1. VIVIR NUESTRA FE CRISTIANA EN EL COMPROMISO SOCIAL
Por Ramón Mendoza Zaragoza
La acción en favor de la justicia
y la participación en la transformación del mundo
se nos presenta claramente como una dimensión constitutiva
de la predicación del Evangelio 1
Introducción
La vida en nuestra sociedad está siendo amenazada. Tanto en el estado de Guerrero
como en diversas regiones del país, la gente sufre constantemente por el crecimiento de
la violencia, que se manifiesta en robos, asaltos, secuestros, y lo que es más grave, en
asesinatos que cada día destruyen más vidas humanas y llenan de dolor a las familias y a
la sociedad entera. La violencia reviste diversas formas y tiene diversos agentes: el
crimen organizado y el narcotráfico, grupos paramilitares, violencia común sobre todo en
la periferia de las grandes ciudades, violencia de grupos juveniles y creciente violencia
intrafamiliar .2
Las causas de esta grave situación son múltiples: la idolatría del dinero, el avance de una
ideología individualista y utilitarista, el irrespeto a la dignidad de cada persona, el deterioro
del tejido social, la corrupción incluso en las fuerzas del orden, y la falta de políticas
públicas de equidad social . 3 Otras causas son la falta de democracia participativa, la
reproducción de un modelo económico que excluye y aniquila la vida de los pobres, así
como la corrupción en el sistema de justicia que da como resultado la impunidad.
Como ciudadanos, y con mayor razón como cristianos, no podemos mantenernos
indiferentes ante esta realidad porque caeríamos en la complicidad con ese estado de
cosas, pues son también responsables de la injusticia todos los que no actúan en favor
de la justicia con los medios de que disponen, y permanecen pasivos por temor a los
sacrificios y a los riesgos personales que implica toda acción audaz y verdaderamente
eficaz . 4
Como seguidores de Jesús, es precisamente en nuestra fe donde encontramos la luz, la
motivación y el impulso para participar en la transformación de nuestra sociedad y en la
construcción de condiciones de paz con dignidad y justicia. ¿Y cómo vamos a lograr ese
cambio social? La justicia y, consiguientemente, la paz se conquistan por una acción
dinámica de concientización y de organización de los sectores populares, capaz de urgir a
los poderes públicos, muchas veces impotentes en sus proyectos sociales sin el apoyo
popular .5
En este artículo pretendo exponer precisamente que nuestra fe como aceptación y
seguimiento de Cristo, nos lleva necesariamente a comprometernos de diferentes
1
La Justicia en el Mundo . Nuevas responsabilidades de la Iglesia en el campo de la justicia (Sínodo Mundial de Obispos, Roma 1971).
2
V Conferencia del Espiscopado Lationamericano y del Caribe. Documento de Aparecida, 78.
3
Allí mismo.
4
II Conferencia del Espiscopado Lationamericano. Documento de Medellín, Paz, 18.
5
Allí mismo.
2. formas- en la construcción de la justicia y de la paz en el mundo. Y, para ello, a propósito
de los 50 años del inicio del Concilio Vaticano II, es necesario retomar dentro del
contexto actual- los valiosos aportes de diferentes documentos eclesiales que nos
iluminan para asumir una participación social consciente, critica, firme y perseverante
dentro de la sociedad.
1. El compromiso social, dimensión fundamental de nuestra fe en Jesús
Nuestra fe en Jesús no puede ser vivida como un hecho meramente privado o solamente
en el ambiente de la familia. Nuestra fe tiene también una dimensión social; en este
sentido, ha de manifestarse en un compromiso eficaz por la transformación de la
sociedad.
