Neruda describe al diccionario no como un lugar de muerte sino como una preservación viva de la esencia del idioma, un granero que alberga las palabras de la lengua española, incluyendo palabras antiguas y olvidadas. El diccionario mantiene la hermosura exacta y dureza de estas palabras antiguas, y también puede devolver a la vida palabras perdidas al hacerlas sabrosas de nuevo para quien las encuentra.