Reseña:
El Caso Colmenares forma parte del imaginario colectivo. En él se puede trazar la radiografía de un país: la impunidad de la justicia, el poder del dinero, la intolerancia, el desvío de la ley, la trampa, la mentira, y sobre todo las más grandes pasiones. En la novela El enigma Colmenares ¿Homicidio o Accidente?, la periodista Maureén Maya logra algo excepcional: imaginar las distintas hipótesis de lo sucedido alrededor de la misteriosa muerte de Luis Andrés Colmenares. Basada en una exhaustiva investigación la autora construye una historia extraordinaria. Ficción y realidad se entretejen para acercarnos desde diferentes perspectivas a cómo pudieron haber sucedido los hechos. Una novela que hace parte de la memoria de millones de colombianos. Ante la lentitud de la justicia, sólo una laboriosa imaginación y un intrépido género literario, pueden armar el rompecabezas de este enigma que pareciera no tener fin.
El autor
MAUREÉN MAYA SIERRA es periodista y comunicadora social, Universidad Jorge Tadeo Lozano; autora de Prohibido Olvidar: Dos miradas sobre la toma del Palacio de Justicia (Coautoría con Gustavo Petro Urrego. Editorial Pisando Callos, 2006); La oligarca rebelde (Random House Mondadori, 2008) y Camino Minado, crimen de Estado (Ediciones B, 2011). En el 2005 obtuvo el premio Memoria de la Universidad de Antioquia por su ensayo “La toma del Palacio de Justicia, una fractura en la Historia Nacional” y el Premio de Poesía para escritores tadeístas en el 2004. Es investigadora social y defensora de Derechos Humanos. Ha trabajado como periodista e investigadora social en temas de conflicto armado y construcción de paz. Escribe artículos de análisis político para la revista argentina América Siglo XXI y para el semanario Caja de Herramientas de la Corporación Viva La Ciudadanía; y diseña proyectos culturales y políticos para Colombia y América Latina.
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El abogado de los Arrieta se queja ante la embajada de España por la presenci...
El Enigma Colmenares ¿Homicidio o Accidente? . Mauréen Maya
1. Maureén Maya Sierra 9
1. HALLOWEEN:
EL BAILE DE LAS MENTIRAS
Cuando Oneida dio una última puntada con hilo negro a la capa
que Luis Andrés usaría esa noche como complemento para su dis-
fraz, sonó el timbre de la casa.
–Es Lorena –alcanzó a decir Luis sin poder evitar que una esplén-
dida sonrisa se dibujara en su rostro. Oneida repasó a su hijo con la
mirada para asegurarse que fuera bien arreglado. No le gustaban
los cachos, le parecían desproporcionados y a su juicio lo hacían ver
cabezón. Los zapatos negros estaban relucientes, la cola roja cosida
al pantalón estaba bien sujeta y no le impedía moverse con natura-
lidad, el corbatín de satín rojo brillaba emitiendo unos curiosos re-
flejos similares a los de la chaqueta que tenía unos remates en satín
sobre los hombros. El pelo engominado, la camisa negra, el pantalón
perfectamente planchado, y su pose erguida, lo harían ver sin duda
como el diablo más guapo de la fiesta.
–No demoro gordis linda –fueron las últimas palabras que le de-
dicó a su madre, luego le estampó un sonoro beso en la frente y salió
seguido por Gaspar González, su amigo y vecino, a quien llamaban
“Gogozo” y que también iría a la fiesta disfrazado de algo que ni él
mismo sabía explicar. Llevaba una casaca de seda azul brillante con
cuello dorado, un sombrero de copa del mismo color, un pantalón
azul satinado y unas botas Doctor Martin también azules de amarrar.
“En unas horas estará de regreso en casa”, pensó Oneida, recor-
dando que por tratarse de una fiesta especial le había extendido el
PRIMERA PARTE
2. El Enigma Colmenares: ¿Homicidio o Accidente?10
permiso hasta las tres de la mañana. Tan pronto los dos jóvenes atra-
vesaron la puerta, Oneida impulsada por la curiosidad se deslizó ve-
loz hasta el segundo piso para mirar a través de la ventana cómo se
había disfrazado Lorena. Para esta noche especial, ella había elegido
un disfraz de ratoncita Minnie: vestido rojo corto con lunares blancos
y manga sisa, cinturón grueso negro, leggins del mismo color, zapati-
llas amarillas, enaguas de encaje negro que le cubrían hasta la mitad
de las piernas y un moño rojo sobre su lacio cabello oscuro recogido
en media cola. También había optado por un maquillaje discreto,
labial carmesí levemente difuminado sobre los labios, algo de rímel
y un rubor rosa que exaltaba sus rasgos indígenas. Oneida lamentó
que su hijo no se hubiera disfrazado de ratón Mickey, así llegarían a
la fiesta como una pareja, pensó sorprendida, pues justamente esa
mañana le había dicho que esa relación, que apenas nacía, no le
convencía, pues Lorena parecía tener una vida social bastante activa
y estaba acostumbrada a que los hombres la cortejaran, a que com-
placieran sus exigencias y poca importancia daba a sus estudios; y
para Oneida, su hijo no estaba para eso, no sólo porque bastantes
ocupaciones le demandaban sostener en buen promedio las dos ca-
rreras universitarias que cursaba en sexto semestre –ingeniería in-
dustrial y economía– en la Universidad de Los Andes, sino porque no
contaba con los recursos para mantener ese ritmo de vida.
–Tú no estás para esas cosas hijo, ándate con cuidado con esta
niña –le había dicho.
