, quería saber si las gotas de agua
eran del mismo material de esas pequeñas lagunas que
aparecían durmiendo sobre las flores y hojas al amanecer,
o esa agua que batía la tierra para que los cerditos se
regocijaran en el barro, o la lluvia que aprendió a juntar
como un regalo del viento, porque si el agua corría hacia
el cielo o hacia el mar era por el viento, ese río invisible
que peina a los árboles y hace caminar el agua. Cómo
10
decirle a un cuerpecito de 62 centímetros de cariño que
esa pregunta podía responderse de muchas formas, pero
que ninguna le iba a satisfacer. No era un poeta que podía
encontrar mil maneras a las cosas, era su padre, el ser
humano que con su agua le dio existencia. Un hombre
simple que amaba sus dientecitos de pulpa de pacae, que
se volvía un caballo de madera para que él cabalgara sus
sueños, que se volvía un avión para llevarlo a donde él
quisiera ir, incluso fuera de la cama donde cada noche
se caía para no interrumpir sus sueños. Sí, su padre, era
un silencio, unos cabellos azabaches, una nariz con 178
centímetros de altura y 92 kilos de puro amor para él, un
animal raro que no podía decirle qué cosa era una gota
de agua, simplemente una gota de agua.
Cómo puede un hombre complicarse ante la pregunta
de un niño que ni siquiera articula bien las palabras,
que tambalea sus pies de higo; qué responderle, ser frío,
científico, hasta duro, diciéndole que una gota de agua
es simplemente el cuerpo más pequeño del H2O. Es
decir, dos partículas de hidrógeno y una de oxígeno, que
por condensación se queda aislada de las demás, que el
H2O conoce todas las formas de la materia, que puede
ser gélida, que puede arder como un gran amor hasta
11
evaporarse, desaparecer con el tiempo, y como todo gran
amor acabarse; querer intentar al menos ser una vez
poeta, como cuando enamoró a su madre para tenerlo
a él y darle esos huesitos que cada vez se vuelven más
largos y fuertes. Juntar hermosos versos para hacer un
gran poema que hablara de la naturaleza como lo hizo
el poeta Lucrecio, que pudiera explicarle con belleza y
facilidad qué cosa era una gota de agua, contarle con
ternura e inocencia que el mundo es una piedra azul que
nada todo el tiempo en el pecho del sol, que todo el amor
que siente por él es como esa gota que se suspende del
caño, que no importa romperse si cae, con tal de caer
en el corazón de su hijo que era el poro más fino de su
piel trigueña, agriada por la vida y la tristeza. Decirle
que todos los mangos, los granos de uva, son gotas de
azúcar, que los limones, toronjas, son gotas de mar que
crecen en los árboles; él tenía que saber que la semilla era
agua que creció hasta convertirse en casa de madera para
pájaros y alimento para el hombre. Santiago tenía que
aprender que una manguera es una vía láctea en la que
viven miles de mundos posibles, que las gotas de lluvia
son alfileres que se vuelven maíces y que los ríos están
hechos de eslabones del gran collar que forma la palabra
agua, o que simplemente la sangre, su sangre, son miles
12
de gotas color manzana que se reúnen en forma de flores
para darle vida.
Sin embargo, el padre de Santiago no encontraba
las letras que formarán las palabras exactas, las que le
esclarecieron a su hijo la duda acerca de qué cosa era una
gota, quedar como un sabio ante él, que tuviera siempre
la confianza de preguntarle desde las cosas más simples
hasta la más terribles como «por qué te fuiste papá», pero
no podía responder aun esa pregunta tan fácil que otro
niño sin necesidad de pensar mucho hubiera podido
absolver. Miró al cielo, una nube en forma de algodón
cruzaba por el cielo, una nube que era una isla de sueño
en medio del río del viento. ¿Por qué no podía responder
con su voz una pregunta que quizá el corazón hubiera
respondido sin problemas? Quiso explicarle que las gotas
que a veces se deslizaban por sus mejillas cuando iba a
dejarlo al colegio o donde su mamá, eran otra forma del
agua, quizás sangre blanca, quizás un poco de mar que
salía por los ojos, o simplemente el agua más pura que
hay.
Quería decirle que toda su casa era una gota.
13
Vio en el rostro de su hijo una de las formas del agua,
vio que sus ojitos tenían dos gotas negras que brillaban
como los tumbos de las olas en luna llena, acarició su
cabeza, estampó un beso en toda su frente, pequeñas
gotas de saliva se quedaron en su piel, y simplemente
respondió «no sé», mientras acomodaba la burbuja en la
que vivían los dos.
14
Papi, ¿qué es una nube?
—Papi, una nube puede ser un algodón que vuela, o
una magnolia abriendo las alas, o la pulpa de un pacae,
o las canas onduladas de la abuelita Flor, no estoy de
acuerdo con lo que dice la profesora que solo es agua,
si el agua no tiene color —gritó Santiago ante otra vana
explicación que su padre le daba acerca de las cosas que
para él eran importantes.
Su padre apagó la computadora, terminaría después el
trabajo, es que las preguntas de un hijo siempre deben ser
respondidas con premura.
—Santi —le dijo riendo y con ojos enamorados—
qué curiosidad la tuya, dime, ahora por qué te llaman la
atención las nubes.
Elniño,contentodequesupadrelesiguieraexplicando
las cosas simples y hermosas que le rodeaban, le dio un
abrazo y se sentó sobre los muslos de su padre y escuchó
las siguientes palabras:
15
—Tienes razón, Santi. Las nubes son muy lindas
como para señalar que son solo agua reunida. Pero
comencemos por dónde vienen. Todas las nubes nacen
del beso entre el sol y el mar.
—Papi —interrumpió Santi—, no conozco el mar.
¿Cómo es? Nunca me has llevado.
No supo qué decirle, le acarició la cabeza y le dijo que
el mar era la laguna más grande que podía imaginarse
formada por todos los ríos…
—Papi, ¿y nuestro río también va a esa laguna grande
que llaman mar?
—Sí, hijito. Bueno, todas las aguas del mundo salen
y regresan al mar. El sol sale por la espalda del mundo,
quema la piel del mar y el sudor que emana escala en
forma de millones de gotitas hasta al cielo. El viento las
ayuda a subir, sopla sus cuerpos húmedos…
—Papi, papi, papi —gritaba con algarabía Santi—, ¿en
el cielo hay caminos? ¿En el cielo hay caminos? ¿Cómo es
que las nubes saben cuál es su lugar en el cielo?
16
Esas preguntas no serían respondidas porque su padre
simplemente no las sabía.
—No sé —dijo consternado ante preguntas tan
raras—, imagino que el viento debe tener lugares por
donde le es más fácil hacer subir a las nubes al cielo. Pero
no me dejas contarte lo que son las nubes.
—Está bien. Sigue.
—Luegoqueelsolbesaconcalortodoelmar,lasgotitas
suben, ya te he dicho que el viento las hace subir, al cielo.
Así, para no estar solas, se juntan una a una, hasta hacer
un copo de algodón como tú bien describes. Pero esa
forma que toman, no sé hijito; a veces parecen animales;
otras, árboles; algunas mañanas, pañuelos de dios, se las
da el viento y son como todas las cosas, momentáneas,
hijito. Las nubes son las únicas que pueden mirar al sol y
no quemarse los ojos, aunque él después las ponga rojas
o anaranjadas y las haga caer a la tierra. Pero gracias a
que caen, hijito, podemos tener ríos, acequias, y agua en
el caño, que por cierto ayer dejaste abierto. Ya sabes si
tú dejas el caño abierto estás dejando escapar miles de
nubes. Porque hijito, no sabes el milagro que ocurre en la
naturaleza para constituir una sola gota de agua.
17
—Papi, papi, papi —otra vez con ojos curiosos
preguntó el niño—, ¿por qué caen las nubes? ¿Es por la
gravedad? Y cómo es que pueden quedarse horas como
si estuvieran flotando…
—No sé, hijito —dijo ya perdiendo la paciencia, pero
luego recobrándola por el amor que le tenía—, hay cosas
que no puedo explicarte…
—Papi, la maestra dice que es por el vapor.
—Bueno, hijito, sí, y también porque al agua le gusta
volar. Por ejemplo, a la niebla le gusta volar hasta las
flores. Porque hijito, la niebla que miras caminar por
nuestra casa en invierno es la forma más cercana que
tenemos de nube, y si la acaricias puedes acariciar el mar
y el cielo por donde ellas pasaron.
