El documento resume dos discursos de Mussolini en los que defiende el estado corporativo y el fascismo. En el primer discurso de 1933, Mussolini afirma que el corporativismo reemplaza al liberalismo económico y al socialismo, creando una nueva síntesis económica controlada. En el segundo discurso de 1932, Mussolini predice que el siglo XX será el siglo del fascismo y que bajo los principios fascistas Italia se convertirá en la rectora de la civilización por tercera vez.
1. MUSSOLINI Y EL ESTADO CORPORATIVO
“Cuando, por medio de la creación de la Milicia, guardia armada del Partido y de la
Revolución y por la constitución del Gran Consejo, órgano supremo de la Revolución,
se golpeó con un solo golpe la práctica y la teoría del liberalismo, entonces nos metimos
definitivamente por la vía de la Revolución.
Hoy estamos enterrando el liberalismo económico. El corporativismo desempeña en el
terreno económico el mismo papel que el Gran Consejo y la Milicia han desempeñado
en el plano político (aplausos).
El corporativismo es la economía disciplinada y por consiguiente, controlada, porque no
es posible una disciplina sin control.
El corporativismo supera al socialismo y al liberalismo, creando una síntesis nueva
He aquí un hecho sintomático, sobre el que se ha reflexionado muy poco: la decadencia
del capitalismo coincide con la decadencia del socialismo. Todos los partidos
socialistas de Europa están por los suelos. Y no me refiero solo a Italia y a Alemania,
sino también a otros países”.
Octubre de 1933.
UN DISCURSO DE MUSOLINI - 1932
“Hoy os digo a vosotros, multitud inmensa, que el siglo XX será el siglo del fascismo
(aplausos); el siglo de la potencia italiana (ovaciones); el siglo en que Italia será por
tercera vez rectora de la civilización humana (una mayor ovación), pues fuera de
nuestros principios no hay salvación para los individuos ni los pueblos (ovación).
En el transcurso de diez años – y ello puede comprobarse sin jugar a profeta – estará
Europa cambiada. Se han cometido grandes injusticias, también contra nosotros y, sobre
todo, en contra nuestra. Y no hay nada más triste que el deber, que recae sobre
nosotros, de defender el sacrificio de sangre efectuado por el pueblo italiano. Tengo
que repetirlo una vez más; el heroísmo individual y colectivo del pueblo italiano durante
la guerra fue considerable y no tuvo comparación con cualquiera de los otros ejércitos
(gigantesca ovación). Y de haber existido un gobierno que hubiera impuesto una severa
disciplina en el interior, azotando con el látigo a los mercaderes (ovación) y castigando
con el máximo rigor a los derrotistas y traidores (gran ovación), tendría hoy la historia
de la guerra italiana tan sólo páginas resplandecientes. Pero solo se ha querido ver lo
que en otros países también ocurre: que algunas unidades, tras desafortunadas y
sangrientas ofensivas, se retiran y, con frecuencia, en el mayor desorden.”