Luigi, como le decían cariñosamente sus amigos y seres que-
ridos, correspondía las miradas que Lorena le hacía de soslayo,
mientras conducía el auto, pensando que a ella le gustaba jugar
con él y llevarlo al abismo de las confusiones; por un lado se porta-
ba como una niñita conservadora y remilgada, pero por el otro, se
mostraba insinuante, traviesa y coqueta; señales contradictorias
que enloquecían a Luis y obsesivamente lo impulsaban a tratar de
revelar el misterio detrás de esta mujer que a veces parecía dispo-
nible y otras muy distante. Así había sido el saludo esa noche, no
fue un beso en la boca pero tampoco en la mejilla, un roce en el
límite de los labios que le confirmó que él no le era indiferente. A
él también le gustaba este juego de oscilación permanente entre
3. Maureén Maya Sierra 11
la seducción y la indiferencia, que siempre lo mantenía en el vér-
tigo, dudando si los coqueteos eran producto de su imaginación
o si realmente estaba ocurriendo algo mágico entre los dos. No
sabía cómo acercarse sin correr el riesgo del rechazo, no se creía al
pie de la letra las frases que ella a veces le lanzaba con expresión
teatral, y que más parecían una estrategia de manipulación que un
impulso de verdadera atracción.
Gaspar, sentado en la parte trasera del carro, advirtió la tensión
de la conquista y propuso abrir la botellita de vodka que Luigi había
recibido días atrás como regalo del amigo secreto, para irse calen-
tando, según dijo, y llegar animados a la fiesta. Luigi no lo dudó pero
exigió que pararan en una bomba de gasolina para comprar unos
vasos desechables y una botella de jugo de naranja –para que no
entre tan fuerte –dijo con picardía.
Las calles oscuras y vacías del barrio les hacían pensar que aque-
llos años felices de su infancia, cuando salían enormes grupos de
niños a pedir dulces cantando “triqui triqui Halloween quiero dulces
para mí, y si no me dan se les crece la nariz”, eran cosa del pasado. El
cándido estribillo final de la canción que había sido reemplazado por
un agresivo y amenazante “y si no me dan, rompo un vidrio y salgo a
mil”, ya tampoco se escuchaba recorriendo la ciudad; la inseguridad
había llevado a que muchos padres autorizaran a sus hijos a recorrer
sólo el área de los conjuntos cerrados o de los apartamentos de los
edificios donde residían, a celebrar fiestas en los salones comunales
y, si acaso, a visitar una casa conocida, pero ya no a aventurarse por
las inhóspitas calles del vecindario y mucho menos por los centro
comerciales. “En Villanueva no es así pensaba Luigi, mientras obser-
vaba la poca vida que se revelaba a través de la ventana del carro
allá la fiesta sigue siendo de los niños”, claro los adultos también se
integran y el pretexto les funciona para salir de la rutina y celebrar
encuentros entre amigos. Es una oportunidad magnífica para beber
y acompañar a sus hijos en el desorden, pero en general las calles
desde el atardecer son copadas por muchos grupos de niños alegres
y maquillados que con enormes calabazas vacías emprenden su re-
corrido nocturno por el barrio con la esperanza de retornar a casa
llenos de caramelos y pequeñas sorpresas.
4. El Enigma Colmenares: ¿Homicidio o Accidente?12
Lorena se detuvo para recoger en su casa a Zenaida Silva, la pa-
reja de Gaspar, quien vestida de princesa, con un traje color rosa y
una discreta corona sobre la frente, los recibió sonriente y se subió
al carro levantándose la falda larga para no pisarla. Tal vez era el
embrujo de la noche, el hermoso disfraz o la ilusión de la fiesta, lo
cierto es que Zenaida, siempre tímida y apocada, esa noche lucía
radiante, incluso hablaba con cierto desparpajo que a más de uno
sorprendió, parecía otra persona; los bucles rubios que colgaban
sobre su frente y su desnudo y largo cuello de cisne blanco, le da-
ban un aire sensual que nadie, ni siquiera su novio, le había reco-
nocido en el pasado. El recorrido, a medida que abandonaban las
zonas residenciales e iban incursionando en áreas comerciales por
amplias y populosas avenidas, se iba complicando. Poco a poco
se sentía el ánimo de fiesta en los trancones, en los jóvenes que
lucían aterradores o curiosos disfraces en las calles, que asomaban
por las ventanas, cantaban y gritaban como si estuvieran en un
carnaval. Era evidente que cada año, los niños empezaban a ser
relegados por adolescentes y adultos que vivían más intensamente
la festividad; para muchos era la oportunidad perfecta para lucir-
se, para bajo la disculpa del disfraz, poder exhibir las bondades de
unos cuerpos cultivados con disciplina o moldeados en mesas de
cirugía, de competir unos con otros y capturar el mayor número de
miradas. La fiesta de Halloween se había convertido en una noche
de exhibicionismo y de rumba descontrolada, aunque se conser-
vaba el espíritu de la tradición que daba vía libre para olvidar lo
demás, para reemplazar las normas de comportamiento y decoro
por el más alocado desorden libre de culpas y remordimientos. Era
una fiesta pagana como aquellas que se celebran en el altiplano
peruano boliviano cuando los cristos son bajados de los altares y
sus ojos son cubiertos con telas durante 48 horas para liberar a los
hombres de su yugo castigador. “Dios ha muerto”, exclaman los
pobladores, mientras las niñas del coro parroquial cantan “tiem-
po santo, tiempo santo”, autorizando a los hombres a cortarse las
corbatas entre sí, a robar, a fornicar, a romper promesas de amor y
fidelidad, a celebrar orgías y vivir con desenfado el caos y la lujuria
permitidos.
