3. Vivir en compañía.
Vivir en soledad.
La soledad física.
La soledad espiritual.
La soledad sobrevenida.
El divorcio.
La muerte.
“No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18). Dios creó al ser
humano para vivir en compañía. Éste es, pues, su estado ideal.
No obstante, hay personas que viven en soledad, ya sea porque las
circunstancias les han obligado, o por decisión propia.
A la luz de las
enseñanzas bíblicas,
analizaremos la
compañía y la soledad.
4. “Más valen dos que uno, porque obtienen más
fruto de su esfuerzo” (Eclesiastés 4:9 NVI)
Salomón da razones de peso para invitarnos a
compartir nuestra vida con una persona en
matrimonio, y con Dios (“¡La cuerda de tres hilos
no se rompe fácilmente!” (Eclesiastés 4:12 NVI)).
Si uno tiene un problema, su cónyuge puede
ayudarle. Si se desanima, el otro le animará.
Juntos, pueden resolver situaciones que no
podrían resolver por separado.
Aún a nivel menos íntimo que el matrimonio, las
personas necesitamos compañía.
Pero el solo hecho de estar cerca de otras
personas no significa que alguien no pueda
sentirse solo, enajenado y necesitado de
compañerismo.
5. ¿Contradice el consejo de Pablo el
consejo dado por Dios en Génesis 2:18?
Aconsejando sobre la vida familiar,
Pablo nos sorprende con estas palabras.
Pero, inmediatamente, aclara que este
consejo deben seguirlo aquellos que
tienen “don de continencia” (v. 9). Es
decir, Dios les ha dado el don de no
necesitar tener una vida conyugal.
Por otra parte, la persona soltera puede
dedicarse más plenamente al trabajo
misionero (v. 32-33). Así lo hicieron
Jeremías (soltero) o Ezequiel (viudo).
Aún en soledad, no necesitamos estar
completamente solos. Jesús dijo: “no
estoy solo, porque el Padre está conmigo”
(Juan 16:32).
6. “Porque tu marido es tu Hacedor; Jehová de los ejércitos es su nombre;
y tu Redentor, el Santo de Israel; Dios de toda la tierra será llamado”
(Isaías 54:5)
Una persona está espiritualmente sola
cuando su cónyuge no comparte su fe.
Debe vivir su vida espiritual en soledad.
No puede orar con su cónyuge, ni asistir a
la iglesia con su esposo o esposa.
Hay tres motivos por los cuales puede una
persona encontrarse en esta situación:
Por haberse casado con una persona
no creyente.
Por haber aceptado a Cristo estando
ya casado o casada.
Porque el cónyuge creyente ha
abandonado la fe.
Es importante que apoyemos, personalmente y como iglesia, a estas
personas brindándoles su amor y apoyo de forma especial.
7. “«Yo aborrezco el divorcio —dice el SEÑOR, Dios de Israel—, y al que
cubre de violencia sus vestiduras», dice el SEÑOR Todopoderoso. Así
que cuídense en su espíritu, y no sean traicioneros” (Malaquías 2:16 NVI)
El divorcio rompe el plan original de
Dios para la familia. Pero a causa del
pecado, Dios ha permitido que esta
unión –que debería dudar toda la
vida– pueda romperse en ciertas
circunstancias (Mateo 19:8; 5:31-32).
El divorcio produce sensaciones de
duelo, depresión, enojo y soledad.
La Biblia nos invita a realizar todo esfuerzo posible
para evitar esta ruptura, logrando la reconciliación a
través del amor, el perdón y la restauración (Oseas
3:1-3; 1ª de Corintios 7:10-11; 13:4-7; Gálatas 6:1).
Cuando no se ha podido evitar el divorcio, la iglesia
debe apoyar, consolar y animar.
8. Desde que Adán y Eva pecaron hasta el
momento de la Segunda Venida de Jesús, la
muerte es el destino de todos nosotros.
Evidentemente, la muerte produce una
separación inevitable, dejando en completa
soledad al cónyuge que le sobrevive.
Por eso, Dios nos ha dado la esperanza de
encontrarnos de nuevo con nuestros seres queridos, y
de vivir junto a ellos
en una Tierra Nueva
donde la muerte ya
no existirá más (1ª de
Tesalonicenses 4:16-17;
Apocalipsis 21:4).
El tiempo cura la herida, pero el vacío permanece.
9. “Cualquiera que sea nuestra
condición, si somos hacedores
de su Palabra, tenemos un
Guía que nos señala el camino;
cualquiera que sea nuestra
perplejidad, tenemos un buen
Consejero; cualquiera que sea
nuestra perplejidad, nuestro
pesar, luto o soledad, tenemos
un Amigo que simpatiza con
nosotros”
E.G.W. (El ministerio de curación, pg. 192)
10. “El Señor siempre está vigilando para
impartir, cuando más se las necesite, nuevas y
frescas bendiciones: fuerza en el tiempo de
debilidad; socorro en la hora de peligro;
amigos en tiempos de soledad; solidaridad,
divina y humana, en tiempos de tristeza.
Estamos en camino al hogar. Aquel que nos
amó tanto como para morir por nosotros,
también nos ha preparado una ciudad. La
nueva Jerusalén es nuestro lugar de
descanso; y no hay tristezas en la ciudad de
Dios; ni siquiera un lamento. No se
escucharán endechas por esperanzas
quebrantadas o afectos sepultados”
E.G.W. (Hijas de Dios, pg. 220)
11. Slideshare.net/chucho1943
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de las 13 lecciones de
esta serie:
Las Etapas
familiares
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