Las nubes, hijito, son importantes para la vida. Sin
ella no habría ríos, ni lagunas, ni lagos. Es más, dice
la abuelita Natila, que las nubes siguen en la tierra los
mismos ríos que hay en el cielo. Ahora, hijito, espero
que entiendas que para que una cosa se convierta en otra
ocurren una serie de pequeños milagros, a los cuales hay
18
que respetar y agradecer a Dios por tanta diversidad de
pequeñas cosas que nos permiten convivir.
—Papi, papi —gritaba Santiago—, ¿en las mangueras
hay nubes?
—No, hijito; no, hijito.
—¿Y en los pozos, en los baldes, en los vasos, en mis
ojos?
—Bueno, sí, sí —dijo perdiendo la paciencia—, en
ellos también. Pero, ya acabemos con el cuento de las
nubes porque tienes que dormir y yo seguir trabajando
hijito, solo te diré que las nubes permiten tener paz en el
planeta.
—¿Cómo que paz? ¿Les gusta pelear?
—No, hijito; lo digo por decir. Es que imagínate, si no
volaran por encima de nuestras cabezas, el sol quemaría
toda la tierra, es que las nubes son las sombras que tiene
la tierra para protegerse de él.
19
Ahora tendrás que acostarte, porque mañana tienes
que ir al colegio.
—Papi, papi —Su padre con la mirada le rogaba que
ya no siguiera preguntando—, papi, prométeme algo.
—Qué quieres que te prometa.
—Papi, mañana cuando me recojas del colegio, de
regreso a casa quiero tomar una nube como sombrilla.
—Así será, hijito.
20
Papá, ¿hay otra historia para la Huacachina?
—Papi —dijo con cierta tristeza—, no me gusta la
historia de la Huacachina. Creo que la laguna es muy
bonita para una historia infeliz. Cómo es eso que la
princesa sale a matar hombres en luna llena.
Santiago, otra vez ponía en aprietos a su padre. Ahora
tenía que contarle una historia a la altura de la belleza de
la laguna.
—Hijo —habló mientras lo sentaba sobre sus
muslos—, cuando yo era niño, tu bisabuela Natila, que no
la conociste, pero siempre te la recordaré, nos contó una
historia que a la vez se la contó su bisabuela Vicentica.
El niño, miró a su padre con curiosidad, y este con voz
calma y dulce contó:
—El sol, señor del cielo y de la tierra, tenía muchos,
muchos hijos. Sin embargo, solo poesía una hija. Todos
vivían en la inmensa roca de fuego de su corazón. Cierto
día, su hija afligida le preguntó a su padre por qué no la
21
dejaba bajar a la tierra como a sus hermanos. El sol, se
calentó más y frunció el ceño a su hija. Ella entendió que
hay cosas que a los padres no hay que preguntar. Pero ya
la curiosidad que crece como mala yerba sobre nuestras
cabecitas estaba en la cabecita de esta hermosa joven.
El sol, señor de los cielos, le gustaba pintar de colores
el universo. Al amanecer, se miraba el rostro en el mar. Al
mediodía, toda la tierra era besada por él, y al atardecer
incendiaba de colores el cielo antes de regresar a su casa.
Cierta mañana no salió. Era extraño que su redondo
cuerpo de luz no estuviera colgado en el cielo. Es que su
hija, con sus berrinches, lo había puesto de mal humor
y se olvidó de salir a iluminar el mundo. Esta vez el sol
fue muy duro con ella —No conocerás el lugar donde
viven el odio y la mentira— le dijo mientras salía humo
por su boca. La hermosa joven de rostro de girasol, se
retiró a su cama y se echó a llorar. De sus ojos miles de
cometas caían como lluvia sobre su cara. Un hermano
suyo, se compadeció y le prometió que algún día la
llevaría a conocer la tierra. Dejó de llorar y esta promesa
le hizo abrigar en su interior la llama de la esperanza.
El día de cumplir la promesa llegó. El sol había viajado
a otra galaxia a la fiesta del padre de todos los soles, y
22
como regresó ebrio se fue a dormir. Todo ese día la tierra
estuvo nublada.
Cuando su hermano fue a buscarla, ella lucía luceros
en el pelo y un arcoíris como sonrisa. Me obedecerás en
todo —le dijo con ternura— y al atardecer volveremos.
Ella lo llenó de besos porque por fin iba a conocer ese
lugar tan extraño que era la tierra…
El padre de Santiago notó que este se dormía. Tocó
con ternura su cabecita, y él volvió a escuchar atento…
—Pero, papá —dijo en tono aburrido—, a qué hora
comienza la historia de la Huacachina…
—Bueno, continuaré… Cuando bajaron a la tierra,
a pesar de estar nublada, a sus ojos era muy bella.
Conocieron la selva, con sus inmensos ríos; se sentaron
a descansar en un andén de la sierra, y en la costa
contemplaron el mar. Quedó muy sorprendida de la gran
cantidad de colores que había en la tierra. En donde vivía
todo era amarillo. Ya cerca del atardecer, el cansancio de
su hermano lo hizo dormir sobre la cima de una duna.
Ella agarraba los granos de arena y los esparcía por el aire
para intentar tomar alguno, pero todos se desvanecían.
23
Una extraña forma llamó su atención. Era un bello joven
que se había perdido en medio del desierto y en cuya
faz el desconsuelo había puesto su huella. Titubeó un
instante en despertar a su hermano para que le dijera
quién era ese ser. El espíritu curioso que en ella tenía
morada hizo que ella descendiera sola en el carro de
nubes en el que viajaban. Cuando el bello joven la vio,
sus ojos se cegaron, no por la luz que ella desprendía
sino por la extraordinaria belleza que encerraban esos
círculos de fuego. Guardaron silencio. Ella lo miró ya con
amor. Le preguntó qué hacía por esos parajes desolados
donde la presencia de su padre se sentía más. Estoy
perdido —dijo con timidez—, pero nunca antes he visto
a mujer tan hermosa como tú. Bajaron la mirada, y luego
como trabaja el amor, es decir con milagros, caminaron
de la mano, besando su sombra él, y ella acariciando su
pelo. Ya iba a anochecer, cuando de pronto su hermano
despertó. Miró a todos lados, su hermana no estaba
por ninguno. El pájaro de la noche ya había abierto sus
alas sobre la tierra, y en el centro del universo, su padre
regresaba de un profundo sueño. Sintió ganas de ver a
su hija. Pensó que había sido muy duro con ella. En su
habitación no había nadie. Preguntó y nadie supo darle
respuesta. Juntó a todos sus hijos. Faltaban el menor
24
de todos y su hija. En la tierra, el hijo del sol se sentía
desfallecer tenía que regresar antes de que la noche lo
cubriera todo. Así lo hizo. Fue a presentarse ante su padre.
Le contó todo lo acontecido. Por más que lloró y sintió
congoja y arrepentimiento, no logró calmar la cólera de
su padre, que por tamaña osadía lo condenó a vagar
eternamente como un cometa. La imposibilidad que le
ponía la noche hacía imposible que fueran a buscarla.
Pero esa noche su hija conoció el amor. El hermoso joven
le dijo que ni la luna tenía el brillo de su piel. Durmieron
contemplados por las estrellas y acariciados por el viento
que peina las dunas. Sin embargo, al amanecer, sintieron
la furia del sol quemándoles las entrañas. Nunca antes se
había sentido un calor así. La hermosa joven le confesó
que era la hija del sol y que probablemente su padre al
enterarse que ella no estaba en el centro del universo
estaba furioso y por eso es que ardía tanto su luz. Y no
se equivocaba. El sol envió a todos sus hijos en formas
de rayo para que la buscasen. En todos los rincones de
la tierra, ellos tomaban forma humana y preguntaban a
todos los hombres por ella. Nadie les supo dar respuesta.
Los árboles comenzaron a secarse, hasta el agua del mar
hervía. Pasaron los días. El sol fue incrementando su
furia. Todo yacía seco en la tierra, pero su hija no daba
25
señales de vida. Ellos se habían escondido en una cueva.
Estuvieron a oscuras para que su padre ni sus hermanos
los encontrasen. Cuando asomó su rostro para ver la
tierra, ella sintió pena. Todos los colores que encontró
se habían desvanecido. Miró con tristeza al bello joven.
Tendré que regresar —habló casi llorosa— a la casa de
mi padre. No es justo que otros paguen por mí.
El bello joven la tomó de los brazos y trató de
convencerla de que las furias de los padres son pasajeras,
pero ella sabía que la furia del suyo no cesaría hasta verla
regresar. Con gran pena, tejió con las nubes una barca y
tomó rumbo al sol. Cuando su padre la vio venir, sintió
primero alivio y luego una gran ira. Ella quiso abrazarlo
pero él le retiró los brazos y la mandó a que la encerraran.
