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El origen del hombre
                   http://www.pascualgc.com/archivo/01-antropogenesis.htm


                                Pascual González

                   Apuntes de Filosofía. 1º de Bachillerato

Los seres humanos deben su supremacía a la posesión de una forma de un
legado muy distinto del de otras especies animales: una herencia no-genética,
no-cromosomática. En este tipo de herencia la información se transmite de
generación en generación a través de canales que no son genéticos -por
ejemplo por medio de mensajes orales, así como por cualquier forma de
adoctrinamiento y, en general por todo el aparato de lo que llamamos cultura.

Peter Medawar. 1977

Este texto resume muy bien el tema de la antropogénesis y, en general, casi
todo el tema dedicado a la antropología. Debe tenerse presente siempre que
en lo sucesivo hablemos del hombre. De momento no podemos pasar a
explicarlo directamente, aunque buena parte de los apuntes que vienen a
continuación son un esfuerzo por hacer que se entienda.

Antropogénesis, del griego anthropos (Hombre) y génesis (nacimiento,
aparición) significa el proceso evolutivo que condujo desde algunos primates
hasta nuestra especie (homo sapiens sapiens). Lo primero que podemos hacer
es tomar cierta distancia cronológica de que ha proceso. Veamos el siguiente
cuadro:

Universo       7.000 millones de años
Tierra         5.000 millones de años
Vida           2.500 millones de años
Vertebrados    600 millones de años
Reptiles       300 millones de años
Mamíferos      200 millones de años
Antropoides    10 millones de años
Homínidos      4 millones de años
Homo Sapiens entre 100.000 y 50.000 años
Ciudad Estado 10.000 años
Filosofía      2.500 años
Antropología    200 años


Una sequía
La antropogénesis comenzó en África. A finales de la Era terciaria comenzó un
proceso de sequía que hizo menguar las selvas africanas hasta los límites que
hoy llamamos ecuatoriales. Donde había existido jungla se fue instalando el
paisaje estepario conocido como sabana: grandes llanuras interrumpidas por
arboledas esporádicas. Esto tuvo consecuencias críticas en los primates
habitantes de los medios arborícolas. Debemos tener en cuenta que los
primates eran algo así como los reyes de la jungla: con una gran habilidad para
desenvolverse sobre los árboles se encontraban muy a salvo de los potenciales
depredadores. Además el medio selvático les abastecía profusamente de
alimento. Pero al menguar las selvas se produjo un desastre demográfico:
demasiados individuos para demasiados pocos árboles. Dicho de otro modo: el
nicho ecológico de los primates era insuficiente para albergarlos a todos. Ello
hizo que cada vez más individuos tuviesen que pasar más tiempo en la
peligrosa tierra firme. Quizá no fueron arrojados a ella definitivamente, “de una
vez”. Quizá la cosa comenzara con la necesidad de pasar más tiempo en el
suelo. O con la de atravesar de vez en cuando un claro del bosque para llegar
a otra arboleda. Sea como fuere, es de suponer que la mayoría de los
individuos obligados a compartir su vida entre los árboles y los claros cada vez
más extensos perecieron debido a incapacidades adaptativas. El suelo, la tierra
firme representaba un gran peligro. Pero el comienzo de adaptación al suelo
también representa el punto 0 del proceso conocido como antropogénesis.

Bipedismo
La reducción del instinto se centró en la posición bípeda. Con el bipedismo
debió de comenzar la cadena de cambios que es la antropogénesis. Los
primates, en sus desplazamientos terrestres utilizan sus cuatro manos. Pero
cuando se vieron obligados a atravesar grandes extensiones de llanuras
abiertas esta postura instintiva sólo conllevaba desventajas: bajo en calor
sofocante de la sabana, el suelo alcanza altas temperaturas. Caminar sobre
dos extremidades y colocar el tronco por encima de la cintura debió de ser de
gran ayuda para disipar el calor corporal y hacer viables las travesías por las
tórridas llanuras de África. Esto debió de constituir, según los antropólogos una
adaptación crucial y, según parece, se alcanzó en poco tiempo (en términos
evolutivos)
Lo que debemos entender es que el bipedismo tuvo, a su vez,una espiral de
consecuencias fundamentales. Veamos dos de las más importantes:

       1. Liberación las manos
       2. Modificación de la pelvis.

Liberación de las manos

La liberación de las manos contribuye decisivamente a la supervivencia de las
especies de homínidos, en la medida en que liberará las siguientes
posibilidades:

       •   Portar y arrojar armas: mayores posibilidades de caza y
           defensa. Los homínidos, como los primates, no son carnívoros -en
           el sentido en que no necesitan alimentarse de carne. Pero la carne,
           tanto para ellos como para sus ancestros, representa una tentación
           a la que no están dispuestos a renunciar. El uso de piedras y de
           palos hacía posible la caza en la sabana. Y la caza exige algo
           fundamental: la colaboración entre individuos. Ello contribuye a
           mantener la cohesión social y, por tanto a aumentar las
           posibilidades de supervivencia de sus miembros.

           El empleo de armas aumenta también, por supuesto, las
           posibilidades defensivas.

       •   Portar crías en los desplazamientos y en caso de peligro Es
           evidente la ventaja de la liberación de las manos a la hora de portar
           a las crías en caso de peligro o ante la necesidad de huir de un
           peligro. Ello conlleva salvar a más individuos, por lo que el material
           genético de aquellos individuos con mayor tendencia a emplear los
           brazos para poner a salvo a las crías tiene también más
           posibilidades de transmitirse a otras generaciones.
       •   Especialización de la mano como herramienta hábil: pulgar
           opositor. Los primates se desplazan apoyando los brazos
           delanteros sobre los nudillos de sus manos. Cuando las manos
           perdieron su función locomotriz se pudieron especializar en
           funciones exclusivamente prensiles: agarrar objetos. Pero éste es
           un proceso que culmina más lejos: poco a poco, la mano del
           homínido va cambiando hasta alcanzar una habilidad especial: la
           oposición entre pulgar e índice. La gran importancia de la nueva
           capacidad estriba en dos puntos:
                  1. Mayores posibilidades en la recolección de frutos y
                     bayas.
                  2. Mayor habilidad para la fabricación de herramientas.
Modificaciones en el útero y la pelvis.