El Concilio Vaticano II lo expresó de esta forma: Los gozos y las esperanzas, las tristezas
y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos
sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de
Cristo .6
Y el Sínodo Mundial de Obispos sobre La Justicia en el Mundo , lo definió en estos
términos:
Escuchando el clamor de quienes sufren violencia y se ven oprimidos por sistemas y mecanismos injustos;
y escuchando también los interrogantes de un mundo que con su perversidad contradice el plan del
Creador, tenemos conciencia unánime de la vocación de la Iglesia a estar presente en el corazón del mundo
predicando la Buena Nueva a los pobres, la liberación a los oprimidos y la alegría a los afligidos. La
esperanza y el impulso que animan profundamente al mundo no son ajenos al dinamismo del Evangelio,
que por virtud del Espíritu Santo libera a los hombres del pecado personal y de sus consecuencias en la
vida social La acción en favor de la justicia y la participación en la transformación del mundo se nos
presenta claramente como una dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio, es decir, la misión de
7
la Iglesia para la redención del género humano y la liberación de toda situación opresiva. .
Como Iglesia existimos para evangelizar. Esta misión la realizamos en la Comunidad, a
través de Ministerios y servicios, desde tres dimensiones en las que actualizamos
nuestra fe: profética, litúrgica y social:
· En la dimensión Profética proclamamos la fe, anunciamos el mensaje del Reino de
Dios y educamos en la fe.
· En la dimensión Litúrgica celebramos la fe, se actualiza la salvación mediante
signos que comunican la gracia divina.
· En la dimensión Social vivimos la fe, a través de un compromiso liberador,
construyendo el Reino de Dios en medio de la historia, participando
organizadamente en la práctica de la caridad, en lucha por una sociedad justa y
fraterna, mediante la asistencia social, la promoción humana y el cambio de las
estructuras económicas, políticas y culturales de la sociedad.
Vivimos la dimensión social de la fe a través de nuestro compromiso y participación social
eficaz, para llevar a las personas, familias y al pueblo a pasar de condiciones menos
humanas a condiciones más humanas hasta llegar al pleno conocimiento de Jesucristo .8 Y
6
Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 1.
7
La Justicia en el Mundo . Nuevas responsabilidades de la Iglesia en el campo de la justicia (Sínodo Mundial de Obispos, Roma 1971).
8
IV Conferencia del Espiscopado Lationamericano. Documento de Santo Domingo, 162).
3. este es un deber de todos , tanto de los pastores como de los laicos, y se lleva a cabo en los
esfuerzos por transformar el mundo según el proyecto de Dios .9
La misma encíclica Evangelii Nuntiandi (sobre el anuncio del Evangelio) nos explica y al
mismo tiempo nos cuestiona en relación con las exigencias sociales del amor al prójimo:
¿Cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el
auténtico crecimiento del hombre? Nos mismos lo indicamos, al recordar que no es posible aceptar "que la
obra de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy día,
que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar
la doctrina del Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad".10
Como hemos visto hasta ahora, el compromiso por la liberación, la justicia y la paz es parte
fundamental de nuestra fe y de la misma tarea de la evangelización integral.
2. La tarea urgente de un inmenso esfuerzo solidario
Retomando toda esta rica tradición de la enseñanza social de la Iglesia, que nos abrió un
nuevo horizonte hace 50 años a partir del Concilio Vaticano II, el Papa Juan Pablo II nos hizo
un llamado a realizar un inmenso esfuerzo solidario en medio de los actuales y complejos
problemas sociales:
La injusta distribución de las riquezas, la insuficiente tutela de los derechos de los más débiles, la
desigualdad de oportunidades, el desempleo y otras graves cuestiones, piden un inmenso esfuerzo solidario
de todos en la promoción de la justicia social. Junto a estos problemas existen también esos males sociales
que vuestros obispos han denunciado recientemente: la violencia terrorista y guerrillera, la tortura y los
secuestros, el abuso del poder y la impunidad de los delitos; el uso de la droga y el abominable crimen del
narcotráfico. Todo ello está pidiendo a este pueblo que saque a relucir sus mejores reservas de fe y de
humanidad, para erradicar esas lacras sociales que no corresponden a vuestros más auténticos
11
sentimientos humanos y cristianos .
