1. EN OBRA NEGRA
La investigación es una actitud propia del hombre, evidencia de su capacidad
racional, de su salto evolutivo. Solo seres racionales son capaces de darse a la
tarea de desentrañar y esculcar casi con lascivia su entorno, su mundo, su
realidad. Es así, que cabria la apreciación de Dante Alighieri: “No fuisteis
criados para vivir como bestias sino para seguir en pos de la virtud y la
sabiduría”. Y por eso y no de otro modo, es que en nuestra infancia somos los
más fervientes, impetuosos y persistentes investigadores; nos damos a la tarea
de armar y desarmar el mundo a pesar de regaños, llevamos todo a la boca y
saboreamos colores sin que nos moleste la tierra, exploramos nuestro cuerpo y
el del otro, siendo bella imagen poética el niño tocando la cara de su hermano
o jugando con el seno de su mamá.
Descubrir el mundo en nuestra especie parece instinto, aprendemos con cada
quemada, raspón y caída, pero morimos al igual que los gatos con la felicidad
de haber saciado nuestra curiosidad. Concepto que considero génesis de este
pésimo intento de autobiografía. En infancia al igual que otros fui curiosa, con
la maldad que dan las primeras edades. En mi tiranía en actitud muy
sistemática, desmembré, divide y separe mil y una lagartija en el baño de mi
casa, me pellizqué cortadas para ver como salía mi sangre y le quite las cejas
a mi hermano con una cuchilla de afeitar jugando al medico, todo el pro la de la
ciencia. Pero he admitir que no solo indague e inspeccione mi alrededor, en
muchos casos yo fui el objeto de estudio detalladamente caracterizado. Es así,
que conmigo se experimento desde la sabiduría popular con más de un
purgante, pócimas meticulosamente creadas por mi mamá, hechas de paico,
yerbabuena y ruda, que con el tiempo fueron siendo perfeccionadas para mi
desgracia. Que mejor científico que mi mamá con sus aguas de yerbas, sus
soluciones macondianas y sus explicaciones desde la óptica y malicia del
campesino.
Mi casa fue el nicho para mis futuras aspiraciones de literata, etnógrafa,
bailarina, pintora y por supuesto de filosofa. Se me enseño a través de los ojos
de mi madre el fino arte de la objeción, de negar la verdad aparente y construir
explicaciones alternas a los fenómenos que cercaban mi vida: el ladrillo
caliente para evitar que el niño orine de noche, el hablarle a las plantas para
que crezcan felices, el cortarse el cabello en menguante para que abunde en
creciente para que crezca y lo que no se podía entender se solucionaba con
charlatanería o adagios populares “más sabe el diablo por viejo que por
diablo”. Lo más extraordinario es que el cabello crece, las plantas florecen y
los niños dejan de orinarse. Conclusión hemos negado la otra mitad del mundo,
aunque desdeñosamente habitemos en ella, e hipócritamente busquemos el
horóscopo y nos asustemos con los viernes trece, lo gatos negros o leamos las
nubes para pronosticar el tiempo.
Lo mejor de todo este entramado son sus teorías, las explicaciones a los
fenómenos que me abrazaban y las generalizaciones basadas en la
observación. La recopilación de una perspectiva hecha de sinsabores e
invenciones que trascribo en estas hojas. Debo aclarar que como observador
2. de mi propio ser soy un total inventor y que el decálogo de mi universo es un
intento frustrante por poner en palabras lo que un buen entendedor solo
discerniría con imágenes. Y hay de todo menos fechas, todo es cíclico, todo es
un pegote donde las conjeturas y los aprendizajes son los mismos, solo que
reelaborados con otros vestuarios y mascaras. Circo que se maquilla con otros
pigmentos pero que de fondo tiene la misma carpa vieja y el mismo león sin
dientes; donde lo que dolió ayer, duele hoy.
Incomoda las mismas diferencias entre mujeres y hombres, incomoda que lo
que les sobra a ellos y me falta a mi, sea el ejemplo de dos patas para
aprender que todo tiene dos caras, dos polos, dos esquinas irreconciliables
hasta que se hace noche y en la intimidad de una sabana nos hacemos cuatro
patas, cuatro brazos, dos cabezas, animal mítico que destila fuego y tiene alas.
