2. EL HUÉRFANO DE TAMBO
COLORADO
Tres jóvenes mineros que se habían unido para explotar una
mina de plata a extramuros de la vieja ciudad cerreña, vieron
premiados sus esfuerzos y privaciones en muy corto tiempo.
Habían descubierto un filón fabuloso que al explotarlo
adecuadamente les dio ingentes cantidades que en las Cajas
Reales las trocaron en monedas de oro reluciente.
3. Desconfiados uno del otro, decidieron
encargar la custodia de sus riquezas a
una cuarta persona, ajena a sus
intereses. Después de tanto buscar le
hicieron depositario al viejo dueño del
tambo donde tomaban sus alimentos
como pensionistas.
4. Al entregar los caudales en un pequeño
cofre de madera revestida en cuero
repujado tuvieron mucho cuidado de
encargarle autoritaria, paciencia y
constantemente que, el cofre, solamente
se lo daría a los tres juntos. Nunca a uno
solo.
5. - Debes recordarlo siempre que sólo
a los tres juntos –nunca a uno soloentregarás este valioso encargo
fruto de nuestro trabajo – dijeron.
- Lo tendré muy en cuenta – dijo el
depositario y guardó el cofre en un
buen escondite.
6. Así cuando los jóvenes querían aumentar sus
depósitos en el arca, conjuntamente lo
solicitaban y, cumpliendo su cometido, se lo
devuelven. Así muchas veces. Fue transcurriendo
el tiempo en el que los jóvenes alternaban las
duras tareas de la mina con sus semanales y
notables francachelas. Dos de ellos tocaban
guitarras y cantaban, el otro tenía el violín.
7. Este último cuidaba mucho de su instrumento
extremando su celo en proteger lo; tanto es así,
que para que esté seguro, se lo entregaba al viejo
de la fonda para que se lo cuidara con mucho
empeño.
Un día, alegres y acicalados para la juerga,
salieron muy rumbosos y entusiastas; estando en
la calle, repararon que el violinista no portaba su
instrumento por lo que lo conminaron a que
urgentemente se lo pidiera al posadero.
8. El violinista les ordenó que lo esperaran y
raudamente se presentó ante el viejo al que ordenó:
- Entrégame el cofre con nuestros ahorros.
- ¡No… tú sabes que ante los tres juntos y cuando
así me lo pidan lo entregaré! – Dijo indignado el
posadero.
- ¡Claro que así ha de ser! – repuso el joven
violinista tranquilizándolo – para que veas que es así,
acércate a la ventana y delante de ti, ellos lo
autorizan – al oír esto el viejo le siguió y, desde la
ventana dirigiéndose a sus amigos, dijo:
9. -
¡Amigos del alma!…¿No es cierto que no tenemos tiempo que perder y
debe entregárselo?……- como verán el astuto no mencionaba el instrumento.
Los amigos sin pizca de sospecha y suponiendo que se refería al violín, desde
abajo gritaron conjuntamente:
-
¡Claro que sí!…¡dáselo inmediatamente!…
-
Muy bien – dijo el anciano – y se apartó a cumplir la orden, en tanto el
violinista decía a sus amigos:
-
Enseguida lo llevo. Ustedes adelántese que pronto los alcanzaré.
10. Al ver que sus amigos se iban muy confiados, el joven violinista fue
hasta el viejo que sin ningún reparo le hizo entrega del cofre.
Aquella noche después de pasar gratas horas de alegría, llegaron al
amanecer haciendo un ruido infernal. Para acallarlos el viejo se levantó
de su cama y fue al encuentro de los tunantes:
-
No hagan tanto ruido por favor que hay mucha gente durmiendo
en el tambo.
11. -
Está bien – respondió uno de los jaranistas y muy enojado prosiguió –
¿dónde está nuestro compañero?.
Al oír esto el anciano se quedó perplejo, pero reponiendose de su sorpresa
narró con lujo de detalles lo que había ocurrido con el cofre. Todo fue enterarse
de la ocurrencia para emprenderla contra el viejo posadero a quien los
perjudicados lo llevaron a empellones ante la presencia del juez que al escuchar
la historia, determinó que el viejo debía pagar –en termino de 48 horas- los
costos del perjuicio; caso contrario sería despojado de todos sus bienes y
encarcelado por toda su vida después de ser flagelado públicamente en
Chaupimarca.
12. Tan injusta y terminante sentencia del juez, sumió al
pobre anciano en un mundo de profundas cavilaciones
y copioso llanto. Al verle de esta suerte, un niño
huérfano que le ayudaba en los quehaceres domésticos
y a quien –dicho sea de paso trataba muy mal-se
atrevió a preguntarle:
- ¿Qué es lo que ocurre mi amo que tan angustiado lo
veo?.
- ¡Calla infeliz!…¡Nada podrás hacer tú por evitarlo!…
- “Una pena compartida, siempre es menos sentida”
dice el refrán, recuérdalo amo, insistió el huerfanito.
13. En un comienzo, el anciano se mostró tan
remiso a compartir sus penas que lo sumió en
un mutismo impenetrable; pero fue tanta la
insistencia del rapaz, que terminó por contarle
todo lo acontecido sin omitir detalle alguno. Al
terminar el relato, escuchó al niño que con una
mirada de inteligencia le decía:
- ¿Si soluciono su problema, me hará su socio
menor?.
14. -¡Lo que sea!… –respondió el anciano- es tanto lo
que debo que todas mis pertenencias, el tambo, la
fonda y mis ahorros, no alcanzarían a cubrir mi
deuda y terminaría siendo azotado en Chaupimarca
y encerrado en la cárcel de por vida.
-Muy bien, señor amo –concluyó diciendo el
muchacho- retorne a la casa del juez y dígale:
“Señor Juez: Tenga presente que cuando los tres
mineros me confiaron su dinero, me lo dieron con la
orden terminante de no entregarlo si no venían los
tres juntos a pedírmelo.
15. Le ruego, por tanto, que se sirva usted mandar que
vayan los dos a buscar al compañero que falta y que
se presentan aquí los tres juntos para que se cumpla
la condición; sólo entonces, de acuerdo con lo
convenido, yo les devolveré el dinero delante de
usted”.
Admirado de la inteligencia del joven sirviente, el
anciano puso en práctica la recomendación por lo
que el juez, muy seriamente, preguntó a los
reclamantes:
16. -¿Es verdad lo que dice el viejo, que los tres pusieron esa condición para
devolverles el cofre con el dinero?.
-Sí, señor juez –contestaron los reclamantes.
-Pues, bien. Vayan en busca del tercer socio y en mi presencia recibirán todo su
dinero- terminó diciendo el juez.
Demás está decir que nunca dieron con el tercer hombre, un malandrín que
cargado de riquezas desapareció como por encanto burlándose de sus socios.
17. El viejo posadero, agradecido por la valiosa
ayuda del huérfano informó a todo el pueblo
minero de las virtudes de éste y lo nombró su
socio. A la muerte del anciano, el joven hizo
crecer sus propiedades y se convirtió en un
rico propietario sin dejar –por supuesto– la
administración de la vieja posada de Tambo
Colorado.