5. Maureén Maya Sierra 13
Sin mucho afán siguieron hacia el oriente rumbo a una peluque-
ría donde Willy y Verónica, los estarían esperando listos y perfecta-
mente disfrazados.
Verónica, vestida como ángel negro, con unas enormes alas de
plumas atadas a la espalda sobre un pequeño vestido de satín negro
y profundo escote, estaba casi lista cuando llegaron a recogerla; el
maquillador terminaba de dibujarle un arabesco en tonos oscuros y
violetas junto al ojo derecho y la peluquera le daba el último reto-
que con laca y escarcha sobre su largo y ondulado cabello castaño.
Su rostro pálido y oval del que sobresalían sus enormes ojos negros
irradiaba jovialidad. Cuando vio a sus amigos frente a la puerta le-
vantó la mano con notable entusiasmo, era como si llevara toda una
vida esperando el momento y trató de ponerse de pie, pero la ma-
quilladora se lo impidió.
–Falta sólo un detalle –le dijo con nerviosismo.
–Está bien, está bien, dale, lúcete conmigo –le respondió Veróni-
ca con humor.
Dos minutos después, desfilaba frente a sus amigos para que es-
tos pudieran admirar su disfraz e imponente figura; le encantaba ser
el centro de atención, lo cual dado su característico vozarrón y esa
manera tan particular y exagerada que tenía de mover las manos, no
le era difícil de lograr.
Willy, por la complejidad de su disfraz, no estaba listo todavía.
Muchas manos profesionales se movían a su alrededor ultimando
detalles, secándole la pintura blanca sobre el rostro con un potente
secador para que el maquillador pudiera acoplarle unas extraordi-
narias pestañas ficticias capaces de sobreponerse a las ojeras viole-
tas, y dibujarle pecas sobre los pómulos, manchas oscuras alrededor
de los labios, cejas negras y gruesas y rayos azules delineando sus
ojos color marrón. Aún faltaban las uñas que exigían enorme traba-
jo para convertirlas en aterradoras garras, pues además de necesi-
tar uñas postizas bien adheridas, éstas debían ser limadas en punta
y maquilladas para darles aspecto de suciedad. El cabello, que no
se limitaba a una peluca trasquilada sino que debía lucir desorde-
nado, trenzado en algunas partes y rasta en las patillas, exigía del
uso de lacas y geles que pudieran garantizarle ese estilo rebelde y
6. El Enigma Colmenares: ¿Homicidio o Accidente?14
desaliñado característico de Beetlejuice, aquel siniestro personaje
del inframundo creado por el cineasta Tim Burton. Justamente era
ese aspecto taciturno de ojos hundidos y enrojecidos, piel traslúcida
como la luna y labios de fuego lo que los estilistas con máximo cui-
dado y paciencia trataban de lograr, tomándose para ello el tiempo
necesario. Willy quería lucirse con su atuendo, por eso no dudó en
enriquecer la apariencia del complejo personaje con algunos toques
originales, de modo que a falta de una larga peluca ceniza optó por
una verde fosforescente, para darle un toque menos decadente al
personaje, según dijo, una corbata color vino tinto, que le ajustó
muy bien sobre una camisa blanca, un viejo traje completo de rayas
negras y blancas, un par de guantes de primera comunión y unas
rudas botas negras estilo militar.
Con Verónica a bordo, y la certeza de que Willy, Tobías y Juan
Esteban, los alcanzarían en un taxi minutos más tarde, el grupo de
jóvenes siguió su camino ansioso por llegar a la fiesta en el bar Mi-
rage Home, sitio seleccionado desde hacía varias semanas para ce-
lebrar la noche de las brujas y de paso el cumpleaños de Miguel
Osorio, compañero de universidad. Para ellos era sin duda el mejor
sitio de la ciudad, no sólo era un bar de moda que había alcanzado
cierta popularidad después de que una revista de farándula publicó
un artículo que se difundió de manera viral a través de las redes so-
ciales afirmando que este sitio había sido seleccionado para celebrar
anualmente su entrega de premios a lo más visto de la televisión
colombiana. Además se sabía que los mejores Dj’s siempre estaban
allí animando la fiesta y que sus dueños, un par de jóvenes deser-
tores de la Universidad de Los Andes, se esforzaban por consentir a
su clientela, ofreciendo lo que siempre desearon recibir; incluso se
rumoraba que fuera de licor eran proveedores de otras sustancias y
que dependiendo de la calidad del cliente y de su discreción, podían
hacerse los de la vista gorda ante el consumo de drogas en ciertas
zonas exclusivas que mantenían ajenas a las masas eufóricas que
cada fin de semana acudían a su prestigioso bar.
Las calles de la Zona Rosa se habían transformado en un comple-
to carnaval; miles de personas luciendo estrambóticos atuendos se
amontonaban frente a las entradas de bares y restaurantes, algunos
7. Maureén Maya Sierra 15
asumían la personalidad del disfraz que usaban y trataban de espan-
tar a los transeúntes gruñendo, mostrando filudas garras o incluso
escupiendo llamaradas de fuego por su boca. Lorena avanzaba con
lentitud por la calle 82, cuando súbitamente un hombre disfrazado
de muerte se atravesó dejando caer sobre el capó del carro una gua-
daña plateada. Lorena frenó en seco, el hombre, recostado sobre
el parabrisas de la camioneta, sonreía divertido y batía la guadaña,
mientras Luis Andrés lo observaba aterrorizado. Todos rieron. Unos
segundos después él también lo hizo, cuando logró aplacar su cora-
zón desbocado. Ninguno tomó este hecho como un mal presagio, ni
supo reconocer en ese gesto el llamado de la muerte, y si alguno lo
hizo, no lo comentó.
