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LECTIO DIVINA, DOM
DOMINGO XXXI, CICLO A, (Mt 23, 1 - 12)
P. Juan José Bartolomé, sdb
Este pasaje evangélico es el último que habla de las enseñanzas públicas de Jesús,
iniciadas con el Sermón de la Montaña (cc.5-7). Nos cuestiona; es un llamado a la
conversión personal y comunitaria.
Jesús se encuentra en Jerusalén, se acerca el momento de su prendimiento; está en
constante controversias con los sumos sacerdotes, con los ancianos, con los
herodianos, los escribas y los fariseos, personajes del Sanedrín.
Él no estaba contra la religiosidad judaica, como tal, sino contra las actitudes de
algunos jefes del pueblo, porque mezclaban los auténticos valores con conductas
incoherentes e hipócritas, que no eran un modelo a seguir, sino por el contrario.
El evangelista Mateo, en esta primera parte del capítulo 23, reporta las palabras de
Jesús, y nos pone en guardia para que no sigamos esa manera de vivir, incompatible
con la fe auténtica, que no pide muchas palabras, sino sobre todo, ‘obras’.
En el discurso en el que Jesús denuncia la manera de vivir de esos hombres, Mateo
recoge con inusitado acierto, una devastadora crítica a la hipocresía, actitud que
ellos tenían para justificar una doble vida.
Jesús no fue ingenuo; si bien los critica, no desautoriza su enseñanza. A los buenos
les gusta parecer que lo son, pero el Maestro sabía que ellos no lo eran, sino que
buscaban honores y reconocimientos públicos.
SEGUIMIENTO:
1. En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo:
2. «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos:
3. Hagan y cumplan lo que les digan; pero no hagan lo que ellos hacen,
porque ellos no hacen lo que dicen.
4. Ellos atan leños pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los
hombros, pero no están dispuestos a mover un dedo para empujarlos.
5. Todo lo hacen para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan
las franjas del manto;
6. les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor
en las sinagogas;
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7. que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros.
8. Ustedes, en cambio, no se dejen llamar maestro, porque uno solo es su
maestro, y todos ustedes son hermanos.
9. Y no llamen padre suyo a nadie en la tierra, porque uno solo es su Padre,
el del cielo.
10. No se dejen llamar consejeros, porque uno solo es su consejero, ‘el
Mesías’.
11. El primero entre ustedes, será su servidor.
12. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla, será enaltecido.»
I. LEER: entender lo que dice el texto fijándonos cómo lo dice
Después de haberse empleado a fondo
en agria polémica con los grupos que
liderean el judaísmo y reducirlos al
silencio (Mt 22,15-46), Jesús se dirige
ahora al pueblo y a sus discípulos por
igual.
Llama la atención que ahora el
discurso, todo un capítulo (Mt 23), sea
un inesperado y durísimo ataque
contra los fariseos en particular.
Es probable que Mateo haya recogido
aquí sentencias de Jesús para detener
el conflicto que su comunidad
mantenía con el judaísmo de su
tiempo, de inspiración farisaica.
El evangelista pone así en boca de
Jesús el juicio que le merece Israel.
Nuestro texto tiene dos partes,
señaladas por el cambio de pronombre
personal (ellos: 23.1-6; ustedes: 23,7-
11), y se cierra con una breve
sentencia (23,12), genérica y conocida
que aporta la clave de interpretación
de todo el párrafo.
La primera parte es un retrato, nada
complaciente, de quienes liderean al
pueblo: aunque Jesús reconoce su
autoridad, ya que dice que se sientan
en la cátedra de Moisés, y su acertada
interpretación legal, al decir: “hagan y
cumplan lo que les digan”.
Achaca la incoherencia de esos
hombres, porque no hacen lo que
dicen; se buscan a sí mismos, y
pretenden ser vistos por todos…
Precisamente porque son legítimos
maestros, su forma de vivir los
condena sin apelación: no viven lo que
enseñan y no son ejemplo para
quienes los ven.
Cuando Jesús se dirige al pueblo y a
sus discípulos, es toca el tema de la
enseñanza de la ley ni su práctica,
pues a ninguno de los dos compete
sentarse en la cátedra de Moisés.
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Jesús quiere que la comunidad
cristiana viva consciente de lo que es
‘ser hijo/a de Dios y discípulos suyos’.
El quiere que comprenda que quien
quiere estar entre los primeros, tiene
que servir a todos, porque el servicio
es camino seguro de auténtica
realización cristiana.
II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida
Jesús critica a las autoridades religiosas de su tiempo: la cátedra de Moisés, el lugar
desde donde se debe enseñar la ley de Dios, está ocupada por personas que
enseñan lo que no practican e imponen unas normas que ellos no siguen.
