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En aquel entonces
El cielo y el infierno de un jugador
Raúl Gómez Samperio
No hay hombres buenos ni hombres malos. En realidad, simplemente hay
hombres cuyos actos son buenos y malos. Ángel y demonio, la llegada de
Patrick O’Connell a Santander supuso una gran oportunidad para
interrumpir y cambiar la vida de su infierno. España le abriría el camino de
un cielo que comenzó a conquistar al lado de un modesto equipo que él
introduciría en la historia del fútbol español: el Real Racing Club. Al otro
lado del mar, allá en el norte, quedaba aquel infierno de odios al que sólo
regresaría para morir.
Entre las mil historias de los protagonistas del Racing, la de Patrick
O’Connell es, sin duda, la más apasionante y salpicada de misterios. Iba a
decir que merecería una película, pero ya se hizo en su Irlanda natal para
documentar su azarosa y polémica vida. Nació el 8 de marzo de 1888 en
Drumcondra, un barrio de Dublín, en un ambiente demasiado humilde. Es
cierto que fue uno de los diez hijos del matrimonio católico formado por el
molinero Patrick y Elizabeth, pero también es cierto que fue hijo del
hambre, de la miseria y del entorno de odio al imperialismo británico que
defendía una Irlanda libre.
Comenzó a jugar a fútbol en el Dublin Frankfort y el Strandville Rovers,
pero luego se incorporó al Celtic de Belfast, donde firmó su primer contrato
profesional. Este equipo, fundado por católicos, constituía todo un refugio
de nacionalistas irlandeses. Entre sus compañeros se encontraba Oscar
Traynor, futuro revolucionario que años después llegaría a ser uno de los
fundadores del partido independentista, el ‘Fianna Fáil’ y ministro de la
República de Irlanda. Pero ‘Paddy’ O’Connell hará su guerra particular
contra los ingleses a su manera. Nunca quiso saber de política ni de armas.
Él haría su guerra con el fútbol y decidió invadir los campos ingleses.
‘Paddy’ se fue a jugar a Inglaterra, demostrando su eficacia y su calidad en
el Sheffield Wednesday, y más tarde en el Hull City F. C. Acaso aquella
decisión comenzaría a labrarle cierta fama de desertor, aunque él siempre
se defendía ante sus amigos y familiares diciendo algo así como “odio a los
ingleses, pero no a su dinero”.
Jugaba en Inglaterra, pero su indomable carácter irlandés se dejaba la piel
representando a su país, con el que consiguió ser internacional en cinco
ocasiones. Aunque algunos le acusaban de traidor, en el campo nadie
dudaba de su lealtad a Irlanda, sobre todo a partir de su bravura y
determinación en el épico encuentro contra Escocia que se conocería como
“el partido de los nueve hombres y medio”. Por aquella proeza, en los pubs
de Broadway Street, los seguidores irlandeses, con la jarra de cerveza en la
mano, entonaron durante muchos años canciones exaltando su gloria.
El partido de los nueve hombres y medio se disputó el 14 de marzo de
1914, durante la ‘British Home Championship’, un torneo internacional que
enfrentaba a Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda. Los irlandeses habían
estallado de gozo ganando a Inglaterra y a Gales, y con un empate se
proclamarían por primera vez campeones del torneo. Pero las cosas se
pusieron muy mal para los hombres de verde. Billy Scott, el capitán
irlandés, sufrió una dura entrada rompiéndose la tibia de una de sus piernas
en los primeros minutos. Luego, los escoceses metieron un gol y minutos
más tarde, O’Connell, que había recogido el brazalete de capitán de su
compañero herido, cayó en mala postura y se rompió el brazo. Dejar a su
equipo con dos jugadores menos cuando no se admitían los cambios, era
mucho dolor, más dolor incluso que el de la fractura que estaba invadiendo
todo su cuerpo. Pero O’Connell, con su brazo sujeto por un cabestrillo,
volvió al terreno de juego para combatir hasta el último minuto. Fueron
nueve hombres y medio los que quedaron en la hierba del Windsor Park de
Belfast, pero nueve hombres y medio que estaban armados de una
inquebrantable fe en sus posibilidades. Y fue el medio hombre, desmarcado
y apartado en uno de los extremos, el que controló el balón, esperó la
embestida de uno de sus rivales, y antes de se acercara, envió un pase
perfecto a uno de sus compañeros para que marcara el gol del empate.
Aquel centro de ‘Paddy O’Connell’ no sólo sirvió para inspirar canciones.
También fue el trampolín para fichar por uno de los grandes, el Manchester
United F. C.
