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Texto: Mateo 26,14-27,66. Domingo de Ramos de la Pasión de Jesús.
Comentarios y presentación: Asun Gutiérrez.
Música: Bach. Pasión según san Mateo.
Viene de enseñarnos la pasión de vivir,
ahora nos va a demostrar la pasión
de morir.
Fue Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año, el que pronunció la frase, que puede ser
completamente histórica, pero que es además una declaración política y una terrible verdad
teológica, cuya maldad atraviesa los tiempos y las naciones:
“Conviene que muera un hombre y no todo el pueblo”
Caifás es un buen político; no se lleva mal con los romanos, siempre que éstos no ofendan los preceptos (más
externos) de la Ley. La situación política les va bien a los saduceos, colaboracionistas con Roma. La paz
Romana, es decir, el sometimiento a Roma sin rebeldías, hace prosperar el negocio del Templo y sustenta la
alta posición de los Sacerdotes.
Si lo de Jesús prospera, si el Templo pierde importancia, si la religión exterior, los
sacrificios, las jerarquías, dejan de tener importancia; si los importantes son los pobres, si la
religión es dar de comer al hambriento, si los samaritanos y los publicanos y las mujeres son
tan importantes como los Sumos Sacerdotes, se acabó el negocio, la importancia, el poder.
Caifás lo ha visto muy bien. Y conviene que muera Jesús para que todo eso suceda. Pero Caifás
lo expresa mejor aún: identifica sus propios intereses con los del pueblo. No es el pueblo el que
está en peligro sino su status privilegiado. Pero Caifás los identifica.
Hay que matar a Jesús, por razón de Estado, es decir, por conveniencia del que maneja la
situación y se aprovecha de ella. Vieja y perversa estrategia de políticos sin entrañas.
“Conviene que muera”. ¿A quién le conviene?, ¿a los pobres, a los ciegos, a los leprosos, a las
viudas, a las personas honradas que esperan la liberación? Que muera Jesús le conviene, le
conviene muchísimo, es cuestión de vida o muerte, para las más perversas de todas las alianzas:
la alianza del poder político, el poder económico y el poder religioso.
Esta perversa trinidad ha matado más inocentes que nadie a lo largo de la historia. Jesús va a
ser, una vez más, el prototipo del justo que debe morir para que esa perversa trinidad siga
gobernando impunemente el mundo sin más ideal que su propio provecho.José Enrique Galarreta
Entonces uno de los doce, el llamado Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de
los sacerdotes, y les dijo:
–¿Qué me dais si os lo entrego?
Ellos le ofrecieron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba
buscando ocasión para entregarlo.
Comienza la semana grande, la semana del dolor y del amor
de la muerte y de la vida.
La primera semana del nuevo mundo.
Jesús camina decidido a su Pascua, a la Pascua completa,
que es muerte y resurrección
El primer día de la fiesta de los panes sin levadura se acercaron los discípulos a Jesús y le
preguntaron:
–¿Dónde quieres que te preparemos la cena de pascua?
El contestó:
–Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: «El maestro dice: Se acerca el momento, y quiero
celebrar la cena de pascua en tu casa con mis discípulos».
Ellos hicieron lo que Jesús les había mandado y prepararon la cena de pascua. Al atardecer, se puso
a la mesa con los doce, y mientras cenaban les dijo:
–Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.
Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno:
–¿Soy yo, Señor?
Jesús respondió:
–El que come en el mismo plato que yo, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, tal como está
escrito de él; pero ¡ay de aquél que entrega al Hijo del hombre! ¡Más le valdría a ese hombre no
haber nacido!
Entonces preguntó Judas, el traidor:
–¿Soy yo acaso, maestro?
Y Jesús le respondió:
–Tú lo has dicho.
¿Cómo es posible conocer a Jesús de cerca y venderle? Esa actitud totalmente
incomprensible, ¿es única y exclusiva de Judas?
Los evangelios subrayan la responsabilidad histórica de Judas, no su “culpa
jurídica”, menos aún su “condena eterna”.
Mientras cenaban, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus
discípulos, diciendo:
–Tomad y comed; esto es mi cuerpo.
Tomó luego una copa y, después de dar gracias, se la dio diciendo:
–Bebed todos de ella, porque ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama
por todos para el perdón de los pecados. Os digo que ya no volveré a beber del fruto de la
vid hasta el día en que lo beba con vosotros, nuevo, en el reino de mi Padre.
Y después de cantar los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.
El grano de trigo está cayendo en la tierra y va a morir.
La levadura se está escondiendo en la masa.
Para eso ha venido, para que tod@s puedan comer,
para que toda la masa se haga pan.
Es una cena de despedida, la última de las frecuentes comidas que Jesús
celebró (Mc 2, 19; Lc 13,28-29; 14, 15-24),figura y anticipo del alegre banquete
que nos ha de reunir a tod@s en el reino de Dios.
Entonces Jesús les dijo:
Todos vais a fallar por mi causa esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor, y se
dispersarán las ovejas del rebaño. Pero después de resucitar, iré delante de vosotros a
Galilea.
Pedro le respondió:
–Aunque todos fallen por causa tuya, yo no fallaré.
Jesús le dijo:
–Te aseguro que esta misma noche, antes que el gallo cante, me habrás negado tres
veces.
Pedro le replicó:
–Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.
Y lo mismo dijeron todos los discípulos.
Pedro demuestra demasiada seguridad en sí mismo: aunque tod@s, yo no;
yo soy mejor, mi fe es más fuerte, ¿cómo voy a dudar de mi fe?
