2. Había una vez… un rey que estaba aburrido y
cansado de sus bufones y consejeros, de modo que
comenzó a buscar la ansiada alegría en las afueras
del palacio. Se vistió con ropas comunes y salió a
recorrer las calles. Muy observador, el rey trataba
de captar todo lo que ocurría a su alrededor. Es así
que se interna en callejuelas, tabernas y conversa
con la plebe. Ya casi desilusionado encuentra a una
persona harapienta con un vaso de agua y un pedazo
de pan como único sustento. Comienzan a conversar
y encuentra en este plebeyo sabiduría por doquier.
3. El Rey, una vez que se da a conocer como tal, lo lleva
al palacio dándole el rango de asesor. El monarca
fascinado por sus modales y su forma de expresarse,
muy rápidamente le asigna ropa, un cuarto confortable
y un papel preponderante en sus decisiones. Los
bufones y demás consejeros al verse desplazados
comienzan a urdir intrigas para poder expulsar a este
<<intruso>>. Pero todas las artimañas son
desbaratadas por la ejemplar actitud del asesor.
Es así que buscan por todos los
medios para encontrarle un punto
débil. Hasta que un día notaron que
este plebeyo, a las 5 de la tarde, se
recluía todos los días en un cuarto
apartado del palacio. Los
consejeros le hacen notar esto al rey
diciéndole:
4. - Hay una conjura. Este plebeyo y otras
personas reunidas en secreto lo quieren
derrocar.
El Rey, que tenía un excelente concepto de él, decide
no hacerles caso.
Pasan unos días y ante la asistencia, decide en
persona ir hasta el otro lado del palacio. Se aproxima
a la puerta y trata de escuchar las voces de los
integrantes de la conjura, pero al notar que no se
escucha nada decide abrir de improviso la puerta.
Grande fue su sorpresa cuando lo ve vestido de nuevo
con ropas harapientas, tomando su habitual merienda
con su vaso de agua y el pan, en un cuarto desprovisto
de muebles.
5. El Rey, sorprendido, le pregunta por qué hace esto si
no le falta nada; ni lujosas ropas, ni manjares, ni
suntuoso mobiliario. A lo que el plebeyo le responde:
PARA NO OLVIDARME NUNCA DE DONDE VENGO
Reconocer nuestras raíces, aceptar nuestro origen, recordarlo y
respetarlo, es una gran virtud que deberíamos tener todas las
personas. Los orígenes de cada uno de nosotros tienen una
fuente relación con nuestra identidad; aunque no lo
queramos, permanecemos ligados a ellos de por vida.
Cuando avanzamos en la vida y progresamos, ya sea económica
o intelectualmente, no debemos despreciar o menospreciar los
estamentos de los cuales provenimos, porque en ellos hay parte
importante de nuestra historia. La gente que nos vio crecer se
puede sentir orgullosa de nuestros logros y casi sentirlos como
propios siempre y cuando mantengamos el respeto por esas
raíces.
6. Pero nos apartarán y nos despreciarán si repudiamos esas
mismas raíces o nos mostramos superiores, altaneros y
soberbios.
Sería bueno, entonces caminar siempre por la vida con los
tesoros de nuestros orígenes guardados en un cofre situado en
lo más profundo de nuestro corazón; para tenerlo siempre a
mano cuando la vorágine de este acelerado presente pretenda
hacérnoslo olvidar.