La posición bípeda y la nueva posición de la columna conllevan modificaciones
en el aparato reproductor de las hembras de homínidos. Sin entrar en detalles
fisiológicos, debemos saber que las hembras humanas les resulta sumamente
difícil parir sin asistencia. Veamos. La disposición fisiológica de los primates
hace posible que las hembras se retiren ellas solas cuando llega el momento
del parto. En primer lugar las crías nacen con la cara mirando hacia la madre.
Eso permite que ésta, ayudada de sus largos brazos pueda ayudar a respirar al
recién nacido limpiando las mucosidades y babas que cubren su cara. Además,
la disposición del útero y la pelvis humanos influyen en que el bebé no nazca
hasta estar muy desarrollado. Demasiado para la estrechez del cuello vaginal.

Todo ello obligó en algún momento a los homínidos a desarrollar modos de
colaboración social en los partos. Se ha dicho, no sin fundamento, que el de
comadrona, y no otro, fue el primer oficio del mundo. En cualquier caso, es de
suponer que los grupos de homínidos capaces de desarrollar lazos sociales de
colaboración social en el parto tuvieron muchas más posibilidades de sobrevivir
que aquellos que siguieron el instinto del parto solitario. Esto es sumamente
importante. No sólo porque supone el descubrimiento de una técnica que
favorece la supervivencia, sino porque ese hábito (el de colaborar en el parto)
no se halla inscrito en material genético alguno. Es ya uno de los primeros
rasgos culturales creados por los homínidos. Dicho de otro modo, la obligación
o la conveniencia de asistir a la hembra en el parto no es una herencia
genética, sino socio-cultural. No es una disposición innata (con la que se nace)
sino aprendida en el seno de un grupo.

La colaboración en el parto supone seguir un conjunto de reglas sociales
aprendidas. Y seguir reglas complejas que deben ser aprendidas supone a su
vez poseer un cerebro lo suficientemente desarrollado. Por eso, es de suponer
que a medida que en las sociedades de homínidos se necesitaba aprender
más reglas que permitieran la supervivencia, ello actuaba a su vez como factor
para la selección natural de individuos cuyas prestaciones cerebrales fueran
mayores. De ese modo, cultura (seguimiento de reglas sociales) y
cerebrización son dos procesos que corren de la mano el uno del otro. Por otro
lado, el nacimiento de crías con mayor capacidad craneal aumentaba aún más
las dificultades del parto, con lo que la tendencia del proceso de complejidad
social-dificultad del parto-cerebrización tendía a ser irreversible.

La sexualidad humana
Los mamíferos no humanos se hallan su sexualidad determinada por el celo de
las hembras. Podemos decir que la sexualidad animal es estacionaria: existe
una estación sexual de modo parecido a como en algunas regiones existe una
estación pluvial o una estación seca.

En el caso del hombre es muy diferente: no existe un celo femenino como en
los demás mamíferos. Esto es, las hembras de homínidos fueron sexualmente
activas durante todo el año. Y este es otro hecho fundamental. Pues hace
posible que entre machos y hembras aparezcan relaciones afectivas mucho
más estables (ya que la sexualidad es ahora una actividad cotidiana y no
estacional). Puede decirse que la liberación de la sexualidad cotidiana, la
desaparición del celo, está en la base de las primeras protofamilias humanas.
Pero, como siempre debemos preguntarnos: ¿qué ventajas supuso este factor
para la evolución de los homínidos? Son varias:

       •   Desarrollo de formas afectivas y sociales más complejas.
       •   Mayor protección de las crías

La convivencia cotidiana de las parejas de homínidos permitirá establecer entre
estos formas mucho más complejas de comunicación y de expresión afectiva.
Podemos decir que los largos períodos de convivencia se convierten en una
especie de entrenamiento comunicativo que favorecerá el desarrollo de
capacidades cerebrales hasta entonces inéditas. Además acabará
contribuyendo a ciertas formas de colaboración laboral entre el macho y la
hembra. Puede decirse que la primera forma de división social del trabajo fue
en realidad una división sexual del trabajo: las sociedades de cazadores y
recolectoras. En cualquier caso profundizaremos este punto cuando
analicemos la interpretación que el antropólogo Cl. Levi-Strauss hace del tabú
universal del incesto.

También las crías de homínidos obtuvieron beneficios de la formación de
protofamilias: el incremento de la colaboración de los machos en su seguridad
repercutió en una mayor seguridad para ellas. Esto es un asunto fundamental,
pues el que las crías gozaran de una mayor protección contribuyó a que el
período de la infancia (esto es, de dependencia respecto al grupo socio-
familiar) aumentase. De ese modo podían recibir una instrucción (aprendizaje
de reglas sociales) más compleja. En cualquier caso, este aspecto será
desarrollado al hablar de la neotenia.

La inmadurez - (Neotenia)
A pesar de que el embarazo humano es más largo que el de ningún primate,
los bebés homo son los más inmaduros del reino animal. Ninguna otra especie
depende tanto y durante tanto tiempo del cuidado de los adultos. Esto, que en
principio parece un error biológico constituye en el caso del hombre un factor
clave de su evolución. Veamos.

En primer lugar los individuos del género homo han desarrollado una gran
cerebralización. Esto les obliga a alargar el período de embarazo. Pero así y
todo, no es suficiente. Una gran parte de su cerebro se forma post partum
(después del parto). ¿Cómo es posible que un ser así nacido con tales
deficiencias haya logrado un éxito planetario? La respuesta de la antropología
es que el hombre ha podido sobrevivir gracias a la creación de sistemas
sociales (por ejemplo la familia) que actúan como un paraguas protector de una
infancia larga e inmadura. Las sociedades humanas son sistemas de
colaboración entre los miembros de un grupo. Aquí ya hemos visto algunos:
colaboración en los partos; colaboración entre las parejas... Estos sistemas de
colaboración obligan a los individuos a seguir un conjunto de reglas. Pero estas
reglas no han sido transmitidas genéticamente. Son culturales. Por eso exigen
ser aprendidas y recordadas, y transmitidas a otras generaciones. Ello supone
la realización de un ejercicio mental (cerebral) considerable. Pues bien, este
ejercicio sólo wes posible en un ser que haya desarrollado un cerebro como el
del homo. Por eso, lo que en principio parece una debilidad (la inmadurez) en
realidad es explotado por el hombre como una ventaja: en primer lugar, la
inmadurez se debe, en buena parte, al tiempo que se necesita para formar un
cerebro humano. En segundo lugar, la inmadurez exige que el niño-homo pase
mucho tiempo dentro del clan familiar. Esto tiene importantes cnsecuencias:

       •   Permite un adiestramiento cultural: aprendizaje de reglas sociales.
       •   Contribuye al establecimiento de fuertes lazos afectivos con los
           padres (representantes de la generación adulta) y con los
           hermanos. Todo ello contribuirá a la creación de sociedades
           (grupos) humanas estables y complejas.
       •   Probablemente (pero esto es sólo una hipótesis) el lenguaje humano
           tuvo su origen en la relación afectiva prolongada entre madres e
           hijos.