¿Seguiremos con Jesús más allá del entusiasmo inicial,
cuando los problemas se hagan presentes y no terminemos de entender a Dios?
Entonces fue Jesús con ellos a un huerto llamado Getsemaní, y les dijo:
–Sentaos aquí mientras voy a orar un poco más allá.
Llevó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo; comenzó a sentir tristeza y angustia, y les dijo:
–Siento una tristeza mortal; quedaos aquí y velad conmigo.
Después, avanzando un poco más, cayó rostro en tierra y estuvo orando así:
–Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa de amargura; pero no sea como yo quiero, sino
como quieres tú.
Volvió donde estaban los discípulos y los encontró dormidos. Entonces dijo a Pedro:
–¿Con que no habéis podido estar en vela conmigo ni siquiera una hora? Velad y orad, para que
podáis hacer frente a la prueba; que el espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil.
Por segunda vez se alejó y volvió a orar así:
–Padre mío, si no es posible que pase sin que yo la beba, hágase tu voluntad.
Regresó y volvió a encontrarlos dormidos, pues sus ojos estaban cargados.
El mundo es un enorme Getsemaní, donde muchas personas sufren hambre,
desamparo, explotación, insolidaridad, injusticia. Muchas veces no las acompañamos,
dormimos apaciblemente ante la angustia de l@s demás.
¿Estoy dormid@ ante el dolor del mundo?
Los dejó y volvió a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Entonces volvió donde
estaban los discípulos y les dijo:
–¿Todavía estáis durmiendo y descansando? Ha llegado la hora y el Hijo del hombre va a ser
entregado en manos de los pecadores. Levantaos, vamos. Ya está aquí el que me va a entregar.
Aún estaba hablando Jesús cuando llegó Judas, uno de los doce, y con él un gran tropel de gente
con espadas y palos, enviados por los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les
había dado esta señal: «Al que yo bese, ése es; prendedlo». Nada más llegar, se acercó a Jesús y le
dijo:
–¡Hola, maestro!
Y lo besó.
Jesús le dijo:
–Amigo, haz lo que has venido a hacer.
Jesús siempre, y más en las situaciones difíciles, se refugia en la oración.
Impresiona la soledad de Jesús. En vano vuelve a buscar consuelo en sus amigos.
Jesús sabe asumir lo inevitable con libertad interior, pues cree profundamente
que en todo momento, incluso en el más duro,
está en los brazos amorosos del Padre.
Entonces, se adelantaron, echaron mano a Jesús y lo prendieron. Uno de los que estaban con Jesús
sacó su espada y, dando un golpe al criado del sumo sacerdote, le cortó una oreja.
Jesús le dijo:
–Guarda tu espada, que todos los que empuñan la espada, perecerán a espada. ¿O crees que no
puedo acudir a mi Padre, que pondría a mi disposición en seguida más de doce legiones de ángeles?
Pero, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales tiene que suceder así?
Luego se dirigió a la gente y dijo:
–Habéis salido a prenderme con espadas y palos como si fuera un bandido. A diario he estado
enseñando en el templo, y no me apresasteis. Pero todo esto ha ocurrido para que se cumpla lo que
escribieron los profetas.
Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
Jesús no viene a predicar verdades generales, religiosas o morales,
sino a proclamar la llegada del Reino, la Buena Noticia del Evangelio.
Es plenamente rechazado:es escándalo para los dirigentes religiosos,
peligro para el poder político, decepción para la mayor parte del pueblo
y desconcierto para los discípulos.
Los que apresaron a Jesús lo llevaron a casa del sumo sacerdote Caifás, donde estaban reunidos los
maestros de la ley y los ancianos. Pedro lo siguió de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote; entró
y se sentó con los criados para ver en qué paraba la cosa. Los jefes de los sacerdotes y todo el
sanedrín buscaban una acusación falsa contra Jesús para condenarlo a muerte. Pero no la
encontraron, a pesar de que se presentaron muchos testigos falsos. Al fin comparecieron dos, que
declararon:
–Este ha dicho: «Puedo derribar el templo de Dios, y reconstruirlo en tres días».
El sumo sacerdote se levantó y le dijo:
–¿No respondes nada contra esta acusación?
Pero Jesús callaba.
Jesús podía haber dado respuestas elocuentes
y convincentes, podía haber pronunciado un gran discurso,
podía haber puesto en ridículo a sus acusadores.
Su opción no es el triunfalismo.
No pronuncia una palabra contra nadie.
El silencio de Jesús es paciente, obediente, misericordioso.
Clave para entender el aparente silencio de Dios.
Gran sabiduría saber cuándo conviene hablar
y cuándo guardar silencio.
El sumo sacerdote le dijo:
–Te conjuro por Dios vivo; dinos si tú eres el Mesías, el Hijo
de Dios.
Jesús le respondió:
–Tú lo has dicho; y además os digo que veréis al Hijo del
hombre sentado a la diestra del Todopoderoso, y que viene
sobre las nubes del cielo.
Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y dijo:
–¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece?
Ellos respondieron:
–Es reo de muerte.
El doble juicio, político y religioso, que Jesús padeció fue la expresión de la
injusticia. Lo mataban sencillamente porque ponía en riesgo la credibilidad del
sistema religioso, político y económico. Presentando un proyecto de vida
alternativo donde las personas valen en sí mismas y todas tienen los mismos
derechos.
Jesús nos encomienda su misma tarea: hacer valer el derecho de las personas
excluidas y empobrecidas. Bajar de la cruz a las personas crucificadas.