Este esfuerzo solidario, tan urgente hoy en día, es posible realizarlo a través de las siguientes
líneas de acción, como nos lo proponen los obispos latinoamericanos el Documento de
Medellín:
· Defender, según el mandato evangélico, los derechos de los pobres y oprimidos, urgiendo a
nuestros gobiernos y clases dirigentes para que eliminen todo cuanto destruya la paz social:
injusticias, inercia, venalidad, insensibilidad.
· Denunciar enérgicamente los abusos y las injustas consecuencias de las desigualdades excesivas
entre los ricos y pobres, entre poderosos y débiles, favoreciendo la integración.
· Hacer que nuestra predicación, catequesis y liturgia, tengan en cuenta la dimensión social y
comunitaria del cristianismo, formando hombres comprometidos en la construcción de un mundo de
paz.
· Alentar y favorecer todos los esfuerzos del pueblo por crear y desarrollar sus propias
organizaciones de base, por la reivindicación y consolidación de sus derechos y por la búsqueda de
12
una verdadera justicia .
Los campos donde los laicos pueden vivir su compromiso social son variados:
· La familia y la vida.
· La dignidad y los derechos humanos.
· La ecología, el cuidado del ambiente, el agua y la tierra.
9
Allí mismo, n. 157-158.
10
Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 31.
11
Juan Pablo II, Discurso en la Plaza de la Paz, Barranquilla, Colombia, 7 de julio de 1986.
12
II Conferencia del Espiscopado Lationamericano. Documento de Medellín, Paz, n. 21 al 27.
4. · El campo y las luchas campesinas.
· La solidaridad con los más pobres y los excluidos.
· El mundo del trabajo, de los trabajadores y sus derechos.
· La defensa de los derechos de los migrantes.
· La participación ciudadana y la lucha por la democracia.
· Por los derechos y cultura indígena.
· La organización de la sociedad civil, el cambio social y la lucha por la justicia.
· Por una educación liberadora y para todos/as.
· La acción por la vigilancia, evaluación y control de los programas gubernamentales y las políticas
públicas.
· Las mujeres y sus derechos.
· Los niños y sus derechos.
· Por la igualdad, la inclusión y contra la discriminación.
· Por la honestidad, contra la corrupción y la impunidad.
· Por un nuevo orden económico.
· Por la unidad e integración de los pueblos, globalizando la solidaridad.
· Por la paz y la justicia, la solidaridad con las víctimas, contra la guerra y el crimen organizado.
· Por la humanidad y contra el neoliberalismo.
· Por un nuevo orden mundial y contra la deuda externa y el colonialismo.
Como ciudadanos, y aún más como cristianos, tenemos la responsabilidad de luchar
constantemente, en un combate evangélico de dignificación de las personas y del pueblo,
para generar un gran futuro de esperanza , ese futuro que el Papa Pablo VI dio el
nombre de la civilización del amor , nombre que Juan Pablo II repitió en numerosas
ocasiones y que describió de la siguiente forma:
Se trata de una sociedad en donde la laboriosidad, la honestidad, el espíritu de participación en todos los
órdenes y niveles, la actuación de la justicia y la caridad, sean una realidad. Una sociedad que lleve el sello
de los valores cristianos como el más fuerte factor de la cohesión social y la mejor garantía de su futuro.
Una convivencia armoniosa, que elimine las barreras opuestas a la integridad nacional y constituya el marco
del desarrollo del país y de progreso del hombre. Una sociedad en donde sean tutelados y preservados los
derechos fundamentales de la persona, las libertades civiles y los derechos sociales, con plena libertad y
responsabilidad, y en la que todos se emulan el noble servicio al país, realizando así su vocación humana y
cristiana. Emulación que debe prestarse en servicio de los más pobres y necesitados en los campos y en las
ciudades. Una sociedad que camine en un ambiente de paz, de concordia, en la que la violencia y el
terrorismo no extiendan su trágico y macabro imperio y las injusticias y desigualdades no lleven a la
desesperación a importantes sectores de la población y les induzcan a comportamientos que desgarren el
tejido social Hacia todo esto, que podemos llamar civilización del amor, han de converger más y más
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vuestras miradas y propósitos .