Jesús no desautoriza la autoridad con que explicaban al pueblo la voluntad de Dios,
sino que les echa en cara que no sean coherentes. Hay un doble juego en su vida:
Saben bien lo que Dios manda, pero hacen como si ese mandato divino fuera solo
una obligación para con los demás; creen que por ser maestros de la ley, no tienen
por qué cumplirla…
Nosotros sabemos bien qué es lo que Dios quiere, y también cuántas veces no lo
hacemos. Jesús no nos quiere hipócritas. No nos creamos buenos, sino serlo de
verdad. Que quien nos vea se sienta motivado a vivir lo que Dios quiere porque
lo ve una vivencia en nuestra manera de ser y de actuar.
Los fariseos querían parecer ante los demás como ‘obedientes’ pero no lo eran: En
su corazón y en sus intenciones había falsedad. Jesús no soportaba que utilizaran
sus ejercicios piadosos para brillar ante la gente; que aprovecharan los momentos
cúlticos para manifestarse como oferentes, cuando se reservaban para ellos lo mejor,
dándose ínfulas de superioridad ante los demás.
Mal haríamos si pensáramos que esas actitudes se daban sólo en los tiempos de
Jesús. ¡También nos hemos portado así! ¿Para qué aparentar si dentro de
nosotros no hay una coherencia que motive a quien tenemos cerca a ser como
nosotros?
Jesús advierte: “para ser bueno no basta con querer serlo, ni con proponérselo. Hay
que empezar a hacer lo que se predica, y superar los obstáculos, seguros de que la
santificación es obra de Dios, y se hace realidad en la medida que los creyentes se
empeñan, dejando actuar al Espíritu en sus vidas.
Si queremos ser verdaderos discípulos misioneros hagamos lo que Dios quiere,
sin servirnos del cargo que tenemos en la comunidad. Éste tiene que ser un
medio para servir a Dios y a los hermanos más y mejor cada día.
Buscar el agrado, el aprecio, la aceptación de los hombres, mientras se obedece a
Dios, significaría perder el respeto que se le debe a Él y perderse a sí mismos. No es
bueno aprovecharse de Dios y del culto que rendimos en su honor para recibir
parabienes ni elogios personales.
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Algunos de nosotros, cuando estamos en un puesto en la comunidad, decimos a
los demás cómo deben ser, pero no les permitimos que nos digan cómo nos ven,
qué testimonio damos siendo lo que somos y haciendo lo que se nos ha
confiado.
Jesús nos recuerda que nos quiere hermanos unos con otros, no sintiéndonos
superiores a los demás. Todos seamos iguales a sus ojos y en su corazón,
discípulos suyos e hijos de su Padre. Lo interesante no es lo que nosotros
queramos ser, sino lo que Dios sabe que somos.
Uno solo es el Maestro, quien vive junto a Él, es aprendiz y condiscípulo. Lo primero
que enseña Jesús a los suyos es que al saberse hermanos de todos los que también
están aprendiendo de Él, tienen mucho que asimilar de su doctrina. No son, pues, los
derechos humanos lo que nos hace a los cristianos iguales unos a otros, con
idénticos privilegios e igual responsabilidad: la igualdad cristiana está en nuestro ser
hermanos de Cristo e hijos de Dios, su Padre y Padre nuestro también.
No es ninguna maravilla que, en un mundo donde se exige cada vez con más
impaciencia la igualdad y se sueña aún con la fraternidad universal, se nos queden
esas metas muy lejanas. Una sociedad que no aprende de Jesús, no puede ser
más fraterna; un mundo, que no considera Padre a Dios, no logrará sentirse
reconciliado ni hermanado en Cristo Jesús.
Si nos alejamos de la enseñanza de Jesús, menos hermanos seremos unos de
otros y también nos haremos más irresponsables de lo que les sucede a los
demás. Si no nos ponemos con ganas a aprender de Él, haremos que su
doctrina no signifique en nuestra sociedad.
Donde hay un padre reconocido y amado, allí
surgen hijos amados y reconocidos también. Esa
es la diferencia entre la enseñanza de Jesús y la
de cualquier otra autoridad, por buena o legítima
que sea. Evitemos las apariencias; seamos
hermanos siempre e hijos de nuestro Padre,
también discípulos de Jesús, viviendo el amor
que es servicio y el servicio, que sea siempre
expresión de nuestro amor.
III. ORAMOS nuestra vida desde esta Palabra
Padre bueno, enséñanos a vivir como vivió Cristo Jesús, siendo sencillos, cercanos,
y serviciales; que dejemos de lado las apariencias y las falsedades. Que no
carguemos a nuestros hermanos con los pesos que nosotros no somos capaces de
cargar. Ayúdanos a no buscar falsos protagonismos y privilegios; que seamos
compañeros de camino de quienes tenemos cerca, empeñándonos cada día por ser
más buenos de verdad. Que quienes nos vean, vean en nuestras actitudes a tu Hijo y
Hermano nuestro y así te demos gloria con nuestra vida. ¡Así sea!