A Pedro le entra el pánico cuando le descubren. Pronuncia las palabras más tristes que puede
decir quien sigue a Jesús: “no conozco a ese hombre”.
Podemos identificarnos con Pedro. Se creía con fuerzas y falla.
Al llorar amargamente empieza a conocerse a sí mismo,
a fundamentarse más en la fidelidad y en el amor de Jesús que en su propia seguridad.
Jesús perdona siempre, confía y da una nueva oportunidad.
Entonces se pusieron a escupirle en la cara y a darle bofetadas; otros lo golpeaban, diciendo:
–Mesías, adivina quién te ha golpeado.
Pedro estaba afuera, sentado en el patio. Se le acercó una criada y le dijo:
–Tú también estabas con Jesús, el Galileo.
Pero él lo negó ante todos, diciendo:
–No sé de qué me hablas.
Salió después al portal, lo vio otra criada y dijo a los que había allí:
–Este andaba con Jesús de Nazaret.
Y por segunda vez negó con juramento:
–Yo no conozco a ese hombre.
Poco después se acercaron a Pedro los que estaban allí y le dijeron:
–No hay duda de que tú eres uno de ellos; se te nota el acento.
Entonces él se puso a echar imprecaciones y a jurar:
–¡No conozco a ese hombre!
Inmediatamente cantó un gallo. Pedro recordó lo que Jesús le había dicho: «Antes que cante el
gallo, me habrás negado tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente.
Cuando se hizo de día, todos los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo tomaron la
decisión de matar a Jesús. Lo llevaron atado y se lo entregaron a Pilato, el gobernador. Mientras
tanto, Judas, el traidor, al ver que lo habían condenado, se arrepintió y devolvió las treinta
monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos diciendo:
–He pecado entregando a un inocente.
Ellos replicaron:
–¿A nosotros qué? Allá tú.
El arrojó en el templo las monedas, se marchó y se ahorcó. Los jefes de los sacerdotes tomaron las
monedas y dijeron:
–No se pueden echar en el tesoro del templo, porque son precio de sangre.
Y después de deliberar, compraron con ellas el campo del alfarero para sepultura de los forasteros.
Por eso, aquel campo se llama hasta hoy «Campo de sangre». Así se cumplió lo anunciado por el
profeta Jeremías: Tomaron las treinta monedas de plata, precio de aquel que fue tasado por los
hijos de Israel, y compraron el campo del alfarero, según lo que me mandó el Señor.
L@s creyentes afirmamos que la historia de Judas y de Pedro –traidores-,
la de los discípulos –cobardes-, la de tod@s nosotr@s -¿nos creemos mejores que ellos?-
, está en manos de Dios y Dios la va haciendo, a pesar de todo, historia de salvación.
Jesús crucificado nos lleva a esperar que también para quienes crucifican
la última palabra será el perdón. “Padre, perdónalos... (Lc23,34).
Esperamos que Dios encaminará todo a su Reino aunque no sabemos cuándo ni cómo,
pero sí que cuenta con nosotr@s para lograrlo.
Campo del alfarero
Jesús compareció ante el gobernador, y éste le preguntó:
–¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús respondió:
–Tú lo dices.
Pero nada respondió a las acusaciones que le hacían los jefes de los sacerdotes y los ancianos.
Entonces Pilato le preguntó:
–¿No oyes todo lo que dicen contra ti?
Pero él no le respondió, de suerte que el gobernador se quedó muy extrañado.
Por la fiesta, solía el gobernador conceder al pueblo la libertad de un preso, el que ellos quisieran.
Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Así que, viéndolos reunidos, les preguntó
Pilato:
–¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el llamado Mesías?
Pues se daba cuenta de que lo habían entregado por envidia.
Estaba aún en el tribunal cuando su mujer le envió este mensaje:
–No te metas con ese justo, porque esta noche he tenido pesadillas horribles por su causa.
Los jefes de los sacerdotes y los ancianos persuadieron a la gente para que pidiese la libertad de
Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador volvió a preguntarles:
–¿A quién de los dos queréis que os suelte?
Respondieron ellos:
–A Barrabás.
Jesús se presenta siempre como alternativa de alguien o de algo.
Cuando no se tiene el valor de optar sólo por él, haciendo callar otros ruidos,otros intereses,
se actúa de la misma manera que la multitud y Pilato. Se le abandona. Se le condena.
Pilato preguntó de nuevo:
–¿Y qué hago entonces con Jesús, el llamado Mesías?
Respondieron todos:
–¡Crucifícalo!
El les dijo:
–Pues, ¿qué mal ha hecho?
Pero ellos gritaron más fuerte:
–¡Crucifícalo!
Viendo Pilato que no conseguía nada, sino que el alboroto iba en aumento, tomó agua y se lavó las manos ante el
pueblo, diciendo:
–No me hago responsable de esta muerte; allá vosotros.
Todo el pueblo respondió:
–¡Nosotros y nuestros hijos nos hacemos responsables de esta muerte!
Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, se lo entregó para que fuera crucificado. Los
soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron en torno a él a toda la tropa. Lo desnudaron y le
echaron por encima un manto de color púrpura; trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza , y
una caña en su mano derecha; luego se arrodillaban ante él y se burlaban, diciendo:
–¡Salve, rey de los judíos!
Le escupían, le quitaban la caña y lo golpeaban con ella en la cabeza. Tras burlarse de él, le quitaron el manto, le
pusieron sus ropas, y lo llevaron para crucificarlo.
Es fácil manipular a la multitud.