Tan pronto pasaron frente a la entrada del bar, en dirección a la
zona de parqueo, Lorena se detuvo al caer en cuenta de que no traía
suficiente efectivo, miró a Luis con la esperanza de que él le dijera
que no se preocupara por esa nimiedad, que él la invitaba, pero Luis
no se movió, entonces ella lo miró con disimulado desprecio y le pi-
dió que la acompañara a buscar un cajero y también que tomara el
volante del carro, pues ella no era muy hábil para estacionar.
–Nosotros vamos entrando –respondió “Gogozo” –hay mucha fila
–advirtió y se bajó seguido por Zenaida, su novia, y por Verónica
–nos vemos adentro –exclamó, pero antes de cerrar la puerta del
carro decidió que había que rematar la media botella de vodka que
animadamente habían compartido durante el trayecto. Sirvió medio
vaso, lo combinó con los restos del jugo de naranja que quedaba, lo
batió, dio un gran sorbo y se lo pasó a Luis, que sonriente lo recibió.
Lorena sin pronunciar palabra se acomodó en la silla del copi-
loto y Luis, que se sentía algo incómodo por no poder asumir los
gastos de la noche, arrancó el carro, girando por la carrera 13 en
dirección norte en busca del estacionamiento. En silencio entraron
y en silencio salieron; luego, caminando uno junto al otro, y deba-
tiéndose entre el terror y la fascinación ante todo lo que veían, por
ese despliegue de ingenio y color que se había tomado la noche, se
sumergieron en las calles saturadas de rostros eufóricos de la Zona
Rosa. Luis sin pensarlo mucho, tomó a Lorena de la mano para no
extraviarse entre la multitud.
8. El Enigma Colmenares: ¿Homicidio o Accidente?16
En medio del espanto o el deleite que producían algunos disfra-
ces, era llamativo advertir el esfuerzo y cuidado con el que cada cual
había seleccionado y elaborado su atuendo, la diversidad y la crea-
tividad de algunos disfraces; desde hippies hasta princesas rosadas,
angelitos ligeros de ropa y suaves alas blancas, populares personajes
de películas infantiles del cine americano, marineros, gorilas, Blan-
canieves sin enanos, políticos de fama mundial y hasta un Pablo
Escobar; todos caminaban juntos dispuestos a pasar una noche de
locura. Frente al cajero, Lorena le soltó la mano con brusquedad y
avanzó sola.
–¿Te molesta que nos vean tomados de la mano? –preguntó Luis
sobrecogido.
–Para nada –respondió ella con una sonrisa complaciente –me da
igual pero la necesito libre para usar el cajero –dijo sacudiendo su
mano como si fuera el cuerpo de una bailarina –luego te la devuelvo
–le aclaró picándole el ojo y cerrando tras de sí la puerta de vidrio.
Luis se sintió algo estúpido. “Ella siempre quiere jugar conmigo”
pensó, mientras adoptaba la pose del perro fiel que espera paciente
el regreso de su amo. Minutos después reanudaron en silencio el ca-
mino hacia el bar, ya no iban cogidos de la mano; Luis esperaba que
ella tomara la iniciativa y ella que él volviera a intentarlo. Cuando lle-
garon se sorprendieron por la enorme acogida de la fiesta, la entra-
da estaba llena de monstruos, brujas, vaqueros, ángeles y piratas, y
ellos para no tener que abrirse paso a empellones entre la multitud,
se acomodaron a un costado de la acera y llamaron a Jenny, la amiga
de la universidad responsable de entregar las invitaciones, para avi-
sarle que ya habían llegado y que la estaban esperando en la calle.
–Mira quién va allá –exclamó Luis repentinamente. Lorena le-
vantó la mirada que en ese momento tenía fija sobre sus zapatos
al advertir que un chicle se había pegado en la suela derecha de su
zapatilla amarilla de terciopelo.
–No sabía que estaría por acá –mintió tratando de disimular el
enojo que la imagen le producía. Se trataba de Marcos Bárcenas,
su exnovio con quien hacía apenas un mes atrás había terminado
una tortuosa y apasionada relación de tres años. Marcos caminaba
erguido luciendo su disfraz de policía americano, camisa y pantalón
9. Maureén Maya Sierra 17
negro, tirantes amarillos y una estrella plateada sobre el pecho en
compañía de una joven robusta, de baja estatura, cabello claro y en-
sortijado que vestía una minifalda rosa, una blusa blanca con bom-
bachos en las mangas y llevaba un abrigo negro entre los brazos;
un disfraz que Luis no pudo interpretar pero que Lorena identificó
como de muñeca y por el cual concluyó con risa “es la nueva muñeca
de Bárcenas”. Luego giró para mirar en otra dirección, no quería que
las miradas se cruzaran pero sí quería que él la viera, hermosa y ra-
diante acompañada por el Negro que era guapo y llamativo; “míra-
me, mírame”, le dijo con la mente, pero Marcos, apoyando su brazo
en el cuello de Sabrina siguió de largo sin advertir su presencia, sin
verla vestida de Minnie, sin poder apreciar su nuevo y voluptuoso
pecho, sin percibir su alegría de mujer soltera. “Ya me verá adentro”
pensó siguiéndolo con la mirada hasta la entrada del bar, “y cuando
lo haga se dará cuenta que pudo haber venido con mejor compañía;
esa gorda no me llega a los tobillos” se consoló mentalmente miran-
do a Luis quien sin palabras la cuestionaba.