El comportamiento de O’Connell en Manchester parecía ejemplar. Muy
pronto se convirtió en nada menos que el capitán del equipo, el primero no
inglés en la historia de este gran club de fútbol, pero O’Connell guardaba
celosamente el resquemor hacia sus compañeros imperialistas. En Irlanda
era un amigo de los ingleses; en Inglaterra, un sucio irlandés. Además, la
Liga estaba a punto de suspenderse por culpa de la Gran Guerra del 14. Se
preveían malos tiempos y su frase favorita: “Odio a los ingleses, pero no a
su dinero”, daba vueltas a su cabeza mientras alguien le proponía una
tentadora oferta: amañar un partido entre el Manchester United F. C. y el
Liverpool F. C. Nadie pensaría que el Liverpool F. C. podía perder el
encuentro, por eso el resultado de dos a cero a favor del Manchester se
pagaría ocho a uno en la oficina de apuestas. Y ése fue el resultado
pactado. Cuando el Manchester ganaba dos a cero y el partido estaba a
punto de acabar, una mano dentro del área obligó al árbitro a pitar un
penalti a favor de los diablos rojos. O’Connell, el capitán, fue el encargado
de lanzar la falta que ejecutó descaradamente fuera. Los jugadores cobraron
una suculenta cantidad de libras, pero se abrió una investigación. Unos
dicen que O’Connell denunció a sus compañeros porque le asaltaba el
remordimiento, otros que disfrutó arruinando sus carreras deportivas,
porque más de la mitad fueron inhabilitados. Él se libró de castigos. Pasó
algún tiempo jugando en equipos de carácter amateur en Inglaterra,
visitando Irlanda de forma esporádica. Pero Irlanda y su vida ya se habían
convertido en un infierno. En plena Guerra Irlandesa de Independencia, el
21 de noviembre de 1920, en el simbólico estadio dublinense del Croke
Park, un grupo de soldados, policías y paramilitares ingleses irrumpieron
en pleno partido de fútbol gaélico y dispararon indiscriminadamente contra
los espectadores. Era la forma de contestar al asesinato de varios oficiales
que ese mismo día había cometido el IRA (‘Irish Republican Army’).
Murieron catorce personas, entre ellas tres niños de 10, 11 y 14 años,
resultando heridas otras 65.
No hay hombres buenos ni hombres malos. En realidad, simplemente hay
hombres cuyos actos son buenos y malos. Patrick O’Connell no huyó de su
tierra por los hombres, huyó por su locura. Santander le recibió con los
brazos abiertos, permaneciendo durante más de siete años en la ciudad que
le transformarían en un hombre nuevo. Y desde Santander, con su Racing,
abriría el camino de una de las mejores trayectorias de un entrenador de
fútbol. Pero esa es otra historia de cielos y de infiernos…

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El cielo y el infierno de un jugador

  • 1. En aquel entonces El cielo y el infierno de un jugador Raúl Gómez Samperio No hay hombres buenos ni hombres malos. En realidad, simplemente hay hombres cuyos actos son buenos y malos. Ángel y demonio, la llegada de Patrick O’Connell a Santander supuso una gran oportunidad para interrumpir y cambiar la vida de su infierno. España le abriría el camino de un cielo que comenzó a conquistar al lado de un modesto equipo que él introduciría en la historia del fútbol español: el Real Racing Club. Al otro lado del mar, allá en el norte, quedaba aquel infierno de odios al que sólo regresaría para morir. Entre las mil historias de los protagonistas del Racing, la de Patrick O’Connell es, sin duda, la más apasionante y salpicada de misterios. Iba a decir que merecería una película, pero ya se hizo en su Irlanda natal para documentar su azarosa y polémica vida. Nació el 8 de marzo de 1888 en Drumcondra, un barrio de Dublín, en un ambiente demasiado humilde. Es cierto que fue uno de los diez hijos del matrimonio católico formado por el molinero Patrick y Elizabeth, pero también es cierto que fue hijo del hambre, de la miseria y del entorno de odio al imperialismo británico que defendía una Irlanda libre. Comenzó a jugar a fútbol en el Dublin Frankfort y el Strandville Rovers, pero luego se incorporó al Celtic de Belfast, donde firmó su primer contrato profesional. Este equipo, fundado por católicos, constituía todo un refugio de nacionalistas irlandeses. Entre sus compañeros se encontraba Oscar Traynor, futuro revolucionario que años después llegaría a ser uno de los fundadores del partido independentista, el ‘Fianna Fáil’ y ministro de la República de Irlanda. Pero ‘Paddy’ O’Connell hará su guerra particular contra los ingleses a su manera. Nunca quiso saber de política ni de armas. Él haría su guerra con el fútbol y decidió invadir los campos ingleses. ‘Paddy’ se fue a jugar a Inglaterra, demostrando su eficacia y su calidad en el Sheffield Wednesday, y más tarde en el Hull City F. C. Acaso aquella decisión comenzaría a labrarle cierta fama de desertor, aunque él siempre se defendía ante sus amigos y familiares diciendo algo así como “odio a los ingleses, pero no a su dinero”. Jugaba en Inglaterra, pero su indomable carácter irlandés se dejaba la piel representando a su país, con el que consiguió ser internacional en cinco ocasiones. Aunque algunos le acusaban de traidor, en el campo nadie