En un momento puede gritar “hosanna”, y en otro momento “crucifícalo”...
¿Puede ser mi postura?
Cuando me conviene, aclamo y acojo a Jesús, cuando no me conviene, lo rechazo...
Cuando salían, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y le obligaron a llevar la cruz
de Jesús. Al llegar al lugar llamado Gólgota, esto es, el lugar de la Calavera, dieron a Jesús vino
mezclado con hiel para que lo bebiera, pero, después de probarlo, no quiso beberlo. Los que lo
crucificaron se repartieron sus vestidos echándolos a suertes. Y se sentaron allí para custodiarlo.
Sobre su cabeza pusieron un letrero con la causa de su condena: «Este es Jesús, el rey de los
judíos». Al mismo tiempo crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los
que pasaban por allí lo insultaban meneando la cabeza y diciendo:
–Tú, que destruías el templo y lo reedificabas en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios,
baja de la cruz.
Jesús fue polémico contra las normas de pureza, ante toda clase de doctrinas y normas
(Mc 7,1-23). Fue polémico frente a lo más sagrado del sistema religioso: el templo. A Jesús lo
detuvieron, juzgaron, condenaron y ejecutaron por su vida, sus enseñanzas y su conducta.
Su ejemplo nos invita a una mayor coherencia del Evangelio en nuestra vida. A escogerle a Él
y no a Barrabás; a ser personas solidarias como Simón, valientes y obstinadas como las mujeres
de Jerusalén.
Y lo mismo los jefes de los sacerdotes, junto con los maestros de la ley y los ancianos, se burlaban
de él diciendo:
–A otros salvó, y a sí mismo no puede salvarse. Si es rey de Israel, que baje ahora de la cruz, y
creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que lo libre ahora, si es que lo quiere, ya que
decía: «Soy Hijo de Dios».
Hasta los ladrones que habían sido crucificados junto con él lo insultaban.
Desde el mediodía toda la región quedó sumida en tinieblas hasta las tres. Hacia las tres gritó Jesús
con voz potente:
–Elí, Elí. ¿lemá sabaktani? Que quiere decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Algunos de los que estaban allí, al oírlo, decían:
–Está llamando a Elías.
La presencia del Padre en Jesús no le evita el miedo, la angustia, el dolor... Le hace más
conciente, más consecuente.
La presencia del Padre en la vida humana no salva a las personas de la cruz cuando se lo
piden, sino que da sentido a las cruces de la vida y fuerza para asumirlas. Como a Jesús.
Es un grito de verdadera angustia, pero al mismo tiempo expresa el deseo
de asirse a Dios contra toda esperanza, de reivindicar a Dios como Dios mío,
aunque, a veces, lo sienta ausente. Dolor, confianza y esperanza.
Comunión con los sufrimientos humanos y esperanza en el Dios de la vida.
El “abandonado” se abandona en las manos del Padre.
“Jesús padece el infierno de la ausencia de Dios, para que así no haya infierno
para nadie más” (Von Balthasar).
En seguida, uno de ellos fue corriendo a por una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola en
una caña, le daba de beber. Los otros decían:
–Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarlo.
Y Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, entregó su espíritu. Entonces, el velo del templo se rasgó
en dos partes de arriba abajo; la tierra tembló y las piedras se resquebrajaron; se abrieron los
sepulcros y muchos santos que habían muerto resucitaron, salieron de los sepulcros y, después de
que Jesús resucitó, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión, y los que
estaban con él custodiando a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y
decían:
–Verdaderamente éste era Hijo de Dios.
“La muerte de Jesús en cruz es la consecuencia de una vida en el servicio
radical a la justicia y al amor; es secuela de su opción por los pobres y los
desheredados; de la opción por su pueblo, que sufría explotación y extorsión.
En este mundo, toda salida en favor de la justicia y del amor es arriesgar la
vida”. (E Schillebeeckx)
Muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para asistirlo, contemplaban
la escena desde lejos. Entre ellas, estaban María Magdalena y María, la madre de
Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.
Al caer la tarde, llegó un hombre rico, llamado José, natural de Arimatea, que también
se había hecho discípulo de Jesús. Este José se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de
Jesús. Pilato mandó que se lo entregaran. José tomó el cuerpo, lo envolvió en una
sábana limpia y lo puso en un sepulcro nuevo que había hecho excavar en la roca. Rodó
una piedra grande a la puerta del sepulcro y se fue. María Magdalena y la otra María
estaban allí, sentadas frente al sepulcro.
Para José es tiempo de hablar, de pedir, de arriesgarse. Para las mujeres tiempo
de permanecer como testigos silenciosos del crucificado. Pronto llegará para
ellas el tiempo de tomar la palabra y de ser las primeras en anunciar la
Resurrección.
Al día siguiente, es decir, el día después de la preparación de la pascua, los jefes de
los sacerdotes y los fariseos se congregaron ante Pilato y le dijeron:–Señor,
recordamos que ese impostor dijo cuando aún vivía: «A los tres días resucitaré». Así
que manda asegurar el sepulcro hasta el día tercero, no sea que vengan sus
discípulos, roben su cuerpo y digan al pueblo que ha resucitado de entre los muertos,
y este último engaño sea peor que el primero.
Pilato les dijo:
–Disponéis un piquete de soldados; id y aseguradlo como sabéis hacer.
Ellos fueron, aseguraron el sepulcro y sellaron la piedra dejando allí la guardia.
Jesús hablaba de Reino-Reinado y esa palabra provocaba miedo y ponía alerta
a las autoridades. Cuanto más poder, más miedo.
