1. Sesión de residentes: 22/11/2013
Imaginen un hombre que camina en tierras salvajes durante muchos meses, años,
durante toda la vida. Como en cierto sentido hemos hecho nosotros - a lo largo del
recorrido de nuestros antepasados hemos caminado a través de la selva para llegar hasta
aquí. Éste es el hombre, cada uno de nosotros es así.
Va adelante, recogiendo frutos de las matas, buscando alimento donde puede,
encontrando refugio bajo las rocas y bajo los árboles. Luego se detiene a lo largo del
camino y acampa. Aprende a cultivar las plantas y se asombra continuamente por la
capacidad del mundo de responder a sus necesidades. De aquí deriva un sentido de
dependencia. Se vuelve consciente de que las cosas le son dadas - que hay en la realidad
una fuerza que provee y protege. Se conmueve por eso, agradece y a veces pide ayuda.
Pero llegado a cierto punto, imaginen que este hombre, que podríamos ser tú o yo,
continúa caminando y llega a un lugar nuevo, completamente diferente del lugar que ha
atravesado. Un día llega a un edificio. De hecho es un aeropuerto, aunque nunca haya
visto nada parecido y no haya ningún modo de saber qué es. La idea del vuelo humano
es para él extraordinario (sobrenatural). Al atravesar las puertas entra en algo que de
hecho es una máquina que traslada a la gente desde la entrada hasta el aeromóvil y
viceversa. Para los que han diseñado esta máquina y los que la han utilizado, las
personas son mercancías, cifras de uso del transporte aéreo, sus vidas mensurables en
millas de vuelo, cantidad permitida de equipajes y números de pasajeros.
El hombre llegado de las tierras salvajes está maravillado por esta máquina. No logra
convencerse de su esplendor y de la eficiencia con que mueve a las personas de un sitio
a otro, sin que las personas se opongan a ser transportadas, más bien colaboran de hecho
a su deshumanización. Las mira mientras se quitan sus cinturones y zapatos y mientras
estiran los brazos para que les revisen.
Salta sobre la escalera móvil y trata de caminar en la dirección opuesta. En el café del
aeropuerto, toma un croissant del mostrador y lo come del mismo modo con que solía
comer bayas en las tierras salvajes. Es detenido por eso. Le dicen: «Venden fruta en la
tienda de allí». Va a la tienda de fruta y elige una manzana. Antes de morderla se
santigua mirando hacia arriba. La vendedora lo mira con sospecha y pregunta: «¿Qué
estás haciendo?». «Doy gracias por la manzana», responde. «Vale», dice la vendedora,
añadiendo «pero igualmente me tienes que dar el dinero por la manzana». El hombre
sigue fijando la mirada hacia arriba y la vendedora dice: «¿Quién piensas que está allá
arriba? ¿Estás loco?». Pronto el hombre empieza a aprender que aquí las reglas son
diferentes. Necesita dinero, necesita trabajar, así encuentra trabajo limpiando zapatos.
Ahora puede comprar croissant y manzanas en vez de cogerlos del mostrador. Se
compra unos zapatos para practicar su nueva actividad. Duerme en la sala de espera y si
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2. alguien le hace preguntas contesta que su avión va retrasado. ¡También compra un traje
de Hugo Boss! Aquí todos parecen de la casa aunque él nota que la gente cambia cada
día. Raramente encuentra una cara familiar excepto las vendedoras del bar o de la tienda
de fruta. Hace muchas preguntas a la gente sobre esta cosa llamada avión y sobre esta
otra llamada croissant. Lo miran con sospecha. Le preguntan: «Pero, ¿dónde has estado?
¡Es obvio, es un aeropuerto! Éste es el mundo moderno que nos hemos construido
nosotros mismos».
Así aprende a no hacer preguntas tontas ni hablar de su vida pasada, aprende a fingir
que no se sorprende y que se aburre como todos los demás. Aprende que no hay
necesidad de agradecer a la vieja usanza porque todo esto lo han hecho los hombres.
Simplemente dice: «Gracias», y la vendedora contesta: «Buen día».
Gradualmente el hombre procedente de la tierra salvaje se convierte en parte del
aeropuerto y acepta que todo aquí es diferente. Decide: «¡Me gusta estar aquí! Me
siento seguro. Quizás un día ¡hasta viajaré en avión!». Y poco a poco se encuentra
conformándose al nuevo modo de pensar que ha encontrado aquí. Ya no pide ayuda ni
se arrodilla en agradecimiento. Pierde su estupor y su gratitud. No se siente ya
dependiente - quizás hasta el día en que por fin decide tomar el primer avión, día en que
quizás se encuentre invocando a Dios ¡para que le devuelva a tierra sano y salvo!
Pero ¿qué ha cambiado realmente en la vida de este hombre? Todavía es el mismo
hombre. Ha descubierto una realidad nueva, pero ésta ya existía sin él. Ésta ha
cambiado su vida y al final su visión de las cosas, pero eso no ha sido el resultado de
una transformación ocurrida en su interior.
El cambio principal está en su pensamiento. Su mente ha cambiado del todo, porque se
siente seguro en un lugar que otros hombres han construido. Pero todos los materiales
que los demás hombres han usado para construir el aeropuerto les habían sido dados del
mismo modo en que las bayas habían sido dadas al hombre en la tierra salvaje. Estos
hombres han encontrado el material para su aeropuerto ya en el mundo.
Fundamentalmente nada ha cambiado - no habría razón para no agradecer. Imaginando
que sus vidas sean ahora generadas por ellos mismos ellos viven una ilusión.
El búnker, como el aeropuerto de nuestra historia, es una metáfora pero también una
realidad concreta de la cultura moderna y de su lógica. El búnker en gran parte está
hecho de pensamientos que nos aprisionan en modos particulares de ver y que también
mantienen alejados otros modos de pensar. El búnker existe en las actitudes públicas,
educación, política, medios de comunicación, cultura popular, en el mito y en el
imaginario moderno.
En el búnker nos sentimos seguros. Conocemos las dimensiones de cada cosa que
encontramos. Cuando algo no funciona podemos arreglarlo enseguida. El búnker
elimina la sorpresa, dejando fuera los misterios de la existencia que son a menudo
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3. incómodos. Es en esta situación que nos hemos convencido de que nosotros somos los
dueños de nuestras existencias y nuestros destinos. En el búnker el hombre finge que no
es una criatura, sino el patrón de sí mismo, habiendo creado en su fuero interno las
condiciones para la vida humana.
Estracto de una intervención titulada “Una emergencia: El hombre”, realizada por
John Waters, periodista del Irish Times.
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