Por fin en la tierra pudieron descansar de la furia del sol,
pero en el centro del universo, la melancolía era un río
que recorría todos los caminos. El padre mandó llamar
a su hija para que le explicase qué había hecho todo ese
tiempo en la tierra. Ella no pudo mentir. Le dijo toda la
verdad. El sol entró en rabias otra vez. Obligó a que le
dijera quién era ese hombre del cual se había enamorado.
No respondió nada. Su silencio enervó más a su padre
que acabó por tirarle una bofetada. Mandó a que la
26
encerraran otra vez. Llamó a todos sus hijos para que
volvieran a la tierra a buscar a ese humano que había
osado robar a su hija. Otra vez la tierra se vio acechada
por la furia del sol. Todos los rincones de la tierra fueron
hurgados hasta encontrar a ese hombre. Una mañana, los
hijos del sol vieron al bello joven de rostro triste mirar al
cielo en actitud de espera. La intuición no los engañó. Era
el hombre que había robado a su hermana. Sin chistar, lo
subieron al carro de fuego en el que viajaban y lo llevaron
frente a su padre. Cuando el sol lo vio, mandó a traer a
su hija para que lo reconociera. Ella sintió aflicción y no
pudo contener las ganas de abrazarlo. El rostro triste del
bello joven sonrió, pero el sol los separó con uno de sus
rayos. Al bello joven le esperaba un castigo terrible. Fue
llevado a la tierra a ser enterrado con el rostro mirando
al sol, para que todos los días recordara con el ardor en
sus ojos que había transgredido al gran señor. Todos los
días el sol ardía en esta parte del mundo mucho más.
El bello joven lloraba, y tantas fueron sus lágrimas que
fueron haciendo un riachuelo luego un pequeño charco,
después un espejo de agua y al final una pequeña laguna.
Cierto día el sol sintió nostalgia por su hija. Mandó
a llamarla para darle un abrazo. El rostro de ella lo puso
27
triste. Por más cariños y caricias que le prodigó no pudo
despertar en ella la más ligera sonrisa. Esta vez la ira
se convirtió en culpa. ¿Por qué un padre puede hacer
infelices a sus hijos? ¿Por qué hacía triste a su hija? Poco
a poco, el sol se fue compadeciendo del bello joven
y se regocijó de la laguna que había formado con sus
lágrimas. Ya no quemó como antes, incluso ordenó a la
señora del rocío que cayera sobre los cabellos del bello
joven. El sol que todo lo ve y todo lo muestra, no sabía
cómo recuperar el cariño de su hija. Una mañana en que
en el universo su luz salía disparada como un camino
bajó a la tierra. Trajo entre sus ropas algunos cabellos de
su hija y los dejó al lado de la laguna en que se habían
convertido las lágrimas del bello joven. Los cabellos de
su hija, al contacto con el agua, ya no de las lágrimas sino
de los millones de gotas que el rocío había hecho caer, se
volvieron árboles que en un mismo día dieron sus frutos.
De esos árboles, que después los humanos llamarían
huarangos, salieron frutos del color del sol. Cuando el sol
regresó a su morada de luz, contemplando las estrellas
y los otros mundos, pensó en perdonar a su hija. Fue él
mismo a la habitación de su hija y le preguntó:
—¿Qué es lo que te haría más feliz?
28
—Quiero ver a mi amado —respondió sin titubear.
El sol, sonrojó sus mejillas de fuego, la abrazó y la dejó
volver a la tierra. En su viaje por el universo ella tomó
varias estrellas y le tejió un pañuelo para secarle el sudor.
Cuando el bello joven la vio venir descendiendo de los
cielos, solo atinó a reír. Ella comenzó a sacar la arena que
lo tenía sujeto, y cuando por fin estuvo libre, pudo estirar
los brazos y entregarle todo el amor que durante ese
tiempo le había guardado. El sol desde el cielo los miraba.
Ese día hubo tan bella luz que los picaflores parecían
flores que volaban. La hermosa joven y el joven de bello
rostro vivirían por siempre en la laguna que ahora era de
rocío, construirían una casa de barro y caña, y todos los
días agradecerían al padre sol su generosidad y amor…
Esta es la historia —dijo el padre de Santiago—, hijito.
Pero, cuando volvió sus ojos para ver los de su hijo, este
los tenía cerraditos como cuando la fragante magnolia
tiene cerrada su flor.
29
Papi, Papi, te cuento el cuento de una mujer
que quiso ser mariposa
—Papi, papi, queremos contarte un cuento.
El hombre que cargaba en sus ojos el cansancio del
día, no tuvo otra opción que escuchar a sus dos hijos
contar ese cuento que seguramente lo habían leído en los
libros que todas las semanas les compraba. Santiago, el
mayor dijo que él iba a contarlo, pero que quedara bien
en claro que lo escribieron él y Joaquín. Y para escuchar
a su hermano, se sentó sobre los muslos de su papá. Así
era ese cuento:
En el pueblo de Sofiana, cada cierto tiempo nacía una
niña que tomaba al crecer la forma de una flor. La niña
que nacía en luna llena, y que tenía la mayor belleza era
la escogida para tatuarla.
—¿Tatuarla? —interrumpió el padre.
Joaquín, el más chiquito con un severo ¡Shuuuuuu! lo
mandó a callar.
30
—Sí, tatuarla —respondió con firmeza Santiago—.
Tatuarle un pétalo. Pero ese tatuaje era mágico, porque
a medida que la piel de la niña fuera creciendo, el pétalo
iría convirtiéndose en una flor. La niña, veía cómo
como cada año sin que ninguna aguja tocara su finísima
piel, aparecían nuevos pétalos. En Sofiana, nadie podía
acercarse a ella. Esto le causaba tristeza, porque veía a los
demás niños correr por los prados, columpiarse en las
ramas de los árboles que daban al lago, donde ellos caían
como lluvia al agua. La niña no podía hacer nada de eso.
Nadie sabía cómo era su voz. Sobre ella se tejían una
serie de historias: que de noche la veían caminar entre las
nubes y que de muy mañana un rayo de sol la traía a vivir
a una casa de mimbre y techo de hojas, donde permanecía
resguardada por un gigante con corazón de abeja, porque
era dulce con todos los que venían a visitarla, aunque
no los dejara pasar a verla. La niña fue creciendo. Sobre
su piel, ya no solo crecían pétalos, ahora una raíz muy
grande comenzaba a crecerle en la planta de los pies. La
niña sentía que hormigas descendían de sus rodillas, y
que cada vez más quería estar cerca del sol, cuyo calor
la alimentaba y daba amor. Cuando en su otro brazo,
apareció un tallo, la niña comprendió que su cuerpo era
una planta vestida de humana. La niña, ya no se puso
31
triste ni quiso ser como los demás niños. El gigante con
corazón de abeja, permitió que algunos niños jugaran
con ella, pero les advirtió que no la tocaran. Cuando la
vieron por primera vez, varios salieron corriendo porque
en la cara de la niña, una abeja estaba posada sobre una
flor. La fama de la niña flor creció por todos los pueblos
cercanos a Sofiana. Muchos venían a ver ese extraño caso
de una flor vestida de humana. El gigante los recibía a
todos. Cuanto más gente venía, más se aterrorizaban
de ver en la niña un jardín, porque la raíz que creció en
su pie, se hizo una enredadera que pintó de verde sus
piernas, rodillas y muslos. La niña fue entendiendo que
ella era una flor a pesar de que su cuerpo aún le dijera
que era un ser humano. Cuando en su cuerpo ya no entró
un tatuaje más…
—Perdón —otra vez interrumpió el papá—, perdón,
Santiago. ¿Cómo es que ya no le entró ningún tatuaje
más? ¿No es que solo era uno?
—¡Papá! —gritó Joaquín— deja que termine de contar
el cuento mi hermano.
—Papi —dijo Santiago—, deja que termine.
32
—A la niña no le entraba un tatuaje más, porque toda
su piel ya era la copia fiel de un jardín. Todo su cuerpo
olía a flores. Toda la primavera vivía en su cuerpo. Pero
un día, cuando la niña comenzó a sentir que algo se movía
en su interior, se lo contó al gigante, y este se lo contó al
ancianodeSofiana.Elancianodijoqueesoeraunmilagro,
que la niña ya no se convertiría en una flor, sino en algo
más maravilloso. Cuando el viejecito terminó de hablar,
un niño que a escondidas escuchó la conversación fue
corriendo a la casa de la niña a ver esa cosa maravillosa
que iba a ocurrir. Al llegar, encontró sobre el piso, pétalos
y tallos frescos, recién arrancados. Al poco rato, sintió
los pasos del gigante, que sorprendido de encontrar lo
mismo que el niño, comprendió lo que el anciano le
había dicho. La niña no se convirtió en una flor, sino en
la hermosa mariposa que el niño y él vieron posarse sobre
la silla en donde la niña miraba el sol morir. La mariposa
salió por la ventana abriendo puertas invisibles en el aire,
mientras decía adiós al gigante abriendo y cerrando sus
alas. Desde ese día en el pueblo, nadie le hizo daño a una
mariposa, porque sabían que eran seres hermosos que un
día se vistieron de piel humana.