Jesús nos hace capaces de permanecer junto a las tumbas de nuestro mundo,
para abrirlas y anunciar que la muerte no tiene la última palabra. Que estamos
destinad@s, no a la cruz, sino a la vida. No al sufrimiento, sino a la alegría
perfecta. Lo definitivo no son las “semanas santas” que vivamos, sino la Pascua,
la Resurrección, la Vida.
Un día me miraste
como miraste a Pedro.
No te vieron mis ojos,
pero sentí que el cielo
bajaba hasta mis manos.
¡Qué lucha de silencios
libraron en la noche
tu amor y mi deseo!
Un día me miraste
y todavía siento
la huella de ese llanto
que me abrasó por dentro.
Aún voy por los caminos
soñando aquel encuentro.
Un día me miraste
como miraste a Pedro.
(Ernestina de Champourcín)

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Domingo de ramos, un encuentro con la Vida

  • 1. Texto: Mateo 26,14-27,66. Domingo de Ramos de la Pasión de Jesús. Comentarios y presentación: Asun Gutiérrez. Música: Bach. Pasión según san Mateo. Viene de enseñarnos la pasión de vivir, ahora nos va a demostrar la pasión de morir.
  • 2. Fue Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año, el que pronunció la frase, que puede ser completamente histórica, pero que es además una declaración política y una terrible verdad teológica, cuya maldad atraviesa los tiempos y las naciones: “Conviene que muera un hombre y no todo el pueblo” Caifás es un buen político; no se lleva mal con los romanos, siempre que éstos no ofendan los preceptos (más externos) de la Ley. La situación política les va bien a los saduceos, colaboracionistas con Roma. La paz Romana, es decir, el sometimiento a Roma sin rebeldías, hace prosperar el negocio del Templo y sustenta la alta posición de los Sacerdotes. Si lo de Jesús prospera, si el Templo pierde importancia, si la religión exterior, los sacrificios, las jerarquías, dejan de tener importancia; si los importantes son los pobres, si la religión es dar de comer al hambriento, si los samaritanos y los publicanos y las mujeres son tan importantes como los Sumos Sacerdotes, se acabó el negocio, la importancia, el poder. Caifás lo ha visto muy bien. Y conviene que muera Jesús para que todo eso suceda. Pero Caifás lo expresa mejor aún: identifica sus propios intereses con los del pueblo. No es el pueblo el que está en peligro sino su status privilegiado. Pero Caifás los identifica. Hay que matar a Jesús, por razón de Estado, es decir, por conveniencia del que maneja la situación y se aprovecha de ella. Vieja y perversa estrategia de políticos sin entrañas. “Conviene que muera”. ¿A quién le conviene?, ¿a los pobres, a los ciegos, a los leprosos, a las viudas, a las personas honradas que esperan la liberación? Que muera Jesús le conviene, le conviene muchísimo, es cuestión de vida o muerte, para las más perversas de todas las alianzas: la alianza del poder político, el poder económico y el poder religioso. Esta perversa trinidad ha matado más inocentes que nadie a lo largo de la historia. Jesús va a ser, una vez más, el prototipo del justo que debe morir para que esa perversa trinidad siga gobernando impunemente el mundo sin más ideal que su propio provecho.José Enrique Galarreta
  • 3. Entonces uno de los doce, el llamado Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes, y les dijo: –¿Qué me dais si os lo entrego? Ellos le ofrecieron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando ocasión para entregarlo. Comienza la semana grande, la semana del dolor y del amor de la muerte y de la vida. La primera semana del nuevo mundo. Jesús camina decidido a su Pascua, a la Pascua completa, que es muerte y resurrección
  • 4. El primer día de la fiesta de los panes sin levadura se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: –¿Dónde quieres que te preparemos la cena de pascua? El contestó: –Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: «El maestro dice: Se acerca el momento, y quiero celebrar la cena de pascua en tu casa con mis discípulos». Ellos hicieron lo que Jesús les había mandado y prepararon la cena de pascua. Al atardecer, se puso a la mesa con los doce, y mientras cenaban les dijo: –Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar. Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: –¿Soy yo, Señor? Jesús respondió: –El que come en el mismo plato que yo, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, tal como está escrito de él; pero ¡ay de aquél que entrega al Hijo del hombre! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido! Entonces preguntó Judas, el traidor: –¿Soy yo acaso, maestro? Y Jesús le respondió: –Tú lo has dicho. ¿Cómo es posible conocer a Jesús de cerca y venderle? Esa actitud totalmente incomprensible, ¿es única y exclusiva de Judas? Los evangelios subrayan la responsabilidad histórica de Judas, no su “culpa jurídica”, menos aún su “condena eterna”.
  • 5. Mientras cenaban, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: –Tomad y comed; esto es mi cuerpo. Tomó luego una copa y, después de dar gracias, se la dio diciendo: –Bebed todos de ella, porque ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados. Os digo que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, nuevo, en el reino de mi Padre. Y después de cantar los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos. El grano de trigo está cayendo en la tierra y va a morir. La levadura se está escondiendo en la masa. Para eso ha venido, para que tod@s puedan comer, para que toda la masa se haga pan. Es una cena de despedida, la última de las frecuentes comidas que Jesús celebró (Mc 2, 19; Lc 13,28-29; 14, 15-24),figura y anticipo del alegre banquete que nos ha de reunir a tod@s en el reino de Dios.
