El documento describe cómo la decadencia moral que llevó a la caída del Imperio Romano tiene paralelos con la situación actual del mundo. Argumenta que la única solución es el reinado de Jesucristo sobre los individuos y las instituciones, tal como ocurrió en el nacimiento de Cristo, cuando nació para redimir a la humanidad de sus pecados. Finalmente, señala que al igual que en el pasado, la salvación solo puede venir a través de la Iglesia Católica, y no de líderes seculares o revol
La Navidad y la única solución a la decadencia: Cristo
1. Por un Chile auténtico, cristiano y fuerte
INFORMATIVO 89 - DICIEMBRE 2021
Vivimos en los
últimos momentos
de un mundo
que expira y ya
vemos las señales
precursoras de otro
que nace: la Navidad
tiene para nosotros
un significado
profundo, que
debemos meditar.
Acción Familia
2. Informativo 89 - Año XXIII - Diciembre 2021 Acción Familia
2
La decadencia moral que llevó a
la destrucción del Imperio Roma-
no tiene numerosas analogías con
la situación del mundo contempo-
ráneo. También la solución es la
misma: el reinado de Nuestro
Señor Jesucristo sobre los in-
dividuos y las instituciones.
En todas las épocas de la
historia cristiana, la fecha
de Navidad abre un remanso
alegre y tranquilo en el curso
normal y laborioso de la vida
de todos los días.
La Navidad en nuestra
época
Pero en nuestra época la tre-
gua navideña asume un significado
especial, porque equivale a un gran
y universal “sursum corda”, deseado
por una humanidad atormentada, que
va sumergiéndose aceleradamente en
el caos de la más completa disolución
moral y social.
Nuestra época es un valle sombrío
entre dos cumbres: la civilización del
pasado, de la que decaímos a través de
sucesivas catástrofes que comenzaron
con la pseudo‒Reforma y culminaron
con los totalitarismos de derecha e iz-
quierda; y la civilización del futuro,
hacia la cual caminamos a través de
luchas y sinsabores que llenan, a cada
momento, de cruces nuestro camino.
Precisamente por eso, porque vivi-
mos en los últimos momentos de un
mundo que expira y ya vemos las se-
ñales precursoras de otro que nace, la
Navidad tiene para nosotros un signi-
ficado profundo, que debemos meditar.
Una promesa y una esperanza
El pueblo elegido esperaba la salva-
ción por medio de un Mesías nacido
de la es-
tirpe de David,
según la promesa divina. Los demás
pueblos de la tierra, no habiendo re-
cibido mensajes divinos por medio de
los Profetas, conservaban sin embargo
una reminiscencia de la promesa de
un Salvador, hecha por Dios a Adán
y Eva. Y por eso también ellos man-
tenían, más o menos deformada, la
esperanza tradicional de que un Sal-
vador habría de regenerar a la huma-
nidad pecadora.
Esta esperanza llegó a su auge en
la época en que Nuestro Señor vino al
mundo.
Una extrema decadencia
Como afirmó un historiador famo-
so, toda la humanidad se sentía vie-
ja y gastada. Las fórmulas políticas
y sociales utilizadas entonces, ya no
correspondían a los anhelos y a la
mentalidad de aquellos hombres. Un
inmenso deseo de reforma sacudía a
distintos pueblos y la lucha de clases
en Grecia, Italia, Fenicia y otros paí-
ses estaba en ebullición.
La organización política se ha-
cía cada vez más opresiva. Roma
había dilatado por todo el mundo
las fronteras de su Imperio y la
Ciudad Eterna era en aquella
época, no la reina, sino la ti-
rana de toda la humanidad, a
la cual ella sujetaba a las más
injustas extorsiones para pa-
gar las orgías de los patricios
romanos. En todos los países el
contraste entre riqueza y mise-
ria era patente.
Por un lado, hombres riquísimos
vivían en el fausto y en el lujo desor-
denado; por otro, una multitud de ce-
santes llenaba muchos barrios de las
grandes ciudades de entonces.
Finalmente, como negro fondo de
cuadro, millones y millones de escla-
vos, arrinconados en las bodegas de
las naves, aparejados como animales
en las carretas o uncidos sólidamente
al arado, gemían bajo el yugo de una
opresión que parecía no tener fin.
