El verano de 2012 decenas de personas subieron a un barco de madera, Brancaleón, para navegar juntas por el Mediterráneo. Llevábamos una botella por estribor atada a un obenque. En ella fuimos metiendo deseos, frases... mientras nos dejábamos llevar. Eran palabras para el mar. Días después de llegar a tierra, ya en casa, abrí la botella. Algunos mensajes estaban tan descoloridos que era imposible leerlos. Pensé: "vaya, éste ya se lo comió enterito; se ve que le hacía falta al agua". Poco a poco han ido desapareciendo los trazos del resto. Afortunadamente, los escaneé. Lancé al aire los legibles. Según iba recogiéndolos, los coloqué en orden. Esto fue lo que (quizás) susurramos al agua.