  • 6. Entonces Jesús les dijo: Todos vais a fallar por mi causa esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero después de resucitar, iré delante de vosotros a Galilea. Pedro le respondió: –Aunque todos fallen por causa tuya, yo no fallaré. Jesús le dijo: –Te aseguro que esta misma noche, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces. Pedro le replicó: –Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Y lo mismo dijeron todos los discípulos. Pedro demuestra demasiada seguridad en sí mismo: aunque tod@s, yo no; yo soy mejor, mi fe es más fuerte, ¿cómo voy a dudar de mi fe? ¿Seguiremos con Jesús más allá del entusiasmo inicial, cuando los problemas se hagan presentes y no terminemos de entender a Dios?
  • 7. Entonces fue Jesús con ellos a un huerto llamado Getsemaní, y les dijo: –Sentaos aquí mientras voy a orar un poco más allá. Llevó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo; comenzó a sentir tristeza y angustia, y les dijo: –Siento una tristeza mortal; quedaos aquí y velad conmigo. Después, avanzando un poco más, cayó rostro en tierra y estuvo orando así: –Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa de amargura; pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú. Volvió donde estaban los discípulos y los encontró dormidos. Entonces dijo a Pedro: –¿Con que no habéis podido estar en vela conmigo ni siquiera una hora? Velad y orad, para que podáis hacer frente a la prueba; que el espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil. Por segunda vez se alejó y volvió a orar así: –Padre mío, si no es posible que pase sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Regresó y volvió a encontrarlos dormidos, pues sus ojos estaban cargados. El mundo es un enorme Getsemaní, donde muchas personas sufren hambre, desamparo, explotación, insolidaridad, injusticia. Muchas veces no las acompañamos, dormimos apaciblemente ante la angustia de l@s demás. ¿Estoy dormid@ ante el dolor del mundo?
  • 8. Los dejó y volvió a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Entonces volvió donde estaban los discípulos y les dijo: –¿Todavía estáis durmiendo y descansando? Ha llegado la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos, vamos. Ya está aquí el que me va a entregar. Aún estaba hablando Jesús cuando llegó Judas, uno de los doce, y con él un gran tropel de gente con espadas y palos, enviados por los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta señal: «Al que yo bese, ése es; prendedlo». Nada más llegar, se acercó a Jesús y le dijo: –¡Hola, maestro! Y lo besó. Jesús le dijo: –Amigo, haz lo que has venido a hacer. Jesús siempre, y más en las situaciones difíciles, se refugia en la oración. Impresiona la soledad de Jesús. En vano vuelve a buscar consuelo en sus amigos. Jesús sabe asumir lo inevitable con libertad interior, pues cree profundamente que en todo momento, incluso en el más duro, está en los brazos amorosos del Padre.
  • 9. Entonces, se adelantaron, echaron mano a Jesús y lo prendieron. Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada y, dando un golpe al criado del sumo sacerdote, le cortó una oreja. Jesús le dijo: –Guarda tu espada, que todos los que empuñan la espada, perecerán a espada. ¿O crees que no puedo acudir a mi Padre, que pondría a mi disposición en seguida más de doce legiones de ángeles? Pero, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales tiene que suceder así? Luego se dirigió a la gente y dijo: –Habéis salido a prenderme con espadas y palos como si fuera un bandido. A diario he estado enseñando en el templo, y no me apresasteis. Pero todo esto ha ocurrido para que se cumpla lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Jesús no viene a predicar verdades generales, religiosas o morales, sino a proclamar la llegada del Reino, la Buena Noticia del Evangelio. Es plenamente rechazado:es escándalo para los dirigentes religiosos, peligro para el poder político, decepción para la mayor parte del pueblo y desconcierto para los discípulos.
  • 10. Los que apresaron a Jesús lo llevaron a casa del sumo sacerdote Caifás, donde estaban reunidos los maestros de la ley y los ancianos. Pedro lo siguió de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote; entró y se sentó con los criados para ver en qué paraba la cosa. Los jefes de los sacerdotes y todo el sanedrín buscaban una acusación falsa contra Jesús para condenarlo a muerte. Pero no la encontraron, a pesar de que se presentaron muchos testigos falsos. Al fin comparecieron dos, que declararon: –Este ha dicho: «Puedo derribar el templo de Dios, y reconstruirlo en tres días». El sumo sacerdote se levantó y le dijo: –¿No respondes nada contra esta acusación? Pero Jesús callaba. Jesús podía haber dado respuestas elocuentes y convincentes, podía haber pronunciado un gran discurso, podía haber puesto en ridículo a sus acusadores. Su opción no es el triunfalismo. No pronuncia una palabra contra nadie. El silencio de Jesús es paciente, obediente, misericordioso. Clave para entender el aparente silencio de Dios. Gran sabiduría saber cuándo conviene hablar y cuándo guardar silencio.
  • 11. El sumo sacerdote le dijo: –Te conjuro por Dios vivo; dinos si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios. Jesús le respondió: –Tú lo has dicho; y además os digo que veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Todopoderoso, y que viene sobre las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y dijo: –¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece? Ellos respondieron: –Es reo de muerte. El doble juicio, político y religioso, que Jesús padeció fue la expresión de la injusticia. Lo mataban sencillamente porque ponía en riesgo la credibilidad del sistema religioso, político y económico. Presentando un proyecto de vida alternativo donde las personas valen en sí mismas y todas tienen los mismos derechos. Jesús nos encomienda su misma tarea: hacer valer el derecho de las personas excluidas y empobrecidas. Bajar de la cruz a las personas crucificadas.