33
El papá de los dos niños no entendió el cuento. Solo
se limitó a decirle «gracias» a Santiago por contarle la
historia, mientras que el otro niño, el de los dientes de
cera, fue llevado por su madre a la cama profundamente
dormido.
34
¡Papi! ¡papi! ¿Los árboles se mueven?
Papi, ¿los árboles se mueven? —preguntó Santi—
Papi, papi, ¿los árboles tienen sangre? Papi, papi, ¿los
árboles tienen hijos?
—Basta, basta, hijo, basta, son muchas preguntas
a la vez —dijo su padre mientras bajaba las escaleras
a ver a su pequeño—. Otra vez con tus preguntas —se
decía para sus adentros—. Espera, hijo, ahora por qué te
llaman la atención los árboles. ¿Te ha gustado alguno en
particular?
—No, papi, es que en el camino, por la ventana del
carro vi dos hombres matar a un árbol. Papi, ¿por qué
los adultos matan a los árboles? —preguntó Santi con
tristeza—. ¿Qué no saben que es la casa de muchas
criaturitas de Dios, como dice la abuelita Flor?
La mirada al cielo del padre de Santi, otra vez denotaba
asombro por las preguntas de su hijo. Qué decirle a su
niño sobre los árboles, si la mesa sobre la que comían era
de madera, que antes fue un árbol con nidos y plumas.
35
¿Hay muertes que se justifican? ¿Podemos sentir la
misma pena cuando muere una mascota que cuando se
muere un árbol?
—Ven a sentarte, hijo. Tienes la mirada triste y
curiosa. A veces los hombres tenemos que hacer cosas
que no nos gusta como derribar árboles. Pero te diré lo
que yo pensaba de niño cuando veía árboles.
Lo primero que aprendí sobre los árboles es que
venían del agua. El agua se hacía semilla y esperaba más
agua para salir desde el subsuelo a buscar alimentarse de
sol, tener vida y crecer, crecer, crecer, con la lentitud que
nace una estrella. Luego, supe, que el milagro de todo
árbol es que contenía en sí mismo la vida. La primera
vez que me subí sobre sus ramas, me sentí pájaro, hijo.
Te va a parecer extraño, pero quise quedarme a dormir
en ese árbol. Sin embargo, tuve que bajarme para que tu
abuelita no se asustara por mi ausencia.
Los árboles… ¿me preguntas si se mueven? Hijito,
huboungranfilósofogriego,creoquesellamóAristóteles,
que se hizo la misma pregunta, y llegó a la conclusión
de que se movían buscando el cielo. Muchos piensan,
como yo, que los árboles hablan, pero hablan a través de
36
los pájaros. Cuando te sientas triste, hijo, cuando yo no
pueda darte respuestas o aliviar tus penas, abraza a un
árbol. Sentirás en ese abrazo, la fuerza de Dios. Porque
si Dios existe, hijo, que estoy seguro que existe, tiene la
forma de un árbol, y nosotros somos solo una rama de
ese grandioso árbol que es la vida. Santi, claro que los
árboles tienen sangre. Pero su sangre es verde, le dicen
savia, y recorre desde las raíces hasta la última hoja de
su cuerpo de madera. Ahora, hijito, a los árboles a veces
hay que cortarles el pelo, es decir algunas ramas tienen
que cortarse, pero con mucho cuidado para no dañar
su crecimiento. Los que matan un árbol, hijito, quieren
seguir la muerte que hay en su interior. No hay razón
alguna para que ninguna sombra de Dios desaparezca
por un hacha o una sierra eléctrica, sino que deben morir
como los seres humanos, de viejitos, después de cumplir
su ciclo. Dejar hijos e hijas, nietos creciendo al costado
de los caminos, deteniendo el fuego del sol pero no su
luz.
El padre de Santiago, no quiso seguir hablando,
porque vio que la curiosidad de su hijo se convirtió en
asombro cuando vio la foto de su padre cuando era niño,
trepado a una acacia. La foto era gris, pero la alegría del
37
rostro de ese niño sobre aquel árbol pintaba de dicha la
imagen detenida sobre esa celulosa.
—¡Papi! ¡Papi! ¿Quién es ese niño de mirada distraída
que está sobre ese árbol?
—Soy yo, hijito, cuando tenía tu edad.
—¡Papi! ¡Papi! ¿Y qué fue de ese árbol?
El hombre otra vez fue ganado por el silencio. Cómo
explicarle que ese árbol fue talado sin más justificación
que la irrupción de los cables de la empresa de teléfonos.
—Hijito —respondió— esa acacia murió de viejita. Es
que la muerte también alcanza a los árboles.
—¡Papi! ¿Y por qué no sembraron otra en el mismo
lugar?
La pregunta que hizo el niño fue un duro jalón de
orejas a su padre. ¿Por qué los adultos no reemplazan
el lugar sagrado donde ya no está un árbol, así ellos no
hayan matado a los árboles? El hombre miró con inmensa
ternura a su hijo y tocándole la cabecita le prometió que
38
juntos irían a plantar otro árbol en el mismo lugar que el
de la foto y que cuando sus ramas pudieran sostener el
cuerpo del pequeño, le tomaría una foto parecida a la de
él, con la diferencia de que ahora la foto sería a colores y
la sonrisa del niño sería tan hermosa como cuando una
acacia explota sus flores al cielo. Esta promesa fue hecha
una tarde en que el padre de Santi estaba seguro de que
Dios había hablado con él en forma de niño.
Índice
Presentación						 04
¡Santiago dile a Joaquín…!
Papi, ¿qué es una gota? 08
Papi, ¿qué es una nube? 14
Papá, ¿hay otra historia para la Huacachina? 20
Papi, Papi, te cuento el cuento
de una mujer que quiso ser mariposa 29
¡Papi! ¡papi! ¿Los árboles se mueven? 34
César Panduro Astorga
Nació en 1980 en Ica. Es profesor de Literatura, egresado por la Universidad Nacional
San Luis Gonzaga. Ha publicado libros de poesía, cuento y novela, además de libros de
rock y la antología de poesía Poetas en la arena, que reúne más de un siglo de poesía
iqueña. Desde el 2003 dirige la Biblioteca Abraham Valdelomar de Huacachina,
donde realiza también actividades de Gestión Cultural.
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  • 1.
  • 3. ¡Santiago, dile a Joaquín! César Panduro Astorga Christopher Zecevich Arriaga Gerente de Educación y Deportes Doris Renata Teodori de la Puente Subgerente de Educación Margarita Delfina Zegarra Flórez Jefe del programa Lima Lee Editor del programa Lima Lee: John Martínez Gonzales Corrección de textos: Yesabeth Kelina Muriel Guerrero Segunda corrección: Vladimir Fiori Zumaeta Diagramación y concepto de portada: Leonardo Enrique Collas Alegría Editado por: Municipalidad Metropolitana de Lima Jirón de la Unión 300, Lima. Lima. www.munlima.gob.pe 1a. edición - abril 2022 Depósito legal N° 2022-02216
  • 4. Presentación La Municipalidad de Lima, a través del programa Lima Lee, apunta a generar múltiples puentes para que el ciudadano acceda al libro y establezca, a partir de ello, una fructífera relación con el conocimiento, con la creatividad, con los valores y con el saber en general, que lo haga aún más sensible al rol que tiene con su entorno y con la sociedad. La democratización del libro y lectura son temas primordiales de esta gestión municipal; con ello buscamos, en principio, confrontar las conocidas brechas que separan al potencial lector de la biblioteca física o virtual. Los tiempos actuales nos plantean nuevos retos, que estamos enfrentando hoy mismo como país, pero también oportunidades para lograr ese acercamiento anhelado con el libro que nos lleve a desterrar los bajísimos niveles de lectura que tiene nuestro país. La pandemia del denominado COVID-19 nos plantea una reformulación de nuestros hábitos, pero, también, una revaloración de la vida misma como espacio de
  • 5. interacción social y desarrollo personal; y la cultura de la mano con el libro y la lectura deben estar en esa agenda que tenemos todos en el futuro más cercano. En ese sentido, en la línea editorial del programa, se elaboró la colección Lima Lee, títulos con contenido amigable y cálido que permiten el encuentro con el conocimiento. Estos libros reúnen la literatura de autores peruanos y escritores universales. El programa Lima Lee de la Municipalidad de Lima tiene el agrado de entregar estas publicaciones a los vecinos de la ciudad con la finalidad de fomentar ese maravilloso y gratificante encuentro con el libro y la buena lectura que nos hemos propuesto impulsar firmemente en el marco del Bicentenario de la Independencia del Perú. Jorge Muñoz Wells Alcalde de Lima
  • 6. ¡SANTIAGO, DILE A JOAQUÍN…!