Una profunda corrupción de cos-
tumbres se extendía por todo el Impe-
rio y arruinaba todas las instituciones.
Los escándalos se multiplicaban en la
más alta aristocracia y de ahí se exten-
dían a toda la sociedad.
Fracaso de los intentos de
reformas
Augusto intentó en vano reaccionar
contra la creciente decadencia, pe-
ro sus leyes reformistas no surtieron
efecto. En el seno de su propia familia
las aberraciones más monstruosas se
multiplicaban. Y todo el mundo sentía
que una crisis inmensa amenazaba la
Adveniat Regnum tuum
3. Informativo 89 - Año XXIII - Diciembre 2021 Acción Familia
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sociedad de una ruina inevitable.
Fue en este ambiente, mientras los
hombres de Estado y los moralistas
de la época discutían gravemente so-
bre tantos y tan insolubles problemas
que, en el establo de Belén, en medio
de una noche profunda, rayó para el
mundo la salvación.
Es posible que, en el momento
exacto en que el Salvador nació, el
emperador romano estuviese en su
palacio entregado a las más amargas
reflexiones que le sugerían el fracaso
de su política moralizadora.
Es posible que, a poca distancia de
la casa imperial, se prolongase hasta la
madrugada alguna de aquellas desca-
belladas orgías que eran el tema obli-
gatorio de los “chismes” de la época.
Una Luz iluminó las tinieblas
Ni el genial emperador, ni los sibaritas
que pervertían la sociedad imaginaban lo
que en aquel momento sucedía en Belén.
No, no era en el palacio imperial, ni en las
orgías de los plutócratas, ni en los conci-
liábulos de los conspiradores, donde se es-
taba decidiendo el destino del mundo. La
sociedad del futuro, con la solución per-
fecta y completa de los más fundamentales
problemas de la época, nacía en Belén, y
era de las manos virginales de María, de
las que el mundo recibía al Mesías que ha-
bría de redimirlo con su sangre y reorgani-
zarlo con su Evangelio.
¿Cuál es la lección principal que de-
bemos sacar de esto?
Nuestro Señor Jesucristo es la
única solución
En primer lugar, así como para la
humanidad del tiempo de Augusto la
solución de los más intrincados pro-
blemas sociales y políticos no fue en-
contrada a no ser en Cristo; también
en nuestra época, sólo en la Iglesia
Católica ‒Cuerpo Místico de Nuestro
Señor Jesucristo‒ es donde debemos
concentrar nuestras esperanzas.
Es posible que, imitando incons-
cientemente la vigilia de Augusto en
la noche de Navidad, muchos Césares
modernos (¡qué diferencia de enverga-
dura entre el César auténtico y los de
hoy en día!) hayan pasado la noche de
Navidad volcados sobre sus mesas de
trabajo ‒indiferentes a la piedad de las
multitudes que rezan en las iglesias‒
pensando en los medios para sacar del
atolladero de la crisis contemporánea
a sus atribuladas patrias.
Es posible que esa misma noche,
las desatinadas orgías en muchas dis-
cotecas modernas ‒“palacios” que el
mundo de hoy erige en honra de su
propia corrupción‒ rompan el silencio
de la noche con el sonido de las mú-
sicas profanas del “reveillón”. Es po-
sible que muchos conspiradores estén
tramando la revolución y la guerra,
en el silencio de la noche, mientras el
pueblo conmemora el nacimiento del
Príncipe de la Paz.
A pesar de todo esto, no es de los
nuevos “césares”, ni del conspirador
de nuestros días y, mucho menos, de
la sociedad que se corrompe en las
discotecas, que nos vendrá la salva-
ción. Si somos católicos, debemos es-
perar la salvación exclusivamente de
la Santa Iglesia Católica, Apostólica y
Romana.
Las súplicas de María
Pero hay aún otra reflexión de ma-
yor utilidad.
Todos los teólogos son unánimes en
afirmar que si la salvación rayó para el
mundo en aquella época, lo debemos a
las oraciones omnipotentes de María,
quien consiguió anticipar el día de la
venida del Mesías. Nadie puede decir
cuántos y cuántos siglos habría tarda-
do aún la Redención sin las oraciones
de María.