Solo allí, perdono a las ollitas de plástico, las muñecas casi calvas imitación de
la voluptuosa Barbie, las faldas y el veredicto incuestionable de que los
hombres en la cocina huelen a mierda de gallina. Y hay!!!!, como desee de
chinche ser mierda para vagabundear en la calle, jugar canicas, para no lavar
platos, para pedir sin vergüenza un triciclo, para andar con niños, para ser
heroína aunque la mujer maravilla sea la más insulsa y simplona al lado de
Acuaman, Superman y Batman. Para ganar con los mismo mordiscos los que
se cuestionó a los 8, lo que no me dejo ser niña ni niño, lo que nunca se olvido
que faltaba.
En el ir y venir de mi cabeza el circo tiene nuevos acróbatas pero los mismos
bufones, esos feos y regordetes que te recuerdan que eras la niña fea, la que
tuvo cabello de loco y una loca mamá que deseo peinar y darle forma a lo que
más parecía un nido de pájaros, la que con vestido parecía tomate con
sombrero, la que era René Higuita cuando jugaba con sus primos, porque las
niñas bonitas nunca jugaron con mis mocosos primos, conclusión infantil hay
que ser muy fea para jugar con ellos. La belleza la repartieron muy mal,
suponía de pequeña, dejando algunos mejor organizados en la vida y otros
para la burla de los demás, que si las orejas, que si la nariz, que si los dientes,
que si las pecas. Como se solucionaría el mundo si todos fueran bonitos. Hasta
que uno termina por descubrir la otra belleza “la oculta” la que me regalo la
danza, la que se constituyo en el más soberbio saber, la que me enseño que
hay orgasmos chiquitos en la simetría de un brazo con un sonido. Es así, que
mis personajes ambulantes florecieron aunque en el fondo siguieran siendo
payasos de nariz roja que solo sonríen cuando bailan. Y yo soy el payaso que
se siente hermoso, y que se crece con la música, el que volvió sentencia que
bailar es como reír, una serie de movimientos involuntarios que producen
placer.
La vida no es el mismo escenario todas las veces, y que cambie de circo a
teatro, de teatro a laboratorio, de escuela se metamorfosee en jardín o ring de
boxeo; no es mas que certeza de que en algún momento fui cárcel y habite
en ella. Porque fui reclusorio de elevadas paredes, sin ventanas para extender
la desgracia o el brazier roto. Porque toda buena descripción tendría que hablar
de las flaquezas que nos sonrojan y nos hacen agachar la cara para mirar de
reojo la utilería barata con la que decoramos los malos recuerdos, hechos de
ladrillo gris y sin pañete, a los que les ponemos el calendario color naranja.
3. Y mi celda para mi pesar como docente fue aprender a leer y a escribir. Lugar
con poca luz donde me despojaron del transito por la luna de Julio Verne y el
planeta del Principito. Me hurtaron las ganas de explorar a punta de planas de
palito, bolita, palito; de memorización religiosa. Como sufrí yo con eso; casi me
muero a punta de terapia de rejo por no saber de memoria el abecedario. Me
apropie de una escuela donde se rellenan vocales con plastilina y no cabe el
asombro, donde se pica papeles, se come tempera, se unta el delantal de
Colbon pero que deja como paria despojado de territorio a la caperucita roja, a
un lobo feroz. Poderoso panorama que se apodero de mi casa, que bajo la
supervisión masculina, declaro horas de fila, de silencio, que veto las preguntas
y que abrió espacios diarios al patíbulo donde se repetía sin descanso y sin
hacían márgenes en el cuaderno. Aprendí que bajo el mandato de mi papá la
letra con sangre entra, que debía tener miedo por lo que no se, y que mi
mamá era otra presa, la que me enseñaba en lugares prohibidos como la
cocina, pero la que carecía de toda voz. Es decir, esa fue la época en la que
me plancharon la vida como al uniforme.
Pero la dictadura cayo, murió mi papá un muy 12 de octubre antes del medio
día; y en una misma sensación viscosa hubo tristeza y felicidad; esperanza e
incertidumbre; descanso y culpa. Al maestro sin gafas lo mataron y consolé la
turbación en la idea de que no hay mal que por bien no venga. Luego leí, leí
y leí bajo la brújala del azar, sin supervisión, sin preguntas, a escondidas o
ignorando el patio, y por obra y magia de un libro la cárcel se cayó buscando
matar el tiempo en las bibliotecas de los tíos, en los textos que dejaron mis
primos y que nunca ojearon, en los libros prestados. Leí a destiempo antes de
los trece lo que se supone no se podía entender y sujete en mis manos ideas
pegajosas y sin forma o color que solo eran posible en los dedos de la
cucaracha que amaneció mirando al techo, pintadas en mil y una noche de oro
y plata con elefantes vestidos de rojo, que como los de Dalí tienen largas patas
de zancudo, vagabundas como los horarios de Remedios la bella, y que como
el ciclope Polifemo pierden óptica cuando se embriagan con vino, y lloran
cuando no se sabe por quien doblan las campanas.