  • 7. A Santiago y Joaquín
  • 8. 8 Papi, ¿qué es una gota? Cuando Santiago preguntó a su padre qué cosa era una gota, lo primero que él hizo fue recordar cuando estaba en el vientre de su madre, nadando en aguas divinas durante nueve meses, comiendo gotas de sus carnes para aferrarse a la vida. Luego, vio la acequia por donde su infancia corrió junto al agua de color chocolate, las cañas y los barcos de papel que veía pasar en ella, entonces comprendió que esa pregunta no era fácil de responder, porque al final casi todo tenía forma de gota: la tierra, una nave especial donde viajaban animales, hombres, insectos, hormigas y elefantes tenían la forma de una gota azul cayendo en el mar del universo. Los planetas eran las gotas giratorias del gran río estelar. Quería contarle que la luna parecía una gota de sol volando todas las noches, y el sol un agujero por donde caían a cuentagotas los cabellos de Dios; que la cara de su abuela era una gota de ternura que todas las mañanas le preparaba el desayuno y que las abejas eran gotas de miel volando sobre las margaritas del jardín.
  • 9. 9 La respuesta no era fácil para su padre; esos cinco segundos infinitos lo hicieron pensar en su infancia junto al río, en su madre capturando nubes para acomodarlas en la taza de manzanilla que él tomaba muy temprano, cuando la luz del sol comenzaba a desmadejarse en segundos que se hacían minutos, y minutos que se hacían días, en los que el padre de Santiago entendió que todo estaba hecho de gotas, o de átomos, de cosas pequeñas, invisibles pero imprescindibles, de seres diminutos como las lombrices. No quiso decirle a su hijo que el mar era azul porque era la espalda del cielo, que la luz del día eran miles de partículas divinas que se tejían en medio del aire… Pero su hijo quería simplemente saber qué cosa era una gota y no toda esa fila de metáforas que solo vivían en la cabeza despistada de su padre. A sus tres años, quería saber si las gotas de agua eran del mismo material de esas pequeñas lagunas que aparecían durmiendo sobre las flores y hojas al amanecer, o esa agua que batía la tierra para que los cerditos se regocijaran en el barro, o la lluvia que aprendió a juntar como un regalo del viento, porque si el agua corría hacia el cielo o hacia el mar era por el viento, ese río invisible que peina a los árboles y hace caminar el agua. Cómo
  • 10. 10 decirle a un cuerpecito de 62 centímetros de cariño que esa pregunta podía responderse de muchas formas, pero que ninguna le iba a satisfacer. No era un poeta que podía encontrar mil maneras a las cosas, era su padre, el ser humano que con su agua le dio existencia. Un hombre simple que amaba sus dientecitos de pulpa de pacae, que se volvía un caballo de madera para que él cabalgara sus sueños, que se volvía un avión para llevarlo a donde él quisiera ir, incluso fuera de la cama donde cada noche se caía para no interrumpir sus sueños. Sí, su padre, era un silencio, unos cabellos azabaches, una nariz con 178 centímetros de altura y 92 kilos de puro amor para él, un animal raro que no podía decirle qué cosa era una gota de agua, simplemente una gota de agua. Cómo puede un hombre complicarse ante la pregunta de un niño que ni siquiera articula bien las palabras, que tambalea sus pies de higo; qué responderle, ser frío, científico, hasta duro, diciéndole que una gota de agua es simplemente el cuerpo más pequeño del H2O. Es decir, dos partículas de hidrógeno y una de oxígeno, que por condensación se queda aislada de las demás, que el H2O conoce todas las formas de la materia, que puede ser gélida, que puede arder como un gran amor hasta
  • 11. 11 evaporarse, desaparecer con el tiempo, y como todo gran amor acabarse; querer intentar al menos ser una vez poeta, como cuando enamoró a su madre para tenerlo a él y darle esos huesitos que cada vez se vuelven más largos y fuertes. Juntar hermosos versos para hacer un gran poema que hablara de la naturaleza como lo hizo el poeta Lucrecio, que pudiera explicarle con belleza y facilidad qué cosa era una gota de agua, contarle con ternura e inocencia que el mundo es una piedra azul que nada todo el tiempo en el pecho del sol, que todo el amor que siente por él es como esa gota que se suspende del caño, que no importa romperse si cae, con tal de caer en el corazón de su hijo que era el poro más fino de su piel trigueña, agriada por la vida y la tristeza. Decirle que todos los mangos, los granos de uva, son gotas de azúcar, que los limones, toronjas, son gotas de mar que crecen en los árboles; él tenía que saber que la semilla era agua que creció hasta convertirse en casa de madera para pájaros y alimento para el hombre. Santiago tenía que aprender que una manguera es una vía láctea en la que viven miles de mundos posibles, que las gotas de lluvia son alfileres que se vuelven maíces y que los ríos están hechos de eslabones del gran collar que forma la palabra agua, o que simplemente la sangre, su sangre, son miles
  • 12. 12 de gotas color manzana que se reúnen en forma de flores para darle vida. Sin embargo, el padre de Santiago no encontraba las letras que formarán las palabras exactas, las que le esclarecieron a su hijo la duda acerca de qué cosa era una gota, quedar como un sabio ante él, que tuviera siempre la confianza de preguntarle desde las cosas más simples hasta la más terribles como «por qué te fuiste papá», pero no podía responder aun esa pregunta tan fácil que otro niño sin necesidad de pensar mucho hubiera podido absolver. Miró al cielo, una nube en forma de algodón cruzaba por el cielo, una nube que era una isla de sueño en medio del río del viento. ¿Por qué no podía responder con su voz una pregunta que quizá el corazón hubiera respondido sin problemas? Quiso explicarle que las gotas que a veces se deslizaban por sus mejillas cuando iba a dejarlo al colegio o donde su mamá, eran otra forma del agua, quizás sangre blanca, quizás un poco de mar que salía por los ojos, o simplemente el agua más pura que hay. Quería decirle que toda su casa era una gota.
  • 13. 13 Vio en el rostro de su hijo una de las formas del agua, vio que sus ojitos tenían dos gotas negras que brillaban como los tumbos de las olas en luna llena, acarició su cabeza, estampó un beso en toda su frente, pequeñas gotas de saliva se quedaron en su piel, y simplemente respondió «no sé», mientras acomodaba la burbuja en la que vivían los dos.
  • 14. 14 Papi, ¿qué es una nube? —Papi, una nube puede ser un algodón que vuela, o una magnolia abriendo las alas, o la pulpa de un pacae, o las canas onduladas de la abuelita Flor, no estoy de acuerdo con lo que dice la profesora que solo es agua, si el agua no tiene color —gritó Santiago ante otra vana explicación que su padre le daba acerca de las cosas que para él eran importantes. Su padre apagó la computadora, terminaría después el trabajo, es que las preguntas de un hijo siempre deben ser respondidas con premura. —Santi —le dijo riendo y con ojos enamorados— qué curiosidad la tuya, dime, ahora por qué te llaman la atención las nubes. Elniño,contentodequesupadrelesiguieraexplicando las cosas simples y hermosas que le rodeaban, le dio un abrazo y se sentó sobre los muslos de su padre y escuchó las siguientes palabras:
  • 15. 15 —Tienes razón, Santi. Las nubes son muy lindas como para señalar que son solo agua reunida. Pero comencemos por dónde vienen. Todas las nubes nacen del beso entre el sol y el mar. —Papi —interrumpió Santi—, no conozco el mar. ¿Cómo es? Nunca me has llevado. No supo qué decirle, le acarició la cabeza y le dijo que el mar era la laguna más grande que podía imaginarse formada por todos los ríos… —Papi, ¿y nuestro río también va a esa laguna grande que llaman mar? —Sí, hijito. Bueno, todas las aguas del mundo salen y regresan al mar. El sol sale por la espalda del mundo, quema la piel del mar y el sudor que emana escala en forma de millones de gotitas hasta al cielo. El viento las ayuda a subir, sopla sus cuerpos húmedos… —Papi, papi, papi —gritaba con algarabía Santi—, ¿en el cielo hay caminos? ¿En el cielo hay caminos? ¿Cómo es que las nubes saben cuál es su lugar en el cielo?
