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EL GATO Y EL DIABLO
Beaugency es un antiguo pueblecito situado en una orilla del Loira, que es el río más largo de Francia. Es
también un río muy ancho. A su paso por Beaugency es tan ancho que si quisieras pasarlo de una orilla a la
otra, tendrías que dar por lo menos mil pasos.
Hace muchos años los habitantes de Beaugency, cuando deseaban cruzarlo, tenían que ir en una barca
porque no había puente. Y no podrían hacer uno ellos solos ni pagar a alguien para que lo hiciera. ¿Qué iban
a hacer entonces?
El diablo, que anda leyendo siempre los periódicos, se enteró de esta lamentable situación y por consiguiente
se vistió de gala y fue a visitar al alcalde Beaugency, que se llamaba Monsieur Alfred Byrme. Este alcalde
también era muy amigo de engalanarse. Llevaba un manto rojo y tenía siempre alrededor del cuello una gran
cadena de oro, incluso cuando estaba en la cama durmiendo a pierna suelta con las rodillas en la boca.
El diablo le contó al alcalde lo que había leído en el periódico y dijo que podría hacer un puente para que los
habitantes Beaugency cruzaran el río cuántas veces quisieran. Dijo que podría hacer un puente tan bueno
como nunca se había hecho uno igual, y hacerlo en una sola noche.
El alcalde le preguntó cuánto dinero deseaba por hacer semejante puente.
—Ni un centavo, -dijo el diablo-, todo lo que pido es que la primera persona que cruce el puente me
pertenezca.
—Muy bien, -dijo el alcalde.
Cayó la noche. Todos los habitantes de Beaugency se fueron a la cama y durmieron. Vino la mañana. Y
cuando se asomaron a las ventanas, exclamaron: ―¡Oh, Loira! ¡Qué magnífico puente!‖, porque veían un
magnífico puente de sólida piedra tendido de un lado al otro del ancho río.
Todo el pueblo corrió hasta la cabecera del puente y lo cruzó con la mirada.
Allá estaba el diablo, de pie al otro lado del puente, esperando a la primera persona que fuera a cruzarlo. Pero
nadie se atrevía a cruzarlo por miedo al diablo.
Hubo entonces un tronar de trompetas –esa era la señal para que guardaran silencio- y apareció el Alcalde,
Monsieur Alfred Byrme, con su gran manto rojo y traía al cuello su pesada cadena de oro. Tenía un cubo de
agua en una mano y debajo del brazo, llevaba un gato.
Al verlo desde el otro lado del puente, el diablo dejó de bailar y enfocó su catalejo.
Cuhichearon todos unos con otros y el gato levantó los ojos hacia el Alcalde, porque en el pueblo de
Beaugency se permitía que los gatos miraran al Alcalde. Cuando se cansó de mirar al Alcalde (porque incluso
un gato se cansa de mirar un Alcalde), empezó a jugar con la pesada cadena de oro del Alcalde.
Cuando el Alcalde llegó a la cabecera del puente, todos los hombres contuvieron la respiración y todas las
mujeres contuvieron la lengua. El alcalde soltó al gato en el puente y, rápido como el pensamiento, ¡chapuzón!
Le vertió encima el cubo de agua.
El gato, que ahora estaba entre la espada y la pared, (entre el diablo y el cubo de agua) se decidió como alma
que lleva el diablo y corrió con las orejas gachas a través del puente hasta parar en los brazos del diablo.
—Señores de Beaugency, -dijo-, ustedes no son ni siquiera personas, son sólo gatos.
Y le dijo al gato:
—Ven aquí gatito mío. ¿Tienes miedo? ¿Tienes frío? ¿Minino? ¡Ven aquí! El diablo te lleva. Vamos a
calentarnos los dos juntos. Y se marchó con el gato. Desde aquella época a los habitantes de ese pueblo les
llaman ―los gatos de Beaugency‖.
Pero el puente sigue ahí, los niños pasean, montan en bicicleta y juegan en él.
