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PEPILLO EL PALOMERO  I Parte Por Francisco Hernando   Pepillo el palomero estaba confuso, de pronto se le habían cambiado todos los esquemas. Aquella noche le costo conciliar el suelo, fueron demasiados los conceptos oídos en aquel cursillo, que los jueces especializados en su raza, habían organizado en su pueblo. En realidad no habían hecho mas que confirmar sus gustos. Le vino a la memoria aquellos tiempos de niño chico, cuando se pasaba horas enteras viendo volar a sus palomas, haciendo la rabona en el colegio se iba al campanario de la iglesia de Don José, el cura párroco, y escondido e inmóvil detrás de aquella columna central, veía como aquel gavino viejo, que su abuelo le había regalado, iba y venia detrás de aquella dura y arisca zurita azul aliblanca, y como una vez engatusada, la recortaba una y otra vez en el aire, hasta obligarla a echarse en el palomar, que a regañadientes con su madre, mantenía en la azotea. ¡ Lo que hubiera dado porque fuese la hora de salida del colegio!, Estaba ansioso por ver si la había encajonado. Así un día tras otro, cuando no era el gavino, era aquel prieto, o el bayo. Hasta que Don Diego, el maestro, fue con el cuento a la familia, 
 que el niño no va a la escuela........
 y pena de mi pena, palomos fuera. Aunque siempre, al pasar por la plaza, no podía evitar dirigir su mirada, a aquel bando de zuritas, que seguro no seria tan numeroso si no le hubieran obligado a quitar los palomos. Años mas tarde, recién casado, primero en el lavadero, luego en la terraza y más tarde, quitando una habitación al núcleo familiar, puso palomos. Pepillo el palomero estaba confuso, no comprendía como no había vuelto a hacer, lo que de niño chico hacia, divertirse con sus palomos ladrones, viéndolos trabajar y volar, y no, que había perdido un montón de años, empeñado en perfeccionar unas cabezas, unas rosetas, un color de patas, que en realidad no le divertía, y le tenia en una angustia y desazón permanente. Además siempre había un colega de sociedad que le sacaba defectos, a aquello que había conseguido tras años de cría y trabajo. Por otro lado, no volaba ya sus palomos, ¿ cómo se iba a arriesgar, para que se le perdieran o se lo mataran?, Perdiendo al que le daba las cabezas, ¿ y que hago yo ahora, al precio que están los palomos se preguntaba?. Por eso Pepillo el palomero estaba muy confuso, de pronto, habían venido unos señores especializados en su raza, señores preparados, que le habían dicho que estaba equivocado, que si, que los palomos tenían que ser de una manera determinada, que la cabeza, que la roseta, que la pata, que si, que tenían importancia, pero que ellos, señores preparados, iban a empezar a cambiar el criterio de como juzgar a los palomos, que por donde iban la raza se degeneraba, que ya no es nuestro palomo, que primero nos tienen que divertir, que tienen que volar, seducir y recortar en el aire, e ir en busca de los descendientes de aquella zurita dura y arisca azul aliblanca. Pepillo el palomero estaba confuso, confuso e ilusionado, iba a volver a ser niño chico, pensaba entrenar a sus palomos desde pichones, para que cuando viniera aquel juez Especializado a su casa, se divirtiera con él, y le diera el visto bueno para poder asistir a los campeonatos de belleza, que ya no estarían mediatizados por modas o gustos personales, porque solo por estar allí presente, todo el mundo sabría que Pepillo el palomero tenia buenos palomos. A Pepillo el palomero, esa mañana le costo despertarse, por culpa de aquel desvelo, por aquellas cosas que había oído, pero de pronto dio un bote y salto de la cama, tenia que ir al palomar a soltar los palomos. Pepillo el palomero empezó a ser niño chico de nuevo.   En La Jabalcuza a 13 de Febrero de 1995. Francisco J. Hernando Martín.
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