  • 16. 16 Esas preguntas no serían respondidas porque su padre simplemente no las sabía. —No sé —dijo consternado ante preguntas tan raras—, imagino que el viento debe tener lugares por donde le es más fácil hacer subir a las nubes al cielo. Pero no me dejas contarte lo que son las nubes. —Está bien. Sigue. —Luegoqueelsolbesaconcalortodoelmar,lasgotitas suben, ya te he dicho que el viento las hace subir, al cielo. Así, para no estar solas, se juntan una a una, hasta hacer un copo de algodón como tú bien describes. Pero esa forma que toman, no sé hijito; a veces parecen animales; otras, árboles; algunas mañanas, pañuelos de dios, se las da el viento y son como todas las cosas, momentáneas, hijito. Las nubes son las únicas que pueden mirar al sol y no quemarse los ojos, aunque él después las ponga rojas o anaranjadas y las haga caer a la tierra. Pero gracias a que caen, hijito, podemos tener ríos, acequias, y agua en el caño, que por cierto ayer dejaste abierto. Ya sabes si tú dejas el caño abierto estás dejando escapar miles de nubes. Porque hijito, no sabes el milagro que ocurre en la naturaleza para constituir una sola gota de agua.
  • 17. 17 —Papi, papi, papi —otra vez con ojos curiosos preguntó el niño—, ¿por qué caen las nubes? ¿Es por la gravedad? Y cómo es que pueden quedarse horas como si estuvieran flotando… —No sé, hijito —dijo ya perdiendo la paciencia, pero luego recobrándola por el amor que le tenía—, hay cosas que no puedo explicarte… —Papi, la maestra dice que es por el vapor. —Bueno, hijito, sí, y también porque al agua le gusta volar. Por ejemplo, a la niebla le gusta volar hasta las flores. Porque hijito, la niebla que miras caminar por nuestra casa en invierno es la forma más cercana que tenemos de nube, y si la acaricias puedes acariciar el mar y el cielo por donde ellas pasaron. Las nubes, hijito, son importantes para la vida. Sin ella no habría ríos, ni lagunas, ni lagos. Es más, dice la abuelita Natila, que las nubes siguen en la tierra los mismos ríos que hay en el cielo. Ahora, hijito, espero que entiendas que para que una cosa se convierta en otra ocurren una serie de pequeños milagros, a los cuales hay
  • 18. 18 que respetar y agradecer a Dios por tanta diversidad de pequeñas cosas que nos permiten convivir. —Papi, papi —gritaba Santiago—, ¿en las mangueras hay nubes? —No, hijito; no, hijito. —¿Y en los pozos, en los baldes, en los vasos, en mis ojos? —Bueno, sí, sí —dijo perdiendo la paciencia—, en ellos también. Pero, ya acabemos con el cuento de las nubes porque tienes que dormir y yo seguir trabajando hijito, solo te diré que las nubes permiten tener paz en el planeta. —¿Cómo que paz? ¿Les gusta pelear? —No, hijito; lo digo por decir. Es que imagínate, si no volaran por encima de nuestras cabezas, el sol quemaría toda la tierra, es que las nubes son las sombras que tiene la tierra para protegerse de él.
  • 19. 19 Ahora tendrás que acostarte, porque mañana tienes que ir al colegio. —Papi, papi —Su padre con la mirada le rogaba que ya no siguiera preguntando—, papi, prométeme algo. —Qué quieres que te prometa. —Papi, mañana cuando me recojas del colegio, de regreso a casa quiero tomar una nube como sombrilla. —Así será, hijito.
  • 20. 20 Papá, ¿hay otra historia para la Huacachina? —Papi —dijo con cierta tristeza—, no me gusta la historia de la Huacachina. Creo que la laguna es muy bonita para una historia infeliz. Cómo es eso que la princesa sale a matar hombres en luna llena. Santiago, otra vez ponía en aprietos a su padre. Ahora tenía que contarle una historia a la altura de la belleza de la laguna. —Hijo —habló mientras lo sentaba sobre sus muslos—, cuando yo era niño, tu bisabuela Natila, que no la conociste, pero siempre te la recordaré, nos contó una historia que a la vez se la contó su bisabuela Vicentica. El niño, miró a su padre con curiosidad, y este con voz calma y dulce contó: —El sol, señor del cielo y de la tierra, tenía muchos, muchos hijos. Sin embargo, solo poesía una hija. Todos vivían en la inmensa roca de fuego de su corazón. Cierto día, su hija afligida le preguntó a su padre por qué no la
  • 21. 21 dejaba bajar a la tierra como a sus hermanos. El sol, se calentó más y frunció el ceño a su hija. Ella entendió que hay cosas que a los padres no hay que preguntar. Pero ya la curiosidad que crece como mala yerba sobre nuestras cabecitas estaba en la cabecita de esta hermosa joven. El sol, señor de los cielos, le gustaba pintar de colores el universo. Al amanecer, se miraba el rostro en el mar. Al mediodía, toda la tierra era besada por él, y al atardecer incendiaba de colores el cielo antes de regresar a su casa. Cierta mañana no salió. Era extraño que su redondo cuerpo de luz no estuviera colgado en el cielo. Es que su hija, con sus berrinches, lo había puesto de mal humor y se olvidó de salir a iluminar el mundo. Esta vez el sol fue muy duro con ella —No conocerás el lugar donde viven el odio y la mentira— le dijo mientras salía humo por su boca. La hermosa joven de rostro de girasol, se retiró a su cama y se echó a llorar. De sus ojos miles de cometas caían como lluvia sobre su cara. Un hermano suyo, se compadeció y le prometió que algún día la llevaría a conocer la tierra. Dejó de llorar y esta promesa le hizo abrigar en su interior la llama de la esperanza. El día de cumplir la promesa llegó. El sol había viajado a otra galaxia a la fiesta del padre de todos los soles, y
  • 22. 22 como regresó ebrio se fue a dormir. Todo ese día la tierra estuvo nublada. Cuando su hermano fue a buscarla, ella lucía luceros en el pelo y un arcoíris como sonrisa. Me obedecerás en todo —le dijo con ternura— y al atardecer volveremos. Ella lo llenó de besos porque por fin iba a conocer ese lugar tan extraño que era la tierra… El padre de Santiago notó que este se dormía. Tocó con ternura su cabecita, y él volvió a escuchar atento… —Pero, papá —dijo en tono aburrido—, a qué hora comienza la historia de la Huacachina… —Bueno, continuaré… Cuando bajaron a la tierra, a pesar de estar nublada, a sus ojos era muy bella. Conocieron la selva, con sus inmensos ríos; se sentaron a descansar en un andén de la sierra, y en la costa contemplaron el mar. Quedó muy sorprendida de la gran cantidad de colores que había en la tierra. En donde vivía todo era amarillo. Ya cerca del atardecer, el cansancio de su hermano lo hizo dormir sobre la cima de una duna. Ella agarraba los granos de arena y los esparcía por el aire para intentar tomar alguno, pero todos se desvanecían.