Aunque se sentía superior a la acompañante que Marcos había
elegido para asistir a la fiesta, y a todas las que pudieran estar dentro
del mismo bar, le producía cierta tristeza rabiosa advertir la placida
alegría de su ex pareja, la sonrisa de ella, demasiado grande, dema-
siado evidente para su gusto, ese cuello blanco y ancho surcado por
los dedos de él, su pecho amplio y generoso como a él le gustaba,
esa detestable expresión de complacencia que parecía alejarla de
las miradas y de todo cuanto sucediera a su alrededor, y sin poderlo
evitar una nube de dolor se apoderó de sus sentidos. Recordó la
última discusión con Marcos, aquella tarde cuando se citaron en un
café próximo a su casa con el pretexto de resolver amigablemente
sus viejos y recientes conflictos en un sitio neutral; pero las hilachas
de un amor desgastado por al abuso y las mutuas infidelidades im-
pidieron un trato cordial entre ellos, sólo se escucharon los aullidos
de sus egos heridos y una lluvia de frases violentas y de reclamos di-
chos a destiempo que los dejaron vencidos y agotados; era evidente
que ninguno había acudido al encuentro con un ánimo conciliador,
los dos habían llegado armados, llenos de resentimiento, dispues-
tos a expulsar demonios y a destrozar al otro; ya estaban listos para
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ponerle punto final a una relación que se había convertido en un
calvario y que entre juegos infantiles trataban de disimular. No podía
olvidar cuando, con marcado desprecio, Marcos le dijo que estaba
aburrido de sus celos, de su control y de sus berrinches; que afuera
había mujeres de verdad dispuestas a estar con él, ¡no niñitas mal-
criadas que ni siquiera tenían tetas! Fue un golpe bajo a su estima,
una cruel bofetada a su vanidad de mujer; un profundo dolor que
sólo con el tiempo, el dinero de papá y el mejor bisturí de la ciudad,
recién empezaba a superar.
Jenny apareció sonriente en la puerta con los pases de entrada.
Con dificultad se sostenía sobre sus tacones de puntilla color rosa,
pero aun así aceleró el paso para ir al rincón donde ellos la espe-
raban enfrascados en una conversación que en la distancia se leía
romántica y que les impedía apartar la vista del uno en el otro. Jen-
ny, enfundada en un vestido de cabaretera norteamericana que de
inmediato hizo que Luis evocara los tiempos aquellos en los que las
mujeres debían soportar la tortura del corsé para verse más volup-
tuosas ante los hombres, aunque en esta ocasión encontró acertada
la prenda. Estaba impactado, nunca había visto a su amiga y compa-
ñera de estudios desde hacía cuatro años tan radiante como esa no-
che, y ciertamente los tacones rosados, aunque parecían tortuosos,
estilizaban su figura robusta y la hacían imponente. Jenny los saludó
con un beso en la mejilla, les dijo que estaban guapísimos, que eran
la pareja más linda que había llegado a la fiesta y les advirtió que el
sitio estaba a reventar, que el calor, pese al aire acondicionado, era
infernal.
–Estaré en mi ambiente entonces –concluyó Luis rápidamente,
tocándose los cachos de su disfraz de diablo. Todos rieron.
Luis y Lorena se tomaron de la mano orgullosos y siguieron a Jen-
ny con paso apresurado para cruzar la puerta oscura y estrecha de
entrada al bar.
Mejor sitio no podían haber elegido. El bar se ubicaba en una es-
quina de la Zona Rosa de Bogotá, en los dos últimos pisos de un edi-
ficio negro de vidrios polarizados, fachada plana y sin mayor gracia
arquitectónica; en la primera planta había salones independientes,
marcados por la recreación de un estilo en cada propuesta decorati-
11. Maureén Maya Sierra 19
va. Era posible degustar una copa de licor en una barra estilo cantina
francesa, pasar luego a un hall femenino de mesas bajas y puffs de
colores pastel que obligaban a tener las piernas abiertas y el cuerpo
doblado o se podía avanzar a un salón cálido dispuesto para compar-
tir un encuentro furtivo en los enormes sofás que junto a chimeneas
siempre encendidas, ofrecían la calidez y discreción de la luz tenue.
También estaban los salones fríos y metálicos para quienes pre-
ferían los ambientes clásicos y sobrios, o los espacios abiertos y des-
pejados para el baile sin control, donde sólo se ubicaban algunos
mesones pesados de mármol dispuestos en las esquinas, para dejar
las copas junto a labrados candelabros hebreos de siete cuerpos y
base hexagonal que decoraban el salón. Espejos británicos curvos
de Overmantels o algunos otros con marco en bronce labrado estilo
Luis XV colgaban de las paredes, siendo siempre los más llamativos
los dos de la entrada que habían sido diseñados tomando como re-
ferencia la moda parisina del siglo XIX. A la derecha del bar esta-
ba la barra principal, negra y larga, surcada por ojos metálicos que
pestañeaban emitiendo destellos azules intermitentes, en medio de
dos paneles enormes con luces rojas y amarillas zigzagueantes, sillas
redondas en fibra de vidrio que se ajustaban a la estatura de cada
cliente y desde donde se podía apreciar una exposición de fotogra-
fías de modelos y artistas que habían pasado por el sitio. El área
central tenía una pequeña pista de baile, una tarima para artistas en
vivo, cabina de sonido, una terraza curva al fondo, un jardín lateral
con jaulas de pájaros pequeños y escaleras de gato para subir a una
azotea vigilada. Para lograr esta multiplicidad de ambientes y deta-
lles decorativos, los dueños del bar no habían escatimado tiempo
ni recursos; habían acudido a decoradores internacionales de gran
prestigio y durante algunos meses visitaron los más sofisticados y
exitosos bares de Barcelona, Ámsterdam, Berlín, Londres, El Cairo
y Jerusalén para copiar algunas de sus propuestas; el objetivo era
ofrecer un espacio único, inimitable, donde el cliente tuviera la posi-
bilidad de cambiar de ambiente y de sensaciones en un mismo lugar.
