Dorian y su hermana Gysella comparten un momento de intimidad junto al árbol sagrado de la familia Blackwood, donde expresan su profundo amor fraternal. Dorian le informa a Gysella que su padre se está debilitando y que pronto él asumirá el liderazgo del clan. También le dice que es hora de que Gysella empiece a aprender sobre sus futuras responsabilidades como mujer, ya que pronto tendrá que casarse y dejar la casa familiar. Dorian teme separarse de su querida hermana y solo desea protegerla.
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En cuanto sus cuerpos se separaron del sentido abrazo, Dorian clavó sus orbes en Gysella,
analizando cada detalle de ella como si pudiera detectar cualquier cambio, por pequeño que
fuera, como si pudiera beber de su imagen y guardarla en el recuerdo para cuando la distancia
fuera un obstáculo. Ella era su todo, su razón de seguir. No había nada en el mundo que
pudiera superar ese amor fraternal, profundo y totalmente inocente que sentían el uno por el
otro. Admiró su belleza unos instantes, el pecho henchido de orgullo al comprobar cómo la
hermosura de ella crecía día a día. Pese a que su cuerpo aún era infantil y sin curva alguna, en
su mirada habitaba una Gysella más adulta, más madura. Una Gysella que se dejaba entrever
en cada sonrisa, cada palabra, cada gesto.
Los instantes pasaron y el silencio dejó pasar a sus voces de forma natural, como si ambas se
entrelazaran en una escalera que descendía hasta el cielo. Dorian sentía la magia del momento
en su piel erizada, en la cercanía de los Antiguos Dioses en ese rincón solitario y sagrado. Si
hubiera extendido la mano, habría alcanzado la corteza ennegrecida del arciano. ¿Podría
entonces sentir el eco de la presencia de los antiguos? ¿Lograría el árbol muerto transmitir lo
que su cara tallada, sin vida, llevaba observando miles de años? Ninguna de esas preguntas
tenía respuesta en su mente, pero si que conocía la importancia sagrada del lugar y solo la
compartía con esa personita que restaba a su lado, sonriente por el recién encuentro. Durante
un instante, el Blackwood pensó en su hermano menor, pues pese a que Fynn compartía las
creencias de la familia, su fe en los dioses era menor y eso le disgustaba.
Levantó la mirada, que segundos antes contemplaba sus manos entrelazadas y contempló los
ojos color canela que destilaban un cariño infinito, como si pudieran hablar más de lo que
hablaba su propia lengua. – [color=sienna]Sé que te gustaría acompañarme, hermana. [/color]
– Le dijo, acariciando su rostro con su mirada cariñosa, una mirada que solo guardaba para
ella. A pesar de que debían separarse cada vez que sus responsabilidades llamaban, cada vez
que volvía a pisar Raventree, Gysella le ofrecía este pequeño ritual de bienvenida que
conseguía alejar todos los males del camino. Siempre salían a rezar a los dioses, algo para
ambos sumamente importante y luego conversaban sobre cómo habían ido los días en la
Fortaleza durante su ausencia. Se levantó con la delicadeza que la caracterizaba y se sacudió
las hojas que, anhelantes, se habían pegado a ella como pronto harían muchos hombres. Él la
ayudó, cogiendo algún trozo pequeño y desenredándolo del tejido que formaba su falda. Se
dejó llevar por su mano, consciente de cuanto le gustaba esa roca al lado del arciano, donde
muchas veces él también se sentaba a pensar o afilar su espada. Vino el momento de las
preguntas y él le sonrió con cariño ante estas. – [color=sienna]Bien, el viaje fue bien. Nuestra
prima Eris manda saludos a la familia. [/color] – Dijo, borrando la sonrisa de su rostro para
transformarla en una expresión más seria. – [color=sienna]Nada emocionante, te lo aseguro.
[/color] – Dijo, mientras el viento agitaba las melenas de ambos hermanos, como si quisiera
afirmar sus palabras.
El tono de la conversación se oscureció en cuando Gysella pronunció al padre de ambos.
Dorian la miró, con la tristeza en la mirada, intentando adivinar del color tierra de sus ojos que
pasaba por su mente. Para él, su familia era lo más importante y bien que Lyam no había sido
el mejor padre del mundo, seguía queriéndolo dentro de sus allegados. Tiempo atrás este
2. empezaba a enfermar y temía que su tiempo poco a poco se fuera apagando. –
[color=sienna]Gysella… [/color]- Apretó su mano con suavidad para transmitirle ánimos.
Siempre le había dado la impresión que su hermana tenía sentimientos encontrados hacia su
padre, si bien nunca habían hablado de ello, lo notaba en su mirada. – [color=sienna]¿Qué dice
el maestre? [/color] – A pesar de sus pocas pretensiones, Raventree constaba de un viejo
maestre que llevaba allí antes de que Dorian naciera. – [color=sienna]No creo que aguante
mucho más, Gysella. [/color] – Le dijo, apretando más su mano en un intento desesperado de
transmitirle cariño. – [color=sienna]Tendremos que ser fuertes cuando él se vaya. [/color] – Le
dijo, aunque iba dirigido más a si mismo que a ella. En cuando su padre muriera, él sería Lord
de Raventree y aunque se había preparado durante toda su vida, ese futuro se le antojó
asfixiante. ¿Sería capaz de gobernar con buena mano los terrenos de los Blackwood? –
[color=sienna]Hablaré con madre. Es hora que empiece a contarte las cosas, ya eres casi una
mujer. [/color] – Le dijo, esbozando una triste sonrisa. – [color=sienna]Pronto empezarás a
asumir responsabilidades. [/color] – Su voz sonaba tranquila y suave, pero en su mirada, había
la preocupación. No quería que la pequeña niña de sus ojos creciera y se casara. En su interior,
deseaba poder guardarla en una cajita y tenerla con él para siempre. ¿Qué sería de ellos
cuando se casara y tuviera que partir a un lejano lugar, quizás demasiado sureño para ella? –
[color=sienna]Hablaré con ella del asunto del pupilaje también. [/color] – Si tenía que
marcharse, mejor fuera hacia el Norte, donde el frío y el culto a los Dioses la acogerían con los
brazos abiertos. Y él la echaría de menos como cada vez que su caballo se alejaba de Árbol de
Cuervos, pese a que una parte de su corazón se quedaría siempre con ella. [/justify][/Font]
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