Por lo tanto, la reorganización del
mundo, no vino de aquellos que, en
tiempos de Augusto, se agitaban en
las plazas públicas o en los conciliá-
bulos políticos para conseguirla. Ella
vino de la oración humilde y llena de
confianza de la Virgen María, com-
pletamente ignorada por sus contem-
poráneos, y que llevaba una vida con-
templativa y solitaria, en el pequeño
rincón, donde la Providencia le hizo
nacer.
Papel de la oración y de la
contemplación
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Sin querer con esto rebajar el pa-
pel de la vida activa, es necesario
reconocer que fue por medio de la
oración y de la contemplación, que
se anticipó el momento de la Re-
dención. Y que los beneficios que el
genio de Augusto y el tino de todos
los grandes generales y administra-
dores de su tiempo no consiguieron
dar al mundo, Dios los dispensó
por medio de María Santísima. No
benefició más al mundo quien más
estudió, ni quien más actuó, sino
quien más y mejor supo orar.
Así, con una suave y austera lec-
ción, termina esta breve meditación
de Navidad. Es sobre todo de las al-
mas elegidas que Dios llamó al es-
tado sacerdotal o al religioso, que
puede depender la anticipación o el
retraso de la restauración del reinado
social de Nuestro Señor Jesucristo.
Conscientes de la grandeza de esa
misión, los seglares que militamos por
la Iglesia, debemos hacer una oración
junto al pesebre del Niño Dios: “Do-
mine, adveniat Regnun tuum”.
“Señor, venga a nosotros tu Reino”.
Que lo realicemos en nosotros, para
que después, con vuestro auxilio, lo
hagamos también a nuestro alrededor.
Texto adaptado de Plinio Corrêa de
Oliveira, en “O Legionário” Nº 328 ‒
25 de Diciembre de 1938.
Al aproximarse la santa Navidad, nuestro recuerdo se vuelve
agradecido hacia todos aquellos que nos han apoyado a lo largo
de este año que se termina. Queremos manifestarles nuestro más
sincero reconocimiento.
A los pies del Divino Infante y de su Madre Santísima,
encomendamos a todos nuestros amigos – y a sus respectivas
familias – que con tanta generosidad y sacrificio, colaboran en
defensa de la Institución familiar en Chile.
Pedimos a la Santísima Virgen que les haga experimentar el
refrigerio, la luz y la paz que emanan del Portal de Belén, y que
esas gracias les acompañen durante el Nuevo Año que vamos a
comenzar.
La Directiva de Acción Familia
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Imagine el lector que está pasan-
do por una de sus peores y más largas
pesadillas.
En ella, ve que todos los esfuerzos
realizados para asegurar un futuro
tranquilo a su familia se evaporan;
peor aún, la educación a sus seres más
queridos, sus propios hijos, es absorbi-
da por un monstruo, que Ud. no con-
sigue identificar claramente, pero que
le roba el derecho de educarlos; y, co-
mo si todo eso fuera poco, la querida
Iglesia donde Ud. se casó y bautizó a
sus hijos arde en medio de las llamas
producidas por una orgía delirante y
satánica.
Ud. no sabe bien por qué, pero su
misma cédula de identidad, se empie-
za a desteñir, y donde dice “República
de Chile” y está impresa la bandera
nacional, aparecen unas banderolas
multicolores que Ud. no reconoce. El
mismo suelo, sobre el que Ud. creía
poder caminar con tranquilidad, se
hunde bajo el peso de sus pies y el
territorio nacional se descuartiza en
“soberanías autónomas” donde se ha-
blan lenguas ¨plurinacionales” que
Ud. no comprende.
Lo más kafkiano de esta pesadilla
es que ella se alarga indefinidamente,
pareciendo no tener fin y dando la im-
presión de que no se trata de un mal
sueño, sino de una pésima realidad.
Esta fue la pesadilla que sufrimos
todos los chilenos de orden, desde el
18 de octubre del 2019 hasta el 21 de
noviembre de este año.
Las elecciones de noviembre pasa-
do tuvieron el mismo efecto lenitivo,
de alivio y reposo, de quien despierta
en el peor momento de una intermi-
nable pesadilla. Precisamente, cuando
parecía que el Chile auténtico y cris-
tiano que amamos, estaba condenado
a desaparecer para siempre.
No vamos a comentar los resulta-
dos de las elecciones. Ellos están a
disposición de todos.