  • 23. 23 Una extraña forma llamó su atención. Era un bello joven que se había perdido en medio del desierto y en cuya faz el desconsuelo había puesto su huella. Titubeó un instante en despertar a su hermano para que le dijera quién era ese ser. El espíritu curioso que en ella tenía morada hizo que ella descendiera sola en el carro de nubes en el que viajaban. Cuando el bello joven la vio, sus ojos se cegaron, no por la luz que ella desprendía sino por la extraordinaria belleza que encerraban esos círculos de fuego. Guardaron silencio. Ella lo miró ya con amor. Le preguntó qué hacía por esos parajes desolados donde la presencia de su padre se sentía más. Estoy perdido —dijo con timidez—, pero nunca antes he visto a mujer tan hermosa como tú. Bajaron la mirada, y luego como trabaja el amor, es decir con milagros, caminaron de la mano, besando su sombra él, y ella acariciando su pelo. Ya iba a anochecer, cuando de pronto su hermano despertó. Miró a todos lados, su hermana no estaba por ninguno. El pájaro de la noche ya había abierto sus alas sobre la tierra, y en el centro del universo, su padre regresaba de un profundo sueño. Sintió ganas de ver a su hija. Pensó que había sido muy duro con ella. En su habitación no había nadie. Preguntó y nadie supo darle respuesta. Juntó a todos sus hijos. Faltaban el menor
  • 24. 24 de todos y su hija. En la tierra, el hijo del sol se sentía desfallecer tenía que regresar antes de que la noche lo cubriera todo. Así lo hizo. Fue a presentarse ante su padre. Le contó todo lo acontecido. Por más que lloró y sintió congoja y arrepentimiento, no logró calmar la cólera de su padre, que por tamaña osadía lo condenó a vagar eternamente como un cometa. La imposibilidad que le ponía la noche hacía imposible que fueran a buscarla. Pero esa noche su hija conoció el amor. El hermoso joven le dijo que ni la luna tenía el brillo de su piel. Durmieron contemplados por las estrellas y acariciados por el viento que peina las dunas. Sin embargo, al amanecer, sintieron la furia del sol quemándoles las entrañas. Nunca antes se había sentido un calor así. La hermosa joven le confesó que era la hija del sol y que probablemente su padre al enterarse que ella no estaba en el centro del universo estaba furioso y por eso es que ardía tanto su luz. Y no se equivocaba. El sol envió a todos sus hijos en formas de rayo para que la buscasen. En todos los rincones de la tierra, ellos tomaban forma humana y preguntaban a todos los hombres por ella. Nadie les supo dar respuesta. Los árboles comenzaron a secarse, hasta el agua del mar hervía. Pasaron los días. El sol fue incrementando su furia. Todo yacía seco en la tierra, pero su hija no daba
  • 25. 25 señales de vida. Ellos se habían escondido en una cueva. Estuvieron a oscuras para que su padre ni sus hermanos los encontrasen. Cuando asomó su rostro para ver la tierra, ella sintió pena. Todos los colores que encontró se habían desvanecido. Miró con tristeza al bello joven. Tendré que regresar —habló casi llorosa— a la casa de mi padre. No es justo que otros paguen por mí. El bello joven la tomó de los brazos y trató de convencerla de que las furias de los padres son pasajeras, pero ella sabía que la furia del suyo no cesaría hasta verla regresar. Con gran pena, tejió con las nubes una barca y tomó rumbo al sol. Cuando su padre la vio venir, sintió primero alivio y luego una gran ira. Ella quiso abrazarlo pero él le retiró los brazos y la mandó a que la encerraran. Por fin en la tierra pudieron descansar de la furia del sol, pero en el centro del universo, la melancolía era un río que recorría todos los caminos. El padre mandó llamar a su hija para que le explicase qué había hecho todo ese tiempo en la tierra. Ella no pudo mentir. Le dijo toda la verdad. El sol entró en rabias otra vez. Obligó a que le dijera quién era ese hombre del cual se había enamorado. No respondió nada. Su silencio enervó más a su padre que acabó por tirarle una bofetada. Mandó a que la
  • 26. 26 encerraran otra vez. Llamó a todos sus hijos para que volvieran a la tierra a buscar a ese humano que había osado robar a su hija. Otra vez la tierra se vio acechada por la furia del sol. Todos los rincones de la tierra fueron hurgados hasta encontrar a ese hombre. Una mañana, los hijos del sol vieron al bello joven de rostro triste mirar al cielo en actitud de espera. La intuición no los engañó. Era el hombre que había robado a su hermana. Sin chistar, lo subieron al carro de fuego en el que viajaban y lo llevaron frente a su padre. Cuando el sol lo vio, mandó a traer a su hija para que lo reconociera. Ella sintió aflicción y no pudo contener las ganas de abrazarlo. El rostro triste del bello joven sonrió, pero el sol los separó con uno de sus rayos. Al bello joven le esperaba un castigo terrible. Fue llevado a la tierra a ser enterrado con el rostro mirando al sol, para que todos los días recordara con el ardor en sus ojos que había transgredido al gran señor. Todos los días el sol ardía en esta parte del mundo mucho más. El bello joven lloraba, y tantas fueron sus lágrimas que fueron haciendo un riachuelo luego un pequeño charco, después un espejo de agua y al final una pequeña laguna. Cierto día el sol sintió nostalgia por su hija. Mandó a llamarla para darle un abrazo. El rostro de ella lo puso
  • 27. 27 triste. Por más cariños y caricias que le prodigó no pudo despertar en ella la más ligera sonrisa. Esta vez la ira se convirtió en culpa. ¿Por qué un padre puede hacer infelices a sus hijos? ¿Por qué hacía triste a su hija? Poco a poco, el sol se fue compadeciendo del bello joven y se regocijó de la laguna que había formado con sus lágrimas. Ya no quemó como antes, incluso ordenó a la señora del rocío que cayera sobre los cabellos del bello joven. El sol que todo lo ve y todo lo muestra, no sabía cómo recuperar el cariño de su hija. Una mañana en que en el universo su luz salía disparada como un camino bajó a la tierra. Trajo entre sus ropas algunos cabellos de su hija y los dejó al lado de la laguna en que se habían convertido las lágrimas del bello joven. Los cabellos de su hija, al contacto con el agua, ya no de las lágrimas sino de los millones de gotas que el rocío había hecho caer, se volvieron árboles que en un mismo día dieron sus frutos. De esos árboles, que después los humanos llamarían huarangos, salieron frutos del color del sol. Cuando el sol regresó a su morada de luz, contemplando las estrellas y los otros mundos, pensó en perdonar a su hija. Fue él mismo a la habitación de su hija y le preguntó: —¿Qué es lo que te haría más feliz?
  • 28. 28 —Quiero ver a mi amado —respondió sin titubear. El sol, sonrojó sus mejillas de fuego, la abrazó y la dejó volver a la tierra. En su viaje por el universo ella tomó varias estrellas y le tejió un pañuelo para secarle el sudor. Cuando el bello joven la vio venir descendiendo de los cielos, solo atinó a reír. Ella comenzó a sacar la arena que lo tenía sujeto, y cuando por fin estuvo libre, pudo estirar los brazos y entregarle todo el amor que durante ese tiempo le había guardado. El sol desde el cielo los miraba. Ese día hubo tan bella luz que los picaflores parecían flores que volaban. La hermosa joven y el joven de bello rostro vivirían por siempre en la laguna que ahora era de rocío, construirían una casa de barro y caña, y todos los días agradecerían al padre sol su generosidad y amor… Esta es la historia —dijo el padre de Santiago—, hijito. Pero, cuando volvió sus ojos para ver los de su hijo, este los tenía cerraditos como cuando la fragante magnolia tiene cerrada su flor.
  • 29. 29 Papi, Papi, te cuento el cuento de una mujer que quiso ser mariposa —Papi, papi, queremos contarte un cuento. El hombre que cargaba en sus ojos el cansancio del día, no tuvo otra opción que escuchar a sus dos hijos contar ese cuento que seguramente lo habían leído en los libros que todas las semanas les compraba. Santiago, el mayor dijo que él iba a contarlo, pero que quedara bien en claro que lo escribieron él y Joaquín. Y para escuchar a su hermano, se sentó sobre los muslos de su papá. Así era ese cuento: En el pueblo de Sofiana, cada cierto tiempo nacía una niña que tomaba al crecer la forma de una flor. La niña que nacía en luna llena, y que tenía la mayor belleza era la escogida para tatuarla. —¿Tatuarla? —interrumpió el padre. Joaquín, el más chiquito con un severo ¡Shuuuuuu! lo mandó a callar.
  • 30. 30 —Sí, tatuarla —respondió con firmeza Santiago—. Tatuarle un pétalo. Pero ese tatuaje era mágico, porque a medida que la piel de la niña fuera creciendo, el pétalo iría convirtiéndose en una flor. La niña, veía cómo como cada año sin que ninguna aguja tocara su finísima piel, aparecían nuevos pétalos. En Sofiana, nadie podía acercarse a ella. Esto le causaba tristeza, porque veía a los demás niños correr por los prados, columpiarse en las ramas de los árboles que daban al lago, donde ellos caían como lluvia al agua. La niña no podía hacer nada de eso. Nadie sabía cómo era su voz. Sobre ella se tejían una serie de historias: que de noche la veían caminar entre las nubes y que de muy mañana un rayo de sol la traía a vivir a una casa de mimbre y techo de hojas, donde permanecía resguardada por un gigante con corazón de abeja, porque era dulce con todos los que venían a visitarla, aunque no los dejara pasar a verla. La niña fue creciendo. Sobre su piel, ya no solo crecían pétalos, ahora una raíz muy grande comenzaba a crecerle en la planta de los pies. La niña sentía que hormigas descendían de sus rodillas, y que cada vez más quería estar cerca del sol, cuyo calor la alimentaba y daba amor. Cuando en su otro brazo, apareció un tallo, la niña comprendió que su cuerpo era una planta vestida de humana. La niña, ya no se puso
  • 31. 31 triste ni quiso ser como los demás niños. El gigante con corazón de abeja, permitió que algunos niños jugaran con ella, pero les advirtió que no la tocaran. Cuando la vieron por primera vez, varios salieron corriendo porque en la cara de la niña, una abeja estaba posada sobre una flor. La fama de la niña flor creció por todos los pueblos cercanos a Sofiana. Muchos venían a ver ese extraño caso de una flor vestida de humana. El gigante los recibía a todos. Cuanto más gente venía, más se aterrorizaban de ver en la niña un jardín, porque la raíz que creció en su pie, se hizo una enredadera que pintó de verde sus piernas, rodillas y muslos. La niña fue entendiendo que ella era una flor a pesar de que su cuerpo aún le dijera que era un ser humano. Cuando en su cuerpo ya no entró un tatuaje más… —Perdón —otra vez interrumpió el papá—, perdón, Santiago. ¿Cómo es que ya no le entró ningún tatuaje más? ¿No es que solo era uno? —¡Papá! —gritó Joaquín— deja que termine de contar el cuento mi hermano. —Papi —dijo Santiago—, deja que termine.