Cerebralización y cultura
La evolución del cerebro del homínido hasta llegar a ser el órgano que hoy
conocemos es el núcleo duro del proceso de hominización. Debemos tener en
cuenta, en primer lugar, que el hombre es, en palabras del filósofo Peter
Sloterdijk, un marginado biológico. Es un ser expulsado de su antiguo nicho
ecológico. No posee las protecciones biológicas de otros animales, ni las
prestaciones depredatorias de otros. Un hombre por sí solo, y sin
conocimientos, apenas tendría posibilidades de sobrevivir en la naturaleza.
Esta le ofrece una hostilidad como a ningún otro organismo. Su piel es frágil, su
tamaño demasiado visible, sus piernas no son tan rápidas como las de los
cuadrúpedos de la sabana; se trata de un ser que parece no poseer ningún
nicho biológico propio. ¿De dónde extrae, pues, su ventaja? Principalmente de
su cerebro y de la cultura que éste produce. El cerebro humano permite a su
poseedor desde organizarse en sociedades, cuidar a las crías, fabricar armas,
herramientas, vestidos, conservar el fuego... hasta lanzar ingenios aeronáuticos
al espacio. Lo importante ahora es darnos cuenta de cómo los diferentes
factores que, según hemos visto, contribuyen a la hominización, lo hacen
precisamente porque contribuyen a la cerebralización. Y lo hacen a través de la
creación de formas culturales que exigen la posesión de un cerebro cada vez
más desarrollado. Veamos.

Tanto las dificultades del parto humano como la aparición de parejas estables,
la fabricación de herramientas, la caza en grupo, la división sexual del trabajo,
el cuidado de los niños inmaduros... conducen a hacer más compleja la vida
social; la comunicación con otros miembros del grupo. Esta vida social cada
vez más compleja se asienta sobre un conjunto de reglas: reglas que regulan la
convivencia con la pareja, con los diferentes miembros del grupo, con los hijos,
con los padres etc. Pero hay que notar que esas reglas no se transmiten
genéticamente. Se transmiten de unos individuos a otros. A los sistemas de
transmisión no genéticos y a los contenidos que se transmiten (creencias,
reglas de convivencia, prohibiciones, pautas de conducta, de pensamiento,
incluso modos de sentir y de gusto) se les llama culturas. El cerebro es lo que
permitió que estas culturas fueran cada vez más complejas y supusieran un
sustituto de las deficiencias biológicas del hombre. Mientras el resto de los
organismos logran sobrevivir gracias a sus prestaciones biológicas el hombre lo
hace gracias al paraguas protector de la cultura. Y una de las condiciones de
ésta es la posesión de un cerebro como el humano.

Paradojas de la antropogénesis: la superación del mundo darwiniano.

El principal mecanismo que guió la antropogénesis fue la selección natural.
Mediante ella, los individuos más aptos para la supervivencia eran los que
llegaban a procrear y transmitían un legado genético a su descendencia, en la
cual volvía a operarse una selección genética similar. ¿Es posible tan sólo
imaginar el potencial genético que quedó desechado en el camino desde los
primeros homínidos hasta el homo sapiens sapiens? Podemos decir que la
evolución de una especie a otra está cuajada por un número ingente de
“experimentos” genéticos (de mutaciones) la mayor parte de las cuales está
condenada al fracaso. Esa situación no es sólo propia de los homínidos sino de
todo el mundo biológico. Todas las especies evolucionan en su interacción con
el medio. Éste selecciona a los individuos más dotados para el éxito biológico.
Podemos decir, pues, que el mundo de los seres vivos es un mundo darwiniano
(pues el concepto de selección natural es el más fundamental de las teorías de
Darwin).

Ahora debemos preguntarnos: ¿evoluciona el hombre actualmente? ¿Hacia
donde? Y aquí nos encontramos con una de las paradojas más curiosas de la
antropogénesis: ésta es un producto de la selección natural, pero su
culminación (el homo sapiens sapiens) es una especie que, según parece, ha
puesto fin a esa selección. El mundo darwininiano no es ya aplicable al mundo
del hombre. O, al menos, lo es cada vez menos. Y ello se debe a que la
cultura, cada vez más va sustituyendo las prestaciones naturales (genéticas)
en su función de hacer posible la supervivencia. Para entender esto hagamos
un experimento mental. Imaginemos cuántos de nosotros, de haber nacido -por
ejemplo- en el siglo VII A.D. habríamos llegado vivos a nuestra edad. O bien,
cuántos habríamos llegado en nuestro estado de salud actual. Es presumible
que no todos. Probablemente menos de la mitad. Pensemos en el papel que
desempeñan en nuestra supervivencia y nuestro estado de salud avances
médicos como las intervenciones quirúrgicas, fármacos, vacunas etc. O
también hábitos higiénicos como el cuidado de los dientes o el uso de
antisépticos. Por no hablar de las mejoras de la alimentación. Pero no sólo la
medicina ha salvado vidas: la colaboración entre los miembros de un grupo
humano, por ejemplo en el cuidado de los hijos, o en la caza o en la
recolección de alimentos ya son prácticas que contribuyen a hacer posible la
supervivencia. También el descubrimiento del fuego, la agricultura, la
ganadería etc. ¿Qué se desprende de todo ello? Lo siguiente: el hombre, en la
medida en que ya no se protege del medio con medios únicamente biológicos,
sino también, y cada vez más, haciendo uso de la cultura, está superando la
situación de selección natural por la selección cultural. Esto es, un número
ingente de individuos que habría perecido bajo diferentes condiciones
culturales sobrevive y lega su patrimonio genético a otra generación. Ese
patrimonio no habría podido transmitirse si la cultura no lo hiciera posible. (Por
ejemplo, es de suponer que los genes responsables de que determinados
individuos padecieran diabetes estaban en regresión, pues aquéllos en los que
llegaba a manifestarse esta enfermedad morían; sin embargo, con la
administración de insulina a los diabéticos, tal como se realiza en nuestros
días, muchos individuos que jamás habrían llegado a procrear lo hacen, por lo
que esos genes responsables de la enfermedad dejan de tender a su
desaparición). Para acabar con esta cuestión citaremos un texto de J. Monod
(El azar y la necesidad ed. Planeta, pgs 175-6):

