2. Quizás porque sabemos que la vida es muy corta, nos la pasamos siempre con el llanto en los ojos.
3. La posibilidad que damos al instante feliz, es mínima. No es que nuestra ilusión sea estar siempre tristes, permanecer sin romper con el hielo de conocer el fin.
4. No, no es eso. Y es que no advertimos el júbilo a través de las sombras, derrochando lo andado como camino exánime.
5. El temblor silencioso de la luz que nos guía no nos da confianza, y es todo lo contrario.
6. Desde que da comienzo nuestra historia asidos a la tierra, iniciamos los rumbos de los colores disímiles, y permeables.
7. Somos seres lumínicos, esa verdad nos urge conocerla al instante, ignorarla nos daña y nos desvía.
8. Esto todo sucede por excluir la lluvia desde niños, cuando padres y abuelos en los húmedos días nos anunciaban un tiempo maldito.
10. Por eso lloramos casi siempre, perdiéndonos los rayos más agudos y las gotas de agua que fresquísimas llegan a renovar el aire, y a dar un nuevo impulso a todo lo que existe.