1. KEVIIN EDUARDO ESPINOZA MARTINEZ
Un sueño verdadero
Era, como la dulce melodía que cantaban los mimos ángeles, su opúsculo era, una
delicia verla y tocarla; su segundo nombre era igual al de la morenita de Tepeyac y
el principal, era como la aroma de la dulce e intensa flor de jazmín. Él, un promedio
entre la distribución normal, a veces futurista y a veces pesimista; le escribía al cielo
y a su imaginación, pues él vivía en la época equivocada donde la tecnología era lo
“chic”. Soñaba con ella día y noche, a veces sonámbulo a veces en clases,
patidifuso se encontraba y un tanto enloquecido por la triste idea de envejecer
sin alguna compañía. Para no estar solo hablaba con su subconsciente donde ella
le decía:
-¿Te crees clarividente? Las historias que escribes no es una bola de cristal entre
párrafos donde puedas ver a tu mujer ideal, más bien es un escape hacia lo absurdo,
hacia la ingenuidad de un corazón joven como el tuyo.
-¡Déjame en paz!, contestaba, Es la combustión de mi corazón, sin esto muero, sin
escribirle siento que hacen erupción los volcanes, que cae el cielo a pedazos y se
abre la tierra.
Entre largas y tendidas conversaciones entre el mismo, muchos pensaban que
estaba loco, que las cabras corrieron y volaron al monte. Pero solo él esperaba
aquella mujer soñada, aquella manifestación extra normal de bajo de sus sabanas
o en el cereal de desayuno. El joven era muy intenso, muy indomable y tal vez un
tanto perplejo del sentido de la vida; sufría del corazón, no era un sufrir de amoríos,
si no un sufrir severo, sus doctores le llamaban “soplo” y él le llamaba “el respiro
de un amor extraviado”, donde a este caso le escribía a ella:
- Y es mi corazón que implora piedad, implora el destello de tus ojos por la mañana;
ver el lunar que adorna tu mejía que sabe a gloria, te confundo con la luna escarlata
y me hundo en ti...
Rogelio era su nombre; sus lentes, camisa de cuadros y sus converse, lo seguían
a donde fuera. Sus padres preocupados por la salud del muchacho le evitaban
escribir y hacer lo que amaba, pues confundidos imaginaban que eso era lo que le
causaba la dolencia en el corazón:
-¡Hijo! ¿No crees que el escribir te perjudica? Los doctores nos encargaron mucho
que no te alteraras y dejaras por un segundo la tinta y el papel.
-Papá no tiene nada que ver eso, me siento bien, solo son dolencias que se me
pasan, tranquilo estaré bien.
Era muy obstinado y aferrado como las mulas en sentir que todo estaba bien,
mientras que todo andaba más que mal. Tan solo pensaba en ella, ella era su
impulso, su golpe de energía y las ganas de vivir, pues ella supuestamente conocía
la trama del joven.
2. KEVIIN EDUARDO ESPINOZA MARTINEZ
¿Y quién era ella? Quien era la dama que penetraba los sentimientos del joven y
carcomía las entrañas de él mismo; ¿Era la agonía? ¿La soledad? O solo el goce
por torturarse a él mismo. Le gustaba la tristeza no hay que negarlo, pero, también
le sentía atraído el sonido natural de la música que se tocaba en cualquier lugar que
recorría; blues, jazz, baladas y el buen sonido alterado llamado rock. No fue así
hasta que escucho el peor sonido de su vida, no se comparaba con los “géneros”
que a él le gustaba entonar en la regadera.
- ¡Estas enfermo!, en el filo de la cornisa, mírate cada vez más delgado; tus
ojos distantes a lo cotidiano, tú cuerpo imperfecto al público y sin los sentidos
activos pues tu corazón deja de latir poco a poco.
Fue tanto impacto que el joven dejo de escribir, la tinta y el papel permaneció sobre
el buro viejo de su cuarto por un tiempo indeterminado como si alguien le ordenara,
un ser extraño que lo detuviera. El joven estaba muriendo por ella, la dama
misteriosa y difícil de descifrar.
- ¡Rogelio! Despierta, ¡hijo! Escucha mi voz, ¡Luis!, Háblale al vecino, que
traiga una ambulancia ¡gordo! ¡rápido!
Dejo de latir su corazón, el joven dejo de respirar, sobre el buro quedo, tieso y
helado, él había pasado al comienzo de una mejor vida; Gandhi, Miguel Ángelo,
Beethoven, se encontraría.
¿Y quién era ella? Sobre el buro una carta estaba y decía:
A mis padres:
Recordar sus acaricias de niño, los cuidados extremados que recibí, el amor
verdadero de amigos convertidos en la ley y el orden en la casa, eso y mucho más
que me dieron, solo queda decir un los amo.
Los ojos de sus padres llenos de lágrimas e inconsolables se tornaba ese momento,
siniestro de alguna forma pues quien deja una carta como hijo antes de la muerte,
solo un kamikaze de la segunda guerra mundial.
A ella:
Apareciste como estación del año solo unos atardeceres mientras te ibas
dejándome herido, apareciste como ocaso desvaneciéndose mientras yo te miraba,
apareciste como loción solo unos cuantos minutos durabas y luego te perdías.
Tú mi opúsculo, mi utopía y mi enloquecida historia, a ti te escribo. Esperanza tú
fuiste mi debilidad, sin ti no puedo trascender como una persona eminente y sin
miedo, tu eres la virtud ante todo y que deje que se me escapara pues nunca creía
en ti y este cataclismo de mi ser se debió a tu partida, solo ruego en volver poder
verte y tenerte para siempre, Esperanza.
3. KEVIIN EDUARDO ESPINOZA MARTINEZ
Rodrigo nunca tuvo certeza en su camino para poder obtener lo que realmente
deseaba y soñaba. Estuvo enamorado de Jazmín una joven universitaria que
deambulaba sobre los suburbios de la ciudad, pero que nunca cruzo palabras con
ella.
Parecía un ritual sentarse y verla pasar con el sol cayendo, solo así él podía respirar
los últimos momentos de su vida, solo así él se sentía incesantemente protegido por
cada paso que daba al caminar.