JAMES JOYCE (Irlanda, 1882 – 1941)

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  • 1. EL GATO Y EL DIABLO Beaugency es un antiguo pueblecito situado en una orilla del Loira, que es el río más largo de Francia. Es también un río muy ancho. A su paso por Beaugency es tan ancho que si quisieras pasarlo de una orilla a la otra, tendrías que dar por lo menos mil pasos. Hace muchos años los habitantes de Beaugency, cuando deseaban cruzarlo, tenían que ir en una barca porque no había puente. Y no podrían hacer uno ellos solos ni pagar a alguien para que lo hiciera. ¿Qué iban a hacer entonces? El diablo, que anda leyendo siempre los periódicos, se enteró de esta lamentable situación y por consiguiente se vistió de gala y fue a visitar al alcalde Beaugency, que se llamaba Monsieur Alfred Byrme. Este alcalde también era muy amigo de engalanarse. Llevaba un manto rojo y tenía siempre alrededor del cuello una gran cadena de oro, incluso cuando estaba en la cama durmiendo a pierna suelta con las rodillas en la boca. El diablo le contó al alcalde lo que había leído en el periódico y dijo que podría hacer un puente para que los habitantes Beaugency cruzaran el río cuántas veces quisieran. Dijo que podría hacer un puente tan bueno como nunca se había hecho uno igual, y hacerlo en una sola noche. El alcalde le preguntó cuánto dinero deseaba por hacer semejante puente. —Ni un centavo, -dijo el diablo-, todo lo que pido es que la primera persona que cruce el puente me pertenezca. —Muy bien, -dijo el alcalde. Cayó la noche. Todos los habitantes de Beaugency se fueron a la cama y durmieron. Vino la mañana. Y cuando se asomaron a las ventanas, exclamaron: ―¡Oh, Loira! ¡Qué magnífico puente!‖, porque veían un magnífico puente de sólida piedra tendido de un lado al otro del ancho río. Todo el pueblo corrió hasta la cabecera del puente y lo cruzó con la mirada. Allá estaba el diablo, de pie al otro lado del puente, esperando a la primera persona que fuera a cruzarlo. Pero nadie se atrevía a cruzarlo por miedo al diablo. Hubo entonces un tronar de trompetas –esa era la señal para que guardaran silencio- y apareció el Alcalde, Monsieur Alfred Byrme, con su gran manto rojo y traía al cuello su pesada cadena de oro. Tenía un cubo de agua en una mano y debajo del brazo, llevaba un gato. Al verlo desde el otro lado del puente, el diablo dejó de bailar y enfocó su catalejo.
  • 2. Cuhichearon todos unos con otros y el gato levantó los ojos hacia el Alcalde, porque en el pueblo de Beaugency se permitía que los gatos miraran al Alcalde. Cuando se cansó de mirar al Alcalde (porque incluso un gato se cansa de mirar un Alcalde), empezó a jugar con la pesada cadena de oro del Alcalde. Cuando el Alcalde llegó a la cabecera del puente, todos los hombres contuvieron la respiración y todas las mujeres contuvieron la lengua. El alcalde soltó al gato en el puente y, rápido como el pensamiento, ¡chapuzón! Le vertió encima el cubo de agua. El gato, que ahora estaba entre la espada y la pared, (entre el diablo y el cubo de agua) se decidió como alma que lleva el diablo y corrió con las orejas gachas a través del puente hasta parar en los brazos del diablo. —Señores de Beaugency, -dijo-, ustedes no son ni siquiera personas, son sólo gatos. Y le dijo al gato: —Ven aquí gatito mío. ¿Tienes miedo? ¿Tienes frío? ¿Minino? ¡Ven aquí! El diablo te lleva. Vamos a calentarnos los dos juntos. Y se marchó con el gato. Desde aquella época a los habitantes de ese pueblo les llaman ―los gatos de Beaugency‖. Pero el puente sigue ahí, los niños pasean, montan en bicicleta y juegan en él. JAMES JOYCE (Irlanda, 1882 – 1941)