2. En C uenca, ciud ad d e m isterios, enigm as y em ped rad as calles repletas d e pasajes históricos
se cuenta una leyend a en la que antaño, un joven m ozo se enam oró d e una bella d am a, la
m ás lind a que jam ás hab ía pisad o las calles d e esta ciud ad , pero la cu ál escond ía tras su
belleza un terrible secreto.
D esd e la calle Pilares, bajand o por un precioso em ped rad o, llegam os a la erm ita santuario
d e las Angustias, erigid a en el siglo X IV, aunque la actual d ata d el siglo X VIII y es el
lugar d ond e se centra esta leyend a.
3. Vivía por estas calles un herm oso
m uchacho, hijo d el oid or d e la villa. El
bello zagal, en ed ad d e efectuar sus
correrías, no d ejaba una sin probar, y
así tom ó fam a d e m entiroso,
pend enciero y, ad em ás, bravucón; a
nad a d e ello pod ían d ar créd ito sus
fam iliares, pues el honorable cargo
que d esem pe ñaba el pad re era, sin
d ud a, signo d e buena estirpe y
d escend encia.
Pero d e cóm o fueron las cosas en
aquella época nad ie lo sabe, el caso es
que el m uchacho corría una tras otra a
tod as las d oncellas casad eras d el lugar
y, luego d e cortejarlas y conseguir sus
prop ósitos placenteros, las d ejaba
plantad as, sin m ás.
4. Pero un d ía, conoci ó a una d am a bellísim a com o la luna y sed uctora com o el d iam ante;
ad em ás era forastera y reci én llegad a a la ciud ad . C uand o paseaba por las calles, las
m ujeres bajaban sus m irad as y d e reojo m iraban qu é hom bre era el prim ero en
lanzarle una sonrisa, pues la chica d ejaba a tod o el m und o con la boca abierta por su
belleza e irresistible im pulso.
L os jóvenes salían a su encuentro para sim plem ente salud arla e intercam biar un
buenos d ías o buenas tard es, cosa que siem pre hacía sim p ática y risue ña. H asta que
un buen d ía, nuestro apuesto galán d ecid i ó lanzarse y presentarse. L a herm osa m ujer
lo correspond i ó y le d ijo que se llam aba D iana. C ontento y presuntuoso, se fue con el
resto d e sus am igotes para vacilar un poco ante ellos d e que ya sab ía incluso su
nom bre.
5. D iana, que tonta no era, tam bi én se percató d e la belleza del joven, al que con el tiem po fue
conociend o m ejor, pero viendo sus claras intenciones, le d aba largas y largas.
El m uchacho cam bi ó, se qued ó ensim ism ad o con D iana, estaba totalm ente obcecad o con
ella y con hacerla suya, algo que ella le pon ía m uy, m uy difícil. Q uiz á por eso d e que a los
hom bres nos gustan los logros d ifíciles, éste se lo tom ó com o tod o un reto personal e
incluso d eclin ó las ofertas d e sus am igos, con los que iba d e correrías.
Y una m añana, en vísperas d e Tod os los Santos, D iana le hizo llegar una m isiva que el
joven leyó sorprend id o y d e m uy buen agrad o: “Te espero en la puerta d e las Angustias.
Seré tuya en la N oche d e los D ifuntos”.
6. Por fin el m uchacho iba a conseguirla. Esa noche se arregló tanto com o pud o. C on sus
m ejores ropas y las fragancias m ás sublim es que guard aba para las ocasiones especiales,
sali ó a conquistar a esa dam a que tan loco lo volvía.
Pero esa noche se fragu ó una torm enta. L os truenos retum baban y el cielo se ilum inaba
com o si d e fuego se tratase. Él d eb ía estar a la hora prevista en el lugar d ond e D iana lo
hab ía citad o. Y allí, raud o y veloz, cruz ó las cuatro calles que lo separaban d e la puerta d e
las Angustias y vio a la bella d oncella, ataviad a con ropas que parecían d e princesa.
Su coraz ón latía m ás d e prisa a cad a paso que d aba, y su d eseo era tan ard iente que las
botas parecían quem ar las plantas d e sus pies y lo hacían alargar las zancad as.
7. Ella estaba en el atrio y él se abalanz ó contra ella, que le respond i ó con unos besos tan d ulces
y tiernos que el m uchacho, loco d e d esesperaci ón, fue intensificand o sus caricias hasta que
sus m anos com enzaron a levantar su fald a.
L os truenos caían y los relám pagos ilum inaban los rostros d e los d e los capiteles d ejand o
intuir som bras d iablescas, pero los d os jóvenes estaban tan arrebatad os por la pasi ón que
no se percataron ni d e la torm enta.
Ella, casi tan encend id a com o él, incluso levantaba su falda m ás aprisa con el fin d e que el
m uchacho consiguiera su prop ósito. C uand o d escubri ó sus preciosas y blancas piernas, vio
que llevaba unos chapines altos. El m uchacho fue quitánd ole el d erecho poco a poco y d e
repente cayó un rayo que ilum in ó d e pleno el pie d e D iana, que resultó no ser un pie, sino
una pezu ña; y su pierna, la d e un m acho cabrío .
8. Aterrorizad o, el joven tiró el zapato y sali ó corriend o d and o gritos d e terror y
espanto. A su vez D iana, que era el m ism ísim o d iablo, con una voz profund a,
cavernosa y estrepitosam ente d esgarrad a, lanzaba carcajad as que resonaban entre
las antiguas pied ras d el santuario.
El joven, presa d el p ánico, se abraz ó a la cruz que hab ía en la puerta d e las
Angustias; el d iablo se abalanz ó sobre él, lanz ánd ole un zarpazo al tiem po que
sonaba un trueno inm enso. C uand o el chico abri ó los ojos, el zarpazo le hab ía
rozad o el hom bro y hab ía d ejad o una m arca en la pied ra, tod avía hum eante.
9. Se d ice que el chico ingresó en
el santuario d e las Angustias
y nunca m ás volvi ó a ver la
luz d el d íaÉ . ni d e la noche.
Y allí, en la puerta d e este
lugar, pod em os ver la
fam osa cruz d e pied ra a la
que el joven apuesto y
bravucón term in ó por
agarrarse para salvarse d el
zarpazo d el d iablo, que
qued ó grabad o en la pied ra y
que tod avía pued e verse.
11. DIRECCIONES DE LOS RECURSOS UTILIZADOS
http://listas.20minutos.es/lista/leyendas-espanolas-grandes-
misterios-310787/
http://tejiendoelmundo.wordpress.com/2009/10/02/la-
leyenda-de-la-cruz-del-diablo-en-cuenca/