  • 12. A Pedro le entra el pánico cuando le descubren. Pronuncia las palabras más tristes que puede decir quien sigue a Jesús: “no conozco a ese hombre”. Podemos identificarnos con Pedro. Se creía con fuerzas y falla. Al llorar amargamente empieza a conocerse a sí mismo, a fundamentarse más en la fidelidad y en el amor de Jesús que en su propia seguridad. Jesús perdona siempre, confía y da una nueva oportunidad. Entonces se pusieron a escupirle en la cara y a darle bofetadas; otros lo golpeaban, diciendo: –Mesías, adivina quién te ha golpeado. Pedro estaba afuera, sentado en el patio. Se le acercó una criada y le dijo: –Tú también estabas con Jesús, el Galileo. Pero él lo negó ante todos, diciendo: –No sé de qué me hablas. Salió después al portal, lo vio otra criada y dijo a los que había allí: –Este andaba con Jesús de Nazaret. Y por segunda vez negó con juramento: –Yo no conozco a ese hombre. Poco después se acercaron a Pedro los que estaban allí y le dijeron: –No hay duda de que tú eres uno de ellos; se te nota el acento. Entonces él se puso a echar imprecaciones y a jurar: –¡No conozco a ese hombre! Inmediatamente cantó un gallo. Pedro recordó lo que Jesús le había dicho: «Antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente.
  • 13. Cuando se hizo de día, todos los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo tomaron la decisión de matar a Jesús. Lo llevaron atado y se lo entregaron a Pilato, el gobernador. Mientras tanto, Judas, el traidor, al ver que lo habían condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos diciendo: –He pecado entregando a un inocente. Ellos replicaron: –¿A nosotros qué? Allá tú. El arrojó en el templo las monedas, se marchó y se ahorcó. Los jefes de los sacerdotes tomaron las monedas y dijeron: –No se pueden echar en el tesoro del templo, porque son precio de sangre. Y después de deliberar, compraron con ellas el campo del alfarero para sepultura de los forasteros. Por eso, aquel campo se llama hasta hoy «Campo de sangre». Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías: Tomaron las treinta monedas de plata, precio de aquel que fue tasado por los hijos de Israel, y compraron el campo del alfarero, según lo que me mandó el Señor. L@s creyentes afirmamos que la historia de Judas y de Pedro –traidores-, la de los discípulos –cobardes-, la de tod@s nosotr@s -¿nos creemos mejores que ellos?- , está en manos de Dios y Dios la va haciendo, a pesar de todo, historia de salvación. Jesús crucificado nos lleva a esperar que también para quienes crucifican la última palabra será el perdón. “Padre, perdónalos... (Lc23,34). Esperamos que Dios encaminará todo a su Reino aunque no sabemos cuándo ni cómo, pero sí que cuenta con nosotr@s para lograrlo. Campo del alfarero
  • 14. Jesús compareció ante el gobernador, y éste le preguntó: –¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús respondió: –Tú lo dices. Pero nada respondió a las acusaciones que le hacían los jefes de los sacerdotes y los ancianos. Entonces Pilato le preguntó: –¿No oyes todo lo que dicen contra ti? Pero él no le respondió, de suerte que el gobernador se quedó muy extrañado. Por la fiesta, solía el gobernador conceder al pueblo la libertad de un preso, el que ellos quisieran. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Así que, viéndolos reunidos, les preguntó Pilato: –¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el llamado Mesías? Pues se daba cuenta de que lo habían entregado por envidia. Estaba aún en el tribunal cuando su mujer le envió este mensaje: –No te metas con ese justo, porque esta noche he tenido pesadillas horribles por su causa. Los jefes de los sacerdotes y los ancianos persuadieron a la gente para que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador volvió a preguntarles: –¿A quién de los dos queréis que os suelte? Respondieron ellos: –A Barrabás. Jesús se presenta siempre como alternativa de alguien o de algo. Cuando no se tiene el valor de optar sólo por él, haciendo callar otros ruidos,otros intereses, se actúa de la misma manera que la multitud y Pilato. Se le abandona. Se le condena.
  • 15. Pilato preguntó de nuevo: –¿Y qué hago entonces con Jesús, el llamado Mesías? Respondieron todos: –¡Crucifícalo! El les dijo: –Pues, ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaron más fuerte: –¡Crucifícalo! Viendo Pilato que no conseguía nada, sino que el alboroto iba en aumento, tomó agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: –No me hago responsable de esta muerte; allá vosotros. Todo el pueblo respondió: –¡Nosotros y nuestros hijos nos hacemos responsables de esta muerte! Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, se lo entregó para que fuera crucificado. Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron en torno a él a toda la tropa. Lo desnudaron y le echaron por encima un manto de color púrpura; trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza , y una caña en su mano derecha; luego se arrodillaban ante él y se burlaban, diciendo: –¡Salve, rey de los judíos! Le escupían, le quitaban la caña y lo golpeaban con ella en la cabeza. Tras burlarse de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas, y lo llevaron para crucificarlo. Es fácil manipular a la multitud. En un momento puede gritar “hosanna”, y en otro momento “crucifícalo”... ¿Puede ser mi postura? Cuando me conviene, aclamo y acojo a Jesús, cuando no me conviene, lo rechazo...
