Una tarde cinco compañeros decidieron diseñar una forma de ahorrar energía (2)
Minero
1. MINERO, EL DURO DOLOR DE SOBREVIVIR<br />Marzo 7 del 2011<br />Edgar de Jesús Molina Fernández se mete todos los días a las entrañas de uno de los 160 socavones que se explotan a destajo en la región de Amaga, Angeló polis, Fredonia y Titiribí. Es uno de los tres mil mineros que diariamente escarba en ellos el sustento para su familia, en unas condiciones muy difíciles.Molina, que ahora cuenta 36 años, entró a laborar en esa actividad para mantener a sus cuatro hijos, cuyas edades oscilan entre los 3 y los 11 años. Sus manos, sin guantes industriales, están encallecidas y embarradas como sus botas y su cabeza sólo la protege una ordinaria gorra de lona. Su trabajo, a través del cual moviliza unas 20 toneladas de carbón a la semana, se cumple en condiciones infrahumanas y sin la más mínima seguridad social.Son sitios de altas temperaturas, muy húmedos, de aires saturados, sin plena luz y llenos de huecos laterales. Allí, cada quien se dedica a la explotación y vive bajo la amenaza latente de un derrumbe o de la aparición del grisú, un gas inflamable compuesto principalmente de metano que se desprende de las minas de hulla y que explota en contacto con una llama.<br />El quot;
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le rompe el alma al cemento<br />24 de marzo del 2011<br />Es otro de los oficios difíciles y con él mantiene a sus cuatro hijos. Sin embargo, hasta ahora no ha sentido ninguna enfermedad. Diego Antonio hace unos ocho años le está dando al martillo neumático<br />En una brecha abierta en el pavimento, entre la carrera 80 y la canalización de la quebrada La Picacha, el cuerpo de Diego Antonio Buelvas Herrera se sacude en constantes temblores provocados por el trepidar de un martillo neumático que rompe rocas y pavimento.<br />Ese aparato de hierro, que pesa más de 30 kilos y se mueve con una presión de 120 libras, se ha convertido en una extensión mecánica de sus brazos y sólo lo deja de lado cuando culmina la jornada laboral a las 5:00 de la tarde.<br />Ese instrumento lo acompaña como un amigo inseparable en los últimos ocho años, desde el momento en que decidió dejar de cuidar ganado en Valdivia para volverse un machinador, un oficio difícil que le rompe el alma a las piedras y a las calles.<br />Desde las siete de la mañana, Diego Antonio está metido en una zanja de un metro de ancho y una profundidad de dos metros tratando de pulverizar un bloque de cemento blanco de una columna subterránea que, al parecer, alguna vez formó parte de un puente en la carrera 80.<br />Como al principio de la jornada, al medio día y luego de almorzar y descansar durante media hora, su cuerpo seguirá sacudido por el continuo temblor que le provoca, a pleno sol, esa máquina que llena el barrio de un ruido estridente y ensordecedor. Es un trabajo que no puede realizar de noche porque el intenso ruido perturba el sueño de la comunidad.<br />