Peligros de degradación genética en las sociedades modernas

Es evidente que, en el seno de las socciedades modernas, la disociación es
total. La selección ha sido suprimida. Al menos ya no tiene nada de “natural” en
el sentido darwiniano del término. En nuestras sociedades, y en la medida en
que rige todavía una selección, ella no favorece “la supervivencia del más
apto”, es decir, en términos más modernos, la supervivencia genética del “más
apto”, por una expansión más grande de su descendencia. La inteligencia, la
ambición, el coraje, la imaginación, son siempre factores de éxito en las
sociedades modernas. Pero de éxito personal, y no genético, que es el único
que cuenta para la evolución. Como todos sabemos, las estadísticas revelan
una correlación negativa entre el cociente de inteligencia (o el nivel de cultura)
de los matrimonios y el número medio de hijos. Estas mismas estadísticas
demuestran por el contrario que existe, para el cociente de inteligencia, una
fuerte correlación positiva entre esposos. Situación peligrosa, que corre el
riesgo de atraer poco a poco hacia una élite, que tendería en valor relativo a
restringirse, el más elevado potencial genético.

Todavía hay más: en una época reciente, incluso en las sociedades
relativamente “avanzadas”, la eliminación de de los menos aptos, física y
también intelectualmente, era automática y cruel. La mayoría no alcanzaba la
pubertad. Hoy, muchos de estos enfermizos genéticos sobreviven lo bastante
como para reproducirse. Gracias a los progresos del conocimiento y de la ética
social, el mecanismo que defendía a la especie contra la degradación,
inevitable al abolirse la selección natural, ya no funciona más que para las taras
muy graves.

A estos peligros, a menudo señalados, se han opuesto a veces los remedios
alcanzados por los recientes progresos de la genética molecular. Es preciso
disipar esta ilusión, extendida por algunos pseudocientficos. Sin duda se
podrían paliar ciertas taras genéticas, pero solamente en el individuo que las
padece, no en su descendencia.
Texto para trabajar:


               Chapuzas de la evolución
            JESÚS MOSTERÍN (EL PAÍS, 15 de Mayo de 1996)

                       Apuntes de Filosofía. 1º de Bachillerato

En el siglo XVIII se puso de moda inferir la existencia de Dios a partir del
perfecto diseño de las criaturas. El teólogo William Paley (1743-1805) argüía
que, así como el preciso ensamblaje de las partes de un reloj revela un fin (la
medida del tiempo) e implica un relojero, así también el consumado mecanismo
de cualquier órgano animal delata un propósito claro y un óptimo plan, obra de
un diseñador divino. Algunos biólogos evolucionistas han compartido el
entusiasmo de Paley por la perfecta adaptación de los organismos, aunque
atribuyéndola a la selección natural, y no a la divina providencia.

El ejemplo favorito de Paley era el ojo de los vertebrados, un instrumento óptico
presuntamente perfecto y maravillosamente adaptado a la función de ver. Sin
embargo, y como ha subrayado George Williams, la organización anatómica de
nuestro ojo es el resultado chapucero de una serie complicada de avatares
evolutivos, algunos claramente desafortunados (desde un punto de vista
ingenieril).

El estrato ópticamente funcional de la retina está formado por los
fotorreceptores (bastones y conos), las células sensibles a la luz, que
transforman la energía de los fotones, que absorben en impulsos nerviosos
transmitidos por los ganglios que acaban convergiendo en el nervio óptico, que
transmite al cerebro la información recibida en la retina. Una tupida red de
capilares sanguíneos aporta el oxígeno y los nutrientes a los fotorreceptores.
Cualquier diseño razonable del ojo exigiría que el estrato de conos y bastones
estuviese en la parte alta de la retina, adyacente al cuerpo vítreo transparente y
por encima de los vasos sanguíneos que lo alimentan. Así ocurre, por ejemplo,
con los ojos de los calamares.

Pero la evolución se mostró chapucera con los vertebrados, en los que la retina
está colocada al revés, debajo de las fibras nerviosas y los capilares, que han
de ser inútilmente atravesados por la luz antes de impactar en los
fotorreceptores. Otra sorprendente chapuza, consecuencia de la antenor,
estriba en que el nervio óptico no se forma (como sería de esperar) detrás de la
retina, de donde podría ir directamente al cerebro, sino delante, por lo que ha
de abrirse paso a través de la retina por un agujero (el disco óptico,
correspondiente al punto ciego del campo visual) para pasar al otro lado. Al
final, todos estos defectos se neutralizan y el ojo funciona, pero no es
precisamente un paradigma de buen diseño.

El conducto que lleva el aire a los pulmones se cruza absurdamsnte en la
garganta con el que lleva la comida al estómago, poniendo a los vertebrados
en peligro de ahogarse. Los mamíferos machos tienen una temperatura interna
demasiado elevada para la normal producción de espermatozoides, por lo que
sus gónadas han descendido (filogenética y embrionariamente) desde su
ancestral posición interna hasta la posición externa del escroto. Lo curioso del
caso es que al descender se han equivocado de camino, por lo que sus
conductos deferentes se han quedado colgados de los uréterés. Aunque los
testículos están muy cerca de la uretra, en Ia que vierten el semen, éste se ve
obligado a realizar una larga expedición por un conducto innecesariamente
largo (medio metro) y tortuoso.

Las hembras humanas tienen dificultades para parir y muchos seres humanos
tienen dolores de columna porque su esqueleto está más adaptado a la
posición cuadrúpeda anterior que al bipedalismo erecto qne adoptaron nuestros
antepasados hace cuatro millones de años. Nuestro propio cerebro es el
resultado de la reutilización para otras funciones de estructuras de orígenes
muy distintos chapuceramente yuxtapuestas.