Los baños también habían sido diseñados con meticuloso cuida-
do; los masculinos ofrecían cómodos sillones con mesas y ceniceros,
servicio permanente de striptease de voluptuosas adolescentes que
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danzaban dentro de una cabina de vidrio sellada con una peque-
ña ranura a través de la cual los clientes las animaban depositan-
do algunos billetes, había cubículos de metal dotados de pañuelos
faciales, cucharitas de plata, y gotas nasales, incluso se ofrecía un
botiquín para las emergencias con AlkaSeltzer, aspirinas y cajas de
rapé a 10 dólares.
El baño de las mujeres, más sereno y amable en los detalles, con-
sideraba todas las eventualidades que pudieran presentarse en una
noche de fiesta. De las paredes cubiertas con papel tapiz de flores,
además de grandes espejos y curvos con lupas; junto a los lavama-
nos había un dispensador de muestras gratuitas de perfumes de
marcas reconocidas, paños desmaquillantes, pegante de uñas, cos-
turero y hasta una caja proveedora de medias veladas de todas las
tallas, colores y materiales, desde nylon hasta cachemir.
Mirage Home era un sitio exclusivo pensando para lo que algunos
suelen llamar gente bien en Bogotá, personas lindas, bien vestidas,
que si eran pobres lo ocultaran y si eran ricas no lo disimularan. Un
lugar perfecto para los nuevos ricos de la capital.
Lorena y Luis siguieron rápidamente a Jenny por las escaleras,
tenían afán en llegar a la fiesta pero ninguna causa justificada para
la prisa, nadie preguntaba las razones para entrar corriendo pero
todos lo hacían, era como si temieran encontrar la puerta cerrada.
Jenny, que parecía la recepcionista de la fiesta, les indicó que en
el cuarto piso podían dejar los abrigos y los bolsos, Lorena se los
entregó a un hombre risueño y amable, quien a cambio le dio una
ficha roja con el número 127 para ser usada como pulsera, Luis se
la acomodó en la mano izquierda, para evitar que se enredara con
el reloj que usaba en la otra muñeca. En la entrada del bar se detu-
vieron unos segundos para inspeccionar el sitio antes de exponerse
a la mirada inquisidora de los asistentes, era cierto que estaba a re-
ventar y que unos a otros se auscultaban con la mirada aprobando
o desaprobando atuendos, compañías y comportamientos; Luigi y
Lorena se tomaron de la mano y avanzaron seguros y triunfantes
como si desfilaran por una pasarela; para él era importante que los
vieran llegar juntos porque creía haberse ganado el honor de asistir
con la niña más linda de la facultad, aunque estuviera lejos de serlo,
13. Maureén Maya Sierra 21
y para ella, era la oportunidad de que Marcos Bárcenas y sus amigos
la vieran con otro hombre, que se dieran cuenta de que no sufría
por la ruptura y que podía estar con quien quisiera y cuando quisiera
porque tenía bastante de donde escoger.
Rápidamente ubicaron a sus amigos, que sentados cerca de la
barra habían pedido una botella de vodka con una jarra de jugo de
naranja, y se acercaron seguidos por un cúmulo de miradas curiosas
que pretendieron ignorar. Todos levantaron la copa para brindar por
la que sería una gran noche, se tomaron algunas fotos y pronto se
vieron inmiscuidos en una conversación insulsa, criticando disfraces,
tratando de descubrir la identidad de algunos compañeros no re-
conocibles tras máscaras y exóticos maquillajes, especulando sobre
nuevos romances, infidelidades y rupturas amorosas insospechadas.
Lorena reía animadamente, tomando por breves momentos la mano
de Luis o lanzándole miradas sugestivas. Desde lejos parecían estar
felices y compenetrados.
Bailes insinuantes se desataban sobre la pista ante la mirada ató-
nita de algunos, la alharaca destemplada de los que empezaban a
pasarse de copas retumbaba sobre las paredes tratando de impo-
nerse sobre la música y las cientos de conversaciones simultáneas
que se escuchaban como un zumbido ensordecedor. Incluso ya va-
rias parejas habían pasado a los baños para hacer “un rápido”, un
encuentro sexual veloz sin nombres ni explicaciones y, por supues-
to, sin expectativas afectivas. Por más que trataran de ser discretos,
siempre había alguien oteando, llevando la cuenta de estos encuen-
tros y calificando de perras a las mujeres que participaban y de varo-
nes a los hombres que lograban realizar más de tres rápidos durante
la noche.
Había transcurrido el tiempo exacto para no perecer en la fatiga
verbal y no desocupar la botella en una sola sentada, cuando sonó el
mismo vallenato que una hora antes venían escuchando en al carro;
era demasiado para ser coincidencia pensó Luis; se trataba de “El rey
de la mujeres” de Peter Manjarrés; fue una especie de bienvenida
que sólo ellos dos pudieron entender.
Quizás a Luis lo que realmente le emocionaba de esa canción no
era tanto la letra, aunque en algo se identificaba, sino que el cantan-
14. El Enigma Colmenares: ¿Homicidio o Accidente?22
te, que era amigo suyo de infancia, en algún aparte del coro decía:
“… a Luis Andrés Colmenares Escobar en Bogotá...”.
“Y yo no soy, no soy bonito (bis)
pero todas las mujeres quieren que les dé un besito
y yo no soy, no soy bonito (bis)
tengo sabor y mucho estilo… ”.
Con la sola mirada la invitó a bailar y ella aceptó entusiasmada.