  • 16. Cuando salían, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y le obligaron a llevar la cruz de Jesús. Al llegar al lugar llamado Gólgota, esto es, el lugar de la Calavera, dieron a Jesús vino mezclado con hiel para que lo bebiera, pero, después de probarlo, no quiso beberlo. Los que lo crucificaron se repartieron sus vestidos echándolos a suertes. Y se sentaron allí para custodiarlo. Sobre su cabeza pusieron un letrero con la causa de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Al mismo tiempo crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban por allí lo insultaban meneando la cabeza y diciendo: –Tú, que destruías el templo y lo reedificabas en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz. Jesús fue polémico contra las normas de pureza, ante toda clase de doctrinas y normas (Mc 7,1-23). Fue polémico frente a lo más sagrado del sistema religioso: el templo. A Jesús lo detuvieron, juzgaron, condenaron y ejecutaron por su vida, sus enseñanzas y su conducta. Su ejemplo nos invita a una mayor coherencia del Evangelio en nuestra vida. A escogerle a Él y no a Barrabás; a ser personas solidarias como Simón, valientes y obstinadas como las mujeres de Jerusalén.
  • 17. Y lo mismo los jefes de los sacerdotes, junto con los maestros de la ley y los ancianos, se burlaban de él diciendo: –A otros salvó, y a sí mismo no puede salvarse. Si es rey de Israel, que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que lo libre ahora, si es que lo quiere, ya que decía: «Soy Hijo de Dios». Hasta los ladrones que habían sido crucificados junto con él lo insultaban. Desde el mediodía toda la región quedó sumida en tinieblas hasta las tres. Hacia las tres gritó Jesús con voz potente: –Elí, Elí. ¿lemá sabaktani? Que quiere decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Algunos de los que estaban allí, al oírlo, decían: –Está llamando a Elías. La presencia del Padre en Jesús no le evita el miedo, la angustia, el dolor... Le hace más conciente, más consecuente. La presencia del Padre en la vida humana no salva a las personas de la cruz cuando se lo piden, sino que da sentido a las cruces de la vida y fuerza para asumirlas. Como a Jesús. Es un grito de verdadera angustia, pero al mismo tiempo expresa el deseo de asirse a Dios contra toda esperanza, de reivindicar a Dios como Dios mío, aunque, a veces, lo sienta ausente. Dolor, confianza y esperanza. Comunión con los sufrimientos humanos y esperanza en el Dios de la vida. El “abandonado” se abandona en las manos del Padre. “Jesús padece el infierno de la ausencia de Dios, para que así no haya infierno para nadie más” (Von Balthasar).
  • 18. En seguida, uno de ellos fue corriendo a por una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola en una caña, le daba de beber. Los otros decían: –Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarlo. Y Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, entregó su espíritu. Entonces, el velo del templo se rasgó en dos partes de arriba abajo; la tierra tembló y las piedras se resquebrajaron; se abrieron los sepulcros y muchos santos que habían muerto resucitaron, salieron de los sepulcros y, después de que Jesús resucitó, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión, y los que estaban con él custodiando a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y decían: –Verdaderamente éste era Hijo de Dios. “La muerte de Jesús en cruz es la consecuencia de una vida en el servicio radical a la justicia y al amor; es secuela de su opción por los pobres y los desheredados; de la opción por su pueblo, que sufría explotación y extorsión. En este mundo, toda salida en favor de la justicia y del amor es arriesgar la vida”. (E Schillebeeckx)
  • 19. Muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para asistirlo, contemplaban la escena desde lejos. Entre ellas, estaban María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos. Al caer la tarde, llegó un hombre rico, llamado José, natural de Arimatea, que también se había hecho discípulo de Jesús. Este José se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato mandó que se lo entregaran. José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en un sepulcro nuevo que había hecho excavar en la roca. Rodó una piedra grande a la puerta del sepulcro y se fue. María Magdalena y la otra María estaban allí, sentadas frente al sepulcro. Para José es tiempo de hablar, de pedir, de arriesgarse. Para las mujeres tiempo de permanecer como testigos silenciosos del crucificado. Pronto llegará para ellas el tiempo de tomar la palabra y de ser las primeras en anunciar la Resurrección.
  • 20. Al día siguiente, es decir, el día después de la preparación de la pascua, los jefes de los sacerdotes y los fariseos se congregaron ante Pilato y le dijeron:–Señor, recordamos que ese impostor dijo cuando aún vivía: «A los tres días resucitaré». Así que manda asegurar el sepulcro hasta el día tercero, no sea que vengan sus discípulos, roben su cuerpo y digan al pueblo que ha resucitado de entre los muertos, y este último engaño sea peor que el primero. Pilato les dijo: –Disponéis un piquete de soldados; id y aseguradlo como sabéis hacer. Ellos fueron, aseguraron el sepulcro y sellaron la piedra dejando allí la guardia. Jesús hablaba de Reino-Reinado y esa palabra provocaba miedo y ponía alerta a las autoridades. Cuanto más poder, más miedo. Jesús nos hace capaces de permanecer junto a las tumbas de nuestro mundo, para abrirlas y anunciar que la muerte no tiene la última palabra. Que estamos destinad@s, no a la cruz, sino a la vida. No al sufrimiento, sino a la alegría perfecta. Lo definitivo no son las “semanas santas” que vivamos, sino la Pascua, la Resurrección, la Vida.
  • 21. Un día me miraste como miraste a Pedro. No te vieron mis ojos, pero sentí que el cielo bajaba hasta mis manos. ¡Qué lucha de silencios libraron en la noche tu amor y mi deseo! Un día me miraste y todavía siento la huella de ese llanto que me abrasó por dentro. Aún voy por los caminos soñando aquel encuentro. Un día me miraste como miraste a Pedro. (Ernestina de Champourcín)