El mundo de la vida es el reino de la contingencia y la historicidad, ayuno de
previsión y de propósito. La selección natural no actúa sobre todos los diseños
posibles, sino sólo sobre algunas variaciones aleatorias de unos pocos
esquemas arcaicos. Sólo a base de acumular trucos, chapuzas y chiripas
logramos los organismos mantenernnos provisionalmente a flote. No somos
perfectos, pero hemos sobrevivido, aunque sea por los pelos.

Jesús Mosterín es catedrático de Filosofia en el CSIC.

Web recomendada:

La hominización en el Departamento de Filosofía del IES F. Ribalta

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01 El Origen Del Hombre

  • 1. El origen del hombre http://www.pascualgc.com/archivo/01-antropogenesis.htm Pascual González Apuntes de Filosofía. 1º de Bachillerato Los seres humanos deben su supremacía a la posesión de una forma de un legado muy distinto del de otras especies animales: una herencia no-genética, no-cromosomática. En este tipo de herencia la información se transmite de generación en generación a través de canales que no son genéticos -por ejemplo por medio de mensajes orales, así como por cualquier forma de adoctrinamiento y, en general por todo el aparato de lo que llamamos cultura. Peter Medawar. 1977 Este texto resume muy bien el tema de la antropogénesis y, en general, casi todo el tema dedicado a la antropología. Debe tenerse presente siempre que en lo sucesivo hablemos del hombre. De momento no podemos pasar a explicarlo directamente, aunque buena parte de los apuntes que vienen a continuación son un esfuerzo por hacer que se entienda. Antropogénesis, del griego anthropos (Hombre) y génesis (nacimiento, aparición) significa el proceso evolutivo que condujo desde algunos primates hasta nuestra especie (homo sapiens sapiens). Lo primero que podemos hacer es tomar cierta distancia cronológica de que ha proceso. Veamos el siguiente cuadro: Universo 7.000 millones de años Tierra 5.000 millones de años Vida 2.500 millones de años Vertebrados 600 millones de años Reptiles 300 millones de años Mamíferos 200 millones de años Antropoides 10 millones de años Homínidos 4 millones de años Homo Sapiens entre 100.000 y 50.000 años Ciudad Estado 10.000 años Filosofía 2.500 años
  • 2. Antropología 200 años Una sequía La antropogénesis comenzó en África. A finales de la Era terciaria comenzó un proceso de sequía que hizo menguar las selvas africanas hasta los límites que hoy llamamos ecuatoriales. Donde había existido jungla se fue instalando el paisaje estepario conocido como sabana: grandes llanuras interrumpidas por arboledas esporádicas. Esto tuvo consecuencias críticas en los primates habitantes de los medios arborícolas. Debemos tener en cuenta que los primates eran algo así como los reyes de la jungla: con una gran habilidad para desenvolverse sobre los árboles se encontraban muy a salvo de los potenciales depredadores. Además el medio selvático les abastecía profusamente de alimento. Pero al menguar las selvas se produjo un desastre demográfico: demasiados individuos para demasiados pocos árboles. Dicho de otro modo: el nicho ecológico de los primates era insuficiente para albergarlos a todos. Ello hizo que cada vez más individuos tuviesen que pasar más tiempo en la peligrosa tierra firme. Quizá no fueron arrojados a ella definitivamente, “de una vez”. Quizá la cosa comenzara con la necesidad de pasar más tiempo en el suelo. O con la de atravesar de vez en cuando un claro del bosque para llegar a otra arboleda. Sea como fuere, es de suponer que la mayoría de los individuos obligados a compartir su vida entre los árboles y los claros cada vez más extensos perecieron debido a incapacidades adaptativas. El suelo, la tierra firme representaba un gran peligro. Pero el comienzo de adaptación al suelo también representa el punto 0 del proceso conocido como antropogénesis. Bipedismo La reducción del instinto se centró en la posición bípeda. Con el bipedismo debió de comenzar la cadena de cambios que es la antropogénesis. Los primates, en sus desplazamientos terrestres utilizan sus cuatro manos. Pero cuando se vieron obligados a atravesar grandes extensiones de llanuras abiertas esta postura instintiva sólo conllevaba desventajas: bajo en calor sofocante de la sabana, el suelo alcanza altas temperaturas. Caminar sobre dos extremidades y colocar el tronco por encima de la cintura debió de ser de gran ayuda para disipar el calor corporal y hacer viables las travesías por las tórridas llanuras de África. Esto debió de constituir, según los antropólogos una adaptación crucial y, según parece, se alcanzó en poco tiempo (en términos evolutivos)
  • 3. Lo que debemos entender es que el bipedismo tuvo, a su vez,una espiral de consecuencias fundamentales. Veamos dos de las más importantes: 1. Liberación las manos 2. Modificación de la pelvis. Liberación de las manos La liberación de las manos contribuye decisivamente a la supervivencia de las especies de homínidos, en la medida en que liberará las siguientes posibilidades: • Portar y arrojar armas: mayores posibilidades de caza y defensa. Los homínidos, como los primates, no son carnívoros -en el sentido en que no necesitan alimentarse de carne. Pero la carne, tanto para ellos como para sus ancestros, representa una tentación a la que no están dispuestos a renunciar. El uso de piedras y de palos hacía posible la caza en la sabana. Y la caza exige algo fundamental: la colaboración entre individuos. Ello contribuye a mantener la cohesión social y, por tanto a aumentar las posibilidades de supervivencia de sus miembros. El empleo de armas aumenta también, por supuesto, las posibilidades defensivas. • Portar crías en los desplazamientos y en caso de peligro Es evidente la ventaja de la liberación de las manos a la hora de portar a las crías en caso de peligro o ante la necesidad de huir de un peligro. Ello conlleva salvar a más individuos, por lo que el material genético de aquellos individuos con mayor tendencia a emplear los brazos para poner a salvo a las crías tiene también más posibilidades de transmitirse a otras generaciones. • Especialización de la mano como herramienta hábil: pulgar opositor. Los primates se desplazan apoyando los brazos delanteros sobre los nudillos de sus manos. Cuando las manos perdieron su función locomotriz se pudieron especializar en funciones exclusivamente prensiles: agarrar objetos. Pero éste es un proceso que culmina más lejos: poco a poco, la mano del homínido va cambiando hasta alcanzar una habilidad especial: la oposición entre pulgar e índice. La gran importancia de la nueva capacidad estriba en dos puntos: 1. Mayores posibilidades en la recolección de frutos y bayas. 2. Mayor habilidad para la fabricación de herramientas.