3. Criterios generales para nuestro compromiso social
El Concilio Vaticano II, en admirable síntesis, plantea algunos criterios clave que debemos
tener en nuestro compromiso social para que sea eficaz:
Para que este ejercicio de la caridad sea verdaderamente extraordinario y aparezca como tal, es necesario:
· que se vea en el prójimo la imagen de Dios según la cual ha sido creado, y a Cristo Señor a quien
en realidad se ofrece lo que se da al necesitado;
· se considere como la máxima delicadeza la libertad y dignidad de la persona que recibe el auxilio;
· que no se manche la pureza de intención con ningún interés de la propia utilidad o por el deseo de
dominar;
13
Juan Pablo II, Discurso en Bogotá, Colombia, 01 de julio de 1986.
5. · se satisfaga ante todo a las exigencias de la justicia, y no se brinde como ofrenda de caridad lo que
ya se debe por título de justicia;
· se quiten las cusas de los males, no sólo los efectos,
· y se ordene el auxilio de forma que quienes lo reciben se vayan liberando poco a poco de la
dependencia externa y se vayan bastando por sí mismos .14
Por otro lado, es importante tener en cuenta que la Iglesia, enviada por Cristo a todas las
gentes con un mensaje de salvación, debe realizar esta misión al mismo tiempo en dos
perspectivas:
a) Escatológica: que considera a las personas como seres cuyo destino es Dios.
b) Histórica: que mira a esas mismas personas en su situación concreta, encarnadas
en el mundo de hoy.
El Documento de Aparecida lo expresa con singular belleza a través del siguiente texto,
abriendo paso a la esperanza cristiana desde el impulso de las tres dimensiones de la fe
cristiana en nuestro servicio al Reino de Dios:
El proyecto de Dios es la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén , que baja del cielo, junto a Dios, engalanada
como una novia que se adorna para su esposo , que es la tienda de campaña que Dios ha instalado entre
los hombres. Acampará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Enjugará las
lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha desaparecido
(Ap 21, 2-4). Este proyecto en su plenitud es futuro, pero ya está realizándose en Jesucristo, el Alfa y la
Omega, el Principio y el Fin (21, 6), que nos dice Yo hago nuevas todas las cosas (21, 5). La Iglesia está
al servicio de la realización de esta Ciudad Santa, a través de la proclamación y vivencia de la Palabra, de la
celebración de la Liturgia, de la comunión fraterna y del servicio, especialmente, a los más pobres y a los
que más sufren, y así va transformando en Cristo, como fermento del Reino, la ciudad actual .15
Finalmente, el Papa Juan Pablo II, en la encíclica El Evangelio de la Vida nos invita a
tener presente en este compromiso histórico a María nuestra madre:
Y mientras, como pueblo peregrino, pueblo de la vida y para la vida, caminamos confiados hacia un cielo
nuevo y una tierra nueva (Ap 21,1), dirigimos la mirada a aquella que es para nosotros señal de esperanza
cierta y de consuelo : Oh María, aurora del mundo nuevo, Madre de los vivientes, a Ti confiamos la causa
de la vida , para construir, junto con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, la civilización de la
verdad, de la justicia y del amor, para alabanza y gloria de Dios Creador y amante de la vida .16
Ramón Mendoza Zaragoza
20 de mayo de 2011
Fiesta de la Ascensión del Señor.
14
Decreto Apostolicam Actuositatem (Sobre el Apostolado de los Laicos), n. 8; Documento de Puebla 1146).
15
V Conferencia del Espiscopado Lationamericano y del Caribe. Documento de Aparecida, 515 y 516.
16
Juan Pablo II, Encíclica El Evangelio de la Vida, n. 105.