Tomados de la mano caminaron hacia la pista desierta en la que aún
pocas parejas se animaban a bailar esta tonada caribeña. Lorena al
comienzo quiso marcarle la debida distancia, pero luego ella misma
lo fue acercando a su cuerpo, le bajó la mano para colocarla a la
altura de su muslo y le besó el cuello con cariño. Una ola tibia de pla-
cer recorrió el cuerpo de Luis Andrés, la apretó con fuerza contra su
pecho sintiendo cómo esa lengua larga y a veces venenosa avanzaba
resuelta por su oído. Se dejó arrastrar por sus trampas sin oponer
resistencia, sin pensar en qué momento sería arrojado al vacío del
desamor; por un breve instante todo desapareció a su alrededor, los
amigos que con picardía los observaban en la distancia, la música, el
suelo, los muros, el edificio, todo se esfumó en el calor de ese abrazo,
sólo eran ellos dos, esa lengua sedienta, ese tibio estremecimiento
que sofocaba los sentidos y que él llamaba amor y ella provocación.
“Y yo no soy, no soy bonito
y yo no soy caribonito
ahora dicen por ahí que soy el rey de las mujeres
preguntan qué es lo que tengo
ellas todas me prefieren… ”.
Sin embargo, cuando él respondió y trató de besarle los labios,
ella reaccionó con enojo y lo empujó.
–¡No, Negro! –le dijo en voz alta haciendo que varios ojos se fija-
ran en ellos.
Luis, algo avergonzado, levantó la mirada para comprobar con
desilusión que arriba, con la quijada apoyada en la baranda del bal-
cón del segundo piso, Marcos Bárcenas, los observaba con satisfac-
ción y levantaba la mano para saludarlo en ademán de burla. Luis
bajó contrariado la cabeza. Había sido arrojado al limbo de la me-
lancolía, de los celos y de la frustración; se sintió tonto y abatido.
15. Maureén Maya Sierra 23
Miró a Lorena que firme pero expectante lo esperaba para continuar
el baile, pero Luis sin musitar palabra y sin rencor en la mirada se
alejó de prisa dejándola a ella, entre apenada y divertida, sola en la
mitad de la pista. Lorena, fingiendo que no se sabía observada por
Marcos apenas levantó los hombros con despreocupación y lanzó un
hondo suspiro. –Pobres hombres –dijo en voz baja, apenas para ser
escuchada por las parejas que bailaban junto a ellos. Gaspar, quizá
sintiéndose comprometido con Luis al haber llegado con él a la fies-
ta, la miró con desaprobación y salió presuroso detrás de él, para
alcanzarlo en la entrada del baño.
–Es que esa mujer me descontrola, me acaricia, me excita, me
chupa la oreja y cuando la voy a besar me rechaza, está jugando
conmigo… –exclamó Luis cuando sintió el brazo de su amigo sobre
su espalda.
–Eso ya lo sabemos todos –le dijo con mofa– pero fresco, sígale el
juego, disfrútela, boba y todo pero está buena, cómasela y ya, que
eso es lo que ella quiere, pero no se enrede… –Luis le respondió con
una mirada enardecida.
–Perdón no se ofenda, no sabía que la quería para algo serio…
–No, sabe que ya no, la quería pero ya no, esta noche me he dado
cuenta que ella no es la mujer de mi vida, aunque me gusta mucho,
mucho…
–Pero, ¿qué le ve? La nena si es medio bonita, las cirugías la pu-
sieron buena pero es una tonta engreída…
–Lo sé, pero eso es lo que me gusta, lo arrogante, lo desafiante
que es, no sé, esas ínfulas de superioridad que tiene… pero no, ya
entendí, no es para mí…
–Mejor así hermano, se lo digo por su bien, esa vieja no es para
nada serio, y además… –Gaspar trató de alejarse en dirección a los
orinales.
–Además, ¿qué? –dijo Luis con enojo.
–Le cuento si no se emputa –respondió Gaspar acercándose de
nuevo.
–No me emputo, qué más da… diga… –su voz era de derrota.
–Ella está saliendo de nuevo con Valdivieso, todo el mundo sabe
que ella le puso los cachos a su ex con él, pero otra vez andan juntos
16. El Enigma Colmenares: ¿Homicidio o Accidente?24
y también dicen que sale con otro man de diseño.
–¡Cuentos! –exclamó– bueno, lo del Valdi ya lo sabía, él está re-
tragado, pero ella no le da ni la hora…
–¿Ah, no? ¿Entonces por qué almorzaron hoy en Astrid & Gas-
tón?, todo el mundo los vio, estaban súper cariñosos, se daban be-
sos, parecían novios… –tomó aire sin saber si erraba o acertaba en
su intento de abrirle los ojos al amigo– que pereza que sea yo el que
le tenga que contar… –dijo sin detenerse– por eso todos estaban
sorprendidos cuando los vieron llegar juntos, ¡esperaban que ella
viniera con él, no con usted!
Luis parecía agobiado, bajó la vista con los brazos extendidos apo-
yados sobre el lavamanos, miró la punta de sus zapatos negros, era
el mismo rumor de siempre, una y otra vez lo mismo, el mismo gol-
pe, la misma duda devorando sus tibias alegrías, no quería escuchar
más, no quería saber, pero al mismo tiempo clamaba por un poco
de piedad.
–¿Usted los vio?
–No, pero Juan sí y él me contó, y usted sabe que el man es súper
serio y discreto, así que si me lo dijo es porque así fue y porque está
preocupado por usted. Despierte parce, todo el mundo se da cuenta
que la nena sólo quiere que le ayude a pasar el semestre, porque es
una vagaza total, lo está utilizando… además la gente comenta que
ella sigue tragada de su ex.