Y el transito fue tranquilo lo que se debía conocer y aprender, se aprendió
como los demás, con tareas, con maquetas y con madrugadas. Hasta que un
día por obra y gracia divina después de 11 años de aula y zapatos
juiciosamente embolados, uno tropieza con un docente que te trae de los pelos
a la incertidumbre, y que te lee lo que otros no te leyeron. Para mi caso fue el
profe de filosofía de decimo, don Alberto Pinzón, gruñón, satírico, de una
sinceridad hiriente que generaba odio en algunos, risa en otros o reflexión en
muchos. Qué sin previo aviso, sin entender del todo que íbamos aprender en
filosofía me dejo boquiabierta cuando leyó el siguiente poema:
Qué te vas a acordar Isabel
de la rayuela bajo el mamoncillo de tu patio
de las muñecas de trapo que eran nuestros hijos
de la baranda donde llegaban los barcos de La
Habana cargados de...
4. Cuando tenías los ojos dorados
como pluma de pavo real
y las faldas manchadas de mango
Qué va
tú no te acuerdas
En cambio yo no lo notaste hoy
no te han contado
Sigo tirándole piedrecillas al cielo
buscando un lugar donde posar sin mucha fatiga
el pie
Haciendo y deshaciendo figuras en la piel de la
tierra
y mis hijos son de trapo y mis sueños de trapo
y sigo jugando a las muñecas bajo los reflectores
del escenario
Isabel ojos de pavo real
ahora que tienes cinco hijos con el alcalde
y te pasea por el pueblo un chofer endomingado
ahora que usas anteojos
cuando nos vemos me tiras un "qué hay de tu vida"
frío e impersonal
Como si yo tuviera de eso.
Raúl Gómez Jattin
Este proemio poético me sitio para el resto del camino, y he adorado las faldas
manchadas de mango y los ojos de una Isabel que olvidaron que los besos
robados valen más que los legales; y Jattin es mi excusa para enamorar, para
decir que no amo demasiado pero que necesito más que al poema, y para
reírme envidiando a la gallina porque es el animal que lo tiene más caliente, tan
osada que le cabe un huevo. Ese sublime corazón de mango del Sinu me
presento a otros y me abrió sus brazos para entender un Benedetti hecho de
mares transatlánticos; un Neruda caballero solo donde las moscas zumban
coléricas y las abejas huelen a sangre; un Baudelaire y su familia de ojos que
me gritan “que no importa la condena para quien ha encontrado en un
instante lo infinito del goce”, un Gonzalo Arango, un potente Lorca que
busca poner sus pies descalzos en Nueva York, donde el Hudson se
emborracha con aceite. Arañaron mi cabeza para que siguiera ganado todo
mordiscos.
Don Alberto con tiestazos me despertó de un largo letargo donde el mundo era
una caricatura sin gracia. Ese señor se dio a la tarea de que quisiera ser el
hombre ilustrado de Kant o de Ray Bradbury y que buscara el Arche o arje de
mis sueños, que mi cabeza fuera maquinaria indomable para mis sentidos y
que se sublimara para una Totto la Monposina o una Petrona Martínez. Para
que con terquedad y desde las tripas amara todo lo es posible de amar, para
que entendiera que no es eterno el amor sino por el contrario es envidioso,
celoso, posesivo, terco, doloroso, infiel, que no todo lo soporta y que no todo lo
puede, pero que aun así vale la pena abandonarse a una boca roja y a unas
manos que abrazan como arañas.
5. En este catre de verdades a medias, que en el recuerdo ya están descoloridas.
Tendría que aclarar que lo que se ha aprendido en 29 años es poco y no da
para más de cuatro hojas. Que en resumen soy mentirosa, terca, salsera y
bocona, que digo con gusto marica y que mi vida es malparida, que ahora soy
profe (en diminutivo) y que solo soporto a mis estudiantes porque los amo, que
todos los días me levanto sin querer ser docente, pero al igual que el café que
tomo en la madrugada busco los motivos para rehacer el matrimonio que
divorció cuando salgo de clase. Que no deseo envejecer y por eso me agarro
de mis chinos para que me actualicen el mundo, que mis grandes tragedias es
el peso y no tener grandes senos, no hacer el amor periódicamente, sufrir de
insomnio y guardar muchas veces pereza para aprender y aprehender de
nuevo. Como quien dice soy una casa de grandes patios internos, con
ventanas a la calle, buena luz y jardín pero en OBRA NEGRA.