Quien despierta de una pesadilla
no revisa su cuarto, ni ordena la cama
donde dormía. Sólo constata que, lo
que parecía devorarlo, no era sino un
mal sueño y que ha vuelto el sentido
común.
¿Cuál es ese sentido común?
Es la constatación de que Chile
no es una nación de izquierda, ni
está condenado a ser una nueva co-
lonia del comunismo venezolano o
nicaragüense.
Al contrario, cerca de la mitad de
la población mostró con su voto que
aspira a la restauración del orden cris-
tiano y de todo aquello que nos distin-
guió en el concierto de las naciones en
un pasado no tan lejano.
Más aún, de acuerdo a las propias
palabras del candidato triunfante,
“lo primero, lo primero que corres-
ponde, es darle gracias a Dios (…) y
después de Dios, darle las gracias a
mi familia”.
El abanderado José Antonio Kast
supo escoger las dos causas que le ob-
tuvieron su triunfo: Dios y la familia.
Precisamente lo que la izquierda
prometía sepultar para siempre: Dios,
la familia, la tradición nacional, el va-
lor del esfuerzo individual y el respeto
a la propiedad alcanzada con ese tra-
bajo personal.
Esta fue la gran batalla que se trabó
en la primera vuelta presidencial. Ella
El sobresalto del sentido común
Lo más kafkiano de esta pesadilla es que ella se alarga indefinidamente, pareciendo no tener fin y
dando la impresión de que no se trata de un mal sueño, sino de una pésima realidad.
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fue ganada por un despertar del senti-
do común.
II Vuelta: Comunismo vs
anticomunismo
Sin embargo, las elecciones pa-
sadas, si bien que constituyeron un
triunfo, están lejos de haber conquis-
tado la paz.
Nos acercamos a la segunda vuel-
ta que tendrá lugar en pocas semanas
más. A diferencia de la primera, quien
tendrá la voz cantante de la izquierda
será el Partido Comunista.
No es un misterio que el programa
de la coalición de izquierda fue redac-
tado por el Partido Comunista, y que
éste ya amenazó a Boric, por la voz
del alcalde comunista, Jadué: “El día
en que Gabriel (Boric) se tuerza un
milímetro de la línea del programa,
me van a tener a mí primero en la lí-
nea de denuncia y cobrándosela.”
En consecuencia, quien vote por
Boric, en la segunda vuelta, no podrá
ocultar para su conciencia que estará
apoyando la subida del comunismo al
Gobierno.
La última palada sobre la tumba
del kerenkismo.
Para concluir con estas considera-
ciones, observamos la quizá definitiva
desaparición de la Democracia Cris-
tiana. Provoste sacó menos votos que
el candidato ausente, Parisi.
Los candidatos electos para repre-
sentantes de la Democracia Cristiana
también disminuyeron sensiblemente,
limitándose sólo a 8 diputados, la ci-
fra más baja de su historia.
Sin embargo, lo que no disminuyó
en la DC fue su espíritu “kerenskia-
no”. La abanderada Provoste declaró,
al reconocer su derrota que “no permi-
tirá el avance del fascismo representa-
do por José Antonio Kast”.
Lo que, en otras palabras, no es sino
lo mismo que sostuvo Frei Montalva:
“Hay algo peor que el comunismo,
es el anticomunismo”.
Ya lo decían los romanos: “talis vi-
ta, finis ita” (tal vida, tal fin).
Hacemos votos para que los miem-
bros de ese Partido, que aún conser-
ven algo de cristiano, no sigan los
consejos de sus cúpulas partidistas,
que causaron esta derrota, sino la
sentencia de Quien nos enseñó “No
se puede servir a dos señores, porque
aborrecerá al uno y amará al otro”
(San Mateo 6:24).
«Sería injusto condenar la producción y el uso de
objetos preciosos, siempre que ellos correspondan a
un fin honesto y de acuerdo con los preceptos de la
ley moral.
“Todo cuanto contribuye al esplendor de la vida
social, todo cuanto resalta sus aspectos jubilosos o
solemnes, todo cuanto hace resplandecer en las co-
sas materiales la perennidad y la nobleza del espíritu,
merece ser respetado y apreciado».