  • 32. 32 —A la niña no le entraba un tatuaje más, porque toda su piel ya era la copia fiel de un jardín. Todo su cuerpo olía a flores. Toda la primavera vivía en su cuerpo. Pero un día, cuando la niña comenzó a sentir que algo se movía en su interior, se lo contó al gigante, y este se lo contó al ancianodeSofiana.Elancianodijoqueesoeraunmilagro, que la niña ya no se convertiría en una flor, sino en algo más maravilloso. Cuando el viejecito terminó de hablar, un niño que a escondidas escuchó la conversación fue corriendo a la casa de la niña a ver esa cosa maravillosa que iba a ocurrir. Al llegar, encontró sobre el piso, pétalos y tallos frescos, recién arrancados. Al poco rato, sintió los pasos del gigante, que sorprendido de encontrar lo mismo que el niño, comprendió lo que el anciano le había dicho. La niña no se convirtió en una flor, sino en la hermosa mariposa que el niño y él vieron posarse sobre la silla en donde la niña miraba el sol morir. La mariposa salió por la ventana abriendo puertas invisibles en el aire, mientras decía adiós al gigante abriendo y cerrando sus alas. Desde ese día en el pueblo, nadie le hizo daño a una mariposa, porque sabían que eran seres hermosos que un día se vistieron de piel humana.
  • 33. 33 El papá de los dos niños no entendió el cuento. Solo se limitó a decirle «gracias» a Santiago por contarle la historia, mientras que el otro niño, el de los dientes de cera, fue llevado por su madre a la cama profundamente dormido.
  • 34. 34 ¡Papi! ¡papi! ¿Los árboles se mueven? Papi, ¿los árboles se mueven? —preguntó Santi— Papi, papi, ¿los árboles tienen sangre? Papi, papi, ¿los árboles tienen hijos? —Basta, basta, hijo, basta, son muchas preguntas a la vez —dijo su padre mientras bajaba las escaleras a ver a su pequeño—. Otra vez con tus preguntas —se decía para sus adentros—. Espera, hijo, ahora por qué te llaman la atención los árboles. ¿Te ha gustado alguno en particular? —No, papi, es que en el camino, por la ventana del carro vi dos hombres matar a un árbol. Papi, ¿por qué los adultos matan a los árboles? —preguntó Santi con tristeza—. ¿Qué no saben que es la casa de muchas criaturitas de Dios, como dice la abuelita Flor? La mirada al cielo del padre de Santi, otra vez denotaba asombro por las preguntas de su hijo. Qué decirle a su niño sobre los árboles, si la mesa sobre la que comían era de madera, que antes fue un árbol con nidos y plumas.
  • 35. 35 ¿Hay muertes que se justifican? ¿Podemos sentir la misma pena cuando muere una mascota que cuando se muere un árbol? —Ven a sentarte, hijo. Tienes la mirada triste y curiosa. A veces los hombres tenemos que hacer cosas que no nos gusta como derribar árboles. Pero te diré lo que yo pensaba de niño cuando veía árboles. Lo primero que aprendí sobre los árboles es que venían del agua. El agua se hacía semilla y esperaba más agua para salir desde el subsuelo a buscar alimentarse de sol, tener vida y crecer, crecer, crecer, con la lentitud que nace una estrella. Luego, supe, que el milagro de todo árbol es que contenía en sí mismo la vida. La primera vez que me subí sobre sus ramas, me sentí pájaro, hijo. Te va a parecer extraño, pero quise quedarme a dormir en ese árbol. Sin embargo, tuve que bajarme para que tu abuelita no se asustara por mi ausencia. Los árboles… ¿me preguntas si se mueven? Hijito, huboungranfilósofogriego,creoquesellamóAristóteles, que se hizo la misma pregunta, y llegó a la conclusión de que se movían buscando el cielo. Muchos piensan, como yo, que los árboles hablan, pero hablan a través de
  • 36. 36 los pájaros. Cuando te sientas triste, hijo, cuando yo no pueda darte respuestas o aliviar tus penas, abraza a un árbol. Sentirás en ese abrazo, la fuerza de Dios. Porque si Dios existe, hijo, que estoy seguro que existe, tiene la forma de un árbol, y nosotros somos solo una rama de ese grandioso árbol que es la vida. Santi, claro que los árboles tienen sangre. Pero su sangre es verde, le dicen savia, y recorre desde las raíces hasta la última hoja de su cuerpo de madera. Ahora, hijito, a los árboles a veces hay que cortarles el pelo, es decir algunas ramas tienen que cortarse, pero con mucho cuidado para no dañar su crecimiento. Los que matan un árbol, hijito, quieren seguir la muerte que hay en su interior. No hay razón alguna para que ninguna sombra de Dios desaparezca por un hacha o una sierra eléctrica, sino que deben morir como los seres humanos, de viejitos, después de cumplir su ciclo. Dejar hijos e hijas, nietos creciendo al costado de los caminos, deteniendo el fuego del sol pero no su luz. El padre de Santiago, no quiso seguir hablando, porque vio que la curiosidad de su hijo se convirtió en asombro cuando vio la foto de su padre cuando era niño, trepado a una acacia. La foto era gris, pero la alegría del
  • 37. 37 rostro de ese niño sobre aquel árbol pintaba de dicha la imagen detenida sobre esa celulosa. —¡Papi! ¡Papi! ¿Quién es ese niño de mirada distraída que está sobre ese árbol? —Soy yo, hijito, cuando tenía tu edad. —¡Papi! ¡Papi! ¿Y qué fue de ese árbol? El hombre otra vez fue ganado por el silencio. Cómo explicarle que ese árbol fue talado sin más justificación que la irrupción de los cables de la empresa de teléfonos. —Hijito —respondió— esa acacia murió de viejita. Es que la muerte también alcanza a los árboles. —¡Papi! ¿Y por qué no sembraron otra en el mismo lugar? La pregunta que hizo el niño fue un duro jalón de orejas a su padre. ¿Por qué los adultos no reemplazan el lugar sagrado donde ya no está un árbol, así ellos no hayan matado a los árboles? El hombre miró con inmensa ternura a su hijo y tocándole la cabecita le prometió que
  • 38. 38 juntos irían a plantar otro árbol en el mismo lugar que el de la foto y que cuando sus ramas pudieran sostener el cuerpo del pequeño, le tomaría una foto parecida a la de él, con la diferencia de que ahora la foto sería a colores y la sonrisa del niño sería tan hermosa como cuando una acacia explota sus flores al cielo. Esta promesa fue hecha una tarde en que el padre de Santi estaba seguro de que Dios había hablado con él en forma de niño.
  • 39. Índice Presentación 04 ¡Santiago dile a Joaquín…! Papi, ¿qué es una gota? 08 Papi, ¿qué es una nube? 14 Papá, ¿hay otra historia para la Huacachina? 20 Papi, Papi, te cuento el cuento de una mujer que quiso ser mariposa 29 ¡Papi! ¡papi! ¿Los árboles se mueven? 34
  • 40.
  • 41. César Panduro Astorga Nació en 1980 en Ica. Es profesor de Literatura, egresado por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga. Ha publicado libros de poesía, cuento y novela, además de libros de rock y la antología de poesía Poetas en la arena, que reúne más de un siglo de poesía iqueña. Desde el 2003 dirige la Biblioteca Abraham Valdelomar de Huacachina, donde realiza también actividades de Gestión Cultural.