  • 4. Modificaciones en el útero y la pelvis. La posición bípeda y la nueva posición de la columna conllevan modificaciones en el aparato reproductor de las hembras de homínidos. Sin entrar en detalles fisiológicos, debemos saber que las hembras humanas les resulta sumamente difícil parir sin asistencia. Veamos. La disposición fisiológica de los primates hace posible que las hembras se retiren ellas solas cuando llega el momento del parto. En primer lugar las crías nacen con la cara mirando hacia la madre. Eso permite que ésta, ayudada de sus largos brazos pueda ayudar a respirar al recién nacido limpiando las mucosidades y babas que cubren su cara. Además, la disposición del útero y la pelvis humanos influyen en que el bebé no nazca hasta estar muy desarrollado. Demasiado para la estrechez del cuello vaginal. Todo ello obligó en algún momento a los homínidos a desarrollar modos de colaboración social en los partos. Se ha dicho, no sin fundamento, que el de comadrona, y no otro, fue el primer oficio del mundo. En cualquier caso, es de suponer que los grupos de homínidos capaces de desarrollar lazos sociales de colaboración social en el parto tuvieron muchas más posibilidades de sobrevivir que aquellos que siguieron el instinto del parto solitario. Esto es sumamente importante. No sólo porque supone el descubrimiento de una técnica que favorece la supervivencia, sino porque ese hábito (el de colaborar en el parto) no se halla inscrito en material genético alguno. Es ya uno de los primeros rasgos culturales creados por los homínidos. Dicho de otro modo, la obligación o la conveniencia de asistir a la hembra en el parto no es una herencia genética, sino socio-cultural. No es una disposición innata (con la que se nace) sino aprendida en el seno de un grupo. La colaboración en el parto supone seguir un conjunto de reglas sociales aprendidas. Y seguir reglas complejas que deben ser aprendidas supone a su vez poseer un cerebro lo suficientemente desarrollado. Por eso, es de suponer que a medida que en las sociedades de homínidos se necesitaba aprender más reglas que permitieran la supervivencia, ello actuaba a su vez como factor para la selección natural de individuos cuyas prestaciones cerebrales fueran mayores. De ese modo, cultura (seguimiento de reglas sociales) y cerebrización son dos procesos que corren de la mano el uno del otro. Por otro lado, el nacimiento de crías con mayor capacidad craneal aumentaba aún más las dificultades del parto, con lo que la tendencia del proceso de complejidad social-dificultad del parto-cerebrización tendía a ser irreversible. La sexualidad humana
  • 5. Los mamíferos no humanos se hallan su sexualidad determinada por el celo de las hembras. Podemos decir que la sexualidad animal es estacionaria: existe una estación sexual de modo parecido a como en algunas regiones existe una estación pluvial o una estación seca. En el caso del hombre es muy diferente: no existe un celo femenino como en los demás mamíferos. Esto es, las hembras de homínidos fueron sexualmente activas durante todo el año. Y este es otro hecho fundamental. Pues hace posible que entre machos y hembras aparezcan relaciones afectivas mucho más estables (ya que la sexualidad es ahora una actividad cotidiana y no estacional). Puede decirse que la liberación de la sexualidad cotidiana, la desaparición del celo, está en la base de las primeras protofamilias humanas. Pero, como siempre debemos preguntarnos: ¿qué ventajas supuso este factor para la evolución de los homínidos? Son varias: • Desarrollo de formas afectivas y sociales más complejas. • Mayor protección de las crías La convivencia cotidiana de las parejas de homínidos permitirá establecer entre estos formas mucho más complejas de comunicación y de expresión afectiva. Podemos decir que los largos períodos de convivencia se convierten en una especie de entrenamiento comunicativo que favorecerá el desarrollo de capacidades cerebrales hasta entonces inéditas. Además acabará contribuyendo a ciertas formas de colaboración laboral entre el macho y la hembra. Puede decirse que la primera forma de división social del trabajo fue en realidad una división sexual del trabajo: las sociedades de cazadores y recolectoras. En cualquier caso profundizaremos este punto cuando analicemos la interpretación que el antropólogo Cl. Levi-Strauss hace del tabú universal del incesto. También las crías de homínidos obtuvieron beneficios de la formación de protofamilias: el incremento de la colaboración de los machos en su seguridad repercutió en una mayor seguridad para ellas. Esto es un asunto fundamental, pues el que las crías gozaran de una mayor protección contribuyó a que el período de la infancia (esto es, de dependencia respecto al grupo socio- familiar) aumentase. De ese modo podían recibir una instrucción (aprendizaje de reglas sociales) más compleja. En cualquier caso, este aspecto será desarrollado al hablar de la neotenia. La inmadurez - (Neotenia)
  • 6. A pesar de que el embarazo humano es más largo que el de ningún primate, los bebés homo son los más inmaduros del reino animal. Ninguna otra especie depende tanto y durante tanto tiempo del cuidado de los adultos. Esto, que en principio parece un error biológico constituye en el caso del hombre un factor clave de su evolución. Veamos. En primer lugar los individuos del género homo han desarrollado una gran cerebralización. Esto les obliga a alargar el período de embarazo. Pero así y todo, no es suficiente. Una gran parte de su cerebro se forma post partum (después del parto). ¿Cómo es posible que un ser así nacido con tales deficiencias haya logrado un éxito planetario? La respuesta de la antropología es que el hombre ha podido sobrevivir gracias a la creación de sistemas sociales (por ejemplo la familia) que actúan como un paraguas protector de una infancia larga e inmadura. Las sociedades humanas son sistemas de colaboración entre los miembros de un grupo. Aquí ya hemos visto algunos: colaboración en los partos; colaboración entre las parejas... Estos sistemas de colaboración obligan a los individuos a seguir un conjunto de reglas. Pero estas reglas no han sido transmitidas genéticamente. Son culturales. Por eso exigen ser aprendidas y recordadas, y transmitidas a otras generaciones. Ello supone la realización de un ejercicio mental (cerebral) considerable. Pues bien, este ejercicio sólo wes posible en un ser que haya desarrollado un cerebro como el del homo. Por eso, lo que en principio parece una debilidad (la inmadurez) en realidad es explotado por el hombre como una ventaja: en