(Pío XII, Discurso de 9 de noviembre de 1953, al IV Congreso
Nacional de la Confederación Italiana de Orfebres, Joyeros y Afines
– Discorsi e Radiomessaggi, vol XV, pag. 462)
Los objetos preciosos y la
doctrina católica
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S
S
e tornó común escu-
char, incluso en fami-
lia, la siguiente excla-
mación: “¿Cocina? ¡Es cosa
del pasado! El tiempo de las
mañanas trabajosas junto
al fogón, preparando platos
rebuscados, es cosa
del pasado. La sim-
plificación se impo-
ne, los minutos son
preciosos”.
Muchos piensan
que el esmero en la
preparación, la se-
lección de las rece-
tas e ingredientes,
son desvelos inúti-
les. Opinión perjudi-
cial para todos, pues
no considera que la
buena cocina deno-
ta la dedicación y el
afecto indispensa-
bles para mantener
la unión de la fami-
lia. Padres e hijos se
consideran estima-
dos al notar el cuidado en
la preparación de los platos.
Las comidas crean un am-
biente capaz de influir en
las relaciones personales.
* * *
La mesa es un fiel espe-
jo del cariño de la esposa y
madre. Uno de mis amigos,
Pedro Luis, se casó cerca de
los 40 años. Mientras esta-
ba soltero vivía con su ma-
dre, y ella le preparaba un
almuerzo para llevarlo a la
oficina donde trabajaba. Ca-
da día los sándwiches eran
diferentes, con bastante
mantequilla, para ser con-
sumidos con jugos de frutas
frescas. Ella misma hacia
los bizcochos o queques pa-
ra el postre del hijo. Los co-
legas sentían el olor del buen
café que salía del termo. Vaso,
taza y cubiertos estaban ajus-
tados en una cajita de cuero,
todo envuelto en una gran ser-
villeta de lino blanco, inmacu-
lado, que le servía de mantel.
Ninguno de sus colegas te-
nía algo semejante. Ellos co-
mían sus sándwiches envuel-
tos en papel común y tomaban
café en vasos de plástico, pero
veían con delicias a Pedro Luis
tomar su rápido almuerzo.
Entre tanto, a partir de
cierto día, Pedro Luis co-
menzó a retirar de una bol-
sa de plástico sándwiches
comprados en un supermer-
cado. Como postre, una ta-
bleta de chocolate. Su café
pasó a ser el de la máquina
de la oficina. Y así pasaron
tres, cinco días, con un Pe-
dro Luis silencioso, masti-
cando su vulgar merienda.
Allá por el quinto día, uno
de sus colegas le preguntó:
– “Pedro, ¿Qué pasó?
¿Te casaste?”
– “No, todavía no”.
La madre estaba en el hos-
pital por algunos días, curán-
dose de un reumatismo.
He ahí como una simple
comida transmite un men-
saje de atención o de falta
de afecto. Los colegas de
Pedro Luis lo percibieron, y
explicitaron una triste reali-
dad actual: frecuentemente
ciertas esposas, incluso di-
ligentes, toman con negli-
gencia los cuidados
de la mesa.
* * *
Se engañan los
que creen que la
Iglesia, para evitar
la gula, tomó el par-
tido del ayuno y de
la abstinencia como
regla general para
la sociedad. Éstos
son justos y necesa-
rios en los tiempos y
condiciones propios
a él destinados. Sin
embargo, la Iglesia
desde sus primeros
siglos favoreció la
elaboración de rece-
tas culinarias como
factor de perfeccio-
namiento de los pueblos.
Los benedictinos de la
abadía de Cluny, en Bor-
goña, tomaron como un de-
ber el crear recetas para la
preparación de pescados,
huevos y verduras. (Ellos se
abstenían de la carne). Ca-
da día era servido un menú
diferente en el gran refecto-
rio de los monjes, lo que les
obligó a reflexionar sobre
los sabores y posibilidades
alimenticias, saliendo así
del primitivismo en que se
encontraba la culinaria pa-
Alimentos preparados con esmero,
una receta para la caridad
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Con la proliferación del MacDonald’s y del fast food, la preparación de los platos
deja de tener en vista a las almas y a la convivencia humana
gana. De Cluny datan los primeros
libros de recetas, destinados a la edu-
cación de los pueblos todavía impreg-
nados de barbarie.