  • 2. dudaba de su lealtad a Irlanda, sobre todo a partir de su bravura y determinación en el épico encuentro contra Escocia que se conocería como “el partido de los nueve hombres y medio”. Por aquella proeza, en los pubs de Broadway Street, los seguidores irlandeses, con la jarra de cerveza en la mano, entonaron durante muchos años canciones exaltando su gloria. El partido de los nueve hombres y medio se disputó el 14 de marzo de 1914, durante la ‘British Home Championship’, un torneo internacional que enfrentaba a Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda. Los irlandeses habían estallado de gozo ganando a Inglaterra y a Gales, y con un empate se proclamarían por primera vez campeones del torneo. Pero las cosas se pusieron muy mal para los hombres de verde. Billy Scott, el capitán irlandés, sufrió una dura entrada rompiéndose la tibia de una de sus piernas en los primeros minutos. Luego, los escoceses metieron un gol y minutos más tarde, O’Connell, que había recogido el brazalete de capitán de su compañero herido, cayó en mala postura y se rompió el brazo. Dejar a su equipo con dos jugadores menos cuando no se admitían los cambios, era mucho dolor, más dolor incluso que el de la fractura que estaba invadiendo todo su cuerpo. Pero O’Connell, con su brazo sujeto por un cabestrillo, volvió al terreno de juego para combatir hasta el último minuto. Fueron nueve hombres y medio los que quedaron en la hierba del Windsor Park de Belfast, pero nueve hombres y medio que estaban armados de una inquebrantable fe en sus posibilidades. Y fue el medio hombre, desmarcado y apartado en uno de los extremos, el que controló el balón, esperó la embestida de uno de sus rivales, y antes de se acercara, envió un pase perfecto a uno de sus compañeros para que marcara el gol del empate. Aquel centro de ‘Paddy O’Connell’ no sólo sirvió para inspirar canciones. También fue el trampolín para fichar por uno de los grandes, el Manchester United F. C. El comportamiento de O’Connell en Manchester parecía ejemplar. Muy pronto se convirtió en nada menos que el capitán del equipo, el primero no inglés en la historia de este gran club de fútbol, pero O’Connell guardaba celosamente el resquemor hacia sus compañeros imperialistas. En Irlanda era un amigo de los ingleses; en Inglaterra, un sucio irlandés. Además, la Liga estaba a punto de suspenderse por culpa de la Gran Guerra del 14. Se preveían malos tiempos y su frase favorita: “Odio a los ingleses, pero no a su dinero”, daba vueltas a su cabeza mientras alguien le proponía una tentadora oferta: amañar un partido entre el Manchester United F. C. y el Liverpool F. C. Nadie pensaría que el Liverpool F. C. podía perder el encuentro, por eso el resultado de dos a cero a favor del Manchester se pagaría ocho a uno en la oficina de apuestas. Y ése fue el resultado pactado. Cuando el Manchester ganaba dos a cero y el partido estaba a
  • 3. punto de acabar, una mano dentro del área obligó al árbitro a pitar un penalti a favor de los diablos rojos. O’Connell, el capitán, fue el encargado de lanzar la falta que ejecutó descaradamente fuera. Los jugadores cobraron una suculenta cantidad de libras, pero se abrió una investigación. Unos dicen que O’Connell denunció a sus compañeros porque le asaltaba el remordimiento, otros que disfrutó arruinando sus carreras deportivas, porque más de la mitad fueron inhabilitados. Él se libró de castigos. Pasó algún tiempo jugando en equipos de carácter amateur en Inglaterra, visitando Irlanda de forma esporádica. Pero Irlanda y su vida ya se habían convertido en un infierno. En plena Guerra Irlandesa de Independencia, el 21 de noviembre de 1920, en el simbólico estadio dublinense del Croke Park, un grupo de soldados, policías y paramilitares ingleses irrumpieron en pleno partido de fútbol gaélico y dispararon indiscriminadamente contra los espectadores. Era la forma de contestar al asesinato de varios oficiales que ese mismo día había cometido el IRA (‘Irish Republican Army’). Murieron catorce personas, entre ellas tres niños de 10, 11 y 14 años, resultando heridas otras 65. No hay hombres buenos ni hombres malos. En realidad, simplemente hay hombres cuyos actos son buenos y malos. Patrick O’Connell no huyó de su tierra por los hombres, huyó por su locura. Santander le recibió con los brazos abiertos, permaneciendo durante más de siete años en la ciudad que le transformarían en un hombre nuevo. Y desde Santander, con su Racing, abriría el camino de una de las mejores trayectorias de un entrenador de fútbol. Pero esa es otra historia de cielos y de infiernos…