1. EL GRANO DE ORO
Unos niños, hallaron cierto día en un
barranco un objeto parecido a un huevo
de gallina, en cuyo centro había una
hendidura que le daba el aspecto de una
pepita.
Un hombre pasaba por alli, vió el
objeto, lo compró a los niños por cinco
Kopecks y llevóle a la ciudad, donde lo
revendió como una curiosidad al
emperador.
El zar convocó a los sabios del pais y
les ordenó que averiguasen si este objeto
era un huevo o una semilla. Los sabios se
dedicaron a sus investigaciones, y
estudiaron, sin llegar a descubrir la
naturaleza del objeto.
Este fue colocado en el alféizar de
una ventana; lo vio una gallina que
picoteaba por allí, y empezo a picotear en
él, haciéndole un agujero.
Resultó pues evidente que el objeto
misterioso era una semilla: todo el
mundo estuvo conforme en esto y los
sabios declararon que era un grano de
trigo.
Al saberlo el zar quedó asombrado:
de nuevo convocó a los sabios y les
mandó que buscasen por qué era tan
enorme aquel grano de trigo. Acudieron
los sabios a su ciencia, acudieron a los
libros y no encontraron nada. Por fin,
dijeron al emperador.
“Señor, no tenemos ninguna
contestación satisfactoria que dar a
vuestra majestad. Nada hay en nuestros
libros que aclare la cuestión; es menester
interrogar a los campesinos; tal vez sus
abuelas les hayan enseñado la manera de
cultivar el trigo, para que produzca
granos tan grandes”.
Entonces el emperador hizo que
viniera un campesino extremadamente
viejo, para preguntarle.
2. El emperador le enseño el grano; pero
el viejo apenas veía; Llegó el hombre,
andando penosamente apoyado en dos
muletas; no tenía dientes y su barba era
blanca como la nieve, lo acercó a sus
ojos y le tocó con las manos.
“Padrecito, le dijo el emperador; me
quieres tú decir para qué sirve una
semilla tan grande? Has sembrado
alguna como está en tus campos? En el
curso de tu larga vida, has comprado
alguna vez granos así?
El viejo se había quedado sordo por la
edad, y apenas oía; entendió
confusamente las palabras,
comprendiéndolas apenas y repuso:
“No, nunca, he sembrado en mis
campos granos como esté, ni he
recolectado ni comprado. Que cuando
compraba trigo el grano era muy
pequeño. Es necesario preguntar a mi
padre; quizás él sepa dónde crece la
planta que produce
este grano.
El emperador
envió a buscar al
padre del viejo.
Se le encontró
muy lejos y fue
llevado a presencia
del monarca. El
anciano se apoyaba
sólo en una muleta;
gozaba aún de buena
vista, y su barba era gris. El emperador
le enseñó el grano y le preguntó lo que
era. El viejo lo miraba atentamente.
Díjole el emperador:
“Padrecito: Sabes para qué es buena
esta semilla? Has sembrado alguna vez
en tus campos o has comprado en el
curso de tu larga vida semilla como ésta?
“No respondió el viejo: jamás he
sembrado en mis campos granos
parecidos, ni he recolectado ni he
comprado, porque en mi tiempo aún no
se empleaba el oro. Entonces todo el
mundo comía de su propio pan y daban a
los que carecían de él, siempre que era
preciso. Ignoro dónde crece ese grano;
pero he oído decir a mi padre que en su
tiempo el trigo era mejor y producía
granos más grandes y numerosos. Es
necesario preguntárselo a mi padre!
El emperador hizo venir al padre del
viejo.
Se lo encontró muy lejos y fue llevado
a presencia del monarca.
El anciano era vigoroso, tenía los ojos
vivos, no llevaba muletas, hablaba con
mucha claridad y apenas se veía canas en
su barba. El emperador le enseñó el
grano y le preguntó lo que era.
El viejo lo miró de todos lados y
despues dijó:
“Hacía muchisimo tiempo que no veía
un grano tan grande”.
Le llevó a su boca, gustolé y
prosiguió:
“Sí , es la misma clase”.
“Padrecito, dijo el emperador, dime en
qué sitio y en que época crece esta
semilla. ¡Has sembrado o recogido o
comprado alguna vez granos así?
El viejo respondió:
“En mi tiempo todo trigo era como
éste, y de él nos valíamos para hacer
nuestro pan y vivir”.
3. “Padrecito, repuso el emperador,
quieres decirme si en tu tiempo
comprábais este grano o lo
recolectábais?”
El viejo sonrió.
“En mi tiempo, dijo, nadie conoció el
pecado que consistía en comprar o
vender pan, y el oro era desconocido.
Todos comían, pan hasta que se
hartaban!”
“Padrecito, continuó el emperador,
dime dónde estaba tu campo y dónde
sembrabas semejantes granos?”.
“Emperador, respondió el viejo, mi
campo era la tierra, que la Naturaleza ha
dado a los hombres. Mi campo era el
suelo que yo cultivaba: en aquel tiempo
la tierra no era de nadie, y no se sabía lo
que era de propiedad mía o tuya. Lo que
se llamaba mío o tuyo. Era el trabajo del
fruto de cada uno!”.
“Respóndeme aún dos preguntas, dijo
el emperador: primero dime cómo el
trigo podía crecer de un modo tan
marivolloso en aquel tiempo, y luego
por qué hoy es tan pequeño!”.
“En segundo lugar, no comprendo que
tu nieto se apoya en dos muletas, en una
sola tu hijo, mientras que tú eres aún más
fuerte y vigoroso, tu paso ligero, firme tu
marcha, tu mirada viva, tus dientes son
magníficos y tu voz vibra como la de un
joven. Padrecito, explícame todo esto”
“Esto sucede, contestó el viejo, porque
los hombres ya no viven de su trabajo y
porque desconfían unos de otros. Antes
se vivía de un modo distito; se vivía en el
respeto y temor de la naturaleza”.
“Entonces cada uno sólo poseía los
uyo y no tenía ninuna necesidad de lo
que pertenecía al otro”.
León Tolstoy