primer lugar, la inmadurez se debe, en buena parte, al tiempo que se necesita para formar un cerebro humano. En segundo lugar, la inmadurez exige que el niño-homo pase mucho tiempo dentro del clan familiar. Esto tiene importantes cnsecuencias: • Permite un adiestramiento cultural: aprendizaje de reglas sociales. • Contribuye al establecimiento de fuertes lazos afectivos con los padres (representantes de la generación adulta) y con los hermanos. Todo ello contribuirá a la creación de sociedades (grupos) humanas estables y complejas. • Probablemente (pero esto es sólo una hipótesis) el lenguaje humano tuvo su origen en la relación afectiva prolongada entre madres e hijos. Cerebralización y cultura La evolución del cerebro del homínido hasta llegar a ser el órgano que hoy conocemos es el núcleo duro del proceso de hominización. Debemos tener en cuenta, en primer lugar, que el hombre es, en palabras del filósofo Peter Sloterdijk, un marginado biológico. Es un ser expulsado de su antiguo nicho
  • 7. ecológico. No posee las protecciones biológicas de otros animales, ni las prestaciones depredatorias de otros. Un hombre por sí solo, y sin conocimientos, apenas tendría posibilidades de sobrevivir en la naturaleza. Esta le ofrece una hostilidad como a ningún otro organismo. Su piel es frágil, su tamaño demasiado visible, sus piernas no son tan rápidas como las de los cuadrúpedos de la sabana; se trata de un ser que parece no poseer ningún nicho biológico propio. ¿De dónde extrae, pues, su ventaja? Principalmente de su cerebro y de la cultura que éste produce. El cerebro humano permite a su poseedor desde organizarse en sociedades, cuidar a las crías, fabricar armas, herramientas, vestidos, conservar el fuego... hasta lanzar ingenios aeronáuticos al espacio. Lo importante ahora es darnos cuenta de cómo los diferentes factores que, según hemos visto, contribuyen a la hominización, lo hacen precisamente porque contribuyen a la cerebralización. Y lo hacen a través de la creación de formas culturales que exigen la posesión de un cerebro cada vez más desarrollado. Veamos. Tanto las dificultades del parto humano como la aparición de parejas estables, la fabricación de herramientas, la caza en grupo, la división sexual del trabajo, el cuidado de los niños inmaduros... conducen a hacer más compleja la vida social; la comunicación con otros miembros del grupo. Esta vida social cada vez más compleja se asienta sobre un conjunto de reglas: reglas que regulan la convivencia con la pareja, con los diferentes miembros del grupo, con los hijos, con los padres etc. Pero hay que notar que esas reglas no se transmiten genéticamente. Se transmiten de unos individuos a otros. A los sistemas de transmisión no genéticos y a los contenidos que se transmiten (creencias, reglas de convivencia, prohibiciones, pautas de conducta, de pensamiento, incluso modos de sentir y de gusto) se les llama culturas. El cerebro es lo que permitió que estas culturas fueran cada vez más complejas y supusieran un sustituto de las deficiencias biológicas del hombre. Mientras el resto de los organismos logran sobrevivir gracias a sus prestaciones biológicas el hombre lo hace gracias al paraguas protector de la cultura. Y una de las condiciones de ésta es la posesión de un cerebro como el humano. Paradojas de la antropogénesis: la superación del mundo darwiniano. El principal mecanismo que guió la antropogénesis fue la selección natural. Mediante ella, los individuos más aptos para la supervivencia eran los que llegaban a procrear y transmitían un legado genético a su descendencia, en la cual volvía a operarse una selección genética similar. ¿Es posible tan sólo imaginar el potencial genético que quedó desechado en el camino desde los primeros homínidos hasta el homo sapiens sapiens? Podemos decir que la evolución de una especie a otra está cuajada por un número ingente de
  • 8. “experimentos” genéticos (de mutaciones) la mayor parte de las cuales está condenada al fracaso. Esa situación no es sólo propia de los homínidos sino de todo el mundo biológico. Todas las especies evolucionan en su interacción con el medio. Éste selecciona a los individuos más dotados para el éxito biológico. Podemos decir, pues, que el mundo de los seres vivos es un mundo darwiniano (pues el concepto de selección natural es el más fundamental de las teorías de Darwin). Ahora debemos preguntarnos: ¿evoluciona el hombre actualmente? ¿Hacia donde? Y aquí nos encontramos con una de las paradojas más curiosas de la antropogénesis: ésta es un producto de la selección natural, pero su culminación (el homo sapiens sapiens) es una especie que, según parece, ha puesto fin a esa selección. El mundo darwininiano no es ya aplicable al mundo del hombre. O, al menos, lo es cada vez menos. Y ello se debe a que la cultura, cada vez más va sustituyendo las prestaciones naturales (genéticas) en su función de hacer posible la supervivencia. Para entender esto hagamos un experimento mental. Imaginemos cuántos de nosotros, de haber nacido -por ejemplo- en el siglo VII A.D. habríamos llegado vivos a nuestra edad. O bien, cuántos habríamos llegado en nuestro estado de salud actual. Es presumible que no todos. Probablemente menos de la mitad. Pensemos en el papel que desempeñan en nuestra supervivencia y nuestro estado de salud avances médicos como las intervenciones quirúrgicas, fármacos, vacunas etc. O también hábitos higiénicos como el cuidado de los dientes o el uso de antisépticos. Por no hablar de las mejoras de la alimentación. Pero no sólo la medicina ha salvado vidas: la colaboración entre los miembros de un grupo humano, por ejemplo en el cuidado de los hijos, o en la caza o en la recolección de alimentos ya son prácticas que contribuyen a hacer posible la supervivencia. También el descubrimiento del fuego, la agricultura, la ganadería etc. ¿Qué se desprende de todo ello? Lo siguiente: el hombre, en la medida en que ya no se protege del medio con medios únicamente biológicos, sino también, y cada vez más, haciendo uso de la cultura, está superando la situación de selección natural por la selección cultural. Esto es, un número ingente de individuos que habría perecido bajo diferentes condiciones culturales sobrevive y lega su patrimonio genético a otra generación. Ese patrimonio no habría podido transmitirse si la cultura no lo hiciera posible. (Por ejemplo, es de suponer que los genes responsables de que determinados individuos padecieran diabetes estaban en regresión, pues aquéllos en los que llegaba a manifestarse esta enfermedad morían; sin embargo, con la administración de insulina a los diabéticos, tal como se realiza en nuestros días, muchos individuos que jamás habrían llegado a procrear lo hacen, por lo que esos genes responsables de la enfermedad dejan de tender a su