Al penetrar los secretos gustativos
de la Creación, los monjes sabían que
sus buenos platos, al agradar al cuer-
po, suscitarían virtudes del alma. Te-
nían en vista los deleites del maná, da-
do milagrosamente a los judíos en el
desierto, cuando se dirigían a la Tierra
Prometida. Especulaban sobre la ex-
celencia del vino ofrecido por Nuestro
Señor Jesucristo en las bodas de Caná:
¿No manifestaba Dios así el deseo de
que los hombres también
buscasen refinados
sabores? ¿No ge-
nerarían así
en las almas
movimien-
tos virtuosos,
análogos a las
sensaciones
gustativas del
paladar?
En ese sentido, Plinio Corrêa de
Oliveira, en su obra Revolución y
Contra-Revolución, comenta que
“Dios estableció misteriosas y admi-
rables relaciones entre ciertas formas,
colores, sonidos, perfumes, sabores y
ciertos estados de espíritu. Las artes
pueden influenciar de modo intenso
las mentalidades”.
En la Edad Media –época católica
por excelencia– existía en las abadías
la costumbre de los grandes banquetes.
Soberanos y monjes (estos en gran par-
te procedían de la nobleza) repartían así
dones de Dios elaborados por el buen
gusto. La sacralización de los ritos de los
almuerzos llevaba a la unión espiritual,
apaciguando los ánimos y disminuyen-
do las querellas. Los monjes elaboraban
delicias por un deber de caridad, y junto
con ellas una etiqueta, y con la etiqueta la
elevación de las costumbres. La conver-
sación y la cortesía se perfeccionaban. Se
formaban en esa convivencia los ritos de
la sociedad civil, que hicieron de Europa
un modelo de civilización. ¿No es esa la
más alta finalidad del acto de comer?
Casi todas las herejías bajo pretex-
to de oponerse a la gula y promover la
austeridad, combatieron la calidad de
los platos “a los cuales la Iglesia dio un
alma”. Lutero, a pesar de ser un noto-
rio glotón, fue de los que más
demolió esta tradición.
En su excelente obra
Gastronomie françai-
se, Jean-Robert Pitte
muestra como “la
tendencia sensual de
Lutero no impidió
a la Reforma Pro-
testante – y más
aún a la calvinis-
ta – de optar por
la austeridad.
Para
com-
pren-
derlo,
es ne-
cesario
relacio-
nar la actitud moral de los protestantes
con la negación del Sacramento de la
Confesión, que los obliga a vivir en so-
bresalto, manteniendo sus adeptos en
constante inquietud”. Esta afirmación
puede parecer sorprendente, pero es
verosímil, pues la inquietud cau-
sada por el rechazo del Sacramen-
to de la Confesión y la consecuen-
te falta de certeza sobre el perdón,
lleva al protestante a buscar una
falsa austeridad, renunciando a
un placer no sólo lícito, sino nece-
sario para la elevación espiritual,
como es la buena mesa.
En la película “Le diner de Ba-
bette” (La cena de Babette, pre-
miado en Cannes en 1987), se encuen-
tra un ejemplo simbólico de los males
causados por el protestantismo a la
culinaria cristiana, y en consecuencia
a la convivencia social.
La evolución de esa actitud pesi-
mista de los protestantes desembocó
en nuestros días en la comida enla-
tada o en polvo, en la proliferación
de MacDonald’s y en el fast food. La
preparación de los platos deja de tener
en vista a las almas y la convivencia
humana, tornándose alimentación en
masa. Se abandona el horno y el fo-
gón, y se adopta la “línea de montaje
alimenticia”, en la que las personas
van en fila rellenando su bandeja, a la
moda de las grandes fábricas. Es un
tipo de alimentación que representa el
triunfo de la materia sobre el espíritu.
* * *
Se cuenta que un francés, aficiona-
do a la mesa, preguntó a un amigo si
deseaba comer algo. Este le respon-
dió: “No, no tengo hambre”. A lo que
el francés replicó: “¿Pero Usted sólo
come cuando tiene hambre?”
La concepción de muchos france-
ses, según la cual el buen plato ali-
menta sobre todo la convivencia de
las almas, tiene mucho de verdadero.
Con el fast food las formas de respeto
por la dignidad del prójimo tienden a
desaparecer.
Autor: Nelson Fragelli
(Texto adaptado )
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