Luis recordó de inmediato las palabras de su mamá días atrás
cuando él le pidió permiso para salir a un bar con Lorena. “Ten cui-
dado hijo, no sea que esa muchacha te esté utilizando para darle
celos a su novio… ”. Luis sonrió. “Que va mamá, esa relación ya está
rota desde hace rato, a Lorena ya no le interesa, pero no te preocu-
pes, iré con cuidado” le dijo, queriendo creer que así era.
Luego recordó las palabras de su amiga Lina, una caleña despreo-
cupada que amaba más el violín que las clases de diseño que de-
bía soportar por imposición de sus padres que consideraban que la
música estaba bien como hobby pero no como un oficio decente,
porque según sus prejuicios todos los músicos eran marihuaneros
con vidas licenciosas que terminaban muriendo de hambre en casu-
chas sucias y desvencijadas. Gracias a su buen juicio, Lina se había
17. Maureén Maya Sierra 25
convertido en su más fiel confidente. Un mes atrás Luis le envió un
mensaje pidiéndole consejo: “Tú que me conoces, y conoces a Valdi-
vieso, eres la única que puede aconsejarme. Me imagino que el Valdi
en los primeros semestres te habló de Lorena Carreño, la piernona,
como él le dice, que gustaba. Pues imagínate que ella estaba en el
paseo y las cosas están funcionando… pero ella se siente confundida
por el Valdi y al Valdi aún le gusta ella. Y yo estoy como en la mitad
de un algo que si me aparto sé que sucede, pero si me quedo sé que
puede pasar algo entre nosotros…”.
Lina le respondió ese mismo día diciéndole que fuera con calma,
que perseverara si de verdad la quería y confiara; si ella lo merecía
sabría tomar la mejor decisión, pues a leguas él era muy superior a
Valdivieso, pero que en caso contrario, no se habría perdido de nada
porque ella le habría demostrado que no lo merecía. Esta respuesta
logró tranquilizarlo y, de cierto modo, hacer que los pros de ir a la
fiesta con Lorena, que había anotado en un cuaderno, se impusieran
sobre los contras.
–No se amargue más por esa nena, niñas lindas es lo que hay en
este mundo y mejores que ella. Vea parce, hágame caso, no le dé im-
portancia, sea indiferente y verá como cae rendida a sus pies, góce-
sela un rato pero no se enamore. Además viejo, estamos de rumba,
no vinimos a chillar como nenas sino a pasarlo bueno.
–Pues sí, estamos de fiesta –respondió Luis pasando saliva y ale-
jando el llanto que avanzaba bajo sus párpados– no le voy a dañar la
noche a nadie, ¡qué va!, vamos a rumbear que pa’ eso vinimos –dijo
con vehemencia, se echó un poco de agua en la cara, se secó con
un pañuelo desechable y volvió a la rumba invadido por una nueva
actitud, nada de celos ni de reclamos, se dedicaría a disfrutar de la
noche con Lorena o sin ella, como un hombre de verdad. Total, era
cierto que había venido a pasarla bien con sus amigos, no a amar-
garse por ella.
Los dos regresaron al salón riendo y conversando como si nada
hubiera sucedido, Luis se integró al grupo de amigos con natura-
lidad, se sirvió otro vaso de vodka con jugo de naranja y empezó
a participar animadamente de la conversación. Escuchó algunas
frases intrascendentes sobre el “rápido” de una compañera con un
18. El Enigma Colmenares: ¿Homicidio o Accidente?26
desconocido en el baño de hombres, la escena de celos de la eter-
namente cachoneada de la universidad, el infortunado vestido de
aquel, el maquillaje saturado de aquella, risas livianas, uno que otro
brindis, y cuando empezó otra tanda de vallenato no lo dudó un ins-
tante y fue en busca de su amiga Jenny, que seductora lo observaba
desde la barra.
Bailaron varias canciones y rieron como hace mucho tiempo no lo
hacían; Luis le confesó que pensaba seguir siendo el rey de las muje-
res y que sólo cuando encontrara a la madre de sus hijos se dejaría
invadir por la fiebre del amor.
–Total, con dos carreras y manteniendo siempre el más alto pro-
medio en ambas, tampoco es que te quede mucho tiempo libre para
conquistar a nadie –le respondió Jenny en tono de complicidad.
–Todos dicen que nosotros hacemos muy buena pareja…
–Todos hablan mucho… –le respondió ella.
–Nos va mejor como amigos, ¿no es verdad? –dijo Luis Andrés
levantando la mirada– si nos hacemos novios, peleamos y nos ale-
jamos, como amigos siempre podemos estar juntos, contarnos las
cosas y darnos apoyo en las duras y en las maduras.
–Así es mi Luigi, tú sabes que yo te quiero como un hermano.
–Y yo a ti como una hermana –le susurró besándole la mano con
dulce galantería.
Luis de nuevo se veía feliz, bailaba emocionado con su amiga, ha-
cían vueltas extrañas, se cruzaban los brazos por la espalda y por el
frente como si ensayaran una coreografía aprendida de memoria,
hacían una bonita pareja aunque no lo fueran.
–Mi buena amiga Jenny es la mujer más linda de la fiesta –excla-
mó exaltado.
–¡Ya estás borracho!
–No, no estoy borracho, sólo digo la verdad…
–¿Te gusta mi disfraz? –preguntó ella con coquetería, alejándose
un poco para que él pudiera observarla.
–Es como de cabaretera gringa, ¿cierto?
–¿No te gusta?
–Me encanta, te ves remamacita, desde que te vi en la entrada
me pregunté si traías corsé.