En un mundo lejano, una mujer se adentra en un bosque oscuro y se hiere a sí misma frente a un altar de piedra para pedir la mejor bendición para el hombre al que quiere. Su deseo es concedido y ella ve al hombre alejarse en una embarcación hacia el mar abierto. Una voz le dice que ese es el mejor regalo que podía darle, aunque ahora él debe abandonarla. La mujer queda desconsolada viendo cómo el bote se pierde en el horizonte.
1. Sueños. Oliva Schreiner.
IV. En un mundo lejano
Existe un mundo cerca de una lejana estrella, en dónde las cosas no son como aquí. En
ese mundo vivían un hombre y una mujer; y por motivos de trabajo, por muchos días, ellos
debían caminar juntos, lado a lado, y eran amigos. Más eso es algo que suele ocurrir
también en este mundo.
Sin embargo, hay algo en ese mundo sideral que no existe aquí. Hay un espeso bosque,
donde los árboles crecen muy cerca uno del otro y los troncos se entrelazan entre sí, y el sol
de verano no brilla nunca en su interior. Pero de noche, cuando las estrellas brillan o la luna
ilumina las copas de los árboles y todo está tranquilo, si uno se adentra en el bosque
completamente solo y se arrodilla al pie del altar de piedra que ahí se encuentra y se
descubre el pecho, herido este de tal manera que la sangre caiga sobre los escalones del
altar, entonces, sin importar quien implore, lo que pida le será concedido. Y todo eso
sucede, como antes dije, en ese mundo donde a menudo las cosas ocurren de manera
distinta a como lo hacen aquí.
Pues bien, el hombre y la mujer pasaban mucho tiempo juntos; y la mujer siempre le
deseaba el bien al hombre. Una noche, mientras la luna brillaba de tal manera que las copas
de los árboles resplandecían y las olas del mar brillaban platinadas, la mujer se internó sola
por el bosque. Estaba muy oscuro; la luz de la Luna apenas salpicaba la hojarasca bajo sus
pies, y sobre su cabeza las ramas enredadas apretadamente no dejaban ver el firmamento.
Más adentro todo era aún más oscuro. Tanto, que no se veía siquiera un pequeño brillo de
la Luna.
Al rato la mujer llegó al santuario, se arrodilló ante él y oró. No hubo respuesta.
Entonces, se descubrió el pecho, tomó del suelo una laja filosa y se laceró a sí misma. Las
gotas de sangre se derramaron lentamente sobre la roca, y en ese momento, una voz se oyó
decir: “¿Qué es lo que tú me pides?”.
Ella respondió, “Hay un hombre a quien tengo más cerca de mí que cualquier otra cosa.
Quisiera darle a él la mejor de las bendiciones”.
La voz dijo, “¿Cuál es esa bendición?”. A lo que la mujer respondió, “No lo sé, pero
aquello que sea lo mejor para él, deseo que lo tenga”.
La voz dijo, “Tu deseo será cumplido; él tendrá lo que pides”.
Entonces la mujer se levantó, se cubrió el pecho apretando con fuerza la herida con su
vestido, y corrió para salir del bosque. A su paso la hojarasca se agitaba.
Ya fuera del bosque, un viento suave soplaba a la luz de la Luna, y la arena brillaba en
la playa. Ella corrió sobre la tersa superficie de arena y de pronto se detuvo. Algo se movía
a lo lejos en el agua. Aguzó la vista y observó. Era una embarcación; se deslizaba
velozmente sobre el agua que resplandecía iluminada por la Luna, hacia mar abierto.
Alguien iba en ella de pie; y aunque el brillo de la Luna no le dejaba ver el rostro,
reconoció esa figura. Pasaba rápidamente y parecía como si nadie impulsara la barca. Los
reflejos en el agua no le dejaban ver con claridad y la embarcación estaba ya lejos de la
playa, mas casi le pareció que otra figura iba en la parte trasera de la barcaza. Cada vez se
alejaban más. La mujer corrió por la playa, pero no logró acercarse. La blusa que había
2. Sueños. Oliva Schreiner.
procurado mantener cerrada ahora ondeaba, abierta. Extendió sus brazos y la luz de la Luna
resplandeció sobre ella, ahí donde se detuvo, impotente, con su cabello agitándose al
viento.
Entonces, una voz a su lado murmuró, “¡Qué pasa?”. Ella sollozó y dijo, “Con mi
sangre conseguí el mejor de los regalos para él. He venido a entregárselo, ¡Más él se va de
mí!”
La voz respondió, “Tu ruego ha sido atendido, le hemos dado lo que pediste”.
“Pero... ¿Qué ocurre?” Preguntó la mujer.
La voz dijo, “Esa es la razón por la que el hombre debe abandonarte”. La joven quedó
estupefacta. Mar adentro, el bote se perdía de vista en el horizonte.
La voz preguntó suavemente, “¿Ya estás contenta?”
A sus pies, las olas rompían en largas ondas, suavemente sobre la costa.
Sueños. Oliva Schreiner, Sudáfrica.
Trad. Dante Amerisi