  • 9. desaparición). Para acabar con esta cuestión citaremos un texto de J. Monod (El azar y la necesidad ed. Planeta, pgs 175-6): Peligros de degradación genética en las sociedades modernas Es evidente que, en el seno de las socciedades modernas, la disociación es total. La selección ha sido suprimida. Al menos ya no tiene nada de “natural” en el sentido darwiniano del término. En nuestras sociedades, y en la medida en que rige todavía una selección, ella no favorece “la supervivencia del más apto”, es decir, en términos más modernos, la supervivencia genética del “más apto”, por una expansión más grande de su descendencia. La inteligencia, la ambición, el coraje, la imaginación, son siempre factores de éxito en las sociedades modernas. Pero de éxito personal, y no genético, que es el único que cuenta para la evolución. Como todos sabemos, las estadísticas revelan una correlación negativa entre el cociente de inteligencia (o el nivel de cultura) de los matrimonios y el número medio de hijos. Estas mismas estadísticas demuestran por el contrario que existe, para el cociente de inteligencia, una fuerte correlación positiva entre esposos. Situación peligrosa, que corre el riesgo de atraer poco a poco hacia una élite, que tendería en valor relativo a restringirse, el más elevado potencial genético. Todavía hay más: en una época reciente, incluso en las sociedades relativamente “avanzadas”, la eliminación de de los menos aptos, física y también intelectualmente, era automática y cruel. La mayoría no alcanzaba la pubertad. Hoy, muchos de estos enfermizos genéticos sobreviven lo bastante como para reproducirse. Gracias a los progresos del conocimiento y de la ética social, el mecanismo que defendía a la especie contra la degradación, inevitable al abolirse la selección natural, ya no funciona más que para las taras muy graves. A estos peligros, a menudo señalados, se han opuesto a veces los remedios alcanzados por los recientes progresos de la genética molecular. Es preciso disipar esta ilusión, extendida por algunos pseudocientficos. Sin duda se podrían paliar ciertas taras genéticas, pero solamente en el individuo que las padece, no en su descendencia.
  • 10. Texto para trabajar: Chapuzas de la evolución JESÚS MOSTERÍN (EL PAÍS, 15 de Mayo de 1996) Apuntes de Filosofía. 1º de Bachillerato En el siglo XVIII se puso de moda inferir la existencia de Dios a partir del perfecto diseño de las criaturas. El teólogo William Paley (1743-1805) argüía que, así como el preciso ensamblaje de las partes de un reloj revela un fin (la medida del tiempo) e implica un relojero, así también el consumado mecanismo de cualquier órgano animal delata un propósito claro y un óptimo plan, obra de un diseñador divino. Algunos biólogos evolucionistas han compartido el entusiasmo de Paley por la perfecta adaptación de los organismos, aunque atribuyéndola a la selección natural, y no a la divina providencia. El ejemplo favorito de Paley era el ojo de los vertebrados, un instrumento óptico presuntamente perfecto y maravillosamente adaptado a la función de ver. Sin embargo, y como ha subrayado George Williams, la organización anatómica de nuestro ojo es el resultado chapucero de una serie complicada de avatares evolutivos, algunos claramente desafortunados (desde un punto de vista ingenieril). El estrato ópticamente funcional de la retina está formado por los fotorreceptores (bastones y conos), las células sensibles a la luz, que transforman la energía de los fotones, que absorben en impulsos nerviosos transmitidos por los ganglios que acaban convergiendo en el nervio óptico, que transmite al cerebro la información recibida en la retina. Una tupida red de capilares sanguíneos aporta el oxígeno y los nutrientes a los fotorreceptores. Cualquier diseño razonable del ojo exigiría que el estrato de conos y bastones estuviese en la parte alta de la retina, adyacente al cuerpo vítreo transparente y por encima de los vasos sanguíneos que lo alimentan. Así ocurre, por ejemplo, con los ojos de los calamares. Pero la evolución se mostró chapucera con los vertebrados, en los que la retina está colocada al revés, debajo de las fibras nerviosas y los capilares, que han
  • 11. de ser inútilmente atravesados por la luz antes de impactar en los fotorreceptores. Otra sorprendente chapuza, consecuencia de la antenor, estriba en que el nervio óptico no se forma (como sería de esperar) detrás de la retina, de donde podría ir directamente al cerebro, sino delante, por lo que ha de abrirse paso a través de la retina por un agujero (el disco óptico, correspondiente al punto ciego del campo visual) para pasar al otro lado. Al final, todos estos defectos se neutralizan y el ojo funciona, pero no es precisamente un paradigma de buen diseño. El conducto que lleva el aire a los pulmones se cruza absurdamsnte en la garganta con el que lleva la comida al estómago, poniendo a los vertebrados en peligro de ahogarse. Los mamíferos machos tienen una temperatura interna demasiado elevada para la normal producción de espermatozoides, por lo que sus gónadas han descendido (filogenética y embrionariamente) desde su ancestral posición interna hasta la posición externa del escroto. Lo curioso del caso es que al descender se han equivocado de camino, por lo que sus conductos deferentes se han quedado colgados de los uréterés. Aunque los testículos están muy cerca de la uretra, en Ia que vierten el semen, éste se ve obligado a realizar una larga expedición por un conducto innecesariamente largo (medio metro) y tortuoso. Las hembras humanas tienen dificultades para parir y muchos seres humanos tienen dolores de columna porque su esqueleto está más adaptado a la posición cuadrúpeda anterior que al bipedalismo erecto qne adoptaron nuestros antepasados hace cuatro millones de años. Nuestro propio cerebro es el resultado de la reutilización para otras funciones de estructuras de orígenes muy distintos chapuceramente yuxtapuestas. El mundo de la vida es el reino de la contingencia y la historicidad, ayuno de previsión y de propósito. La selección natural no actúa sobre todos los diseños posibles, sino sólo sobre algunas variaciones aleatorias de unos pocos esquemas arcaicos. Sólo a base de acumular trucos, chapuzas y chiripas logramos los organismos mantenernnos provisionalmente a flote. No somos perfectos, pero hemos sobrevivido, aunque sea por los pelos. Jesús Mosterín es catedrático de Filosofia en el CSIC. Web recomendada: La hominización en el Departamento de Filosofía del IES F. Ribalta